fanfic_name = El lado oculto de la luna
chapter = 3
author = Rain
dedicate = A quien le guste, a tod@s los que me habéis escrito, a quien lo sigue a pesar de no estar totalmente de acuerdo. Gracias.
Rating = sleeping_bags
Type = Angst
fanfic = Derechos legales: Mulder y Scully no me pertenecen, son personajes propiedad de Chris Carter, 1013 y Fox. La historia es mía, aunque inspirada en la serie, lo cual es obvio porque ni CC, ni 1013 ni la Fox hubiesen permitido a los personajes... ciertos comportamientos. No pretendo obtener beneficios económicos con esta historia (sí, yo también me río ante la simple idea)
Spoilers: Hasta el final de la séptima temporada.
CUARTO MENGUANTE
6.- COSTUMBRE
La costumbre es ciega: No distingue, no razona, carece de lógica.
Mulder nunca ha entendido la costumbre, nunca ha sido capaz de discernir qué razones le llevan a acostumbrarse o no a un hecho.
Ella dijo “No te acostumbres”. Era Navidad y todo estaba nevado; parecía hacer frío en todas partes salvo, por una vez, en su cama.
Pero ya estaba acostumbrado.
De lo inconcebible a lo habitual, a veces, hay un paso.
Se había acostumbrado a su piel, a sus manos frías colándose entre la ropa, a sus labios rozando sus orejas mientras susurra “Ahora”.
El caso es que lo está haciendo, justo lo que ella dijo, está a las cuatro de la mañana en una carretera secundaria mirando al cielo.
Pero no estaría allí si ella hubiese aceptado venir.
Le duele. Se esfuerza en pensar que lo que le ha hecho daño es que presupusiese que sólo la invitaba para, ¿cómo era aquello?, “Arrastrarla durante toda la noche por carreteras de mala muerte buscando lucecitas”. Y, es cierto, le dolió, pero en el fondo le duele sólo que no esté. Sabe que, de haber venido ella, no estaría allí sino en el motel, bajo las sábanas, besando su cintura mientras se quedaba dormida.
Desde el primer momento se esforzó en no culpar de todo a Scully, pero le cuesta bastante. Ella siempre parece necesitarle menos, ella siempre está poniendo las distancias, ella es quien dice “No te acostumbres”.
Él no es como la costumbre: él no está ciego, él distingue razones y no fue a Oxford para luego no saber reconocer un sentimiento irracional de abandono incluso cuando es él quien lo sufre.
Pero cuando son las 4:55 de la mañana, hace frío y en la radio ponen “Love me tender” y todo lo que te rodea está tan en calma que no puedes hacer otra cosa más que pensar... tenerlo claro no consuela. Tenerlo claro da miedo.
Le sorprende lo rápido que se ha acostumbrado a ese nuevo tipo de intimidad con ella, pero sabe que no es nada comparado con lo rápido que se acostumbró a ella. Cree que con aquello debió batir algún récord. No quería una compañera, temía una compañera, estaba convencido de que le iban a endosar una espía y no soportaba la idea de hacer aquel trabajo con otra persona, al menos con otra que no fuese Diana.
Y entonces aparece ella, pone su cara de incrédula, se mantiene impertérrita ante todas sus indirectas, desentierra un cadáver y...ya está, ya se le caen las defensas, ya estaban riendo bajo la lluvia cubiertos de barro en un cementerio.
Ya estaba acostumbrado.
Ya prefería trabajar con ella a trabajar solo.
Un año después no podía soportar la idea de que les separasen, de trabajar con otra persona, de no estar a su lado.
Sí, algún tipo de récord.
Acostumbrarse a estar sin ella es otra historia: eso, que sería útil, sería apropiado, bueno, positivo, recomendable, eso precisamente le resulta imposible.
La costumbre, aparte de ciega, es un poco puñetera.
Ahora duele la piel, es una sensación extraña, es físico, la echa de menos con todo su cuerpo.
“No te acostumbres”
Alguien tiene que poner los límites, alguien tiene que evitar que pierdan el control. Alguien tiene que decir “No”, de vez en cuando. Sabe que es lo mejor.
Por eso no va a llamarla a las 5:11 de la madrugada para preguntarle si está durmiendo, ni para contarle que la echa de menos, ni para sólo decirle “Hey, Scully”, aunque lo haya hecho tantas veces que ella ya esté acostumbrada.
Es demasiado importante para apresurarse, es demasiado pronto para dar cosas por sentado, es demasiado confuso.
Se supone que sólo son amigos.
Se supone que sólo es sexo.
Se supone que no existen implicaciones a ese nivel. No debería echarlo de menos. No debería haberse acostumbrado. Nada indica que vaya a volver a ocurrir.
