fanfic_name = Motpakut
chapter = 5
author = Soy tu Cero
Rating = mission_xfiles
Type = Suspense
fanfic = —5—
Hospital Silver Fir
Finnigan Edge, Dakota del Sur
6.05 p.m.
Sus pensamientos la adelantaban negativamente a lo que pasaría. Scully estaba preocupada. No sólo por haber estado inubicable en los momentos más importantes de la investigación, sino que no sabía como actuar para no afectar a Mulder. Era lo que más la atribulaba, aunque tal vez no debía preocuparse por una corazonada. Porque era eso todavía, faltaba una prueba más palpable para relacionar a Margarita Ramos con los secuestros. Pero volvía a dudar. Lo hacía mirando la cara del presidente Washington en la foto del Monte Rushmore que adornaba solitaria una pared de la poco acogedora oficina del hospital.
Había comenzado con sus dudas desde que dejó Devon Valley y se dirigía a toda velocidad a reunirse con el equipo. Al llegar a Finnigan Edge volvieron a llamar a su teléfono, avisándole que el A.D. Bowman la requería en el hospital. Allí la enviaron a esta oficina perteneciente al doctor Adams, según lo que rezaba en la puerta y que debía ser un otorrino, de acuerdo a la cerámica en la mesa que representaba un oído medio. La oficina parecía poco usada y era más un gran archivero por el centenar de carpetas que estaban amontonadas en una esquina y en una mesa. Estas últimas tapaban la otra fotografía que había allí, la del Parque de Yellowstone. Hasta el sillón que ella ocupaba era incómodo.
Scully escuchó unos pasos rápidos acercarse por el pasillo que asoció inmediata y correctamente a Bowman. Este abrió la puerta y quedó contemplándola, sujetando el picaporte con una mano y con la otra el borde de la puerta.
—¿Usted estaba aquí? —dijo sonriéndole —¿Se enteró?
Bowman era alto, atlético, de cabellos cortos y que siempre estaba con el ceño fruncido. Algunos agentes señalaban que con un puro en la boca era igualito a J.J. Jameson. Ahora por el estado de la investigación se veía jovial con su sonrisa y de la manera como golpeteaba los dedos en el borde de la puerta. Sin olvidar a Mulder, Scully se sintió un poco más aliviada.
—Que encontraron a los secuestradores. Muertos.
—¿Nada más?
—Supongo que los trajeron aquí para una necropsia.
—No. En realidad estamos aquí por los dos agentes que entraron a la furgoneta y los encontraron. Verá, lo del chapoteo del agua mencionado por Rusk, nos hizo reducir el radio de inspección permitiéndonos encontrar la furgoneta de los secuestradores en una fábrica clausurada a las orillas del río Moreau. Los agentes están siendo examinados para comprobar que no están contaminados por alguna toxina.
—¿Toxina?
—Sí, se encontró a los cadáveres sin mostrar descomposición. Sobre una caja en el centro de ellos había unos sándwichs y unos pedazos de pizza descompuestos, incluso uno mordisqueado en la mano de uno de ellos. Eso hace suponer a los agentes que llevan sobre los diez días muertos. Además, los agentes, dicen que ellos tienen heridas en los ojos —y viendo que Scully deseaba hacerle más consultas, él se adelantó diciendo—. Y no me pregunté más que hasta ahí sé lo mismo que usted. Ya veremos que nos dicen los otros resultados. Venga acompáñeme, le servirá para estirar las piernas y descansar su cuerpo de ese molesto sillón.
Scully se puso en pie y lo siguió. En el pasillo vio a un Agente joven, cerca del ascensor y pensó en pedirle un favor.
—Una confidencia —dijo sonriendo Bowman—, creo que también hubiese ayudado su antiguo compañero, Fox Mulder.
Scully sorprendida no supo como interpretar aquello. No sabía que los agentes que entraron a la furgoneta (y que la conocían a ella) dijeron precisamente eso al ver los cuerpos. Y cuando ella los viera también diría lo mismo.
