Nombre del Fanfic: Cicatriz en forma de X
Capitulo: tercero
Autor: MadGiver
Dedicado a: Todos los lectores de fanfics y a los amantes de la serie.
Clasificacion: Mission X-Files
Accion
Aventura
Suspenso
Fanfic: 1
El FBI no había llevado el caso de Scully, por lo que la información que pudo pasarle Skinner había sido mínima. Tampoco él, desde su retiro en Mahui, era capaz de tanto como antes. Aunque extraoficialmente seguía siendo un enlace de los federales y era el único contacto de Mulder con la agencia, ya apenas tenía acceso a las bases de datos del cuartel de Virginia. Había echado un vistazo al informe, pero los agentes de azul todavía trabajaban en él y hasta ahora apenas habían plasmado nada por escrito. Lo único que había averiguado sobre la muerte de Dana era que seguía sin esclarecerse y su investigación se encontraba en punto muerto.
“Sólo puedo proporcionarte un nombre, Mulder. El del sargento que investiga el atropello, pero no quiero que te hagas demasiadas ilusiones. Por lo que sé son las aseguradoras las únicas interesadas en saber cómo sucedió, y no creo que la policía de Virginia sepa mucho más sobre ese tema”, le confesó.
A Fox le daba igual. De momento hablaría con el policía al mando, haría algunas preguntas y trataría de darle un empujón al proceso. Si con eso no averiguaba nada, buscaría al conductor de la furgoneta que embistió a Dana.
Desde su teléfono móvil, mientras hablaba con la comisaría, Mulder utilizó unas credenciales falsas. La encargada de comunicaciones le puso con la emisora del coche en el que patrullaba el sargento Mendoza, a cargo del atropello.
- Aquí la patrullera 686, ¿con quién hablo?
- ¿Sargento? –preguntó Mulder.
- Sí, ¿con quién hablo por favor?
- Me llamo Fox Mulder. Colaboro con el FBI en la investigación de la muerte de una antigua agente. La doctora Dana Scully –mintió, aunque sólo parte de lo que había dicho era falso.
- ¿La doctora Scully? –era obvio que el nombre no le decía nada.
- Fue atropellada hace ya varias semanas.
A través del teléfono, y de la estática de la emisora, Mulder oyó un suspiro de cansancio.
- Verá. En este distrito tenemos más de 356 casos abiertos. El 30% son homicidios y hay otro 25% de desapariciones. No creerá que…
- Es importante –dijo Mulder.
- Ya. Ustedes cuidan de su gente y me parece bien. Pero tiene que entender que aquí también mueren policías y que no podemos retrasar otras investigaciones, agente Mulder.
- No soy un agente. Ya no. Sólo colaboro con la investigación –dijo irritado, pensando que si alejaba al FBI de sus preguntas quizás encontrara menos resistencia.
Aún así Fox no pudo evitar ponerse furioso por la poca importancia que aquel hombre daba a la muerte de su compañera. Además, no esperaba encontrar problemas tan rápidamente. Desde luego, aquella no era la primera vez que notaba resistencia por parte de las autoridades locales. A pocos hombres de azul y sheriff locales les gustaba que la oficina federal metiera la nariz en sus asuntos. Habían asumido que ellos eran la ley, y el gobierno sólo el que pagaba sus facturas. Mulder trató de serenarse al contestar al sargento.
- ¿Colaborador, eh? –dijo con duda
Mulder decidió hacerlo por las malas.
- Señor, siento insistir, pero es necesario que me cuente los pormenores. Al parecer los familiares de la fallecida aseguran que la policía no acudió a la escena del crimen todo lo rápido que hubiera sido posible –sabía que se la estaba jugando, pero pensó que era la única manera de captar su atención. Si el sargento se olía una investigación por parte del departamento interno colaboraría.
- Ya veo –dijo el policía por la emisora-. Acabemos con esto cuanto antes. Suelo almorzar en un puesto de Bedfor Street. Estaré allí a la dos y estaré sólo 20 minutos, ¿me entiende?
Aunque obviamente no podía verle, Mulder asintió.
- Allí estaré.
