fanfic_name = "Retraso"

chapter = Capítulo 10x14 del proyecto "Décima Temporada Virtual"

author = Skorpio

Rating = mission_xfiles

Type = Suspense

crossover_with = n/a

fanfic =

AUTOR: SKORPIO
RESUMEN: Mulder y Reyes se ensañan en una búsqueda frenética cuando el avión en el que viaja Doggett se extravía en medio de un extraño fenómeno atmosférico.
TIPO: Investigación de un xf (sa).
AGRADECIMIENTOS: A Edgar Peña “Ed”, por todas sus recomendaciones y a la Chris Carter de la décima virtual, Judy Mulder, quien colaboró con la escena final (no, no me estoy volviendo al lado oscuro, la escena shipper le pertenece a ella, je je).
FEEDBACK: skorpio_2002ARROBAhotmail.com

 

Topología.
Rama de las matemáticas que se ocupa
del estudio de las propiedades de las figuras geométricas
en el espacio que no varían cuando este se dobla, se retuerce o se estira de alguna manera.

 

Teoría de supercuerdas.
Teoría física que considera los componentes fundamentales de la materia no como puntos matemáticos, sino como entidades unidimensionales llamadas ‘cuerdas’, y que incorpora la teoría matemática de supersimetría. Esta última teoría es una evolución de la teoría de la gran unificación que sugiere que todos los tipos de partícula conocidos deben tener una ‘compañera supersimétrica’ todavía no descubierta.
Los físicos matemáticos están muy interesados por las implicaciones de la teoría de cuerdas, ya que además de explicar el comportamiento conocido de partículas como electrones y protones, proporciona automáticamente una descripción de la gravitación a partir del comportamiento de cuerdas vibrantes en forma de bucle.

 

*

La desaparición del Vuelo 19 –cinco bombarderos de la Marina estadounidense que se desvanecieron cuando sobrevolaban el Triángulo de las Bermudas en 1945- es el elemento principal del mito del Triángulo de las Bermudas. Los cinco bombarderos tipo Grumman TBM Avenger despegaron de la pista de la base aeronaval de Fort Lauderdale, Florida, a las 2 de la tarde del 5 de Diciembre de 1945. Las aeronaves volaban en una misión rutinaria de entrenamiento y tanto los pilotos como los tripulantes eran aviadores muy experimentados.
A las 3.45 de la tarde, el jefe de vuelo, el teniente Charles C. Taylor, envió un mensaje a la torre de control:
- Llamando a torre. Esto es una emergencia. Parece que nos hemos perdido. No podemos ver tierra… Repito, no podemos ver tierra.
- ¿Cuál es su posición? –contestó la torre.
- Creo que nos hemos perdido. No sabemos con seguridad donde estamos.
- Siga rumbo hacia el oeste…
- No sabemos dónde estamos –contestó el teniente. –Todo funciona mal, no tenemos idea de dónde estamos. No estamos seguros de dirección alguna. Incluso el océano tiene un aspecto anormal.
Eran las 4.30.
Al mismo tiempo que se recibía el último mensaje del Vuelo 19, un gran avión Martin Mariner, que había sido despachado en una misión de rescate, se aproximaba a la última posición estimada de los bombarderos. Envió un último mensaje y luego se desvaneció como los bombarderos. ¡Seis aviones militares se habían desvanecido en el espacio en unas pocas horas de vuelo!
Después se realizó una de los mayores rastreos por mar y aire de la historia, pero si los aviones se habían precipitado en el mar no se encontró resto alguno. No hubo sobrevivientes. Los investigadores estaban completamente atónitos. Al terminar la larga indagación, un oficial de la marina comentó que el Vuelo 19 y el hidroavión “se habían desvanecido completamente, como si hubieran volado a Marte”.

*



 

“CUATROSSCIENTES DIESSCISIETE”

 

AEROPUERTO INTERNACIONAL DULLES,
WASHINGTON, D.C., 1.10 PM

El sol lucía inexplicablemente más brillante que nunca aquella tarde. De eso estaba completamente seguro John Doggett cuando observó hacia el cielo desnudo de nubes con la frente perlada de sudor. Empujó la pesada puerta de cristal con la mano izquierda al tiempo que con la mano derecha se acomodaba la mochila al hombro. El bolso negro, de mediano tamaño en el que contenía tan sólo algunas pertenencias se le deslizaba con facilidad y se había vuelto molesto cargarlo. Él lo dejó caer al suelo y se detuvo un instante en el que inspiró profundamente. Observó con los brazos en jarra la multitud de viajeros del aeropuerto moviéndose desordenadamente, yendo y viniendo a uno y otro lado, una muchedumbre, cuando una duda le asaltó de repente: ¿cómo había sido convencido para trabajar en su domingo de descanso, empacar a las carreras unas cuantas mudas y salir bajo aquel sol canicular? No pensó demasiado, la respuesta tenía nombre propio: Fox Mulder.
Cuando recogió el bolso del suelo y escuchó el timbre de su celular, no tuvo que adivinar: era él.
- Doggett, ¿dónde está? –preguntó la voz familiar.
- Estoy en Washington. Gracias por dejarme atrás –dijo Doggett. Y luego añadió jocosamente: –No sé si sentirme afortunado o desafortunado por tener que viajar solo a Montana.
- ¿Está en el aeropuerto?
- Sí…
El agente caminó hacia la ventanilla de recepción de tiquetes.
- Siento partir sin usted –decía Mulder con voz lastimera. Luego añadió: -Y siento haberlo llamado tan temprano, sé que descansa los domingos… Pero tuve que volar esta mañana en cuanto pude.
- Leí la nota que me dejó en su oficina.
- ¿Lo hizo?
- Sí. ¿De qué se trata esta vez? ¿Va a informarme?
Observó la ventanilla: se había ya formado una pequeña fila de cinco personas. Él se hizo detrás de una anciana que le sonrió; más adelante había un hombre con rostro de ejecutivo y un maletín negro; justo delante de él, una pareja de recién casados o de enamorados que se hacían cuchicheos. En ese momento se iba retirando otro pasajero de la ventanilla.
- ¿Skinner no le informó? –dijo Mulder.
- No, no lo hizo.
Mulder resopló.
- La policía de Montana quiere que atrapemos un fugitivo llamado…–vaciló un momento. –An…dré Jus… Suj… Sju… André Sjmuynovic. ¡Vaya! Espero haberlo pronunciado bien.
- ¿Quién es?
- Lo culpan por complicidad en la desaparición de un magnate japonés de apellido Suzuka que vacacionaba en su yate privado; se extravió hace una semana. La policía atrapó a Sjmuynovic un día antes de que el magnate desapareciera cuando lo sorprendieron en su apartamento con datos robados de un satélite climatológico. El buen profesor Sjmuynovic predijo que Suzuka desaparecería. La policía no se lo creyó y lo consideró sospechoso del cargo al día siguiente, pero se les escapó apenas hace un par de días, antes de que pudiera rendir indagatoria. La familia del magnate perdido puso presión a las autoridades para que encontraran a Sjmuynovic, y por esa razón pidieron ayuda al FBI.
La fila avanzó de nuevo; el de rostro ejecutivo agarraba su portafolio y se retiraba tiquete en mano. Se volvió hacia Doggett sobre el cual lanzó una mirada difícil de ignorar. John lo observó: traje y corbata, cabello liso y corto, engominado y peinado hacia atrás. No obstante, John estuvo más pendiente de las palabras de su compañero a través del móvil, que le hacían pegar un salto.
- Un momento, un momento, ¿cómo que predijo que se extraviaría? ¿Y dónde se extravió?
- ¿Se refiere a Suzuka? Hmmm… Ummm… Este…
- ¿Mulder? Mulder, ¿qué es lo que está dudando en decirme?
Su compañero contuvo el aliento al otro lado de la línea. Ahora era el turno de la anciana sonriente.
- Se extravió frente a las costas de las islas Bimini… Justo en uno de los vértices del Triángulo de las Bermudas –dijo él sombríamente.
- Dios… –murmuró Doggett en voz baja y por alguna razón se sintió terriblemente desdichado. –¿Por qué sospechaba que respondería algo como eso?
- ¿Cuánto tomará el vuelo? –preguntó Mulder justo antes de que Doggett emitiera alguna queja.
El agente consultó su reloj.
- Tres horas y media, máximo.
- Su vuelo es el 417, ¿verdad? Lo esperaré en el aeropuerto –dijo Mulder, y colgó.
La abuela ya se retiraba. Doggett se disponía a guardar su móvil y tomar su turno cuando de repente se apareció de la nada un hombre que corrió hasta el cubículo de despacho de tiquetes y le arrebató el turno. Doggett meneó la cabeza un instante y se limitó a sonreír. El extraño no se volvió y la empleada que expendía los tiquetes no se percató del hecho. El hombre, de contextura atlética y cabello largo recogido hacia atrás, se marchó luego de un minuto con su tiquete hacia la entrada al puerto de abordaje. Durante ese minuto el agente se sintió tentado a hacer un pequeño reclamo, pero desistió casi al instante. En ningún momento pudo ver su rostro.
Avanzó…

*

Media hora después un extraño personaje ingresó al edificio del aeropuerto. Se trataba de un hombre de greñas largas, barba esponjosa, evidentemente de varias semanas; el aspecto de aquel hombre era desagradable y atraía las miradas de aversión de los viajeros que iban y venían.
Su ropa estaba sucia y hecha jirones. Por un momento, podría confundírsele por un ermitaño que hubiera huido de una cueva y se hubiera perdido en la vasta ciudad. La frente le sudaba como si hubiera estado corriendo y sus facciones parecían impregnadas de un miedo invisible. Con sus ojos muy abiertos, la mirada le saltaba a uno y otro lugar como si tratara de descifrar la forma de un imaginario objeto lejano de movimientos erráticos o como si quisiera interpretar alguno de aquellos rostros que le observaban de manera tan adversa. De imprevisto, aquel hombre extraño corrió casi despavorido hasta una de las ventanas de venta de tiquetes. La encargada lanzó un grito cuando vio aquella figura espectral arrojársele. El cubículo, sin embargo, estaba protegido por un vidrio de seguridad.
- ¡El vuelo cuatrosscientes diessscisiete! –gritó el viejo ininteligible.
Uno de los guardias de seguridad observó aquel tipo de aspecto harapiento y se percató de la situación. Se acercó a él con la mano sobre la funda del revólver de dotación. La encargada meneaba la cabeza mientras el extraño no paraba de gritar una y otra vez lo mismo; con sus puños aporreaba el vidrio de seguridad, según pudo observar el guardia cuando se acercaba.
- ¡El vuelo cuatrosscientes diessscisiete, el vuelo cuatrosscientes diessscisiete! –vociferaba una y otra vez.
- ¿Qué…? ¿Qué dice? ¡Acaba de partir!
- ¡¿Cuándo?!
- Justo ahora –la mujer señaló la entrada al túnel de ingreso. –Acabó de partir ahora.
El guardia, detrás del anciano, el cual no había advertido su presencia, vio correr al viejo hacia la entrada de abordaje. De inmediato, desenfundó su revólver y gritó:
- ¡Usted, alto!
En ese instante todo el cuadro pareció congelarse. Las personas que presenciaban la escena se detuvieron de repente y dejaron caer sus maletas al suelo o se lanzaron al piso y dejaron escapar un alarido de pánico.
El viejo continuó corriendo.
- ¡Quieto o disparo!
El anciano de greñas esta vez se detuvo enseguida.
- ¡Levante las manos! –ordenó el guardia mientras se acercaba. El viejo obedeció. –¡Dése vuelta! Lentamente… Muy lentamente.
El anciano obedeció de nuevo. El policía de seguridad no dejó de apuntarle directamente al pecho.
- Pod favog, debe escuchagme… –murmuró el abuelo con rostro suplicante.
- ¡Contra el suelo, bocabajo! –ordenó el guardia. –¡Voy a esposarlo! –anunció.
- ¡El vuelo cuatrosscientes diessscisiete …!
- ¡Al suelo! ¡No lo diré otra vez!
Otro par de guardias de seguridad ya se acercaban por el pasillo desenfundando sus revólveres de dotación. El anciano se acostó bocabajo en el suelo muy lentamente.
- ¡Manos a la espalda! –ladró el guardia, esposas en mano.
- Debe escuchagme… –suplicaba el viejo, rostro contra el piso frío. –Se tgata del vuelo cuatrosscientes diessscisiete…
- ¡Haga silencio!
- ¡Debe evitag que despegue!
- ¿Qué dijo?
El anciano levantó el rostro y explicó:
- El vuelo cuatrosscientes diessscisiete se desvanecegá. ¡Debe permitigme que lo detenga!
- ¿Qué?

 


“THE TRUTH IS OUT THERE”

 

“¿CÓMO QUE DESAPARECIÓ DEL RADAR?”

MISSOULA COUNTY AIRPORT,
MISSOULA, MONTANA
4.17PM

Mulder se encontraba sentado en la primera de una hilera de butacas en el pasillo de espera del no muy amplio aeropuerto de Missoula. Aunque tal vez no diera esa impresión externamente, la verdad era que se hallaba sumido en un estado total de aburrimiento; horas antes había caminado por el aeropuerto dando vueltas, bebido un par de sodas, jugado todos los juegos de entretenimiento integrados en la memoria de su teléfono celular… Finalmente se dejó caer en una de las butacas y ahora se estiraba cuan largo era con un bostezo perezoso.
Pensó en Doggett.
Había querido llamar a Scully, pero recordó que había ido a visitar a su hermano Charles y a su sobrino. Era domingo y no quiso ser impertinente. La agente Reyes se había quedado en su casa en Washington completando por encargo de Skinner un reporte de investigación reciente, así que el único “elemento” disponible era el agente Doggett. Era el primer caso que investigarían únicamente ellos dos juntos, por lo menos formalmente como agente del FBI. Se preguntó si algo resultaría diferente.
El barullo de los motores de los aviones que despegaban desde las pistas se escuchaba tenue y sosegado, lejano y ahogado. Consultó su reloj y volvió la mirada sobre el panel en el que se indicaban las partidas y llegadas de los vuelos. Las placas blancas y negras empezaron a tabletear y los letreros cambiaron a “retrasado”.
Mulder lanzó un respingo al aire: entre esos vuelos estaba el Vuelo 417 de Eastwind Pacific Airlines, el vuelo de Doggett. Mulder maldijo mentalmente y extrajo su teléfono celular. Tecleó el número de su compañero. Luego de que el tono sonara media docena de veces, le contestó una grabación electrónica. Extraño. El agente se arrellanó en el asiento de plástico y jugueteó con sus dedos, presa del fastidio. Luego se levantó y caminó de espaldas en un juego tonto hasta que de repente chocó accidentalmente con una pareja de hombres que venían caminando por el pasillo.
- Oh, lo siento –dijo Mulder.
Pero los hombres, que venían conversando entre sí, estaban tan completamente ensimismados en su discusión que no le prestaron la más mínima atención. Nisiquiera respondieron, continuaron caminando. Pero Mulder alcanzó a escuchar:
- ¿…417? ¿Cómo que desapareció del radar?
- Sí, no comprendo…
Mulder se quedó estático. Aguzó el oído pero ya no pudo seguir escuchando a la pareja que se alejaba rápidamente. Uno de los hombres era alto, cincuentón, de espalda ancha, casi de porte militar; llevaba chaqueta de cuero beige. El otro era bajito, calvo, de bigotes; era el que informaba al otro.
Mulder decidió seguirlos.

 

“¡DESAPARECIÓ! ¡NO ESTÁ EN EL AEROPLANO!”

Habría jurado haber visto luces de colores. Pero casi un instante después se convenció de que habían sido los rayos de luz del sol que se filtraban a través de las ventanillas de la cabina los que lo despertaron.
Doggett, a bordo del Vuelo 417, se sintió extraño. Consultó su reloj: casi las cuatro. ¿Había dormido tan poco? Había sentido que había dormido horas.
Escuchó gritos. Había un alboroto. Todo un barullo a su alrededor. Todo un desorden.
Recordó entonces que volaba para encontrarse con Mulder. Investigaba un expediente x sobre un estrafalario loco y el Triángulo de las Bermudas. Era domingo.
Con el ceño fruncido trató de localizar la razón de la algarabía: varios pasajeros se miraban entre sí confusos. Por un buen momento a Doggett la sensación de tener sus pensamientos desordenados le pesó sobre la cabeza.
Doggett miró hacia su izquierda. Su compañero de asiento era un hombre de contextura atlética y cabello largo recogido. Lo reconoció enseguida. Era el hombre con quien había tropezado en la fila, mientras adquiría su tiquete. Pero no recordaba que hubiera estado ahí antes. Pronto Doggett tuvo que reconocer ante sí mismo que no recordaba muchos detalles; desde que había comprado aquellos tiquetes y atravesado la puerta del puerto de abordaje, no podía evocar ningún recuerdo: no recordaba haber entrado al avión, no recordaba haberse sentado junto aquel hombre, traía el cinturón abrochado y no recordaba habérselo colocado…
- ¿Qué pasa? –le preguntó al hombre a su lado, refiriéndose a la algarabía.
Éste se encogió en hombros y volteó la mirada hacia el exterior. Parecía deprimido. Doggett meneó la cabeza sin comprender y decidió no prestarle atención. Volvió la mirada hacia el pasillo. Una mujer discutía airadamente con dos personas que hablaban y cuchicheaban entre ellas. Los espaldares de las sillas delanteras le bloqueaban la visión por lo que estiró el cuello para descubrir que se trataba de un par de azafatas, una de cabello muy corto y rostro enjuto y la otra, más joven, rubia y más alta. La mujer que discutía con ellas se llevaba las manos a la cabeza y sollozaba.
- Debe intentar tranquilizarse –decía la azafata de cabello corto.
- ¡No me diga que me calme! –exclamaba la mujer. -¡¿Cómo puede pedirme que me calme?!
- ¿Quiere decirme dónde estaba su esposo cuando lo vio por última vez?
- ¡Justo a mi lado! –más sollozos. -¡Asiento 26-E! ¡¿Qué rayos está sucediendo aquí?!
Doggett se desabrochó el cinturón y caminó hacia el trío.
- Acompáñeme, por favor, no queremos perturbar a los demás pasajeros… -suplicaba la azafata alta y rubia.
- ¡No! –exclamó la mujer sollozante. -¡¿Acaso quieren ocultar lo que está pasando?!
- ¿Qué es lo que ocurre? –dijo Doggett estuvo enfrente de ellas.
La mujer que reclamaba barrió la mirada sobre la figura del agente de pies a cabeza y cruzándose de brazos, dijo:
- ¿Y usted quién es?
- Mi nombre es John Doggett. Soy agente del FBI. Simplemente deseo colaborar…
- Pues quizá quiera colaborar explicándome cómo un hombre puede desaparecer a 37 000 pies de altura.
- ¿Qué?
Miró a las azafatas, las que a su vez miraban tímidamente a los pasajeros contiguos que acababan de escuchar toda la conversación y murmuraban entre sí. La azafata de cabello corto, que traía un gafete con su nombre, Esther, dijo con apremio:
- Por favor, acompáñennos. No es prudente discutir esto frente a los pasajeros.
- ¡¿Qué?! –exclamó la mujer. -¡¿Por qué…?!
Doggett la tomó del brazo, la haló, y caminó con ella hacia el fondo del pasillo sin dejarla terminar.
- Ella tiene razón, señora, acompáñenos – le dijo Doggett sin darle tiempo a protestar.
La mujer se zafó del brazo groseramente, pero caminó en silencio con el agente y detrás de ellos las dos azafatas. Llegaron hasta un compartimiento justo en medio de las dos secciones del avión. Parecía ser la cocina. Al fondo, Doggett vio más azafatas que se preparaban para servir bebidas y aperitivos que iban poniendo sobre unas mesitas rodantes.
Respiró hondo.
- Ahora explíquenme qué ocurre –dijo Doggett.
- Mi esposo, desapareció, no está en el aeroplano –dijo la mujer, con lágrimas en los ojos.
- ¿Qué? Pero… -Doggett miró a las azafatas con media sonrisa. -¿Cómo? ¿Ya buscó…?
- ¡Desapareció! ¡No está en el aeroplano! Revisé los baños, los dos compartimientos entre primera clase y clase turista… -dijo la mujer.
Las azafatas lucieron a primera vista inquietas.
Doggett se volvió hacia la mujer.
- ¿Cómo es su nombre? –le preguntó.
- Judy Owen
- ¿Cómo se llama su esposo?
- Michael…
- ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
- Estaba en el asiento, veníamos juntos…
- ¿Está segura?
El semblante de Judy cambió.
- ¿Qué insinúa, que estoy loca? ¡Por supuesto que estoy segura! –exclamó.
- Lo siento. ¿Qué asiento ocupaba? –siguió preguntando Doggett.
La azafata rubia y alta intervino. Su gafete indicaba que su nombre era Anna. Dijo:
- 26-E, clase turista.
- Así es –confirmó Judy.
- ¿Existiría alguna razón por la cual su esposo…, cómo explicar esto…, no quisiera ser encontrado? –preguntó Doggett.
- ¿”No quisiera ser encontrado”? ¿Qué quiere decir con eso? –inquirió Judy Owen, ceñuda.
John balanceó la cabeza.
- Sí… No lo sé… ¿Discutieron o algo?
- No.
- ¿Su esposo está enfermo?
- ¡No!
- ¿Sufre de alguna condición mental? Quizá está sentado en otro lugar y no lo recuerda…
- ¡No! ¡Es ridículo!
Doggett se rascó la cabeza, reflexivo.
- Esto no tiene sentido –murmuró para sí mismo. Luego se volvió a Judy y dijo: -¿Está segura que revisaron en todos los lugares?
- Lo hicimos juntas –respondió Esther, mordiéndose el labio inferior. -Todos los posibles lugares donde una persona puede estar.
Doggett pensó por un rato.
- ¿Y en los que no puede estar?
Anna agitaba la cabeza.
- ¿Dónde?
- ¡No lo sé! –exclamaba Doggett encogiéndose en hombros. -¿El compartimiento de equipajes, tal vez?
- ¿Por qué estaría ahí? –intervenía Judy.
- No lo sé, pero no está en ningún otro lugar, según dicen ustedes, y… Deberíamos revisar todo el avión, ¿no le parece? –sugirió él.
- Pero es ridículo –dijo Judy. –Él nisiquiera sabe dónde está el compartimiento de equipajes.
Después de mantenerse pensativo una vez más el rostro de John se tornó sombrío.
- ¿Qué? –dijo Judy cuando detectó el semblante del agente.
- Quizá se trate de algo más…
- ¿Como que alguien pudo haberlo obligado? ¿Cómo?
- Por qué no dejamos de especular y empezamos a buscar –dijo John.
Judy llevaba un suéter de mangas largas y cuello ajustado que llevaba remangados. Con su rostro angustiado se alargó las mangas y se abrochó el cuello.
- En el compartimiento de equipajes hace más frío que aquí, ¿no es así?
Las azafatas asintieron.
- Pues iré con ustedes.
Doggett observó a la mujer que se enjugaba los ojos y por un momento quiso objetar su decisión. Pero casi al instante, suspiró desistiendo. Conocía a las de su tipo. Su ex-esposa solía mostrar ese comportamiento: le gustaba comprobar las cosas por sí misma.
Doggett se volvió hacia la alta rubia y le dijo:
- Proporciónenos un par de linternas… y alerte al comandante de vuelo de esta situación.
Ella asintió.
- Yo iré con ustedes –anunció la otra, Esther.

*

Del otro lado de la hilera de asientos, el hombre de cabello largo recogido hacia atrás vio dirigirse a paso apresurado por el pasillo contiguo al hombre de cabello corto, orejas sobresalientes y ojos profundamente azules que había estado sentado a su lado, y tras de él aquella mujer que había hecho el alboroto empuñando una linterna cuyas baterías estaba ajustando y, justo detrás, la azafata de rostro desencajado y cabello corto. Se detuvieron unas hileras detrás del asiento en el que se había sentado la pareja. El hombre de orejas sobresalientes opinó algo. En su asiento el hombre de cabello largo dio un salto. Enseguida, se desabrochó el cinturón y revisó el compartimiento de equipaje encima de su cabeza y extrajo un artefacto del tamaño de un portafolios. Se sentó de nuevo y lo abrió. Era un laptop. El otro la debía haber puesto ahí. Encendió el monitor y esperó a que el sistema se cargara. Miraba insistentemente al trío; ahora el hombre tomaba una llamada a su celular que acababa de timbrar.
Observó la pantalla de la computadora. Suspiró. Era hora de ponerse a trabajar… Y esta vez no podría fallar.

 

“¿PODRÍAN HABER SIDO DESVIADOS A PROPÓSITO?”