Nada indica que a ella le duela no tenerle cerca. Nada indica que el sexo no sea algo pasajero.
Nada indica que no esté empeñándose en sentir lo que no siente.
Nada es comparable a la cercanía que siente con Scully.
Pero nada más, sólo confianza, sólo cercanía, sólo un intenso deseo de que se sienta bien, sólo lo de siempre expresado corporalmente.
Nada más.
Tenerlo claro no consuela. Tenerlo claro da miedo.
No debería haberse acostumbrado.
7. - SUTILES
Can you imagine this?
An itch to sensitive to scratch
The light that falls through the cracks
An insect to delicate to catch
Crowded house. Fingers of love.
Era como los primeros días de una estación, cambios sutiles, una sensación flotando en el aire, nada determinable, nada decisivo, sólo una sensación.
Era agradable.
Daba un poco de vértigo, no el vértigo de una montaña rusa, más bien el de levantarse de golpe. A fin de cuentas, tenía algo de despertar, de abrir los ojos, de ponerse en pie y decir “Es”.
“Ocurre”
Era el vértigo de pasar de la posibilidad al hecho.
Era agradable.
No hubo cambios, no hubo pactos, no hubo largas conversaciones al respecto. No parecía necesario. No hubo confusión ni malentendidos. No hubo incomodidad, no hubo sensaciones extrañas.
Ni siquiera resultaba extraño.
Sólo una sutil sensación de estar más cerca, de haber roto un tabú.
Era agradable tocar, sentir, besar, esconderse, aislarse en una cama, en otro cuerpo, en una mirada y olvidar que el mundo real estaba ahí fuera, olvidar la muerte y el caos en un caos vivo, caliente, suave.
Era tan agradable que costaba darse cuenta de su dificultad.
Porque aquella relación, siempre compleja, siempre difícil, había pasado a ser un verdadero paseo por la cuerda floja y, aunque ambos dominaban ese arte, aunque ambos confiaban el uno en el otro, era difícil mantener el equilibrio.
-¿Quieres dormir solo?
Acaricia su espalda con las puntas de los dedos, sin rumbo, inseguro.
De ahí la pregunta, en parte. Scully piensa que es más difícil que aquella primera noche, sólo ese momento, sólo la decisión de qué hacer después. Esta en la habitación de él y es ella quien tiene que decidir.
Él se quedó, se quedó toda la noche y fueron a desayunar fuera. Le miró mientras bebía su café y hablaba de política y pensó que no volvería a ocurrir y que eso no importaba.
Pero acaba de volver a ocurrir.
Ha tenido algo que ver con acercarse a la mesa a la que él estaba sentado, con permanecer allí de pie un par de instantes más de lo necesario, con que él rodease su cintura con el brazo. Después, todo está borroso y al mismo tiempo nítido, de una nitidez insultante.
-No puedes irte: Está lloviendo.
Sonríe. Están en un hotel, en Houston. Su habitación está al otro lado de la pared.
-¿Dónde?, ¿en la puerta de comunicación?
-Tanto motel,...uno acaba liándose respecto a dónde está,-murmura él.
Suena a excusa. Suena bien.
Ahora la abraza por la espalda y siente un escalofrío. Aún no se ha acostumbrado, a nada.
-¿Quieres una camiseta?-susurra sobre su pelo.
-No, no tengo frío.
Mulder no quiere que se vaya, pero tampoco pedirle que se quede. Sabe que tiene miedo, no es la única, pero no cree que ayude dormir separados. Se ha preguntado ya demasiadas veces en el transcurso de esas dos semanas si fue un error, las suficientes para aburrirse.
Ahora ha vuelto a ocurrir. Sólo extender el brazo y abrazar lo que se desea, eso ha sido. Piensa que las cosas siempre deberían de ser así; que al menos siempre debería intentarse, aunque llevase al rechazo en la mayoría de los casos.
Scully no le ha rechazado. Y eso dice algo sobre aquella noche: Que no fue sólo un impulso, que no fue sólo un momento, que no fue sólo una de esas cosas que pasan.
Ahora ha vuelto a ocurrir y sabe que tiene que pensar en qué implica, pero no quiere empezar tan pronto. Mañana.
Tiene miedo por Scully más que por él. No es que no se sienta implicado, es que no se siente vulnerable. Hace años que sabe que si Scully desaparece el mundo se acabará. En realidad sabe que eso no es cierto, pero se olvida de tener en cuenta ese detalle.
Su miedo no tiene que ver con cómo el sexo pueda aparecer, desaparecer, variar o evolucionar entre ellos, su miedo sólo se relaciona con que un día Scully diga que se va, como ya lo hizo aquella vez. Cuando más cerca estuvo de ocurrir. Cuando decidió que tenía que decírselo todo y demostrarlo todo en lugar de pensar e intentar tener las cosas claras. Porque nunca había tenido tan claro que quería a alguien. Con Scully la única duda posible era el “cómo” pero no el “cuánto”: Más de lo que creía poder llegar a querer a nadie.