Colgó y planificó su siguiente paso. Acudiría al piso de Dana. Si su fantasma seguía rondando en la zona, quizás allí su presencia fuera más fuerte.
2
El apartamento de Scully era todo lo contrario de lo que había sido el piso de soltero de Mulder. Un salón amplio y bien iluminado donde todo estaba perfectamente ordenado. Habían pasado dos meses, pero al parecer ni Margaret, ni los hermanos de Dana habían acudido a aquella casa. Probablemente el alquiler fuera trimestral. Si era así, y por más cuotas que Scully llevara adelantados, alguien no tardarían en meter sus narices en la vivienda, tarde o temprano. Mulder se alegró de su decisión de haber llegado a tiempo.
El portátil de Dana estaba suspendido. No apagado, sino en reposo. Tenía la pantalla bajada, como las tapas de un libro. Se preguntó cuanto tiempo llevaría así. Acercándose, y sintiéndose un poco culpable por hurgar en sus cosas, abrió la pantalla del portátil y una breve sintonía informática le saludó.
Antes de atisbar nada la computadora le pidió un Password.
Fue una corazonada que sólo duró un segundo. Una ráfaga. Como una bala perdida en medio de un tiroteo que pasa lo suficientemente cerca como para escuchar su silbido de advertencia. Sin pensar en ello Mulder escribió su nombre bajo la petición de la contraseña. El ordenador la aceptó.
El fondo de escritorio era una fotografía antigua. Estaban abrazados. Eran sus primeras
(sus únicas)
Navidades como pareja. Mulder tenía sus ojos posados en los de ella. Scully miraba hacia el objetivo de la cámara. Ambos estaban congelados, como su relación. En punto muerto. Esperando.
Fox consiguió ignorar la imagen y fijarse en los iconos del escritorio, la mayoría informes de casos médicos. Una carpeta, en una esquina, rezaba las tres únicas siglas de su vida anterior. Mulder no necesitó abrirla para saber lo que iba a encontrar en ella. Antiguos informes redactados por una Scully muy distinta que se negaba a creer.
En la barra inferior de la pantalla varios programas abiertos. Entre ellos el correo. Decidió empezar por ahí.
Cuando Mulder pinchó en el sobre la bandeja de entrada se activó y con una breve animación de una carta volando aparecieron varios emails. La mayoría se almacenaban en la carpeta Spam. Otros dos aparecieron en “trabajo” y uno más en “contactos”. Mulder empezó por éste. Era Harriet, al parecer una amiga. La fecha era el día después del atropello: “Dana, ya tenemos fecha para el cumpleaños de Martin. Será este sábado. Si te gustan los gorros de papel, las piñatas y las actuaciones de payasos no profesionales no te lo puedes perder. Cuatro años no se cumplen más que una vez en la vida. Saludos”.
Los mensajes del trabajo no parecían mucho más interesantes. Circulares internas. Irónicamente una de ellas la citaba a su propio funeral. Al parecer el que envío aquel correo no había excluido su nombre de la lista. El resto eran resultados de análisis de hospitales de Washington y California.
Por lo demás Dana tenía las carpetas al día. No había mensajes abiertos. En la papelera, sin embargo, parecía haber algo.
Sin muchas esperanzas Mulder abrió aquella carpeta y con un sudor frío comprobó el nombre que figuraba de remitente en media docena de mails. El último, fechado en el mismo día en que murió Dana. Todos los había enviado un tal ‘Fox’.
3
“Está bien. Hágalo. Yo hablaré con el tipo del hangar, no se preocupe”.
El hombre con el peinado militar cerró la tapa del móvil y cortó la comunicación. Una sonrisa cruel asomó a su rostro de facciones severas. Por fin podía pasar a la acción y acabar con su objetivo. Estaba harto de jugar a los espías. Él no había sido entrenado para eso. Su adiestramiento sólo había conducido a un único objetivo, y el tal ex agente Mulder estaba a punto de comprobar cuál era ese objetivo.
No podía usar armas de fuego. Había vecinos que podrían escuchar los disparos y quería haber puesto muchos kilómetros de por medio para cuando la policía asomara por aquel lugar. De su funda en el empeine sacó un enorme cuchillo que emitió destellos de acero en la oscuridad del pasillo. Con cuidado, sin hacer ruido, aferró el pomo de la puerta y se introdujo en el piso de Dana.
