fanfic_name = The First Lady

chapter = 1

author = Rovi Adams

dedicate = Todos los masokas out there! And the bitches of course ;)

Rating = sleeping_bags

Type = Angst

fanfic = *Cap. I: The Sky is Fallin*.-



La noche ya no era inspiración de los poetas. No era esperada ni anhelada por amantes que buscaban refugio en sus misteriosos brazos. No era cómplice de una luna coqueta que hechizaba a quien la contemplase. La noche era el día, la noche era la noche... y todo lo demás.



Y como todo en exceso cansa, era odiada.



Él era de los pocos que la llegada del eterno eclipse de sol no sorprendía. En su agenda figuraba aquel hecho como inevitable, sin fecha ni hora, pero de venida inminente. El apocalipsis no fue tan violento como muchos se esmeraron en predecir y describir; era tan frío como la soledad alojada en su corazón. Eso era peor.



Morir violentamente era una opción más alentadora que sentir cada gota de dolor hasta el último aliento.



El cielo se desplomó, aplastando a unos cuantos y dejando a otros con una herida lo suficientemente profunda para recordarles cuan miserables serían sus vidas desde ese momento. A él le tocó la peor parte: un alma mutilada. Ni siquiera tenía el privilegio de desangrarse hasta morir y acabar con su agonía. Tenía que vivir como un vagabundo; respirando el mismo aire cargado de odio y pecado, compartiendo el dióxido de carbono que exalaban un montón de ignorantes que todavía tenían la esperanza de un mañana.



Sus pasos se arrastraban por el callejón de siempre. Ahora que sus días estaban dominados por la rutina, sus neuronas podían dormir horas muertas y preservarse hasta que el momento de usarlas llegara - si es que alguna vez sucedería.



En la siguiente esquina, el viejo Joe extendería su mano para recibir una o dos monedas... todo dependía de su estado de ánimo. Hoy estaba dispuesto a pasar de largo y dejar al viejo con la mano en el aire, pero qué culpa tenía éste de que Dios se levantara con el pie izquierdo el día que trazó su destino. Hurgando entre sus bolsillos, cerró los ojos y pidió perdón a aquel Dios que su angel tenía tan en alto... aquel en el que ella ponía toda su fe aunque la tierra estuviera abriéndose bajo sus pies.



Ella. De sólo pensarla su corazón volvía a latir y una energía inexplicable le impulsaba a aferrarse a lo que muchos llamaban vida. Si le pidieran un concepto de vida, sin duda alguna diría su nombre.



Sin darse cuenta, las monedas cayeron en manos de Joe, el callejón se convirtió en una gran avenida, y la fachada del modesto hotel apareció ante sus ojos. Ella también tenía ese poder de hacer que el tiempo y las cosas a su alrededor pasaran desapercibidas. Por eso dolía tanto cuando la distancia le obligaba a aterrizar.



Al entrar al hotel, la recepcionista le recibió con una sonrisa más cálida que el café que podía encontrarse a esa hora. Él deseaba responderle de la misma forma, pero había olvidado como hacer que los músculos de su cara formaran una sonrisa; así que se limitaba a decirle un tímido "buenas noches" con los ojos.



-Aquí esta su llave, señor...- la joven siempre se veía obligada a detenerse. A pesar del tiempo que tenía su cliente pisando la recepción y subiendo las escaleras hasta llegar a la 205, ella no sabía su nombre. La primera vez que ocurrió, su curiosidad le llevó hasta el libro donde se archivan todas las reservaciones, pero tuvo que conformarse con las iniciales que figuraban junto al número de su habitación.



Dejando atrás la recepción y la curiosidad creciente de Martha (él sí sabía su nombre), la rutina le llevó hasta la habitación más oscura del hotel. Al abrir la puerta, un perfume característico inundó sus pulmones y envió a su cerebro la mejor noticia que podía recibir: la noche no sería tan solitaria.



Al principio no pudo verla, pero esa esencia tan suya era una pista que nunca fallaba. No necesitaba tenerla frente a sí para saber que estaba allí. La energía que brotaba de su cuerpo era más que suficiente.



Caminando entre la penumbra, él llegó hasta la ventana y corrió las cortinas. El reflejo de la lámpara que alumbraba esa calle perdida de Washington acarició con timidez el cuerpo que descansaba sobre la cama.



-Buenas noches, su excelencia.



-No hagas eso, sabes que lo detesto.