Ese es precisamente el problema: La quiere tanto que no sabe cómo quererla. Le ha hecho tanto daño, de forma directa e indirecta, que a menudo piensa que lo mejor sería alejarse...pero no lo consigue, es incapaz de verlo como una opción.
Por otro lado, siente que deben mantenerse juntos, acabar lo que empezaron, no permitir que nada les separe.
Y, ante todo, no puede dejarla ahora.
Ahora ella es vulnerable, ha pasado por tantas cosas en los últimos años que, a veces, es incapaz de recordarlas todas.
La muerte de Melissa, su abducción, el cáncer, Emily...En todo momento era consciente de lo duro que tenía que ser para ella, de que sólo el ser tan fuerte como era permitía que siguiese adelante, de que nadie más habría podido. La admiraba por ello. Tanto que, a veces, se le olvidaba que también tenía un límite. Siempre le había exigido que lo diese todo y ella siempre lo había hecho.
Pero eso no significaba que fuese inmune a lo que ocurría. Ahora se daba cuenta más que nunca de hasta qué punto Scully se había ido derrumbando lentamente ante sus ojos.
De hasta qué punto le necesitaba, tanto o más que él a ella, aunque lo disimulase mucho mejor.
No teme que le pueda estar utilizando, no le importa, no considera que sea así. Scully lo dejó claro y él lo dejó claro: No hay compromisos, nada debe cambiar.
Pero teme, más de lo que ha temido nunca, no estar a la altura, decepcionarla, no poder darle lo que necesita, no poder quererla como merece.
Y también que se equivoque, que la salida que busca en él sea tan sólo un pozo aún más profundo en el que hundirse.
Tiene miedo, y la certeza de que las cosas eran más fáciles cuando sólo había abrazos, besos en la frente y bonitas palabras.
Tiene miedo de no poder volver a aquello.
Tiene miedo de no estarle ayudando.
Y a lo de siempre: a perderla.
8.-JINGLE BELLS
Mulder odia la Navidad por encima de lo normal. Tiene miles de razones y se las ha explicado a Scully tantas veces que ya casi ni le hacen gracia. Está el tema de la variación de la fecha de nacimiento de Cristo emblema, según él, de la capacidad del poder para modificar los hechos históricos; está el cómo la humanidad reduce a un rebelde a la imagen manufacturada de un precioso bebé símbolo de una paz que no existe y un amor que brilla por su ausencia y luego, por supuesto, está el cómo se ha ignorado la indudable relación entre los hechos relatados en la Biblia y los fenómenos extraterrestres.
Scully sabe que todo ese odio se debe a una hermana desaparecida, a una familia disfuncional y a que la Navidad es la fecha en la que el tópico de familia feliz y unida es más patente...pero se lo calla.
Sobre todo este año.
Ella adoraba la Navidad cuando era pequeña. Consideraba que lo único que podía mejorarla era que durase el doble de tiempo y que los regalos fuesen los que pedía en lugar de los que, primero Papa Noel y luego su madre, consideraban que necesitaba. Pero bastaba con esos días y bastaba con esos regalos. Adornar el árbol, cantar villancicos, disfrazarse con Melissa, aquellas comidas interminables en que todo el mundo sonreía y las discusiones se dejaban para luego en un “Bueno, ya hablaremos de eso más tarde” de Maggie. Todo era limpio y brillante como la nieve al otro lado de la ventana.
Ahora considera que lo único que podría mejorar la Navidad sería que el 25 pasase a ser día laborable o que el mes de diciembre desapareciese milagrosamente del calendario.
Pero esas cosas no pasan.
Lo que sí puede pasar, y de hecho no tiene nada de raro, es que Mulder llame en Nochebuena.
Mientras conduce hacia allí lo sabe, sabe que es una llamada de atención, sabe que no hay ningún caso, sabe que no debería ir. No tiene muy claro si lo hace por él o por ella. No tiene muy claro qué ha movido a Mulder a hacerlo. Sabe que, haga lo que haga, se arrepentirá.
Y, desde el primer momento, sabe que de lo que se va a arrepentir es de ir, y de quedarse.
Varias horas después, conduciendo por una ciudad de nuevo vacía hacía el piso de Mulder, se pregunta si no podían haberse ahorrado el numerito de la casa encantada, porqué prefiere estar con él que cualquier otra cosa y hasta qué punto va a permitir que llegue esa dependencia, cada vez más mutua.
Lo hace rodar entre sus manos pensativa. Nunca había visto uno así: Es bonito. De pronto es consciente de que está sonriendo, de que hace calor, de que la pierna de Mulder está en contacto con la suya y ninguno de los dos se ha separado, y de que él lee un poema.
