Resumen: Un ataque informático sobre los ordenadores del FBI lleva a Mulder y Scully a investigar extraños sucesos en una residencia de Ancianos. Las circunstancias les obligan a trabajar con un conocido enemigo.
Clasificación: MSR, +18, algo de humor.
Spoilers: Primeras temporadas.
Disclaimer: Estos personajes pertenecen a la Fox, a Chris Carter y a la 1013.
Nota: por favor manden comentarios a mariagran18ARROBAhotmail.es
El amargo, cargado con el delito de ser tal vez el más desagradable de los cinco sabores básicos, puede sin embargo llegar a ser verdaderamente apreciado. Es fácil, no hay más que ser sometido a una exposición prolongada, completa y reiterativa de su efecto, hasta hacernos creer que es algo familiar y cotidiano; incluso hasta el punto de obligarnos a pensar que esa contracción permanente de la garganta, que nos impide tragar nuestra propia saliva, es un estado natural que siempre ha existido.
A pesar de su pésima popularidad, ¿quien dice que no podamos aprovechar esa especial sensación en nuestro propio beneficio?, tal vez para realzar una sensación dulce, como si vertiéramos gotas de naranja amarga sobre un helado.
Hotel Gran Louisiana
Habitación 2
7:15 de la mañana
Despertar en una cama extraña no le era una sensación ajena. En realidad en su vocabulario no existía el concepto hogar; no había un lugar a dónde ir después, al final de la jornada, tras un extenso viaje. No se acordaba, o si lo intentaba, debía ir más allá de los últimos quince años para buscar ese sitio, ese recuerdo en el que podía haber existido algo remotamente parecido a un hogar. No importaba, él no lo necesitaba, había aprendido a prescindir de muchas cosas y eso, era sólo una mas de tantas.
Sus espaldas protestaron la dureza del colchón que lo soportaba, quizás en esos momentos, la posibilidad lejana de tener una cama propia pasaba por su mente, sutil, muy levemente. Miró hacia el techo, blanco, coronado de miles de burbujas de yeso aislante, como palomitas de maíz explosionadas sobre él, sonrió ante la inutilidad patente de aquel sistema de aislamiento térmico, las gotas de sudor continuaban, como durante toda la pasada noche, recorriendo los pliegues de su frente hasta descender hacia la almohada.
Despertar con una mujer desnuda a su lado tampoco le era extraño; una mujer desconocida y hermosa, al menos eso le revelada la vista de su espalda. Aunque desde que no era un hombre completo le costaba llegar a tal punto de intimidad con nadie; puede que fuera vergüenza, temor a la burla; quien sabe, cualquier sensación que hiciera tambalear la seguridad en si mismo de la que se revestía ante los demás.
Sus ojos revolotearon desde el techo al cuerpo a su izquierda, era realmente hermosa, con piel de vainilla, tan clara como a él le gustaba, una mujer caucásica. Si conseguía abstraerse del color de su pelo, podría soñar que era ella. Aunque sería de nuevo sólo un sueño, uno de tantos desde hace años.
No sabría decir cuando comenzó, cuando empezó a ir a su cama casi a diario, en el silencio de la noche, a entregarse en sueños entre sus brazos; sus brazos sí, sus dos brazos, porque en sueños volvía a ser él.
A veces cambiaba su cuerpo, pasando de leves curvas a una voluptuosidad desmesurada; podía ser menuda, como una niña en sus manos; o alta, tanto como él, apretando con fuerza en su abrazo cada uno de los músculos tensos de su cuerpo. Pero había algunas constantes, su rostro, su pelo de un color imposible y esos profundos y expresivos ojos azules.
La orden llegó en un sobre cerrado, sin remitente ni franqueo, pero claramente real. Debía vigilar su domicilio, espiar cada uno de sus movimientos, informar de sus llamadas telefónicas, sus visitas y sus conversaciones, día y noche. Al principio buscó colaboración, dos hombres completarían la jornada de tres turnos de vigilancia. Entró en su casa y colocó cámaras y micrófonos en todas las habitaciones. Quizás fue entonces cuando empezó su pequeña y secreta obsesión.
Seguro que no era la mas hermosa, ni la mas inteligente, ni siquiera la mas interesante mujer que se había cruzado en su camino; pero estaba allí, al otro lado de la pantalla, vivía, comía, respiraba, dormía, tocaba, abrazaba, sonreía y no era a él. Estaba a metros de distancia, pero nunca sería suya y ese, en un último extremo sabía que era la razón de su insaciable inquietud. Ella estaba allí y nunca alcanzaría a tenerla.
Había tocado su piel cientos de veces, acariciado su espalda desnuda sobre la cama, la suave curva de sus senos, el arco de su cuello, los entreabiertos labios rojos. Había oído sus jadeos secretos bajo la espuma de la bañera y la había visto soñar y reír y llorar de rabia. Si, la había tocado, pero sólo a través de la fría pantalla del monitor que espiaba todos sus movimientos.
Se permitió compartir aquella visión sólo durante una semana, luego se la quedó sólo para él. Aún le costaba reconocer el arrebato ilógico de celos que tuvo. Pero ver como aquel miserable, gordo y grasiento, la observaba en la ducha mientras devoraba una enorme hamburguesa rebosante de Ketchup, recorriendo el borde del pan con su babeante lengua, pudo mas que su razón. Golpeó con saña su cara de sorpresa antes de expulsarlo de allí; luego fue toda para él.
No pensaba que fuera amor, ¡dioses!, ¿qué era eso de amor?, no mas que una ñoña palabra; amor sólo lo sentían los cobardes, los débiles, los desesperados y él no era nada de eso, el era un guerrero, un cruzado. No había amado a nadie en toda su vida, quizás su madre, porque él alguna vez tuvo madre, le inspiró cierto sentimiento difícil de describir, pero no amor, el amor del que hablan los mortales. No, definitivamente no la amaba; quizás tampoco la deseaba físicamente, podía controlar perfectamente sus necesidades físicas, aunque en ese sentido no era una casto cruzado, conocía lo que inspiraba en las mujeres; una mirada, una sonrisa y cualquier mujer estaría en su cama al final de la noche, hermosas o feas, todas habían acabado bajo él, todas, todas menos ella.
Cuestionar una orden no entraba en sus variables; él oía y actuaba según las indicaciones. Pero aquella vez pensó, y lo hizo durante días y eternas noches de vela. No se negó, no reprochó nada y actuó como se pedía y esperaba de un hombre como él. Aguardó en su apartamento, oculto en las sombras a su víctima, esperó y cumplió su encargo. Sabía que podía vacilar en el último segundo, era tan consciente de ese hecho que se hizo acompañar por alguien imparcial, por un asesino al que no le temblara el pulso ante ella. Aún podía reconocer sobre su palma las cicatrices que dejaron sus propias uñas durante la espera, mientras ella abandonaba el ascensor y recorría los escasos metros de pasillo hasta su muerte. Quiso morir cuando la vio cubierta de sangre sobre el suelo, rota como una muñeca de trapo. Murió y volvió a nacer cuando descubrió su error.
El hecho de haber participado en la muerte de su hermana era una más de las miles de cosas que la apartaban definitivamente de su camino y eso, la hacía aún más deseable.
Ahora, mientras apartaba la sábana que cubría su completa desnudez, la sentía dolorosamente a su lado, tan patente y real como la sensación de movimiento en su invisible brazo amputado. Ella era otro miembro fantasma que enviaba sensaciones dolorosas a su torturado cerebro.
El movimiento al otro lado de la cama le devolvió a la realidad de aquel hotelucho, a la realidad de su desierta existencia y a la realidad de la ausencia de esos fantasmas que la noche le traía.
“¡Buenos días!” Tumbada sobre la almohada, con la abundante cabellera rubia resbalando sobre los hombros era una visión. Una imagen que de forma inmediata hizo reaccionar a su cuerpo. “Veo que te vuelves a alegrar de verme”
“Siempre me alegro de verte Sara” Se giró para enfrentar su mirada. Sólo una leve sonrisa y la mujer rodó hasta él colocándose a horcajadas sobre su cuerpo desnudo.
“Pero no tengo tiempo ahora”. Con una delicadeza que le era inusual, movió su cuerpo hasta colocarla de nuevo sobre el colchón, apurando en un último momento el roce de sus caderas. “Podremos seguir en otro momento…”
Desnudo atravesó la habitación hasta la terraza, arrastrando tras de sí la fina sábana de algodón gris. Sabía que estaba a pocos metros y casi podía oler su perfume, sonrió, cubriendo su cuerpo con el tejido a la altura de las caderas. Un segundo y le bastó para hinchar sus pulmones de ese olor a cítricos que tan bien recordaba su memoria.
Una escueta baranda, un par de metros y kilos de valor le separaban de ella. Pero aún estaba amaneciendo, aún era un hombre medio despierto, aún sentía el frescor de la noche y su terraza aparecía tan abierta y accesible que no pensó antes de traspasar el límite entre ambas habitaciones. “¿Qué pretendes?” Interrogó su mente; sin vacilar desecho cualquier respuesta lógica para detenerse ante la puerta abierta. “¿Vacilas ahora?”
Ella no era la mujer mas bella, ¡claro que no!, pero el suave cosquilleo entre sus piernas le recordó que posiblemente era la mas valiente que había conocido, al menos la mas osada. ¿Quién más habría sobrevivido tras un golpe de esa magnitud sobre las partes nobles de un hombre como él?, no sólo le había golpeado, recordó mientras acariciaba su dolorida entrepierna, había enfrentado de nuevo su ira y había vuelto a vencerle. Bien, quizás fue débil, o el hombre mas fuerte del universo controlando ese instinto que le empujaba a retorcer su bonito cuello de porcelana como si fuera un gazapo. Ella nunca sabría lo cerca que estuvo de la muerte en ese viejo y desvalijado apartamento.
Podía aparecer por sorpresa, con un movimiento acabaría con la resistencia que podría ofrecerle una mujer tan menuda. “Pero eso no es lo que quieres, ¿verdad Alex?, no eres de los que piden, pero tampoco de los que toman sin pedir”. No tuvo conciencia de que los minutos pasaban hasta que la sombra de su propio cuerpo sobre la entrada de la habitación le gritó que estaba amaneciendo.
