Resumen: Un ataque informático sobre los ordenadores del FBI lleva a Mulder y Scully a investigar extraños sucesos en una residencia de Ancianos. Las circunstancias les obligan a trabajar con un conocido enemigo.
Clasificación: MSR, +18, algo de humor.
Spoilers: Primeras temporadas.
Disclaimer: Estos personajes pertenecen a la Fox, a Chris Carter y a la 1013.
Nota: por favor manden comentarios a mariagran18ARROBAhotmail.es
Es fácil describir el amor como algo suave, apacible, sereno; como una impresión de perpetuo bienestar, el eterno estado placentero, la paz mental, una sensación dulce como el chocolate; pero la mayoría de las veces el sabor del amor es amargo, así como la naturaleza del propio cacao; no lo pensamos, no nos acordamos de esa verdad hasta el día en que nos damos cuenta al probarlo, tras el primer bocado de angustia, desencanto y desesperanza.
El sabor del chocolate amargo es el sabor de la ausencia, de la indiferencia, de la decepción; quizás hablemos del amor como lo máximo, olvidando en el camino que, como el chocolate, se debe moler con azúcar. Cerremos los ojos, olvidemos el ayer y entremos en el abismo de la vida, donde el chocolate ya no es dulce, sino agrio, donde el amor es más áspero que la hiel.
¿Quién se encargará por nosotros de añadir azúcar a nuestro amor?
Apartamento de Dana Scully
10:15 de la noche
He pasado tanto tiempo soñando, anhelando ver helado el infierno, tanto tiempo esperando tenerla entre mis brazos, que mis manos la añoraron aún antes de dejar de tocarla. Es dolor, un dolor no físico, extraño y nuevo; un sentimiento de intranquilidad que me hace temblar de miedo.
Me convencí pensando que no tenerla era el peor de los castigos, que ganar su amor merecía cualquier precio que pudiera suponer; ahora, desnudo, apoyando las palmas de las manos sobre los azulejos de la ducha, dejo caer el agua helada sobre mi espalda y mi cuello, mientras creo comenzar a comprender el sentido de todo. El precio no es pagar por obtener lo que anhelamos, no es el camino que recorremos hasta obtenerlo, no es el tiempo recorrido en ese camino; no, el mayor precio que pueda pagar el hombre por algo infinitamente deseado es el miedo aterrador a perderlo.
Pero el conocimiento de esa realidad no significa que pueda vencerla, porque si algo he descubierto es que solo en el vínculo que comparto con ella puedo encontrar la forma de salvar mi mundo, mi universo caótico. Finalmente puede que, después de todo, la respuesta a lo que nos rodea no sea intentar mantener el control por encima de los sentimientos, por encima de las emociones que han luchado como gladiadores en la arena de nuestra vida. Quizás todo es infinitamente mas sencillo de lo que nos hemos empeñado en suponer; quizás no hay mas verdad que la que hoy hemos destapado juntos.
Llevo años explorando este mundo, buscando el punto equilibrio en el que la realidad no acabara presionándome hasta la extenuación, buscando el centro de gravedad, ese punto de referencia dentro de esta cuarta dimensión que es mi cerebro; he indagado en la realidad que me rodea, luchando por mantenerme erguido sobre la cresta de un enorme tsunami, haciendo equilibrios en el maremoto de mi existencia. Ahora se que ella es la única luna capaz de controlar la marea de pensamientos dentro de mi cabeza.
Mientras sueño despierto, guarecido bajo el suave goteo de la ducha, he oído hasta siete tonos de teléfono en el salón de Scully antes de llegar a la conclusión de que mi compañera no irá a contestar. Permanezco expectante, intentando oír algo que me permita entender por qué ella no lo coge. Lo mas probable es que Scully haya salido, pero una especie de impaciencia azuzada por el inmenso silencio que surge del resto del apartamento me impulsa a dejar la ducha abierta y salir disparado hacia afuera con apenas una toalla cubriéndome la mitad del cuerpo. Otro impulso me obliga a detener mi camino junto al montón desordenado que es ahora mi ropa, justo en el instante en el que el teléfono deja de sonar; tomo y amartilleo mi pistola mientras camino.
