Nombre del Fanfic: Camino sin salida

Capitulo: V

Autor: Señora del fantasmal

Clasificacion: Sleeping Bags

Accion

Suspenso

Angst / Drama

Fanfic: Camino sin salida V 
 
 
Autor: Señora del Fantasmal (pipermaru) 
 
Disclaimer: Estos personajes pertenecen a CC y 1013. Nadie, salvo mi mente maligna, sacará provecho de este relato. Tan sólo la satisfacción que recibo torturando a estos personajes. 
 
Tipo: Angst, angst, angst.... ¿He dicho ya angst?... O18W (por escenas de violencia y otras cosas que no adelantaré), y UST 
 
Spoilers: De momento no hay ninguno, así que los anti-spoilers pueden estar tranquilos.  
 
NOTA!! : QUIERO AVISAR QUE ESTE RELATO PUEDE NO GUSTAR A MUCHA GENTE POR ALGUNOS SUCESOS QUE ACONTECERÁN EN EL MISMO. RUEGO QUE LAS PERSONAS QUE NO ESTÉN ABIERTAS A SITUACIONES EXTREMAS, NO SE QUEJEN DESPUÉS DE LEERLO. HE AVISADO. POR CIERTO, NO PAGO TERAPEUTAS. 
 
Feedbacks: Por favor, mándenme sus opiniones a sra_delfantasmalARROBAhotmail.com, en el espacio debajo del fic o por medio de los mensajes privados. Este relato es muy importante por la transgresión que significa. 
 
 
* * * 
 
 
Walter Skinner no recordaba una movilización de agentes tan rápida desde hacía tiempo.  
 
Gracias a las investigaciones de Scully, basadas en las pesquisas de Mulder y los resultados de las autopsias, por fin aparecía un poco de luz en la misteriosa desaparición del agente. Scully se sintió aliviada, ya que el relajante muscular en cuestión se vendía sólo en comercios muy específicos, por lo que la búsqueda se cerraba en torno a unas cinco tiendas veterinarias.  
 
Desde el primer momento, Dana Scully se hizo cargo de la situación. No parecía ni siquiera importarle su superior. Skinner la respetó, dado que comprendía perfectamente la implicación emocional de su agente. 
 
Tenían que movilizarse rápido, por lo que, se organizó una reunión de emergencia a las seis de la mañana en uno de los despachos del FBI, en la cual, entre Scully y Skinner compartieron la nueva información con los agentes designados para esta misión. Los actualizaron acerca de la identidad del asesino y el relajante muscular, pero callaron lo referente a las premoniciones que estaba experimentando Scully. Decidieron de mutuo acuerdo dejarlo en privado, para no generar comentarios irónicos que retrasasen o desacreditasen la investigación.  
 
A Skinner le sorprendía de sobremanera que Scully se estuviera dejando guiar por supersticiones. Para él, esto era una muestra clarísima de lo que esa mujer era capaz de hacer por su compañero. Ella había abandonado sus dogmas científicos con la única finalidad de rescatar a tiempo a Mulder. Y si esas premoniciones resultaban ser fiables y existía aunque fuera la más mínima posibilidad de que los dirigiera al paradero de Mulder, ni Skinner ni ninguna otra persona tenían el derecho a oponerse.  
 
Terminada la reunión, Scully realizó una búsqueda veloz en internet. En diez minutos encontró los datos que necesitaba con premura. Eran cuatro en total las tiendas veterinarias en el estado de Washington DC donde vendían el relajante muscular, cuyo nombre científico era éter-gliceril-guayacol. Ese era el nombre de la sustancia que había arrojado el análisis hacía media hora. Anotó las direcciones en hojas de papel y las repartió entre grupos de dos.  
 
Ella haría equipo con Skinner y otro agente que había quedado sin pareja. Su apellido era Keaton. Por suerte era uno de los que no tenía riñas con Mulder o con ella.  
 
Los comerciantes no entendían por qué el FBI tenía tanto interés en sus listas de clientes, pero tampoco se atrevieron a negarse a ofrecerles tal información confidencial por temor a una sanción.  
 
