fanfic_name = Motpakut
author = Soy tu cero
Rating = mission_xfiles
Type = Suspense
fanfic = MOTPAKUT, La Oscuridad
A Dana Scully y Fox Mulder por sus aventuras que fueron para mí gratas experiencias; y a Chris Carter, su padre, quien trazó el camino y marcó el lugar con una gran X.
A D. y D., mis dos amores, la pareja que me da esperanza.
—1—
Devon Valley, Dakota del Sur
6.53 p.m.
Faltaban siete minutos para que acabara el turno, y Nadine se quitó su delantal. Tenía miedo y quería irse. En su estomago y garganta parecía haber algo pesado y helado. Algo que afectaba su respiración y que intentaba escapar en forma de grito.
Nadine sacó de la cuna, al lado de la caja, a Lenny, su pequeño hijo; tomó la bolsa con víveres y comenzó a salir.
—Debo irme —le dijo a su jefe y se despidió.
Su jefe conversaba animadamente con la señora McGonigall, dio un movimiento de cabeza, una sonrisa y la observó con desilusión a través de los ventanales. Continuó conversando sobre la gente desaparecida en los últimos diez meses mirando al muro donde estaban los afiches.
El cielo estaba ennegrecido. La oleada de frío que recibió a Nadine casi la hizo gritar de pavor. Creyó, por un momento, tener a alguien tras su espalda. Una terrible sensación que le acompañó todo el día.
Nadine apoyaba a Lenny en su cadera. Con dificultad logró abrir la puerta de su descolorido Ford y quitarle el seguro a la puerta trasera. Dejó la bolsa con víveres en el asiento del piloto. Abrió la puerta trasera y acomodó a Lenny en su sillita de seguridad. Su hijo de dos años estaba fascinando con el muñequito soldado de la República, el que no estaba preparado a los furiosos dientes de un pequeño niño. En la cabeza, la pintura blanca ya se perdía.
Nadine quedó en una sola pieza al cerrar la puerta trasera. Un perro blanco, sucio y con una oreja rota estaba a centímetros de ella. Entró a su auto sin apartarle la mirada. Algunos de los productos de la bolsa cayeron entre los asientos por el manotazo que ella dio para moverlos. El perro gruñía triste. Nadine sólo quería estar lejos, sentía su corazón desbocado.
Cuando el perro se perdió en el espejo retrovisor ella pudo respirar tranquila. Eso había sido demasiado. Miró a su hijo que continuaba jugando con el muñequito, enfrentándolo a un cangrejo de plástico. Nadine sonrió, la alegría de Lenny era contagiosa. Detuvo el vehículo y lo observó jugar. Comenzó a pensar en su situación. Afuera caía una lluvia.
Hasta cuatro meses atrás era una dueña de casa, madre de un niño y una feliz esposa que se encontró de golpe con que su marido no era quien ella creía. Lo descubrió cuando al llegar a casa una tarde, su marido ya no estaba, ni su ropa, ni el dinero escondido que guardaban para unas vacaciones.
La imagen de su esposo se pervirtió a las dos semanas siguientes, luego de la visita de su madre, de las llamadas a sus suegros, cuyo apoyo incondicional a su hijo le espanto tanto que ella desistió de hablarles luego de tres llamadas. Sintió rabia y con ella destrozó cada recuerdo feliz que tuvo con su esposo. Ex-esposo.
Fue a final de mes, con la serie de cuentas por pagar, que comprendió que no tenía nada y que debía costearse su vida y la de su hijo. Comenzó a buscar trabajo. Fue difícil, la ciudad poco a poco se apagaba luego del cierre de la fábrica. Al tercer día cuando ya empezaba a pensar que era más seguro irse, llegó a Lake's Corner. Allí Matt Lake, de incipiente calvicie y barriga, con un tic en su labio superior que trataba de ocultar con un grueso y feo bigote, le dio un empleo y facilidades para estuviera con Lenny y para que pudiera llevarse comestibles a cuenta del sueldo. Ella se sintió tan feliz que le dio un abrazo.
Un error. Su jefe la vio triste y desamparada, y pensó que él podría consolarla y le tendió una red de trampas que ella no pudo evadir.
Hoy, Matt Lake, cumplía su segundo día de acoso. Desde temprano pasaba su brazo por encima de su hombro para sacar monedas de la caja, deteniéndose un momento y respirando sobre su nuca; y quitándole la respiración a ella. Nadine comenzó con nervios que se acumularon hasta llegar al miedo, por eso decidió irse antes. Era necesario huir.
