chapter = 1
author = Luvi_trustno1
dedicate = Disclaimers: Mulder, Scully, William, The Lone Gunmen pertenecen a Chris Carter, la 1013 y Fox, no obtengo ningún beneficio económico por este relato.
Spoliers: Ninguno en particular.
Tipo: Un poco de Angst, un poco de MSR, creo.
Dedicatoria: a todos los que me han apoyado en esta aventura que es escribir fics, pero sobretodo a mi amiga Altamirus, que, a pesar de la distancia, ha estado allí para mí en los momentos difíciles. Gracias amiga, te quiero mucho.
Nota 1: Esta parte la estoy enviando cuando aún no tienen planeado siquiera publicar la primera parte. Pero aclaro nuevamente que en este relato estoy alterando la octava temporada, a partir de Dead Alive.
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Rating = arcadias_dream
Type = Angst
fanfic =
Resumen: Han pasado cuatro años desde que, al día siguiente de haber despertado, Scully encuentra la cama de Mulder vacía. Sabe que está vivo, pero se fue dejándola sin ninguna explicación… ¿es posible rehacer una vida?
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New Haven, Connecticut.
Universidad de Yale.
2005
Katherine Zimmele miraba algo perpleja al monitor. Sus ojos iban de Jhon Byers a Ringo Langly y de Langly a Melvin Frohike y no terminaba de comprender lo que le estaban diciendo o lo que estaban intentando decirle.
- Empieza de nuevo Melvin y empieza porque no acabo de comprender con que fin quieren meterme en la plantilla a un personaje nuevo. Llevo colaborando con la revista casi cuatro años y creo que en mi área y desde mi posición lo he hecho bien. No necesito a nadie más y ahora llegan ustedes a decirme que me van a poner a un colaborador…
- Y seguimos insistiendo en eso- hablaba con terquedad Frohike a la par que miraba a sus compañeros- Todos somos socios aquí y somos responsables de lo que nos suceda. Conocemos a esta persona hace más de doce años, si piensas que George Hale no tiene amigos, estás equivocada.
- ¿George Hale? ¿Quién diablos es George Hale?
- Sí, bueno…-interrumpió Langly- es su nombre de combate, digámoslo así. Mira, conoce de mazmorras, de humedad, de terrorismo y de conspiraciones más que los mismos conspiradores.
- Tiene experiencia –intervino Byers- no le interesa trabajar para la revista, ni tener una colaboración diaria, pero a nosotros sí nos interesa que participe.
- Él puede ayudarte mucho en el trabajo de campo –intervino Langly
- ¡Ay, por favor!
- Dana, escucha por favor –imploró Frohike
- Katherine –aclaró ella.
- Bien, como sea, pero escucha. Te apreciamos mucho y apreciamos tu trabajo con nosotros. Pero eso depende de tu posición allí en Yale. No puedes desaparecer por temporadas sin levantar sospechas y eso pone en peligro todo lo que has construido hasta ahora.
Dana Scully, conocida como la doctora Katherine Zimmele, se hallaba sentada tras la mesa de su oficina, frente al computador, mirándose la mano entre cuyos dedos tenía en esos momentos un bolígrafo. Colocó nuevamente la mano sobre el teclado y volvió a mirar con interés a sus amigos que estaban a muchos kilómetros de distancia.
- Sigo pensando –dijo al fin- que todo está consolidado. No necesitamos a un extraño.
- No acabas de entenderlo, ¿verdad? – se impacientó Frohike.
Ella lo miró con expresión aguda. Se le veía joven a pesar de haber pasado ya los cuarenta, llevaba el cabello en un tono oro rojizo cortado en desigual y sus enormes ojos azul verdoso reflejaban una gran madurez.
- Aquí se trata de un señor llamado Hale que no pretende nada de nosotros y nosotros sí mucho de él – dijo Byers- ha estado tanto en África, en Siberia y en el desierto de Nuevo México y tiene muchas cosas interesantes que enseñarnos.
