Nombre del Fanfic: Camino sin salida

Capitulo: I

Autor: Señora del Fantasmal

Clasificacion: Mission X-Files

Accion

Suspenso

Angst / Drama

Fanfic: Camino sin salida I 
 
Autor: Señora del Fantasmal (pipermaru) 
 
Disclaimer: Estos personajes pertenecen a CC y 1013. Nadie, salvo mi mente maligna, sacará provecho de este relato. Tan sólo la satisfacción que recibo torturando a estos personajes. 
 
Tipo: Angst, angst, angst.... ¿he dicho ya angst?... O18W (por escenas de violencia y abuso sexual), y UST 
 
Spoilers: De momento no hay ninguno, así que los anti-spoilers pueden estar tranquilos. 
 
NOTA!! : QUIERO AVISAR QUE ESTE RELATO PUEDE NO GUSTAR A MUCHA GENTE POR ALGUNOS SUCESOS QUE ACONTECERÁN EN EL MISMO RUEGO QUE LAS PERSONAS QUE NO ESTÉN ABIERTAS A SITUACIONES EXTREMAS, NO SE QUEJEN DESPUÉS DE LEERLO. HE AVISADO. POR CIERTO, NO PAGO TERAPEUTAS. 
 
 
Feedbacks: Por favor, mándenme sus opiniones a sra_delfantasmalARROBAhotmail.com, en el espacio debajo del fic o por medio de los mensajes privados. Este relato es muy importante por la transgresión que significa. 
 
* * * 
 
Apartamento de Fox Mulder 
Jueves, 23 de octubre 
00:56 AM 
 
Llevaba horas sentado en el sofá de su apartamento, acunado por las tinieblas nocturnas que siempre rondaban por toda su vida, pensando en las cosas habituales en él. Siguiendo siempre su estresante rutina. 
 
Llegar a casa… echarla de menos, quitarse la ropa del trabajo… añorar su aroma, ver la televisión…recordar sus movimientos seductores. Sus labios rojos como cerezas en almíbar caliente, sus ojos de zafiro líquido resbalando por su piel, la nata de su cuerpo danzando acompasada rítmicamente con el tambor de sus caderas. Cada cosa en ella era un espejismo para sus locuras. 
 
Estaba convencido de que era un obseso, si, sin duda era un enfermo mental y ella debería pedir una orden de alejamiento. Sería lo mejor, que consiguiera que un juez le mantuviera lejos, porque ¿acaso no es un demente un hombre que tiene fantasías sexuales cuando la ve prepararse para una autopsia? 
 
Esa era la razón de toda la marabunta de hormonas que corría por su torrente sanguíneo.  
 
Apenas pasaban unos minutos de las cinco de la tarde, el frío de la morgue helaba sus neuronas, pero aún con todo eso, el fuego de su pasión se desprendía candente por sus retinas. Ver ese ritual, excitarse al pensar en ese toque médico tan sumamente experto.  
 
Primero descubrir la lava oculta en su cuello al recogerse el pelo en una coleta casi infantil. Sentir ganas de lanzarse como un animal en celo y morder la yugular pulsátil hasta que no quede resto de sangre en ella…hasta que cada gota de ella se mezcle con él. 
 
Después lavarse las manos, acariciar la tersa piel blanquecina de sus dedos, arrastrando toda suciedad con la suave espuma del jabón, hasta hacerle desear que esas manos estén en una parte de su cuerpo muy concreta.  
 
El ritual seguía con la colocación de los guantes y la bata verde. Verde…verde…¿por qué le excitaba tanto ese color? Era el contraste cristalino con su piel de azúcar glasé lo que le volvía loco, lo que le impulsaba a empujarla contra la pared y hacerle el amor sobre la fría camilla del mortuorio. 
 
Enfermo, realmente era un enfermo mental…un pervertido. 
 