La imagen me sorprende, mas por su quietud y estática que por la apariencia de peligro que emana. Scully está tendida en el suelo, apoyada de espaldas sobre sus antebrazos, observando la alta figura envuelta en ropa árabe color marrón que se yergue sobre ella. Si me ha visto entrar en la habitación no ha movido ni un sólo músculo de su cuerpo que me permita averiguarlo, permanece con los enormes ojos abiertos hacia la persona erguida sobre ella que continúa ofreciéndome su espalda frente a la puerta totalmente abierta del apartamento.
Aunque cargo mi arma me acerco sigiloso a esos hombros inmóviles que parecen desafiarme. No he dado más de tres pasos cuando siento sobre mi rostro el aire que mueve el vuelo de su atuendo al atravesar el aire que nos separa, en un movimiento tan rápido, certero e inesperado que casi no he sido capaz de ver antes de que la planta de su pié acabe golpeando mi pecho desnudo.
El tremendo golpe me ha lanzado a más de tres metros, frenado en la caída por un enorme porrazo de la espalda sobre la pared de la habitación. La presión que siento sobre el pecho mientras resbalo pared abajo hasta sentarme en el suelo no ha evitado que continúe aferrándome a la pistola. Aún incapaz de levantar la cara observo ese pie que vuelve a estar situado a metros de los míos, de nuevo girado hacia Scully.
Desorientado por la caída intento reclamar la atención de mi compañera, tan asombrada como yo mismo por el movimiento imposible del que hemos sido testigos. Un golpe de tal velocidad que me obliga a contemplar mis propios gestos como si los viera en cámara lenta.
Me observa, Scully me observa alternando su mirada entre mis ojos y supongo los del agresor, para finalmente decantarse por los míos y detenerse en el movimiento ascendente de mi mano que apunta la espalda del intruso.
“¡Quieto Mulder!, no dispares…. es apenas una niña…”
Silencio, duda, sorpresa mientras intento detener la mano que ya ha fijado un objetivo sobre los hombros que se alzan por encima del suelo a más de un metro setenta de altura.
¿Una niña?.
Observo como la figura comienza a retirar la ropa de su cuerpo, empezando por el velo musulmán que deja al descubierto un pelo blanquecino y lacio cayendo sobre los hombros en mechones espesos. Cuando abre la chilaba oscura que la tapa puedo contemplar los retazos de piel blanca como la nieve, aunque ligeramente rosada en las zonas expuestas al sol; aún de espaldas, se desprende de la ropa mostrando un cuerpo alto, delgado y atlético, tan blanco como el leve traje de tirantes que la cubre hasta las rodillas.
Totalmente albina.
La chica, de constitución fina aunque infinitamente fibrosa, se gira para mirarme desde el fondo de la habitación, con un halo de oscuridad mate en la piel bajo los ojos anaranjados y la mirada agotada de alguien que lleva mucho tiempo sin dormir.
“¿Por qué nos has atacado?” Pegunto entre espasmos de tos producidas por el fuego que aún me arde en el pecho lastimado “¿Quién eres?”
“Yo, yo…, creo que yo soy Mozart…” Mira fijamente a los ojos cuando habla, sin saber exactamente el motivo me recuerda un personaje de cuento, un ser efímero salido de la imaginación de un niño, un hada. Mueve levemente la cara mostrando aún más esos bonitos y extraños ojos anaranjados, bordeados por un par de cejas plateadas, estrechas y bien dibujadas. “No pretendía hacerle daño…., intentaba evitar que cerrara la puerta “ Vuelve a dejarme olvidado sobre la pared para encarar la mirada de Scully, aún sobre el suelo “Necesito tu ayuda, agente Scully, él me dijo que acudiera a ti, que eras de fiar, creo que estoy en peligro”.
