AUTOR: Gillean K.
Mulderson
DISCLAIMER: Lo sé, lo sé:
Mulder, Scully y todos los demás pertenecen a la terrible y genial mente de
Chris Carter y la Ten Thirteen, a la piel de DD y GA, a Fox y a todos los
Copyright que se les ocurra poner, pero la imaginación es nuestra, y tenemos
que entretenernos en algo hasta que empiece la octava temporada.
SPOILER: Ninguno en
especial, aunque podría suceder al principio de la 7ª Temporada.
Comentarios
a: gilleanARROBAuol.com.ar
TIPO: Un poco Weird,
un poco UST. La fórmula que nos tiene en vilo desde hace siete años. RATING:
AP.
DEDICATORIAS:
A Alexfiles, por supuesto;
sin tus comentarios nada sería lo mismo;
A mi querida Missy: si
tuviera que enumerar las razones, serían más largas que mi relato;
A Ana, por los desencuentros
espaciales y los reencuentros interiores;
A Susanna, por su espíritu y
su fe; pronto estarás también en estas páginas.
A MarianaR, por el aliento y
los mensajes en las tardes de frío;
Y especialmente a todos los
que han esperado ver a LeBrock una vez más en estas calles nevadas,
infinitamente agradecida por sus palabras de aliento y cariño.
Gracias a todos ellos, y a
quienes se molesten en leer una posibilidad más en un infinito mundo de
posibilidades...
Vampiros modernos y viejas
impresiones.
“...We see things that they´ll never
see...”
(“...Nosotros vemos cosas que ellos nunca verán...”)
de LIVE FOREVER. OASIS.
CASTWOODS HOTEL, HABITACIÓN 624. 23 DE ENERO DE 2000, 8.50 AM.
Suele suceder tan a menudo,
que es casi increíble que aún no pueda acostumbrarme. Los giros inesperados, la
sensación de haber estado cerca de la verdad para descubrir, después de todo,
que sólo era una sombra más en un mundo oscuro. Las palabras de Mulder resuenan
en mi mente: “Han encontrado muerto a Adam LeBrock”, una letanía que
busca un poco de cordura. Como tantas veces antes, sin embargo, el asombro da
paso a las preguntas. Tan cerca de nuevo, pero nunca lo suficiente.
-¿Cuándo? ¿Quién?
Mulder cierra la puerta
tras de sí mientras me observa ponerme los zapatos. Su corbata imposible
destaca su pecho cubierto por la gruesa chaqueta gris cuando se apoya contra la
pared de la impersonal habitación, su sobretodo oscuro oliendo aún al humo
rancio y al alcohol del “W Bar”, apagando el aroma de su aftershave, que suele
perfumar mis mañanas. La blanca ciudad allá abajo, iluminada por el resplandor
de la nieve, parece ahora un mundo peligroso y solitario.
-Un vagabundo, hace dos horas.
En un principio pensó que era un ebrio dormido junto a los contenedores de
basura y quiso robarle el reloj, hasta que se dio cuenta de que la mano se
desprendía del cuerpo.
Tengo que sentarme: es
inevitable. Las posibilidades empiezan a buscar como locas un espacio en mi
mente. No era eso lo que había esperado oír: habíamos llegado a Nueva York en
busca de un homicida que había leído mucho a Rice y a Bram Stoker, y ahora...
-¿Descuartizamiento?
-Le falta la cabeza, una pierna
y los dedos de la mano derecha. Encontraron la documentación de LeBrock a unos
pocos pasos, entre un montón de basura, así como las llaves de lo que parece
ser su apartamento, y una buena cantidad de dinero. No hay signos de lucha, por
lo que la policía cree que el asesinato se llevó a cabo en otro lugar y el
cuerpo fue abandonado allí después.
-¿Mulder?
Él entiende sin palabras.
Siempre lo hace. Abre la puerta mientras me pongo el abrigo, y sus cejas que
hablan a veces más que su voz, se fruncen levemente.
-No, Scully. No se ha
encontrado una sola gota de sangre.
MORGUE DEL DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE NUEVA YORK. 11.06 AM.
La observo en silencio, su
cabello oculto por la boina de plástico, sus ojos apagados tras las gafas
protectoras. Su precisión, aún en estos momentos imponentes donde busca signos
y pistas en un cuerpo muerto, no deja de fascinarme. Parece concentrada, más
allá de las mundanas emociones, pero sé que una parte de su mente, como la mía,
piensa que este hombre ahora frío y destrozado había estado anoche mismo
hablándonos y bebiendo ginebra en un bar solitario.