Sólo verla dormir una vez más, mirar su cabello volcado sobre la almohada, la suave crema de sus brazos, el vaivén de su lento respirar.
No recordaría como, pero allí estaba, frente a su cama, desnudo, dejando caer la sábana a sus pies. Miró y se quemó en la visión de ese colchón.
De algún lugar surgió la energía para hacerle girar y salir en un salto en el instante en que los párpados del hombre se abrían y los verdes ojos se agrandaban para acostumbrarse a la súbita claridad. El hombre más afortunado del mundo, el hombre que iba a cambiar una noche de amor con ella por una bala entre las cejas.
En un par de zancadas regresó a su dormitorio, buscó entre sus cosas hasta encontrar el arma y volvió a enfrentarse a su visión, a cumplir quizás con su último deseo como hombre libre; libre de actuar, libre de pensar por si mismo, libre de sentir, libre para cometer errores. Sí, ese sería tal vez la última acción consciente de la persona que un día fue.
Oculto tras la pesada cortina continuó observando a la pareja, ahora despierta, que compartía la cama en la que su propio sueño había descansado toda la noche. Aprovechando su escondite se permitió oír y observar, mientras sus cinco dedos abrazaban hasta fundir el metal de la pistola.
Bien, ahí estaba, tan desnuda como el mismo, la certeza que su mente había luchado por aceptar. Siete años, llevaban juntos siete años en los que habían sido espiados y registrados cada uno de sus movimientos y en los que la máxima intimidad que habían llegado a compartir podía reducirse a tres minutos de cinta de vídeo. ¡Tres despreciables minutos en siete años!, hasta el día de hoy.
Lo sabía, su mente preclara lo había notado en el mismo momento en que la vio entrar en el despacho de Skinner. Ella había cambiado, sutil pero inquietantemente. No era la agente mojigata que todos conocían, no lo era su aspecto, ni sus movimientos, ni sus palabras, ni por supuesto ese olor claramente distinguible en sus fosas nasales, que dejaba al andar.
Algo había convertido aquella jovencita pecosa que un día fue enviada a los sótanos del FBI en una mujer a la que el viento saludaba al pasar. Fue visible para él y para toda la oficina central en pleno. Y ahora era evidente que había sido visible para su compañero, el hombre más ciego y afortunado del mundo.
Sonrió, mostrando amargamente sus dientes; sonrió, era consiente que su presencia, sus miradas e inclusos sus palabras había espoleado a aquel hombre hacia este momento, al punto en el que los tres se encontraban. Siete años de inseguridades e indecisiones que el había ayudado a olvidar. Sonrió y levantó su arma.
“¿En serio has pensado, siquiera por un segundo, que ese podría ser tu lugar?” La susurrante voz acompañó el movimiento de la mano que ahora reposaba sobre su muñeca, ejerciendo apenas presión con su boca a escasos milímetros de la piel de su oreja. “Nosotros somos crueles, feroces, inhumanos asesinos sin sentimientos…” Continuó mientras depositaba un leve beso sobre su patilla “no me hagas creer que únicamente somos patéticos locos…”
Krycek no necesitó más que un leve giro de muñeca y cintura para acabar con sus cuerpos de nuevo en el exterior de la habitación. Procuro hacer el mínimo ruido mientras arrastraba algo más lejos a la rubia mujer.
“Hubiera creído que tus años de entrenamiento te habían servido para algo más, Sara” Hablaba mientras apuntaba al pecho desnudo de la mujer “no suelo tolerar que me hablen de esa forma querida… tu más que nadie deberías saberlo”
“Se muchas cosas de ti. Pero hasta ahora no conocía la ubicación correcta de tu cerebro…” Mientras hablaba su mano se deslizó hasta agarrar, en un mismo puño, cada uno de sus testículos.
“No hay tiempo para juegos” Susurró mientras retiraba el cañón de su arma. “Entremos”.
Recuperado, la luz tenue de la habitación le devolvió a la realidad de quien era. Arrojó el arma sobre la cama mientra registraba su maleta en busca de ropa interior.
“Debemos continuar esta falsa Alex” Sara Neville se imbuía en sus ajustados vaqueros mientra hablaba “Aquí tienes el tranquilizante” Colocándose la estrecha camiseta sobre sus pechos desnudos alargó hacia el hombre la jeringuilla que había extraído del bolsillo de los pantalones.
Una vez completamente vestido Krycek se colocó de frente a la mujer, a los pies de la cama desecha.
“Recuerda golpearme después de que pierda el conocimiento. Debe parecer que me he resistido, no podemos permitirnos el lujo de perder mi posición dentro del CBI”
“No perderás tu posición, no hasta que recuperemos a ese engendro que habéis dejado salir”. El hombre giró entre sus dedos el inyectable antes de depositarlo sobre el colchón. “Voy a necesitar la ayuda de Mulder para sacarte de aquí, araña mi brazo o no creerá una palabra”.
“Una placer…” Como la zarpa de una pantera, sus uñas se desplazaron sobre la piel del hombre agrietándola cruelmente para dejar un reguero rojizo a su paso. Apretó con saña, disfrutando con esa acción; internamente dolida, celosa tal vez, al recordar el incidente de hace unos minutos, al ser consciente de como ella jamás había logrado despertar semejante arrebato de ira dentro del corazón del hombre que tenía ante sus ojos. Erguida, observó desafiante sus ojos mientras continuaba apretando cruelmente hasta arrancar la dermis.
Un movimiento, una única parábola descrita por su solitario brazo borró de un plumazo esa sonrisa en un brutal golpe con el puño cerrado. El brusco impulso acabó con el cuerpo de la mujer tumbado sobre la cama y con su sonrisa tornada en una incrédula mirada de terror.
“¡Cerdo asesino sicópata…!” Habló mientras restregaba sobre su rostro la sangre que le manaba a borbotones de la ceja y el labio superior “Debías golpearme después de inyectarme el tranquilizante…”
“Lo siento, he debido confundir el orden de los factores…” Su rápida mano sostenía ya la aguja sobre el hombro de la mujer. No pudo evitar un leve sentimiento de placer mientras la hundía la blandura de su brazo.
Hotel Gran Louisiana
Habitación 3
7:45 de la mañana
“Scully tenemos trabajo que hacer...” Lo dice como si estuviéramos sentados en nuestro escritorio, mientras con su mano vuelve a tasar el tamaño de mis glúteos, sin ningún cambio en el tono de su voz; ¿como puede hacerlo?, yo ni siquiera soy capaz de articular una sílaba. Suspiro y me limito a imitarle deslizando la mano por la cinturilla del boxer. “Te recuerdo que debemos salir de aquí antes de las 8:15 de la mañana si pretendemos hablar con Peter Atkinson y conducir hasta el aeropuerto con la suficiente antelación para tomar el vuelo de las tres de la tarde” Descansa unos segundos antes de proseguir “Si estás despierta e insistes en tocar ahí, tendrás que buscar como solucionar esto rápidamente. Ya sabes que tengo tendencia a fantasear y no se lo que se me puede pasar por la cabeza.”
“Deberíamos vestirnos, sólo tenemos media hora antes de reunirnos con Krycek” Hablo, intentando mantener algo mas que un hilo de voz mientras mi mano autónoma profundiza tímidamente dentro de su ropa.
“¿Media hora?” Repite mientras comienza a trazar el contorno de mi cara con su dedo índice para continuar deslizando su mano derecha por mi garganta. Acabo arqueando la espalda cuando su mano se desliza por mi estomago en círculos concéntricos sobre el ombligo, repitiendo el movimiento, cada vez con diámetros mas pequeños, hasta alcanzar su centro. “No hay problema, tal como me encuentro en este momento me sobrarán al menos veintisiete minutos” Sonrío cuando su mano se mueve hacia mis costillas sin llegar a rozar mi pecho; bajando lentamente para pasear sus dedos longitudinalmente en el interior de mi antebrazo; deslizándose a lo largo en un inquietante cosquilleo, hasta enredar sus dedos con los míos, palma con palma.
Mis ojos miran alternativamente nuestras manos unidas y sus labios; en un azoramiento que no comprendo después de los momentos que hemos compartido en las últimas horas, tiemblo agitadamente cuando adivino el objetivo final de la boca que se aproxima hacia la mía.
La puerta se mueve sobre su marco cuando alguien, con evidente urgencia, la hace zarandearse en un intento de entrar en la habitación. No necesito decir ni una palabra para entenderme silenciosamente con Mulder. Nos limitamos a abandonar calladamente la cama, cada uno por un extremo, desplazándonos al unísono hasta rescatar nuestras armas de los cúmulos de ropas que descansan sobre las sillas.
Mulder es el primero en amartillarla colocándose a la derecha de la puerta, agazapado contra la pared.
“¿Quién hay ahí?” Hablo a escasamente un metro de la puerta cuando el pomo vuelve a moverse de forma visible. No hay respuesta inmediata y monto mi propia arma mientras me acerco hasta tocar la maneta.
“¡Scully!” La conocida voz de Alex Krycek hace que relajemos nuestros músculos mientras bajamos las armas. “Necesito hablar con Mulder, ahora mismo…” Antes de que termine su frase abro un resquicio de la puerta para contemplar la cara del hombre que me observa desde el otro lado. “¡Hola Dana!, ¿sabes donde puedo localizar a Mulder?” Su voz me hace pensar que quizás esté algo azorado, lo que no impide que yo misma enrojezca hasta la raíz del pelo mientras empujo la madera contrarrestando la fuerza que ahora intenta abrirla desde el exterior. “No está en su habitación…”
“No soy la niñera de Mulder, Alex” Pienso unos segundos mi próxima frase “Aún no estoy vestida, déjame un par de minutos y estaré contigo” En un último y titánico esfuerzo mi pié consigue expulsar al suyo fuera de la habitación permitiéndome cerrar de un portazo la entrada.
“Voy a tener que matar a este tipo antes que lo haga él…” Desconcertada me giro ante las palabras de Mulder.