Mientras seguía al par de hombres, Mulder tecleó una vez más el número de Doggett en el panel de su móvil: ninguna respuesta.
La pareja de hombres caminó por un largo pasillo y dobló en un recodo en dirección a una puerta de seguridad. Los dos hombres continuaban conversando sin percatarse de la presencia del agente a sus espaldas; Mulder les seguía aún a demasiada distancia como para escucharlos. Los hombres atravesaron la puerta de seguridad en la que, cuando se acercó, Mulder leyó un anuncio que prohibía el paso al personal no autorizado. No habiendo nadie cerca que se lo impidiera, Mulder abrió la puerta y la cerró a sus espaldas.
Había un largo pasillo franqueado de gigantescas ventanas a lado y lado a través de las cuales Mulder podía ver la pista de aterrizaje, aeroplanos estacionados, camiones de equipaje y operarios. Al fondo del pasillo había nuevamente una puerta por la que supuso que los hombres habían desaparecido, pues no había indicios de su presencia allí. Notó Mulder también que el sonido de los reactores de los aeroplanos que sobrevolaban la pista se oía más intenso, más fuerte. Entendió entonces que se dirigía a la torre de control.
La puerta al fondo del pasillo resultó ser la puerta de un ascensor. Mulder ingresó, pulsó botones en el panel y la máquina lo elevó durante varios segundos hasta un salón parecido a la sala de mandos de una estación de despegue de un trasbordador espacial: habían allí decenas de controladores de vuelo frente a sus pantallas de radar en dos círculos concéntricos alrededor del ascensor el cual encajaba en un cilindro de concreto que corría de piso a techo. La pared que envolvía el cilindro eran paneles gigantescos de vidrio inclinados hacia fuera para evitar los reflejos del sol y que dejaban ver el aeropuerto entero y la pista de aterrizaje, un camino recto y negro rodeado de luces alineadas en los bordes y una hilera de bombillos titilantes corriendo en la línea central y que apenas eran visibles de día. Desde donde estaba, Mulder alcanzaba a divisar una aeronave que despegaba en medio de un indescriptible estruendo que hacía temblar los vidrios.
Los controladores de vuelo y aproximación frente a sus pantallas hablaban en voz alta transmitiendo datos y órdenes formando un coro de voces incoherente.
Pero entre todas aquellas voces, Mulder escuchó:
- ¿Alguna señal del 417?
La voz provenía del otro lado de la pared cilíndrica. Mulder la reconoció enseguida: la del hombre calvo de bigotes con el que había tropezado en la sala de espera.
El agente caminó rodeando el muro circular de inmediato. Observó a uno de los controladores de vuelo que se ponía de pie y se retiraba los audífonos. Era un hombre de apariencia juvenil y brazos fornidos.
- ¡Cielo santo, finalmente están aquí! –exclamaba volviéndose, al tiempo que estrechaba las manos de los dos hombres.
- ¿Quién permanece en la frecuencia del 417? –preguntó el calvo mientras tecleaba algo en el tablero del fornido y se encajaba los audífonos.
- No logrará nada, señor –dijo éste.
- Control Missoula a EPA 417, responda. –Silencio. –Control Missoula, EPA 417, responda.
Sin respuesta.
El calvo se quitó los audífonos y los lanzó contra el tablero. Visiblemente molesto y con las manos apoyadas en las caderas se volvió al joven controlador y al más alto, con el que había venido charlando y dijo:
- ¿Quieren decirme cómo extraviaron un aeroplano de un cuarto de millón de toneladas?
- Se desvaneció en el aire –dijo el controlador.
Silencio.
El calvo suspiró y se apretó las sienes con la yema de los dedos.
- ¿Dónde desapareció, Edgar? ¿Y cuándo? –le preguntó el otro, de aspecto militar.
El joven señaló la pantalla.
- En realidad desapareció, reapareció y desapareció otra vez. La primera vez fue a las 15.03, sobre Devil’s Lake, Dakota del Norte, reapareció 29 minutos después, durante 27 minutos y luego desapareció otra vez, esta vez a 37 000 pies sobre Crosby, también Dakota del Norte.
- Tiene a toda Montana de distancia –comentó el calvo. –¿Y el E.T.A.?
El alto militar intervino.
- Dentro de cuarenta y nueve minutos –dijo consultando su reloj.
- ¿Vienen con retraso? –preguntó el calvo.
- Es extraño –observó el fornido controlador al que el militar llamaba Edgar. –Pero varios vuelos que han tomado la misma ruta en las últimas semanas han experimentado retrasos.
- Es navidad –explicó el militar.
- El vuelo venía transferido de Control Williston –dijo Edgar. -Desapareció del radar apenas hace unos veinte minutos.
- ¿Control Williston? ¿Sobre la frontera?
- Sí.
- Entonces están fuera de curso.
- Es posible… -pensaba Edgar. -Las condiciones atmosféricas…
- No –le interrumpió el alto. –El sistema de navegación es un Decca Hi-Fix, alinea al aeroplano en la ruta. Si se hubieran desviado el piloto podía simplemente consultar la computadora…
- Tal vez perdieron el sistema de navegación… -dijo Edgar.
- Imposible –atajó el calvo. –Son más de dos docenas de computadoras independientes, no van a perderlas todas a la vez. ¿Qué modelo es la nave?
- Lockhead L-1011 Tristar Version Dash 500 –respondió Edgar. -3000 horas de vuelo.
El calvo se acarició los bigotes y nuevamente se tomó de las sienes.
Mulder, desde atrás, finalmente intervino:
- ¿Tienen suficiente combustible?
Los demás se volvieron con ceño fruncido.
- ¿Quién es usted? Este corredor no es de acceso para civiles –dijo el cara de militar.
- Me llamo Fox Mulder, soy agente federal –respondió enseñando su placa en alto.
- Nadie ha llamado a los federales. ¿Por qué está aquí?
- Me enteré por casualidad. Un agente federal es pasajero del avión que dicen que se extravió.
El calvo se encogió en hombros. Caminó dos pasos y le extendió la mano a Mulder.
- Mi nombre es Fred Dyer, de la N.T.S.B.
- ¿N.T.S.B.? ¿La Junta Nacional de Seguridad de Transporte? –dijo Mulder con un dejo de sorpresa. –¿Por qué está aquí?
- Casualidad –reconoció la ironía levantando una ceja. –Esperaba mi vuelo –añadió y miró su reloj –y acabo de perderlo –señaló el avión que había despegado minutos antes y ahora era un punto brillante en el cielo.
El alto extendió la mano también. Estrechó con fuerza.
- Niels Madison. Administrador del aeropuerto. Con respecto a su pregunta –añadió después- el avión se reabasteció en Washington. Harían escala en Missoula para volar hasta Columbia Británica, deben tener suficiente para otras dos horas.
- ¿Confirmaron que otra torre u otra nave haya informado de…?
- No ha habido informes –atajó Dyer adivinando la pregunta. –Hasta ahora no hay reportes de zonas boscosas en llamas, bolas de fuego, nada. Estoy seguro que aún es demasiado prematuro afirmar que no se encuentren en el aire.
- ¿Tienen una idea de qué haya ocurrido? –preguntó Mulder.
- No se ha podido establecer comunicación con el capitán –dijo Madison.
Mulder guardó silencio un instante. Pareció meditabundo y luego dijo:
- ¿Es posible que el avión se halle en peligro?
- ¿Se refiere a…?
- Dijo usted que el avión parecía desviado, no perdido.
- Sí…
Dyer miró a su alrededor y caminó hasta una pared del lado opuesto a los paneles de vidrio. Había allí un mapa de Estados Unidos. Los demás le siguieron. En el mapa, el calvo señaló un punto.
- Esta es Williston, en la frontera de Dakota del Norte…
- Ahí se recibió la última transmisión –añadía Edgar. –Hace una hora.
- …pero está fuera de la ruta –dijo Dyer.
- ¿Podrían haber sido desviados a propósito? –teorizó Mulder.
Dyer replegó el rostro y compartió miradas con los otros dos.
- Cielos, ¿un secuestro?
- ¡Dios!
- ¿Es posible que vea la lista de pasajeros? –pidió Mulder.
Madison se volvió a Edgar.
- Llama a Claire a la oficina: que te mande en fax una copia de la lista de pasajeros del Eastwind Pacific Airlines 417, vuelo de la una. –Edgar corrió al ascensor enseguida y desapareció.
- Intentaré conseguir comunicación con el vuelo –propuso Dyer y se alejó hacia la consola de control de Edgar.
En ese instante repiqueteó el teléfono de móvil de Mulder en su bolsillo. Mulder pegó un salto cuando activó la llamada. Era Doggett.

 

 

“EXPLÍQUEME QUÉ ES LO QUE SUCEDE”

Doggett, Judy y Esther caminaron por el pasillo hasta detenerse justo enfrente del asiento 26-E.
Judy suspiró. En el asiento había un abrigo color marrón oscuro que ella tomó y acarició como si se tratara de un animal dormido.
- Sólo me levanté un momento. Cinco minutos. Cuando volví ya no estaba –dijo ella. Y miró a Doggett. –Explíqueme qué es lo que sucede.
Doggett apretaba los labios y levantaba una ceja. Miró el asiento, se agachó y miró debajo. Luego se incorporó y ojeó al interior del compartimiento de equipaje en el techo. Se rascó la barbilla, preso en la incertidumbre.
- ¿Hay algo que no nos haya dicho…? ¿Se comportó Michael de forma extraña en algún momento antes de que usted se levantara…?
Judy negó con la cabeza mientras terminaba de encajar las baterías en la linterna que sostenía. Empezó luego a juguetear distraídamente con ella.
Para el agente era incómodo aceptarlo, pero no tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Por un instante fue incapaz de hilar una frase de consuelo o de cualquier otra índole para la mujer. En su mente sólo flotaban dudas. Su propia falta de recuerdos aún le perturbaba.
Hubo silencio por un buen instante. Al parecer, Judy se debatía en su propia angustia.
De repente, trinó el teléfono celular de John. Se reprendió mentalmente. Había olvidado por completo el hecho de que cargaba el móvil consigo y que en cualquier instante podía llamar a Mulder. No obstante hizo una extraña observación: en la pantalla del aparato había un número marcado como último número discado. Era el número de Mulder, pero no recordaba haberlo llamado. Nuevamente le preocupó su falta de memoria. Sin embargo, se regocijó. Porque el que llamaba en esos instantes era su compañero. Un sentimiento de tranquilidad le invadió.
- ¿Mulder?
- Doggett, ¿dónde está? –preguntó.
- Estoy en camino, parece que hubo un retraso.
- ¿Está en el aeropuerto?
Doggett meneó la cabeza. De repente, aquella débil impresión esperanzadora que había tenido se desvanecía, pues casi de inmediato percibió que algo no iba bien.
- No, no. Voy rumbo a Montana. Pero –miró a Esther –el avión sufrió un retraso. No sé…
- Siento partir sin usted –decía Mulder con voz lastimera. Luego añadió: – Y siento haberlo llamado tan temprano, sé que descansa los domingos… Pero tuve que volar esta mañana en cuanto pude.
- ¿Qué? –susurró Doggett.
- La policía de Montana quiere que atrapemos un fugitivo llamado…–vaciló un momento. –André Sjmuynovic. ¡Vaya! Espero haberlo pronunciado bien.
Doggett apartó el aparato de su oído y lo miró fijamente con ojos desorbitados. Desactivó la llamada. Al ver el semblante de Doggett, Esther dijo:
- ¿Ocurre algo?
Ceñudo, Doggett dijo:
- Vayamos a revisar los equipajes.

 

“TENGO QUE COLGAR, ALGO OCURRE AQUÍ”

- Y bien, ¿quiere hablarme más de ese tal… Sjmuynovic? –dijo Doggett con la voz metalizada al otro lado de la línea.
Mulder por poco pega un salto.
- ¿Doggett? ¿Es usted?
- Sí… ¿No me reconoce la voz? –Risas. –Ah, eso debe ser porque venía dormido.
Silencio por un instante.
- ¿Qué ocurre? –preguntó él con dejo de sospecha en su voz.
- ¿Abordó el avión?
- Sí. Voy en camino. ¿Qué sucede?
- ¿Está a bordo del avión?
- Sí.
Mulder no supo qué decir por un par de segundos. Doggett no sonaba perturbado o asustado. Sonaba natural. Los encargados de la comunicación de la torre habían fallado en notificar al vuelo de lo que estaba ocurriendo. Pero, sin embargo, Doggett se estaba comunicando con él sin ningún inconveniente.
- Había estado intentando llamarle. ¿Traía su móvil desconectado?
- No, no –y nuevamente con un tono receloso, Doggett dijo: –¿Ocurre algo, Mulder?
- Eso debería preguntarle yo –dijo Mulder dejando escapar una risita nerviosa.
Doggett resoplaba. Mulder caminó hasta Dyer, y cubriendo el micrófono del móvil, dijo:
- Tengo comunicación con una persona a bordo…
- ¿Su compañero? ¿El agente del FBI? –inquirió Dyer retirándose los audífonos.
- Sí, está a bordo.
Dyer pareció relajarse por un momento. Sus facciones cedieron. Pensativo por un par de instantes, luego dijo:
- Dígale que ponga en la línea a alguien de la tripulación. ¿Podrá hacerlo?
Mulder asintió.
- ¿Doggett?
- Mulder…
- Los perdimos del radar, estoy en la torre de control del aeropuerto –explicó Mulder. –Tengo a uno de los controladores junto a mí, no podemos…
- Mulder…
- …no podemos alcanzarlos por el sistema de comunicaciones, y…
- Mulder, tengo que colgar –decía Doggett. Por su tono de voz, Mulder dedujo de inmediato que no había escuchado una sola de sus palabras.
- Doggett…
- Tengo que colgar, algo ocurre aquí.
- Doggett, no…
Un crujido electrónico.
- ¿Doggett? ¿Doggett?
- ¿Qué ocurre? –preguntó Dyer.
Mulder apretaba botones en el panel del móvil.
- Colgó. Intentaré alcanzarlo. –Se llevó de nuevo el aparato al oído, pero sólo obtuvo una grabación electrónica. Negando con la cabeza, dijo: –No comprendo.
Dyer apretó los labios.
- Seguiré intentando con la frecuencia –dijo. –Usted debería seguir intentando comunicarse con su móvil –y volvió a sentarse frente al panel de control.
Mulder respiró profundo. No entendía lo que acababa de ocurrir. En medio de una tormenta de pensamientos y especulaciones, de inmediato percibió un sentimiento extraño: el sentimiento de que las cosas no iban bien; el sentimiento de que, de repente, no percibía que las cosas estuvieren en su lugar. El agente meneó la cabeza buscando al tiempo sacudirse aquella impresión. Entonces el teléfono volvió a sonar:
- ¿Doggett?
- ¿Agente Mulder? –dijo una voz masculina del otro lado de la línea.
- ¿Doggett? ¿Eres tú?
- No.
Mulder relajó sus músculos.
- ¿Habla el agente Fox Mulder, del FBI?
- ¿Sí?
- Le habla Ving Rawls, jefe del departamento de policía de Missoula, hablé con su superior ayer, director adjunto… Walter Skinner
- Sí, sí.
- Debíamos reunirnos mañana, sobre el caso de un fugitivo, André Sum… Smu… Sum…
- André Sjmuynovic, sí…
- Exacto. Pues, ha ocurrido algo. La policía de Washington lo atrapó en el Aeropuerto Internacional Dulles hace cuatro horas, gritando sobre un avión desaparecido. –Fox se estremeció. -Me notificaron y ordené mantenerlo en custodia, para que se iniciara el interrogatorio, usted ya sabe…
- Sí, comprendo –dijo Mulder. La cabeza le daba vueltas. –¿Puede ir al punto, por favor?
- El punto es que me acaban de llamar de Washington. Ese hombre está furioso, no ha dejado de preguntar usted y dice que no hablará con nadie más.
Silencio un par de instantes. Mulder pensó en Sjmuynovic, a quien había olvidado por completo. Hizo memoria: había conocido del caso cuando Skinner se lo había pasado a su oficina, sabía que el hombre era un científico croata del tipo excéntrico, un fugitivo buscado por la justicia por la desaparición de aquel millonario japonés. Pero no sabía muchos detalles del caso. El científico supuestamente había encontrado la manera de predecir que Suzuka desaparecería. ¿Cómo…? Sinceramente no lo había creído, estaba convencido de que era un fraude. Había estado seguro de que Skinner lo había recomendado a él y Doggett por la sencilla razón de que había leído “Triángulo de las Bermudas” en alguna parte del informe policial, que este no era un caso-x y que Sjmuynovic o como se llamara, era realmente un desequilibrado que había robado datos de un satélite climatológico, un estrafalario loco excéntrico, y estaba convencido de que Doggett pensaba lo mismo. Quizá alguien había pensado que se requería de otro loco y excéntrico como él para atraparlo. Era eso lo que no le había dicho a Doggett. Pero en ese momento, no podía pensar en otra cosa: el avión de Doggett se había extraviado. Ahora el científico no parecía tan loco. ¿Había desaparecido realmente el vuelo 417 de la faz de la Tierra? Más aún: ¿Aquel hombre lo había predicho, como había predicho que desaparecería el japonés, e intentó detener el vuelo? Quizá la situación se resolvería en un momento y todos los pensamientos que le rodaban por la cabeza en esos instantes los catalogaría más tarde como sólo vulgar e innecesaria paranoia. Pero una parte de su ser se negaba a concebir tal posibilidad, la misma parte de su ser que insistía que una serie extraña de sucesos se acababa de poner en movimiento desde el instante en que su compañero había abordado aquel avión. Una sensación de fastidio no dejaba de abatirle la mente.
- Me urge entrevistarme con él, pero no puedo volar a Washington –dijo Mulder.
- No es necesario –afirmó Rawls. –Tenemos una conexión de red videofónica, aquí en la jefatura, que nos enlaza con Washington. Podremos establecer la comunicación desde aquí. Para eso le llamo.
Mulder extendió la mano sobre la mesa de uno de los controladores y tomó un lápiz.
- ¿Me da la dirección?

 

“ALGO MUY EXTRAÑO ESTÁ SUCEDIENDO”

Algo vibraba en la cabeza de Anna Packie, la azafata rubia que había atendido a la mujer cuyo esposo se hallaba perdido. Era algo sencillamente inexplicable. Más lo era el hecho de que instantes antes de que la mujer profanara la tranquilidad del vuelo con su queja, había estado segura de que estaba a punto de llevar a cabo alguna actividad, algo que tenía que hacer… Pero ahora no tenía la menor idea de qué se trataba. Caminaba ahora rumbo a la cabina del comandante de vuelo y arqueó las cejas cuando imaginó el rostro de Roger o el de Marty cuando escucharan la historia del pasajero perdido. Observó entonces al final del pasillo a Nancy Patrick, regresando con su carrito de aperitivos vacío y rumbo a la cocina.
- ¿Alguna suerte con el pasajero extraviado? –le preguntó Nancy cuando la vio.
Nancy era una imponente morena, dos docenas de años más vieja que ella, de cuerpo rechoncho y sonrisa permanente. Su tono de voz exageradamente disimulado no era para menos. El hecho de la extraña desaparición se estaba llevando tan discretamente como era posible.
Anna negó con la cabeza en respuesta a la pregunta. Nancy señaló el carrito.
- ¿Me ayudarías con las…? ¡Oh! Vas a la cabina, ¿no es así?
- Sí…
- ¿Le informarás a Roger del incidente?
- Sí…
Nancy asintió para sí misma y luego comentó.
- ¡Esto me crispa los nervios!
- Dímelo a mí –apoyó Anna. -¿Alguna vez te había pasado algo parecido en un vuelo?
Nancy era la azafata de más horas de vuelo del grupo.
- ¡Jamás! –se apresuró a replicar. Como si recordara de pronto algo, dijo: -¡Cielos! ¡Tengo un pedido de Marty!¡Dos tazas de café capuchino, bien frío! ¡Dios! ¡Lo había olvidado por completo! ¿Me das la hora?
Consultando su reloj, Anna informó el tiempo: cuatro en punto. Cuando Nancy escuchó esto su piel morena como la noche de repente pareció clarearse y sus ojos se abrieron como sombrillas. Anna no pudo evitar sentirse sobrecogida.
- ¡No puede ser! –exclamaba Nancy.
- ¿Qué?
- ¡Es imposible!
- ¿Qué es imposible?
Nancy puso una mano en el hombro de su compañera y miró el reloj por sí misma.
- Ese reloj no funciona, ¿verdad?
Ella se acercó la muñeca al oído. Aún se escuchaban los débiles “tics”.
- Por supuesto que sí… -replicó Anna. –Mira, son las cuatro… y treinta segundos –dijo Anna, algo jocosa.
Con la frente ceñuda, Nancy permaneció pensativa. Miró a uno y otro lado como buscando un pensamiento que se le hubiera escapado de la cabeza y lo hubiera extraviado en el aire.
- ¿Qué? –exclamó Anna.
- No pudo ser que… Llevé los refrescos a la clase turista… Regresé a la cocina por nuevos vasos… Conversé con Rita al regreso… Tomé el pedido de esa pareja… Tomé el pedido de Marty en la cabina… No, no pude tardar sólo cinco minutos.
- ¿Qué dices?
- Estoy casi segura… -luego agitó la cabeza. –Debí haberme equivocado. Es imposible… ¡Cinco minutos! –rompió en una carcajada disimulada y su rostro cobró vida de nuevo. –Anda, ve a la cabina de Roger, tal vez pueda resolver esta situación.
- ¿Te encuentras bien? –preguntó Anna.
- Estoy volviéndome vieja, eso es lo que pasa –decía Nancy, mientras caminaba alejándose en dirección a la cocina.

*

Anna abría la entrada del cockpit. Llevaba una bandeja con tres vasos llenos al borde de capuchino. Le había costado esperar que la máquina preparara la bebida. No quiso, por alguna razón, entrar en la cabina sin ninguna excusa. Llevar café se la daría. Quizá el café frío, pensó, les ayudaría a digerir a esos hombres lo que tenía que decirles.
Pero en la cabina encontró una escena que no pudo menos que agitarla: los tres, piloto, copiloto e ingeniero de vuelo se hallaban reclinados sobre el panel frontal del avión mirando a través del vidrio y discutiendo entre sí.
- ¡Acéptalo! ¡No sabes dónde estamos! –dijo uno de ellos, Marty.
- No, no, estás equivocado, Marty –decía el piloto, Roger McGibbs. De repente, dio un salto en su asiento. -¡Mira! ¡Esa es Crosby!
Marty Cohen, el copiloto, se inclinaba hacia el ángulo que Roger señalaba. Luego de aguzar la vista, empezó a negar con la cabeza.
- No, no. Mira el horizonte, esa no es la frontera –dijo.
- Lo es –objetaba McGibbs.
- Algo pasa, Roger. Se equivocaron. Alguien cometió un error. Nos guiaron mal –decía Marty con aires de desesperanza. –Esta no es la ruta.
- ¿Qué? ¡Diablos, Marty, estás actuando como un verdadero novato! ¡Por supuesto que lo es! Mira la computadora, los datos son correctos…
- ¿Qué ocurre? –dijo Anna desde la escotilla con los cafés en una bandeja de plástico.
- Mira el horizonte, Roger. Esta no es la ruta –dijo Marty ignorando a Anna.
Roger se rascó la frente mientras ahogaba una propuesta.
- Está bien. Llamemos a la torre…
- ¿Qué ocurre? –repitió Anna.
Los hombres finalmente se movieron y volvieron su rostro. Bajo la luz tenue Anna observó los rostros complicados de los tres hombres. Marty Cohen era un hombre de mirada inquisitiva y gestos tiesos, mientras que Roger McGibbs, el piloto, tenía la apariencia del hombre que parecía haber tenido la misma edad toda su vida. Su rostro, sin duda, no había cambiado desde su adolescencia. Era pelirrojo, nariz aguileña y se peinaba el cabello dejando una hendidura en la mitad, lo que acentuaba su apariencia tímida. El ingeniero, Paul Versek era de semblante más joven, hombros anchos, cuello corto y siempre hacía una mueca parecida a una sonrisa.
- Sintoniza la frecuencia de la torre, Paul –ordenaba Marty mientras se retiraba del asiento de copiloto y con una amplia sonrisa fingida arrebataba los vasos plásticos de las manos de la azafata. –Pide que reconfirmen nuestra posición.
El ingeniero así lo hizo con su mueca particular.
- ¿Pasa algo? –preguntó Anna una tercera vez. –Díganme.
- Nada –dijo Roger de mala gana, visiblemente molesto.
Marty pasaba los vasos con el contenido cafeínico a sus compañeros mientras silbaba una canción, sin duda nervioso.
- Tengo algo que decirles –anunció Anna. -¿Capitán?
Roger McGibbs se volvió.
- ¡Oigan, oigan! –exclamaba Paul con los audífonos puestos. –¡Escuchen esto!
El hombre presionó botones en su panel y piloto y copiloto volvieron a sus puestos. Escucharon:
- Torre Dulles a EPA 415, torre Dulles a EPA 417. Inicie maniobra de retorno a Washington. Repito, regrese de inmediato a Washington. Repito, vire de inmediato a Washington, cambio.
McGibbs lanzó una imprecación al aire y con las cejas arqueadas hacia abajo, exclamó:
- ¡¿Qué diablos…?!
- ¿Qué pasa? –decía Anna.
Marty colocó el mensaje en los altavoces.
- Torre Dulles a EPA 417, responda. EPA 417, responda, cambio –decía la voz metalizada por los parlantes.
- Aquí EPA 417… ¿Torre Dulles? ¿Por qué nos ordenan eso, cambio?
- Torre Dulles a EPA 417. Responda. Debe volver a Washington, debe volver a Washington… Inicie maniobra de retorno.
- ¿Se volvieron locos acaso? –exclamaba Paul mirando a los otros dos.
- ¿Por qué nos llegan las órdenes desde Washington y no desde Williston? –preguntaba Roger más para sí mismo que para los otros. -¿Por qué quieren que regresemos a Washington? –Luego, acercándose el micrófono a la mejilla, dijo: -EPA a Torre Dulles. Es imposible. ¿Cómo nos pueden estar pidiendo eso? No tenemos suficiente combustible para regresar a Washington. ¿Dónde está Control Williston, Torre?
- EPA 417, EPA 417, responda. Responda. EPA 417… -crujía el altavoz.
- Algo muy extraño está sucediendo –dijo Marty.
Anna, detrás, estuvo completamente de acuerdo.
- ¿Qué ocurre con la comunicación, Paul? –preguntó Roger.
- No lo sé. Es como si no nos escucharan.
- ¿Pasa algo con la antena? –preguntó Marty.
- No. La antena está perfecta. Probemos en otra frecuencia… -sugirió Paul.
- ¿Otra? –objetó Roger. –Esta es la frecuencia del vuelo, Paul…
- ¡Tan sólo probémoslo, ¿sí?!
Con un suspiro de derrota, el comandante de vuelo apretó botones en su panel y de nuevo acercó el micrófono a la boca.
- Este es el EPA 417 Washington/Montana, transmitimos en frecuencia de vuelo, responda por favor. Tenemos dificultades con la comunicación, torre. No entendemos sus órdenes. Por favor, verifique nuestra posición. ¿Adelante, torre?
Por largo rato las figuras en aquel pequeño espacio bañado por la luz mortecina del sol poniente permanecieron quietas como estatuas, expectantes. De la radio no brotó ningún sonido excepto la incongruente estática muerta que invadió la cabina así como las mentes de los tres hombres y la mujer.
Roger volvió la mirada hacia Paul a sus espaldas quien se encogía en hombros.
- ¿Qué rayos pasa? –preguntó aquél.
- No hay nada –decía Roger, apretando más botones en su panel. –No recibimos nada.
Pero entonces, de repente la radio chirrió:
- …EPA 417… Wash… (estática) fre… (estática) EPA 417… (estática)…el oeste… (estática) por favor… (estática)… ción (estática)… ción… (estática)… torre… (estática)
Desconcertados se miraron los unos a los otros. Anna se mordía el labio inferior y jugueteaba con sus dedos perceptiblemente perturbada.
Roger la miró.
- ¿Ibas a informarnos algo, An?
Pero ella no respondió. De repente había mirado su reloj de pulso y se había abstraído en éste.