Los conocimientos, los
libros, la experiencia y sobre todo la inteligencia, el saber ver más allá de
lo que nos muestran las fichas de juego, son armas importantes para un
investigador, pero el instinto lo es más. Anoche Adam LeBrock, con su aire a
Pierce Brosnan y su pretendida indiferencia, había clavado en mi mente las
semillas de la duda. Ahora debo empezar de nuevo, cuando había creído encontrar
el hilo conductor de este extraño laberinto.
Las pistas que puede darnos
este cuerpo inmóvil sobre la camilla de metal son innumerables y confusas: no
hay cortes en los miembros amputados sino desgarramientos, como si un enorme
animal los hubiera arrancado de cuajo; a pesar de la nieve que había caído
durante toda la noche, el cuerpo no estaba húmedo al momento de haber sido
encontrado, y a la luz del pálido sol, el rigor mortis había acelerado un
proceso inexplicable de semi-desecación, haciendo más difícil la determinación
de la edad y el peso de la víctima.
-Observa esto.
Bueno, no es que nunca haya
visto un estómago abierto, pero prefiero mirar a Scully. Nunca me ha gustado
este sitio, y tan necesario como es a veces visitarlo, lo dejo a menudo a cargo
de ella para evitar este frío que hiela hasta los huesos, como si el calor no llegara
nunca aquí. A nadie le debe gustar, en realidad; pretendiendo ocultar las
sombras más temidas de la vida, nunca he hallado hasta ahora una morgue que no
estuviera escondida en un sótano, más allá de los ojos y la voz de quienes
pretenden ignorar la muerte hasta que sea necesario.
Scully, ajena a mis
pensamientos, se mueve con habilidad, inclinándose sobre el tórax abierto en
una enorme sonrisa macabra. La experiencia de hacer una autopsia sin mancharse
de sangre debe ser nueva para ella. El asesino (si es que hablamos de un solo
asesino), ha cambiado las reglas del juego y nosotros debemos tratar de estar
un paso por delante de él, si eso es posible.
-Aquí sí hay sangre. Medio
litro por lo menos.
No, no miraré.
-Un trozo de pizza... Mmmm, ¿cuánto
bebió LeBrock anoche? ¿Tres vasos?- va hacia el microscopio, su figura menuda
empequeñecida por el enorme guardapolvo verde y el delantal de plástico.
Observa unos momentos, y después vuelve por una muestra más-. Mulder, observa
esto. Aunque LeBrock, como sugiere la rigidez post-mortem y la temperatura del
cuerpo, haya muerto entre dos y cuatro horas después de hablar con nosotros, el
organismo no habría tenido tiempo de asimilar todo el alcohol, especialmente si
había comido algo antes. Y aquí no hay rastros de alcohol.
Siento como si un sexto
sentido estuviera empujándome hacia Scully, hacia ese microscopio, sabiendo que
aunque mire por él, no comprenderé mucho. Pequeños granos rojos y blancos
descansan en un mar transparente. La miro otra vez, mientras ella vuelve a
inclinarse sobre el microscopio electrónico, pequeña joya gris de un
laboratorio silencioso.
-Esta es sangre humana, no hay
duda. Pero mira; no es de un solo tipo.
-¿Qué quieres decir?
-Tengo que pedir pruebas más
especializadas al departamento de Hematología, pero no creo estar equivocada.
Hay factores distintos aquí. Creo que encontramos al asesino, Mulder. Sólo que
antes lo encontró alguien más.
APARTAMENTO DE ADAM LEBROCK.
RIDE STREET 274, QUEENS, N.Y. 14.46 PM.
La oscuridad me ampara,
reina silenciosa y fría en mi cerebro, rellena todos los huecos de mi memoria.
La mano me late de una manera sorda, derramando el dolor por todos los poros de
mi cuerpo. Es extraño: no puedo recordar cuándo fue la última vez que sentí un
dolor parecido. Hace cien años quizá, cuando derrumbaron sobre mí aquel intento
burdo de castillo en Lyon y percibí el fuego abrasar mis piernas antes de
escapar; hace treinta, tal vez, la última vez que vi a mi padre, antes de que
Stone lo atrapara en España y lo convirtiera en cenizas a la luz del sol. O
quizás ayer, cuando advertí entre esa nieve fría como una tumba, que después de
todo Will habría sido un excelente discípulo.