- No es un trabajo adicional el que harás – dijo Langly- no te cuesta nada analizar lo que tenga que te lleve y, de acuerdo a tu propio criterio, haces un informe como hasta ahora has venido haciendo.
- Desde un punto de vista absolutamente científico- nuevamente Byers.
- ¿Están empeñados en que esto sea así, ¿verdad?
- Lo estamos –dijo Frohike mirando a sus compañeros que hacían un gesto afirmativo con la cabeza.
- De acuerdo- resopló Scully resignada- Si no queda más remedio, tendré que conocerlo.
En algún lugar en Washington D.C.
- Debimos decírselo –opinó Byers apenas hubo desconectado la cámara web y cortado la comunicación.
- Cállate ya –cortó Frohike- Lo hemos hecho y hecho está.
- ¿Y si sale mal? –interrogó Langly que se había parado en una esquina de la habitación. Tenía una mano sobre la barbilla, mientras su codo descansaba en el puño de la otra mano.
- Han pasado los años, ya casi debe haberlo olvidado –repuso Byers.
- No nos engañemos –dijo Frohike- Ella no decidió su vida entonces sino que la decidieron por ella y como cinco años son mucho tiempo, yo pretendo que ahora las cosas vuelvan a empezar.
- Eso quiere decir únicamente que te has resignado a no conquistarla –dijo Langly.
- Realmente no sabemos cómo pueda comenzar. ¿Y si termina peor? –volvió a interrogar Byers.
- Eso es algo diferente –contestó Frohike- Pero los medios los estamos proporcionando.
- ¿Se lo has dicho a él?
- Claro que no.
- ¿Estás diciendo que sólo te buscó como apoyo?
- Estoy diciendo lo que estoy diciendo. Me buscó como ayuda material y no ha evocado el pasado para nada.
- Es increíble…-musitó Langly.
- Está cansado y es evidente que lleva más culpa ahora que antes. Y más miedo, probablemente, con todas esas historias espeluznantes que vivió y jamás tuvo la oportunidad de contar.
- Me pregunto cómo va a tomar Scully esta situación –dijo Byers.
- ¡Y dale otra vez! Al menos, y dado el afecto que le tenemos, le proporcionaremos la fórmula para rectificar si es que tiene que hacerlo.
- No acabas de entender Frohike. Ella no llegó a esta situación por gusto, no tiene nada que rectificar –Langly nuevamente.
- Te puedo asegurar que “George Hale” tampoco… -Frohike hizo comillas en el aire cuando mencionó el nombre.
- De acuerdo, de acuerdo. Esto no va a llevarnos a nada –dijo Byers- ¿Dónde está él ahora?
- En Connecticut.
- Entonces llámalo y envíalo a Yale mañana.
New Haven, Connecticut,
Rose la recibió, como siempre, con una sonrisa en los labios. Dana Scully siempre evocaba demasiadas cosas ante el rostro rugoso de aquella mujer que la ayudaba en todo y que se había convertido casi en una abuela o una madre, pero sobretodo en una gran compañera, que nunca le permitió que la soledad la consumiera.
- Tienes el baño preparado Katherine.
- ¿Y William?
- Estuvo jugando toda la tarde y está tan cansado que le di la comida, lo bañé, le puse el pijama y se acostó. Está dormido como un angelito. Desde que empezaste a enviarlo al Kindergarten se cansa demasiado pronto, pero también es lógico, no deja de correr todo el día.
- Déjalo que duerma-
Y con estas palabras Scully cruzó el hall y se dirigió escaleras arriba hacia su dormitorio. Tenía un baño incorporado en la pieza y según avanzaba iba despojándose de la ropa.
Sentía a Rose manipular en la cocina, canturrear en el comedor, demostrándole una vez más que no estaba sola, que había vida alrededor de ella, que todo iba debidamente…
Lanzó una mirada al enorme espejo que estaba empotrado en la puerta del baño y se vio desnuda, pequeña pero esbelta, pero una arruga parecía fruncirse en su frente. Se gustaba desnuda, pero no se miraba con un ápice de erotismo. Hacía demasiados años que para ella todo había terminado y no creía que nada volviera a empezar.