 

“ÉL NO ESTÁ AQUÍ”

Era la misma conversación que había tenido con Mulder antes de subir al avión. Doggett recordaba los detalles claramente, a pesar de que no recordaba nada más. Habían sido las mismas palabras. Pensó en una broma de su compañero, pero la descartó de inmediato. La sensación de que las cosas no parecían marchar bien empezó a invadirlo de pies a cabeza. Por varios minutos trató de no pensar en aquello.
Siguieron a Esther a través del avión hasta la parte trasera donde se encontraban los sanitarios a lado y lado del pasillo y justo enfrente había una puerta sin ninguna señalización. Esther abrió la puerta. De repente, el rugido de los motores se incrementó desmedidamente y una ola de aire helado los asió haciéndoles sacudirse. Los tres ingresaron, Judy de última, cerrando la puerta a sus espaldas. Enfrente tenían el compartimiento de equipajes consistente en un túnel de maletas a lado y lado, aseguradas de complicados arneses. El compartimiento estaba iluminado por una hilera de bombillos de luz amarilla en el techo que ofrecían una macilenta fluorescencia.
- ¿Es creyente, agente Doggett? –preguntó Judy.
La pregunta sacudió a John.
- ¿Por… Por qué lo pregunta?
Judy suspiró profundamente.
- Soy cristiana, ¿sabe? –dijo. -¿Alguna vez ha escuchado del rapto de la iglesia cristiana?
- ¿La segunda venida de Jesucristo, quiere decir?
Esther se santiguaba.
- No mencione eso –dijo la azafata.
- Justo siete años antes de que el Armagedón comience, Jesucristo regresará por su iglesia y todos los cristianos del mundo desaparecerán. ¿Lo sabía?
Doggett observó a Judy quien negaba con la cabeza.
- Él no está aquí –murmuró. –No está en este avión. Lo presiento.
- ¿Michael Owen? –llamó Doggett sin recibir respuesta.
Judy encendió la linterna. Los tres caminaron y exploraron. Había resquicios entre cada uno de los montones de maletines y maletas. Habían además cajas que con seguridad se trataba de correo postal.
- Esta búsqueda es absurda –dijo Judy.
- No pudo sólo desaparecer del avión. Tiene que estar en algún lugar –dijo John encendiendo asimismo su linterna.
Los tubos de luz zanjaron a través del recinto bañado en luz sepia al tiempo que las vibraciones de las turbinas del avión penetraban el ambiente hasta lo profundo de sus entrañas. John apuntó el haz hacia las cajas de correspondencia y escuchó un sonido que le hizo fruncir el ceño.
- Pero, ¿qué…?
Se acercó y observó mejor. De una de las cajas de equipaje brotaba un sonido entrecortado y ronco, pero evidentemente electrónico.
- Viene de ahí –dijo Esther.
Era una caja rodeada de maletas. John señaló las maletas de equipaje adyacentes a la caja con la linterna. De ellas brotaban cables.
- Esto no me gusta –murmuró John.
- Debemos avisar al capitán –dijo Esther.
- Debería intentar abrirla –sugirió Doggett.
- ¡No! –exclamó Esther enseguida, y en su rostro se dibujaron las facciones mismas de la compunción. –Llamaré a la cabina ahora mismo, traeré al comandante de vuelo.
- Hágalo –apoyó Doggett.
- Siga buscando al señor Owen, Judy…
Volvió la linterna a sus espaldas. Pero Judy no estaba.
- ¿Judy?
Doggett se volvió. De repente ya no estaba.
- ¿Judy?
Doggett revisó en los resquicios de los montones de maletas y cajas. Caminó hasta el fondo del túnel. Removió algunas cajas. Evidentemente no estaba ahí. Nada.
- ¿Habrá vuelto? –teorizó Esther quien ahora temblaba.
- No escuché que saliera… ¿Judy? Señora Owen, ¿dónde está?
- Dios… Dios… ¡Dios mío! ¿Acaso…? ¿Acaso también desapareció? ¿Desapareció, así de repente? –exclamaba la azafata tomándose el cráneo entre las manos.
Doggett la tomó de los hombros.
- Cálmese. La encontraremos –dijo.
Pero, por alguna razón, no creyó en sus propias palabras.

*

- ¿Tiene martini? –preguntó el pasajero.
Nancy dejó que en su rostro se dibujara su peculiar sonrisa. Le dio la espalda al hombre y de debajo de su carrito sacó una botella del congelador. De repente le pareció escuchar un grito lejano, como un alarido de terror. Debía ser la televisión. Estaban proyectando El Amanecer de los Muertos, creyó recordar. Abrió la botella y sirvió el vaso.
- Nada como una buena bebida, ¿eh? Aquí tiene su…
Se volvió y dejó caer el vaso. El hombre no estaba. El asiento estaba vacío. ¿A dónde había ido? No había manera de que abandonara el asiento sin pasar por frente suyo. Una anciana a dos puestos a su izquierda desgarró un grito. Más allá, en primera clase, otros alaridos.

*

Había empezado. Miró la pantalla. Meneó la cabeza. Interceptarían la franja por el borde esta vez. Pronto nos veremos papá, pensó.

*

- ¿Y bien? –dijo Roger mirando a la azafata. -¿An?
- An, ¿qué pasa? –dijo Marty.
Anna estaba estática, como si posara para un retrato. Tenía la mirada clavada en su reloj de pulso.
- No… No… No puede ser –murmuró.
Los hombres se miraron entre sí.
- ¿Qué…? ¿Qué no puede ser? –preguntó Roger.
- Son… Son sólo 4.01. –levantó por fin la mirada. Temblaba. –No puede ser.
Con la frente arrugada, Roger dijo:
- ¿Por qué no pueden ser las cuatro?
- ¿Ya vieron qué hora es? –dijo Anna, pálida.
Roger soltó una carcajada.
- Esto es absurdo –rió. -¿Te estás sintiendo bien?
- Cuando preparé los capuchinos eran 4.00. No pudo… No pudo tomarme sólo un minuto –dijo ella consternada.
- Es sencillo, nena –tranquilizaba Roger. –Tu reloj se retrasó.
- No… -dijo Marty. –Ella tiene razón.
El copiloto levantaba su reloj de pulso que se había descalzado de la muñeca.
- Mi reloj está retrasado también –anunció.
Fue entonces cuando Roger miró su propio reloj. Le pareció extraño al comienzo, inicialmente no lo notó: el segundero se desplazaba entre las marcas con una inusual lentitud. La punta se movía como si fuera de piedra. Hizo la cuenta mental en la cabeza y no le cupo duda. La marcha estaba lentificada.
De repente, escucharon un grito. Provenía de la clase turista.

 

“¡GREG--!”

67 BENNETT AVENUE,
WASHINGTON, D.C., 4.24 PM

Mónica Reyes se terminó de ceñir las ropas ajustadas apropiadas para la sesión que estaba por comenzar y se sentó en canasta sobre el suelo alfombrado de modo que los tobillos sobresalieran y quedaran aprisionados entre sus muslos; luego, depositó suavemente las palmas de las manos vueltas hacia arriba sobre sus rodillas, enderezó la espalda y cerró los ojos: la pose ideal para iniciar la meditación. A continuación empezó a balancear su cabeza en círculos lentos pronunciando un mantra incoherente.
Había sido un día agotador. Era domingo, pero se había pasado el día entero completando trabajo de escritorio frente a la pantalla del comutador. Aquella jornada le convenció que las actividades de escritorio podían ser irónicamente más extenuantes que cualquier trabajo físico. Por esa razón, una vez hubo terminado había salido a trotar y ahora se tomaba un descanso. Las sienes aún le palpitaban y en más de una ocasión se vio tentada a desfogar la energía acumulada con un buen cigarro. Pero se contuvo. No obstante, estaba desconcentrada. Algo la turbaba. Lo identificó enseguida, una sensación oscura que parecía ser transmitida por el aire como un éter invisible. Estaba acostumbrada, pero no pudo evitar notar que la sensación era distinta de las que había percibido antes. No supo ubicar exactamente de qué se trataba y entonces decidió que era hora de entrar en estado alfa.
Sobre el suelo, el ritual se extendió por los siguientes quince minutos en los que no fue capaz de sentirse menos azorada. Entonces se detuvo. Respiró una vez más, profundo y hondo. Inició nuevo el rito, pronunció de nuevo sus mantras, sintió la energía del universo, incorpórea, abstracta… Se visualizó en ese sitio tranquilo y hermoso en el que sus miedos se disolvían. Percibió como el estado alfa se materializaba en su mente, le rodeaba y le cobijaba como un grueso manto caliente que le protegiera en un día frío. Pronto, sus sentidos estaban desconectados. Era mente solamente, no cuerpo y mente, sólo mente, pensamientos, energía. Respiró profundamente una vez más. Finalmente sentía que el peso no sólo de aquel día sino de toda aquella semana cediendo desde su cuerpo hacia un lugar invisible, como si se tratara de dejar caer un gigantesco lastre de hierro hacia un abismo.
De repente…
Aquella sensación volvía a materializarse.
En forma de una abstracta zozobra, aquello le apretó el corazón dentro de su pecho como si intentara estrujarlo. Ella se contrajo. Todo a su alrededor dejó de ser luminoso y tranquilo. Repentinamente el escenario se tornaba oscuro, macilento, tenebroso. El panorama se cerraba sobre sí mismo quedando contenido en una especie de túnel que jamás había visto, un túnel en cuyo extremo había un objeto oscuro e informe que se acercaba cada vez más y más. Intentó verlo bien, pero se aproximaba muy rápidamente. No fue sino hasta que estuvo muy cerca que se pudo percatar de los detalles: aquel objeto grande era en realidad el suelo…
El rinrinazo electrónico la trajo de vuelta de un salto. Abrió los ojos enseguida. Se quedó paralizada unos segundos, más asustada que sorprendida. No tenía muy claro que era lo que acaba de suceder, pero aquella oscura y extraña sensación de sobresalto se había plasmado en su cuerpo de forma muy perceptible. Todo aquel peso le volvía a la espalda, sólo que esta vez parecía haber descendido sobre ella en caída libre.
El aparato dio dos timbrazos más antes que abandonara la alfombra y descolgara el tubo de mala gana.
- ¿Mónica? –dijo una voz masculina del otro lado de la línea. –Mónica, soy yo, John. ¿Mónica?
- John… –su semblante se relajó. -¿John?
- ¿Estás en Washington? –preguntó con extraño apremio.
Era la voz de su compañero, pero se escuchaba extrañamente conturbada.
- Sí… John, ¿dónde estás?
En la voz de John había habido un dejo de consternación. Lo notó enseguida.
- ¿Qué ocurre, John? –preguntó mientras se sentaba en la cama.
- Escúchame y escúchame muy bien: estoy en un vuelo comercial, vuelo 417 de Eastern Pacific Airlines, rumbo a Montana. Creo que estamos sobre el lago Michigan. Algo muy extraño está sucediendo… No tengo mucho tiempo. Necesito que investigues algo, que investigues un nombre…
- ¿Dime qué es lo que deseas que haga?
Mónica, en un impulso, alargó la mano hacia la recibidora de mensajes electrónica y pulsó el botón para grabar la conversación.
- Espera un momento -dijo Doggett e hizo silencio, como si intentara recordar algo. -Es… Es…
- ¿John?
Un rugiente sonido se escuchó. Fue tan fuerte que Mónica tuvo que apartar el auricular.
- ¡¿John?!
Esática. Mónica apretó más el aparato contra su oreja con una débil expectativa… Pero no escuchó nada.
- ¿John? ¡¿John?! –exclamó, pero no recibió respuesta.
Mónica marcó el número del móvil del agente, pero sólo le contestó una voz electrónica que avisaba que la línea estaba desconectada. Eso la turbó más. Tan sólo por unos momentos su mente estuvo en blanco. Empezó a temblar. Se volvió entonces hacia la contestadora y rebobinó la conversación, porque tenía una mermada sensación de que había escuchado algo.
Echó a andar la cinta y se concentró en la parte final de la conversación. Pulsó el botón de volumen hasta el máximo y aguzó el oído.
- Espera un momento –decía John. Es… Es… Greg--
- ¿John? –se escuchó a sí misma decir.
- ¡Greg--!
La informe estática hizo vibrar la máquina. Un pitito anunciaba el final de la conversación y lanzaban nuevamente a Mónica y su mente a aquel lugar donde ésta quedaba en blanco. Respiró profundo. Ordenó a sus pensamientos ponerse en orden. Ordenó a su corazón latir más lentamente.
Hizo volver a sonar la cinta. Esa última palabra. Esa última expresión de John… ¿”Greg”? Sí. No se había equivocado. Era un nombre. Había algo.
Entonces se levantó y decidió telefonear a Fox Mulder.

 

 

“MOUBIS”

120 EVERGREEN, St.,
JEFATURA DE POLICÍA DEL CONDADO DE MISSOULA, 4.47 PM

Cuando Mulder descendió de su automóvil lo atacó una ráfaga de viento frío que le hizo restregar los dientes. Odió no haber traído consigo un buen abrigo.
El edificio de la jefatura de policía era un sencillo cubo de dos pisos empotrado en una esquina. Tenía ventanas grandes e iluminadas a través de las cuales se podían ver muchas personas llevando a cabo tareas de oficina, casi todos uniformados. La edificación tenía más aires de un hospital que de una dirección de policía. Mulder contuvo el aliento para soportar el inclemente frío mientras caminó hasta la puerta donde había un hombre, un policía, que le saludó en cuanto advirtió que el federal caminaba hacia él. Al término de la distancia el policía, manos enguantadas, le estrechó la palma a Mulder.
- ¿Oficial Rawls? –preguntó Mulder.
- Así es, acompáñeme, agente.
Rawls era lo más parecido que había visto Mulder a un gorila. O más bien, en realidad era un gorila, sólo que con forma más humana que lo usual y sin pelo. Era Ving Rawls, el oficial con el que había conversado telefónicamente: negro, de nariz exageradamente ancha y chata y con la musculatura que delata a las personas de esta raza, no obstante, el hombre le había saludado con una amplia sonrisa por lo que Mulder no dudó en que aquel mastodonte, apreciablemente más alto que él, fuera la luz de sus hijos. Rawls permaneció en silencio mientras Mulder seguía su inmensa espalda a través de un pasillo de puertas, oficinas de paredes móviles -y algunas transparentes-, jóvenes pendencieros siendo transportados a algún calabozo oculto y muchos, muchos policías.
Después de subir un par de escaleras, el hombre lo condujo a una oficina con aire acondicionado donde los que parecían ser un par de jóvenes técnicos acomodaban cables enfrente de una pantalla moderadamente grande colgada de una pared. Uno de ellos arrastró una silla hasta Mulder y con un gesto le invitó a sentarse. Mulder lo hizo y al instante el otro de los técnicos le entregó un micrófono en forma de bincha que el agente se acomodó alrededor de la cabeza.
- Tenemos que hacer una llamada telefónica. En la pantalla verá cuando podrá hablar –explicó el técnico
Rawls dijo:
- Hay alguien que quiere hablar con usted, allá en Washington.
- ¿Sjmuynovic?
- No. Un agente. Este asunto del avión perdido está levantando mucho polvo y tiene a muchos paranoicos.
Yo incluido, pensó Mulder y asintió. Le asaltaron las dudas: ¿Agente? ¿Quién podría ser? Un par de segundos después los técnicos desaparecieron por la puerta.
Un poco incómodo por el modo en que tenía que lidiar con aquella tecnología, Mulder se sintió inquieto. Hubo silencio en la habitación. Luego, la pantalla se iluminó y Rawls apagó las luces. Del otro lado de la pantalla Mulder vio un hombre flaco, de rostro demacrado, quijada sobresaliente y sin rasurar, y huesudo. Sus ojos eran azules como el hielo. Los dientes le sobresalían. Llevaba traje y corbata. Era inconfundible que era la persona de la que Rawls había hablado. ¿Un agente? Más le parecía a Mulder un hampón bien vestido. Se preguntó si la imagen electrónica no resaltaba aquella apariencia.
Escuchó la puerta cerrarse a su espalda. Era Rawls que lo dejaba a solas.
El hombre de aspecto famélico y rostro frío se acomodó la corbata, así como un micrófono idéntico al que llevaba Mulder, y dijo:
- ¿Agente…?
- Fox Mulder –levantó la placa. –FBI
- Mucho gusto –dijo el hombre. –Keenan Hawkshaw –mostró asimismo una placa. –NSA
- ¿Seguridad Nacional?
- Así es.
La cámara enfocaba a Hawkshaw en una pequeña mesa blanca, tal vez plástica, sobre la que tenía apoyada sus manos con los dedos entrelazados alrededor de algo. Luego Mulder pudo ver que era una pequeña libreta. El hombre la consultó y tomó un par de apuntes.
- ¿Qué ocurre? –inquirió Mulder.
Hawkshaw no respondió de inmediato. Hizo un gesto inquisitivo, y con pesadez contestó luego de un largo silencio:
- Hemos estado indagando… Usted trabaja en el FBI en la división de… -consultó su libreta y entornó los ojos -¿…los “expedientes x”?
- Sí.
- ¿Qué es exactamente investigan ahí? –preguntó a continuación sin levantar la mirada de sus apuntes y haciendo una mueca.
- No entiendo a donde quiere llegar -dijo Fox.
- Olvídelo –dijo Hawkshaw meneando la cabeza.-¿Qué tiene que ver su investigación con… Xiang Lu Suzuka?
- ¿Qué tiene que ver todo esto con el 417? –preguntó Mulder.
Hawkshaw soltó una carcajada ahogada y finalmente levantó sus helados ojos y cerró su libretita.
- Vaya. En verdad sí es paranoico –murmuró.
- ¿Perdón?
- Fox, es su nombre, ¿verdad?
Él asintió.
- Usted no me conoce, pero yo… -se rascó la frente. –Lo conozco, he escuchado de usted. En alguna ocasión me topé con varias de sus investigaciones… Más o menos sé cómo trabaja.
Sorprendido, Fox alzó una ceja.
Hawkshaw se estremeció y enseñó sus dientes malformados en lo más parecido a un gesto de sonrisa que Mulder pudo identificar. Le sorprendió a Fox que tal personaje no fuera confundido de repente con un indigente.
- ¿Usted sabe dónde está el avión? –preguntó Mulder, con tono forzado.
- El avión está perdido. Una flota de F-16s lo está buscando…
- Explíqueme.
- Es lo que intento hacer, señor Mulder. A las 14.03 de hoy el vuelo 417 de Eastwind Pacific Airlines, vuelo D.C./Montana/Columbia Británica perdió contacto de radar. Los operarios de la Torre Dulles siguieron el protocolo y llamaron al Centro de Comunicaciones de la Aviación Federal, en Washington, quienes llamaron a N.T.S.B. El vuelo contaba con 132 pasajeros, el clima era perfecto. Lo que intento investigar es qué tiene que ver la desaparición de un japonés millonario con un científico loco y furioso de apellido croata que aparece en el aeropuerto media hora después de despegar diciendo que el avión desaparecería. ¿Puede explicármelo, agente Mulder?
Mulder permaneció pensativo intentando digerir la información.
- Entiende perfectamente que después de 9/11 no podemos darnos el lujo de otra amenaza… Escuche, sólo deseo encontrar ese aeroplano.
- Sí, sí, comprendo –dijo Fox asintiendo. -¿Ha conseguido investigar algo, reunir alguna pista?
Hawshaw suspiró. Luego encendió un cigarrillo y volvió a abrir la libreta de notas. Su mirada se cruzó con la de Mulder y soltó una carcajada.
- Lo siento, lo siento, no he podido dejarlo.
- ¿El cigarrillo o el cuaderno de notas?
El agente volvió a mostrar su sonrisa horrible. Luego dijo:
- ¿Le suena el nombre de Morris Jessup?
Mulder frunció el cejo.
- No, creo que no –dijo Fox.
- ¿Le suena el nombre de Craig Jessup?
Fox meneó lentamente la cabeza de lado a lado.
- ¿Hay alguna relación?
- Padre e hijo –dijo Hawkshaw aspirando el cigarro y despidiendo volutas de humo claro por la nariz. -¿Ha escuchado hablar de algo llamado Nirvana Technologies?
- No. No en absoluto.
- Nirvana Technologies es una compañía de telecomunicaciones, o al menos eso dicen al público –anotó Hawshaw. –No sé exactamente a qué se dedican, pero Jessup padre trabajaba en esa empresa.
- ¿Qué relación tiene con Suzuka? –preguntó Mulder.
- Morris Jessup viajaba con él cuando desapareció –reveló el hombre cenceño.
Mulder pestañeó dos veces. Aquello le tomó por sorpresa. Era un dato nuevo. ¿Por qué la policía habría dicho que había desaparecido él solo?
- No iba solo cuando desapareció –susurró Mulder para sí mismo.
Hawkshaw no le escuchó.
- Cielo santo, ¡aquí hay algo, agente! –exclamó el flaco con un gesto disimulado de sorpresa.
El hombre dio un pitazo profundo a su cigarro y sus ojos lucieron más helados que nunca.
- Entiendo que está aquí para entrevistar a André Sjmuynovic, agente Mulder. No sé por qué razón André eligió que hablaría sólo con usted. Pero quiero que entienda lo delicado de esta situación y que reconozca la amenaza de que un avión perdido puede representar para esta nación –Luego, su rostro adquirió gravedad, y dijo: -Creemos que sabe cómo encontrar el avión. Creemos que tiene una evidencia muy concreta al respecto, información, datos, escritos… Robó datos de un satélite climatológico, sabemos que sabe algo. –Se relajó. Y con inminente urgencia en la voz, agregó: - En sus manos está la pieza final de este rompecabezas. Por favor, agente Mulder, este hombre está muy furioso y agresivo, no se ha dejado sacar ni una maldita palabra. No soy, créame, no soy de los que le gusta la violencia, así que… se lo ruego, Mulder, trate de averiguar qué es lo que está ocurriendo.
Mulder dio un suspiro.
- Está bien –dijo.
El escuálido agente quitó los auriculares, se levantó y pisó la colilla hasta que el humillo se extinguió.
- Lo traeré –dijo.
Hawkshaw desapareció de la pantalla.
Frente a la pantalla blanca, Fox sopesó los últimos acontecimientos y se regañó mentalmente: había subestimado el caso. Definitivamente lo había subestimado.
Morris Jessup, empleado de una misteriosa compañía de telecomunicaciones, Nirvana Technologies… Le pareció un nombre muy extraño para una compañía de ese talante. Como fuera, había acompañado a Suzuka durante su desaparición. ¿Quién era exactamente Xiang Suzuka? Debía investigarlo. No obstante, la prioridad era determinar el paradero del vuelo 417.
Del otro lado de la pantalla alguien apareció. Era Hawkshaw que venía acompañado de otra persona que venía esposada. Hawkshaw le ayudó a sentarse detrás de la mesa en la que él se había sentado. Pudo ver entonces al hombre de frente. Su rostro le evocó a Fox la imagen del mismísimo Santa Claus: barba espesa, cabello grisáceo, cachetes regordetes, aunque muy desaliñado. El hombre del otro lado de la pantalla era un anciano algo pasado de peso al que el pelo le caía sobre los ojos y la barba le rozaba el estómago; pareció sonreír cuando, aguzando la vista como si viera un objeto lejano, miró directamente a los ojos de Mulder. Notó Mulder que su semblante era muy desgraciado. Su rostro estaba demacrado. Parecía deprimido. Traía los ojos caídos.
- ¿Me ve? –dijo el anciano muy fríamente.
- Así es –dijo, y se acomodó los audífonos y el micrófono. -¿Qué tal me veo?
Hawkshaw miró a la cámara y Mulder le vio hacer un gesto de aprobación. Un mensaje se transmitía con aquella mueca: “Confío en usted”. El hombre desapareció por la puerta por la que había aparecido con Sjmuynovic y hubo silencio.
- ¿Aggente Mulderr…?
- ¿Por qué me conoce? –detuvo Mulder.
Las pobladas cejas del anciano se arquearon hacia arriba y su rostro pareció iluminarse de repente con una sonrisa.
- El avión se extgavió, ¿vegdad?
El corazón de Mulder se contrajo detrás de su pecho.
- Es porr eso que está aquí, ¿no ess ciegto? Tuviegon que espegag a que el maldito avión desapageciega paga cgeegme.
- ¿Por qué me conoce? –preguntó de nuevo Mulder.
- Usted investigú el accidente de aquel vuelo hace unos añus, vuelo 549, en Adirrondack. Leí el rrepogte en el periódico, esa teogía excéntgica de cómo el vuelo había pegdido diez minutus. Sé que es el únicu que cgreerá lo que tengu que decig –respondió el abuelo.
Fox meneó la cabeza y entrecerró los ojos.
- ¿Qué le ocurrió al 417?
André Sjmuynovic aspiró una gran bocanada de aire, y dijo:
- Escushe. Ssoy un matemáticu ex-empleadu del Obsegvatogio Solarr, donde descubgí algo. –Hizo una pausa tras la cual separó dos mechas de cabello grisáceo de su visual y añadió: -¿Conosce la teoría genegal de la rrelatividad de Einstein?
- Las ciencias no eran mi fuerte en la escuela –dijo Fox-, pero creo que entiendo el concepto.
Pensó inmediatamente en Scully. Precisamente era ella la experta en el tema; aún recordaba el título de su tesis, hacía ya varios años: “La paradoja doble de Einstein, una nueva perspectiva”
- El espasciu y el tiempo están rrelacionados entge sí, asimismo la mategia y la energía, están entgeleacionados y la ggavedad los afecta. Vegá, todo tiene que veg con los campos: un campo magnéticu cgea un campo eléctgicu en ángulo rrectu al pdimego. Cada planu rrepdesenta una coogdenada del espasciu. Pego puesto que existen tges coogdenadas, deben existig tges campos.
- ¿Y el tercer campo es… el gravitacional? –adivinó Mulder.
Los ojos permanecían aún inexpresivos, carentes de emoción. Hablaba “en cascada” como si estuviera leyendo un libreto.
- Así es –continuó el viejo-, pego Einstein nunca fue capaz de explicag cómo la ggavedad podgía genegagse a tgavés del magnetismu o la electricidad. Las fuegzas nucleages se pueden genegag, unas a tgavés de las otgas, pero no la ggavedad; es la grran teoría de la unificación, el sueñu de los físsicos. No existe, apagentemente, ninguna rrelación entge ggavedad y ninguna otga de las fuegzas fundamentales de la natugaleza… Yo encontgé una rrelación. Encontgé la manega en que se genega ggavedad a tgavés de las otgas fuegzas fundamentalis…
- ¿Cómo?
- A tgavés de un fenómenu natugal rrelacionado con el sol…
- ¿Qué fenómeno? –inquirió el agente, muy atento a la explicación del científico.
Sjmuynovic hizo una pausa en la que se ordenó de nuevo los mechones.
- Como le digu, tiene que verr con el sol. Mientgas tgabajaba en el Obsegvatogio hice un sseguimientu del compogtamiento del sol y los vientus solages y descubgí una conexión entge un fenómeno electgomagnéticos con propiedades ggavitatogias que descgibí y las desapagiciones en el Tgiángulo de las Begmudas…
- ¿Qué fenómeno? –preguntó Mulder de nuevo.
- …una supegcuegda.
- ¿Una… supercuerda?
- Una… raja… hendidura… Una “franja” atgapada en la ógbita entge la Tiegga y el Sol, un nudo ggavitatogio que tiene la estguctuga de una fogma matemática llamada “cinta de Moubis”.
- ¿Cinta de Moubis?
- Así es.
- ¿Y el avión está atrapado en esa… “franja” de Moubis?
- Así es.
Mulder se arrellanó en su asiento y se masajeó las sienes.
- Ese fenómeno… -dijo Mulder. –Usted dijo que tiene que ver con el sol… ¿Por eso robó los datos del satélite climatológico?
- Rrobé rregistgos del satélite solag paga vaticinarr la siguiente posisción de la fganja que coincidiú con las coogdenadas de posisción del señog Suzuka en el Océanu Atlánticu –dijo el anciano. –Intenté advetígselos. Pego la policía ahoga cgee que soy el gresponsable de su desapagiciún. Que soy un cgriminal.
- Señor Sjmuynovic, nadie piensa que es un criminal…
- ¡¿No?! –estalló el viejo- ¡¿Ve esto?! –levantó las manos esposadas.
El viejo se dejó caer en el asiento y lució más deprimido que nunca.
- Tengo una duda, André. Me rodea en la mente desde el comienzo. ¿Por qué desaparecería un aeroplano comercial que está a toda norteamérica de distancia del Triángulo de las Bermudas? ¿Por qué en Montana?
Sjmuynovic rió nerviosamente.
- Es… Es… Es exactamente lo que quegía advegtirr: la fganja se está desplazando… Hay una anomalía…
- ¿Anomalía? –Mulder frunció las cejas. -¿Qué quiere decir?
- La fganja se guía porr los camposs magnéticus y electricus del planeta, rrevoluciona algrededor del planeta cada veintinuivi minutus, es un doblez gravitacional, si algo a la altuga coggecta se interpone en su camino y se interceptan, desapagece, ¿entiende? Es lo que ocugge en el tgiángulo… pego… Algo está ocuggiendo, la fganja se moviendo de lugag. Algo ocugge con el planeta, señog Mulderr –de pronto, su semblante se tornó más oscuro y más sombrío. –El vuelo cuatrosscientes diesscisiete es sólo el comienzu… Sólo el comienzu de algu más grande que está por ocuggig.
El anciano se levantó de la silla y tocó la puerta del salón en el que se encontraba y al instante Hawkshaw apareció en la escena.
- Un momento, ¿a dónde va? ¿Es todo lo que tiene que decir? –dijo Mulder levantándose él también de la silla, inquieto.
- Escushe, agente Mulderr: nadie cgeyó lo que tenía que decirr pod cuagenta anios… Voy a irr a la cágcel pod haceg lo coggecto… Usted y su país me han decepcionadu… -luego hizo una pausa y añadió: -No encontgagá su avión si es lo que quiege sabeg, y no me impogta. Eso es lo único que tengo que aggegar.
Hawkshaw observaba la escena contraído. Miró a Mulder a través de la pantalla adusto, aunque más bien confundido. Un par de policías entraba al recinto y un instante después escoltaban al anciano fuera de la habitación hasta que ya no estuvo más al alcance de la cámara.
Mulder se disponía a retirarse cuando sonó su teléfono celular, pero antes de contestar le dijo al agente, del otro lado de la pantalla:
- Será mejor que no pierda su libreta, señor Hawkshaw.
Y salió de la habitación.

