ÑASKY
Por Sandra Ortuño
Calle José Barberá Falcó
Residencia de la familia Ortuño
Ortega.
Valencia (Massaxufes)
13 de Octubre de 1999.
11:30 PM
-¡Sandra! ¡Deja ya al ratón y a
la cama que ya es tarde!- gritó la madre desde su dormitorio.
Sandra se despidió de su
ratón. Era un roedor blanco que su abuelo le había regalado
hacía solo unos meses. Una vez dentro de su acogedora jaula,
Ñasky se acomodó en su camita de algodón, en su rincón
favorito. Se acurrucó y se dispuso a dormir, como hacía la
mayor parte de su tiempo.
Sandra fue de mala gana a su
cama. Le encantaba jugar con su ratoncito. Sandra y su hermano
José David dormían en la misma habitación... de lo cual no
estaban contentos ninguno de los dos.
Mientras todos dormían, una
neblina verdosa aparecida de ninguna parte, se apoderó de la
jaula de Ñasky. Y poco a poco, éste fue ganando tamaño y se
fue haciendo grande... grande como una cobaya... grande como un
conejo... grande como un gato... grande... cedieron los barrotes
de la jaula y Ñasky seguía creciendo a un ritmo acelerado y
fuera de lo normal. Sus diminutas uñas crecían y se afilaban
por segundos convirtiéndose en amenazadoras zarpas. Sus tiernos
bigotes blancos, crecían y endurecían transformándose casi en
una especie de astillas. Sus dulces dientecitos ahora eran una
horrible dentadura capaz de superar a la del más fuerte león.
Su cuerpo, segundos atrás de escasamente un palmo, ahora había
aumentado su tamaño en el de un enorme gorila capaz de matar a
sangre fría a cualquier ser vivo que se interpusiera en su
camino.
José David despertó
sobresaltado en medio de la noche. Había oído un ruido
metálico en la cocina y, además, tenía que ir al baño. Así
que, se desperezó, salió de su cama descalzo y vio cómo Sandra
dormía profundamente en la cama contigua. Apoyando sus pies
desnudos en el frío suelo, entró en el aseo y encendió la luz.
Ni siquiera el repentino brillo del tubo luminoso le hizo abrir
los ojos... estaba profundamente dormido. Sus movimientos eran
como los de un robot: automáticos. Así que, automáticamente
fue a abrir la tapa del váter cuando su mano palpó algo peludo.
En ese momento reaccionó y abrió sus ojos de par en par.
Enfrente de él y sentado encima de la tapa del inodoro, se
encontraba el ser más repugnante que había visto en su vida...
Un monstruo del tamaño de un hombre (bastante gordo, eso sí)
con el cuerpo (bueno... las moyas) cubiertas por un pelo blanco.
Unos ojos rojos que refulgían odio le miraban desde una cabeza
desproporcionadamente pequeña al resto del cuerpo. Y los enormes
y gruesos bigotes blancos casi rozaban la cara del chico. Dos
horrorosos dientes amarillos y afilados sobresalían por encima
del labio inferior de la criatura. Un espantoso escalofrío
recorrió el cuerpo de José David de arriba a abajo cuando la
bestia alzó su enorme zarpa rosa y le desgarró con todas sus
fuerzas la yugular.
14 de Octubre de 1999.
10:36 AM.
La tranquila residencia de
los Ortuño se vio invadida por los agentes del FBI. Un espantoso
crimen había tenido lugar la noche anterior. Solo una inocente
chica de 15 años sobrevivió. Sandra. Sandra Ortuño.
Sus padres yacían despedazados
encima de una roja sábana impregnada de sangre. Sus vísceras se
esparcían alrededor de sus cadáveres. Sus vientres, abiertos en
canal, daban muestras de que algo les había rajado de arriba a
abajo con una fuerza sobrehumana.
En el cuarto de baño, otro
cadáver adornaba el suelo. José David. Su cabeza separada de su
cuerpo, se encontraba en el mismo charco de oscura sangre en el
que yacían sus jóvenes restos.
En la cocina, los pedazos de la
jaula del adorable ratón Ñasky se esparcían por el suelo, como
si una pequeña bomba hubiese estallado dentro.
La única que había resultado
ilesa estaba sentada en una silla. En un rincón del comedor. Sus
piernas encogidas contra su pecho y la cabeza entre las rodillas.
Se balanceaba suavemente hacia delante y hacia atrás en un
ademán de locura. Sus ojos hinchados y rojos daban muestras de
su sufrimiento. Ya no le quedaban lágrimas y lo único que
podía hacer era sollozar y sollozar.
El personal del departamento
merodeaba por el piso recogiendo pruebas. Pero dos agentes
destacaban entre los demás. Eran una joven pareja: un hombre y
una mujer. El hombre era alto y moreno, su notable nariz y sus
pequeños y verdes ojos le daban un aire, más bien, avispado e
interesante. La mujer, con sus cabellos rojos y sus ojos azules
despertaba confianza e inteligencia. Ésta última fue la primera
que se acercó a la chica del rincón.
- ¿Cómo te llamas?- preguntó
con dulzura a la triste muchacha. Sabía perfectamente la
respuesta, pero necesitaba entablar una conversación.
- Sandra... contestó entre
sollozos Sandra Ortuño.
- Bien, Sandra. Yo soy la agente
especial Dana Scully y este es mi compañero Fox Mulder. Somos
del FBI. dijo mostrando su placa y señalando a su
compañero, el cual estaba agachado frente a la joven, mirándola
con detenimiento.
- Sí, ya lo sé. contestó sin tan siquiera mirarles a la cara.
Scully acercó su mano a la pequeña
cara de la chica. La cogió de la barbilla y, suavemente la
levantó para verle los ojos. Ambos agentes la observaron
detenidamente. Era una joven de ojos marrones y cabello del mismo
color. Bajita. Parecía bastante inteligente y despierta a pesar
de lo mal que lo estaba pasando.