“Lo quieras o no, en este momento estamos en el mismo barco Mulder. Vamos a sacar todo el partido que podamos y luego, te lo aseguro, no seré yo quien te impida arrojarlo por la borda” Antes de que pueda continuar mi compañero busca su ropa para salir a través de la terraza hacia su habitación.
“Constantemente había soñado con este momento… ¡pillado en la cama con la imperturbable agente Scully!. Aunque nunca hubiera imaginado que quien finalmente me obligaría a salir a escondidas por el balcón no sería tu hermano Bill,… ¡sino Krycek!”
Automóvil
8:45 de la mañana
Siempre me ha resultado repulsiva cualquier forma de violencia; la violencia sin justificación plausible o motivo aparente suele hacerme especular que mi Dios no es tan justo como quisiera pensar. No se si me resulta aún menos creíble la imagen de este Krycek apesadumbrado por haber tenido que golpear duramente a la doctora Neville o la imagen que inventa mi mente de un asesino disfrutando mientras hace sangrar la hermosa cara de esta mujer.
Mulder conduce el coche de alquiler mientras intento contener levemente la hemorragia sobre el rostro de Sara Neville, dormida sobre mis rodillas debido al tranquilizante que le ha sido suministrado. No puedo hacer nada más por ella, mis compañeros me han convencido que no es posible suturar, tal como sería necesario, la herida sobre su ceja. Se que tienen toda la razón, si pretendemos preparar el escenario para simular que un asaltante anónimo cogió por sorpresa a la doctora cuando salía de su domicilio para reunirse con nuestro compañero. Alex nos ha asegurado que no pudo verle la cara mientras le inyectaba el tranquilizante, aunque sí tuvo tiempo de dejarle unas bonitas y profusas cicatrices sobre su brazo.
Sara es una mujer muy alta, y aunque delgada, debe pesar bastante. Mulder y Alex han necesitado casi diez minutos para sacarla de la habitación y depositarla en el coche.
“Muy bien Alex, ya he limpiado sus uñas, creo no haber dejado rastro de tu ADN” hablo mientras retiro los restos del peróxido de hidrógeno que he utilizado para eliminar los restos de la piel de Alex incrustados en las uñas de la mujer “Espero que hayas calculado perfectamente la cantidad de tranquilizante, son muchas horas desde anoche…”
“No hay problema Dana, se lo que me hago, dejé una vía abierta y he estado suministrando sólo la dosis necesaria para mantenerla sedada un par de horas”
“De cualquier forma, no creo que fuera necesario emplear tanta rudeza” Mis manos vuelven a intentar cerrar los extremos abiertos de su herida.
“Ya te he dicho que se ha despertado semiinconsciente y ha tropezado, no he podido reaccionar a tiempo para evitar que se cayera”
“Por supuesto, estas lesiones son muy comunes en este tipo de accidentes…” Krycek no contesta, pero siento como se mueve inquieto sobre el asiento frente a mí. “¿Dónde vamos a dejarla?, creo que debemos asegurarnos de que la encuentran pronto, esta herida tiene mal aspecto, me parece que le dejará una fea cicatriz”.
“Lo mejor será volver a dejarla en su casa. Me la llevé cuando estaba apunto de coger el coche del garaje. Es un sitio bastante discreto, no correremos el riesgo de que nos vean. Si quieres luego puedes hacer una llamada a la policía para que la atiendan cuanto antes” Krycek habla sin aparentar ningún sentimiento de culpabilidad, volviendo a hacerme dudar de su humanidad.
“Muy bien, la dejaremos en su casa Alex, tenemos menos de dos horas para acudir a la cita con Peter Atkinson”. Mulder habla por primera vez desde que hemos subido al automóvil.
“No creo que un ex-empleado de la limpieza tenga mucho que contarnos acerca de lo que se cuece en el CBI”
“Hay algo que hace que ese hombre continúe en Logansport después de cinco años de dejar de trabajar en la empresa. Es el único ex-empleado que lo hace. Además, según lo que hablé con él, su hijo era uno de los informáticos de alto nivel que abandonaron la empresa con el antiguo director. Es posible que me equivoque, pero me dio la impresión de que había algo que quería contarme, algo que lleva años guardando.”
Restaurante de carretera Hot road
Autopista US 84
11:05 de la mañana
Llegamos al restaurante hace veinte minutos. Durante el primer cuarto de hora aprovechamos para refrescarnos del caluroso viaje tomando algo de líquido, así que hemos agradecido la espera. Ahora miro inquieta la pantalla del ordenador portátil de Krycek. Ante mi aparece un galimatías de ceros y unos.
“¿Esto es todo lo que has conseguido de los ficheros?” Levanto la vista hacia el hombre sentado frente a mí, Mulder gira levemente la pantalla del ordenador para evitar que el reflejo sobre el cristal le dificulte la visión. “¿Sabes si se trata de algún tipo de código binario?” Alex no contesta, limitándose a arquear las cejas.
“No se que decir, pensé que podríamos averiguar algo antes de enviar esos ficheros a mis superiores, pero esto se escapa de mis conocimientos”
“¿De verdad crees que hemos pensado por un instante que nos ibas a decir algo mas?” Aunque el tono de voz de Mulder no es elevado, puedo ver claramente la ira que lo alimenta “Has jugado con nosotros para entrar en ese complejo, no se porque, podías haberlo hecho con cualquier grupo de agentes bien preparado, ¿por qué nosotros Krycek?”
“Es sencillo, me gusta como suena tu voz cuando me insultas Mulder…” Tengo que sujetar la pierna de mi compañero por debajo de la mesa para evitar que se levante del asiento como un resorte, aunque me mira con un resto de odio por haber detenido su movimiento acaba volviendo a reposar los brazos sobre la mesa con un leve suspiro de resignación. “… y me gusta como me besas…”
La fuerza que ejerzo sobre su rodilla es incapaz de detener el movimiento de las piernas que impulsan su abdomen hacia el frente alcanzando el pecho de Krycek en un sonoro puñetazo. El hombre ha conseguido arrastrar su silla hacia atrás en un movimiento reflejo, evitando que el puño de Mulder ahonde en su esternón, pero sin llegar a evitar por completo el brutal golpe.
“¿Podéis comportaros unos minutos?, estamos esperando a un confidente ¿queréis que huya antes de hablar?” He conseguido hacer que Mulder se vuelva a sentar a mi lado y que Alex consiga que su silla vuelva a descansar sobre las cuatro patas, aunque me temo que la tregua no durará mucho tiempo.
“Deberías controlar las energías de tu novio, Dana” Las palabras de Alex hacen que me ruborice sorprendida. “Quizás necesita desprenderse de ese exceso de testosterona de una forma mas saludable…” Continúa hablando mientras se levanta “Creo que iré al baño, alguien me ha manchado la camisa”.
11:20 de la mañana
Nuestro confidente continúa sin dar señales de vida mientras espero que alguno de mis compañeros proponga que nos marchemos de este lugar. Sigo intentando sacar alguna conclusión de la pantalla del ordenador portátil. Ellos han continuado en un agradable silencio repasando los archivos del caso. He anotado alguna secuencia de ceros y unos que me ha resultado, por alguna razón que no entiendo, algo familiar. Cierro la pantalla cuando el aviso de falta de batería aparece en el monitor.
Mi teléfono comienza a vibrar en el bolsillo de la chaqueta, no estoy segura del origen de esa llamada, pero sospecho que puede tratarse de Peter Atkinson, el mismo hombre al que telefoneé anoche y no se hasta que punto puedo mantener una conversación segura teniendo a Krycek delante. Pareció algo reticente, aunque totalmente convencido cuando hablamos de nuestro encuentro, pero algo le ha hecho dudar en presentarse a nuestra cita. Vuelvo a sentir el molesto movimiento mientras observo el rostro de Krycek. Me alegro de haber colocado el teléfono en modo silencioso en el último momento.
“Me temo que tu amigo no vendrá” Me molesta bastante esa mirada de superioridad que me dirige “Ya me parecía extraño tantas facilidades…, no creo que nadie diga una sola palabra en contra de la CBI, todos los habitantes de este pueblo viven gracias a sus instalaciones, desde hace mas de treinta años no hay otra forma de vida que no tenga relación con esas dependencias”
“Debo ir al aseo”. Me levanto del asiento procurando cubrir con mi mano derecha el movimiento del teléfono móvil dentro de mi chaqueta “¿Puedes dejarme pasar Mulder?”
Aunque he atravesado lo mas rápidamente posible el pasillo hacia los servicios del restaurante, la necesidad de no aparentar premura ante mis compañeros me ha obligado a mantener un paso constante. Para mi decepción, segundos antes de que atraviese la puerta hacia los aseos el teléfono deja de agitarse en mi chaqueta.
Compruebo que el número que aparece sobre la pantalla me es desconocido; vuelvo a colocar el aparato en mi ropa mientras me lavo las manos. Menos de medio minuto después, tal como esperaba, el movimiento vuelve; tomando el teléfono de nuevo me introduzco en una de las puertas de los retretes.
“¿Quién es?”
“¿Puede hablar agente?”
“¿Es usted señor Atkinson?, ¿llevamos cuarenta minutos esperándole?”
“Yo llevo media hora observándoles. Vamos a tener que posponer nuestro encuentro agente. Me temo que uno de sus compañeros no es de fiar” Asiento levemente con la cabeza, aunque soy consciente de que no puede verme. “Me estoy jugando mucho hablando con usted…, necesito verla a solas.”
“Me va a ser un poco difícil darle esquinazo a mis compañeros, no puedo apartarme de ellos sin mas”
“Ya he pensado en eso… ¿Deben coger un avión dentro de cuatro horas, verdad?”
“Así es, ¿cómo sabes eso?”
“Esa cuestión no es importante”. No protesto, en estos momentos soy consciente de que tengo que seguir todos sus pasos si quiero obtener la información que ha prometido suministrarme. “Cuando lleguen al aeropuerto acérquese a los lavabos de la terminal, los de la segunda planta, justo después de la zona de facturación, la estaré esperando” Duda unos segundos. “Vaya sola y no hable de esto con sus compañeros o no me verá”,
“De acuerdo”
Louis Armstrong Orleans Airport
14:05 de la tarde
Hemos llegado hace cuarenta minutos al aeropuerto, un enorme laberinto de pasillos y escaleras mecánicas en los que la exageradamente fresca temperatura ambiente hace pensar que nos encontramos en Alaska.