Un mes antes: en algún lugar de Louisiana
16 de Mayo
El día es como una enorme bola de fuego que le abrasa los ojos y le lacera la piel, enrojecida y seca en los lugares en los que apenas ha rozado el primer rayo. Viajar de noche es la única solución, tapar su cuerpo como un nómada del desierto sólo un parche momentáneo. Pero hay algo más que el fuego solar en su piel, otras brasas mucho más incandescentes e incombustibles le queman el alma, traspasando cualquier barrera artificial que pueda existir.
Arde, consumida por su propio miedo.
Peter la observa a hurtadillas, sabe que no le gusta ser mirada, analizada. Han sido demasiados años tras una mampara de cristal, víctima de las miradas curiosas, de la observación científica continuada. Demasiadas sesiones bajo el microscopio para una cobaya con exceso de materia gris. Ahora ella habita en un mudo de silencios y miradas esquivas. Casi no ha hablado desde que salieron, escaparon mas bien del CBI, tan sólo monosílabos y leves asentimientos o negaciones de cabeza; si tiene dudas no lo demuestra, si existen preguntas, miedos o añoranzas los oculta bajo unos hombros duros y pesados, cargados con el peso de un millón de años de evolución. Un peso que la hace tambalear al andar, como si avanzara entre arenas movedizas.
Intenta entender, comprender, adivinar el jeroglífico de su propia existencia; quiere vaticinar su futuro y por ende el de toda la humanidad, ese destino que porta en cada una de sus células.
Por una vez. Por primera vez en toda su vida no es capaz de distinguir, de saber lo que debe hacer en cada momento. En su jaula de cristal, en aquella monotonía de paredes blancas todo era mas sencillo, la respuesta a cada estímulo era simple, natural, lógica, siempre y en todo momento adecuada. Ahora tiembla, se agita, bucea en su subconsciente y no hay respuestas claras. ¿Es esto lo correcto?, ¿hasta que punto su decisión afecta al resto de la humanidad?. Conoce la amenaza, ellos se encargaron de hacérselo saber; ¿es ella la solución?, ¿el arma definitiva?.
Puede que en sus manos esté la posibilidad de que la humanidad tenga la oportunidad de seguir adelante.
“El mundo es un sitio bonito”
Ella habla, su voz es melodiosa; Peter ya lo sabía, la ha oído cantar, llorar, pedir, recitar miles de páginas, formulas matemáticas, secuencias de dígitos, hablar con los médicos, con los científicos.
Pero nunca, jamás en toda su vida habló dirigiéndose a él.
“Sí, creo que es un sitio muy bonito” Vuelve a hacerlo, observando el paisaje yermo que les rodea. Sin apenas luz, sin un árbol cerca, pisando arena seca y rastrojos, con tan sólo el canto de las chicharras rompiendo el silencio de la noche.
Una parte de él querría gritarle que esto no es el mundo, que esto es sólo el extremo de la astilla más fina de hielo sobre la punta del iceberg del mundo. Pero no sabe como hacerlo, a su lado se siente insignificante, inútil, analfabeto y sumamente viejo; no habla porque no tiene palabras para describir lo que hay en sus recuerdos, porque cualquier cosa que dijera sería insignificante comparado con lo que quiere comunicar.
Durante el día duermen ocultos en algún lugar inaccesible, su viaje es una epopeya nocturna y oscura, secreta; un viaje a ninguna parte, o tal vez un viaje el centro de todo, al origen, al comienzo y fin únicos.
Durante más de un mes ha recorrido dos estados, cargada con ropas demasiado gruesas y demasiado extrañas. Comprendió pronto que su aspecto era diferente, ya lo había notado mientras vivía en el CBI, era duramente consciente de sus diferencias, del color extraño de su extraña piel, de su cuerpo, de su mente privilegiada y su fuerza desmesurada, de su agilidad de movimientos. Cruelmente consciente. Pero desde que salió de las instalaciones la realidad le ha golpeado en la cara, en la mirada atenta, persistente y asombrada de cuantos se han cruzado en su camino.