La tienda en la que debían preguntar Scully, Skinner y el agente Keaton estaba situada en una zona altamente comercial y populosa. Dada la gran cantidad de negocios que se erguían en su contorno, Scully consideró esta tienda propicia para alguien que quisiera pasar desapercibido.  
 
Eficientemente, el dependiente les imprimió una lista de las personas que habían adquirido el producto expreso en el último mes, y que incluía todas las especificaciones necesarias. No era una lista muy larga, tan sólo un inventario de once personas.  
 
 
* * * 
 
 
La suma de las cuatros listas habían recabado un total de cincuenta personas. Una cifra relativamente corta que Scully se estaba encargando de introducir en la base de datos del FBI. Trabajaba en la computadora de Walter Skinner, quien observaba el procedimiento desde un costado.  
 
Por el momento no había otra cosa que hacer, por lo que los demás agentes habían vuelto a sus labores diarias hasta nuevo aviso.  
 
Mientras introducía uno a uno los nombres, la mente de Scully recorría una y otra vez las imágenes presenciadas en su sueño. Sabía que no le hacía bien pensar tanto en ello: quedar atrapada por el escenario pintado en su pesadilla, únicamente conseguía retrasar la investigación; sin embargo, le resultaba difícil no hacerlo. Quería trabajar con la cabeza en blanco, pero era imposible.  
 
Scully comenzó a inquietarse. Llevaba ingresados la mitad de los nombres que aparecía en la lista y todavía ninguno le revelaba algo más que una perfecta conducta ciudadana.  
 
Le dolía la cabeza. Había comenzado como una leve punzada en su sien izquierda, pero se había extendido y agudizado hasta convertirse en una molestia permanente e inaguantable. Demasiada tensión. Como doctora en medicina sabía que esa era la razón. Su cuerpo empezaba a reclamarle un poco de reposo. En la noche había conseguido dormir, pero no había sido un sueño reparador. Sin embargo, sabía que no podía permitirse ni un minuto de descanso hasta hallar a su compañero.  
 
Introdujo el número cuarenta y dos de la lista sin muchas expectativas, pero grande fue su sorpresa cuando en la pantalla apareció la ficha de un hombre llamado John Feishman. Al lado derecho de la foto salieron más datos que de los anteriores compradores. La imagen ofrecía el rostro de un hombre aparentemente común, caucásico, de pelo ensortijado rubio, que de no ser por las denuncias de escándalo público y amenaza a prostitutas, Scully no hubiera sospechado. 
 
- Encontré algo – dijo triunfante Scully. Skinner recorrió los cuatro pasos que había desde la ventana, que daba a una avenida principal, hasta su escritorio y posó su mirada sobre la pantalla de la computadora. – Estoy segura que éste es -. Aunque no permitió que esta información la entusiasmase demasiado, no pudo evitar que se instalase en su torturada alma un poco de sosiego. Skinner tuvo la misma sensación y rápidamente comenzó a hacer las llamadas pertinentes, mientras Scully terminaba de introducir los últimos nombres de la lista, sin ningún éxito, e imprimía el perfil del hombre que ella presentía era el responsable directo de la desgracia de su compañero. 
 
Skinner decidió, como primer paso, enviar una patrulla por adelantado que se encargara de vigilar la casa del presunto asesino. No se encontraban en posición de cometer un sólo error. Scully no estuvo de acuerdo, aunque en su interior pensara lo contrario. De tratarse de un caso cualquiera, sabía que sin vacilar hubiera procedido de esa manera. Sin una orden policial o vestigios que efectivamente delataran que se estuviera cometiendo un crimen, no podían invadir una propiedad privada, iba en contra de las normas. Pese a ello, aceptó únicamente con la condición de ser ella participe de la guardia. Skinner ni siquiera pensó en contradecirla, le dio el permiso, pero él la acompañaría. 
 