Me ha costado algo pero he conseguido encontrar los aseos de la terminal, había al menos tres grupos repartidos en dos plantas, supongo que estos, realmente escondidos tras un par de máquinas de bebidas frías deben ser los seleccionados por el señor Atkinson para nuestro encuentro. Cerciorándome de que mis compañeros no me siguen me introduzco en ellos. Agradezco la temperatura, levemente superior que reina en su interior, afortunadamente los potentes equipos de aire acondicionado instalados en todo el aeropuerto no alcanzan con sus gélidas temperaturas estos aseos.
Están bastante desiertos, como cabría esperar dado lo abrupto de su entrada, así que me permito registrarlos con toda comodidad. Tal como esperaba no hay nadie en su interior.
Han pasado más de tres minutos y sigo paseándome nerviosa mientras observo mi imagen en el amplio espejo frente a los lavabos. No podré demorar mi marcha por mucho tiempo si no quiero despertar sospechas en mis compañeros. Me pesa haber mentido a Mulder, pero no podía arriesgarme a que me siguiera y se pudiera estropear la entrevista, se que no podría convencerle de que me dejara reunirme a solas con él.
La puerta de entrada se ha movido en el mismo instante en el que inicio un amago de salida. Ante mi aparece un hombre de mediana edad, puede que unos cincuenta años, no demasiado alto. Me toma del brazo introduciéndome en uno de los cuartos de retretes.
“No pueden vernos juntos agente” No me resisto cuando cierra la puerta del minúsculo habitáculo y me enfrenta la mirada a escasos centímetros. “Tenga, aquí tiene copia de toda la información de la que dispongo” Alargo la mano para tomar el grueso sobre que me ofrece. El tacto por encima del papel me deja adivinar la forma de un par de dvd en su interior.
“¿Puede explicarme lo que está ocurriendo?” Hablo mientras observo su cara, no es un hombre demasiado alto, pero me mira por encima de los hombros durante unos instantes.
“Supongo que puedo adelantarle algo…, ¿ha oído hablar del proyecto Mozart?” Asiento, aunque no se porque, recordando las palabras del viejo Elliot. “Es un ambicioso proyecto del gobierno, como todos, un proyecto en el que se han empleado todo el dinero y capital humano que ha sido necesario… y le aseguro que este último ha sido bastante elevado…“ Noto un dejo de amargura en sus palabras, pero no hablo, dejando que continúe con lo que quiere contarme. “Muchos piensan que Mozart fue una de las personas de mayor coeficiente intelectual de la historia, una mente maravillosa desde su infancia…, una mente que sólo potenció una mínima parte de su capacidad.”
“¿Dónde quiere llegar Peter?, no tengo mucho tiempo para lecciones de historia…”
“Busque las respuestas en esos DVD. La CBI ha trabajado durante años en la estimulación neuronal, en el intento de potenciar la inteligencia humana, en la búsqueda de un Mozart perfecto, busque y encontrará lo que han dejado en el camino esos experimentos”.
Creo que nuestra conversación ha terminado, así que me giro para abrir la puerta, justo antes de moverla un milímetro su voz y su mano sobre mi hombro me detienen.
“Recuerde, su compañero no debe enterarse de nuestra conversación ni ver esos archivos”.
“No se preocupe, Alex Krycek tampoco es alguien con quien yo misma compartiría información…”
“¿Alex Krycek?, ¿ahora se llama así?”
“No se como lo ha conocido usted, pero creo que siempre ha sido su nombre”
“Hace mas de quince años, pero nunca olvido una cara y por supuesto nunca olvido un nombre como ese, agente” No se porque, pero sus palabras empiezan a inquietarme haciéndome que gire para ver sus ojos mientras sigue hablando. “… Fox, Fox Mulder, ese es el nombre que recuerdo, tenga cuidado con ese hombre agente y busque su nombre en esos archivos si no confía en mi”
“Por supuesto que no confío en usted…” Abro enérgicamente la puerta mientras hablo “Gracias por la información señor Atkinson..” No me giro mientras me dirijo hacia uno de los lavabos. A mis espaldas el hombre, reflejado sobre el espejo, abandona los servicios dejándome sola con la imagen de la mujer desconcertada que me mira a los ojos. Necesito unos segundos para reconocer mi propio rostro desencajado. Agito la cabeza para refrescar mis pensamientos. No creo una sola palabra de lo que ha dicho sobre Mulder, no es mas que un desconocido sin ninguna credibilidad. Y aunque la tuviera, conozco a mi compañero mas que a nadie y se que puedo confiar en él mi propia vida. Vuelvo a contemplarme mientras introduzco el sobre que me ha entregado debajo de mi blusa, bajo la cinturilla del pantalón.
Sí, confío ciegamente en mi compañero, pero algo me dice que debo averiguar lo que hay en esos DVD antes de hablarle de mi reunión.
Espero un par de minutos antes de salir al pasillo de la terminal, la temperatura vuelve a ser realmente fresca en comparación con el abrasador calor del exterior y la suave temperatura de los servicios. Me agito bajo la leve tela de mi chaqueta de verano, es evidente que en este Estado desconocen el funcionamiento correcto de los equipos de refrigeración y hacen sufrir a sus habitantes del calor mas extremo a una temperatura otoñal en pleno verano.
Camino hacia los ventanales desde los que puedo contemplar la enorme pista de aterrizaje. No se si es el frescor del ambiente o las palabras de ese hombre lo que me obligan a temblar apreciablemente, así que, a pesar de ser pleno junio agradezco el rayo de sol que atraviesa el enorme cristal cayendo sobre mis hombros.
“Te hemos estado buscando Dana, ¿dónde te has metido?, nuestro avión sale en quince minutos y tenemos que embarcar”. La alargada sombra de la figura de Krycek se refleja sobre el suelo haciendo desaparecer la mía.
“Tengo algún problema con los aviones. Me gusta refrescarme en el baño antes de subir a uno Alex” Me giro para enfrentar su mirada. Afortunadamente he conseguido frenar algo mi temblor.
“¿Te ocurre algo?” No se acerca demasiado, aunque he notado una leve intención al comenzar a hablar “Estás algo pálida…” Niego con la cabeza mientas vuelvo a escuchar su voz. “Supongo que no me creerás, pero si puedo, si quisieras….; si necesitas que haga algo por ti?” Se que es una tontería, pero noto cierto temblor en su voz.
"Sí, por supuesto Krycek, quiero que te apartes y no me quites el sol".
Boeing 737 de US Airways
New Orleans-Washington
15:40 de la tarde
Sentarme en medio de Krycek y Mulder no ha sido una buena idea, claro que no; ahora estoy rodeada y no tengo ningún sitio a donde mirar sin sentirme cohibida, salvo el respaldo del asiento de en frente o los papeles que reposan sobre mi regazo. Aunque dejarlos uno junto al otro era una opción mucho peor; hoy es uno de esos días en los que el especial efecto de atracción-repulsión que hay entre ellos casi se puede tocar con los dedos.
Alex mira a través de la ventana; no obstante, de vez en cuando le he sorprendido observándome aprovechando que estaba distraída repasando unas notas. Tengo las cosas muy claras con respecto a lo que este hombre me inspira, pero no puedo evitar que su actitud me ponga realmente nerviosa, no puedo adivinar lo que piensa o lo que le pasa por la mente y eso me hace muy vulnerable. No es de fiar, ¡claro que no!, se que nos engaña y que hay algo detrás de esta colaboración efímera, pero a veces, solo a veces, me parece que sus ojos me están enviando algún tipo de señal, en un lenguaje extraño, primitivo, que no acabo de descifrar en su totalidad.
Mulder permanece con los ojos cerrados, reposando la cabeza hacia atrás, en un silencio bastante molesto; se ha quitado la chaqueta y el calor hace que se le pegue la camisa modelando esos brazos que por instantes me vuelven más loca. Esto que hemos empezado y que parece se resiste a ser terminado se está dilatando demasiado en el tiempo; yo lo se y él lo sabe. No es que haya prisa, ¿quién podría pedirla después de tantos años?, pero es evidente que debemos hacer que la relación pase a otro punto de una forma definitiva o acabará por volvernos muy irritables.
¿A quién quiero engañar? Sí, la hay; sí, hay prisa; tengo prisa y tengo miedo de llegar a mi casa, a las oficinas del FBI, a mi mundo; regresar y darme cuenta de que todo ha sido una ilusión, un sueño efímero, uno de tantos. Le necesito completa, casi irracionalmente; no tiene sentido tratar de catalogar o definir estos sentimientos que me ahogan, que me agarrotan el pensamiento y la garganta, es algo más que una necesidad biológica, quiero esa prueba definitiva de nuestra unión absoluta o tendré que esconderme para siempre porque no voy a poder contenerme un minuto más a su lado si no tengo lo que deseo pronto, muy pronto, desesperadamente pronto.
No me reconozco de nuevo cuando me descubro, por tercera vez en quince minutos, aspirando profundamente en un intento de retener su especial olor en mis fosas nasales mientras me inclino sobre su hombro, forzando el roce de mi chaqueta con la tela de su camisa. No es lo que se dice un contacto muy erótico, pero me ayuda a recordar como se siente cuando sus dedos ruedan sobre la superficie de mi cuerpo, y ese recuerdo vivo hiela mi mente consciente, impidiéndome pensar con claridad, abstrayéndome de todo lo demás, atrapándome hasta hacer que se erice cada palmo de piel.
Creo que está dormido, por eso aprovecho que Krycek mira hacia la ventana para tocar furtivamente con mis dedos la mano que Mulder apoya sobre el brazo del sillón. Soy consciente de que se trata de un acto patético, infantil, pero intento disimular el movimiento como un encuentro casual mientras paso las hojas de anotaciones que llevo minutos fingiendo repasar.
Vuelve a hacer calor; vuelvo a sudar por dentro y por fuera, y el sobre cerrado, ahora oculto del todo en mi ropa interior por efecto de la gravedad, empieza a pesar demasiado. No es duda, solo necesito ver que esconden esos DVD, porque creo que son la clave de todo este embrollo. Necesito verlos, pero antes tendré que soportar este viaje que por instantes se hace eterno.