No ha comido pavo, sino pizza. Congelada. Patatas fritas congeladas. Helado de vainilla y galletas. Todo acompañado de cerveza y brandy. Un brandy muy bueno, algo es algo.
Se deja caer en el sofá, recostándose ligeramente sobre él. Tiene que irse, piensa marcharse dentro de un ratito, así que no importa estar tan cerca. Sólo va a ser un momento.
Él le ha regalado una bola de nieve, sólo que en forma de cilindro, en cuyo interior hay una barca que flota en un líquido azul y se mueve al hacerla rodar.
Piensa que es lo que ellos hacen: mecerse suavemente esperando que a alguien se le escape de las manos.
-Tengo que irme, Mulder.
Pero no se mueve, deja el regalo a un lado de la mesa y deja caer el brazo sobre él.
-Despiértame en un cuarto de hora y me voy.
A Mulder se le pasa por la cabeza decirle algo sobre los peligros de conducir bajo los efectos del alcohol, pero intuye que no va a ser necesario.
Mientras acaricia su pelo, piensa en todo lo que ha ocurrido esa noche, en esa pesadilla freudiana y en cómo ha acabado. Aunque a lo largo de los últimos años ha comprendido que sus sueños suelen resultar mucho más creíbles que la realidad, le parece un sueño: Scully y él en una casa encantada por dos fantasmas vengadores...que no habían podido con ellos. Bien está lo que bien acaba. Han salido vivos, juntos, están juntos aún y Scully suspira en sueños sobre su regazo.
Más bien ronca, pero en estos momentos no le apetece verlo así.
Piensa que, quizá, la ha forzado en cierto modo a acudir a aquella casa encantada. Pero ha venido después a la suya porque ha querido. No hay nada de narcisismo egocéntrico en ello. Está ahí y es porque quiere.
Le resulta extraño. Podría estar con su familia, debería.
Quizá haya algo más que soledad compartida en ese sofá que ha visto tanta soledad a secas.
Quizá poco más. Pero Scully está ahí. Y, si sigue acariciándole los labios querrá más, la despertará y entonces volverá a ser egoísta, egocéntrico, narcisista y hará todo lo posible por ser perfeccionista y... ¿qué era lo otro que había dicho aquel hombre?, ¿hipócrita?
No, no habría nada de hipócrita.
La coge en brazos y la lleva a la habitación. Duda por un instante al recordar la milagrosa aparición de aquella cama de agua con espejo en el techo, después de aquel viaje a Nevada. Lo de que Scully lo acabe viendo es sólo cuestión de tiempo y ya ha hecho bastante por evitarlo. No le apetece dar explicaciones, pero tampoco le va a apetecer otro día.
Scully se revuelve cuando la deja, meciéndose en el vaivén del colchón.
Sonríe pensando en si, después de lo que les ha ocurrido esa noche, será capaz de hacerle creer a Scully que la cama y el espejo son regalo de Papa Noel.
Intenta contener la risa pero no lo consigue.
-¿De qué te ríes?-murmura ella sin abrir los ojos.
-De nada, duérmete.
Le quita los zapatos. La verdad es que nunca ha entendido cómo puede moverse con esos tacones y menos correr. Ella suspira aliviada.
Tiene los pies fríos y a Mulder se le pasa por la cabeza que no hay nada de egocéntrico en frotárselos un poco, lo justo para que entren en calor.
Aunque cueste no ser narcisista al oírle decir “Oh, Mulder” en ese tono.
Pero no, aunque sea capaz de reconocer que, desde el principio de la noche, ha deseado acabar en la cama con ella y, hasta qué estúpido punto, ha pensado que la imposible aparición de esa cama de agua tenía algo de señal, va a comportarse. Le quita las medias. Es cuanto piensa hacer. En realidad debería desabrocharle el pantalón y la camisa porque no puede dormir cómoda así.
No entiende cómo puede ser excitante frotar unos pies ni cómo sus manos parecen haber olvidado que los pies acaban a la altura de los tobillos
Se pregunta si tiene algo de alucinación..., del tipo que sea, pensar que ese modo de estirar las piernas guarda un significado oculto.
-¿Quieres que te desabroche?
¿Qué estúpido egocéntrico acaba de decir eso?
“¡Por Dios, que está dormida!”
Un sonido ligeramente afirmativo acaba de surgir de la garganta de Scully. Vuelve a recordarse a sí mismo que está dormida y decide, con tanta firmeza como es capaz, que sólo va a tumbarse a su lado y a dormirse. No tener sueño no es excusa para no dormir.