Estoy débil. La lucha fue
dura, propia de las épocas en donde éramos una raza más numerosa y noble. Tras
mis ojos cerrados, en este insomnio eterno y pesado de la inmortalidad, las
alas del ángel de la muerte abanican mi rostro helado. Lo esquivo una vez más,
porque sé que no es el momento; lo he vencido demasiadas veces para rendirme
tan fácilmente ahora. Como las gotas rojas de mi vida, los recuerdos esparcen
sus cenizas en este silencio. Mi hermano pequeño se ha ido ya, lo mismo que mi
padre y mi prometida, a manos de Stone. Si es cierto lo que me han dicho, mi
madre debe estar ahora en Alemania, y mi hermana Clare en Irlanda, buscando los
rastros de una familia como la nuestra. En su sangre noble descansa el legado
de nuestro destino, buscando la semilla de la continuación. Nuestros bastardos
no son lo suficientemente fuertes, y sólo la sangre de dios puede sobrevivir
las eras.
Hubo un tiempo en que nada
me habría detenido. Hubo un tiempo en que hubiera batallado con cien Wills y
habría vencido, para después adueñarme de la noche bajo las estrellas ligeras.
No sé dónde ha quedado lo mejor de mí en esta ciudad enorme. Ahora sólo quiero
descansar.
La robusta señora Paller
habla maravillas de su educado inquilino, el señor LeBrock. Es un tranquilo
escritor que nunca ha dado problemas, aunque ella jamás ha leído uno de sus
libros, y un hombre muy caballeroso. No puede explicarse qué quiere el FBI con
semejante dechado de virtudes.
-Sólo queremos hablar con él,
señora Paller. Está colaborando en una investigación que llevamos a cabo- la
voz paciente y razonable de Scully tiene la virtud de apaciguarme hasta a mí.
Su cabello rojo brilla en cada rayo transparente de sol que se cuela por las
ventanas diminutas de esta interminable escalera, agregando una nota de color
en este mundo gris.
-No debe haber vuelto anoche,
pero es usual. Nunca lo vemos más que por la tarde, porque trabaja mucho en sus
libros. No estoy segura de que deba dejarlos pasar mientras él no está.
-No tocaremos nada, se lo
prometo. El señor LeBrock sabía que vendríamos aquí.
Hace un frío de los mil
demonios en esta escalera apagada, en este aire estancado tan propio de los
edificios cerrados. Me recuerda esos cristales con paisajes invernales que los
niños agitan para ver nevar: siempre es la misma nieve la que cae. Cuando el
celular suena dentro del bolsillo de mi abrigo, la señora Paller me mira como
si estuviera perturbando a propósito la sagrada paz de una biblioteca. Hablo en
voz bien alta sólo para fastidiarla.
-Mulder.
Las noticias que me dan del
Departamento de Policía son asombrosas, y sin embargo las esperaba. Scully me
mira de reojo, sabiendo que no mencionaré nada importante delante de la anciana
imposiblemente morena.
-Está bien. Apenas terminemos
aquí, la agente Scully y yo iremos. No, no es necesario. Interrogaremos al testigo
nosotros mismos.
Hay un algo intangible en
las figuras de la autoridad (policías, bomberos, agentes del FBI), que
despiertan las emociones más raras en la gente: miedo, intimidación, enojo o
rebeldía. Tal parece que la señora Paller es de esta última categoría, porque
nos abre la puerta del diminuto apartamento como si fuera la recámara real del
príncipe William.
-Cierren la puerta al salir; yo
echaré el cerrojo después- dice, y toma nota mental de las cosas que se ven en
esta habitación en penumbras, seguramente para asegurarse luego de que nada
falte. Se aleja escaleras debajo de nuevo con el ceño fruncido, dejándonos
inmóviles y de pie frente a la puerta abierta.
Las voces se deslizan en la
oscuridad como serpientes heladas. Me duele hasta respirar, pero lo peor ya ha
pasado: cada vez ha sido más duro, pero creo que es por la calidad de mis
alimentos. Quizá deba regresar al campo por un tiempo: tanto anabólico, tanta
hamburguesa ha hecho estragos en mi organismo.