- Nos gustaría que nos
contases lo que pasó anoche pidió Mulder mirándola con
compasión.
- Está bien contestó
con un hilo de voz pues, en realidad no sé lo que pasó.
Sólo sé que me desperté a las siete de la mañana, como
siempre hago para ir al instituto y... tragó saliva y un
sollozo casi la hizo atragantarse y... entré en el lavabo
y vi... vi a José David despedazado en el suelo... y... y sin
poder gritar, me fui a la habitación de mis padres para
decírselo, pero... pero... ellos... ellos también estaban...
estaban muertos. Entonces llamé a la policía y vi en la cocina
la jaula de Ñasky hecha pedazos. Mientras la policía venía
intenté... intenté encontrar a Ñasky, pero había... había
desaparecido. Entonces llegaron ustedes...
- Muchas gracias, Sandra. Nos
has ayudado mucho contándonos todo. Ahora puedes ir con tus
abuelos, a su casa. Si tenemos algo nuevo, te lo haremos saber,
no te preocupes contestó Mulder Tómate unos días
libres y no vayas al instituto, nosotros te justificaremos las
faltas y añadió con una encantadora sonrisa Y,
anímate... no me gusta ver tan tristes a chicas tan simpáticas
como tú.
Consiguió lo que se proponía,
arrancarle una leve sonrisa a los labios de la pobre joven.
Scully también le sonrió, se levantó de la silla donde había
permanecido sentada y se alejó. Mulder, acarició la cabeza de
la pobre Sandra y siguió a su compañera.
- Y bien, Mulder... ¿cuál es tu
teoría? preguntó Scully mientras se giraba hacia su
compañero.
- Bueno... todavía no tengo
ideas suficientes como para crear una teoría de lo que ha
sucedido, pero... en cuanto la tenga, no te preocupes, te la
diré contestó el agente con una sonrisa burlona y una
mirada de complicidad hacia su camarada.
Scully dio media vuelta y
salió de la casa seguida por Mulder. Llegaron al coche aparcado
encima de la acera en la zona No aparcar y Scully se
puso al volante.
Calle José Barberá Falcó
Residencia de los Ortuño Segura.
Valencia (Massaxufes)
15 de Octubre de 1999.
8:52 AM.
- ¿Scully? Mejor que vengas
a ver esto...
- ¿De qué se trata Mulder?
- Sólo ven aquí y lo
verás... a la casa de los abuelos de Sandra Ortuño...
Mulder colgó su teléfono móvil y se volvió a sentar al lado
de Sandra. Volvía a estar en la misma posición en la que la
había visto el día anterior en su casa. Las piernas dobladas y
pegadas al pecho y su cabeza entre las rodillas. No quería ver
ni hablar con nadie.
Otros tantos agentes se
paseaban por la casa de sus abuelos. Esta vez el motivo era la
muerte de una pareja de jubilados. La señora Ángeles Segura
había sido destripada y su cuerpo reposaba vacío encima del
lecho, las vísceras no habían podido ser localizadas. Mientras
que el señor Miguel Ortuño había muerto de un simple infarto y
sus restos descansaban en el suelo, justo al lado de la cama.
Eran los abuelos de Sandra.
Mientras esperaba a su
compañera, Mulder, decidió hacerle unas cuantas preguntas a
Sandra, la cual, estaba arrinconada en el sofá.
- Dime, Sandra... ¿tu ratón y
tú os llevabais bien?
Sandra simplemente asintió con
la cabeza sin mirarle a la cara.
- Y... a tu hermano y a tus
padres... ¿les gustaba el ratón?
La muchacha se limitó a negar
con la cabeza.
- Así que a tus padres y a tu
hermano no les gustaba tu ratón... bien... ¿y a tus abuelos?
Entonces, levantó la cabeza y
miró al agente a los ojos. Mulder también la miró A mi
abuela le daba mucho asco, pero a mi abuelo le encantaba. Fue él
quien me lo regaló. la mirada de la chica atravesó a la
del agente Mulder. Un sentimiento de culpabilidad atravesó su
mente en ese instante.
- ¡Hola Sandra!... ¿qué
es lo que ha pasado, Mulder? la voz de su querida
compañera le hizo retirar la mirada de los ojos de la niña. -
¡Oye!... Que ¿qué ha pasado?
Mulder se levantó, cogió a
Scully del brazo y la arrastró a un rincón. Se aclaró la
garganta y se dispuso a soltarle su teoría. Scully ya lo
conocía demasiado bien, así que le miró con sarcasmo y
atención.
- Scully, creo que estamos ante
un caso fuera de lo normal. No estamos enfrentándonos a un
asesino normal y corriente.
- Emmm... ya me había
percatado de eso, Mulder...
- Bueno, escúchame. ¿Te
acuerdas del ratón del que nos habló Sandra ayer? Scully
asintió Vale. ¿Te acuerdas que su jaula estaba
completamente destrozada como si una bomba hubiese estallado
dentro? Scully volvió a asentir Bueno, pues la
noche del asesinato de los padres y el hermano de Sandra, el
ratón sufrió una mutación convirtiéndose en un espeluznante
monstruo que va matando a toda persona a la que no gustaba.
- Mulder dijo Scully
riéndose sin ganas - ¿me estás diciendo que tenemos que buscar
a un ratón asesino?
- Sí. Es un ratón normal por
el día, pero por la noche muta.
- Y mata a quien no le cae bien
prosiguió Scully con escepticismo.
- Efectivamente, Scully
remarcó convencido Mulder Si no, ¿cómo te explicas que
no haya matado a Sandra ni a su abuelo?
- Mulder, el señor Miguel
está muerto.