Hospital Denmark
Devon Valley
8.40 p.m.
—Su padre era un caballero, un hombre de honor. A pesar de que sabía que servía a personajes oscuros, que no eran tan evidentes como los que existieron en el período negro del FBI allá en sus inicios por 1918 o incluso en el período de Hoover desde1930; su padre trataba de hacer la diferencia —decía Pritchard llenando un vaso de whisky. Mulder sentado en el sillón miraba los objetos en la oficina. En una pared un pez, en otra la fotografía de un pescador en medio del agua que reflejaba el sol en centenares de estelas luminosas, sobre la mesa una concha marina. La mirada de Mulder saltaba de un punto a otro mientras escuchaba—. Nuestros caminos se cruzaron en varias oportunidades, hasta que compartimos unas copas luego de una noche que llovía perros. Así me dio a conocer que tenía un hijo, al que ya lo estaba cargando con un gran peso, que involucraba un futuro muy complicado, por lo que entendí debido a lo poco que quiso referirse a ello. Siempre me pregunté si su hijo habría podido resistir aquella carga. Me alegré al saber que sí. Hace años que sigo su carrera, sé lo difícil que ha sido. Me han informado algunos contactos que guardo en el Buró. Y debo decirle, que lamenté mucho la muerte de su padre.
Le entregó a Mulder la copa whisky que sujetaba con sus manos manchadas. Eran unas manos delgadas de dedos largos, el mismo era alto y delgado, con unos cabellos blancos bien peinados. Carecía del acento que Mulder ya se había acostumbrado a oír, quizá era un gran orador y por eso su voz ronca, que apenas vibraba. Su voz, su cuerpo erguido lo mostraban como un hombre poderoso.
—¿Puede dormir bien a pesar de la carga que lleva, de lo que ha visto?.
Mirando el vaso, aunque ya sabía que el licor no daba buenas respuestas, Mulder se preguntó como responder aquello. Durante está semana su animo alicaído había dejado una pequeña brecha por la que se colaban como pesadillas las densas experiencias de su trabajo.
—Veo que no —intervino Pritchard—. Yo para dormir me relajo y en ocasiones uso ésto —dijo tomando la concha en la mesa—. El sonido del mar me relaja. ¿Usted...?
Se detuvo al escuchar que golpeaban suavemente la puerta. Fue a ver. Era una secretaria.
Mulder, buscando confianza, palpó la bolsa de semillas de girasol que tenía en el bolsillo del pantalón. Aquella compra no fue lo único que hizo durante la tarde mientras esperaba la hora de la entrevista. Al palparlas vino el recuerdo de su padre que le enseñó a comerlas, en una tarde que no recuerda cuando pero que la siente venir como una imagen de paz, muy iluminada con olores que traen la nostalgia de algo que se perdió. Una imagen breve que viene la mayoría de las veces que tiene entre los dientes dichas semillas.
La secretaria mostraba documentos a Hugh Pritchard para que revisara y firmara. Mulder notaba en ella una cierta reverencia y recordó la razón por la que la señora Jerzyck lo consideraba peligroso: En varias ocasiones siendo un joven médico, Pritchard, realizó operaciones adelantándose a la autorización de la directiva médica. En una de ellas uno de sus pacientes, un niño de doce años falleció en el quirófano. Aunque de todas formas hubiese ocurrido si él no lo operaba. Lo que averiguó Mulder y que la señora Jerzyck obviaba era que existía un escaso porcentaje de éxito, detalle que tomó en cuenta Hansel Denmark para llevarlo a su hospital y ofrecerle la directiva. Denmark quería médicos comprometidos en el bienestar de los suyos. Mulder averiguó que el Hospital Denmark era bien reconocido y respetado en el estado, y mucho se debía al espíritu que le impregnó Hugh Pritchard. En el pueblo algunos habitantes recordaban sólo su carácter impetuoso, como la señora Jerzyck.