Por eso lo hacía. Para poder escuchar una vez más aquel tono de voz cargado de seriedad y cierta dosis de dureza, y así remontarse a un pasado que tal vez nunca existió, pero que se mantiene latente en su corazón como el único indicio de que alguna vez estuvo realmente vivo.



Sus zapatos de tacón descansaban a un lado de la cama, y junto a éstos estaba el par de medias del cual siempre estaba celoso por tener el privilegio de tocar sus piernas todo el día. Todo tan ordenado y perfecto como ella.



-La noche es corta- le dijo recordándole que no tenían todo el tiempo del mundo.



-Olvidas que la noche es eterna.



-Para ti lo es, por fortuna; pero en mi pequeño mundo hay un sol que no puede taparse con un dedo.



El sabía perfectamente de lo que hablaba. Era el mismo sol que podía quemarlo si se dejaba tocar por sus rayos.



-Sabes que aquí hay mucho espacio para ti.



Una sonrisa opacada por la tristeza fue la respuesta que él consiguió. Era parte del ritual recordarle que las puertas estaban abiertas a pesar de las fuertes cadenas que impedían cruzar al otro lado. Después de muchas explicaciones lógicas, ella se dio por vencida y se limitaba a regalarle algún pequeño gesto que reflejara su actitud hacia la utópica propuesta.



-Sí... claro- susurró removiéndose con cierta incomodidad en la cama. Necesitaba cambiar el tema antes de que la nostalgia pesara más que su sensatez. -La semana que viene me voy a Europa- añadió en un tono más neutral y enfocando su mirada en el ventilador que colgaba del techo.



-¿Cuál es el itinerario?



-Vestir tres aburridos trajes formales por día, posar con la sonrisa más hipócrita y participar en la misma charla vacía con viejas que sólo piensan en la reelección de sus maridos.



Él siempre reía ante las respuestas tan motivadoras que escuchaba; esta vez no fue la excepción.



-Bueno... podrías caer en cama por un buen resfriado, ponerte ese par de bikinis que guardas en la última gaveta de tu closet y escaparte conmigo a la Riviera francesa.



-Lo siento- le dijo acercándose a él y empezando a masajear sus hombros. -Tendrás que conformarte con la suite presidencial del Park Hyatt.



Él dejó escapar un dramático suspiro y volteando hacia ella, la miró como si fuera el momento de confesar su último deseo antes de ser ejecutado en la cámara de gases.



-Me tienes tan sacrificado, mujer.



-Recuerda que tus sacrificios son voluntarios.



-Eso es lo que tú crees- le susurró acortando la escasa distancia entre ellos y asaltando sus tentadores labios.



Ella amaba esa forma tan posesiva en que la besaba y le daba pequeños mordiscos. Era algo que nunca imaginó en aquellos tiempos en que besar esa boca era algo completamente ajeno a su rutina diaria. No tenía idea de como pudo sobrevivir a esos días en que tenía que soportar la agonía de verle y no tocarle.



Pero como todos los cambios en su vida, tenía que pasar algo grande para llegar a esto. De saber que el camino estaba tan lleno de espinas, tal vez se hubieran resignado a permanecer tan cerca y a la vez tan lejos.



Cuando el beso ya no era suficiente, ella lo atrajo hacia sí, obligándolo a subirse a la cama. Esa noche no tenía deseos de cambiar la comodidad de un colchón por un piso frío; estaba demasiado cansada para experiencias extremas.



Un extraño sentimiento de felicidad lo invadió... la noche prometía ser un recital de caricias sinceras y de emociones perdidas en el tiempo; de esas noches que ocurren con la frecuencia de un eclipse, pero que perduran intactas en el recuerdo.



Algunos encuentros eran tan fugaces que el sabor de sus labios se esfumaba con la llegada del día. Pero pensar en ello resultaba doloroso; si una cosa había aprendido era a aferrarse al momento como si fuera el último. Y ahora estaba dispuesto a revivir esa pasión que parecía morir con cada día de soledad, a darle todo el amor que en frente de todos tenía que tragarse.



Él la miró a los ojos y temió perderse en la intensidad de un azul que reflejaba la parte más frágil de lo que aparentaba ser un alma de acero. Y dejando caer todas sus defensas, se unió al viaje en que dos espíritus se fusionan, haciendo renacer la esperanza en un mundo donde el amor no es más que un sueño.



El mañana no existe. Lo repetía una y otra vez hasta que su conciencia se perdió en la narcosis que le provocaba el néctar de sus labios.



El pasado tampoco existió.



Esa era la parte que él siempre olvidaba.

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