- Céntrate…- se dijo a si mismo.- 
 
El caso… tenía que centrarse en el caso. Durante las 2 últimas semanas los cadáveres de 3 hombres habían aparecido en la afueras de Washington DC. Cada uno de ellos atado de pies y manos, con múltiples hematomas y fracturas óseas. Las autopsias practicadas en ellos, esclarecieron enormemente los hechos. Varones, entre 30 y 45 años, caucásicos, complexión media, y víctimas de una prolongada tortura física y abusos sexuales. Sinceramente, un horrible espectáculo incluso para unos ojos tan expertos como los de Scully.  
 
Hasta ahora tenían poco más aparte de la reconstrucción de los secuestros, porque esa era otra de las cuestiones. Por los hematomas y su grado de coloración, Scully descubrió que habían sido sometidos a esas vejaciones por un periodo de tiempo que iba desde los 5 días a los 10. 
 
En otras circunstancias estaría pensando en algún tipo de secta, algún tipo de ritual satánico que precisara del sufrimiento humano como ofrenda, pero no tenía la mente demasiado lúcida hoy. 
 
Tres horas hacía que llegó a su casa y ni un solo momento había dejado de pensar en Scully ni un solo segundo. Ella era en su mente como una pequeña serpiente deslizándose sinuosa por los surcos de sus pensamientos intrincados. Era constante, una repetición continua de los momentos vividos juntos. Y esa era una parte de lo que le estaba volviendo loco.  
 
¿Por qué ella había estado tan rara estos días? 
 
 
Había momentos del día en que casi podía notarla suspirar resignada, como si estuviera cansada de todo, de él. Las bromas ya no eran muy bien recibidas y las miradas lascivas que a veces no podía disimular, ahora no hacían acto de presencia. No podía soportarlo más, no notarla cercana, rodeándole, asfixiándole con su presencia femenina. Su serpiente de cascabel dispuesta a hipnotizarle con sus sones y su adictivo veneno. 
 
Intentó hablarlo con ella, preguntarle si había hecho algo malo que la hubiera enfadado, pero en cuanto se le acercaba todo se volvía irrespirable. Algo en el brillo de sus ojos era distinto, apenas una sombra imperceptible entre tanta perfección, algo que ni siquiera hubiera notado si no fuera por el hecho de que todo mínimo detalle era importante para Mulder. 
 
Un suspiro agobiado salió de su boca liberando una nimia parte de toda la tensión acumulada. Su cabeza y todo su mundo era un enjambre de abejas zumbando. Necesitaba despejarse o acabaría mucho más loco de lo que ya estaba. 
 
Como un torbellino, arrastrando todo a su paso, se dirigió a su cuarto y se calzó unas deportivas. La mejor manera de pensar en otra cosa y poder dormir esta noche, era agotarse, correr hasta que el dolor de sus músculos opacara todo lo demás. 
 
 
* * * 
 
 
Alrededores del apartamento 
Jueves, 23 de octubre 
02:01 AM 
 
La suave luz de la luna le daba un precioso lado plateado a todos los objetos. Era una noche perfecta para correr. Estaría un par de horas dando vueltas y cuando por fin sus músculos pidieran a gritos parar, se iría renqueando hasta tirarse en el sofá o si estaba muy cansado, directamente sobre la alfombra. 
 
Sonrió abiertamente ante su propio pensamiento. Estaba exagerando, como hacía siempre con todo lo que le concernía. Un poco de agotamiento, tan sólo sería eso. Correría por la ruta habitual y eso serviría para dormir al menos una hora más de lo normal. 
 
Mientras trotaba enérgicamente, se devanaba el cerebro pensando en los detalles de ese extraño caso que tenían entre manos. 
 
¿Qué o quién podría tomar como divertimento semejante atrocidad? 
 
Conocía demasiadas personas que no dudarían en hacer algo parecido, si creían que era por una causa superior. Tenía que cambiar de vida, dejar de rodearse de tantos peligros, porque una persona normal no debería pensar en una tortura semejante como algo no muy extraño. Aunque... él nunca había sido normal. 
 