-Tenías razón- la voz del
hombre es conocida. No abro los ojos porque sé que está oscuro y ellos no
podrán hallarme. El dolor late quedamente, pero ya es más soportable.
-Las huellas dactilares de la
mano encontrada no pertenecen a LeBrock- dice el agente Mulder, con su ronca
voz rebotando en mis oídos. El chirrido penetrante de la puerta que me han
prometido cien veces reparar anuncia su llegada al pequeño cuarto que yo suelo
llamar hogar. No necesito escucharla para saber que ella está aquí también: a
mí llega su perfume tenue, su calor tibio... Dios, ¡si tuviera fuerzas..!
-Hay sangre del tipo AB, A y
uno de un tipo no identificado, en un porcentaje muy pequeño. Tampoco los
patólogos de la Universidad de Columbia han podido acertar con esa especie de
ramificación del estómago que albergaba la sangre. Debe ser algún tipo de
anomalía celular; no pueden explicarlo. Hay indicios de una actividad
extraordinaria a nivel citológico que provocó ese sobrecrecimiento.
-¿Como un cáncer?
-Sólo que sin presencia de
células cancerosas. Además la desecación del cuerpo ha avanzado mucho. En un
día o dos acabará por desintegrarse.
-Y nos quedaremos sin
evidencia.
-No si encontramos a LeBrock.
Además, parece ser que el individuo que encontró el cuerpo vio a alguien
alejarse de ese lugar una media hora antes. Le han dado un buen desayuno en el
Departamento y está dispuesto a hablar.
-Bien. Por lo menos tendremos
algo más con qué seguir. Mira esto, Mulder: este hombre debe ser tu gemelo
perdido. Ni siquiera tiene cama.
-Yo tengo una cama, Scully, y
no creo que me agrade la comparación. Mmmm... Lovecraft, Kafka, Schopenhauer,
Stephen King... nuestro hombre es un poco ecléctico en sus gustos literarios...
Pero no hay nada sobre vampirismo, y tampoco ningún libro escrito por Adam
LeBrock.
-Quizá use algún seudónimo. En
su notebook hay archivos de Internet... No, están encriptados. Debemos
preguntarle a LeBrock sus claves de seguridad cuando lo encontremos.
-¿Por qué no pruebas con
“Drácula”?
Dios, ese sentido del humor
acabarán por matarme como no lo han hecho los golpes de Will. Aprendiz apenas
decente, Vlad no merece siquiera un pensamiento mío. Es de día aún... ¿cuándo
se irán? Necesito la noche ahora, la noche fría, para renovar mi sangre y
terminar mi cacería. Esto me está costando mucho más de lo que esperaba.
-No seas absurdo- dice la
preciosa agente Scully, y oigo la silla junto al escritorio deslizarse sobre
mí. Los pasos leves de la agente se acercan a la ventana, mientras Mulder hace
un ruido infernal en la cocina. ¿Qué esperarán hallar? ¿Cuerpos vaciados,
conservas de sangre? En ocasiones son tan extrañamente patéticos...
-La casa está limpia- dice él,
casi decepcionado, después de una interminable media hora-. Si no fuera porque
aquí figura su nombre hasta en los libros, diría que LeBrock ni siquiera ha
pisado este lugar.
-Si no está aquí, ¿entonces
dónde está?
-No lo sé. Quizá debamos
preguntárselo a su amigo Castle más tarde.
DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE NUEVA YORK. 17.50 PM.
El café caliente se desliza
por mi garganta con su bienvenido calor. En este frío intenso, las nubes
cargadas de nieve amenazan sobre los altos edificios derramarse de un momento a
otro sobre las calles. Esperar en el auto a que Castle apareciera para abrir su
establecimiento no fue una buena idea; a veces no sé por qué sigo los instintos
de Mulder, cuando bien podría seguir los míos, que me indicaban que fuéramos a
interrogar primero al supuesto testigo.
Mulder no parece tener los
pies congelados como yo; esa energía tensa que lo rodea siempre, como una
tormenta a punto de estallar, parece ahora envolver al hombre de calva
incipiente, que lo observa como un animalillo asustado. Los ademanes de Mulder
son suaves, legado de sus conocimientos de psicología, pero los hombres que
viven en las calles, que dependen de la suerte para sobrevivir y de la bebida
para iniciar un día lleno de caras extrañas en las aceras inundadas de basura,
han aprendido a desconfiar y a protegerse. Sé que sólo hablará cuando esté
preparado, por muchos desayunos que le prometan. Como niños abandonados, hace
falta más que una palabra amable para volverlos confiados.