En la penumbra el soldado distinguió la espalda de Mulder concentrado en el ordenador, un segundo antes de alzar el puñal en el aire.
“Lo siento, te acercaste demasiado pensó. Y como siempre en esos casos, supo que todo lo que hacía lo hacía por su país”.
4
Mulder estaba concentrado en el portátil. Ver su propio nombre figurando en el remitente le puso a un tiempo furioso y alarmado. Constantemente tenía la sensación de que algo se le escapaba. Mandó imprimir los correos. Mientras la impresora comenzaba a vomitar hojas, abrió uno de los archivos y durante una fracción de segundo la pantalla del ordenador se quedó en negro. Ese breve instante fue suficiente para que Mulder viera tras de sí la sombra de un asesino.
El cuchillo silbó en el aire.
Mulder giró a tiempo. El filo del arma sólo le rasgó la chaqueta, le abrió una cicatriz en la camisa y se le acercó al brazo lo suficiente como para sentir su frío tacto metálico. El soldado reaccionó como un gato girando en el aire para caer con los pies por delante. Se dobló sobre su espalda y redirigió su arma contra Mulder. Esta vez los reflejos le fallaron al antiguo agente del FBI que vio como el cuchillo le acertaba en el muslo derecho. Trató de retirar la pierna, pero cuando se separaron sus pantalones estaban manchados con su sangre. Fox exhaló un grito sordo y notó la quemazón de la herida abrasándole como una llama dentro de su piel.
El soldado ni siquiera se detuvo a tomar aire. Aquella danza de muerte acababa de empezar y esos sólo eran los primeros pasos. Su rostro tenso no lograba disimular del todo una pequeña sonrisa de satisfacción, como la del perro que juega a traer el palo a su dueño una, dos veces… toda la tarde.
“Tengo que desenfundar” fue lo que cruzó por la mente de Mulder. En su interior ésa era la única voz que se oía, acompañándola sólo del sonido de percusión de sus pulsaciones. Sin saber del todo lo que estaba haciendo lanzó un puñetazo con su mano izquierda. La derecha, mientras, buscaba la culata de su glock.
El militar podía leer en Mulder como en un mapa. Cada gesto era una ruta; cada maniobra un sendero… y él conocía todos los atajos. No retrocedió ante el puño de Mulder. En lugar de eso se lanzó hacia delante como para derribar una puerta.
“Viene a por mí”, se dijo Fox un segundo antes de caer al suelo. Por desgracia tenía una mano echada hacia delante y la otra tanteando por el arma a la espalda. Perdió el equilibrio y no pudo hacer nada por evitar el golpe, salvo brazear con el puño en el aire, buscando cualquier cosa a la que agarrarse. Lo único que consiguió fue alcanzar el ordenador con la izquierda y derribarlo.
La cabeza de Mulder golpeó contra el suelo al mismo tiempo que el ordenador lo hacía unos metros más allá. La vista del ex agente comenzó a nublarse lentamente. Al intentar sacar la pistola de su funda, ésta había caído a medio metro, pero lo peor era que no había retirado a tiempo su brazo de la espalda y éste se aplastó con el peso de su cuerpo. Un crujidio malicioso sonó cuando el hombro se salió de su sitio y sino hubiera estado tan turbado por el impacto en el cráneo, Mulder habría gritado de dolor. El soldado, en cambio, le había caído encima como en una colchoneta y ahora se erguía tranquilo. En sus manos seguía teniendo el cuchillo.
Mulder parpadeó y tragó saliva, dispuesto a decir “buenas noches” por última vez.
El soldado sonrió con una mueca de desprecio. Elevó la mano con el arma y se lanzó a poner fin a todo. De pronto, a sus espaldas, sonó un pitido y una luz blanca iluminó el techo. El militar se volvió un segundo movido por el instinto, pero desobedeciendo todas las reglas marciales aprendidas durante su adiestramiento. Fue sólo un instante. Lo suficiente como para comprobar que aquel pitido y aquella luz la habían causado el portátil destrozado que habían tirado durante su lucha. Cuando volvió la atención a Mulder éste tenía su pistola en la mano izquierda.