El oxígeno comenzaba a resultar escaso tras más de media hora corriendo, la temperatura comenzaba a descender y la punta de su nariz se estaba congelando por la diferencia de temperaturas. Su cuerpo ardía por el ejercicio, sin embargo, la calle cada vez se volvía más fría. 
 
Los vellos de su nuca se erizaron, pero al contrario de lo que pudiera parecer, no era por el frío, sino por una extraña sensación que le estaba explotando en la boca del estómago. Era como cuando estás enamorado, un vacío repentino que sobreviene cuando tienes la certeza de tener a esa persona cerca. Aunque no era nada agradable esta vez, la pequeña variación estaba en la tensión que sus músculos adquirieron al saber que alguien le observaba desde algún rincón. 
 
Continuó trotando intentando expulsar de su cuerpo esa extraña sensación. La atribuyó simplemente a que el caso que investigaba comenzaba a hacer mella en su salud mental. Era una calle agradable y alumbrada por la que venía corriendo durante varios minutos, no existía nada que el arma escondida en su tobillo no pudiera eliminar. 
 
Aliviado de tener una leve ventaja, siguió su recorrido sin percatarse de que un hombre lo observaba agazapado en la próxima esquina. No era una noche apropiada para capturar a su nueva víctima, pero había planeado matemáticamente su plan, y no cabía margen de error. En su mano empuñaba ansioso el arma que serviría para ejecutar su siniestra acción.  
 
Los federales no sospechaban quien podría ser el sujeto que mantenía alerto y temeroso al sector masculino de la población capitalina durante las últimas semanas, pero este agente desgarbado, según lo que había leído en su expediente de vida, era un erudito desenmascarando perfiles de asesinos en serie, y no podía permitir que descubriera su identidad.  
 
El legajo había arrojado además, un hecho que lo excitaba de sobremanera y que no esperaba hallar, pero que aumentaría su ensañamiento con ese hombre si es que no aceptaba su propuesta.  
 
Conocía de memoria su rutina, ningún detalle se le había escapado. Vivía solo en su apartamento, y luego de trabajar hasta tarde, regresaba a casa a ver televisión mientras comía algo pedido a domicilio, y salía a trotar.  
 
Su círculo de amigos era reducido, por no decir inexistente. La única persona con la que se relacionaba era su compañera de labores. Una mujer hermosa, de ojos marítimos y cabellera roja; sin embargo, ella no sería un estorbo. No por el momento.  
 
Como parte de su estrategia, tuvo que programar un sistema de espionaje para la mujer también, aunque no tan meticuloso como el dispuesto para Fox Mulder. Por lo que había averiguado, su quehacer diario no variaba en gran medida a la del agente.  
 
El autor de esas escalofriantes muertes los mantenía ocupados en Washington DC, razón por la cual no habían complicado sus planes de indagar cada resquicio de sus vidas. La fascinación morbosa de escuchar los chillidos angustiosos y de ver la sangre del sacrificado creando pequeñas lagunas, era demasiado idílico como para poder seguir aguardando.  
 
El sonido de pasos se escuchaba cada vez más cerca. Su objetivo pasaría delante de él en escasos segundos, ignorante del brutal destino que le esperaba.  
 
 
* * * 
 
 
Apartamento de Dana Scully 
Jueves 23 de octubre 
2:10 AM 
 
Esa noche, al igual que las anteriores, era imposible dormir. Su mente no descansaba desde que los torturados cuerpos aparecieron. Intentaba comprender que clase de razonamiento conducía a un sujeto a asesinar a mansalva; sin embargo, no llegaba a ninguna explicación satisfactoria.  
 
Había leído cientos de historias de los más famosos asesinos, y en cada uno de ellas se presentaba el mismo patrón: una familia desestructurada con padres abusivos y alcohólicos que convertían al niño en una persona emocionalmente desequilibrada.  
 
¿Era ese el verdadero motivo? 
 
Ella exponía otra teoría, una que había sido también explicada por expertos criminalistas. La maldad viene inserta en los genes, existe una predisposición que dirige al individuo a perpetuar impíos actos. ¿Sino como explicar que un niño destace un conejo por simple diversión? 
 