Morgue del Hospital Silver Fir
8.58 p.m.
Scully ingresó al resplandeciente cuarto donde se dejaron los cuerpos de los cuatro secuestradores. Un tubo fluorescente no se decidía a encender. Ella llevaba una bata médica, una mascarilla y unos gruesos guantes. Media hora atrás volvía a dejar en la caja el traje anticontaminación que no alcanzó a usar. Había llegado el resultado de los agentes y de la muestra de los cuerpos en los que se señalaba la ausencia de virus o toxina. Lo que transformaba el estado de los cadáveres en un misterio.
Le llamó la atención el aroma a flores de la sala, ella estaba acostumbrada a los olores de los líquidos de limpieza, al leve olor a sangre semejante a cobre de la mayoría de estos lugares. Fue a la pared donde estaban los interruptores y buscó el que apagaba el tubo defectuoso, también se apagó el que estaba paralelo y en buen estado dejando una pared en penumbras.
Fue a uno de los cadáveres y descorrió la sabana que lo cubría. ¿Diez días muertos? No lo demostraba, ni siquiera tres. Tocó el pecho, el estómago y finalmente tomó un brazo. El cuerpo no tenía rigidez. Por esto y por el tono de su piel se mostraba fresco como si estuviera vivo o sólo tuviese minutos de morir. Fue a la cabeza y al ver las heridas en los ojos decidió acercar una lámpara para observarla mejor. La que acercó incluía una gran lupa en su centro. Volvió a mirarla y sintió que alguien estaba en la sala.
Nadie. Era el juego de sombras, era la suya la que se movía al compás de ella en la pared en penumbras. Le quitó atención y volvió a las heridas en los ojos. Fue a ver los otros cuerpos y en todos era igual. Los ojos parecían heridos por el resultado de una explosión que dejó marcas pequeñas en cada unos de ellos semejantes a una cruz. Los restos de la masa ocular quedaron alrededor de ésta como si se hubiese golpeado un medallón de cera de vela con un fierro ardiente. Los párpados mostraban lo contrario, indicaban que fueron rotos desde el interior por una explosión. Con la ayuda de la lupa pudo ver que había pequeños rastros en la herida de los párpados productos del proceso de coagulación, lo que indicaba que estaban vivos cuando ocurrió. "Debió ser doloroso aunque tal vez los secuestradores estaban inconscientes", se dijo mirando el rostro que estaba tranquilo.
Scully miró la cruz y la forma alargada le hizo transportarse a la capilla del colegio de su infancia, con la cruz gigante y el Cristo agónico. Esto le hizo darse cuenta de otro detalle de los cuerpos: el olor. El aroma a flores no era de la sala, lo desprendían los cuerpos. Scully no podía asegurar si también desprendían el olor a cirios de las capillas. Nuevamente le pareció que no estaba sola en la sala, sin embargo sabía que se trataba de ella misma, de su inconsciente que hacía preguntas y buscaba hipótesis igual como lo haría Mulder. Ahí comprendió el comentario de Bowman acerca de su compañero.
Una de las preguntas que se formuló fue cómo lo habría hecho Margarita.
En esos momentos en la cocina del departamento 5 de Freemont 701, Margarita decía en voz alta:
—Debo arriesgarme para completar la misión.
Se lo dijo así misma y a la profunda voz que había preguntado dentro de ella "¿Qué piensas hacer?". Era una voz que estaba acostumbrada a oír y que adoraba aun cuando en ocasiones dolieran sus huesos por la vibración de aquella voz.
También se lo dijo a la caja blanca que contenía un frasco de greda y que estaba en el centro de la pequeña mesa de su cocina.
Hospital Denmark
9.16 p.m.