- Pero, por si no te has
enterado, murió de un ataque al corazón. Seguramente del susto
de ver a la criatura devorando a su mujer, la señora Ángeles.
El ratón sólo mata a las personas que le tenían asco. Podemos
dar por seguro que Sandra está a salvo, puesto que ella adoraba
al roedor.
Avenida del Cid
Residencia de los Hernández
Culebras.
Valencia (Massaxufes)
15 de Octubre de 1999
11:32 PM.
En la casa de los mellizos
solo podía escucharse la sintonía de la serie televisiva
Compañeros. Mayte, ajena a lo que se avecinaba,
veía la televisión entusiasmada. Era su serial favorito. No
pensaba perderse aquel capítulo por nada del mundo. Había
leído en algunas revistas que Quimi y Valle por fin volvían a
estar juntos. No pensaba consentir que su hermano Juan Pablo
cambiara de canal, así que escondió el mando a distancia del
televisor bajo el cojín que descansaba detrás de su espalda.
El primer descanso para los
anuncios empezó. Fue entonces cuando Mayte despegó su vista de
la pantalla. Se dirigió a la cocina con la intención de coger
algo para picar. Antes de mirar en la nevera, se acercó a la
jaula de su hámster sin nombre y le hizo una caricia. Por un
momento le dieron ganas de sacarle de su camita de algodón y
arrojarle encima del pelo de su hermano, al cual le daban un asco
enorme los pequeños roedores. Pero vio que el animalito dormía
tan a gusto que decidió no molestarle. Entonces miró a Juan
Pablo. Estaba sentado frente a su otro televisor, jugando al
nuevo videojuego que se acababa de comprar esa misma tarde:
Final Fantasy VIII. Al ver aproximarse a su hermana
le preguntó sin apartar su vista de la pantalla:
- ¿Has llamado a Sandra?
- ¡Ostras! ¡Se me ha
olvidado!
Sandra no había acudido a clase
desde hacía dos días. Debía de pasarle algo. Mayte pensaba
llamarla esa misma tarde, pero se distrajo haciendo algo y se
olvidó completamente de su amiga. <<Bueno, no importa...
ya la llamaré mañana si no viene. A lo mejor ya la ha llamado
Mara o María>> pensó. Y se volvió al sofá, porque
había oído la voz de Quimi salir del altavoz de su aparato de
televisión. Efectivamente, era ajena a la horrorosa situación
por la que estaba pasando su compañera. Se sentó y se dispuso a
comerse la bolsa entera de patatas fritas que había cogido de la
despensa.
Sus padres todavía no habían
venido de trabajar, su hermano mayor estaba por ahí con sus
amigos y su abuela se encontraba en su pequeña habitación
cosiendo un par de pantalones. Ni Mayte ni Juan Pablo oyeron como
la puerta principal se abría. Juan Pablo estaba tan concentrado
en destruir monstruos y su hermana tan pendiente de su querido
Quimi, que tenían oídos sordos al resto del mundo.
El monstruo que las noches
anteriores había destrozado la familia de Sandra, acababa de
entrar en el hogar de una sus mejores amigas dispuesto a acabar
con ellos también. Silenciosamente se deslizó por el recibidor.
Mayte estaba tan ensimismada con su serie que no vio el bulto
peludo pasar por detrás del cristal de las puertas. Aquel bulto
penetró en la cocina y se plantó delante de Juan Pablo,
impidiéndole ver la pantalla.
- ¡Aparta Mayte! ¿No estabas
viendo Compañeros?
Al no recibir respuesta alguna de su
hermana, alzó la vista, y para su sorpresa se encontró con unos
ojos rojos mirándole fijamente. De pronto se quedó sin fuerzas
para gritar y avisar a Mayte. Se quedó pasmado mirando dentro de
los ojos del enorme roedor. Parecía estar hipnotizado. Sin dejar
de mirar al gigantesco ratón blanco, vio de reojo como su zarpa
se alzaba en el aire y se precipitaba con una fuerza descomunal
hacia su garganta.
Aquella fue la última imagen
que se grabó en la retina de Juan Pablo. Para aquel entonces su
cuerpo yacía sin vida en el blanco suelo de la cocina, sujetando
el mando de la consola entre sus dedos.
Mientras tanto, Mayte seguía
sumergida en la televisión, como si ella formara parte de la
serie.
La monstruosa rata se acercó a
la jaula del hámster sin nombre de la chica. El pequeño roedor
ni se inmutó mientras la rata gigante abría ágilmente la
gavia. La rosa garra se escurrió por detrás de la rueda y
cogió al adormilado ratoncito. Lo sacó, cerró la puerta y lo
depositó sobre el banco de la cocina. Lo miró fijamente y, muy
ceremoniosamente, le atravesó el cuello con una de sus afiladas
y largas uñas. El pequeño hámster, en lugar de morir en el
acto, como las leyes de la naturaleza mandaban, se levantó en
sus dos patas traseras mientras la bestial rata le echada su
hediondo aliento verde. El adorable ratoncito de Mayte se
convirtió en otro grotesco roedor como el que fue el encantador
ratón de Sandra.
Ambas fieras se encaminaron por
el pasillo en dirección a la habitación la abuelita. Abrieron
la puerta entornada de un zarpazo y sorprendieron a la viejecita
bordando. El resto de lo que pasó puede deducirlo cualquier
mente con un poco de imaginación.
Mientras los sádicos ratones
abandonaban la casa, la sintonía de Compañeros
volvía a sonar. Por fin había terminado el episodio. Mayte,
decepcionada porque Quimi y Valle seguían igual que antes, se
levantó del sofá y fue a la cocina a tirar la bolsa de papas.
No pensaba cenar, ya no tenía hambre, y estaba decidida quedarse
a ver Crónicas Marcianas hasta el final. Cuando
abrió la puerta de la cocina descubrió el escenario más
horroroso que sus jóvenes ojos habían visto jamás.