Ahora mirando a Lenny estaba más segura: Era necesario huir.
Nadine volvió a poner en marcha el auto. A través del parabrisas, que le quedaban vestigios de la breve lluvia, vio en el horizonte el cielo que comenzaba a abrirse y que dejaba entrar rayos de sol iluminando las casas de Evlyn's Hill. Este era un suburbio creado y financiado por el viejo y ya muerto Hansel Denmark para sus empleados, fue bautizado con el nombre de su madre.
Nadine miraba aquella postal interprentándola como una señal: Lo gris quedaba atrás y se dirigía a la luz, a la esperanza.
No había manera que supiera lo equivocada que estaba. Terriblemente equivocada.
Detuvo el auto al lado del gran árbol frente a su casa. Sostuvo con energía el volante en sus manos y respiró profundo, luego le sonrió a Lenny y le tomó su cabello cobrizo.
—Mamá no tarda. Te traeré comida.
—¡Tamben quere! —le respondió Lenny mostrándole el soldadito.
—Si a él también le traeré. En cuatro minutos estaré devuelta.
Recogió los artículos desparramados en el suelo. Le llamó la atención una cajita blanca sin logotipos que ella asoció a un producto de Hansel Foods. Cinco años casada con un empleado de aquella fábrica le permitían reconocerla al instante.
Cruzó el jardín de su casa con la bolsa y la cajita sujetas en una mano pensando en la cara que pondría Matt al otro día cuando ella no llegara. Ya lo tenía pensado: Se iría a la casa de una tía en Clarence. En la mañana llenaría el estanque de su auto y al mediodía saldría con sus cosas y las de Lenny por la I-76 hacia Clarence. Con el dinero ahorrado podría sobrevivir un mes mientras buscaba un empleo allí. Lo podría haber hecho antes pero no quería indicarle a su ex-marido que se sentía derrotada.
Antes de entrar completamente a su casa le dio una mirada a Lenny, sin saber que sería la última vez que lo vería.
—En cuatro minutos, Lenny.
Fue a la cocina, dejó la bolsa en la mesa. Sostuvo la cajita intrigada y la dejó en la mesa. Sacó de la bolsa un yogur y un tarro de berries, y de la despensa un bol. Puso en el abridor eléctrico el tarro y volvió a la cajita. ¿Acaso Matt le dejó aquello? ¿Qué pretendía... dar regalos?
Abrió la cajita. La lengüeta estaba torcida y tenía una pequeña mancha de suciedad. Recordó al perro que le gruñía triste, hasta le pareció volver a oírlo. Encontró un frasquito, con unas marcas al costado. Tenía un tapón de greda.
—¡¿Que diablos significa esto?! —dijo intrigada.
Lo destapó. Le pareció que algo se movió a su lado, en la sala de estar. Fue armada con un tenedor, era lo que tenía más a mano.
Llegó a la puerta de la calle y no había nadie, pero estaba inquieta. Miró hacia el auto y el sol a esa hora ya empezaba a dar en el vidrio de la puerta trasera y no pudo ver a Lenny. "Mejor voy por ti, hijo", pensó. Escuchó el repiqueteo del tarro en el abridor. Volvió a la cocina con la intención de apagarlo.
Quedó petrificada al cruzar el umbral de la cocina. Un escalofrío subió por su espalda y se quedó en su nuca. En el piso estaba el frasquito. Roto. Escuchó susurros, eran millones de voces. Luego le pareció que gritaban, que gritaban de dolor. Las voces estaban por sobre su cabeza. Miró hacia arriba y se encontró con un de los rostros milenarios y olvidados de la muerte.
Arriba un pozo de negrura se movía del centro hacia la orilla del techo, como si fuera una gran serpiente, provocando a cada roce aquellos susurros que dejaban escapar los millones de voces. Y el pozo comenzó a bajar y envolverla. Nadine sintió cuando su carne fue desgarrada de los huesos, sintió cada célula de su cuerpo explotar de dolor. Su mente era consciente de la agonía y se bloqueó con el torrente de dolor a los tres segundos, a los cuatro no quedó nada de Nadine.
Afuera en el auto su hijo también estaba petrificado. Sentía que había una sombra helada y malvada al lado del gran árbol y unos susurros le decían que no mirara, que todo se pasaría luego.
En el interior de la casa de enfrente de la Nadine, había una mujer de pelo oscuro y rasgos latinos. Uno de sus ojos era celeste claro y el otro café oscuro. Mientras planchaba una camisa, que ya empezaba a humear, hablaba entre dientes a alguien que no estaba allí con ella.
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