El papel pegado sobre la piel me está haciendo transpirar en exceso, así que me levanto para dirigirme al lavabo e intentar recolocarlo en otro sitio menos caliente. Mulder continúa dormido y Krycek apenas se gira para ver como camino hacia las cabinas de servicios.
Tan solo me ha dado tiempo de rotar el pomo de la puerta cuando siento como un cuerpo enorme me empuja desde detrás haciéndonos entrar de golpe en el minúsculo habitáculo. El movimiento de mi asaltante es tan rápido y la fuerza empleada tanta que no acierto a pedir ayuda antes de encontrarme de cara a la pared, con las manos en la espalda sujetas por un brazo férreo que aprieta haciendo que casi pierda la respiración. El sonido del click me confirma que la puerta ha sido cerrada con el seguro.
La mano que retenía las mías me ha soltado, pero puedo notar lo que parece el cañón de una pistola sobre mis riñones, forzándome a continuar manteniendo la boca cerrada; su rodilla me sigue empujando contra la pared, haciendo que mis ojos desenfoquen las letras de instrucciones de uso del water químico que han quedado bajo mi mejilla y que, aún bajo estas circunstancias, algún extraño resorte de mi mente se sigue empeñando en leer.
Se que estoy inmovilizada y que el escaso espacio no me permite ninguna maniobra de evasión. Lo se y lo sabe mi asaltante, que comienza a relajar la pierna con la que me retiene. Unos segundos y el cese de su empuje empieza a dejarme un hueco para volver a respirar con holgura. Siento el corazón en la garganta mientras mi cerebro acelerado busca alguna salida a esta situación. Un corazón que comienza a latir mucho más fuerte cuando noto como su mano empieza a palpar mi cuerpo sin ninguna consideración.
Ha comenzado en la cadera izquierda, bajando lentamente por el glúteo y el muslo, deteniéndose unos segundos en el interior del bolsillo de mi pantalón y continuando en descenso hasta los tobillos
“¡Déjeme!, soy agente federal” Haciendo caso omiso de mis palabras su mano se eleva pasando de nuevo por las caderas y los riñones, hasta subir hacia los hombros apretando la chaqueta contra mi columna. “Mis compañeros están ahí afuera. No puede ir a ningún lado”.
Miro hacia el bolsillo derecho de la chaqueta, ese en el cual mi pistola se bambolea bajo el movimiento que su mano imprime a todo mi cuerpo, un arma inútil contra la fuerza que ahora me hace inclinar la cabeza hacia abajo mientras palpa mi cuello y espalda.
Estoy empezando a tener miedo, porque me ha soltado por un segundo para cambiar la pierna que me apresaba y la respuesta a mi intento de girarme ha sido un nuevo empujón sobre la pared.
“¡Voy a …!”.
“¡Shiiii!” Habla repitiendo el mismo ritual sobre mi mitad derecha. Arrastrando lentamente los dedos a lo ancho de toda mi superficie, palmo a palmo sobre cada curva y recoveco.
Empiezo a sospechar quien es cuando su mano abandona con descuido mi pistola sobre el lavabo, a escasos centímetros de mis manos, ahora de nuevo inmovilizadas, para continuar su búsqueda. Retándome tal vez a recuperarla.
“Mulder, voy a acabar contigo si es tu cara la que veo cuando me vuelva…”
“Prueba a coger la pistola… será divertido ver como logras liberarte” Cuando finalmente oigo la voz de mi compañero, no se si llorar de felicidad o de rabia. Pero todo se hace más claro cuando su boca se arrastra en mi cuello dejando pequeños pero punzantes mordiscos, apretando su cuerpo contra el mió. “¿Nunca has soñado con esto? Asaltada en la cabina de un avión por un desconocido…” La pared vuelve a acercarse peligrosamente a mi cara bajo cada empuje de sus caderas.
“Suéltame y déjate de juegos Mulder…, tu no eres un desconocido” Se que mis palabras entrecortadas y jadeantes no tienen ninguna autoridad en este momento.
“Sí, soy un desconocido…, al menos en sentido bíblico” Vuelve a hablar en mi oído, con un sonido profundo, gutural, salvaje; susurra bocados de aliento mientras gira mi cuerpo rudamente para enfrentar mis ojos; sigo con los brazos apretados a la espalda, inmovilizada por una mano implacable y una mirada tierna. “Aún no he registrado la parte frontal”
“Me vas a hacer daño y me estas ahogando” Soy consciente de cómo su cuerpo hace que el mío quede casi sepultado contra la pared.
Mira unos segundos con una sonrisa que me derrite dejándome sin defensas. Me suelta momentáneamente para en un rápido movimiento tomarme por las caderas y elevarme hasta depositarme sentada sobre el minúsculo lavabo. Mis piernas se separan de forma automática cuando su cuerpo se acerca hasta casi hacernos rozar, cara a cara, situando nuestras cabezas a la misma altura. Aprieta la frente contra la mía unos instantes en los que una respiración agitada sacude mi pecho en incontrolables subidas y bajadas.
“Esto no está bien…” Hablo, tiemblo e intento mantenerme erguida apoyando las manos sobre sus hombros, cubiertos sólo con una fina camisa. Hace mucho calor y mis yemas sienten claramente como su piel transpira bajo la tela humedecida. Coloco las palmas sobre le lavabo cuando comprendo que ese contacto me hace tambalear en lugar de anclarme a la tierra.
”No, esto no está nada bien…” Repite en un susurro. Levanta las manos para abrirme la chaqueta, deslizando la tela sobre cada uno de mis antebrazos, hacia abajo, al punto en donde mis manos, en contacto con el duro plástico del lavamanos, frenan su descenso. Aunque se que la chaqueta actúa como un cepo, limitando mis movimientos, mis palmas no aciertan a despegarse de la superficie a la que una fuerza invisible parece haberlas adherido.
No queman, sus dedos no queman al rozar los botones de mi blusa, pero la piel bajo ella, que sólo siente la sombra de su tacto, creo que está a punto de hervir.
Un giro, una pequeña palanca entre el pulgar y el índice de su mano derecha y el primer botón deja de estar cerrado. Observo sus ojos, fijos en el canal apenas visible que separa mis pechos.
Segundo botón; es inútil reestablecer el control; el ritmo in crescendo de mi respiración aumenta al comprobar como sus manos continúan en camino descendente.
Tercer botón; las gotas de sudor comienzan a atravesarme recorriendo el tortuoso camino desde el cuello hasta desaparecer junto a los encajes blancos de mi sujetador, en un recorrido que me deja un rastro frío sobre la piel.
Cuarto botón; mi corazón bombea acelerado en un agitado subir y bajar de mi cuerpo semidesnudo. No puedo ver más allá de esas manos de dedos largos que se empeñan en incendiarme.
Ultimo botón; un dedo atraviesa mi abdomen en dirección inversa, sobre la ruta húmeda que han dibujado las gotas de mi propio sudor, a través del hueco sobre el esternón y de la línea de la garganta, para acabar cerrando mis labios en un suave contacto.
Aún siento ese dedo segundos después de que lo haya apartado para sacarme la camisa, ya totalmente abierta, de la cintura de los pantalones; en un roce que me obliga a encoger el vientre al deslizar sus dos manos sobre el trozo de piel desnuda en contacto con la cinturilla del pantalón.
1001, 1002, 1003…, el tiempo se para dejándome contar los segundos; un temblor me sacude cuando observo como sus manos desabrochan en un movimiento ágil el único botón y la cremallera que los cierran. Acerca su torso hasta reposar la cara sobre mi cuello, llevando los labios a la altura de mi oído mientras su mano derecha penetra dentro de mi pantalón.
“Me encanta el sitio que has elegido como escondite…”
El beso que me deposita sobre la piel no evita que la ira que siento me queme en el estómago en ese preciso instante, justo al notar como su mano sale de mi ropa interior arrastrando en su rápido movimiento el sobre con los DVDs.
“No deberías tener secretos, Scully…, al menos no conmigo”
La trampa construida por mi propia chaqueta me impide cualquier intento de recuperar el objeto. Impotente, tengo que contemplar como lo hace desaparecer en el interior de su propio pantalón.
“Puedes recuperarlos tu misma cuando desees” Se recoloca la camisa, abrochando la correa del cinturón. “Después de que yo les haya dado un vistazo…”
“Si era eso lo que querías podías haberlo pedido…” Estoy muy irritada, así que hablo conteniendo el volumen y la extensión de mis palabras. Intento parecer fría, debe ser por eso que lo único que logro es hablar atragantándome en cada fonema.
“¿No lo sabias?... ¿Qué creías que quería, Scully?” Sigue mostrándome ese mohín sobre los labios obligándome a bajar la cabeza para esquivar su mirada.
“Sal de aquí, ya hablaremos de tu actuación” Quiero que me deje, necesito recomponer mi ropa y mi orgullo, y voy a tardar en hacerlo, vuelvo a mirarle. “Peter Atkinson me llamó por teléfono en el restaurante; no me entregaría nada ni hablaría si no iba sola…” Se que estoy empezando a justificar mi acción y se que eso es lo último que debo hacer si quiero aparentar inocencia, lo se, pero no soy inocente y no se disimular, no puedo mentir, no a Mulder.
“¿Cuántas veces hemos hablado de estas situaciones?, ¿Cuántas hemos concensuado que no debemos fiarnos de ningún confidente?; somos dos Scully, bala y cañón de una misma arma, letales unidos, inservibles por separado…” Respira antes de continuar, puedo ver como intenta relajar su próxima frase. Sabe que no es el lugar, no es el momento de discutir y no lo desea. Continua sudando copiosamente, puede que por el intenso bochorno de la cabina cerrada o por la tensión de la situación; toda esa tensión acumulada en los últimos días que nos ha cargado de la electricidad estática que ahora chisporrotea sin control a nuestro alrededor, saltando de cada uno de nuestros cuerpos al otro de forma incontrolada. Observo que su mano peina la castaña cabellera en un gesto nervioso; no hay lugar ni espacio para ello en este minúsculo habitáculo, pero su cuerpo se mueve de un lado a otro como un león enjaulado, en recorridos de un solo paso, izquierda y derecha, mano atrás, mano hacia delante, desde la frente a la nuca, arrastrando gotas de sudor en el camino. Inclino la cara con intención de abrocharme la camisa.