16 de Octubre de 1999
12:54 AM
Una vez más, otra tranquila
casa de Valencia (Massaxufes) se vio inundada por agentes del
FBI. Mientras el personal deambulaba por el piso, Mayte, la
única superviviente a la tragedia, lloraba tendida boca abajo en
su cama. Sus padres no habían vuelto todavía de trabajar,
aunque se suponía que deberían haber estado en casa a las doce
de la noche del día anterior.
Entre la multitud de agentes y
policías recogiendo pruebas, se encontraban una vez más Mulder
y Scully. Skinner, su jefe, les había asignado el caso
definitivamente. Mulder había arrastrado a Scully al escenario
de los nuevos crímenes ocurridos en el mismo barrio y en casa de
una de las mejores amigas de Sandra Ortuño. Estaba convencido de
que todos aquellos asesinatos estaban relacionados. Por otra
parte, Scully estaba desesperada por encontrar alguna prueba, una
mínima pista para demostrar que Mulder estaba equivocado. Su
imaginación no era capaz de concebir a un ratón asesino, y
menos a un ratón asesino que matara a la gente a la que no le
gustan los pequeños roedores. Era imposible. No era científico.
Mulder se adentró en el
pasillo del domicilio hasta que llegó a la habitación de Mayte
Hernández. Abrió la puerta, la cual se encontraba entornada y
descubrió a una chica rubia de 15 años, alta, llorando boca
abajo encima de su almohada. La habitación estaba llena de
muñequitos, postales, pósters de perros y de la nueva serie de
televisión Compañeros. Entró y vio un gracioso
peluche. Era un bebé vestido de terciopelo rojo con un chupete
de tela azul en la boca. Tenía los ojos redondos y muy abiertos.
Lo cogió entre sus manos y se sentó al lado de Mayte, en la
cama. Entonces, acercó el bebé de peluche a la cara sumergida
en la almohada y lo acurrucó en el regazo de la chica.
En ese momento, Mayte levantó
la cabeza. Cogió a Froilán (su bebé) y volvió a hundirse en
su mojada almohada.
- Hola Mayte, sé que lo estás
pasando mal, pero necesito que me contestes a unas cuantas
preguntas. dijo el agente cogiendo a la chica del hombro.
Entonces Mayte se incorporó y
se sentó con las piernas cruzadas, sin soltar a su querido
Froilán, al cual abrazaba contra su pecho con todas sus fuerzas.
Giró la cabeza y miró de arriba abajo a Mulder. <<¡Qué
nariz!>> se dijo hacia sus adentros en un tono un poco
despectivo.
- ¿Sí? habló por fin.
- Bueno, tengo entendido que
eras una buena amiga de Sandra Ortuño, de hecho la he visto en
tu agenda de teléfonos y en algunas fotos. ¿No es cierto?
- Sí... es... es... mi amiga.
contestó entre sollozos preguntándose qué tenía que
ver Sandra en todo aquello..
- ¿Y sabes algo de ella?
- No, la ver... la verdad es
que no viene hace dos días... hace dos... dos días a clase,
pen... pensaba llamarla... pero... pero se me olvidó.
- Y... ¿te gustan los
ratones... bueno, los roedores en general?
Mayte le miró con una cara de
¿A qué viene eso ahora?. Justo en el momento en el
que la chica y Mulder se estaban mirando fijamente, cada uno a su
manera, entró Scully. Descubrió a su compañero mirar a Mayte
Hernández muy serio, y a Mayte Hernández mirar a su compañero
con una cara un tanto desconcertada. No pudo contenerse y una
sonrisa se asomó a sus labios, y justo cuando estaba sonriendo,
Mayte la miró con la misma cara de desconcierto con la que
estaba mirando a Mulder.
- ¡Ejem! carraspeó
Scully para borrar esa mueca de su cara Mira Mayte, yo soy
la agente especial Dana Scully y este es mi ami... erm, mi
compañero Fox Mulder. Somos de FBI... No sé si ya te lo habrá
dicho él.
- No... contestó Mayte
con un hilillo de voz, pero no borró su cara de estupefacción.
- Bueno, Mulder, puedes
continuar...
- Decía que... ¿Qué
decía?... lo que casi había dicho Scully
respecto a él le había dejado un poco pasmado -... que si te
gustan los roedores, Mayte.
- Pues sí... Tengo... tengo un
hámster... me lo regaló Sandra este año para mi cum... (snif)
cumpleaños.
- ¿Y a Juan Pablo y a tu
abuela les gustaban los ratones? Mulder prosiguió su
interrogatorio. Tristemente descubrió que había metido la pata
hasta el fondo cuando vio a Mayte desplomarse llorando en su
almohada.
- ¡¡NO!! contestó con
un grito amortiguado por las plumas del cojín.
Entonces, Scully se acercó, se
agachó al lado de la cabecera de la cama y acarició el pelo
dorado de la chica. Mientras, miró a su compañero, el cual,
enfadado consigo mismo, apoyaba su cabeza en sus manos. Él la
miró también. Con solo una mirada se lo dijeron todo, y Mulder
salió de la habitación.
Mulder y Scully entraron en
su nuevo Volkswagen plateado. Lo acababan de estrenar esa misma
semana. Ni ellos mismos sabían de dónde sacaban tantos coches
nuevos. Mulder se puso al volante y arrancó. Justo en ese
instante sonó su móvil... ¡Ring, riiiing, ring,
riiiing! Rápidamente lo descolgó y se lo pegó a la oreja
mientras el coche permanecía en marcha. Scully observaba todos
sus movimientos con curiosidad.
- ¿Dónde? Enseguida estamos
allí, gracias. Bip.
