Autor: Gillean Mulderson

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Tema: otra vez el Ángel de la Muerte acompaña a nuestros héroes.

Spoiler: algún momento después de “Tithonus”.

Descargo: Evidentemente, ni los personajes de Mulder y Scully son míos, ni pretendo con esta creación de Chris Carter obtener ninguna remuneración económica o de otro tipo. Si estuviera en mis manos escribir los guiones de “Los Expedientes...”, hace rato hubiéramos dejado de sufrir. Y ellos también.

RATING: AP

Dedicatoria: a Alexfiles, fanática y shipper, aunque no lo reconozca. Esto también es tuyo. Y a mi amiga del alma, Missy; mi faro de luz.

 

AZRAEL II

 

     Hace frío supongo, porque la nieve hace remolinos en la noche antes de apoyarse blandamente en los árboles y el camino. La oscuridad es gris ahora, casi transparente. Pliego mis alas escuchando el silencio. No hay nadie ahora, pero sé que vendrá, porque estoy esperándolo.

      Mi nombre es Azrael, el Fin y el Principio, la Destrucción y la Oportunidad, la Oscuridad y la nueva Luz. He caminado desde el umbral de los tiempos en este bajo mundo, llevándome conmigo a los que han cumplido su destino. Hoy no es diferente de otras veces, de otras oportunidades, excepto porque también vendrá ella. También a ella la espero, con sus ojos preocupados y su voz clara, porque está escrito que estará cerca de mí esta noche.

     Como mis otros hermanos, Azraeles también, he aprendido a contemplar sin compasión las humanas emociones, y a comprender el miedo. A veces espero ese sentimiento, porque lo desconocido aterra, y, sin embargo ahora, después de tantos milenios, empiezo a saber qué significa realmente.

     Como pálidas sombras de nieve, rodando en el viento sibilante, los ángeles helados empiezan a llegar y a posarse en los árboles. Reconozco el de ella, con sus ojos blancos como el alba, y el de su hombre, tan esforzado que creo que pronto ascenderá de este primitivo estadio de energía. El tercer ángel, de cabellos tan largos como sus alas, se posa cerca de mí y me saluda.

     El ruido apagado y feroz de los autos que se acercan inician la huida precipitada de una lechuza blanca. Desciendo hasta la curva cerrada, hasta el pie del árbol enorme y oscuro por la nieve, y espero su llegada.

-¿Será rápido, Azrael?- me dice el ángel llamado Faricat.

-No habrá dolor- respondo, despreciando la compasión de sus ojos. Las luces iluminan el tronco de repente, y los ojos aterrados del hombre contemplan los míos un segundo entero antes de que lo trague la oscuridad. El auto rojo se hace un bollo informe contra el tronco astillado, llenándose de humo, y Faricat despliega sus alas lentamente para observar por última vez a su protegido.

     Tras él, el segundo automóvil choca levemente contra el baúl del auto rojo, deslizándose en la nieve con un chirrido estridente. A toda velocidad, la puerta del conductor se abre, y el agente del FBI baja con el arma en la mano, indiferente a la nieve que le llueve sin misericordia.

 -¡Maldición!

     Él no necesita la confirmación de la mujer que lo acompaña para saber que el hombre está muerto. Guarda el arma lentamente mientras ella toma las constantes vitales, un hábito médico demasiado arraigado para desobedecerlo.

     Ella está sin abrigo, vulnerable a la nieve con ese traje de lana azul que resalta el tono rojo de su cabello, pero no siente frío. Las marcas de su cuello y los rasguños de sus mejillas hablan de la batalla librada hacía pocos momentos. Ahora, sus manos lastimadas se llenan de sangre.

 -Tiene quebrada la columna. Quizá no tuvo tiempo siquiera de sentir el impacto- dice ella irguiéndose en el montículo de nieve. Su compañero, asintiendo, saca el celular de su abrigo y hace una llamada.

     La mujer, pálida como los copos que se posan en su pelo rojo, vuelve al coche, temblando. Ante los ojos albinos de los ángeles que me observan en exasperante silencio, me acerco a ella para contemplarla. La ráfaga de aire frío de mis alas le llega de pronto, porque cierra la fina ranura de la ventanilla con fuerza.

     El hombre, Mulder es su nombre, entra también, sacudiéndose la nieve del pelo.

 -Llegarán dentro de una media hora. Las carreteras están intransitables, por un choque en la calle Pine- tardíamente, creo, recuerda las heridas de su compañera-. ¿Estás bien, Scully?

 -Sí- dice ella en voz baja, perdida en sus pensamientos-. No lo comprendo. Estaba hablando con él tranquilamente acerca de DeBruce, y de pronto saltó hacia mí...

 -Es la misma actitud de DeBruce y Matthew Carroll. Los testigos dicen que sin provocación o motivo alguno, atacaron a las víctimas y luego huyeron, llevándose como trofeos pedazos de carne que arrancaron con los dientes... - toca levemente las marcas en el frágil cuello de la mujer-. Has tenido mucha suerte.