Mi cabeza se ve detenida bruscamente en su camino descendente por un par de manos que me sujetan el rostro a ambos lados de las mejillas, forzándome a erguirme. Juguetea un segundo arrastrando sus pulgares en mi barbilla. He cerrado los ojos, pero se abren cuando su boca sepulta la mía en un beso húmedo, profundo y caliente. No reacciono, no soy capaz de enfocar correctamente y no respondo hasta que su lengua acaba encontrando la mía oculta bajo la mueca de asombro que aún me invade. Encuentra, atrapa y saca de su escondite, para enroscarse en un baile de sensaciones durante apenas un minuto.
Bastante después de que sus pasos desaparezcan en el pasillo del avión, aún sigo medio vestida, sentada con las piernas, el pantalón y la boca abiertos.
Washington D.C,
Sábado 16 de Junio
6:10 de la mañana
Correr no es la solución, escapar de todo, huir sin dirección fija no es un buen recurso; pero no puedo hacer otra cosa mientras mi mente hierve bajo miles de instantáneas retenidas en el lienzo de mi memoria infalible, haciendo que recuerde cada párrafo, cada fecha, cada detalle, cada sentencia de mi propia y asfixiante existencia. Maltratar los músculos agotados de mis piernas, quemar hasta la extenuación cada gramo de energía en un intento de hacer cesar el flujo de pensamientos tampoco es una salida.
Puedo correr, sin dirección, sin descanso; puedo seguir atravesando calles, parques…, puedo oír susurrar voces, ver rostros borrosos, puedo seguir eternamente, pero mis recuerdos, mis pensamientos no se quedarán atrás, como esa sombra que siempre me persigue, pegada al talón de mis zapatos.
No se que me ha traído, pero está claro que estoy donde debo, donde necesito estar en este preciso instante, en el lugar al que me han arrastrado continuamente los últimos siete años de mi existencia. La fuente de mi energía, el sueño de mis noches, el sustento de todas mis esperanzas.
Agotado, sin dormir, con los ojos enrojecidos por el tiempo frente a la pantalla del ordenador, extenuado tras la hora de brutal e intenso ejercicio, acabo por sentarme en la parada del autobús. Los músculos de mis pantorrillas protestan en bruscos latidos cuando arrastro mis dedos sobre ellos, masajeándolos en el intento de devolverles el flujo de sangre.
El dolor sobre mi tobillo lastimado es ahora intenso, no lo he sentido mientras me castigaba corriendo, pero el descenso de mi ritmo cardiaco, la bajada de adrenalina y la consciencia de que la lesión está ahí, vuelve a hacerlo mas evidente que nunca.
Aún masajeando los muslos, mi cabeza busca la ventana. Ella está ahí, la persiana levantada al otro lado del cristal lo revela claramente. Quiero verla, quiero subir y perderme en la profundidad de esos ojos. Ella es la única medicina, la única fuerza sobre la tierra capaz de hacerme libre de estas imágenes, de estos pensamientos que ni el agotamiento hasta la extenuación de mi cuerpo ha logrado extirpar.
Los DVDs, escondidos en la cintura de mi pantalón queman mi piel. Sonrío, a pesar de lo que ahora sé me sigo excitando cuando pienso dónde estaban escondidos hace unas horas. No he podido reprimir el detalle fetichista de colocarlos en un lugar similar, y mi cuerpo responde rápidamente ante el mero pensamiento de que sean sus manos las que los saquen de ahí.
Informes de hace quince años, detalles médicos precisos y estudios psicológicos completos, eso es lo que contienen esos DVDs. Listas de individuos jóvenes identificados, evaluados y finalmente elegidos como meras cobayas de laboratorio. Una colección de 89 nombres, todos comprendidos entre los 15 y 27 años, elegidos entre estudiantes con elevado coeficiente intelectual, superior a 150 en todos los casos. Un dossier de todos los análisis, experimentos e intervenciones realizadas sobre cada uno de esos nombres.
Cada uno de esos nombres, incluido el mío propio, en una estancia de mas de dos meses que mi mente es incapaz de recordar.
Según esto fui evaluado, elegido en una preselección de sólo 50, sometido a algún tipo de tratamiento para potenciar mi capacidad intelectual y finalmente descartado al resultar sólo viable el aumento de mi memoria fotográfica. Descartado de una lista definitiva en la que se recogen tan sólo el nombre de treinta personas, treinta individuos entre los que figuran los nombres de Jeremías Partasrathy, Annita van Halen y Robert Atkinson, el hijo del hombre que nos ha entregado este material.
El resto no puedo descifrarlo, enrevesado, cubierto bajo un manto de términos médicos se escapa a mis limitadas nociones; por eso he venido hasta aquí, creo, porque necesito sus conocimientos, su experiencia, su preparación científica…
Pero fundamentalmente, porque la necesito a ella, sus manos pequeñas, su abrazo delicado. Necesito apoyarme en ese pecho amigo y acabar por tragar el sabor amargo que arde en mi garganta.
Apartamento de Dana Scully
6:15 de la mañana
La claridad atraviesa mis párpados cerrados, la claridad y el sonido de la llamada en la puerta. No he debido dormir más de tres horas, agotada tras un acelerado viaje y una noche de insomnio recurrente. Vuelvo a girar sobre el colchón, en un afán de rozar mi piel sobre una superficie fría. He vuelto a dormir sin ropa, llevaba años sin hacerlo, desde mi época de estudiante universitaria; pero en la última semana me he acostumbrado a esa sensación de frescor matinal recorriendo cada centímetro de piel expuesta.
La puerta vuelve a llamarme. Es él. Lo se desde el primer momento, nadie golpea de esa forma, entre tímida y tenaz, con una cadencia de segundos entre cada sonido. La tercera secuencia de golpes acaba por obligarme a erguir.
Sin prisas, tomo mi fina bata de verano de la silla, caminando hacia la entrada mientras la ato a la cintura. Hace horas que no lo veo, mi cuerpo le extraña, mis oídos necesitan su voz, pero mi mente me frena en el mismo instante en que llego junto a la puerta.
Indecisa, apoyo la cabeza sobre la lámina de madera que me separa de él, recopilando fuerzas para volver a enfrentar su mirada.
De nuevo, los golpes sobre la puerta recorren todo mi cuerpo, como una descarga eléctrica, partiendo desde la frente, en contacto con ella, hasta la punta de mis pies descalzos.
“¡Scully….!” Se que imita mi movimiento al otro lado, la puerta se ha movido hacia dentro levemente sobre su marco, veinte centímetros por encima de mi cabeza “Ábreme…, te…, te necesito…” Susurra, sabe que estoy aquí. Como yo, me puede oler a través de la madera que nos separa.
Abro.
Sigue en la misma posición, sujeto con ambos brazos al marco de entrada, mirando hacia el suelo mientras comienzo a derribar parte del muro que nos separaba. Esta es mi parte Mulder, mi muro, ahora te toca a ti, ¿podrás retirar alguna piedra de esta enorme fortificación que has construido a tu alrededor?.
Tarda en levantar el rostro; dejando que analice la situación. Ha corrido, ha corrido mucho, tal vez desde su casa y la fina sudadera azul se pega sobre su cuerpo. Tiene el cabello húmedo, repartido en rebeldes mechones y aún no se ha afeitado.
“¿Puedo usar tu ducha?” No hablo, me aparto dejando el paso libre mientras le señalo el cuarto de baño “Tenemos que hablar…, pero necesito quitarme todo esto de encima”
“Ya sabes que está en tu casa…, prepararé el desayuno, ¿te apetece algo especial?” Camino hacia la cocina evitando mirar; puede que hacer algo con las manos me distraiga del hecho de que se está desnudando mientras avanza hacia la ducha, repartiendo su ropa en el camino. “Creo que hay algo tuyo en mi armario, ahora te lo llevaré”.
El ruido del agua golpeando la loza del baño me confirma que ha llegado a su destino, irremediablemente me recuerda que en este momento debe estar completamente desnudo, a menos de cinco metros de mí, posiblemente apoyado sobre el lavabo decidiendo si recorta o no su incipiente barba. Me recuerda también que sólo he de girarme 180 grados para ver perfectamente esa imagen que ya aparece en el pozo de mi imaginación. Tengo que sujetarme a la mesa de la cocina para reprimir ese momento de debilidad y continuar avanzando hacia el frigorífico.
Sonrío a los melocotones y la media docena de yogures desnatados que me observan desde el interior, pretendiendo acercar mi cuerpo en un inútil intento de hacerme descender la temperatura. Patético, soy una mujer adulta, una doctora en medicina, no es posible que la sola posibilidad de ver la imagen del cuerpo desnudo de un hombre me provoque este estado de ansiedad. Suspiro, inspiro y giro en dirección a mi visión.
Ya está bajo el agua en el momento en que entro portando su ropa. He rebuscado mas de diez minutos en mi armario; no es que sea normal que tenga ropa suya, sólo se nos deben haber mezclado en algún viaje las bolsas de ropa sucia; de alguna forma mi mente las había olvidado, evitando que volvieran a su dueño. Le he podido oír en el baño sin que me temblaran las piernas demasiado y sin que mi cabeza se volviera en el afán de atisbar el mínimo resquicio de su anatomía, así que es probable que esté recuperando parte de mi estabilidad.
Un pantalón de chándal gris y una fina camiseta blanca. Tendrá que regresar a casa sin ropa interior, a no ser que quiera vestir alguna mía; no puedo evitar sonreír ante esa posibilidad.
Sobre el lavabo descubro los restos de su afeitado; la cuchilla rosa que ha tomado prestada ha acabado en la papelera. Afortunadamente el espejo empañado no me permite contemplar el reflejo de la ducha, y por ende, del hombre dentro de ella, si no le veo igual puedo sujetar mis dedos a mas de un metro de distancia.