Se dirigió a la bañera y se hundió entre la espuma aromatizada intentando relajarse.
No le gustaban para nada las novedades y ahora esos tres se empeñaban en traerle una con nombre de varón.
Esto le producía cierto temor, aunque no sabía por qué. Era una incógnita que no quería descifrar.
Cuando terminó, se enfundó en el albornoz blanco y salió del baño. Ya Rose la esperaba en el umbral del dormitorio.
- Se va a enfriar tu comida.
Se apresuró a ponerse un pijama cómodo de seda, pantalón y chaqueta en tono blanco, se calzó las chinelas y, con el cabello recogido, bajó al comedor.
Allí estaba Rose, con una taza de café en sus manos, sentada frente a su lugar. Nunca la había tratado como su sirvienta.
No podía calcularle a ciencia cierta los años, pero debía tener muchos.
Recordó cuando se mudó a este lugar, con una nueva identidad, dejando atrás su trabajo, su familia, a él… Lo veía como si se tratase de una inmensa lejanía.
Se topó con esa mujer casi por una casualidad, en un parque, una tarde otoñal.
Se sentó llevando entre sus brazos a su hijo y a sus penas.
Charlaron un rato y supo que también ella estaba sola.
Su sonrisa hablaba de ternura y su mirada de dolor.
Y Scully confió en el dolor.
Rose había llegado a conocerla tanto que no se asombró en absoluto cuando le clavó su mirada maternal.
- Algo no va bien, ¿eh Katherine?
- Pues…
- ¿Acierto o no?
- En cierto modo aciertas –ella se pasó la lengua por los labios a la par que saboreaba la crema- Está sabrosa, Rose, eres una cocinera incomparable.
- Eso me lo dices todos los días, pero no me das una respuesta a mi pregunta.
- Pasa que mis socios de Washington quieren meterme a una persona extraña y no he tenido más remedio que aceptar. Quizás tenga que verlo sólo para recibirlo y luego pueda enviarme lo que tenga por correo.
- Haces mal Dana…
- ¿Cómo que hago mal?
Scully levantó vivamente la cabeza.
Cuando Rose la llamaba por su verdadero nombre, era únicamente porque quería profundizar en su alma.
Habían pasado casi tres años antes de que ella le contara la verdad de su vida, mostrándole unas viejas fotografías.
Y la anciana no se había sorprendido en absoluto.
“Sospechaba que llevabas un pena muy grande”, le había dicho con una sonrisa condescendiente. “El corazón de una mujer es un profundo abismo de secretos”
Para entonces Scully había aprendido a confiar en ella.
- Pues sí, haces mal –dijo la mujer serenamente- Estás metida dentro de un cascarón y la vida sigue. La vida no se reduce a un día, ni a una época, ni a un hombre; la vida es larga o quizás muy corta para dejar de vivirla. Dana –le puso sobre una de sus manos la suya, áspera y cálida, te has encerrado de tal modo que no ves que en este enorme mundo abierto hay quienes pueden hacerte feliz.
- Yo tropiezo con una piedra, Rose. Luego esquivo las demás.
- A veces las piedras no sólo sirven para tropezarse, sino para ayudarte a salir del hoyo, para darte estabilidad toda la vida…
- Olvida eso, Rose. No quiero volver a lo mismo. Vivo a gusto así, soy feliz así. Por favor, ve a ver si William está bien y déjame cenar sola ¿si?
Rose asintió con una sonrisa triste y se puso de pie. Sabía de sobra que el niño estaba bien. Quien necesitaba cuidado era ella, pero nuevamente pondría delante ese escudo de autosuficiencia y se llevaría a la cama sus tristezas.
Sí, nuevamente serían sus recuerdos los que velarían sus sueños.
Al día siguiente, cuando la doctora Zimmele estaba en la pequeña oficina tras el laboratorio, una de sus colaboradoras tocó la puerta con suavidad y se lo anunció.