Eso es lo que va a hacer, es lo único que pretende....pero sus manos siguen sin enterarse, cuando ve que se le ha levantado la camisa. Aún así, va a controlarlo: Sólo ese pedacito de cintura, nada más. Y va a ignorar cómo se está moviendo ya que es la cama, no ella.
-¿Estás dormida?
-No.
Es un no seguro. Es un no despierto. Es un no decidido. Acaba de desabrocharle el pantalón.
-¿Cómo quieres que me duerma con lo que estás haciendo?
Aún con los ojos cerrados, toma su mano y la dirige, sólo un poco más abajo. Luego sube por su brazo, le acaricia los labios.
-Soñando quizá sí, soñando un poco.
-¿Cuál es tu deseo de Navidad, Scully? No abras los ojos: Los deseos hay que pedirlos con los ojos cerrados.
No está dormida pero tampoco totalmente despierta, no quiere estarlo, no quiere pensar, no quiere hablar, sólo quiere seguir teniendo esa extraña sensación de que todo se balancea.
Desea escuchar su voz aún más rota por la excitación.
Desea que deje de dudar, que deje de pensárselo, que deje de preguntar.
Desea muchas cosas que no quiere, no debe o no se atreve a decir.
-Adivínalo. Tú siempre me haces adivinar.
Mulder sonríe, lo encuentra divertido, demasiado excitante pero perfecto por lo demás.
-¿Me darás pistas o tendré que ir tanteando?
-Ve tanteando, y ya veremos.
Mantiene los ojos cerrados mientras él le quita los pantalones, recorriendo sus piernas con los labios abiertos preguntando si va por buen camino, mientras le responde que de momento sí. Mantiene los ojos cerrados mientras hace el recorrido inverso y cuando lo repite, hacia abajo, arrastrando su ropa interior. Aprieta los párpados cuando besa sus rodillas, cuando remolonea en el interior de sus muslos, aún más cuando siente lo excitado que está y desliza lentamente la pierna contra él. Pero no puede evitar abrirlos cuando siente por fin su lengua, seguida de un ahogado “¿Y ahora?”
Y entonces lo ve. Lo ve a él. La habitación sólo está iluminada por la luz que entra de la calle, pero sobra para distinguir entre un techo y un espejo.
Él está ya demasiado concentrado sin embargo para distinguir en ese gemido la sorpresa.
Va a preguntar por el espejo, pero algo se lo impide.
-Mulder, ¿tienes una cama de agua?
No es que, en términos generales, adore lo que está haciendo, pero en ese momento en particular, no le apetece nada dejarlo. Nada. Le apetece ser perfeccionista, sólo eso. Y detesta la idea de dejarlo para contestar a esa pregunta.
Su deseo de Navidad es no tener que explicarlo.
-Quizá estás soñando, Scully, un poco. ¿Y ahora? ¿Estoy más cerca de adivinar?
Ahora está totalmente despierta. Quiere seguir despierta mucho tiempo. Con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, soñando.
-Cada vez más cerca.
9.-SIN DEFINIR
Quien duda
No espera
Remanso en el agua fiera.
El último de la fila, Sin llaves
Es la primera vez que despierta en la mañana de Navidad en la cama de un hombre. Eso es lo primero que piensa al despertarse. Demasiadas relaciones ocultas, demasiadas relaciones prohibidas.
Daniel le mandó una postal aquel último año, por Navidad. Sólo una estrella con purpurina y tres palabras: “Desearía estar contigo”.
Scully nunca ha creído saber gran cosa sobre relaciones amorosas. Escuchaba las largas disertaciones de Melissa sobre lo que el amor era y lo que no era. Escuchaba a sus amigas en la Universidad.
Escuchaba y pensaba en lo que decían. Siempre sonaba lejano. Ajeno. Pero hace muchos años que sabe una cosa: El amor hace daño, a veces mucho, a veces destroza a las personas por dentro sin que siquiera se den cuenta. Y nunca está claro qué es lo correcto, qué está bien y qué está mal.
Ha dejado de nevar. El día es luminoso y la luz le hace daño a los ojos, sin embargo mira fijamente a la ventana.
“La verdad está ahí fuera”, le ha oído decir a ese hombre que aún duerme a su espalda cientos de veces. Se pregunta qué opinará de lo que está ahí, dentro, en esa habitación, en ellos. Entre ellos.
Mulder sí está con ella la mañana de Navidad. No sabe muy bien lo que eso significa.
Le duele todo el cuerpo pero tras un rato empieza a intuir que no es esa la razón por la que no quiere moverse: Es la tristeza, una tristeza densa, amplia, casi acogedora.