- ¿Y bien? ¿Qué pasa?
¿Dónde vamos? preguntó Scully a su compañero.
- La policía ha encontrado a
los padres y al hermano de Mayte. contestó muy serio y
aceleró en dirección a la carretera de Madrid, la nacional 3.
Nacional 3.
Valencia (Massaxufes)
16 de Octubre de 1999.
1:27 PM
El flamante coche del FBI
paró en el arcén. Ambos agentes bajaron y encontraron otro caro
automóvil azul oscuro empotrado contra el quitamiedos de la
carretera. La parte delantera del vehículo era un amasijo de
hierros, aunque de las puertas traseras a atrás estaba como
nuevo.
Mulder y Scully se aproximaron,
mostrando sus placas, al ver dos ambulancias y varios coches de
policía rodeando tres camillas. Con paso ligero, Scully fue la
primera que se acercó a una de esas camillas. Por desgracia vio
que tres personas yacían en ellas tapadas por telas verdes.
Eligió la que más cerca se encontraba del coche accidentado y
destapó la horrible tela. Se encontró con un desfigurado rostro
femenino. Era una mujer de unos cuarenta y siete o cuarenta y
ocho años, rubia teñida. Tenía el pecho abierto y rasgadas las
costillas y los pulmones. Con una desagradable sensación dentro
de su cuerpo tapó el cadáver y se acercó al siguiente. Esa vez
era un hombre de unos cincuenta años, calvo y con una canosa
barba. También había muerto víctima del monstruo al que iban
buscando. Por desgracia, en la última camilla que examinó se
encontraba un chico de unos veintiún años, moreno y muy alto,
también muerto a causa del sanguinario asesino al que daban
caza. Enseguida adivinó que eran los padres y el hermano mayor
de Mayte, tal y como le había dicho su querido Mulder. En
aquellos momentos, Mayte descansaba junto a su amiga Sandra en un
hotel, custodiadas por el FBI.
Su compañero Mulder la había
estado siguiendo de cerca, por no decir que le había tenido
pegado a su espalda mientras examinaba los cuerpos. Ambos
compañeros se acercaron al agente de policía al cargo del
asunto.
- ¿Son ustedes los agentes
Mulder y Scully del FBI? preguntó mirándoles desde
detrás de sus gafas de sol.
- Sí, nosotros mismos
contestó Scully enseñando su ya más que enseñada placa.
- Un señor nos avisó que
había visto el coche después del accidente con los cuerpos
dentro. Alguien nos dijo que ustedes estaban llevando un caso
relacionado con esto en el FBI.
- Efectivamente.
contestó la agente apartando un rebelde mechón de pelo
pelirrojo que le caía encima de los ojos - ¿podría decirme
cuánto tiempo llevan muertas estas personas? preguntó mientras Mulder se apartaba de ella y se acercaba al destrozado
coche.
- Según el médico forense que
ha hecho las rápidas autopsias, deben llevar muertos desde la
medianoche de ayer, más o menos.
- ¿Y la causa del accidente?
¿Alguna idea?
- En realidad esperábamos que
eso nos lo dijeran ustedes dijo con sorna el policía, que
ni siquiera se había quitado las gafas de sol para hablar con
Scully.
Ésta se apartó del agente. No
le había gustado mucho su comportamiento. Se acercó a su
compañero, al cual encontró examinando los asientos del
automóvil azul oscuro.
- ¿Qué buscas Mulder?
- Pruebas... busco pruebas,
Scully.
- ¿Pruebas de qué?
- Pues pruebas de que un roedor
asesino se ha paseado por aquí dentro.
- Mulder, por favor... no vas a
encontrar nada relacionado con tu ratón. Tienes que aceptar que
eso es imposible. Creo que leíste demasiados cómics de
pequeño.
- ¿Por qué no crees nada de
lo que te digo, Scully? contestó mientras seguía
registrando el interior del vehículo.
Scully sonrió y se apoyó en
la puerta del maletero. De pronto, Mulder sacó su torso al
exterior, el cual había metido por la ventanilla abierta del
coche, y le mostró lo que llevaba entre sus dedos a su
escéptica compañera.
- Mira... ¿me crees ahora,
aunque sólo sea un poquito?
Scully entornó sus ojos para
poder ver mejor lo que los dedos de Mulder sostenían... eran
unos pelos blancos. Parecían de animal... no podían ser de
humano. Acercó su delgada mano a la de su compañero y los
cogió para observarlos mejor.
- No puede ser...
- ¿Qué piensas ahora Scully?
preguntó Mulder a la asombrada Scully con una risita
burlona.
- Esta bien, Mulder, suelta lo
que estás pensando... admitió de buena gana Scully.
- Pues nuestro querido
ratoncito Ñasky, después de matar al hermano mellizo y la
abuela de Mayte Hernández, se encaminó por la carretera en
busca de nuevas víctimas cuando de pronto se topó con el coche
que conducían los padres de la susodicha chica, los cuales
volvían a casa después de una jornada de trabajo y de haber
recogido a su hijo mayor de dondequiera que estuviese. Los
reconoció gracias a su instinto de animal, hizo que se salieran
de la carretera, y una vez el coche se empotró en el
quitamiedos, mató a los tres ocupantes.
- Eso es un argumento muy bueno
para una película de terror, Mulder. Ahora cuéntame lo que
piensas de verdad.
- Ermmm... ya te lo he dicho,
Scully.
Scully simplemente se limitó a
sonreír y volvió al coche.
- ¿Quién conduce?
preguntó desde la puerta del conductor.
- Tú, cariño contestó con un tono raro Mulder.
Scully se quedó un tanto parada y
seria mirando a su compañero. La había dejado helada. Para nada
se esperaba esa contestación, aunque en el fondo le gustó.