- La busca un señor Hale –le dijo desde el umbral apenas abriendo la puerta.
Scully ni siquiera levantó la cabeza. Se hallaba recibiendo un fax y, sin levantar los ojos, sólo dijo:
- Que pase.
Oyó pasos y la puerta que se abría del todo y el hecho de que no se hubiera vuelto a cerrar, porque no se había producido ruido alguno, la obligó a mirar hacia allí.
Y en sus ojos se reflejó tanto espanto como en los de la persona que la miraba desde el umbral, como si no comprendiera nada de lo que estaba sucediendo.
- ¿Tú?
- ¿Tú…?
Sólo hubo solo dos frases y después sólo el silencio.
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Todavía resonaban en sus oídos las primeras palabras de su compañero, la primera sonrisa que le había dedicado.
Esa noche, tras muchas de angustia, se llevó a la cama su calor y su esperanza.
Y esa mañana, con paso lento, se acercaba a la habitación donde lo había dejado dormido.
Obviamente estaría más conciente y repararía en muchas más cosas que eran bastante notorias a simple vista.
Tendría que darle una explicación sobre cosas que ella misma no había conseguido explicarse a sí misma.
Pero mientras más se acercaba, una sensación de angustia crecía.
Especialmente al ver el rostro de su compañero, Jhon Dogget, salir de la habitación. Cuando la vio, se quedó de pie en su lugar, con la mirada preocupada.
Y triste.
- ¿Qué ocurre? –Scully apenas podía controlar la ansiedad- ¿Qué ocurre? –volvió a interrogar en vano.
Pasó por un costado de Dogget rumbo a la habitación, cuando escuchó su voz. Se detuvo sin volverse.
- Agente Scully… Por favor, tómelo con calma.
Cerró los ojos y tragó en seco.
Empezó a culparse por haberlo dejado solo. Él necesitaba a alguien permanentemente a su lado, apenas se estaba recuperando. Quizás el tratamiento a base de antivirales no funcionaba y…
“Tómalo con calma”, se dijo a sí misma intentando prepararse para lo peor.
Pero lo que ella calificaba como “lo peor” no era lo que encontró en la habitación.
Desde el umbral vio un lecho vacío.
Walter Skinner, que estaba parado junto a la mesilla de noche con la cabeza gacha, se volvió hacia ella en silencio.
- ¿Dónde está? –se acercó- ¿A dónde lo llevaron?
- A ningún lugar, Dana –la voz de Skinner se oía más grave que de costumbre.
- ¿Cómo que a ningún lugar? ¿Es que vas a decirme que se puso de pie y se fue por sus propios medios?
Fue la severa mirada de su superior, empapada del dolor de un amigo, la que le confirmó lo que había soltado como si se tratara de una ridiculez.
Ella negó con la cabeza, tratando de sacudirse esos pensamientos.
- Es imposible…-musitó buscando la silla donde horas antes había presenciado su retorno a la vida- apenas podía moverse…
- Él…-Skinner levantó lentamente algo que había en la mesilla, un sobre- dejó esto… Creo que es para ti…
Scully se puso de pie y se dirigió hacia su amigo. Por unos instantes lo miró y luego, cuando sintió que pronto no podría controlar sus lágrimas, desvió la vista y tomó el sobre.
Lentamente caminó hacia la puerta.
- Dana, yo…
Scully bajó la vista y negó con la cabeza nuevamente.
No necesitaba que le dijeran nada.
- Me voy a casa –susurró.
Y eso hizo. Salió del hospital sin dirigirle la mirada a Dogget, que se encontraba de pie junto a la recepción del piso, hablando con otros dos agentes.
Cuando llegó, sacó el sobre del bolsillo de su abrigo, blanco, sin remitente, sin destinatario.
Lo dejó sobre la mesita del salón y se dejó caer en el sofá, mirándolo.
No lo abrió. Sabía de antemano lo que contenía y no quería verlo.
Lentamente se llevó las manos al rostro.
Y lloró.
Continuará.
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