 

*

Era Dyer. Mulder salió del edificio corriendo. Cuando contestó la llamada ya cerraba la puerta del auto quedando aislado de la helada tarde pero preso en sus propios pensamientos, pensamientos que le robaron el aliento. El corazón le latía a galope de caballo. ¿Qué había intentado decirle el anciano?
- ¿Agente Mulder? –carraspeó Dyer del otro extremo de la línea.
- Sí, ¿alguna noticia del vuelo…?
- No –se adelantó en decir. -Pero deseo que venga al aeropuerto cuanto antes. Hay una buena noticia.
De inmediato, encendió el motor.
- ¿Qué es? –dijo sin despegarse el teléfono del oído.
- Una escuadra de F-16s fue enviado desde Fort Peck, cerca de la frontera, a 150 km de Crosby, la última posición reportada del 417 a Control Williston. Dos de ellos están por entrar al espacio aéreo del 417. Quisiera que estuviera aquí…
- Voy para allá…
- Hay algo más –cortó Dyer. –Algo está ocurriendo con las transmisiones.
- Bueno, eso no es nuevo –dijo Mulder.
- No, no lo comprende. Hay una serie de discrepancias: en Dulles dicen que el avión desapareció media hora después del despegue, pero el Control de Aproximación de Madison, en Wisconsin, recibió el chequeo del vuelo una hora quince minutos después. Es como si el avión estuviera en todas partes y en ninguna, ¿comprende? –dijo Dyer confundido. Y antes de que Mulder dijera algo, agregó: -Y hay algo más: una persona del FBI requirió la lista de pasajeros, dice que usted le conoce.
No lo dejó terminar.
- Voy en camino –dijo. Y colgó.
Sintió que perlas de sudor patinaban sobre su frente a pesar del frío. Era la angustia. ¿A quién se refería Dyer? Pensó un momento. ¿Podría ser…?
De repente, su móvil volvió a vibrar. Activó la llamada.
- ¿Mulder? –dijo una voz femenina al otro lado de la línea.
- ¿Mónica? –la reconoció él.
- Sí… Dios, Mulder, necesitamos hablar –dijo agitada. -Está en Montana, ¿no es así?
- Así es. Estaba por llamar… ¿Montana? ¿Cómo lo supo?
- Hablé con John hace unos minutos…
De repente le faltó el aire.
- ¿Qué?
- Está en problemas, o eso me parece, agente Mulder.
- ¿Cuándo…? ¿Cuándo se comunicó con usted? –preguntó con desespero.
- Hace sólo unos minutos. Llamó a bordo de un vuelo… Algo le ocurrió, no lo sé.
- ¡Demonios! Es el Vuelo 417, el que lo traería hasta aquí.
- Vuelo 417 de Eastwind Airlines. John me pidió que investigara un nombre…
- ¿Qué nombre?
Mónica tomó aire.
- Una persona llamada Greg. ¿Le suena?
- ¿Greg? –hizo una pausa. -¿No será Craig?
Mulder escuchó la respiración de su compañera detenerse.
- Dios. ¿Está relacionado alguien llamado Craig? Porque investigué la lista de pasajeros –dijo Mónica. –La tengo aquí, en mis manos. No hay ningún Craig en la lista, pero sí hay un Greg. Alguien llamado Greg Swamson.
Mulder apretó los dientes. Ahora su mente era un bulto informe de pensamientos encontrados.
- Un momento, un momento –reaccionó luego de varios segundos.
Pausa. Mulder redujo la velocidad para pensar mejor. Ya podía ver los edificios del aeropuerto recortando el horizonte rojo por el sol poniente. Aprovechó un momento de lucidez repentina, y dijo:
- Mónica, ¿estás en Washington?
- Sí… Dyer me envió la lista de pasajeros por fax, y…
- Escucha una cosa –le interrumpió Mulder -Algo muy extraño está sucediendo, lo presiento.
- Créeme, yo también. ¿Qué es lo que quieres que haga? Quiero saber qué sucede –dijo ella, adivinando las intenciones de Mulder.
- En Washington, hay un investigador, un agente de NSA llamado Keenan Hawkshaw. Mantiene a un fugitivo en custodia en una jefatura de policía de Washington. Quiero que vayas con él y le digas lo que acabaste de decirme. Investiga un nombre: Xiang Suzuka.
- Lo tengo.
- Investiga algo más. Además de Swamson y Suzuka, investiga otro nombre: Craig Jessup.
- Lo tengo.
- Investiga todo lo que lo relacione a él y a una compañía llamada Nirvana Technologies, ¿escuchaste?
- Lo tengo.
Al parecer, Mónica tomaba notas.
- Ahora dime qué dijo John exactamente –pidió Mulder.
- Dijo que volaban sobre el lago Michigan –respondió Mónica.
Mulder dejó escapar aire de sus pulmones de forma muy perceptible. De nuevo se masajeó las sienes. La cabeza le palpitaba y ya sentía que un dolor de cabeza estaba próximo a declarársele.
- Debemos calmarnos, Mónica. No pierdas tiempo, llámame en cuanto tengas la información.
- Mulder: ¿qué investigan?
Fox suspiró de nuevo.
- ¿Alguna vez sentiste que estabas en una situación en la que creías que estabas completamente en control y de repente todo se complicó?
- Te comprendo –dijo ella. Su tono de voz fue consolador.
Pausa.
- ¿Quieres llamar a Scully? –dijo Mónica.
Él saltó de su asiento.
- ¡No! –replicó enseguida. –No… No, si no es absolutamente necesario.
- Está bien –dijo Mónica. –Te llamaré en cuanto me ponga al tanto. Adiós.
Y colgó.
El cielo estaba teñido en escarlata. Pronto vendría el ocaso. Pensó en Scully. Habían visto el ocaso juntos, justo antes de que se fuera de visita con su familia. Quiso tenerla a su lado en esos momentos. Pero pensó que nisiquiera su presencia haría que aquella tarde la atmósfera no estuviera más espesa ni más tenebrosa que lo que se le antojaba en esos momentos. El edificio del aeropuerto y algunas naves parpadeantes que revoloteaban en lo alto ya eran perfectamente visibles.
El misterio gobernaba aquel atardecer.


“ESTAMOS RECIBIENDO EL MISMO MENSAJE”

John Doggett, con Esther caminando a sus espaldas regresaron de nuevo al pasillo de pasajeros… y se detuvieron en seco. Frente a sus ojos se había desatado lo que Doggett no dudó en describir como el mejor ejemplo de una histeria colectiva que había presenciado en su vida: Los pasajeros se habían levantado de sus puestos, algunos de ellos gritaban y otros se desgarraban en llanto.
- La señora Owen no fue la única que desapareció –dijo Esther detrás del agente observando aquella escena con la piel helada.
John no pudo evitar sentirse asimismo turbado. No se atrevió a volverse para ver el rostro de Esther, pero escuchó sus sollozos. Comprendió que tenía tanto miedo como él.
Muy lentamente caminaron a través del pasillo, en medio de rostros que suplicaban por una explicación. Habían madres que buscaban a sus pequeños hijos y viceversa, esposos que buscaban a sus esposas y viceversa; parientes perdidos, compañeros de asiento extraviados, gente que se acababa de esfumar frente a sus ojos exactamente como Judy Owen…
John y Esther continuaron caminando en silencio incapaces de imprimir más fuerza a sus músculos, atónitos y envueltos al mismo tiempo de un estupor invisible que parecía agregar peso a sus pies. Las personas pedían auxilio y nadie las socorría, los niños lloraban y nadie los consolaba, los ancianos rezaban una plegaria y en sus rostros aparecía la demanda por una respuesta.
Cuando pasaba por una hilera de asientos una pequeña haló la chaqueta de Doggett. Estaba llorando y venía sentada en un asiento para tres completamente sola.
- ¿Dónde está mi mami? –dijo en un murmullo casi inaudible y tembloroso.
- Oh, Dios.
El corazón de John se heló. Fue incapaz de pronunciar una frase, una palabra, nisiquiera de emitir un sonido. Se fue en gorgojeos ininteligibles, un nudo que sus cuerdas fueron incapaces de traducir en vocablos. Su mente acababa de entrar en estado de choque.
Observó a su alrededor. A pesar de la escena, intentó guardar la calma. Se dio cuenta entonces que estaba en el corredor donde se encontraba su asiento. Caminó hasta su butaca y notó que el hombre de cabello largo que venía a su lado antes de despertar ya no estaba… Pero sobre el suelo, había un objeto, algo parecido a un maletín. Al levantarlo se percató de que era una computadora portátil en cuya pantalla Doggett vio algo. Esther miraba por sobre su espalda.
- ¡Es…! ¡Es la ruta! –exclamó ella.
- ¿Cómo dice?
En la pantalla se veía un mapa. Era un mapa del norte del país en el que el agente incluso reconoció algunas locaciones. Lo que más le llamó la atención era una gruesa línea tubular dibujada sobre la pantalla con un rotulador y que se doblaba sobre sí misma en extraño contorno que formaba una especie de “8” y que estaba rodeada de otras líneas más delgadas que simulaban trazos de crayón que un niño pequeño hubiera dibujado sobre una hoja de papel. En medio de la extraña figura había un punto titilante que el pasajero había marcado con el rotulador como “417”. Doggett tomó la computadora.
- Vamos a la cabina de vuelo. ¡Rápido! –dijo John con apremio.
Atravesaron el avión en medio del caos. A mitad de camino entre las dos secciones de pasajeros ambos se detuvieron al escuchar un estallido de gritos femeninos. Directamente enfrente varias azafatas corrieron hacia una de ellas que yacía sobre el suelo.
- ¡Nancy! –exclamó Esther.
La azafata de cabello corto se adelantó a Doggett y llegó al lado de la mujer alrededor de la cual se habían reunido otras azafatas que sollozaban. Esther le sostuvo la cabeza a Nancy. Cuando Doggett la alcanzó escuchó que intentaban levantarla.
- ¿Tiene pulso? –preguntó John.
Nadie le respondió.
- Abran espacio –ordenó.
John se agachó y palpó el cuello de la mujer.
- Tiene pulso –dijo. –Intentemos levantarla.
Esther continuó sosteniendo la cabeza cuando John la levantó por las axilas. Las otras mujeres sostuvieron las piernas. Un par de pasajeros masculinos se unieron y ayudaron a levantar a la pesada mujer. John la acomodó longitudinalmente en un asiento de tres y se quitó la chaqueta la cual envolvió a modo de almohada.
- Soy enfermero –dijo uno de los hombres que había ayudado.
- Entonces verifíquele el pulso –dijo John. –Creo que fue un desmayo.
El hombre se acercó y empezó a revisar a Nancy. John se retiró dos pasos y miró a Esther que se tapaba la boca horrorizada. John la asió por los hombros intentando tranquilizarla.
- Se pondrá bien –consoló. –Quédese con ella. Yo iré a la cabina.
El agente continuó caminando hasta toparse con Anna, la aeromoza que había estado con Esther inicialmente. Su rostro era de total turbación. Detrás de ella venían dos hombres que el agente reconoció evidentemente como los pilotos. Al ver el desconcierto que se había desatado, sus rostros perdieron color.
- ¡Dios mío! –dijo uno de los hombres, de rostro de joven y peinado del medio hacia los lados. –Anna… ¡Anna!
Ella no se volvió inmediatamente. Estaba absorta. Un instante antes de entrar a aquella sección del avión, todos los puestos estaban llenos. Ahora apenas podría contar un par de docenas de pasajeros.
- ¿Qué pasó con los pasajeros? –murmuró Anna silenciosamente. Se volvió hacia los pilotos y John. -¿Dónde están todos?
El piloto de cabello peinado caminó hasta ella y mirándola directamente a los ojos, con un aplomo que incluso a John se le hubiera hecho difícil mostrar, dijo:
- Anna, mírame. Eres una profesional. Ahora préstame atención: reúne a todas las demás. Tienen que calmar a los pasajeros.
Ella asintió y caminó algo desorientada en dirección hacia donde estaban todas reunidas alrededor de Nancy, que ya se había puesto de pie con ayuda del enfermero.
- ¿Quién es usted? –dijo el piloto señalando a Doggett.
- Soy John Doggett, agente del FBI, tengo algo que mostrarle.
- Venga.
Junto con los pilotos, caminaron de regreso a la cabina. El hombre peinado, al que Doggett identificó como el comandante de vuelo, tomó el micrófono del altavoz y dijo con el mismo tono de voz con el que había hablado a la azafata:
- Señores pasajeros: les habla su capitán, Roger McGibbs. Necesitamos calmarnos. Estamos en proceso de comunicarnos con la torre de control de Sloulin para un aterrizaje de emergencia. Les pido que guarden la calma y regresen a sus puestos. Vamos a aterrizar de inmediato. Les repito: estamos por contactarnos con la torre de control de Sloulin para un aterrizaje de emergencia. Regresen a sus puestos y guarden la calma. Aclararemos todo esto. Las aeromozas los guiarán.
Luego soltó el aparato sobre el panel y se dejó caer sobre el sillón de comando. Se tomó luego el cráneo entre las manos. Doggett observó al otro, el copiloto seguramente, cuyo rostro lucía pálido como la nieve y no había dicho nada desde que el agente lo había visto. Un tercero, el ingeniero de vuelo, miraba alterado las facciones de sus dos compañeros.
- ¿Qué pasa? ¿Qué es toda esa gritería? –preguntó. Luego se volvió a McGibbs, y con el ceño fruncido, dijo: -¿Y qué es eso de que vamos a contactar a la torre de Sloulin para un aterrizaje? ¿Quieres decirme cómo haremos eso sin comunicaciones?
- ¡¿Quieres callarte, Paul?! –estalló McGibbs sin soltarse la cabeza. -¡¿Qué querías que les dijera a los pasajeros?!
Doggett intervino.
- ¿Cómo que están sin comunicaciones? –dijo.
La escena continuó idéntica, como si repentinamente todos se hubieran congelado. Por fin, el comandante de vuelo se pasó la mano por la cabeza y por unos instantes lució más sereno, y dijo:
- Tenemos algunos inconvenientes. Dentro de poco restableceremos la comunicación con la torre.
Por algún motivo, John no le creyó.
- Escuchen, señores, algo está ocurriendo aquí –dijo él.
McGibbs soltó una carcajada sardónica.
- ¿En serio? ¿Cómo llegó a imaginarse tal cosa? ¿Ya vio cuántos pasajeros faltan?
El hombre era sarcástico cuando se lo proponía, pensó John. Se sintió impotente por un momento.
- Escuche… -dijo. –Miren esto. Deben ver esto.
El agente desplegó la pantalla del portátil que traía bajo el brazo y que había encontrado abandonado en su asiento. Los tres hombres observaron. McGibbs abrió mucho los ojos.
- ¿De dónde sacó eso? –dijo de inmediato.
- ¿Lo ve?
- Sí, lo veo –dijo. –Es la maldita ruta de vuelo. ¿Es ese computador suyo?
- No. Es de un pasajero –respondió John.
- El plan de vuelo sólo es conocido por la tripulación –intervino el ingeniero de vuelo, Paul. -¿Qué pasajero es ese?
- Mi compañero de viaje, asiento 17-F, clase turista.
- ¿Y por qué conocía el plan de vuelo?
- No lo sé –respondió John.
El de rostro pálido por fin se movió. Alargó la mano hasta un portapapeles colgado en un resquicio adyacente a la puerta, al lado de John. Evidentemente estaba consultando la lista de pasajeros. Luego de hojear varias páginas, dijo:
- 17-F, Michael Allen
- ¿Lo conoce? –preguntó McGibbs.
- No –dijo Doggett. –Pero hay algo más. –Señaló a sus espaldas. -Allá atrás, en la sección de embalaje hay un objeto con cables y que hace ruidos.
- ¿Ruidos? –exclamó el ingeniero. –¿Qué clase de ruidos? –Luego abrió los ojos hasta que casi se le quisieron salir de las cuencas -Dios, ¿no pensará que es…? ¿Acaso no es suficiente con lo que está pasando?
- ¿Quién de ustedes me acompañará a investigarlo y a investigar si este tal Micheal Allen sigue a bordo o se esfumó como los demás? –retó Doggett.
El copiloto se levantó, pero al instante se dejó caer en su asiento. Abrió los ojos de par en par y se apretó contra los oídos los audífonos que traía puestos.
- ¡Aquí está otra vez, escuchen esto, escuchen esto!
McGibbs y el ingeniero se sentaron en sus puestos y colocaron los altavoces. John escuchó con oído agudo:
- …EPA 417… Wash… (estática) fre… (estática) EPA 417… (estática)…el oeste… (estática) por favor… (estática).
La voz era apenas audible, apenas inteligible. Era una voz masculina. Los otros pilotos negaron con la cabeza desconcertados. No entendían lo que acababan de escuchar. Sin embargo, algo había tronado en el de John al escuchar aquel mensaje.
- ¿Qué fue eso? –preguntó el agente. -¿Es el problema de comunicaciones que mencionaron?
- Hay un problema –respondió el ingeniero de vuelo. -Recibimos un mensaje entrecortado una y otra vez. Intentamos restablecer comunicación con la torre de control de Washington, pero no recibimos nada. Sólo el mensaje intermitente.
- No sabemos qué es –dijo el copiloto.
Pensativo por unos segundos, luego Doggett preguntó tímidamente:
- ¿Washington? ¿No debería haber otra torre, una que controlara desde Montana?
Los pilotos se miraron las caras. Luego, las miradas se dirigieron hacia Marty, el copiloto.
- Recibimos una transmisión extraña de la torre Dulles de Washington –dijo, como confesando un crimen. –Piden que regresemos a D.C.
John intentó digerir aquellas palabras. Un tanto desconfiado, preguntó:
- ¿Y ustedes ignoraron el llamado?
- No es para nosotros –dijo el prepotente piloto. –No puede serlo.
- ¿Aún le parece así después de saber que lo que hay allá atrás puede ser una bomba? –dijo Doggett sin ocultar su enfado.
- Entienda, el mensaje está fuera de lugar –intervino el ingeniero de vuelo. –Es muy posible que el controlador de vuelo que lo haya enviado haya cometido un error.
- Para empezar Dulles sabe perfectamente que no tenemos combustible para dar la vuelta, no tan lejos como estamos –informaba McGibbs.
Tenía razón. Doggett imaginó el mapa del país. Montana se encontraba hacia el oeste. D.C. estaba exactamente en el extremo opuesto, al este. Sencillamente que una torre de control exigiera que uno de sus aparatos volara de regreso luego de haber avanzado tanto era ridículamente absurdo. Por otro lado, si lo que Esther y él habían visto era realmente una bomba y, como sospechaba, Washington hubiera querido advertirles pidiéndoles que dieran la vuelta no tenía sentido solicitar que regresaran. Llevarían al avión a tierra cuanto antes, los contactarían con la pista de aterrizaje más próxima, o algo parecido.
- Quizá no puedan comunicarse… -teorizó Doggett, y el recuerdo de la extraña llamada de Mulder cobró inusitada intensidad en su mente.
- No, no puede ser –dijo McGibbs. -Además, hemos estado verificando nuestra posición con las otras torres de control en nuestra ruta y ninguna informó nada. Dulles podía perfectamente comunicarse con alguna de ellas si algo estuviera fuera de lo normal.
Pero no sólo algo está fuera de lo normal, pensó Doggett, todo está fuera de lo normal.
- Intentamos recuperar la transmisión. Pero desde lo que acaba de ocurrir, de repente, todo está muerto. Sólo recibimos el mismo mensaje –informaba el ingeniero.
- Transmitiré de nuevo, y lo verá –anunció McGibbs. Se acomodó los micrófonos en forma de bincha y dijo: - Este es el EPA 417 Washington/Montana, transmitimos fuera de frecuencia de vuelo, esto es una emergencia, responda por favor. Repito, EPA 417 vuelo del oeste, quienquiera que reciba esta transmisión, responda. ¿Williston? ¿Dulles? Alguien, responda.
Silencio.
Los datos se revolvían en la mente de Doggett a la velocidad de una bala. Al igual que las otras figuras en aquel pequeño espacio bañado por la luz mortecina del sol, permaneció quieto como estatua, expectante, mientras la radio volvía a crujir. Todos sus pensamientos, todas sus elucubraciones se iban a concentrar en un detalle cuando aquel mensaje entrecortado se volviera a repetir… Porque sospechaba algo, había estado seguro de tener claro un patrón al escuchar la primera transmisión. En un momento, lo confirmaría. Por fin, la radio crepitó…:
- …EPA 417… Wash… (estática) fre… (estática) EPA 417… (estática)…res… vor… (estática) 417… (estática)… sión… (estática) …ton… res… (estática)
McGibbs miró al agente encogido en hombros. Pero el rostro de Doggett era ceñudo.
- Por favor, hágalo otra vez –pidió.
Sólo lo quería confirmar una vez más, sólo para asegurarse. Parecía algo traído de los cabellos, pensó, pero estaba a punto de borrar toda duda de su mente cuando lo escuchara una vez más.
McGibbs levantó una ceja ante la petición, pero luego apretó el micrófono contra la mejilla y dijo:
- EPA 417, EPA 417, vuelo este-oeste, Washington/Montana, transmitimos fuera de frecuencia de vuelo, tenemos una emergencia. –Silencio-. Responda, por favor.
Doggett esperó atento. El sonido incongruente de la estática muerta siseó por instantes acrecentando el torrente de pensamientos que le asaltaban tanto a él como a los otros presentes. Pero entonces, la radio empezó a gorgojear de nuevo:
- …417… …417… (estática) oeste… (estática) …ton… (estática) mos… (estática) cia… (estática)… vor… (estática)
Silencio.
- ¿Lo ve?
Entonces lo dijo:
- Fui marine, decodificaba mensajes incompletos –miró al piloto. –Esa voz… es su voz, el mensaje es el mismo.
- ¿Qué dice? –intervino el ingeniero frotándose la cabeza.
- Estamos recibiendo el mismo mensaje –dijo Doggett. –Sale y regresa.
- ¿Qué? –rió el ingeniero. –Eso es imposible.
- ¿Sugiere alguien recibe la transmisión y nos manda el mismo mensaje que le enviamos? –dijo McGibbs.
- No lo sé –dijo Doggett con el cuello encogido entre sus hombros. –Pero es el mismo mensaje.
- ¿Por qué alguien iba a hacer tal cosa?
Marty intervino. De repente, lucía muy interesado.
- Roger… Roger, espera, esto tiene sentido –dijo. –Es lo que he venido diciendo todo el vuelo.
- ¡Oh, por favor, Marty! –protestó McGibbs. -¡No empecemos otra vez!
Marty guardó silencio. Doggett hizo una seña al copiloto, para exhortarlo a hablar. Él dijo:
- El mensaje podría repetirse porque podríamos estar rodeados de formaciones nubosas altas sobre las que las ondas rebotan. Pero eso sólo ocurriría si no estuviéramos donde creemos estar. –Hizo una pausa y luego añadió: -Hemos estado reportándonos a las torres de control. A través de la torre de control recibimos claves para el transponedor. El sistema Decca Hi-Fix recibe las claves; en realidad, son coordenadas. El Decca guía el avión por una ruta. Pero tengo la teoría de que en algún lugar, un controlador, una de las torres cometió un error.
- ¿Quiere decir que no saben dónde estamos? –dijo Doggett.
- Sabemos donde estamos, sólo que la información no coincide. Es como si no pudiéramos confiar en la computadora. Nos dice un lugar, pero parece otro… ¡Es como si el sistema se hubiera vuelto loco!
- ¿Dónde dice el sistema que estamos? –preguntó John.
- Sobre el lago Michigan –respondió Marty.
John no dijo nada por varios segundos. Luego añadió:
- ¿Lago Michigan? Eso es muy cerca de Washington.
Los pilotos de nuevo se miraron entre sí. Al parecer no se habían percatado de ello.
- ¿No creen que esa transmisión de la torre del aeropuerto Dulles podría provenir realmente de Dulles? Quizá sus instrumentos funcionan bien y los detectaron en el radar y enviaron la transmisión para que dieran la vuelta. Si realmente estamos sobre el lago Michigan estamos más cerca de D.C. que de Montana
- No, no, no, eso es sencillamente imposible –dijo McGibbs.
- ¿Por qué?
- Es sencillo: No hemos dado la vuelta
- ¿A qué se refiere?
- Es un vuelo directo. Vamos volando en línea recta, directo a Missoula, el avión nunca ha girado, el sol siempre ha estado en el oeste, no hemos girado –insistió.
- Pero esto no es Montana –intervino Marty, visiblemente contrariado. –No sabemos donde estamos, Roger –dijo, poniéndose de pie.
Todos mantuvieron silencio, ensayando mentalmente una explicación para lo que ocurría. John dijo:
- ¿Qué tan confiables son los mensajes que reciben de las torres de control?
- Son nuestros ojos y oídos –respondió Paul.
- ¿Si estamos extraviados y tuviéramos que culpar a alguien, ese sería al controlador de vuelo o a la torre de control? –preguntó John dirigiéndose al copiloto.
Marty pestañeó varias veces mirando al suelo.
- Bueno. Podría decirse que sí -dijo.
- ¿Hace cuánto están recibiendo ese mensaje repetido una y otra vez? –inquirió John.
De repente, Marty lució tieso. Doggett identificó de inmediato que un dardo había pegado en un blanco invisible.
- Desde que cambiamos la frecuencia –murmuró.
- ¿Qué dijo?
- Así es. Desde que cambiamos la frecuencia –dijo con el rostro iluminado.
Marty miró a Roger, cuya frente se aflojaba y empezaba a asentir con la cabeza.
- Explíquenme –pidió John.
- Tenemos un dial de transmisión de señales –exponía Marty-, una frecuencia, ¿lo entiende? Dulles no recibió nuestra frecuencia cuando respondíamos al mensaje en que nos pedían que regresáramos, así que Paul ordenó que probáramos otro dial, con la esperanza de que nos escucharan. No obtuvimos nada, pero fue entonces cuando empezó a captarse el mensaje repetitivo.
De inmediato la mirada del hombre se depositó sobre el agente.
- Ese objeto con alambres que encontró en la sección de embalaje. Muéstremelo.
Doggett asintió y le hizo señas para que lo siguiera.