Hasta el momento las averiguaciones no habían sido fructíferas. El responsable cuidaba todos los detalles posibles, para no dejar ninguna pista que revelara su identidad. Conforme a Mulder, el homicida planeaba milimétricamente cada uno de sus pasos. Un asesino organizado nunca era sencillo de atrapar.  
 
La similitud entre los patrones de las víctimas con su compañero era una coincidencia que la aterraba. Las características que Mulder poseía, eran justamente las que el desconocido buscaba, pero tenía la impresión de que existía una fijación mucho más profunda. Un común denominador que hasta ahora no habían descifrado.  
 
No recordaba un asesino que causara tanta histeria y pánico en la sociedad como éste. Los noticieros le otorgaban grandes espacios e interrumpían programas de televisión para entregar adelantos del proceso del caso. Estaba segura de que si encendía el televisor, sería bombardeada con imágenes de las escenas de los crímenes y declaraciones.  
 
El caso la estaba agotando, era esa la razón de la indiferencia hacia su compañero. Esa tarde había notado su penetrante mirada verdosa sobre ella e inútiles intentos por captar su atención. Él no era el culpable de su irritabilidad, pero no había otra persona contra quien descargar toda su frustración. Ni el baño de sales que se preparó esa tarde fue capaz de relajarla.  
 
Cogió el libro que estaba puesto sobre su mesa de noche y lo abrió para leerlo hasta que su mente dejará de pensar en aquello que le carcomía el cerebro día y noche. Mobydick, la historia sobre una ballena blanca, siempre fue un medio efectivo cuando lo que deseaba era tranquilizarse. Su función como agente federal, implicaba estar constantemente alerta y en tensión, y esta obra anclada en su niñez, servía para alejarla de ese sendero peligroso e incierto en el que se direccionaba su vida.  
 
 
* * * 
 
 
El hedor a formol que invadía la morgue era un olor al que los años como médica forense la habían acostumbrado. Dana Scully se hizo una coleta y se colocó un par de guantes de látex mientras esperaba que trajeran el cadáver.  
 
Una cuarta víctima con similar aspecto que las precedentes, había aparecido en un depósito de basura esa mañana en Richmond. Un vecino preocupado por el fétido olor que emanaba de ese lugar, descubrió con horror su procedencia e informó a las autoridades, quienes no demoraron en deducir que había sido obra del mismo monstruo. 
 
La autopsia esclarecería quizás un poco más el modo operandi y si la suerte estaba de su parte, hasta podría hallar alguna marca que identificara al asesino.  
 
Un enfermero entró con la camilla de metal y la dejó en la mitad de la sala a disposición de Scully. Retiró la sábana blanca que cubría al occiso y no pudo retener el grito que sacudió su garganta al ver de quien se trataba.  
 
 
* * * 
 
 
- ¡Mulder! – Scully se reincorporó de golpe sobre su cama, con una lámina de sudor frío pegada a la piel y la respiración forzada. Se llevó las manos al rostro y cuando logró normalizar su respiración, se cercioró de que estaba en su habitación. – Una pesadilla, sólo ha sido una pesadilla – se consoló a si misma, todavía con un ligero temblor recorriéndole el cuerpo. El sueño le había parecido tan real que casi podía jurar que el olor mortuorio continuaba meciéndose en el aire, sugestionándola a huir de su apartamento, pero en vez de eso decidió hacer algo más sensato. Si había sido un simple sueño ó no, necesitaba asegurarse de que él estaba bien. Se disponía a marcar el número de Mulder, cuando timbró su celular.  
 
- Scully – contestó aún con los rezagos de la pesadilla aquejando su voz.  
 
- Lamento llamarla a estas horas. Es urgente – dijo Skinner.  
 
- ¿A ocurrido algo señor? – preguntó preocupada, temiendo la respuesta de su jefe. Se sentó en el borde de la cama. 
 
- Ha aparecido un cuarto cuerpo -  
 
 
Continuará... 
 
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