Siguió mirando a Mulder con cara de sorpresa. Entonces, Mulder
soltó un par de carcajadas y dijo:
- Vamos, Scully, no tenemos
todo el día. ¡Tenemos que ir a hablar con Mayte y Sandra!
¡Despierta! dijo chasqueando los dedos ante los pasmados
ojos de Scully, y se sentó en el puesto del acompañante. Scully
dejó asomar una leve sonrisita a su boca y se puso al volante.
Hotel Melià
Valencia (Massaxufes)
16 de Octubre de 1999
4:13 PM
Habitación 316. Mayte y
Sandra jugaban al parchís sobre una mesa para olvidarse de lo
que había pasado, aunque sólo fuera por unos segundos. Sólo se
podía oír el ruidito de los dados rebotando dentro de los
cubiletes. Ninguna hablaba.
¡TOC-TOC! Alguien tocó a la
puerta. Las dos amigas giraron sus cabezas a la vez hacia el
punto donde se habían oído los golpes.
- Somos Dana Scully y Fox
Mulder. Sandra, Mayte, abridnos, por favor. se oyó una
voz de mujer, la cual debía de proceder de Scully.
Sandra se levantó y abrió la
puerta. Dejó entrar a los agentes sin mediar palabra y volvió a
su sitio. Cogió el cubilete, lo agitó y tiró el dado. Seis.
Movió la ficha. Mientras, Mulder y Scully se acomodaron en el
sofá. Sandra volvió a tirar el dado. Seis. Movió la ficha.
- Otro seis y te vas a casa
dijo Mulder haciéndose el graciosillo para animar a las
chicas.
Sandra agitó otra vez el
cubilete con el dado dentro. Tiró. Seis. A casa. Sonrió y miró
a Mulder, el cual le sonreía también.
- ¿Y mis padres y mi
hermano? preguntó Mayte mirando a Scully con una mirada
un tanto penetrante desde la cama donde se encontraban sentadas
ambas chicas.
- Todavía no han aparecido
contestó la agente. Mintió. No pensaba decirle la verdad
a la pobre chica. Ya tenía bastante con los que le había
pasado.
Entonces, Sandra pasó un
amistoso brazo por los hombros de su amiga y apoyó su cabeza
contra la de Mayte. Ambas tenían la mirada clavada en el suelo.
Mulder y Scully se sentían bastante incómodos, no sabían cómo
reaccionar, pero, Mayte alzó la cabeza y les miró.
- Antes le he pedido a un
agente de los del pasillo si alguien podía ir a mi casa y coger
a mi hámster, pero me ha dicho que se lo preguntara a ustedes.
Quiero tener a mi hámster aquí. dijo la chica mientras
alargaba su brazo a la cama, donde se encontraba su querido
muñeco Froilán. Lo cogió y lo abrazó.
- No te preocupes, yo te lo
traeré se ofreció Mulder.
Residencia de los Hernández
Culebras.
Valencia (Massaxufes)
16 de Octubre de 1999.
6:43 PM
Mulder entró en el
domicilio precintado de la Avenida del Cid en busca de un
hámster. Se ofreció a ir él porque estaba deseoso de hacer lo
posible para ayudar a las chicas a sentirse lo mejor posible.
El piso todavía estaba
inundado de agentes de policía y de todos los órganos de
seguridad del país. Abriéndose paso entre ellos, llegó a la
cocina, donde se imaginaba que encontraría la pequeña jaula.
Estaba en lo cierto, encontró la jaula, pero no al hámster.
Estaba vacía y cerrada. ¿Cómo podía explicarse eso? Mulder se
temía lo peor, pero no quería ni imaginárselo.
Se paseó por toda la cocina
buscando alguna prueba que certificara lo que había pensado. Era
raro que los agentes que merodeaban por la casa hubiesen pasado
por alto registrar los armarios y el banco de la cocina.
Examinando minuciosamente cada
rincón, en una esquina del banco de mármol gris oscuro
encontró una pequeña gota de un líquido verde. Miró al techo,
porque parecía haber caído de allí, pero, no. El techo estaba
tan blanco como las paredes. Se quedó observando la diminuta
gota de moco verde y aquello confirmó sus sospechas.
Apartamento de Dana Scully
16 de Octubre de 1999.
8:18 PM
Scully abrió su puerta porque
alguien había llamado al timbre. Se encontró con su
cariño. Acababa de acordarse de la frase y sonrió.
- Scully, creo que ya no
buscamos a un ratón asesino dijo adentrándose en el
apartamento de su compañera. Scully cerró la puerta y se giró hacia Mulder.
- ¡Por fin has recapacitado y
te has dado cuenta de que es imposible! Me alegro, Mulder.
contestó con alivio Scully.
- Estamos buscando a dos
ratones asesinos.
La cara de Scully cayó al suelo.
<<¿Es que este hombre no va a aprender nunca o
qué?>> pensó Scully para sus adentros. Mulder le contó
todo lo que había visto en casa de los Hernández Culebras y
ella le escuchó con atención.
-... entonces Ñasky, el ratón
asesino de Sandra, atacó de alguna manera al hámster de Mayte
convirtiéndolo en otra bestia como él. acabó Mulder su
teoría.
Scully se levantó de su sofá,
cogió del hombro a Mulder, el cual estaba sentado en una silla,
lo arrastró hasta la puerta, la abrió, le sacó fuera y dijo:
- Vale, Mulder... vete a casa,
cena y descansa... has tenido demasiadas emociones por hoy, ¿eh?
dijo sonriendo y cerró la puerta en las narices de su
compañero.
- ¡Pero, Scully...!
gritó cuando ya era demasiado tarde. Una tímida risita movió sus labios y suspirando se fue a su apartamento.
Calle Fray Junípero Serra.
Residencia de los García
Arroyo.
Valencia (Massaxufes)
16 de Octubre de 1999
Medianoche.