 
* * * 
 
 
Dana Scully conducía, a su lado el director adjunto Skinner leía el perfil que Mulder había realizado sobre el asesino. No dejaba de sorprenderle la capacidad de su agente para elaborar informes tan minuciosos y precisos, que parecían escritos por el mismo homicida. De alguna manera era así. Mulder se había ganado el apodo de siniestro por su maestría para adentrarse en la mente de los más sanguinarios criminales. Pero si bien esa destreza lo había encumbrado como uno de los mejores agentes en la historia del FBI, asimismo le había generado muchas enemistades. Varios eran los agentes de crímenes violentos que lo envidiaban por esta virtud, pero que inevitablemente a veces terminaban pidiendo su intervención para que los ayudara en la resolución de algún caso. No sabían de los riesgos que Mulder asumía cada vez que ponía en práctica sus dotes como perfilista, y si lo sabían, no les importaba.  
 
Hacía dos semanas y media que el director de la sección de crímenes violentos le había pedido a Walter Skinner la inclusión de sus dos agentes a cargo en un caso muy peliagudo que comprendía el asesinato de dos hombres que habían sido víctimas de asalto sexual y una diatriba de golpes.  
 
Ahora se arrepentía enormemente de haber accedido. Sin querer, había puesto en peligro a su agente. No había considerado que, al aparecer él en los noticieros – debido a su renombrada genialidad para realizar perfiles criminalistas - se estaba exponiendo también a los ojos perversos del asesino, que veía a Mulder como una amenaza, por ser el único capaz de atraparlo.  
 
Influido por las premoniciones de Scully, sentía un extraño vacío en el estómago. Había visto a lo largo de su vida grandes atrocidades. En Vietnam había sido testigo de verdaderas masacres: compañeros desmembrados yaciendo en el suelo, mujeres violadas y asesinadas sin compasión; ni siquiera los niños se habían salvado. Si pudiera borrar alguna etapa de su vida, sería la guerra. Se encontraba preparado para encontrar a Mulder en la peor de las condiciones, incluso muerto. Pero la simple idea le producía un desasosiego deshabitual. Pensaba en Scully, y en lo que sería para ella si hallaba a su compañero asesinado, y le dolía lo que podría llegar a ver en su rostro. La destruiría. Era por eso y por el gran afecto y admiración que sentía por Mulder que estaba dispuesto a hacer lo imposible por encontrarlo.  
 
 
* * * 
 
 
Scully y Skinner arribaron en un auto rentado para no llamar la atención y se estacionaron en la acera de enfrente de la casa que suponían era el lugar donde Mulder estaba secuestrado. Otro coche también ocupado por una pareja de agentes se detuvo en una esquina de la casa, desde donde se podía vislumbrar una segunda puerta lateral. Previamente se habían asegurado de ser esas las únicas dos entradas con las que contaba el domicilio.  
 
Con pericia en este tipo de operativos, sabían que podían transcurrir horas de horas antes de registrar algún movimiento sospechoso, por lo que no se impacientaron cuando cumplidos ciento veinte minutos de vigilancia no habían visto nada extraño. La única que no resistió la espera fue Scully. Jamás podría perdonarse hallar a Mulder muerto, sabiendo que hubiera podido cambiar su destino de haberlo buscado en vez de permanecer en el auto cumpliendo con un procedimiento que en esta ocasión le parecía infructuoso y una absoluta pérdida de tiempo.  
 
- No lo soporto más. Voy a entrar – dijo de pronto abriendo la puerta del auto dispuesta a entrar a la casa, sin embargo, Skinner la previno oportunamente de cometer una falta, asiéndola del brazo con más fuerza de la que debería, pero que sirvió para detenerla.  
 
- No puede hacerlo. Pondría en peligro a Mulder – intentó razonar con ella.  
 
- ¡Mulder podría estar muerto ahora! – exclamó histérica. Por unos segundos Skinner se mantuvo en silencio, viendo como ella fingía frotarse los ojos de cansancio, cuando en realidad intentaba borrar sus lágrimas. 
 