Solía sentirse triste después de hacer el amor con Daniel, pero era una sensación muy distinta, cargada de culpa, de celos, de inseguridad. Una tristeza fruto del antes y el después, del hecho de que fuese el marido de otra mujer, del hecho de que se marcharía en unos minutos o en unas horas según el día y la longitud temporal de la mentira que hubiese contado, de no saber si lo que él sentía era tan fuerte como lo que ella sentía. Llegó un momento en que la tristeza se debía a saber que sí era tan fuerte. Pero, en aquella tristeza, siempre había rabia.
Hoy no, con Mulder no. Con Mulder la tristeza es distinta, sabe a éter, adormece, inmoviliza, pesa. Está llorando y es incapaz de determinar porqué. Hace un chequeo rápido, tratando de buscar una causa fisiológica para sentirse así. Quiere achacarlo al cansancio. Se pregunta, a fin de cuentas, qué razón hay para no estar triste. Pero el despertador suena sobresaltándola antes de que pueda pensar en ello.
Mulder se inclina sobre ella para apagarlo, deposita un beso suave en su hombro antes de volver a tumbarse, murmurando un “Lo siento”. Lo ve, se mantiene un instante para asegurarse. El azul de la almohada es más oscuro en una mancha redondeada. Scully ha llorado.
Vuelve a tumbarse a su espalda. Las preguntas se suceden en su mente, todas son un “Por qué”, todas implican culpa. Quiere preguntarle, quiere abrazarla, pero teme hacerlo y sólo acaricia su hombro.
Scully puede sentir esas preguntas. Se maldice por su falta de autocontrol. Mulder no la ha visto llorar en demasiadas ocasiones, y no puede imaginarse qué efecto puede hacerle verla llorar precisamente en esta. La sensación de su mano acariciándola con esa suavidad con que lo hace le resulta ahora insoportable. Desea que la abrace con fuerza y desea estar lejos de él pero no ese roce tembloroso y liviano, cargado de dudas.
-¿Qué ocurre?-, acaba preguntando.
-Nada, no es nada. Sólo....- Sabe que un “Sólo es que estoy triste” no es una respuesta válida para Mulder. Ni siquiera lo es para ella.
Esa respuesta inacabada aporta una nueva serie de dudas a la larga lista que él ya tenía. “¿Sólo qué?” Entonces se le ocurre, lo tacha de ridículo pero luego piensa que todo empezó cuando ella aún estaba dormida...
-Es por...algo de lo que ocurrió anoche.
Los hombros de Scully tiemblan y siente pánico aunque sólo por un par de segundos: El tiempo necesario para darse cuenta de que no se ha echado a llorar de nuevo sino que se está riendo. Creía que el carácter de Phoebe había acabado totalmente con su capacidad para sentirse ridículo en conversaciones sobre noches de sexo, pero Scully acaba de conseguirlo. Ahora le mira, sentada contra la cabecera de la cama, sus pechos temblando por la risa. Por un momento olvida lo del llanto y sólo se siente pequeño y atrapado. Mágicamente atrapado en esa imagen.
-Nunca creí que llegaría a hacerte sonrojar, Mulder. Toda una sorpresa,-le dice con ternura.
Se siente distinta, se siente bien. La luz inunda la habitación, Mulder la mira, aún tiene las mejillas rojas pero no hay ni un rastro de apuro en sus ojos. Siente una especie de liberación en estar allí, desnuda, sin sentir que eso importe, ante su mirada. No es propio de ella, no tan pronto. Siempre ha encontrado ridículo ocultarse tras una sábana tras haber hecho el amor, pero lo cierto es que lo hacía. Inconscientemente, no podía evitarlo.
-No he dicho nada, ¿de acuerdo? Olvida la pregunta-, dice él con la sonrisa aún avergonzada. Los ojos no, los ojos en absoluto.
-Suelo tardar más en ciertos aspectos pero no, no tengo ningún problema con nada de lo que ocurrió anoche.
-¿Más de un mes o más de 5 años?
-Yo olvido lo que tú has dicho si tú olvidas lo que yo he dicho.
-Haré lo que pueda.
Por un momento ambos lo piensan: No ha sido un mes, han sido cinco años. Cinco años juntos. Sin embargo, todo parece aún por definir.
Eso devuelve a Scully a la tristeza, a su intento de definir esa tristeza. Vuelve la mirada a la ventana. Siente que él la sigue mirando, de otro modo, inquisitivo, como lo ha hecho tantas veces. Piensa en la tristeza, piensa en la mirada de Mulder un minuto atrás brillante, encendida, reflexiva. “Como si mirase un ángel”, se dice.
Durante el último mes, lo que Mulder siente por ella le ha quitado el sueño más de una vez. No es que haya contado las veces, pero sabe que el porcentaje es muy superior al de los últimos cinco años. Sin embargo, cada vez que se lo pregunta, sabe que hay otra cuestión aún más importante sin responder.
-¿Quieres hablar de ello?-, dice él en voz baja.