Me sorprendo cuando noto frío en la espalda; gotas de agua que recorren mi columna sobre la fina tela de la bata, empapándola y haciendo que lleguen hasta mí. El ruido de la ducha abierta aún continúa, aunque si agudizo el oído distingo la leve diferencia que indica que ya no hay nada entre el origen del agua y la loza de piedra. Giro.
Se ha colocado tras de mí, totalmente empapado, chorreando agua por todos y cada uno de los centímetros de su brillante y desnuda piel. Sonríe y agita la cara obligando a que las gotas suspendidas en su frente, barbilla y sobre la nariz vuelen en todas direcciones, impregnándolo todo.
Un paso atrás, doy un paso atrás apoyando las manos sobre los azulejos blancos. Un paso de retroceso, no de huida, me atraso para permitirme contemplarle con un ángulo mas generoso, todo de una vez, sin tener que repartir mi mirada sobre una sola zona. No me deja, no permite que me aleje y recupera la distancia, reduciéndola hasta abatirse sobre mí, para arrinconarme entre su espada y la pared.
Esa espada que se yergue empujando la liviana tela que me cubre por encima del ombligo y que, aún azorada, no puedo dejar de mirar mientras la lluvia sigue cayendo desde las nubes de su pelo mojado.
“Pueden hacer sonar el teléfono, golpear hasta derribar la puerta, descarrilar un tren…” Habla descendiendo y apoyando la cara en mi hombro derecho “pero no te vas a mover de donde estás, no te alejarás de mí ni un milímetro en la próxima hora o te juro que cometeré algún delito muy grave…”
“Espero que nos pongan en celdas contiguas…, yo sí que puedo matar si me vuelves a dejar a med…” El fino tacto de su dedo, apartando el pelo detrás de mi oído mientras oigo el susurro de sus palabras vuelve a dejarme muda. Acerca sus labios, sosteniendo el lóbulo de la oreja en un leve contacto, un contacto que activa todas las señales y todas las zonas erógenas de mi cuerpo situadas entre ese punto y el dedo gordo del pie. Los labios dejan su sitio a los dientes y estos al extremo mojado de la lengua, para acabar engullendo todo el lóbulo en una suave aspiración; succiona haciendo que me derrita en oleadas de placer a través de todos los poros de la piel.
No puedo pensar, no después de que una única aspiración de su boca sobre mi oído me haya casi provocado un orgasmo. Pero aún controlo la movilidad de mis manos, que abandonan la pared para escalar su vientre y juguetear en el interior de su ombligo; continuar subiendo centímetro a centímetro sobre cada músculo abdominal, hasta alcanzar el pecho, ancho, duro y caliente bajo mis manos. Enredando en el camino cada dedo sobre el suave vello oscuro, contando cada lunar, cada curva, cada diminuta montañita alrededor de esos pequeños pezones, ahora a pulgadas de mis ojos y mis labios. Abro la boca sobre su superficie, bebiendo los restos de agua mezclada con la sal de su propia piel; arrastro mis labios y me detengo para atrapar uno entre mis dientes, bajo mi lengua; paro, y succiono de ese pequeño extremo erguido.
Su cuerpo responde como un resorte, agitándose, retorciéndose y gimiendo; aplastándome aún más hacia la pared, obligándome a sentir las consecuencias de mi acción dura contra mi estómago. Se agita y desciende en vertical flexionando levemente las piernas, hasta obligarme a liberar mi presa y enfrentar ojos y bocas en una mirada nueva, única, reveladora. Un mensaje, todo un discurso sin palabras.
Una oración, un voto, ese voto que comenzamos a sellar cuando en un movimiento acompasado unimos labios y lenguas en un beso salvaje que ha luchado durante años por liberarse.
Protesto cuando apoya las manos sobre mi pecho para rescatar su boca. Protesto y me resisto a soltarlo, pero el arco de sus labios al posarse en los míos delata la sonrisa que le provoco. Desarmada acabo por permitirle hablar.
“…hay un problema…” Mi mirada de terror, odio y asombro, debe haberle asustado porque continúa hablando rápidamente “…no, no es un problema…, un inconveniente tal vez…, verás, me gustaría llevarte a la cama, no quiero hacerlo en el baño…, pero he corrido mas de una hora, tengo el tobillo dolorido y si hago un mínimo esfuerzo para cogerte en brazos y meterte en la cama…. va a ser lo único que meta en todo el día…”
Sonrío, siempre supe que él me haría reír incluso en esta situación, especialmente en esta situación. Agarro su nuca obligándolo a agacharse y besarme de nuevo, contenta porque esto es lo que quería, lo que nunca pude arriesgarme a perder, mi Mulder, mi maravilloso loco siendo él mismo.
“No hay problema Mulder, aún puedo andar…, pero me niego a cargar contigo en base a la igualdad de sexos que proclama el FBI…”
Con lentitud desciende hasta agacharse a mis pies, sujetándome por los tobillos; tiemblo cuando sus manos suben paulatinamente sobre mis pantorrillas, rodillas y muslos, alcanzando mis nalgas por debajo de la bata.
“¿Qué haces ahora, Mulder?” En un rápido movimiento me ha levantado del suelo, como si no fuera más que una muñeca. Tengo que enlazar su cuello con mis brazos y sus caderas con mis piernas para evitar caer hacia atrás, dejando en el camino la mitad baja de mi bata completamente abierta y su erección justo donde quiero que se quede por un buen rato: soportando, junto con sus palmas abiertas sobre mis nalgas, todo el peso de mi cuerpo.
“Lo he pensado mejor… lo haremos en el baño y el dormitorio…” Dejo que mis dedos caminen sobre el cabello mojado, jugando a recolocarle el flequillo mientras volvemos a besarnos, acostumbrándonos lentamente a este contacto nuevo y excitante entre nuestros cuerpos; meciéndome sobre las manos que apresan mi trasero.
“¿Y tu tobillo?, ¿y tus fuerzas limitadas…?, ¿vas a poder dar la talla?” La embestida de su pelvis mientras me apoya contra la pared del baño, haciendo recorrer toda su rigidez entre mis piernas abiertas es la única y suficiente contestación que preciso por el momento.
“Una prueba Scully, era una pequeña prueba… si sigues con un hombre después de que te diga eso en un momento como este, es que te interesa de veras…” Jadea entrecortadamente sobre mi cuello. Ahora, aprovechando que me sostengo sobre la pared, ha despegado su mano derecha, dejando de hacer presa sobre mi nalga, para centrarse en la abertura de la bata que aún mantiene separados nuestros pechos. Protesta entre dientes frustrado ante la imposibilidad de deshacer con una única mano el nudo del cinturón, pasando a dar inútiles y bruscos tirones que no hacen mas que desestabilizar la torre humana que hemos formado.
“¿Y ahora que haces?” Hablo cuando observo como camina en dirección al dormitorio cargándome sobre sus caderas.
“Lo he pensado mejor…, sólo tengo un disparo en la recámara y prefiero el colchón…”
“Por favor Mulder, haz lo que quieras, pero quítame esta bata de una vez…”
El somier gime cuando mi cuerpo cae sobre él, hundiéndome sin piedad en su blandura; y mi mente acompaña ese gimoteo con un lamento de pérdida al notar el fresco de la mañana en las zonas que antes cubrían su piel y que ahora quedan expuestas en su ausencia. Parado frente a mí me observa sin pudor, dejándome ver la perfección de su desnudez, el brillo dorado de su piel, la blandura de sus labios gruesos, la dureza de su masculinidad y la devoción de sus ojos.
Impaciente tiro del cinturón de mi bata para deshacer ese nudo que me mantiene atada a la realidad impidiéndome sentir su tacto en toda mi superficie; jalo, estiro, extiendo, retuerzo, doblo, enrosco y acabo maldiciendo su resistencia y la inutilidad de mis nerviosos dedos en estos instantes.
“Deja, yo lo haré…” Arrodillado a los pies de la cama, tira de mis piernas abiertas sujetando cada uno de mis tobillos, hasta colocarme al borde del colchón, frente a él. Sus dedos, mucho más serenos que los míos, hurgan sobre el nudo de mi prisión de seda. “… no me vendrían mal esas tijeritas que usabas la otra noche…”
“¿Bromeas?, es una bata de auténtica seda…” Sentada, deposito mis manos sobre sus hombros; observo como estudia cada movimiento de sus dedos, concentrándose en lo que hace. Su tacto bajo mis palmas es tan firme y suave que no puedo evitar sucumbir de impaciencia por sentir cada palmo de su cuerpo, por comprobar detenidamente si todas y cada una de sus partes lo son. “… en la cocina, segundo estante, ¡ve y cógelas ya…!”
“No hará falta destrozar esta maravilla…” Ríe orgulloso, mostrando los extremos separados del cinturón; vuelve la atención a mi torso, haciendo descender lentamente la tela sobre los hombros, acariciando cada palmo de piel recién descubierto con el extremo de sus pulgares. “¡Dios…, Scully, eres…!” La expresión de su cara, la sonrisa de sus ojos y las palabras de sus labios me hacen ruborizar y sofocar, provocando que mis pezones de ericen y endurezcan, aún mas de lo que estaban, bajo su atenta mirada.
Atrapa mi cuello empujándome desde la nuca para obligarme a bucear de nuevo en su boca, bajo dulces bocados intermitentes, apretándome sobre su pecho duro, piel contra piel, permitiéndome sentir esta nueva sensación, la fricción de su vello contra mis intensamente sensibilizados pezones, en una sensación indescriptiblemente sensual. La mano abandona mi cuello para tomar un pecho en su palma, abarcándolo casi por completo bajo su enormidad; aprieta, moldea y amasa con lentitud, justo lo suficiente para que vibre cuando su boca atrapa el otro en un electrizante contacto con la punta de su lengua, obligándome a curvar la espalda en el instante en que sus labios succionan bebiendo de mí.
Me dejo hacer, volviendo a recostarme sobre el colchón bajo el suave empuje de su cara, que ahora desciende arrastrando la lengua sobre mi vientre, dibujando extrañas figuras geométricas sobre la piel de mi abdomen, buceando en la profundidad sensible de mi ombligo. Intento contener mi impaciencia apretando mis manos sobre la fría cama desecha, castigando con mis uñas los retazos de tela que la cubren.