 -Llegaste a tiempo- dice ella sencillamente, mirándolo a los ojos. Tras de mí, Faricat asciende lentamente, buscando el cielo denso de nubes y niebla helada-. No hay conexión entre Carroll y Paul Greyson, excepto un trato cotidiano con DeBruce que no llega a ser amistad. ¿Qué crees, Mulder? La forma de actuar de Greyson, tan tranquilo un momento y luego saltando como si un mecanismo invisible hubiera sido activado... ¿Sugieres algún tipo de palabra clave, suministrada bajo hipnosis? ¿Un gesto calculado de cualquier potencial víctima que incita a esa violencia?

 -No creo que quieras escuchar cuál es mi teoría- dice Mulder haciendo un gesto con los labios, pensativo.

 -¿Vudú? ¿Magia negra? ¿Posesión demoníaca? ¿Que quería tomarme el pulso?

     Ella tiembla levemente, tal vez por el shock, tal vez por la nieve que empieza a derretirse en su pelo y sus hombros. Maldiciendo en voz baja, él aprieta sus dedos congelados.

 -Estás helada. Ni siquiera tienes tu abrigo puesto, Scully- se saca el suyo como puede en la estrecha cabina, y lo pasa sobre los hombros de su compañera-. Toma esto.

 -Te congelarás- protesta ella débilmente.

 -No. He estado en el Polo Sur y el Polo Norte. Esto es apenas un poco más frío que el vestíbulo de mi apartamento.

     Es extraño verla a ella tan vulnerable. Tal vez piensa en lo cerca que ha estado de morir en manos de un desconocido, y apenas salvada por la aparición de Mulder. Ella no sabe que aún no era el momento, que si lo hubiera sido, yo habría ido a ella por última vez, para tomar sus manos y guiarla en el camino definitivo que seguirá algún día. Pero falta mucho para eso. En los Libros, mi llegada todavía no está anunciada. Por lo menos en su vida.

    Los ojos de Mulder son verdes, a veces más oscuros, a veces demasiado llenos de sabiduría o de incertidumbre, pero al verla a ella, silenciosa y pálida en la oscuridad gris de la madrugada, se inundan de un sentimiento que pocas veces he visto. Nunca antes me he preocupado por conocer a quienes algún día iré a buscar; ellos, para mí, no son más que sombras, como lo soy yo mismo, pero después de haber tocado los dedos tibios de esa mujer, después de que su destino hubiera sido reescrito y se hubiera aplazado mi llegada al fin de su cordón de vida, la sensación de esperanza y fe que nunca antes había sentido -la sensación de que todo puede cambiar, de que el destino no es único, inamovible-, me ha llevado a contemplarla, a escucharla y sentirla, porque me ha dado algo que nadie -ni siquiera Él- me había dado nunca.

     He caminado a su lado muchas veces, pero sólo ahora puedo verla en realidad. Puedo comprender su lucha, su temor, su estoica fe. Su fe por Mulder, por su paz, por su búsqueda desesperada y temeraria.

     Él la mira con preocupación, sentado a su lado en el auto abollado. Sin palabras, enlaza sus hombros y la hace apoyar la cabeza en su pecho, tratando de abrigarla más. Ella se deja hacer, en silencio también, demasiado llena de pensamientos y sensaciones. A veces me pregunto qué se sentirá ser amado así, contra el mundo entero, contra tantas cosas.

     Sé que él es para ella su fortaleza, su guía, su amor. Sé que para él, ella es su ancla, su esperanza, su mejor oportunidad de ser en verdad feliz. Y sé también que estoy demasiado cerca, demasiado frío, demasiado rodeado de temor para que ellos puedan vencerme ahora. Él tiene miedo de lastimarla, de no ser suficiente, de convertirla por fin en el centro de su vida para perderla después. Ella, fuerte y vulnerable, sólo confía, en una fe que envidio.

 -¿No tienes trabajo, Azrael?

     El ángel de Mulder es gigantesco, luminoso y rodeado por una aureola azul. Despliega sus alas junto a mí, protector y distante. El ángel de Dana es más brillante, pero permanece entre las ramas del árbol como un ave fénix, lleno de esplendor y silencio.

 -Faricat estaba demasiado conmovido por dejar a su protegido- digo, empezando a abrir mis alas de oro-. ¿Estarás igual de triste cuando debas despedirte tú?

 -Aún no es el tiempo- responde él con sus ojos blancos llenos de fiereza. Recuerdo a otro ángel igual de fuerte y bello, igual de arrogante. Debo verlo ahora mismo, en otro punto de esa pequeña ciudad. Lucifer siempre se alegra de verme.

 -Llegará el tiempo, no lo dudes. Protege a tu mortal- la nieve hace un remolino en torno a mí. Qué bello sería poder sentir su frialdad o su ligereza alguna vez. Miro al ángel de Dana-. Y tú también.

     Mientras me elevo entre las ramas desnudas y nevadas, puedo ver a Mulder, abrazado a Scully, besar levemente los cabellos rojos.

     El tiempo llegará, sin duda, pero, por primera vez, me pregunto si hasta yo estaré preparado para eso.

 

FIN