- Sé que no es una situación fácil, para mí tampoco lo es, pero es la mejor estrategia. En este momento, si entráramos a esa casa sin refuerzos, de nada le serviríamos al agente Mulder, además no tenemos la completa certeza de que esté allí – la tozuda determinación se desacentuó en los rasgos de Scully. A Skinner le tranquilizó que ella hubiera comprendido, pero se preocupó cuando su pequeño cuerpo empezó a convulsionar a causa de un ya incontenible estallido de llanto. Se había resistido estoicamente toda la mañana a mostrar sus sentimientos, pero era un ser humano, no la reina de hielo que pensaban los demás. El primer instinto de Skinner fue abrazarla, pero se privó de hacerlo cuando pensó en lo embarazoso que debía resultarle a ella esta situación, como para incomodarla aún más. Se limitó a observarla, aunque por dentro se muriera por consolarla.  
 
Una voz emergida de la radio portátil distendió el ambiente.  
 
- Alguien se acerca a la casa – la información recompuso a Scully con una asombrosa rapidez. Si hace un par de segundos daba la impresión de ser una mujer con el alma devastada, ahora no existían rastros de su instante de debilidad.  
 
Tal como les habían comunicado, alguien se aproximaba a la casa. Skinner no había notado su presencia por estar pendiente del estado de Scully. Se recordó a sí mismo porque un agente con implicaciones personales en un caso, no debía involucrarse tanto en dicha investigación; sin embargo, también sabía que oponerse a que Scully formase parte del equipo de búsqueda, era arriesgarse a que averiguase por su propia cuenta y le sucediera algo. En cambio, permitiendo su apoyo, podía controlarla más fácilmente.  
 
Ambos observaron al hombre tocar el timbre y esperar a que le abrieran, pero cuando eso no ocurrió durante varios minutos, Skinner bajó del auto acompañado de Scully.  
 
- Hola, somos del FBI - se introdujo Skinner al extraño, identificándose con su placa. Scully procedió de igual manera - ¿Conoce usted al dueño de esta casa? -  
 
- Sí, soy su vecino. James Pfister – respondió tranquilamente con las manos en los bolsillos. - ¿Lo buscan por algo en especial? -  
 
- Es el principal sospechoso de unos crímenes ocurridos en las últimas dos semanas. Supongo que estará enterado de eso - dijo Scully, adelantándose a su jefe.  
 
- Sí, claro, aparece siempre en las noticias, pero... – e incomprensiblemente empezó a reírse, confundiendo a sus interlocutores -  
 
- ¿Le ocurre algo, señor Pfister? – preguntó Scully. Era obvio que la agente se había adueñado del interrogatorio.  
 
- No, es sólo que... me parece imposible lo que me dicen. Desde que el señor Feishman se mudó a esta calle no ha dado más que muestras de ser una excelente persona y excelente vecino. Es trabajador, solidario, y un ciudadano ejemplar. Nunca lo he visto metido en algún problema con la ley. – al termino de su perorata plagada de elogios, los dos agentes se miraron extrañados. ¿Era posible que se hubieran equivocado de sospechoso? No, definitivamente algo no encajaba allí, pero no por error de ellos dos. Simultáneamente y en lo que duró el silencio que se estableció tras el comentario de John, Skinner y Scully pensaron en la única explicación que podría tener la sobreestimada opinión que tenía el señor Pfister de su vecino. 
 
John Feishman se había creado una doble vida. Ante sus vecinos aparentaba ser un hombre decente, encomiable, digno de imitar; sin embargo, el mal anidaba en su alma.  
 
- Este fin de semana iba a organizar una fiesta – este nuevo comentario extrajo al par de agentes de sus lucubraciones mentales. – Es por eso que vine a visitarlo, porque como hace dos días que no lo veo, ni tampoco ninguno de los otros vecinos, he venido a preguntarle si sigue en pie lo de la invitación -  
 
- ¿Organiza fiestas seguido? – preguntó Scully.  
 
- Sí, de vez en cuando. En el barrio son muy famosas. – 
 
- ¿Y en el último mes no ha notado nada raro en su comportamiento? – esta vez fue el turno de Skinner.  
 