El detective Kraft, del
Departamento de Policía de Nueva York y nuestro asesor en el caso, aburrido
quizá o contagiado por el aroma del café, se marcha silenciosamente. Tras el
grueso cristal de la sala de interrogatorios, veo a Mulder sentarse frente a
Charles Stanton, en el calculado ademán de un hombre con todo el tiempo del
mundo para hablar.
No sé a dónde nos conducen
estas pistas contradictorias. El inexplicable tipo de sangre hallado en
pequeñas cantidades en el estómago extra del cuerpo encontrado ha despertado la
confusión y el asombro de los doctores de la Universidad de Columbia.
Hibridación o alteración genética, nunca antes ninguno de ellos se había
tropezado con este prototipo especial de fluidos. El hierro y las enzimas
hallados en proporciones extraordinarias, sumados a la increíble potencia de
los glóbulos blancos, que indican una capacidad inusitada de protección y
regeneración, han entusiasmado a los científicos. Pero la sangre especial, lo
mismo que el cuerpo que descansa en la morgue judicial de este mismo edificio,
se desvanece con el tiempo, como si se fuera secando al contacto del aire. Las
pruebas tienen que ser rápidas para conservar algún vestigio de lo que hemos
encontrado.
En el automóvil, mientras
los limpiaparabrisas corrían las gotas algodonosas de nieve, Mulder me ha
contado sus teorías sobre ese tipo particular de sangre. Si en verdad –cosa que
dudo-, ese sea el arquetipo específico de la sangre de un vampiro, después de
fortalecerse en contactos fortuitos con enfermedades inmunodeficitarias tan
comunes ahora en todas partes del mundo, estaríamos a las puertas de una sangre
que puede resistir los embates del SIDA o la hepatitis. Nunca había pensado que
cazar vampiros fuera a ser algo más que perseguir sombras con alas en los
callejones de Queens.
-No- dice el hombre, Charles
Stanton, sacándome bruscamente de mis pensamientos. Alarga la fotografía de
LeBrock hasta Mulder, que la toma sin dejar de observar sus reacciones-. No era
este hombre. Era más musculoso, más grande. El pelo muy corto, casi al ras. Y
ojos enormes.
-¿Ojos enormes?
-Como los de un gato, brillando
en la oscuridad. Bajó desde el edificio de Pinewood de un solo salto, y se
inclinó sobre los montones de basura. Yo no sabía que había un hombre muerto
allí. Lo juro por Dios; no he bebido nada desde Año Nuevo.
Las botellitas encontradas
en su abrigo, que ahora lo esperan hasta que salga de aquí en la bandeja de
objetos personales del Departamento de Policía, desmienten esa afirmación, pero
Mulder no lo toma en cuenta, como de costumbre.
-Le creo, señor Stanton. Y
dígame usted, ¿escuchó algo? ¿Alguna cosa que le haya llamado la atención?
-No.
-¿Está seguro?
Charles Stanton duda un
segundo, bajando los ojos. Vamos, Mulder, ¿no ves que está a punto de decirte
una mentira que tú quieres escuchar?
-Bueno, creo que dijo algo. No
estoy seguro, yo no estaba tan cerca.
-¿Qué dijo, señor Stanton?
-“Aprendiz”, me parece. Dijo
“sólo el aprendiz”.
12TH STREET Y PINEWOOD, QUEENS, 21.07 PM.
“W BAR”
El “W Bar” está a oscuras,
sumergido en la sombría blancura de la calle llena de nieve y de silencio. No
hemos encontrado rastros de Will Castle en la dirección que figura como suya,
ni tampoco hemos localizado a alguien que lo haya visto desde la noche de ayer.
Tampoco LeBrock ha aparecido, y los otros dos sospechosos que debíamos
investigar desde el principio, no han aportado nada al caso.