Por un momento piensa que le ha leído la mente. Luego se da cuenta de que se refiere aún a porqué ha llorado. Y decide que debe hacerle un favor. Y también a sí misma.
-¿Te consideras una persona feliz, Mulder?
Scully no tiene por costumbre hacer preguntas retóricas por lo que se toma un minuto antes de responder.
-Diría que tengo mis momentos pero no, por supuesto que no.
-¿Dirías que es culpa mía?- pregunta ella mirándole de nuevo.
-¿Qué? ¿Qué...? ¿De qué estás hablando? Claro que no.
-Tampoco es culpa tuya si yo no lo soy.
Le acaricia, por primera vez en esa mañana de Navidad, la primera que despierta en la cama de un hombre. Una más en la que despierta llorando.
La primera en que besa los párpados de alguien. Una más en que ha roto sus propósitos de año nuevo antes del día uno.
-Tengo que irme, Mulder, sino no llegaré para la comida.
Asiente. La observa mientras ella rodea la cama buscando sus prendas, la observa mientras se viste. Permanece callado: Quiere decirle muchas cosas pero todas le parecen egoístas o absurdas. Quiere pedirle perdón por demasiadas cosas, pero esa nunca ha sido su especialidad. Por otro lado, en ese momento, no sabría por donde empezar.
Ella ya casi está en la puerta de la habitación cuando la llama.
-Scully, yo...no debí llamarte ayer.
Se apoya contra el quicio de la puerta y le mira fijamente, con una media sonrisa. Una mezcla de ternura e ironía. No puede entender porqué, pero esa mañana Scully le parece preciosa, da igual que esté vestida, no puede parar de mirarla.
-Bueno, ¿qué va a ser el año que viene, Mulder, Transilvania?
-Tengo entendido que es un lugar precioso.
-Pues que sepas que no iré, -responde ella sonriendo.
-Siempre dices eso y siempre vas.
Su intención no era que sonase así, su intención era mostrarse agradecido, pero sabe perfectamente a lo que ha sonado: Egoísta, egocéntrico, narcisista e hipócrita.
Scully ve el arrepentimiento en su cara. Sabe que lo que pretendía decir no es lo que parece pero también sabe que lo que parece es cierto.
-No te acostumbres.
-Scully, no quería...
-Sé que no querías. Pero lo has dicho. Sólo no te acostumbres.
Lo dice con suavidad, ni siquiera parece enfadada, ni siquiera lo está.
-Yo no te tengo por algo seguro.- Es lo mejor que se le ocurre decir. Es lo que siente.
Scully se acerca a él de nuevo. Le cuesta creer que no esté enfadada. Besa su frente, “como en los viejos tiempos”, piensa.
-Sí lo haces. Intentas no hacerlo pero lo haces.
Quiere decir algo más, “Feliz Navidad”, “Te quiero”, “Desearía quedarme” o cualquiera de esas frases que salen en las postales. Pero todas le parecen pueriles, absurdas, vacías.
-No te tengo por algo seguro,-le oye murmurar de nuevo.
Se vuelve otra vez. El sigue mirándola, esta vez con cansancio, con culpa.
Ninguna frase de postal encaja con la imagen.
De modo que Scully sólo sonríe y asiente despacio antes de cruzar la puerta.
10.-EL LADO OSCURO
Yo no quiero causar pena
sólo por mi condición
de mujer rota en esencia
y herida en el corazón.
Luz, Besaré el suelo.
Se prometió muchas cosas aquel día. Cada paso que la alejaba de aquella habitación grababa a fuego palabras que se mantendrían como mandamientos, como dogmas. Cada paso la alejaba de todo lo que había sido y de todo lo que habría podido ser.
No lloró aquel día, ni en los siguientes, pero acabó ocurriendo. Una semana después fue a lavarse los dientes después de comer, se miró al espejo y dijo “¿Ahora qué?”
Pasó dos horas en el suelo, abrazada a sus rodillas, llorando, sintiendo que le iba a estallar la cabeza. Al final de la tarde salió a correr, corrió hasta que no pudo más, hasta que cayó sentada en la hierba de un pequeño parque en el que nunca antes había estado. Ya era casi de noche, el parque estaba vacío y sintió que no importaba. Nada importaba. Nunca más volvería a ver a Daniel.
Las cosas volverían a tener importancia, volvería a reír, a sentir que había cosas que merecían la pena, a luchar por su trabajo, por sí misma. Lo sabía, su sentido común se lo repetía constantemente desde algún lugar recóndito de aquella cabeza que aún parecía a punto de estallar por el dolor pero todo parecía tan lejano...
“Ahora nada”.
Vivir, respirar, trabajar, comer, dormir, luchar, pero no soñar.
No querer.
Su sentido común tenía la decencia de no pronunciarse respecto a la posibilidad de volver a amar a alguien.