La sonrisa del soldado murió en su rostro un instante antes de la detonación. Cuando el agujero de bala dejó de humear en su frente, la mueca era sólo de desprecio.
A los pocos segundos, Mulder perdió el conocimiento y el dolor se fue apagando lentamente, como una linterna que agota las últimas fuerzas de las pilas.
5
Una sirena despertó a Mulder. Su primer pensamiento fue que se había quedado dormido sobre en la bañera. Despacio, y con desagrado, comprobó que la humedad que notaba era su sangre fría y cada vez más seca acumulada en la nuca y la pierna. Echado encima suyo, un cadáver enorme.
“Mierda”, fue todo lo que articuló cuando del pasillo empezaron a llegar los ruidos de gente subiendo las escaleras de dos en dos. Mulder se despejó como pudo consciente de que algún vecino debía de haber llamado a la policía tras escuchar el disparo.
Se puso en pie, mareado como un pato borracho. Tambaleándose. Echó un vistazo al ordenador y no tardó en comprobar que estaba destrozado. Se maldijo por perder otra pista. Entonces recordó que había impreso algunos mails.
Con decepción comprobó que de la impresora sólo colgaba un folio. Una segunda hoja estaba todavía en la boca del armatoste, como si se hubiera quedado a medio imprimir. Tiró del papel que se partió en dos y lo juntó con el que estaba en la bandeja ya impreso. Haciendo una bola con ellos se los guardó en el bolsillo. Todavía tenía su arma en la mano y los pasos del pasillo parecían cada vez más cercanos.
Mulder enfundó la pistola y buscó la salida de incendios. El piso de Dana era un tercero, pero al llegar al bloque de viviendas había visto una escalera de metal que trepaba en zigzag por la fachada. Calculó hacia donde daba la casa de Scully y supuso acertadamente que la salida estaría en la cocina.
Mulder sacaba un pie por la ventana cuando dos agentes de policía entraron en la casa.
Sólo tardaron unos segundos en que lo descansaba en el espacioso salón era un cadáver, pero Mulder supo aprovechar ese tiempo. Apenas había bajado al segundo cuando vio un conteiner de basura a dos metros de las escaleras. No lo pensó dos veces y se dejó caer.
Cuando los agentes de policía miraron por la ventana sólo vieron un callejón vació.
6
Mulder no salió de su escondrijo hasta que no empezó a caer la noche, pensando que la oscuridad era su aliado. El único que tenía entonces. Había pasado seis horas escondido entre la basura, analizando mediante su olfato la variedad de aromas de los desechos urbanos y con tres pensamientos cruzándole por la mente como dardos en el aire. “¿Quién era ese hombre?, ¿por qué alguien se hacía pasar por él en los mails? y ¿a qué hora recogerían la basura?”.
También se maldijo por haber perdido la oportunidad de reunirse con el policía que llevaba la investigación de Scully, aunque pensó que si lo que aquel hombre le había dicho, no tendría porque faltar a su cita. ¿A caso sus palabras no habían sido “Suelo almorzar en un puesto de Bedfor Street”. Pensó que bien podría estar allí también al día siguiente. Más tarde ya lidiaría con la cuestión de que la policía tuviera restos de su sangre y una bala disparada por su pistola en la escena de un crimen.
Tambaleándose abandonó la calle despojándose de los restos de su chaqueta. Estaba hambriento y fatigado. El hombro seguía desencajado y cada paso era como si alguien le amartillara en el músculo herido. Con la prenda había hecho jirones en el conteiner y había creado un pequeño cabestrillo para el brazo. La funda de la chaqueta, le hacía de vendaje improvisado en la cabeza, y una manga cortada le daba vuelta y media en el muslo. Caminando como un zombie por las calles desiertas, Mulder parecía el único superviviente de una pequeña explosión nuclear.