 

“MI COMPAÑERO SE VOLVIÓ A COMUNICAR”

Cuando volaban se convertían. Dejaban de ser humanos para convertirse en centellas que surcaban el cielo rompiendo el viento.
El cielo era una inmensa bóveda grisácea, casi negra, que ahora era adornada por puntos brillantes. Los Gemelos admiraron las estrellas y se maravillaron. Eran libres, eran aves, el mundo se desplegaba ante sus pies. Eran pilotos.
- Gemelo 1 a torre Peck, Gemelo 1 a Torre, entramos a la zona roja. Repito, entramos a la zona roja, cambio –crujió la radio.
- Torre Peck a Los Gemelos, inicien maniobra de búsqueda, cambio.
- Enterado, torre Peck.
Los reactores bramaron furiosos. Los Gemelos viraron con la gracia de un ave hacia la región directamente debajo. Y pudieron ver algo.

*

En cuanto Mulder salió del ascensor e ingresó a la Torre de Control del aeropuerto vio que Dyer estaba ahí. Apenas cruzaron miradas, el hombre trotó hasta él. Venía muy excitado.
- Venga, venga, los F-16s están recorriendo la ruta del 417 –dijo.
Mulder no pudo evitar dar un rezongo y su corazón empezó a vibrar. Varios controladores estaban apiñados alrededor de la consola donde había estado sentado el controlador con el que había discutido Dyer, Edgar. Ahora Edgar presionaba botones y aumentaba el volumen de un altavoz. Mulder escuchó la estática. Al rato, el silencio electrónico fue roto por la transmisión de un piloto que se hacía llamar “Gemelo 1” y “Torre Peck”. Dyer le explicó:
- Son dos aviones. Sobrevuelan entre Sloulin y Crosby, Dakota del Norte…
- ¿Es donde recibieron la última transmisión del vuelo? –preguntó Mulder.
- Así es.
- ¿Se comunican con esta torre?
- No, los guía un controlador de la base aérea de donde despegaron –dijo el hombre. –Fort Peck.
- ¿Puede comunicarse con ellos? –preguntó Fox urgente.
- ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
Con señas instó a Dyer que lo acompañara hasta el lugar donde se encontraba el gran afiche del mapa del país, a sus espaldas. Caminaron y se alejaron del grupo de controladores que escuchaban atentos la transmisión.
- Mi compañero se volvió a comunicar –dijo Fox.
Dyer abrió mucho los ojos.
- ¿El que va abordo?
- Sí. Hace media hora. Dice que el avión está sobre el lago Michigan.
Dyer no pronunció palabra por buen rato. Después, Mulder vio que sus facciones estaban completamente contraídas.
- Eso no puede ser –dijo. –Tendrían que haber dado la vuelta. Es algo absurdo. –Luego de lucir pensativo un instante, agregó ceñudo: -¿Está seguro que fue hace media hora?
- ¿Por qué?
- Porque el lago Michigan es una de las zonas por las que tenía que atravesar el 417, es decir, estaba en su ruta. Pero debieron haber pasado sobre él después de… quizá los primeros cuarenta y cinco minutos de vuelo.
Fox caviló un momento, intentando hacer coincidir lo que le había dicho Sjmuynovic con lo que estaba escuchando. Por momentos, le pareció que su mente estaba haciendo encajar una pieza cuadrada en un cuenco circular. Pero repentinamente se le ocurrió una idea. Dyer lo detectó al instante y, curioso, preguntó:
- ¿En qué está pensando?
Mulder le miró con los ojos entornados. Recordó las palabras de Sjmuynovic: la franja era un fenómeno gravitatorio, que afectaba tanto al tiempo como al espacio. ¿Podría ser…? Mulder habló:
- Uno de los controladores –señaló a Edgar, en la consola- explicó que varios vuelos que habían seguido la ruta del 417 habían sufrido retrasos, retrasos en su hora de llegada.
- Bueno, sí, pero usted sabe, es temporada navideña…
- Sí, sí, lo comprendo, pero… ¿Podría ser que los retrasos no se limitaran a un arrivo tardío al aeropuerto sino que se extendiera a las comunicaciones?
- No le comprendo –dijo Dyer con la frente fruncida.
- El mensaje que recibí de mi compañero, la llamada en la que decían sobrevolar el lago Michigan… Quizá llegaron demasiado tarde, como si algo las retrasara.
Dyer hizo un gesto. Como si acabara de recordar algo.
- Dulles dijo que perdió el aeroplano del radar luego de cuarenta y cinco minutos de vuelo. Enviaron un mensaje para que el avión regresara a Washington, pero nunca recibieron respuesta. No obstante, el piloto se chequeó en todas las torres de control que tenía en su camino –dijo. –Los chequeos iban retrasados. Pero como se sabía que el vuelo iba retrasado desde el comienzo, nadie lo tomó en cuenta.
- Entonces es eso lo que está ocurriendo –afirmó Mulder.
- ¿Pero qué podría estar produciéndolo? –se preguntó Dyer.
Mulder conocía perfectamente la respuesta. De repente, del grupo de controladores provino un suspiro lastimero colectivo. Dyer y Mulder se miraron, y luego miraron hacia el grupo, y caminaron hacia él. Edgar se ponía de pie.
- Parece que encontraron el avión, jefe –dijo, y su cara era sombría. –No es bueno.

 

“UNA CINTA DE MOEBIUS”

MASSACHUSETTS AVENUE 122, DISTRITO DE COLUMBIA, 5.16 PM

El cielo se había convertido en una densa cúpula gris desde temprano. El sol había permanecido oculto por las nubes lo que había dado como consecuencia que la ciudad adquiriera un aspecto lúgubre, en especial a esa hora. No obstante, más lúgubres eran los pensamientos que revoloteaban la cabeza de la agente Mónica Reyes. Las imágenes que habían sido proyectadas en su cabeza desde aquel lugar de zozobra y oscuridad aún producían que su corazón reaccionara agitándose violentamente detrás de su pecho.
Mientras iba al volante un débil sereno había humedecido las calles sobre las que ella corría en su automóvil a una velocidad demasiado osada para su gusto. Pero no era para menos. Había gastado media hora en localizar al agente Hawkshaw. No había podido hablar con él, pero luego de una media docena de llamadas tanto al FBI como a las oficinas de la NSA y luego de convencer a sus interlocutores de la urgencia de su localización finalmente había podido averiguar que un precinto policial en el distrito de Columbia mantenía a un recluso que hablaba pésimo inglés custodiado por un grupo de agentes de Seguridad Nacional
Ahora doblaba la última esquina que la llevaría a la calle justo enfrente del Precinto 27. Los neumáticos despidieron un chillido cuando rozaron el asfalto encharcado. A medida que se acercaba al final de la calle notaba que habían varias patrulladas aparcadas con las luces encendidas y varios policías estaban amontonados en la entrada, como esperando a que alguien saliera.
Se detuvo, pero se percató que no había sitio para su auto. Continuó hasta la siguiente esquina, en realidad algo alejada del edificio, pero que ofrecía un único espacio para el vehículo. Al apearse del auto corrió de regreso hacia la edificación cuando reparó en que los policías ya se retiraban al interior del precinto al tiempo que un hombre anciano, harapiento y de greñas grises y extremadamente largas, era acomodado en la parte trasera de una de las patrullas. Se encendieron las sirenas y el auto se alejó llevándose el peculiar sonido lastimero tras de sí hasta que ya no pudo escucharse.
Agitada por la súbita corrida, Mónica pensó en entrar al edificio cuando vio a un hombre de traje y corbata que salía y venía dando órdenes. Era sumamente alto, de contextura muy delgada, ojos grandes, dientes salidos y rostro enjuto. Abría una sombrilla y caminó dirigiéndose hacia el estacionamiento.
Mónica reconoció la figura enseguida dado que una de las personas de NSA con las que había conversado por teléfono se lo había descrito.
- ¡Agente Hawkshaw!
El hombre delgado se detuvo y se volvió.
- ¡Soy la agente especial Mónica Reyes! –dijo ella, y cuando lo tuvo directamente enfrente le mostró la placa.
- ¿Agente Reyes, dijo? ¿FBI? –dijo él, extrañado.
- Sí, trabajo con el agente Mulder.
- ¿Mulder? ¡Oh!
Y reanudó la marcha, procurando que Mónica quedara bajo el albergue de la sombrilla.
Oscurecía.
- Pensé que el agente Mulder había perdido el interés en el caso por su actitud después de nuestra última conversación –anunció Hawkshaw.
Mónica no dijo nada.
- ¿Conoce el caso? –preguntó el hombre.
- En realidad conozco sólo algunos detalles –dijo Mónica.
- ¿Entonces por qué está usted aquí?
- Porque puedo tener información que pueda servir para su investigación sobre la desaparición del vuelo 417 –y con cierto dejo de aflicción agregó: -Además, una persona muy especial para mí está a bordo de ese vuelo en estos momentos.
- ¿De qué se trata?
- Recibí una llamada de esa persona…
- ¿A bordo del avión?
- Sí.
- ¿Cuándo?
- Hace cuestión de media hora.
- ¿Qué información le dio?
- El avión parece estar perdido sobre el lago Michigan. Además mencionó un nombre: Greg.
Hawkshaw frunció las cejas. Un instante después extrajo de su bolsillo un teléfono celular e hizo una llamada en la que informó la posición del aeroplano sobre el lago Michigan y otros detalles que ella no comprendió.
Un relámpago rasgaba el cielo dejando perfectamente claro que el sereno era sólo un augurio de la tormenta próxima a declararse. Hawkshaw continuó la marcha hasta detenerse frente a un pequeño Twingo azul. Mónica se preguntó si el larguilucho agente no sería demasiado alto para encajar entre el asiento y el techo.
- ¿Greg? ¿No será Craig? –dijo.
- Greg. Investigué la lista de pasajeros. Hay un Greg Swamson entre los pasajeros. Ahora bien, sí hay un Craig en todo esto: ¿qué sabe de alguien llamado Craig Jessup?
Hawkshaw negó. No obstante el agente pareció reflexionar un rato.
- ¿Por qué no me acompaña? –propuso.
- ¿A dónde?
- Le diré en el camino.
Recogió la sombrilla y abrió la puerta del auto para ella. Luego dijo:
- Pero quiero escuchar todo lo que sabe.

 