Cuando sus dedos alcanzan mi pubis enredándose en los rizos que lo cubren, no puedo reprimir un ahogo y un amago de risa de anticipación ante lo que vendrá después; eso mismo que me confirma la mirada pícara de la cara que comienza a profundizar entre mis piernas.
El primer roce de sus dedos no es más que una caricia leve, un cosquilleo de reconocimiento. El segundo, sólo una muestra de sus posibilidades, deslizándose despacio entre cada pliegue, explorando en mayor profundidad, adentrándose.
El primer roce de su lengua es una sacudida eléctrica, haciéndome correr electrones desde la cima del clítoris hasta cada una de las terminaciones nerviosas de mis extremidades. Sujeta mis caderas, evitando que los espasmos de placer que siento me alejen de su cara apretada contra mí. Continúa su abrazo en un beso profundo, comprimiendo y recorriendo cada recoveco, deslizando delicadamente entre sus labios mi piel, desuniendo cada pliegue para acabar entrando suavemente en mí.
Me agito entre sus manos, asidas a mis caderas; gimo en respuesta al creciente ritmo que imprime sobre los golpeteos de su lengua, un movimiento que no cesa hasta mucho después de que mis gritos acompañen el movimiento de mi pelvis, balanceándome sobre su rostro.
En un último espasmo de placer mi cuerpo se yergue para acabar de descargar toda la electricidad que me atraviesa, aprieto los labios en un vano intento de detener el grito que acaba por escapar, junto a los jadeos de mi respiración acelerada.
Agotada, agradezco el cuerpo que se eleva desde el suelo, permitiéndome descansar sobre sus anchos hombros. Tiemblo de nuevo cuando noto como sus dedos continúan jugueteando con mi sensible sexo, haciendo que la necesidad de tenerle vuelva a aumentar.
El empuje de su cuerpo me devuelve a la horizontalidad, para obligarme a deslizarme de espaldas sobre el colchón, mientras camina sobre mí sin dejar de unir nuestros labios, hasta acabar situados en el centro de la cama.
He deslizado mi mano entre nuestros cuerpos, atrapando sus testículos bajo la mirada sorprendida y agradecida de sus ojos; deslizándola sobre su palpitante, húmeda y enorme erección mientras mantengo su mirada. No aparta los ojos cuando separo mis piernas para conducirle a mi interior, caliente, mojado y abierto para él.
El primer contacto me confirma que a pesar de mi estado de excitación puede ser algo doloroso; pero la vista de su cara me vuelve osada, empujando mi cadera hasta obligarle a entrar completamente en un movimiento brusco que me parte por dentro. Ahogo un gemido de dolor, un dolor efímero que deja paso a una sensación de totalidad, placer y plenitud que me completa en todos y cada uno de los sentidos.
El permanece quieto, rígido por el grito ahogado que creo ha notado sobre mi garganta. Una quietud que desaparece en el mismo instante en que beso su oído susurrándole una única frase en forma de plegaria, “…te necesito…”
No precisa más para elevarme tomando mis nalgas con sus manos, ofreciéndome todo el apoyo que necesito para poder moverme bajo él alzando mi pelvis con ritmo acelerado, obligándole a entrar y salir en bruscas embestidas, cada vez mas profundas. El me llena por completo, aprieto los músculos de mis muslos alrededor de su cintura para facilitar mi movimiento. Quiero sentir más, su vientre golpeando el mío, sus testículos contra mis nalgas…; me acelero hasta perder el control, hasta que mi interior inflamado acaba por absorber cada gota de su extenuación.
Sonrío frente a sus ojos en el mismo instante en que ambos caemos derrotados sobre el castigado colchón.
Apartamento de Dana Scully
8:25 de la mañana
Sentado frente a ella aún tiemblo recordando cada detalle de su precioso cuerpo, abstraído en el repaso de sus gemidos, sus gritos y sus besos.
“…¿entonces que relación hay con el asilo de ancianos?” Sonrío cuando comprendo que lo que oigo no es el sonido de una canción, ni el diálogo de una película antigua; sonrío porque realmente no tengo ni idea de lo que tengo que contestar ni de lo que me acaban de preguntar “¿Me estás escuchando Mulder?” Su rostro pasa de una severa mueca a la sonrisa mas bonita que he visto en los últimos años, ¿por qué no se prodiga mas en ella?, la hacen tan joven y tan, tan dulce “¿Hay alguna forma humana de sacarte de mi cama y volverte a sentar en esta cocina?”
“Lo siento, me he distraído un momento…”
“¿Un momento?, llevo diez minutos hablando y creo que no has oído una palabra” Temo que voy a sufrir una de sus agresiones dialéctica y me empiezo a preparar para la avalancha cuando vuelve a dejarme sorprendido. Se levanta para situarse a horcajadas sobre mí, tomando mi cara entre sus manos y besando levemente mis labios. “¿Si me sitúo en esta posición lograré captar un poco más tu atención?”
“Si insistes en esa posición, vas a tener que tratarme por agotamiento durante todo el resto de fin de semana, Scully…, estoy algo viejo y no se que será de mí después de otra sesión de sexo salvaje…”
“¿Bromeas…?”
“Pruébame” Retada, mi compañera acaba por levantarse, no sin antes dejarme el recuerdo de su presencia provocado por un brusco movimiento de sus caderas.
Con un leve remordimiento intento centrarme en los papeles que desde hace media hora cubren la mesa de la cocina.
Después de desayunar he mostrado a Scully los archivos grabados en los DVDs del señor Atkinson. Ella ha quitado cierta importancia al hecho de que mi nombre aparezca en ellos; no puedo evitar pensar que no le ha sorprendido que yo sea uno de los participantes del proyecto Mozart, de cualquier forma, aunque la he interrogado sobre el asunto se ha mantenido firme alegando que no sabía nada. No se si los informes médicos le han aportado algún dato adicional, no ha realizado ninguna observación, aunque ha prometido volverlos a mirar con detenimiento mas tarde.
“Creo que el asilo de ancianos no es un aspecto accidental”
“¡Ahh!, ¿entonces realmente me oías?”
“No, tu casa tiene cierto eco retardado que acaba de llegar a mis oídos…” Vuelvo a recuperar los informes de los especialistas informáticos. “No tienen duda en el origen del virus, el portátil de la tumba de Jeremías y la residencia de ancianos…”
“Calla un momento, Mulder” Scully me hace silenciar prestando especial atención a la secuencia de ceros y unos que copió del ordenar de Krycek “Ya sabía yo que esto me resultaba conocido…, dame la copia de los informes de Annita” Su rápida mano comienza a enlazar grupos de cuatro dígitos “…es una secuencia de ADN, Mulder, cada grupo representa un nucleótido”. Vuelve a escribir mientras habla “… necesito los archivos que sacasteis del CBI, me temo que hay mucho mas que investigación biotecnológica en esas instalaciones”
“Siento defraudarte, pero me he perdido”
“Recombinación genética con el fin de obtener un nuevo genotipo a través del intercambio de material genético entre secuencias homólogas de ADN con orígenes diferentes” Mi cara de total ignorancia le provoca un divertido mohín “Todo lo que somos está en nuestro genotipo individual, la herencia de nuestros antepasados, el aspecto, la resistencia frente a las enfermedades, nuestro potencial futuro…, el intercambio de ese material procedente de dos individuos es lo que se conoce como recombinación genética, pero hay algo más… este ADN posee un quinto nucleótido que no reconozco”.
“Entonces deduzco que tenemos trabajo para todo el fin de semana…” Levanta el rostro de sus papeles para asentir “Pues creo que iré a mi apartamento por ropa…, no creo que pueda aguantar mucho tiempo con tus bragas puestas.”
22:10 de la noche
La noche ha caído lentamente sobre la ciudad permitiéndole soñar con desprenderse de toda esa molesta indumentaria étnica. Continúa en el mismo banco en el que se sentó hace horas, estratégicamente situado a escasos metros del apartamento de la agente del FBI. Sigue dudando en su siguiente paso, nada de lo que le han enseñado le ha preparado para enfrentarse a este dilema.
Él regresó hace horas y sigue allí, sin dar señales de abandonar en algún momento el apartamento. Agita su mano sobre la mesa, sintiendo no haber aprovechado su ausencia para entrar en el piso, cuando ella estaba completamente sola, una decisión que puede que lamente durante mucho tiempo.
Intenta bucear de nuevo en su memoria, esos recuerdos imposibles que aparecen en su cerebro en cada nueva experiencia, esos que siempre le han ayudado a enfrentarse a cada cambio, bajo la seguridad de que ellos le mostrarán claramente cual es el siguiente paso a dar en cada ocasión, la mejor de todas las opciones, clara y simple.
Enfrentarse a él no es una opción, no la que le muestra su cerebro, pero hay algo mas fuerte, algo que le empuja a contradecir esa idea fundamentalmente lógica y le obliga a abandonar su asiento para subir los tramos de escaleras y enfrentar un futuro fuera de sus proyecciones matemáticas.
22:15 de la noche
El sonido de la puerta es muy débil y necesito oírlo por segunda vez para convencerme de que realmente hay alguien ahí afuera. Estoy muy concentrada y me resisto a abandonar mi posición frente al ordenador portátil para dirigirme a la puerta. Mulder continúa dándose una ducha, oigo perfectamente como cae el agua, así que reprimo el instinto de pedirle que sea él quien salga.
Cuando la puerta repiquetea por tercera vez acabo por levantarme para abrirla.
Normalmente nunca abro sin preguntar, mucho menos sin mirar a través de la mirilla, pero supongo que se trata de la comida china que hemos pedido y el ensimismamiento en mis pensamientos no me permite evaluar ninguna otra posibilidad.
Me arrepiento de mi fallo en el mismo instante en que giro levemente la manilla y atisbo a ver la figura que aguarda al otro lado, al tiempo que el inolvidable olor a almizcle llega a mi nariz, haciéndome recordar los sótanos de la residencia de ancianos y obligándome a cerrar la puerta rápidamente.
Un arrepentimiento y una reacción totalmente inútil ante el férreo pie y la fuerza que me empujan hacia el interior.
CONTINUARÁ