Pero su opinión respecto a cómo actuar en ese aspecto estaba clara: Nunca permitiría que alguien la quisiese así. Nunca permitiría que alguien tuviese que pasar por lo que ella estaba pasando.
Por lo que Daniel debía estar pasando.
Mientras mira las gotas de lluvia resbalar por el cristal recuerda aquellos días que acabaron siendo meses. El tremendo esfuerzo que implicaba levantarse de la cama, ir a la academia, respirar. El esfuerzo para mantener alejada la idea de cambiar de opinión, de volver, de sólo llamar para ver si todo iba bien. El esfuerzo para no culparse.
Está envuelta en una manta. No hace demasiado frío, según la tele, pero está helada. Mira a la ventana y piensa que Mulder debe estar ya en Nuevo México. Días libres, un alto número de avistamientos en la zona, según los Pistoleros, “Allí no hace tanto frío, será divertido”, según Mulder.
Pero ella ha dicho no. Sabe que ni siquiera ha sido para demostrarse que puede decirlo: ha sido para demostrárselo a él.
En algún momento todo se le ha escapado de las manos con él.
Algo le dice que fue hace tiempo, demasiado para que tenga arreglo.
Si hay una sensación que no soporta es la falta de control, sólo la falta de autocontrol es aún menos soportable.
Ha perdido ambos en algún lugar entre sus malditos ojos verdes o grises según la luz, en su voz monótona y grave, en sus manos...simplemente en sus manos.
Piensa en Jack, en lo fácil que era todo con él: Compañía, amistad, cariño, comprensión... Jack nunca preguntaba. Una vez ella dijo “Hay alguien muy importante a quién no sé cómo olvidar” y él respondió “Esas cosas pasan”.
Todo fue sencillo, por una vez. A pesar de que era su instructor, a pesar de tener que esconderse, a pesar de tener que disimular delante de los demás. Cuando las puertas se cerraban estaban juntos, Jack la abrazaba y se sentía a salvo de todo, de sí misma. Él parecía capaz de arreglarlo todo, siempre seguro, siempre decidido, siempre fuerte.
Paternal.
No le gustaba pero sabía que esa era la palabra.
No le gustaba entonces y seguía sin gustarle ahora, pero esa era la palabra.
Daniel también era paternal, más aún, pero en Daniel le molestaba. Quizá porque Daniel era demasiadas cosas, se acercaba a serlo todo.
Jack nunca lo fue, nunca lo pretendió, nunca llego a acercarse. Era la seguridad hecha hombre y ella se refugió en él, pero nada más.
Mira el teléfono. Ha dejado de llover. Se pregunta si Mulder cederá, si acabará llamándola. Se pregunta si estará enfadado, si estará dolido, si tendrá ese gesto de decepción, con el labio inferior hacia fuera. Se maldice por sonreír. Se maldice por desearle tanto, por no poder ni querer evitar pensar en acariciarle despacio, demasiado despacio, imaginar que la mira, suplicante. Mientras, él está a kilómetros de distancia, sintiéndose sólo, probablemente abandonado.
Se maldice por haber permitido que todo se le escapase de las manos.
Piensa que debería hablar con alguien, pero no son pensamientos para un confesor, no quiere un psicólogo (quizá sí a uno, pero no para desgranar sus dudas precisamente), no tiene suficiente confianza con nadie.
Salvo Mulder. Lástima.
La imagen se mantiene, hunde la cabeza bajo la manta, se deja llevar, todo se ha escapado ya de sus manos.
Quizá no sea tan terrible dejarse llevar. Jack lo decía, lo cierto es que se lo han dicho tantas personas que no puede llevar la cuenta. Mulder lo dice, Mulder lo dice constantemente. Puede aún oír su voz aquella noche, flotando en esa cama de agua que aún no ha logrado sacarle de dónde ha salido y porqué, “Déjate llevar, Scully, prometo que te devolveré a la orilla sana y salva”.
Lo hizo. Por alguna extraña razón que no sabe cómo explicarse, con Mulder siempre se ha dejado llevar, desde el primer día, desde que perdió aquellos nueve minutos y unos cuantos papeles. Primero trabajo, luego por lealtad a un compañero, luego amistad, cada vez se iba dejando llevar en más aspectos, más y más lejos, el sexo sólo había sido una cosa más.
No precisamente la más importante.
Mulder siempre había conseguido que se dejase llevar. Precisamente Mulder, que no era Jack, que no era Daniel, que no la devolvería a la orilla sana y salva...
Se deja llevar, piensa que no es tan grave, sólo un poco, sólo hasta que él vuelva, entonces tendrá que volver, sola, a la orilla. Mantenerse. Por ambos.
Porque se está perdiendo en él. Y no podrá ayudarle si está perdida.
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