Un piano tocaba Minueto de Bach. <<Do fa sol la sib do fa
fa...>> Unos pequeños dedos se deslizaban por las teclas
blancas y negras de un piano vertical. No había nada bueno en la
tele, y los vecinos estaban de viaje, así que, Laura decidió
practicar un poco antes de irse a dormir. Su madre estaba leyendo
un libro en su habitación, y su padre y su hermana en la cocina,
fregando y limpiando. El gran danés a manchas negras sobre
blanco que tenían como mascota, Lord, dormía profundamente en
el balcón. Hacía bastante calor a pesar de ser Octubre.
<<... re sib do re mi fa...>> La agradable música
seguía sonando.
Mientras tocaba su adorado piano,
Laura se preguntaba qué habría pasado con Mayte, Juan Pablo y
Sandra. No habían venido a clase aquel día y era un poco
sospechoso. Había llamado por teléfono a sus dos amigas, pero
en ninguna casa contestaban.
Por debajo de la puerta de entrada
quedaba una rendija bastante alta como para que dos roedores como
los que estaban pasando ahora, pasaran. Se quedaron plantados
delante de la puerta, ya una vez dentro del domicilio. Se echaron
mutuamente un fétido aliento verde y se transformaron en los
horribles monstruos ya descritos anteriormente.
<<... la sol fa mi fa>>
Laura terminó la partitura y pasó la hoja. Se encontró con las
partituras de Canción de cuna de Brahms. <<Mi
mi sol, mi mi sol...>>
Ambos animales se abalanzaron
sobre la puerta de la cocina y la abrieron de un zarpazo.
Descubrieron al asombrado y aterrorizado Diego, el padre de la
familia, lavando los platos, con las manos llenas de espuma. Se
quedó petrificado al descubrir a las bestias abalanzarse sobre
sí. Silvia, la hermana de Laura, había aprovechado el
despiste de los ratones gigantes para esconderse
dentro de la despensa. Aguantaba sus sollozos y gemidos para no
ser descubierta, pero las lágrimas caían a chorros por su cara
mientras aquellas criaturas destripaban a su padre.
Laura seguía con su canción. Cuando
tocaba el piano no prestaba atención a otra cosa que no fuesen
las notas musicales y sus pensamientos.
Cuando las monstruosas ratas acabaron
con la vida del progenitor de las chicas, se percataron de la
presencia de una gran jaula con cuatro pequeñas hámsters rusas
dentro. Con alegría e impaciencia realizaron el ritual que
había hecho Ñasky con el hámster sin nombre de Mayte.
Silvia, todavía escondida en la
despensa, observaba los movimientos de las bestias por una
pequeña rendija de la puerta entornada. Vio como las desmedidas
ratas sacaban a sus diminutas hámsters de sus camitas, les
clavaban sus espeluznantes uñas por la nuca y las perfumaban con
su putrefacto aliento verde.
Ahora ya eran seis sanguinarias
asesinas y su próxima víctima... Soledad, la cual leía
apaciblemente escuchando la música de su hija, ajena a lo que
había ocurrido y lo que iba a ocurrir.
Hotel Melià
Valencia (Massaxufes)
17 de Octubre de 1999
10:28 AM
- Cuéntanos, Silvia...
¿qué viste? comenzó el interrogatorio Scully poniendo
su mano sobre la rodilla de la chica. Silvia estaba sentada en el
borde de su nueva cama del hotel junto a la agente del FBI.
Había sido el único testigo. Mulder se encontraba de pie,
apoyado contra la pared mirando a ambas mujeres.
- Pues... apenas no
podía hablar eran dos ratas enormes y feas y... y me pude
esconder... pero... a papá... bueno... y a mamá... y cogieron a
nuestras ratonas y... las hicieron como ellos... y son seis...
y... y no pudo continuar. Las lágrimas brotaron de sus
ojos.
Mulder miró significativamente
a su compañera, la cual abrazaba a la pobre chica. Scully
comprendió lo que aquella mirada significaba ¿Lo ves? Te
lo decía Pero supo aceptar su derrota.
- Scully, ¿por qué no
acompañas a Silvia a su habitación junto con su hermana y sus
amigas?
Scully obedeció porque sabía
que lo que Mulder quería era hablar con ella.
Las cuatro chicas se encontraban sentadas en el suelo con el tablero de la Oca tendido en la moqueta. No podían salir del hotel y no sabían qué hacer para aliviar sus penas, así que se limitaban a jugar a juegos de tablero, o, por lo menos a hacer como que jugaban para que no se preocuparan por ellas. Lord, el enorme perro de Laura y Silvia, descansaba tirado en el suelo, junto a las chicas. Era un animal, pero sabía muy bien lo que había pasado y se le notaba en la cara. Ninguna pronunciaba una sola palabra. Sólo se miraban entre sí.
- ¿Lo ves, Scully? Te lo
decía.
- Sabía que ibas a decirme eso
- Y yo sabía lo que ibas a
contestar dijo Mulder guiñándole un ojo a Scully. Ésta
se quedó igual o más parada que la vez que la llamó
cariño el día anterior.
- Creo que mejor que regresemos
a nuestras habitaciones del hotel y pensemos individualmente un
poco sobre esto, ¿no te parece?
- No, Scully, bajemos al
restaurante y te invito a desayunar. Luego podremos pensar todo
lo que queramos. Vamos a olvidarnos un poco de esos ratones
asesinos, ¿vale?
Scully se moría de ganas por
desayunar y, sobretodo, si la invitaba su compañero, así que,
aceptó.
Habitación 316.
Hotel Melià
Valencia (Massaxufes)
17 de Octubre de 1999.