Fox sabía que no podría acudir a un hospital. Lo primero que harían sería pedirle sus datos, y a poca prisa que se hubiera dado la policía, ésta le tendría ya en busca y captura. Su teléfono móvil seguía en su coche, aparcado dos manzanas de aquel lugar. En el maletero tenía un botiquín de primeros auxilios y, de su etapa paranoica (como la había llamado Scully), guardaba también unas zapatillas deportivas, vaqueros, una camiseta de Nueva York, y una visera de la NASA, además de unas gafas de sol y un chubasquero reversible, por si alguna vez le seguían. “Sólo te falta la barba falsa”, bromeaba Dana los primeros meses después de que cerraran los Expedientes X. Antes de comprobar que el plan del ex agente había sido esperar a que le creciera una auténtica.
Mulder fue hasta su viejo Ford. Por el camino sólo se cruzó con un vagabundo que dudó durante un instante en pedirle limosna, pero que cuando comprobó el estado de Mulder pareció cambiar de idea. En la oscuridad, vigilando constantemente a izquierda y derecha como si fuera a cruzar una carretera especialmente peligrosa, Mulder se cambió de ropa. Sólo mantuvo la muda y la funda de su pistola, que ésta vez deslizó en un bolsillo interno del chubasquero.
La luz del maletero le iluminó mientras utilizaba el kit de primeros auxilios. Con gasa y una botella del alcohol desinfectó la pequeña herida de la cabeza. Lo peor era el bulto que había empezado a crecer. Se fijó el precario vendaje con un esparadrapo y lo cubrió con la visera de la NASA. Lo que más le preocupaba era el corte en la pierna. A pesar de que había pasado toda la tarde taponando la herida, no terminaba de cicatrizar. Supo que tendría que coserse la herida antes de vendarla, y lo hizo sentado al volante, con el asiento echado hacia detrás, y una linterna pequeña en la boca. Era casi media noche cuando terminó de hacer todo aquello. Ya sólo quedaba su brazo. Lo había estado retrasando hasta el final porque el dolor que le provocaba su hombro dislocado lo superaba todo.
Fox había visto suficientes películas como para saber cuál era la mejor manera de hacerlo. Sentado al volante, con la nueva ropa y el resto de heridas atendidas, respiró hondo. Después empezó a balancear con cuidado su hombro hasta que en un arrebato lo estrelló, con todas sus fuerzas, contra el volante. Lo último que escuchó antes de desmayarse en el coche fue un leve crujido esperanzador y el claxon de su coche pidiendo auxilio en la noche, como la llamada de un barco fantasma en la niebla.
7
- El agente enviado para asesinar a Mulder ha muerto, ¿verdad? – el hombre de los Morleys escupió aquellas palabras con desprecio, pero con un tono de satisfacción que heló la sangre del burócrata trajeado que tenía en frente.
- Sí –reconoció el hombre. Un enlace del gobierno-. La policía le busca por el crimen. Dejó muchas pistas que le inculpaban, y el hecho de que todo sucediera en el piso de su ex compañera también ha despertado el interés de algunos organismos gubernamentales… digamos… relacionados con la seguridad nacional.
- ¿La seguridad nacional? –preguntó el tipo encendiendo otro cigarrillo, con una cerilla. Mientras daba la primera calada al pitillo sostenía ante su rostro el fósforo ardiente, lo que sirvió para iluminarle los ojos con el reflejo de una pequeña llamarada-. Supongo que eso complicará el trabajo de Mulder.
- ¿Complicar? –dijo el burócrata-. No creo que tenga ninguna posibilidad. No al menos de dar con la puerta exacta.
El joven fumador estuvo apunto de decir algo, pero en el último momento decidió que no era una buena idea. Después se acercó al improvisado escritorio que presidía el centro del hangar y retirando buena parte de los informes que allí descansaban dio con una radio extraña de apariencia futurista. La puso en marcha y dio vueltas a un dial. Por la pantalla que parecía señalar el canal de la emisora sintonizada corrían extraños símbolos de aspecto exótico. El burócrata los vio y pensó que eran símbolos mayas. O quizás kanjis japoneses. Una idea que se reforzó cuando el fumador empezó a hablarle al micrófono en una lengua extraña:
- ¿Con quien está hablando? –preguntó el hombre del gobierno.
Mientras alejaba de sí su cigarrillo, el hombre de negro esbozó una sonrisa maliciosa y mirando al tipo del traje, dijo:
- Conmigo.
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