- mmm... sí, como dije, a veces se desaparece durante dos días o más, pero debe ser debido a cuestiones de trabajo. En verdad no creo que sea culpable de una atrocidad así. Él es veterinario – las respuestas iban creciendo en importancia.  
 
- ¿Y conoce la dirección de su consultorio? – indagó Skinner.  
 
- No, lo siento, él es una persona muy reservada en lo que respecta a su vida personal. Con las justas sé que ejerce de veterinario – contestó, pero al instante recordó otro detalle. - Aunque en una ocasión que estábamos un poco pasado de copas, me contó sobre su anterior casa, que quería venderla. Parece que en su antiguo barrio no lo apreciaban mucho, es por eso que se fue... No sé por qué me lo contó, él no suele hablar mucho de esas cosas, debió ser por la bebida. 
 
- Y supongo que tampoco conoce la dirección... – acotó Scully con cierta decepción.  
 
- De hecho sí la tengo... Ayer le llegó una correspondencia, la recogí de su puerta porque se había ausentado... Era de una notaria, parece que le quieren embargar la anterior casa por falta de pago...  
 
 
* * * 
 
 
Lugar desconocido 
 
Transcurrido más de un día desde su encarcelamiento, el cuerpo de Mulder, finalmente, había sucumbido ante tanto abuso. Hacía horas que había perdido la conciencia, producto del desangramiento y una severa deshidratación. Había tratado de resistir, aferrado a la efímera ilusión de que Scully lo rescataría, pero el dolor que sentía era tan insoportable que se dejó llevar por la inconsciencia. Fue cerrando lentamente los ojos, hasta que perdió toda clase de sensaciones. Recibió agradecido este nuevo estado. Sabía que su puerto era la muerte, pero él aceptó su destino confiado y entusiasta, porque no padecería más.  
 
Su respiración era irregular y el latido de su corazón errático. Las puntas de sus dedos habían adquirido un color cianótico. El violador entró a la mugrienta y oscura estancia con el propósito de seguir mortificando a su víctima, pero se vio impedido, cuando al encender su linterna, la luz le reveló el rostro macilento Mulder. Lo sacudió enérgicamente, pero no obtuvo ni un atisbo de reacción. Su presa continuó inerte, ahora era sólo un bulto tirado desprolijamente en el suelo. Y hubiera pensado que estaba actuando si no fuera por su pulso débil e intermitente, que él mismo se encargó de comprobar.  
 
Se sentó recargando su espalda contra la pared.  
 
Sintió una profunda desazón, no por el hecho de haber cometido otro asesinato, sino por su premura. Verlo desnudo aún lo excitaba y pensó en penetrarlo una última vez. La experiencia con este agente había sido mágica, maravillosa, e inolvidable. Sobretodo inolvidable, revivida en sus sueños, y evidenciada por la reacción natural en una parte muy puntual de su anatomía. Sin embargo, desechó la lúbrica idea de practicar la sodomía con una persona en la que no provocaría ninguna réplica. Sus oídos no se deleitarían con alaridos plagados de un infinito dolor, tan infinito como su lujuria, y como el odio hacia quien lo convirtió en lo que era.  
 
Se ciñó a auto-satisfacerse, a masturbarse recordando lo vivido con Fox Mulder. Rememoró sus gritos y se sirvió de ello para reestimularse y continuar con su faena. Se otorgó placer durante varios minutos, en los que permaneció en una especie de trance. En su mente se reunieron imágenes de todos sus encuentros sexuales, todos con hombres. Pero también se filtró el rostro de una mujer... una mujer que había aparecido ya en sus sueños. En ellos le disparaba con sus preciosos ojos azules destilando odio. 
 
Súbitamente dejó de complacerse y se paró. Corriendo y dando de tumbos salió del sótano. En esta ocasión, por tratarse de un agente del FBI, tomaría precauciones. Sabía que tenía a un ejército de federales pisándole los talones, y en especial a una enfurecida mujer armada, más que encantada de encajarle una bala entre ceja y ceja.  
 
Por esta única oportunidad, se privaría de la satisfacción de ver morir a su víctima. 
 
 
* * * 
 
Continuará...  
 
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27/05/06 
 

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