*

El clima no mejoró. Minutos después, o incluso menos tiempo, el aguacero se desató. Antes de echar a andar el vehículo, Hawkshaw de algún lugar había sacado un termo de tinto que le ofreció a Mónica. Ella lo bebió muy rápido, evidentemente ansiosa. Hawkshaw se había limitado a encender un cigarrillo, pero lo apagó casi al instante.
Daría lo que fuera por fumar uno en estos instantes, pensó Mónica cuando vio la colilla volar despedida por la ventana mojada casi entera.
Entre charcos, arrolluelos, gotas frías, truenos y relámpagos, los dos permanecieron en silencio mientras Hawkshaw conducía.
Estaba abstraída cuando Mónica reparó en un pequeño detalle: Hawkshaw llevaba las manos pegadas al volante y en el dorso de su mano derecha llevaba pintado un dibujo, un tatuaje. No alcanzó a reconocerlo bien, pero le pareció que el dibujo consistía en un rombo ancho en cuyo interior había una forma circular justo en el centro. Mónica frunció el cejo. Parecía un dibujo abstracto con un significado propio. No obstante, no le prestó atención.
El agente había dicho que quería escuchar lo que Mónica tenía que decir (que era básicamente todo lo que acababa de escuchar en el estacionamiento), pero fue él quien empezó a hablar.
- Se llevaron a Sjmuynovic –informó.
- ¿Eran sus colegas de NSA? –preguntó Mónica, recordando al anciano desaliñado y a la patrulla ruidosa.
- No. Lo tomaron en custodia los abogados del millonario japonés que desapareció. –Y luego añadió: -Sjmuynovic no quiso hablar con nadie salvo con Mulder, su compañero… Y no temo ponerme en evidencia cuando digo que mis colegas y yo escuchamos la conversación que sostuvieron.
- ¿Qué le dijo Sjmuynovic a Mulder?
Hawkshaw tomó una gran bocanada de aire. Luego sonrió.
- Fui algo loco en mis años de juventud, ¿sabe? –mostró el tatuaje. -Estudié dos años matemáticas en MIT, en Boston, antes de unirme a la fuerza.
Tomaron un giro que los llevó a través de una calle recta y empinada. Aún Mónica no tenía una noción muy clara de hacia dónde se dirigían, pero le pareció que se dirigían a las afueras de la ciudad. Mas aun, quiso pensar que su auto no había quedado mal parqueado en el lugar donde lo había dejado y que en ese momento no estuviera acomodado en el arnés de algún camión grúa dirigiéndose directo a los patios de las oficinas de tránsito.
- Sjmuynovic mencionó algo, una teoría algo excéntrica… ¿Conoce el mito del Triángulo de las Bermudas? –preguntó Hawkshaw y sus facciones lucieron más delgadas y afiladas.
- Creo que sí –respondió Mónica tímidamente.
- ¿Conoce el mito del vuelo 19? Un convoy de cinco bombarderos se extravió durante una misión de rutina en 1945 frente a las costas de Florida. Los aviones habían perdido todos los sistemas de orientación y navegación; los pilotos, a pesar de su experiencia, no pudieron saber dónde se encontraban. La torre, en Ford Lauderdale, perdió comunicación con la flota. Enviaron un gran avión para rescatar a los pilotos, pero no lo va a creer, el avión también desapareció.
Mónica notó que se acercaban al final de la avenida. Allá al fondo, recortado contra el horizonte gris había un conjunto de edificios que se amontonaban formando figuras rectangulares. A Mónica le pareció un conjunto residencial y luego observó que estaba en lo correcto. Eran conjuntos residenciales estudiantiles. Se dirigían hacia la American University.
- Mi padre fue piloto de la segunda guerra mundial y lo llamaron para investigar el incidente –continuaba diciendo Hawkshaw. –Tuvo acceso a las conversaciones entre la torre y los aviones… Entenderá que las que se hicieron públicas no estaban completas, la FAA editó lo más importante. Mi padre descubrió algo.
Su primera reacción fue de incredulidad. Luego dijo:
- ¿Y qué decían los pilotos en las comunicaciones verdaderas?
- No decían nada distinto a lo que se hizo público. Lo que cambió fue el orden de las respuestas entre la conversación de los pilotos y la torre.
Mónica meneó la cabeza en señal de incomprensión.
- Las transmisiones entre la torre y los aviones estaban retrasadas –explicó Hawkshaw. –Decía que la confusión en las comunicaciones había sido una de las causas de que los aeroplanos se extraviaran, si es que se habían extraviado. Eran como si… los mensajes llegaran a destiempo, ¿entiende? –Hawkshaw soltó una risita cuando vio el rostro perdido de Mónica y dejó ver su dentadura deforme por unos instantes. –Es estúpido, sé lo que parece, pero mi padre decía que colocando en cierto orden las transmisiones entre torre y pilotos podía darse uno cuenta del destiempo, ¿entiende? Como si las ondas de radio se rezagaran.
- Pero todas las ondas de radio viajan a la misma velocidad ¿Sjmuynovic tenía alguna teoría de por qué ocurría eso?
- Como le dije, estudié dos años matemáticas a mis 18 –volvió a sonreír. –Estaba algo loco entonces… La respuesta a su pregunta es sí, Sjmuynovic decía tener una teoría y la explicó a su compañero, aunque no estoy seguro de que él la haya comprendido bien.
Hawkshaw dobló dejando atrás el complejo de la American University. Ahora se dirigían a un segundo complejo más pequeño. Un aviso en la vía de acceso anunciaba que se dirigían al observatorio de la universidad. Mónica lo conocía por publicidad solamente. Estaba ubicado en una colina que se alzaba sobre la zona suroeste de la ciudad. Consistía en un edificio de dos pisos coronado por una cúpula plateada que se partía en dos como una toronja atravesada por un cuchillo abriéndole paso a la luz atravesaba la lente del gran telescopio de la universidad. Había olvidado sus medidas, pero era grande.
Hawkshaw enfilaba ahora su auto en dirección de la colina y se notó el esfuerzo del motor al escalar la empinada elevación.
- ¿y qué mencionó Sjmuynovic que le hizo pensar eso? –dijo Mónica.
- Una “cinta de Moebius” –respondió Hawkshaw.
Mónica cabeceó preguntándose si había escuchado bien.
- Perdón, ¿una cinta de qué?
- De Moebius… ¿Sabe qué es lo que es?
Ella negó.
- ¿Ha escuchado alguna vez de una rama de las matemáticas llamada Topología?
Sólo tuvo que ver su rostro para darse cuenta que la respuesta era de nuevo negativa.
- Es la rama encargada del estudio de las propiedades de las figuras geométricas en el espacio que no varían cuando éste se dobla, se retuerce o se estira de alguna manera –explicó. –Verá…, para la Topología una taza de un asa y una rosquilla son lo mismo: ambas tiene un gran hueco, y si estuvieran hechas de barro o plastilina, usted podría transformar una en la otra simplemente presionando y halando, ¿lo comprende?
La lluvia había cobrado inusitada fuerza. El camino estaba franqueado de arbustos que se azotaban con la tormenta. Ya estaban por coronar la cima de la colina y Mónica pudo ver la sombra de la cúpula del observatorio recortada contra el cielo iluminado de relámpagos, aunque aún no se figuraba la razón por la que se dirigían hacia aquel lugar.
Alcanzado el descanso de la elevación, vio que Hawkshaw ingresaba a una zona de parqueo justo enfrente de la cual estaba el edificio. Era blanco y cilíndrico. Los rayos desprendieron destellos de la cúpula plateada. La lluvia se deslizaba por la superficie formando capas que hacían parecer que el metal se derretía.
Ciertamente Mónica estaba entre asombrada y confundida. No seguía del todo bien las explicaciones de Hawkshaw; y por otro lado, el edificio del observatorio era más grande de lo que había visto en cualquier revista o publicidad.
Hawkshaw extrajo de su saco una libretita de la que arrancó una hoja en blanco. Tomando la hoja, rasgó una tira longitudinalmente. Se la mostró a Mónica de lado y lado con un gesto gracioso, como si fuera a ejecutar un truco de magia, y luego unió sus dos extremos formando un anillo.
- Esto es una cinta convencional, un anillo, con dos superficies, una interior y una exterior –señaló ambas con el índice. Luego explicó: -No es posible que pase del interior al exterior sin atravesar el borde. ¿Lo ve?
Mónica asintió.
- Ahora observe lo que voy a hacer.
Hawkshaw a continuación despegó los extremos tomó uno de ellos y se percató de que la atención de Mónica recayera sobre éste; acto seguido, giró ciento ochenta grados ese extremo, lo mojó con saliva y lo unió al otro. Mónica observó la tira de papel, curiosa. Ahora la cinta se doblaba en una extraña forma de ocho que se asemejaba al símbolo matemático del infinito.
- Una cinta de Moebius –anunció Hawkshaw.
- Es… curiosa –confesó Mónica.
- Es realmente una cinta muy peculiar, porque a diferencia de la cinta convencional, el anillo convencional, la cinta de Moebius no tiene dos superficies sino una sola. Es decir, puede recorrer usted la cinta de Moebius en una dirección en la que usted cree estar en el interior y terminar luego en el exterior, en un lugar completamente diferente sin pasar por el borde, sin nisiquiera darse usted cuenta. Por tanto, una cinta de Moebius no es topológicamente equivalente a un anillo usual
Mónica estudió la cinta de papel doblada completamente fascinada.
- ¿Qué tiene que ver esto con el vuelo 417? –preguntó ella.
- El avión está perdido en una cinta de Moebius.
- ¿Igual que los aviones del vuelo 19?
- Es lo que pienso. –Luego añadió: -Es el único modo de explicar los retrasos: las ondas de radio viajan la misma velocidad. Pero al recorrer la cinta de Moebius recorren una distancia infinitamente mayor llegando a destiempo.
- ¿Y el vuelo 417 está experimentando ese destiempo en estos momentos?
No respondió. La agente observó al hombre con el ceño fruncido.
- ¿Sabe dónde estamos?
- ¿El observatorio astronómico de la American University?
- Así es. Sólo que no es un observatorio astronómico, los niveles de nubosidad y polución en Washington no lo permitirían.
Mónica observó la estructura tubular y el domo brillante, alzándose como un gigantesco soldado de casco, y se encogió en hombros.
- ¿Entonces por qué está aquí?
Hawkshaw señaló al cielo, sonriente.
- Para observar el sol. –Luego explicó: -Sjmuynovic tenía un colega, un asistente –reveló al fin.
Hawkshaw preparaba la sombrilla para salir del auto.
- Un momento –le detuvo Mónica. –Explíquese.
- Sjmuynovic trabajaba para el equipo científico del National Solar Observatory, en Sacramento Peak, Nuevo Mexico. El NSO nos pasó esta dirección. Acababa de hablar con el agente Mulder cuando llegó la autorización de cateo que nos cedió la corte.
- ¿Quiere decir que aquí vive Sjmuynovic?
- No, pero él y su asistente trabajaban aquí –dijo Hawkshaw, abriendo la puerta. Un torrente de viento y agua le azotó el rostro. –Tal vez podamos conseguir algo, algo que nos diga lo que le ocurrió al vuelo.

 

“¿ES USTED CREYENTE?”

Caminaron toda la longitud del avión, “de cabeza a cola”. Doggett intentó ignorar los rostros abatidos de los pasajeros, sin entender muy bien porqué. Recordó aquella pequeña, sola, preguntando por su madre. Le había perturbado profundamente aquella imagen. Quizá ahí estaba su porqué. Justo después de salir de la cabina se topó con Anna y le pidió que vigilara a la pequeña.
Desde que había ingresado a la división de los expedientes x había tenido oportunidad de compartir experiencias con Mulder y Scully y enfrentarse a cosas que no habían tenido explicación racional. Pero aquellas eran nimiedades, detalles fácilmente ignorables o a los que le cabía una explicación alterna; eran nada comparado con lo que estaba viviendo en estos momentos. Lo que acababa de ocurrir a bordo de aquel vuelo escapaba a todo intento de raciocinio. De nuevo se sintió intensamente perturbado, porque nunca en su vida había estado tan cerca de lo inexplicable y lo paranormal como ahora. De repente se dio cuenta que por eso ignoraba los rostros: porque aún inconscientemente se negaba a aceptar lo que parecía ineludiblemente imposible de ignorar: aquellas personas se habían desvanecido en el aire.
Marty iba adelante. Se detuvieron frente a la puerta entre los baños que iba directo a la zona de embalaje. Pero antes de que el copiloto girara la manija, escucharon un ruido.
Marty se volvió a John y cruzaron miradas. John no lo dudó un instante. Independientemente de lo que estaba ocurriendo a bordo, no le cupo duda de que algo más estaba llevándose a cabo. Aquel objeto con cables así como la computadora con el mapa del plan de vuelo, habían sido dos imágenes tan difíciles de borrar como la de los rostros lánguidos por las desapariciones misteriosas; y tampoco puso en tela de juicio de que, de algún modo, ambos hechos estaban relacionados. Si aquello era una bomba u otro artefacto que estaba interfiriendo en las comunicaciones como Marty había teorizado, alguien debía estarlo manipulando: tal vez Micheal Allen. Tal vez estaba allá adentro. Marty lo sabía.
John desenfundó su arma. Gracias a sus credenciales de agente federal, pudo ingresarla al avión. Doggett y el copiloto intercambiaron gestos: Marty abriría la puerta y Doggett apuntaría a lo primero que se asomara. Entraría y Marty le seguiría a sus espaldas.
Así hicieron. Cuando Marty abrió la puerta, no obstante, aquella ola de frío particular que provenía del hecho de que volaban a 37 000 pies, donde la atmósfera era tan tenue que a cuatro veces esa altura estarían en el espacio exterior, no hizo sentir a Doggett mejor y pensó que quizá la ola de frío era la materialización de un ente invisible que era el responsable de las desapariciones así como del incipiente miedo que estaba a punto de apoderarse de él.
Pero enfrente de él no había nadie. Caminó muy lentamente con la mirada fija y los oídos muy atentos. La vibración de los motores transmitida a través del piso, el techo y el aire contrastó con la vibración de su propio corazón detrás de su pecho. Miró hacia los compartimientos de equipajes, las cajas que le habían parecido envíos postales y demás elementos del recinto. Continuaban apiñados a lado y lado abriendo un camino central. Pero entre cada montaña de maletas y paquetes habían resquicios y las montañas eran lo suficientemente altas como para ocultar perfectamente a una persona.
Doggett miró de reojo a sus espaldas donde venía Marty que traía los puños en alto como si se preparara para una pelea de boxeo. No dudó que corría tanta adrenalina por sus venas como por las propias. Sus pasos eran lentos, pausados, pero seguros.
Habían recorrido ya medio tramo. No había nadie. No había nada.
John relajó un tanto los músculos y bajó el arma. Miró a Marty y le señaló la caja que había a su derecha. Era la caja de la que salían cables, pero ahora no crepitaba.
Marty la vio con los ojos muy abiertos. Y con el mismo rostro cargado de miedo miró al agente y dijo:
- ¿Qué piensa, quiere que la abramos?
- ¿Le parece una bomba?
Marty rodeó la caja. Miró los cables y los siguió. Éstos corrían por debajo de las otras montañas de equipaje, pero luego serpeaba hasta el techo, donde se escondía detrás de una grieta.
- Parece que va al sistema eléctrico –señaló.
- ¿Significa algo?
- Creo que no es una bomba –dijo con un tono de voz tranquilizador.
- ¿Por qué lo piensa?
- Una bomba no necesitaría de electricidad, ¿no le parece? Esto es demasiado tosco. Parece más bien una unidad eléctrica o algo… Algo que no funcione convencionalmente con baterías.
Doggett observó la caja y le dio la razón. Actualmente las normas de seguridad eran tan drásticas que de ninguna manera alguien hubiera podido ingresar un aparato de aquel tamaño sin despertar sospechas. Por otro lado, y por su experiencia en la marina, tenía muy claro que habían explosivos más amenazadores y al tiempo infinitamente más pequeños que aquella caja.
De repente, de la caja brotó un quejido metálico y electrónico. Marty dio un salto hacia atrás y John apuntó con el arma instintivamente.
El quejido continuó por varios segundos antes de interrumpirse tan intempestivamente como había comenzado. ¿Había sido ese el ruido que habían escuchado antes de entrar?
- ¡Cielos! –exclamaba Marty.
Pero luego se acercó al aparato y apretó su oído contra la superficie. La máquina volvió a crujir, pero esta vez Marty no saltó asustado.
Miró a Doggett con rostro determinado.
- Ya sé que es esto –dijo.
- ¿Qué?
- Es lo que ha estado interfiriendo con las comunicaciones, es un transponedor. Reconozco los patrones en los pulsos de transmisión.
- ¿Es lo que está produciendo el mensaje entrecortado? ¿Otro Decca?
- Sí –señaló al techo. –Mire los cables. No van al generador eléctrico del avión, van a la antena, estoy casi seguro. El sonido que escuchamos es la transmisión que intercambia el generador de fases con el satélite GPS que guía al avión.
- ¿Quiere decir que este aparato le ha estado enviando datos falsos a la computadora?
Marty asintió.
- Es lo que había pensado desde el comienzo, es la única explicación.
- Esa computadora que encontré…
- Podrían controlar el transponedor por medio de un acceso telefónico… Un computador bastaría –dijo el copiloto.
- Michael Allen…
- Debía estar manipulando las claves del Decca.
- ¿Cómo lo desconectamos? –preguntó John.
Marty miró hacia el techo.
- LA FAA va a tener mucho que investigar cuando aterricemos –dijo Marty. –No se me ocurre cómo ingresaron este aparato aquí. La instalación es muy compleja. Se debieron tardar días. Para desconectarlo debemos desconectar la antena, estoy seguro que la conexión viene de ahí.
John observó siguiendo la mirada del hombre. Había al lado de la grieta donde se escondían los cables ascendentes una manija. John entendió que se trataba de una escotilla que daba acceso a una especie de buhardilla entre el techo verdadero del avión y el techo del recinto.
- ¿Quiere que suba yo? –se ofreció John.
- No. –dijo Marty. –Lo haré yo. No sabemos si ese tal Allen está aún a bordo. Pero no lo haré desde aquí, la antena VHF está sobre el compartimiento de primera clase, en la cabina hay una escotilla que va directo, vamos.
Caminaban de regreso a la cabina cuando Doggett escuchó a sus espaldas un ruido. Se detuvo. Estaba seguro que no era el quejido electrónico del Decca. Era algo más.
Marty le miró.
- ¿Michael Allen? –murmuró.
Doggett levantó el arma como asegurándose que aún la tenía entre las manos. Luego se volvió a Marty:
- Vaya a la cabina, desactive esa cosa –le ordenó. –Yo revisaré.
Marty obedeció y en un momento desapareció tras la puerta de acceso por la que habían ingresado.
Repentinamente, le pareció a Doggett, el frío en el recinto se había intensificado. Los dientes le rechinaban y los vellos de la piel los traía erizados. John desandó sus propios pasos y nuevamente sus sentidos se encendieron hasta que las sienes le palpitaron. Levantó el arma y apuntó directo enfrente mientras caminaba un paso a la vez. La iluminación no era la mejor. Debió haber traído su linterna de bolsillo, pensó.
De repente, una sombra.
- ¡Oiga!
Acababa de atravesar el camino franqueado de maletas de un lado a otro.
- ¡Salga de ahí, Michael Allen, no tiene salida! –gritó Doggett. -¡Soy agente federal, tengo un arma!
La sombra reapareció. Doggett detuvo su andada y apuntó de nuevo.
- No se mueva –ordenó.
- No lo haré –contestó la sombra.
- Levante las manos, Michael, y camine hacia la luz –dijo John.
La forma espectral caminó hasta que uno de los bombillos del techo le iluminó el rostro. La tenue luz amarilla desprendió reflejos brillantes del cabello del hombre.
Doggett lo miró y lanzó una exclamación inconscientemente.
- ¡¿Pero qué…?!
Aquel hombre no era Michael Allen, no era el tipo de cabello largo y recogido, de rostro deprimido que se había sentado a su lado aunque él no recordaba cuándo. Pero, no obstante, lo reconocía: era el hombre de rostro de ejecutivo y cabello engominado con el que había intercambiado miradas mientras hacía la línea en la ventana de tiquetes en el aeropuerto, en Washington. Entonces recordó que había reparado en el portafolios que llevaba… Y comprendió que no era tal cosa. Era el portátil que había encontrado en el sillón de Michael Allen.
- ¿Quién es usted? –preguntó John.
No hubo respuesta. El constante ronroneo de las turbinas era todo lo que se escuchaba. La vibración del motor pareció cobrar fuerza, así como también cobraban fuerza las dudas en la cabeza de John. Repentinamente, el hombre habló:
- ¿Es usted… creyente? –dijo.
John sacudió la cabeza esperando haber escuchado mal. Caminó hacia él.
- No me respondió –y zarandeó la pistola frente a su rostro-. ¿Quién es usted, qué hace aquí?
- El hombre que busca… Michael Allen –meneó la cabeza-. Ya no está aquí. Desapareció, con los otros.
John parpadeó dos veces intentando comprender. Decidió entonces ordenarle al extraño que bajara las manos y se sentara en el suelo sobre ellas lentamente. Era un hombre joven, quizá de la misma edad de John, de facciones afiladas, pómulos sobresalientes, ojos negros como la noche y piel blanca. El tipo asintió y obedeció, sentándose en canasta.
- Dígame su nombre –mandó John. –Dígame qué hace aquí. ¿Qué tiene que ver con lo que está sucediendo?
El extraño miró el cañón del arma, apuntando directamente sobre su cabeza.
- Mi nombre es Greg Swamson… -dijo lentamente. -El nombre del hombre que está buscando no es Micheal Allen, es un nombre falso. Su verdadero nombre es Craig Jessup. No podía usar su verdadero nombre porque lo buscan –Luego el hombre miró a John directo a los ojos. –No lo busque, no está en el avión.
Luego señaló la caja y dijo:
- Su amigo tenía razón. Es un Decca. Ha estado enviando señales erradas al avión para que los pilotos navegaran hacia unas coordenadas específicas.
Un meollo se había formado en la cabeza de John mientras escuchaba a aquel hombre. Por un momento le pareció enajenado, pero repentinamente sus palabras empezaban a cobrar sentido.
- ¿Qué coordenadas?
- Coordenadas de interceptación
- ¿Interceptación con qué?
- Usted lo vio –respondió Greg Swamson. –Lo vio en mi computadora.
John entornó los ojos. Recordó la pantalla con el dibujo en forma de ocho.
- ¿Qué era eso?
- ¿Es usted creyente?
John retorció el rostro y apretó los dientes. Sacudió de nuevo el arma frente a los ojos del ejecutivo.
- ¡¿Qué importa si soy creyente o no?! –exclamó.- ¡Explíqueme lo que sucede!
- Lo que está viendo aquí es la prueba –dijo Swamson. Y sus ojos se tornaron más negros y oscuros.
- ¡¿Prueba de qué?!
- De Su existencia
- ¿Existencia de quién?
- ¿Ve esto?
Swamson levantó la mano derecha y le mostró el dorso. En él llevaba dibujado un esbozo, una especie de dibujo abstracto. Parecían dos escuadras entrelazadas formando un rombo en cuyo interior había una forma circular que a John le pareció un ojo. Miró al hombre de cabello brillante con facciones de confusión.
- Hago parte de un equipo de científicos que forman un grupo llamado Nirvana –empezó a decir. –Hacemos parte del movimiento de investigadores de la física moderna que afirman que el universo fue creado. Nuestro verdadero propósito es encontrar una prueba científica e incontrovertible de tal cosa.
- ¿Una prueba científica de la creación? –exclamó Doggett, no muy seguro de haber entendido. -¿Qué, piensan probar la existencia de Dios?
- Por supuesto –reviró Swamson, como si la pregunta le hubiera ofendido. -Si el universo fue creado, entonces todo apuntaría en la dirección de la existencia de un Creador. Los místicos y religiosos a lo largo de los siglos lo han creído, el noventa y nueve por ciento de la población lo ha creído, pero ninguno ha ofrecido una prueba científica e incontrovertible. Nirvana busca ofrecer una.
- ¿De qué manera? –preguntó Doggett. -¿Cómo se relaciona lo que busca con lo que está ocurriendo aquí?
- Una anomalía –dijo. –El planeta Tierra está experimentando una anomalía. El satélite de un observatorio solar en Nuevo México la descubrió desplazándose desde la zona del Triángulo de las Bermudas hasta Dakota del Norte. Una anomalía cuyo resultado es lo que estamos presenciando: el desvanecimiento espontáneo.
- No lo comprendo.
- Si el Universo fue creado debió haber sido formado de la nada: creación espontánea. La simetría de la naturaleza afirma que si existe un proceso a través del cual se puede crear materia espontáneamente debe existir aquel en el que la materia desaparece espontáneamente. Es lo que en este vuelo hemos presenciado.
Y con odio en sus palabras, John dijo:
- ¡¿Y usted llevó al avión a que interceptara esa anomalía para conseguir la prueba que su grupo pretende encontrar?!
Swamson tan sólo escondió su mirada. Sus facciones lo delataban.
- No importa lo que haga, el avión va a desaparecer… -Y luego le miró otra vez. –Con todos los que estamos a bordo.
- No… No si yo lo puedo evitar.
- Ya es muy tarde. Estamos en el centro de la anomalía.
John había tenido una idea: pediría a los pilotos que desviaran el vuelo. En la pantalla del ordenador había visto el tamaño de aquella forma de ocho sobre la pantalla y al vuelo 417 en medio. Si alejaban al avión de manera que quedaran fuera de sus fronteras, podrían tener una opción.
Swamson sonreía.
- ¿No lo entiende? Mire su reloj
John lo miró con ojos muy abiertos. No era posible. Mostraba las cuatro en punto. La misma hora que mostraba cuando se había despertado y había empezado todo. El segundero en ese instante se movía lentamente.
- ¿Ahora lo recuerda? –dijo Swamson, aún con su sonrisa sarcástica. -¿Recuerda la última vez que lo vio detenerse? Consciencia y tiempo, relacionados.
Doggett se estremeció. Su corazón saltaba como si de repente se le fuera a salir del pecho. El arma le empezó a parecer pesada y el frío en el ambiente parecía haberle calado hasta la cabeza, helando también sus pensamientos.
- Usted hizo esa llamada –dijo Swamson-, lo vi desde mi asiento. Pero cuando regresamos de la anomalía, usted ya no recordó nada… Consciencia y tiempo. Relacionados.
Las cosas empezaron a caer en su lugar. No había recordado nada porque aquella no era la primera vez que ingresaban a la anomalía. Era la segunda. Había leído cientos de informes de los expedientes x de Mulder en los que luego de una experiencia de rapto los abducidos experimentaban ausencia del tiempo así como de recuerdos. Se dio cuenta que en ese instante daba validez a las palabras de Swamson, pues si el tiempo se había desvanecido, también lo habían hecho sus recuerdos.
El Decca volvió a crepitar a espaldas de Doggett rompiendo el peculiar ronquido interminable de los reactores así como la intensidad de sus elucubraciones.
- Voy a detener esto –dijo, y corrió en dirección de la puerta de acceso.
- ¡No agente Doggett, no hará nada!
Él se detuvo en seco.
- ¿Cómo diablos sabe mi nom--?
John desvió la mirada y al regresarla sobre Swamson, de repente, éste se había puesto de pie y se abalanzaba hacia él. Doggett haló el gatillo, pero Swamson y él ya caían al suelo y la bala perforó el techo. Swamson había caído sobre su pecho y ahora intentaba arrebatarle el arma. Doggett estiró los brazos hacia atrás buscando que le quedara lo más fuera de su alcance posible. Entrelazó sus piernas con las del hombre y le dio un cabezazo certero en su nariz. Ésta le estalló en sangre. Swamson rodó a un lado adolorido, dando la oportunidad a Doggett de ponerse de pie. Swamson, no obstante, estiró una mano y haló el talón del agente, llevándolo al suelo otra vez cuando ya se incorporaba. Esta vez, John dejó caer el arma que se deslizó en línea recta por el camino central. Swamson se arrastró en la dirección del ruido metálico que había hecho la pistola al caer. Cuando Doggett intentó detenerlo, le lanzó una patada que hizo blanco en su cuello. John se estiró de nuevo y vio que Swamson gateaba hacia el arma. Lo tomó de la bota del pantalón y evitó que se desplazara lo suficiente para alcanzar el arma. Si lo soltaba, no sería más que Swamson estirara la mano, empuñara la pistola, se volviera y le disparara al rostro. John no tuvo más opción que arriesgarse. Soltaría a Swamson y se impulsaría con los pies para saltar sobre el arma antes de que su enemigo lograra estirarse hasta ella.
John soltó a Swamson y saltó, pero resbaló. Swamson alcanzó la pistola, pero John se volvió a impulsar y pudo evitar que le apuntara, aunque ya la tenía empuñada. Ahora John estaba sobre el pecho de su adversario, exactamente igual que aquél hacía unos momentos. Swamson aplicó la misma técnica, dio un cabezazo en el rostro a John, pero no lo dio con suficiente fuerza, por lo que el agente pudo soportar los golpes mientras se arrastraba sobre el cuerpo de su contrincante. Le apresó la mano en la que sostenía la pistola, pero no pudo hacer suficiente palanca con las manos. Swamson se zafó y dio otro disparo al aire, el cual nuevamente hizo blanco en el techo.
Luego, apuntó directamente al rostro de John.
El agente le sonrió.

 

*

Marty corrió por el pasillo y en cuestión de segundos llegó hasta la cabina. Roger lo vio en tal estado de agitación que no pudo evitar estremecerse él también antes de preguntar:
- ¿Qué pasó? ¿Encontraron algo?
Marty no respondió nada. Abrió un compartimiento justo al lado de su asiento del cual sacó una escalerilla.
- ¿Qué vas a hacer? –preguntó Roger de nuevo.
- Hay un segundo Decca, allá atrás, conectado a la antena.
Roger no ocultó su sorpresa.
- ¿Qué?
- Ha estado enviando coordenadas erradas –dijo. –Voy a desconectarlo.
Abría una escotilla que estaba justo encima de la cabeza de Roger. Marty montó la escalerilla y antes de desaparecer en el techo dijo:
- Que Paul prepare la radio. Que empiece a transmitir un mensaje de emergencia.
Roger asintió. Pero de repente se detuvo. Acababa de escuchar algo, un sonido seco parecido a una explosión… Parecido a un disparo. Y luego otro.
Marty y Roger, desde el techo, intercambiaron miradas.
- ¡Dios! –exclamó Roger.
- ¡Haz lo que te digo!
Roger corrió al interior de la cabina de nuevo.