11:46 PM
Sandra, Mayte, Laura, Silvia
y Lord seguían como antes, sólo que ahora estaban sentadas
alrededor de una mesa con Lord a sus pies. Intentaban jugar a las
cartas. Laura acariciaba a Lord. Todavía le quedaban él, su
hermana y sus amigas. Observó a todas lentamente. Silvia, su
hermana, repartía las cartas a partes iguales, muy lentamente y
con la cabeza baja. Mayte jugaba con su esclava de plata que le
habían regalado sus padres para su cumpleaños y Sandra se
quitaba y se ponía nerviosamente sus anillos en forma de gato y
de unos delfines.
¡¡¡¡¡¡BRRROOOOOMMM!!!!!!
La puerta se vino abajo de
sopetón y seis ratas del tamaño de un gigantesco gorila
entraron en la habitación. Silvia cayó de la silla y se
arrastró detrás de las cortinas llorando y negando con la
cabeza No son ellas, no son ellas Lord se puso muy
nervioso y empezó a ladrar con todas sus fuerzas intentando
ahuyentar a los monstruos. Laura, Mayte y Sandra se limitaron a
chillar fuertemente, levantarse de la silla y arrinconarse en la
pared mientras los roedores se acercaban lentamente, cada uno
hacia su dueña. El problema de Laura era que, cuatro ratonas
repugnantemente enormes se abalanzaban sobre ella. Silvia,
escondida detrás de las cortinas se había vuelto casi loca.
Lord ya se había subido a la mesa para intentar darles más
miedo a las ratas, aunque éstas pasaran de él. Ellas estaban
interesadas en sus respectivas amas.
De pronto se encontraron las
tres pegadas por completo a la pared con su roedor justo delante
de ellas. Las ratas las miraban fijamente y ellas miraban
fijamente a las ratas. Podían oler su asqueroso aliento, incluso
lo notaban rozando su cara.
Sandra hizo algo que llamó la
atención de todos los presentes. Levantó una mano hacia la cara
de su Ñasky. Lentamente. Ñasky la miraba con curiosidad.
Lentamente alzó su mano y, lentamente acarició la repugnante
barbilla de su hámster. A Ñasky no parecía importarle, incluso
cerró los enormes ojos rojos porque le gustaba. Sandra siguió
acariciándole las orejas, la cabeza, los mofletes, y poco a
poco, el feroz aspecto del ratón fue desapareciendo.
Mayte y Laura copiaron a su
amiga con el mismo resultado. Poco a poco las seis desmedidas
ratas, fueron recobrando su dulce apariencia y, poco a poco
fueron encogiendo hasta convertirse en simples ratoncitos otra
vez.
Lord, tumbado en una cama,
observaba todos los movimientos de las chicas y los ratones.
Silvia, encogida detrás de una cortina, se balanceaba hacia
delante y hacia atrás y no podía creer lo que estaba viendo.
- ¡¡¡Sandra!!!
¡¡¡Mayte!!! ¡¡¡Laura!!! ¡¡¡Silvia!!! el agente
Mulder apareció de sopetón en la puerta apuntando su pistola.
Lo único que encontró fue a las cuatro chicas agachadas en el
suelo jugando con sus hámsters y mirándole con cara de A
buenas horas...
- ¿Qué pasa, Mulder?
Scully acababa de aparecer también por la puerta. Había
permanecido escondida detrás de la pared, pero al ver tan parado
a su compañero, decidió intervenir. Para su sorpresa, ella
también descubrió a todas las chicas e incluso al perro jugando
con un montón de encantadores roedores.
- Mmmm... Mulder bajó
su pistola he oído gritos, ¿estáis bien?
preguntó un poco confuso.
Las chicas le explicaron todo y
enseguida lo entendió, pero no volvería a mirar con los mismos
ojos a los ratones a partir de entonces.
Mulder y Scully acababan de salir
del despacho de su jefe, Skinner. Le habían entregado su
informe. Su nuevo Expediente X sin respuesta. Ambos estaban
contentos de haber acabado con aquel horroroso caso.
- Mulder... Scully miró a
Mulder mientras bajaban en el ascensor - ... ¿por qué me
llamaste cariño? preguntó con una mirada un
poco pillina.
Mulder se acercó a su compañera y
dijo en un tono de voz muy bajito:
- ¿Tú qué crees, cariño? y
sonrió.
Un arrebato asaltó a Scully y
empujó a su compañero contra la pared de espejo del ascensor.
Mulder descubrió mientras mantenía los ojos como platos, lo que
se proponía hacer su querida compañera. Scully rodeó con sus
brazos a Mulder y acercó lentamente la cara a la suya.
Justo cuando sus narices ya se
rozaban, la vista de Mulder se desvió al suelo y descubrió un
pequeño ratón gris entre las piernas de su impulsiva
compañera.
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!
gritó, y se subió a los brazos de Scully. Gritando como
una chica, señaló al ratón en el suelo. Scully no sabía muy
bien cómo reaccionar. Estaba aguantando más de setenta kilos
entre sus brazos y ella misma no pesaba más de cincuenta y
cinco.
Justamente entonces, se abrió la
puerta automática del enorme ascensor. Ambos agentes miraron
pasmados al exterior. Allí, justo delante de ellos, se
encontraba Skinner mirándolos desde detrás de los cristales de
sus gafas. Vio el cuadro que sus dos agentes preferidos habían
montado en un solo momento y se echó a reír.
- ... Sandra... Sandra... ¡¡Sandra!! ¡¡Despierta que han empezado los anuncios!! ¡Para
la cinta! la voz de José David volvió a Sandra a la
realidad. Se había quedado dormida viendo su serie de
televisión favorita: Expediente X...
Tenía a su hámster Ñasky
durmiendo sobre sus piernas. Tenía que parar la cinta porque el
intermedio para los anuncios había empezado.
STOP
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
...
REC
FIN
Sandra
Ortuño
AGOSTO 2000