Scully, sumida en sus
pensamientos, observa el movimiento de los individuos embozados de las
esquinas, donde han llenado barriles de latón con cartones y pedazos
insignificantes de madera. El fuego leve y pálido donde tratan de entibiar sus
manos levanta nubes de chispas cada vez que alguien, en su afán de acercarse
más, golpea la hojalata agujereada. Hablan en murmullos, conscientes de que
estamos aquí, esperando algo; las miradas rápidas y las nubecillas de su
aliento indican que a la menor señal, se desbandarán como hojas de otoño si
hacemos un movimiento peligroso.
-Quizá Will Castle sea el
asesino después de todo- dice Scully de pronto, quedamente. Las pruebas
dactilográficas se han retrasado porque no se ha podido hallar un archivo de
Will Castle ni siquiera en el departamento de Seguridad Social. A la luz pálida
de la ciudad que nunca duerme, ella me mira tan blanca como la nieve en la luz
mortecina del coche-. Quizá realmente haya asesinado a LeBrock.
-No lo creo. Ese no era el
cuerpo de LeBrock, así que estamos ante una nueva víctima. El sobrecrecimiento
del estómago indica que era un discípulo inspirado, Scully; la sangre especial
es la del maestro, que se la daba en pequeñas dosis para convertirlo en vampiro
también.
-Mulder, ni tú crees eso.
-¿Por qué no? Las leyendas
tienen siempre una base de certeza; hay relatos de vampiros desde la
Antigüedad, donde se decía que bebían la sangre de los esclavos, sangre de los
hombres más fuertes, para fortalecer su propia raza. No es sólo un ritual de
purificación beber la sangre de las víctimas, Scully, sino también de
renovación. Creo que el cuerpo que encontramos es el de Castle, disminuido por
ese proceso de desecación que no puedes explicar, y que LeBrock lo mató.
-¿Por qué, si crees que era su
discípulo? Además, ¿para qué llevarse la cabeza y los miembros de Castle? Nunca
había sucedido algo igual con los otros asesinatos.
-No lo sé. Tal vez para
despistarnos ahora que estamos cerca.
Un ruido sordo llega a
nosotros desde el callejón oscuro junto al “W Bar”. El corazón me late con
fuerza, con esa descarga de adrenalina que en los últimos casos –rutinarios y
casi aburridos-, había extrañado tanto. No he comido casi nada en todo el día,
igual que Scully, pero el aleteo en mi estómago no se debe al hambre. Abro la
puerta del auto al mismo tiempo que ella, que se baja de inmediato, iniciando
la estratégica retirada de los hombres de las esquinas.
Me mira sobre el techo del
coche azul por un segundo, mientras saca su arma con la facilidad de quien está
preparada para todo. Aún en esta oscuridad gris de nieve e invierno, sus ojos
brillan intensamente. Se niega a creer, pero se niega también a dejarse dominar
por el temor.
-¿Quieres una estaca, Scully?
Me mira con esa mirada
única, que en las noches solitarias me ha quitado el sueño más de una vez.
-Preferiría el lazo de la
verdad de la Mujer Maravilla, pero gracias de todas maneras.
El aire frío se clava en
mis pulmones como alfileres de nieve. Mulder avanza frente a mí con los brazos
extendidos sosteniendo su arma; el resplandor sempiterno de esta ciudad hace
grises todas las cosas en este callejón estrecho y húmedo. El ruido sordo se
repite al final de este túnel de basura y de nieve; casi puedo sentir el
movimiento de las ratas entre mis botas.
-¡Alto ahí! ¡FBI!- grita
Mulder, y con la mano libre empuña su linterna, apuntando hacia el final del
corredor.
La figura oscura inclinada
sobre las cajas de licores vacíos se yergue lentamente, soltando algo que cae
pesadamente en medio del cemento. Una mano inerte parece asomarse entre las
bolsas negras, y la mirada verde de LeBrock destella en la luz como un huracán
de ira.
-¡LeBrock, avance lentamente
hacia mí con las manos en alto!¡Lentamente, me oyó!
No tiene sangre en la boca,
como un Bela Lugosi moderno, ni colmillos desproporcionados, ni ojos
enrojecidos. No sé qué esperaba encontrar, secretamente inducida por las
teorías de Mulder, pero ver a Adam LeBrock intacto y sereno en este callejón me
toma por sorpresa.
No obedece a Mulder. Nos
mira un instante en completa inmovilidad, sus ojos verdes apagándose en el
resplandor despiadado de la linterna. Como protagonistas de una mala obra de
Broadway, nos sostenemos en este aire quieto en un duelo de miradas.