 

*

Swamson apretó el gatillo… Pero no pasó nada. Apretó el gatillo otra vez… Pero sólo veía el rostro sonriente del agente. El arma no tenía más balas.
De repente, un sonido LE llamó la atención. Venía de encima de su cabeza, del techo. Era un silbido, un sonido agudo. Cuando John se volvió, observó que había un gran boquete, a través del cual se estaba filtrando el aire. Pero el aire no entraba, se salía.
Lo entendió de inmediato.
Las balas disparadas por Swamson habían perforado el techo, pero alguna de ellas habría, literalmente, perforado el techo del avión. Estaban a 37 000 pies y la diferencia de presiones entre el aire en el exterior y el aire al interior del avión debía ser inmensa. El avión se despresurizaría a medida que el aire fuera buscando su camino hacia afuera, como el vapor en una olla para cocinar a presión.
Súbitamente, John sintió que caía al suelo, como si un espacio debajo de su pecho hubiera cedido. Cuando miró, Swamson había desaparecido. Se había desvanecido.
Miró su reloj. Por un momento pensó que se había detenido por completo, pero aún el segundero dio un batido perezoso. Debía apresurarse. Fuera lo que fuera a suceder, un segundo ingreso a la franja haría desvanecer sus recuerdos de nuevo. Si despertaba, si es que lo hacía, no recordaría nada de lo que había ocurrido. Consciencia y tiempo, había dicho Swamson. Si el tiempo desaparecía, la consciencia que no podía existir sin él, también lo hacía… y con ella, sus memorias.
Pero, ¿qué podía hacer?
Tuvo una idea.
Sacó su teléfono celular y tan rápido como pudo llamó a Mulder. Le contestó una voz electrónica. ¡¿Qué demonios pasaba?!
Desesperado, se incorporó, tomó la pistola y corrió en dirección de la cabina.
Tuvo miedo. ¿Qué pasaría? ¿Sería él el siguiente en desvanecerse? ¿Se tornaría todo negro de repente?
Cuando ingresó al compartimiento de los pasajeros, vio que de nuevo había gritos. Observó que las luces se habían apagado y del techo colgaban las máscaras de oxígeno. El terror se respiraba en el ambiente. De repente vio que desde el exterior brotaba un resplandor. La luz era blanca un instante, pero al siguiente se tornaba amarilla, luego verde y luego de otro color. De súbito, le pareció que estaba inmerso en un gigantesco caleidoscopio y su terror afloró más.
Pero con el miedo brotó otra idea.
Iba a detener todo aquello, pero lo iba a detener desde el comienzo. Las pruebas de lo que jamás había creído ver se habían presentado frente a sus ojos durante su estancia en aquel vuelo. Si perdía la memoria de los acontecimientos, toda aquella información, toda la verdad se desvanecería igual que los pasajeros. Imaginó que sólo había una esperanza, un eslabón en la cadena que podría conectar todo. Lanzaría una hipotética botella al mar allá afuera con un mensaje en su interior y rogaría que fuera encontrada.
Marcó el número de Mónica. Le diría todo: que los pasajeros habían desaparecido, que el vuelo había sido saboteado…
El teléfono dio un timbrazo. De repente, se percató que ya no recordaba por qué había llamado. Había empezado. Sus recuerdos empezaban a fugarse. Sólo habría una oportunidad, lo sabía.
Sonó el segundo timbrazo… y alguien levantó la bocina.
- ¿Mónica? –dijo. –Mónica, soy yo, John. ¿Mónica?
- John… ¿John?
- ¿Estás en Washington? –preguntó él con apremio.
- Sí… John, ¿dónde estás?
La consternación se apoderaba de él. Lo podía sentir.
- ¿Qué ocurre, John? –preguntó ella del otro lado de la línea.
- Escúchame y escúchame muy bien: estoy en un vuelo comercial, vuelo 417 de Eastern Pacific Airlines, rumbo a Montana. Creo que estamos sobre el lago Michigan. Algo muy extraño está sucediendo… No tengo mucho tiempo. Necesito que investigues algo, que investigues un nombre…
- ¿Dime qué es lo que deseas que haga?
John hizo una pausa. ¿Qué iba a decir? Sus recuerdos se iban, se le escapaban, su mente se quedaba en blanco, caminaba en dirección a la cabina pero no recordaba por qué. ¿Hablaba con Mulder, Scully o con Mónica?
Las luces de colores en el cielo rayaban el horizonte en un espectáculo indescriptible. Observó aquello y lo reconoció: eran auroras boreales.
Miró en su reloj. Se había detenido. Hizo un esfuerzo. Cerró los ojos y los apretó mucho.
“¿Es usted creyente?”
- Espera un momento -dijo Doggett-. Es… Es… ¡Greg Swamson! ¡Greg Swamson!
Al instante el avión se sacudió con tal violencia que lanzó a Doggett contra el techo contra el cual se golpeó la cabeza en un impacto seco. Cayó al suelo atenuado por el fuerte dolor. Se cubrió la frente con las manos y sintió una sustancia espesa empaparle las manos. Con ojos medio abiertos notó que era sangre. Superpuesto a los gritos de los pasajeros a sus espaldas se imponía el estruendoso sonido de las turbinas aumentando en intensidad cada vez más. Desde algún lugar provenía una fuerte corriente de aire. De inmediato supo que el avión se despresurizaba. Escuchó a los pilotos gritar. El suelo retumbaba y se sacudía. Observó sombras deslizarse a su alrededor. Los pilotos pasaban por encima suyo y se acomodaban en sus asientos. Escuchó al ingeniero, momentos después, gritando una y otra vez lo mismo, “¡Mayday, mayday!”. Una voz robotizada, aunada a un sinfín de alarmas electrónicas y chillidos de alerta repetitivos que provenían de la cabina, coreaba una y otra vez lo mismo, “¡Stall!, ¡Stall!”. Se sintió rodar por el suelo y descubrió que el aeroplano se inclinaba en un ángulo absurdamente vertical. En el pasillo las mascarillas salieron escupidas del techo y un sinnúmero de alaridos se hicieron escuchar como en un siniestro coro. Algunos pasajeros rodaron fuera de sus sillas y en un abrir y cerrar de ojos toda suerte de objetos volaron por los aires. Todo parecía suceder en cámara lenta. A Doggett la sangre le brotaba a borbotones. Intentó incorporarse y sólo en ese instante y sólo por el rabillo del ojo pudo entonces ver la imagen más espeluznante que en su vida jamás vería: a través del panel frontal había una gran masa negra e informe que crecía cada vez más y más y a una velocidad insólita.
La masa negra era tierra y estaban a punto de estrellarse contra el suelo.

 

*

Marty Cohen se arrastraba sobre su barriga mientras que con los dientes aprisionaba una linternita cuyo haz perforó la oscuridad del helado pasadizo que corría entre el techo falso del avión y el techo verdadero. En aquel espacio a lo más podía desplazarse a gatas, pero temió que la superficie no soportara su peso, por lo que había decidido arrastrarse.
El frío era penetrante, más fuerte aún que en el compartimiento de equipajes. No obstante, lo ignoró. Lo ignoró porque sólo tenía una cosa en mente: encontrar la conexión del falso Decca.
La antena VHF era un sencillo trozo de metal que sobresalía por la parte superior del avión como aleta de tiburón. Si el Decca falso que habían encontrado él y el agente estaba conectado a ella, entonces todas las transmisiones que recibían desde las torres de control estaban viciadas y quienquiera que fuese Micheal Allen podía reemplazarlas, en particular, las claves del transponedor que les enviaban. Así, el avión había sido guiado en cierta dirección cuando él y sus compañeros y el resto de la tripulación estaban convencidos de que se dirigían en otra. No obstante, no dejaba de preguntarse por qué razón.
Ahora bien, en cuanto a su posición verdadera le asaltaron dudas. Reflexionó sobre aquellos dos sonidos bombásticos que había escuchado al escalar al techo. ¿Podría haber sido aquella caja realmente una bomba? ¿Había encontrado Doggett a Michael Allen y había tenido que abrir fuego? Se estremeció y no fue debido al frío. Pensó que a lo mejor sería una suerte que volaran sobre el lago Michigan después de todo, tal y como el sistema lo había registrado que lo hacían. Si, de alguna manera, se presentaba alguna complicación y tuvieran que aterrizar de emergencia, los pilotos podían abalanzar el aeroplano contra el agua con la esperanza de salvar el mayor número de vidas.
Continuó arrastrándose intentando no dejarse abatir por el aire helado.
El intersticio entre los dos techos del avión por el que reptaba consistía de un camino central sobre el que yacían cables que corrían longitudinalmente al avión y que conformaban el sistema circulatorio de su sistema eléctrico. A lado y lado corrían las amarras de acero que conformaban el sistema mecánico/hidráulico del avión, entre otras cosas.
Marty se arrastró hasta detenerse en una pequeña consola, una caja metálica del tamaño de un libro de bolsillo que despedía un destello rojo. La cajita estaba empotrada bloqueando el camino por una lámina metálica rectangular que en realidad era el resto de la antena y que corría hasta el techo donde su forma cambiaba a la de una especie de triángulo truncado.
Marty sostuvo la linternita entre sus dientes tan bien como pudo y de su bolsillo extrajo un destornillador. El pulso le temblaba. No supo deducir si se debía al frío o a los nervios. Zafó los tornillos con increíble lentitud y destapó la base de la cajita dejando ver el foquito iluminador por completo.
Observó y lo notó.
El panel de circuitos de la cajita olía a soldadura reciente. Observó una gran masa de soldadura electrónica por donde sobresalían una serie de alambres brillantes que corrían hacia la parte trasera de la cajita y se unían a un grupo de alambres que se perdían en la oscuridad, más allá de donde podía ver, hacia el sector sur del avión, hacia la sección de equipajes. No necesitó adivinar para saber que eran los alambres que provenían del Decca falso. Aquellos eran de color distinto a los del sistema eléctrico.
Pensó cortar los alambres parásitos pero de repente se encontró sin nada con qué hacerlo. El destornillador no era muy filoso. Tampoco lo era el borde de la cajita.
Tendría que desprenderlos a la fuerza.
Empezó a halar.
- ¡Rayos!
Al cabo de un rato, sudaba. Los alambres estaban bien soldados.
Repentinamente escuchó un sonido, un sonido agudo, como el silbato de un tren. Sintió con la misma rapidez que la piel empezaba a quemarle, especialmente en el rostro y las manos. Notó entonces que al fondo del avión, también en dirección sur, se colaba la luz del sol. La razón por la que le ardía la piel era que una corriente de aire supremamente frío ahora circulaba a increíble velocidad en aquella dirección.
- ¡Dios! –exclamó. -¡Cielos! ¡Roger! ¡Roger! –llamó esperanzado en que lo escuchara su colega, pero sabía que era inútil. El cielo raso estaba aislado. -¡Perdemos presión!
Intentó no alarmarse. El sistema mismo le indicaría que había una despresurización. No obstante, al cabo de un instante empezó a temer por su vida. El aire de la despresurización le quemaría el rostro y las manos y toda parte de su cuerpo que estuviera al descubierto. Pero algo peor le preocupaba. En cualquier momento podía ser absorbido por la corriente y despedido al vacío.
Siguió halando los cables, ahora con mayor insistencia. Los hilos empezaban a ceder, pero se estaba cansando.
Escuchó nuevamente un sonido retumbante y el chorro de luz que se filtraba se hacía mayor y por alguna razón, cambiaba de colores. No entendió aquello pero sí entendió que había un hueco en el fuselaje.
Haló la maraña tan fuerte como pudo, pero de repente el chorro de aire cobró una insólita fuerza y lo levantó y empujó de manera que ahora sus pies quedaron mirando en dirección hacia el hueco.
Estaba siendo succionado.
- ¡No!
Se prendió del muñón de cables que había intentado desprender. La soldadura era fuerte pero ya había halado suficiente y empezaban a desprenderse uno por uno. De repente su vida dependía de qué tan mal había desprendido los alambres. Marty rezó mentalmente. Si el hueco estaba directamente encima del fuselaje sería succionado muy seguramente por el reactor , el que se encontraba en la cola y cuya entrada de aire era un gran tubo abierto centrado y que alimentaba la turbina.
Más cables se desprendieron.
Entendió que no tenía esperanza. Marty pensó en sus hijos y en su familia y se preguntó si volvería a verlos.

*

- Paul, ¡ven acá! –exclamó Roger, ajustándose el cinturón de seguridad.
Paul obedeció, y se sentó en el asiento de Marty, sin chistar.
Las alarmas chillaban. Toda serie de sonidos electrónicos y luces de advertencia iluminaban los tres paneles de comando del avión como un árbol de navidad.
Paul se convenció de inmediato. Se había producido una descompresión. Podía sentir la corriente de aire succionar levemente en el sentido opuesto al que volaban.
- ¡Descompresión! ¡Hay que descender la altitud!
Con fuerza empujó la palanca de mando. Los alerones allá afuera se inclinaron con un ángulo de ataque que disminuyó la sustentación. Las turbinas reverberaron y el avión se sacudió al tiempo que empezaba a descender.
Roger pensó en Marty. Sabía que se encontraba allá arriba, intentando zafar el sistema parásito del falso transponedor que habían descubierto. ¡Maldito seas, Roger!, se culpó. No le había creído a su colega. Estaban en esa situación en buena parte, quizá, por culpa suya. Aguanta, compañero.
Apretó el micrófono con el que se dirigía hacia los pasajeros y habló tan calmadamente como pudo:
- Habla el capitán, repito, habla el capitán. Nos preparamos para un aterrizaje de emergencia. Repito, nos preparamos para un aterrizaje de emergencia. Ajústense los cinturones, colóquense las máscaras de oxígeno e inclínense hacia delante. Repito, nos preparamos para un aterrizaje de emergencia. Todo saldrá bien.
Pero por algún motivo no estaba lo suficientemente convencido de aquello último que había dicho. De repente, Paul dio un salto en su asiento:
- ¡Mira! –exclamó señalando hacia afuera.
El cielo se había tornado en una especie de paleta de pintor. Roger pudo observar formaciones alargadas como brochazos sobre el cielo. Eran auroras boreales. Las recordaba, porque era nativo de Canadá y alguna vez había volado sobre Alaska y las había visto, tan nítidas como aquellas. ¿Cómo era posible? ¿Estarían tan perdidos?
Miró a Paul, pero no obstante se dio cuenta que no señalaba hacia las auroras ni al cielo coloreado. Mostraba el suelo. Roger bajó la mirada y entendió el mensaje de su compañero. Allá abajo había agua. Entonces dibujó una sonrisa. Sí volaban sobre el lago Michigan, pensó. Su corazón se regocijó. Podría forzar un aterrizaje si no podía controlar la despresurización.
Miró el panel de controles y observó que la antena estaba activa.
- ¡Sí! –exclamó.
Entendió entonces que ya tenían comunicaciones. Al instante la estática de la radio crepitó y escuchó una voz.
- EPA 417, EPA 417, responda
- Aquí EPA 417, tenemos una emergencia, torre. Repito, tenemos una emergencia--
Pero repentinamente el avión se sacudió. Las alarmas de los controles gimieron más fuerte y del techo cayeron despedidas máscaras de oxígeno.
- ¡Cielos!
Paul y Roger se calzaron las máscaras alrededor de la boca. Con voz ahogada por el caucho de las mascarillas, Paul gritó:
- ¡Perdimos el motor de cola! ¡Mayday! ¡Mayday!

 

“Gμν + Λgμν = 8πGTμν”

Un diluvio se había desatado y para Mónica Reyes no hubo duda de tal cosa. Con Hawkshaw rozándole el hombro, atravesaron el parqueadero en medio de la feroz lluvia de gotas que les azotó el rostro. El edificio del observatorio carecía de un techo bajo el cual guarecerse. No había allí ningún guardia de seguridad ni cuidandero. Mónica asumió que se habría ido a refugiar de la lluvia en algún otro lugar. Hawkshaw se encogía en hombros sin saber muy bien qué hacer. Se estaban mojando a pesar de la sombrilla. Entonces sacó de su bolsillo una ganzúa y, luego de darle un codazo, le dijo a Mónica con cierto toque de humor que se reflejó en un ejemplo de sus dientes malformados:
- Ahora suponga que nunca vio esto.
Apretó la punta de la ganzúa contra la cerradura de la puerta y también insertó una especie de clip doblado. Con la ganzúa hizo un movimiento circular y empujó más la ganzúa. Al instante, la puerta cedió con un crujido leve. Mónica miró más triste que fascinada: nunca había podido aprender a hacer tal cosa.
- ¡Rápido, entremos! –dijo Hawkshaw.
Y finalmente ingresaron.
Dentro, todo estaba en la más absoluta penumbra. Hawkshaw, de algún lugar, extrajo una linterna e iluminó. Mónica se sacudía las ropas mojadas y se escurría el cabello. Fue cuando Hawkshaw despareció un momento a sus espaldas, tanteó la pared y activó un suiche. Todo se iluminó tan de repente que le lastimó los ojos a Mónica. Al tiempo, se daba cuenta que estaba completamente empapada, al igual que su reciente amistad.
El observatorio constaba de dos pisos. En la planta baja, donde estaban, había una hilera de computadores acomodados en círculo alrededor de una estructura mayor: un gigantesco telescopio, un inmenso tubo inclinado unos cuarenta y cinco grados que estaba apoyado en una estructura de metal a su vez sostenida por rodillos y poleas dentadas que evidentemente procuraban su movimiento. El acceso al segundo piso consistía en una escalera que corría en espiral alrededor de la misma, hasta un piso de metal muy rústico y que hacía parte del resto de la arreglo de apoyo del pesado telescopio. Entendió que el segundo piso era únicamente para ir a asomarse al anteojo de la lente del telescopio que era un diminuto apéndice que salía de un extremo de la estructura cilíndrica y de aspecto metálico y se extendía como un tentáculo hasta un sillón adyacente de forma curiosa a éste, de manera que parecía que flotaba.
Hawkshaw sacudía la sombrilla que de nada les había servido y miraba hacia el aparato sin disimulado asombro. No era un telescopio realmente grande, pero no obstante era increíblemente amenazador.
- ¿Hola, hay alguien aquí? –gritó Hawkshaw, aunque la respuesta era evidente. –¡Soy agente de Seguridad Nacional!
Sólo respondió el rugido de las gotas batallando por atravesar la cúpula.
- ¿Qué hacemos? –le preguntó Mónica.
Hawkshaw pareció reflexivo. El viento le había desordenado el cabello y aunado a su aspecto famélico y su pose de meditabundo repentinamente lo hicieron lucir extremadamente gracioso.
- Los cajones. Veamos qué hay en ellos.
Caminaron hasta las consolas. Cada una estaba empotrada en una especie de cubículo cada uno de los cuales tenían gavetas, cajones y pequeñas puertas con cerraduras. Algunas se podían abrir, pero dentro sólo encontraban restos de circuitos, diskettes, cientos de papeles, mapas estelares, enciclopedias astronómicas y todo tipo de información inútil. No obstante, continuaban buscando.
Hawkshaw comentó:
- ¿Trabaja con Mulder?
- Sí.
- ¿También hace parte de la división de…? ¿Cómo se llaman…? –sacó su libretita y leyó. -¿Los expedientes secretos x? –preguntó el agente, mientras revisaba unas carpetas de cartón llena de fotos del sol.
- Sí.
- Me siento interesado por su trabajo. Por lo que hacen ahí.
Mónica escarbaba gavetas y dejó escapar un silbido de sorpresa.
- ¿Por qué? –preguntó.
- Me parece interesante desde el punto de vista científico. –Dirigió la mirada hacia Mónica. –He oído cosas. ¿Es cierto que buscan pruebas de lo paranormal?
¡Vaya, parece que nos estamos haciendo famosos!, pensó Mónica.
- No necesariamente –contestó. –Pero ciertamente hay cosas que no tienen una demostración científica…
- Mónica… -Se detuvo en su búsqueda. -Todo tiene una explicación científica.
- Eso pensaba. Eso pensábamos varios de los que trabajamos ahí.
- ¿Incluido su compañero, el que va en el vuelo?
Mónica no respondió. Por alguna razón, John se le había venido a la mente.
- No me respondió la pregunta –dijo Hawkshaw.
- Mi compañero es algo escéptico.
- No, no esa pregunta. Me refería a que si es cierto que buscan una prueba de lo paranormal.
- Lo paranormal es difícilmente cuantificable. Por lo tanto, también es difícilmente “cientificable”…
- ¿”Científicable”? Eso es nuevo para moi. –Más y más papeles. –Sin embargo…, deberán creer que la ciencia es lo suficientemente poderosa para hacer “científicable” su trabajo no científico –comentó él.
- Por supuesto. Sólo que es difícil.
Hawkshaw hizo silencio.
De repente, en medio de los papeles que revolvía Mónica encontró uno que le pareció distinto. No era una foto del telescopio, ni un plano de cartografía estelar. Parecía un manuscrito de varias páginas de fórmulas. Mónica llamó a Hawkshaw quien se acercó y observó por sobre su hombro.
- ¿Qué es eso? –dijo con el ceño fruncido.
- ¿Le dice algo? Usted es el matemático.
Ella le entregó el manuscrito. El detective observó los cientos de caracteres, fórmulas, símbolos y operaciones que a Mónica se le antojaron ininteligibles.
- Agente Reyes, ¿es usted creyente? –balbuceó Hawkshaw distraídamente.
Mónica dejó de respirar en esos momentos.
- ¿Qué dijo?
La imagen de John en su mente cobró fuerza. La imagen del túnel de aspecto desconocido en cuyo extremo el suelo estaba cada vez más cerca, cobró intensidad. En su mente, la zozobra oscura se materializó de nuevo y la asió con la fuerza del abrazo de un oso.
- ¿Es creyente? ¿Cree en Dios? –preguntó Hawkshaw.
Ella no supo qué responder, pero al tiempo se sintió profundamente aturdida, profundamente turbada y terriblemente débil. Miró al detective que traía la mirada abstraída en los escritos matemáticos mientras hablaba. Volvió una hoja y se la mostró a Mónica. La hoja consistía en una retahíla de caracteres matemáticos y símbolos, pero al final de la hoja había un boceto, un dibujo. Mónica lo reconoció. Era una cinta de Moebius. Sólo que ésta estaba dibujada sobre el papel, como un bosquejo, rodeado de fórmulas.
- ¿Ve esta ecuación?
Hawkshaw señaló una fórmula en especial, una que encabezaba la hoja que sostenía.
Caminó dos pasos hacia Mónica. Ella retrocedió, porque su corazón había empezado a latir con fuerza. De repente las facciones de Hawkshaw se le hicieron más famélicas que en un instante previo. Se veía más alto, más amenazador. Sus manos asemejaron tenazas y sus dientes, cuchillas.
- Ge mayúscula sub mu nu más lambda ge minúscula sub mu nu es igual a ocho pi, ge, te mayúscula sub mu nu –recitó él. -¿La ve?
Mónica lo supo en ese momento y su cuerpo se estremeció.
- Es una de las ecuaciones de campo de la relatividad general de Einstein, ¿la ve? Es fácil –decía Hawkshaw, sin dejar de señalar la fórmula y caminando un paso a la vez. Al mismo ritmo, Mónica se le alejaba. –Es el núcleo de la teoría de la relatividad general de Einstein. Dicta la forma como se curva la geometría del espaciotiempo. Véala. ¿La ve?
Sus facciones no eran las mismas, su talante no era el mismo, el tono de su voz había cambiado, la fealdad de sus facciones se había acentuado hasta convertirse en indescriptiblemente horrendas y cada vez que un trueno retumbaba, su voz también parecía hacerlo.
- Ge sub mu nu, es el tensor de curvatura de Einstein y está determinado por la distribución de materia y energía; ahora, Te sub mu nu, es el tensor de energía/momento. Ge mayúscula, es la constante de gravitación de Newton –Hizo una pausa tras la cual vio a Mónica cuyas facciones se habían deformado en horror. –Ahora, lambda, este término de aquí en forma de uve invertida, es un término cosmológico introducido por Einstein para compensar la atracción de la gravedad a escalas cósmicas y obtener así un universo estático. El mismo Einstein aceptó que introducir ese término en la ecuación había sido su más grave error en toda su vida académica. –Luego añadió: -Aceptar ese término equivalía a aceptar que el universo se había producido… -buscó las palabras correctas- ¡de la nada! Que había sido… creado de la nada. ¿Lo puede creer Mónica? Hasta Einstein lo sabía.
Acababa de verlo. Acababa de entenderlo.
- ¿Quién es usted? –dijo ella, tratando de asirse de algo para no caer al suelo.
El café… ¡Había sido el café!
- El vuelo 417 y ésta son las pruebas –dijo Hawkshaw.
¡Su arma!
Se palpó la cintura…
- ¿Pruebas de qué? –dijo ella.
Hawkshaw se llevaba al bolsillo el manuscrito. No paró de caminar hacia ella.
- No hay asistente de Sjmuynovic –dijo.
¡Su arma! ¡No estaba! ¡La había dejado en el salpicadero del auto!
- ¿Quién…? ¿Quién es usted?
Miró a su alrededor, calculando posibilidades. Él bloqueaba la entrada y ella estaba sumamente débil. ¿Qué le había dado?
- ¿Qué… es… lo… que…? –Mónica se derrumbó sobre el suelo. -¿Qué… busca?
Keenan Hawkshaw caminó hacia ella y le sostuvo la cabeza.
- ¿Quién…? ¿Quién…?
- Lo que he venido a buscar ya lo he encontrado –dijo Hawkshaw. Ahora su voz parecía tierna.
Mónica luchaba por mantener la consciencia.
- Jessup… Jessup… -decía Mónica entrecortadamente.
- Craig Jessup sólo quería vengar la desaparición de su padre. Coloque eso en su informe –dijo Hawkshaw.
- John… John…
Mónica vio la figura ahora difusa depositar su cabeza suavemente sobre el suelo.
- No tenga miedo –dijo. –Está drogada. No crea en todo lo que ve, sufre alucinaciones, pero no tenga miedo. Pronto estará inconsciente por unas horas.
La visión de Mónica era borrosa, pero estuvo segura de que Hawkshaw permaneció parado varios minutos frente a ella, mirándola. Ella no paraba de repetir lo mismo.
- John… John… John…
- La necesitaré en el futuro –le escuchó decir. -Volveremos a vernos.
Y repentinamente la figura se desvaneció.