Mulder, ciertamente aburrido, había dado pequeños sorbos a su vaso de whisky, contemplado la pequeña ciudad con sus faroles encendidos que se veía por la ventana y observado en detalle la oficina de Pritchard y a su secretaria. Podía apreciar que era joven, tal vez cercana a los treinta años; su traje institucional permitía adivinar una figura contorneada, de pechos planos; sus ojos y su sonrisa le daban un buen atractivo. No tenía anillos de compromiso y Mulder se preguntó se sería amante de algún médico casado del mismo hospital.
Pritchard finalmente terminó de ver los papeles y la secretaria se retiró dándo una breve sonrisa coqueta a Mulder.
Pritchard se sentó en su silla, se quitó los lentes y frotó sus ojos.
—Ejem... Lamento la interrupción. Me voy unos días y cuando regreso tengo un montón de papeles que revisar y firmar —comentó volviéndose a colocar los lentes—. Pero bueno... a lo que vinimos...
Pritchard se sirvió un vaso de agua soda aclarándose la garganta y cambió de postura. Mulder se acomodó en la silla, sin demostrarlo le divertía el teatro previo de su interlocutor.
—¿A oído hablar de Motpakut? —preguntó Pritchard.
—Hace unos años leí algo —Pritchard lo miraba con una leve sonrisa—... Y claro, usted incluyó en el sobre un artículo de Scients Now títulado "Motpakut, La Oscuridad". Hice algunas averiguaciones y descubrí que usted financió parte de aquellas investigaciones. En resumen: Motpakut sería una especie de divinidad arqueolítica que se repite en culturas distintas y con distintos nombres. El nombre Motpakut coincide en sonido al nombre que se le da en el interior de África y al que se le conoce en algunas tribus aquí en América.
Pritchard mostraba una gran sonrisa.
—Excelente. Además mis investigadores creen que sería una de las causas del miedo innato a la oscuridad. Pero... lo que quiero rescatar es una historia africana que cuenta la existencia de un portador y de vasijas para llevar partes de la criatura a las tribus rivales. Una especie de caballo de troya —Mulder lo observaba pidiendo una explicación—. Verá, puedo asegurar que Motpakut no es una divinidad inexistente, es una criatura, un monstruo. Yo no la he visto, pero sí la destrucción que causa.
—El accidente subterráneo en Hansel Foods y las desapariciones —dijo Mulder casi como pregunta.
—En realidad, una vez que conocí el resultado de la investigación arqueológica pude asociar las desapariciones con la Terrible Criatura, antes sólo conocía lo ocurrido en el accidente del '94 y la muerte de Denmark. Fue allí cuando descubrí que estaba en presencia de una criatura como las que conocía su padre.
Margarita estaba en la diminuta sala de estar murmurando una ininteligible letanía. Junto a ella había tres figuras borrosas que sólo ella era capaz de reconocer. Estas daban un brillo visible desde la calle.
Afuera el vagabundo manco que vio Mulder movía unos cartones al lado de una pared, para tener un lugar cómodo. A él le llamaban simplemente Stanley; hace años que no usaba su nombre completo y estaba tan olvidado como su antigua suntuosa vida. A Stanley no le importaba.
Stanley con un cartón en la mano sintió un hormigueo punzante en su muñón. Algo andaba mal. Miró a su alrededor. A unas cuadras vio a Katy, otra vagabunda, que de seguro venía a pelear con él. Venía con Nieve, el perro blanco. Stanley supo que no era eso el origen de su temor y siguió buscando hasta que vio el brillo en el cuarto de Margarita. Vio salir de allí cuatro nubes de luz.
9.27 p.m.
—Entonces... usted me trata de decir que aquí existe un portador de Motpakut —dijo Mulder.
—Sí.
—Supongo que sabe el nombre...
—Sí. Se llama Ronald Keaton.
—Se refiere al arqueólogo que estaba en el accidente subterráneo. El único sobreviviente.
—Claro, siempre creí que el cambio en su vida fue por el shock de su mutilación y por presenciar las muertes de acompañantes ese día, pero me equivoqué.
—¿Qué le pasó?
—Se volvió un vagabundo. Su identidad se redujo a su apodo: Stanley.
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