-¿Cree que está preparado para
esto, agente Mulder?- su voz es ronca y serena como la noche anterior. Levanta
las manos lentamente, y el anillo de oro de su mano izquierda brilla en la
oscuridad.
-No más que usted,
probablemente, pero no perderé nada intentándolo- responde Mulder avanzando un
par de pasos más-. No haga ningún movimiento brusco, LeBrock.
La ráfaga de aire duro me
golpea con fuerza, haciéndome trastabillar. Es un segundo apenas, lo que tarda
en latir el corazón o en titilar una estrella, y la banda de hierro que
sostiene mi cuerpo me apresa hacia arriba, sin que el suelo toque mis pies...
Oh, Dios, ¿qué es esto?
Mulder me mira desde abajo,
boquiabierto, sosteniendo el arma apuntando hacia el sitio donde hace unos
segundos estaba LeBrock. El viento bajo mis pies empieza a arrastrar la nieve,
pero el abrazo feroz no ceja, suspendido en la saliente de la pared del final
del callejón. Puedo ver mi arma tirada en el cemento tras de Mulder, y siento
el aliento metálico de LeBrock contra mi oreja. No puedo desasirme, no sin que
me suelte sobre los cajones amontonados cuatro metros abajo, y sé que puede
sentir mi corazón latiendo violentamente.
-¡Suéltela! ¡Suéltela!- grita
Mulder, y en este respirar agitado de LeBrock y mío, su voz parece apagada.
-Hubo un tiempo en el que yo
también tuve mi destino abrazado contra mi pecho, agente Mulder- dice LeBrock,
desmintiendo su delgadez con la fuerza de sus brazos-. Pero lo dejé escapar,
como lo hace usted. ¿No es patética la vida? Una decisión mal tomada, un
diminuto paso más, y ya no se puede volver atrás.
-He dicho que la suelte- es una
bravata de Mulder, porque si dispara, los dos caeremos sobre la montaña de
cajas y botellas rotas. Debo hacer algo, desasirme de algún modo...
-¿Por qué desperdiciarse en las
esperas? Las tumbas son palacios solitarios, agente Mulder, créame que lo sé.
La vida es frágil y fortuita... mire aquí- las minúsculas estrellas de nieve
golpean mi garganta, mientras la mano de LeBrock recorre las venas. Dios, este
hombre está loco-. Un río de vida apenas perceptible. Una red diminuta, ínfima
y silenciosa bajo la piel, que puede dar la eternidad o el silencio. ¿No es un
invento maravilloso?
-Suéltela o dispararé, ¡ahora!
Casi bajo mis pies, la
figura antes inmóvil sobre la que se inclinara LeBrock hace unos momentos, se
mueve apenas sobre las bolsas inmundas. No está muerto, y si pudiera tomar
impulso y caer hacia allá...
-¡LeBrock!
La voz emerge desde las
sombras como un trueno cavernoso. Mulder se da vuelta de inmediato, pero no lo
suficientemente rápido. El abrazo de LeBrock se afloja, y con todas mis fuerzas
clavo los codos en su cuerpo. Un instante de vacío, frío y horrible, y después
me aplasto contra el olor asqueroso y negro de las bolsas y los cajones
húmedos. Lo demás es oscuridad y silencio.
-Stone.
Hay un golpe sordo tras de
mí que rebota en las paredes oscuras, la voz de LeBrock y el murmullo del
viento nevado, pero no puedo ver otra cosa que a este gigante vestido de negro
que parece formar parte de la noche. Los ojos son enormes y azules, semiocultos
por las cejas negras de un individuo que debe medir cerca de los dos metros.
Está de pie, inmóvil tras de mí, pero parece a punto de atacar.
-¡FBI, deténgase allí!
El gigante parece tallado
en piedra. Me mira un instante y luego levanta sus helados ojos hasta LeBrock,
envuelto por los remolinos de viento.
-No he venido por ti. Toma a tu
compañera y vete.
Sólo al mirar de reojo a
LeBrock me doy cuenta de que ha soltado a Scully, aunque no puedo verla por
ningún lado. De un salto prodigioso, LeBrock baja hasta los montones de nieve y
basura, sin dejar de mirar al extraño. Tengo la repentina idea de que mi arma
no servirá de mucho en estas circunstancias. Quizá debí traer la estaca después
de todo.
CONTINUARÁ....