 

“ES EL AEROPLANO, LO ENCONTRAMOS”

Mulder y Dyer corrieron hasta la consola de Edgar rodeada de otros controladores.
- ¿Lo encontraron? –preguntó Dyer.
- No. –Dijo Edgar. –Acaban de observar un rastro de humo… Escuche.
Y señaló el altavoz.
- “Gemelo 2” a Torre, “Gemelo 2” a Torre, localizamos la estela, cambio –crepitó la radio.
- Torre a “Gemelo 2”, reporte, cambio.
- Vemos una estela de humo negro, Torre. Se extiende por varios kilómetros. Estamos siguiéndola, cambio.
- Descríbala, cambio.
Hubo una pausa. Luego en la radio se escuchó:
- Es gruesa… Se dobla en volutas en la dirección de las manecillas del reloj…
La tensión dominaba el ambiente. Podía verse en los rostros de músculos tensos, ojos muy abiertos y manos empuñadas. Pero cuando uno de los pilotos describió la forma de la estela, todos ahogaron un grito y la tensión aumentó. Dyer explicó.
- Por la forma de la estela, pudieron haber perdido el motor de cola.
Las sienes de Mulder vibraban. Su corazón latía con impaciencia. Chisporroteó el vacío en la radio, cuando se escuchó una voz. Sin embargo, la voz era diferente a las otras.
- Torre Peck, reporta el AWAC DC-5, nuestra posición es 43 grados, 57 minutos Norte; 87 grados, 3 minutos Oeste, recibimos un Mayday, repito, recibimos un Mayday, suiche a 20000 megahertzios VHF, repito, 20000 megahertzios…
Inmediatamente Edgar giró una perilla parecida al picaporte de una puerta sobre la consola al tiempo que pulsó botones sobre el teclado y la imagen del radar cambió. Mulder vio en la pantalla círculos del tamaño de una moneda pequeña que se movían lentamente como peces revoloteando en una pecera.
Los controladores dieron un salto de alegría. A Mulder le costó saber el porqué hasta que se percató que uno de los puntos traía una etiqueta que rezaba “EPA 417”.
De repente su rostro se iluminó para volverse a oscurecer instantes después.
- ¡Mayday, Mayday! ¡No conocemos nuestra posición exacta, creemos que estamos sobre el lago Michigan! ¡Mayday, Mayday! ¡EPA 417! ¡Probaremos un descenso de emergencia sobre lo que creemos es el lago Michigan!
- Torre Peck a Gemelos, ¿escucharon eso?, cambio
- Gemelo 2 a Torre, me acerco ahora a la posición del AWAC, la estela empieza a descender en altitud, cambio.
- Gemelo 1 a Torre, descenderé, cambio.
Pasaron los minutos. Sin darse cuenta, Mulder se estaba mordiendo el puño y respiraba cortadamente. Dyer miró su semblante e intentó tranquilizarlo explicándole:
- Perdieron un motor y van descendiendo. Es probable que el piloto halla elegido el lago Michigan para un acuatizaje.
- ¿Descenderán sobre el agua?
Dyer asintió.
La radio volvió a estremecerse:
- Gemelo 2 a Torre, no veo más la estela, hay humo que proviene del agua… Es el aeroplano, repito, es el aeroplano, lo encontramos, cambio.
- Transmita coordenadas, Gemelo 2, cambio.
- 88 grados, 43 minutos Norte, 59 grados, 59 minutos Oeste. Acabo de sobrevolar sobre el sitio del accidente. Hay un barco pesquero, repito, hay un barco pesquero dirigiéndose hacia el avión. Parece que tuvieron un acuatizaje difícil, pero el aeroplano aún se mantiene a flote…

 

 

“CONSCIENCIA Y TIEMPO”

GEORGETOWN MEMORIAL HOSPITAL, 4 SEMANAS DESPUÉS.

Al principio su visión fue borrosa. Delante de él se transfiguró una forma que inicialmente era sólo una mancha negra, pero poco a poco se iluminó y se convirtió en un rostro sonriente.
- Ya está recobrando la consciencia –dijo el rostro.
Él también sonrió, pero le dolió terriblemente. Otros rostros se aunaron al primero.
- ¿Dónde estoy? –preguntó John.
- En el hospital, en Washington –respondió una voz femenina proveniente de uno de los rostros.
- ¿Mónica?
Intentó incorporarse.
La cabeza le pesaba y tenía un leve mareo. Poco a poco, al mismo ritmo que se despertaba aumentaba la intensidad de un dolor encima de su frente donde podía sentir que tenía un vendaje.
Mónica interpuso la mano y evitó que se sentara sobre la cama. Él se recostó sobre las almohadas de nuevo. Luego, ella activó el sistema de la cama y ésta empezó a inclinarse hacia delante hasta que por fin pudo ver lo que tenía enfrente. Eran Mulder, Scully y más cercano a él, Mónica.
- ¿Qué sucedió? –dijo él en un murmullo lastimero.
- ¿Qué se siente caer desde 37 000 pies…? –Empezaba a decir Mulder y Scully le dio un codazo.
- ¿Cómo dice?
- Sobreviviste al choque del avión –dijo Mónica tomándole de la mano.
La luz del cuarto blanco en el que se encontraba no le dejaba abrir completamente el ojo izquierdo. Pero al instante notó que no era la luz sino los vendajes lo que se lo impedían.
- Tan sólo sufriste una fractura menor en una pierna y una contusión en la cabeza –dijo Mónica. –El neurólogo te revisó, dice que te pondrás bien.
- Espera… Espera… ¿Avión? ¿De qué están hablando? ¿Estuve en un avión?
Las imágenes eran difusas, pero cobraron intensidad un momento después. Se recordó a sí mismo en el aeropuerto, hablando con Mulder por su celular y tomando la fila para abordar un avión. No obstante, no pudo evocar ninguna imagen más allá de aquel momento.
Mulder se acercó a su compañero quien hizo un amago para estrecharle la mano. Mulder se la asió al tiempo que se sentaba en el borde de la cama.
- Iba a verme –le informó. -¿No lo recuerda? ¿No recuerda nada de lo que pasó a bordo?
- No… Sólo recuerdo… -e hizo un esfuerzo más por evocar algo, pero desistió al rato- Sólo recuerdo que arruinó mi domingo de descanso.
Todos rieron. John lo hizo levemente. Sin embargo si su cerebro no recordaba lo ocurrido, su cuerpo sí lo hizo. Un vacío le asía el estómago y una sensación que le costó describir se empezó a materializar en todo su ser.
- Recuerdo ir cayendo… Habían… Habían luces. El suelo… Se hacía cada vez más grande.
Mónica, detrás de Mulder, se estremeció.
- No era el suelo, Doggett, era el agua. El avión, luego de una maniobra espectacular de los pilotos, colisionó en la parte más profunda del lago Michigan. Un barco camaronero que estaba en el lugar improvisó una operación de salvamento y rescató a la mayoría de los pasajeros a bordo, incluido usted.
Doggett no lo podía creer. Se frotó la cabeza a la altura de sus vendajes.
- Quizá el golpe… me produjo amnesia –dijo.
- Es posible –dijo Mulder. –Pero creemos que hubo una conspiración, creemos que… alguien quería algo de ese avión.
John apretó mucho los ojos y pidió agua. Mónica sirvió un vaso y le ayudó a sorberlo. Luego preguntó:
- ¿Por qué no puede dejar de pensar siempre lo mismo?
Mulder sonrió.
- Porque esta vez tenemos pruebas. Mónica fue atacada por un extraño que busca la policía, un extraño con un tatuaje en la mano. Una cinta de seguridad del observatorio donde encontraron a Mónica dos semanas atrás lo muestra con claridad. Mantengo abierto un expediente.
- ¿Quién era ese hombre? ¿Tiene que ver algo con el científico loco del Triángulo de las Bermudas? –preguntó John con voz ronca.
- Se hizo pasar por un empleado de NSA –dijo Mulder y en su voz se descifraba la decepción de haber sido engañado-, aún no encontramos la conexión.
Mulder se sacó del bolsillo una foto que le mostró a Doggett. Era una foto que había sido tomada de una pantalla de televisión. Mostraba a un hombre de cabello largo y rostro triste que atravesaba el aeropuerto.
- Creo que reconozco a este hombre –dijo John.
- Su nombre es Craig Jessup. Su padre era Morris Jessup. Desapareció junto a Xiang Suzuka en las costas de las islas Bimini -dijo.
John exhaló un quejido mientras intentaba acomodarse en la cama.
- ¿De qué se trata? ¿Quiere explicarme? –pidió.
- Xiang Suzuka era propietario de una flota de aviones de nombre impronunciable en Japón, en los sesentas. Pero también era investigador paranormal. Quizá conozca una zona frente a las costas de Japón llamada Mar del Diablo. Podría decirse que es el equivalente al Triángulo de las Bermudas. Muchos de los aviones de la flota de Suzuka se extraviaron en esa zona, lo que quizá excitó su interés por lo paranormal. Suzuka inmigró a Estados Unidos vendió la empresa y se volvió accionista de aerolíneas comerciales. ¿Quiere adivinar cuál es el nombre de la principal aerolínea de la que era accionista el señor Xiang?
- Eastwind Pacific Airlines –murmuró John. -¿Creen que el choque del avión se debió a una especie de sabotaje?
- Creemos que Craig, de alguna manera, culpaba a Suzuka de la desaparición y posible muerte de su padre –dijo Scully.
- Una venganza –intervino Mónica.
Hubo silencio en el que John pareció reflexivo aunque más bien daba la impresión de que se había vuelto a dormir.
- No veo la conspiración –dijo, adolorido.
Mulder tomó aire y explicó:
- Scully ha sido puesta al tanto de la situación y hemos estado investigando una empresa de telecomunicaciones llamada Nirvana Technologies. No existe tal compañía, pero sí existe una llamada TelSat que denunció un sabotaje en uno de sus satélites GPS que salió de operación por un tiempo casi igual al que duró la odisea del 417. Denunciaron que Craig, o un hombre muy parecido, quien al parecer utilizó el nombre falso de Micheal Allen y reunió evidencia que prueba que manipuló el satélite. Los investigadores de la colisión del vuelo 417 tienen la teoría de que el avión fue desviado a propósito y que Craig utilizó el satélite para desviar las comunicaciones y guiarlo en una dirección determinada.
- ¿En dirección al lago Michigan, donde nos estrellamos? –preguntó John.
- No, en dirección a esto.
Del bolsillo, Fox extrajo un dibujo de algo que a John se le antojó como un gran número ocho acostado. Por alguna razón, la figura le hizo trinar algo en su mente.
- Una cinta de Moebius –dijo Fox. –Una anomalía gravitacional asociada con el sol descubierta por André Sjmuynovic. Está íntimamente relacionado con un fenómeno cuya prueba científica fue robada.
Nuevamente hubo silencio en la habitación. Mónica hizo contacto visual con su compañero herido y le regaló una sonrisa.
Doggett en la cama percibió que una sensación honda de satisfacción le empezaba a abrigar, y le devolvió el gesto.
Scully se acercó y volvió a codear a Mulder; con la mirada le indicó que salieran de la habitación.
- Quizá sea mejor que las cosas se queden así –dijo atropelladamente, mientras Scully lo halaba fuera de la habitación. –Los dejaremos solos…
Mónica y John se vieron por largo rato. Luego ella recostó su cabeza en el pecho de él y permanecieron así por un tiempo que Doggett no quiso calcular. Por una razón que no comprendió, deseó profundamente que su reloj se detuviera en ese instante.
Consciencia y tiempo.

*

Mulder y Scully se dirigieron a la salida del hospital. Al abrirse las puertas automáticas de cristal no pudieron dejar de admirar un atardecer hermoso. Las tonalidades rojas, amarillas y violetas que de dibujaban en el cielo daban un cierto ambiente cálido y extrañamente acogedor.
Enfrente de ellos un pequeño parque se antojaba perfecto para caminar y sentir la brisa en aquella puesta de sol.

- Ven -le dijo Mulder a Scully mientras la tomaba de la mano.
Los dos avanzaron algunos pasos y entraron al parque. Durante el camino Mulder preguntó:
- Scully… ¿Crees que sería posible que se probara la existencia de Dios científicamente?
Scully le miró curiosa. Había visto esa mirada en el pasado. Solía dársela cuando se aprestaba a escuchar sus teorías exóticas.
- Mónica mencionó ese hombre que la atacó y de la intención de su grupo de demostrar científicamente la creación.
- Yo creo que la pregunta es: ¿sería correcto?
- ¿Por qué no?… Así demostraríamos con hechos la existencia de un Creador… de que haya algo más grande que todo y que tenemos un plan diseñado
- Mulder, la creencia en Dios es algo que sólo puede venir de uno mismo, la fé es una cuestión de sentimiento, no de pruebas científicas.
- Después de todo lo que has vivido…¿Sigues creyendo en Dios como antes? –dijo Mulder, ciertamente sorprendido por lo que acababa de escuchar.
Scully dudo en contestar. Los dos seguían caminando.
- La ciencia te dice cómo, pero no porqué… Hay cosas que son demasiado especiales para no pensar que son hechas por algo más grande.
Una pareja paseaba a su pequeño de un par de años a lo lejos. De pronto Scully empezó a pensar con fuerza sobre el bebé que estaba llevando en su vientre, y cuya existencia todavía desconocía Mulder
- Tal vez es bonito tener una ilusión -le contestó Mulder y le asió la mano con más fuerza.
Scully se detuvo. Algo en su pecho la oprimía con mucha fuerza
- Si no tuviéramos ilusiones… no sería una vida… Sin tener un sueño que cumplir estaríamos atrapados en nuestros propios fracasos, angustias y tristezas. Mulder, yo… estoy…
- Pero las ilusiones se desvanecen – le interrumpió él.
Scully, que a su vez bajó la cabeza en un reflejo de tristeza, dibujó un gesto de desconsuelo en su rostro
- Perdóname. No tengo derecho a decirte esto… porque tú eres mi ilusión
Scully alzó de nuevo la vista encontrándose con los ojos de Mulder
- Espero poderte dar nuevas ilusiones -le dijo Dana en un acto de querer gritarle la verdad… pero no pudo. Simplemente no podía, sin entender y creer ella misma por lo que estaba viviendo
Mulder se acercó a ella y la besó tiernamente.
Ellos también querían que el tiempo se detuviera. Que ese atardecer plagado de sentimientos se quedara por siempre

 

FIN

 

 

EPÍLOGO

♣ Las razones del choque del Easwind Pacific Airlines 417 nunca fueron esclarecidas. La Junta Nacional para la Seguridad y el Transporte, N.T.S.B., organizó una investigación que duró poco más de seis meses. Por el momento, la versión oficial afirma que el vuelo colisionó con una bandada de estorninos que arruinaron el motor de cola. Existen antecedentes. No obstante, en el instante en el que el vuelo 417 se aventó a las profundas aguas del lago Michigan se inició uno de los mayores misterios de la aeronáutica civil en la historia de los Estados Unidos. Ninguna de las piezas de evidencia que pudieran ser cruciales en la investigación del avionazo se pudo recuperar del fondo del lago, entre muchos aspectos, debido a las profundidades y sedimentación del agua que dificultaron todas las labores de recuperación. Se hacen ingentes esfuerzos por organizar una operación marítima que saque a flote los restos del 417 y en particular, una que sirva para encontrar la caja negra que hasta el momento no ha sido recuperada. A pesar de todo, varios restos salieron a flote con el paso de los meses y están siendo estudiados por el comité de investigación. El líder de la comitiva, el ex-piloto y director en jefe de la N.T.S.B. en Montana, Fred Dyer, se expresó en días recientes diciendo: “Nuestro su grupo ha encontrado casi todas las contradicciones posibles en una investigación de accidente aéreo. En particular, es inexplicable la forma en que el vuelo pudo viajar una distancia para la que tendría que usar 3.99 veces la cantidad de combustible del que disponía, ni tampoco la trayectoria que pudo seguir el vuelo mientras estuvo “oscuro” a los radares antes de estrellarse”.

♣ El número de víctimas del choque se elevó a de 49, entre los cuales está el miembro de la tripulación y copiloto Marty Cohen. Gracias a la intervención de los miembros de personal del María Celeste, un barco camaronero que navegaba en la zona del desastre del 417 cuando éste acuatizó, se salvaron 83 vidas. Ninguno de los cuerpos de los menos afortunados se pudo recuperar jamás y se creen que aún yacen en el fondo del lago junto al fuselaje del avión.

♣ Los familiares y conocidos de las víctimas del vuelo 417 entablaron una demanda contra la aerolínea Eastwind Pacific Airlines. La compañía no fue capaz de solventar la enorme cifra en millones de dólares entablada por los afectados por lo que recientemente se declaró en bancarrota. A pesar de todo, ninguna persona ha ido a la cárcel debido al avionazo del 417.

♣ Otro de los hechos misteriosos que rodearon la colisión del vuelo 417 consistió en la amnesia masiva de sus tripulantes, ninguno de los cuales fue capaz de evocar los acontecimientos a bordo del vuelo. Un grupo de psicólogos de la Universidad de Duke concluyó que el hecho obedece sin duda al carácter traumático de la experiencia de la tragedia, sin mencionar que el 59% de los sobrevivientes jamás se había montado en un avión.

♣ El agente especial Fox Mulder lleva un expediente abierto sobre los sucesos misteriosos que rodearon la desaparición y colisión del vuelo 417, en particular los que acontecieron en tierra. La Agencia de Seguridad Nacional, NSA, asimismo, mantiene un expediente abierto, particularmente en lo referente a la suplantación de la identidad de uno de sus agentes llamado Keenan Hawkshaw, por parte de un individuo cuyo paradero aún no se determina, pero que guardaba un extremo parecido con el verdadero agente Hawkshaw, lo que facilitaría su tarea de suplantación cuyo objeto nunca llegó a ser claro. Al sujeto también se le acusa del ataque a una agente federal, la agente especial Mónica Reyes, de la oficina de Washington.

♣ A pesar de que decenas de testigos informaron que el individuo de aspecto enjuto, alto y desaliñado se identificó durante el proceso de aprensión y custodia del prisionero André Sjmuynovic, la policía aún no ha podido dar con su paradero. De ser capturado, los estatutos del gobierno federal se aplicarán a su caso dándole no menos de 180 años de cárcel, sin posibilidad de fianza. Un adelanto en la investigación de la captura de este individuo se dio cuando los detectives descubrieron recientemente que la descripción de un renombrado físico de apellido Hughes coincide con la del sospechoso. No obstante, no se ha tenido conocimiento del paradero del profesor Hughes hasta la fecha.

♣ El profesor André Sjmuynovic, ex-empleado del National Solar Observatory y por razones que aún se investigan, huyó nuevamente de la policía minutos después de que se procediera a trasladarlo a una prisión de máxima seguridad. Es particular la observación hecha por el comisionado de la policía sobre el modo como un anciano de casi 70 años pudo vencer a dos policías armados mientras el detenido estaba esposado y desapareció de la escena. Algunos apuntan a la falta de experiencia de los cadetes. Aún más sorprendente resulta que Sjmuynovic fue capaz de llegar a pie a la embajada del gobierno croata, en Washington, donde pidió asilo político. A pesar de todo, su caso está en juicio aunque lo que el científico asegura es la prueba determinante de su libertad, un manuscrito consistente en diversas pruebas matemáticas de su teoría más reciente sobre un fenómeno atmosférico extraño, no se ha encontrado hasta el momento.

 

 

 

 

 

 

CURIOSIDADES X

Les regalo ahora algunas de las experiencias que tuve mientras escribía este relato:
♣ El título original de este relato iba a ser “Moebius”. Está inspirado en una cinta argentina que a lo mejor conozcan. Trata de un vagón de subterráneo que se extravía en las vías de un metro en Argentina. A pesar de que hay grandes diferencias, me inspiró el hecho de que el tren, así como el vuelo 417, desaparecían hacia otra dimensión en una “cinta de Moebius”.

♣ Algunos nombres que aparecen en la historia son famosos para todo aquel fanático del Triángulo de las Bermudas: “María Celeste”, el nombre del barco que rescata a los sobrevivientes del 417 es el nombre de una de las embarcaciones verdaderamente perdidas. Por otro lado Morris Jessup y Michael Allen son dos de los personajes principales del archifamoso “experimento Filadelfia”.

♣ La cinta de Moebius es un objeto matemático verdadero que se construye exactamente como Hawkshaw se lo describe a Mónica, y por otro lado, es también muy divertida. Les invito a que armen una, lo que es muy fácil con una tira de papel o cartulina, tijeras y goma. Pero será más divertido si incluyen unos crayones y colorean bandas de colores longitudinalmente en anverso y reverso. Si por ejemplo eligen dos bandas y arman una cinta de Moebius con ésta será interesante que observen qué pasa si recortan longitudinalmente una de las bandas: obtendrán dos cintas, una de ellas será una cinta normal, de dos caras, aunque un poco enrollada y una cinta más pequeña que sorprendentemente es una cinta de Moebius. Más divertido se torna el asunto si en lugar de dos bandas dibujan tres y recortan. Les invito a que hagan el experimento y aumenten el número de bandas. Una estructura aún más excéntrica es la llamada “hexaflexágono” que es una variación de la cinta de Moebius. Decir cómo armarlo me tomaría mucho aquí, pero en Internet se consigue fácilmente.

♣ Este ha sido, sin duda, el relato más difícil que he escrito. ¡He, de hecho, fallado a varias de mis responsabilidades por estar pendiente de escribirlo!. Reunir suficiente información convincente, no sólo de la cinta de Moebius, la teoría de la relatividad y otros, sino del Triángulo de las Bermudas y los aspectos técnicos de la aeronáutica no ha sido fácil. Buena parte de la información del vuelo 19 es fácilmente consultable en Internet, pero en particular se me hizo interesante leer (o mejor, releer) el libro de Charles Berlitz, “El Triángulo de las Bermudas”, que había leído en mi infancia. Fue también de utilidad un libro que conseguí en la biblioteca local llamado “El Mundo de lo Insólito y lo Oculto: Extrañas Desapariciones” en el que se detalla aún más las teorías de las desapariciones en el triángulo. En cuanto a aspectos técnicos, además de ver muchos documentales sobre aviones en Discovery Channel, el programa “Aerolínea” de A & E Mundo y leer la novela “Punto Crítico”, de Michael Crichton y “Único Superviviente”, de Dean Koontz, ambos sobre aviones que se estrellan. En la versión inicial de “Retraso”, no habían desapariciones a bordo del aeroplano y tenía un conflicto mental muy encontrado en cuanto a si debía siquiera mostrar qué sucedía a bordo o no. Lo de las desapariciones surgió como una salida a uno de los nudos en los que cayó el escrito por un tiempo y fue inspirado en el argumento del próximo filme de Jodie Foster, “Flightplan”. Esta serie de movimientos culminó con la creación del personaje de Hawkshaw. En realidad, el asunto de una especie de culto científico que busca el origen de Dios y quiere demostrarlo científicamente es explorado originalmente en la novela “Único Superviviente”, que mencioné arriba, y me pareció que encajaba perfectamente para dar un nuevo giro en la mitología. Sabrán mucho más de ellos en el futuro (y como dijo Hawkshaw, volverán a verlo).

 

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