Peter le había advertido, fue el quien le dio esas ropas. Su testarudez la obligó a resistirse a usarlas; deseaba con todas sus fuerzas ser normal, igual que el resto, pasar desapercibida; irónicamente lo único que quería era lo mas imposible. Comprendió que andar con ella a plena luz del día era como pasear con un tigre albino por las calles de Nueva York, un tigre sin correas.
Ella y Peter recorrerán juntos el estado de Louisiana, el de Virginia; de Nueva Orleans a Washington, viajando de noche, cambiando a menudo de transporte. En trenes de mercancías, en la trasera de algún camión ocultos entre su carga, la mayoría del tiempo a pie en largas caminatas a través de caminos apartados, bosques y pantanos.
Apartamento de Dana Scully
10:25 de la noche
El teléfono vuelve a sonar. En dos largos pasos alcanzo a responder. La súbita carrera me arranca un quejido de dolor a la altura del pecho, haciendo que me doble sobre la cintura.
“Diga”
“Hola, ¿Mulder eres tú?” La voz de Krycek brama al otro lado. “¡Vaya, veo que continúa la fiesta¡”
Me incorporo como un resorte ante sus palabras. Este hombre tiene la habilidad de arañarme las tripas con sólo una sílaba.
“¿Qué quieres?”
“Lo cierto es que preferiría la voz melodiosa de la pelirroja, pero me conformaré con tu graznidos”
Su silencio empieza a intrigarme. La cara de interrogación de Scully me contempla desde el otro lado de la habitación.
“Pon la televisión lumbrera, canal 7”
Aún con el auricular en la mano indico a Scully que encienda el aparato, ella realiza un barrido ascendente por los canales de televisión, hasta que la detengo con un gesto cuando el sonido amortiguado que surge a través del auricular coincide con el del televisor.
Sobre el monitor aparece la imagen de un periodista, a sus espaldas llamas inmensas consumen los restos de algún tipo de instalaciones. Aún antes de que el presentador diga el lugar reconozco con facilidad la enorme torre de las instalaciones del CBI, ahora totalmente oscurecida por las llamas que la devoran sin piedad.
El aire se llena de silencios, la chica observa la pantalla con detenimiento.
“Creo que alguien está muy interesado en borrar sus huellas” La voz aniñada y seca de Alex Krycek me vuelve a la realidad. “Ahora tengo un encargo que hacer, nos veremos el lunes y repasaremos todos los detalles”.
Cuelga. Cuelgo.
Las dos mujeres me observan mientras intento recolocar mi toalla de una forma medianamente decente. El reloj sobre la pared marca las diez y media.
“Creo que debemos hablar”
“Creo que deberías vestirte, Mulder”
Apartamento de Dana Scully
11:25 de la noche
Sentados alrededor de la mesa del salón aún me cuesta entender todo lo que acabamos de oír. Vuelvo a contemplar la mirada asombrada de Mulder, esos iris verdosos que han visto mucho mas que los ojos de cualquier otro ser humano, que han contemplado pruebas y evidencias que sólo una imaginación desmesurada puede ser capaz de inventar, momentos cuyo mero recuerdo me hacen temblar como una hoja; unos ojos, y una mirada que lucha por comprender, por asimilar lo que esta extraña joven albina nos ha contado.
La muchacha de apenas catorce años que nos contempla sentada en mi sofá es el resultado del experimento genético más audaz e inhumano del que he oído hablar. La manipulación y recombinación del ADN de treinta personas sobresalientes física e intelectualmente, con el único objetivo de encontrar un ser humano completo, perfecto e insuperable en el que se reunieran las mejores características de la raza. Un experimento que asombrosamente parece haber salido perfecto al primer intento, si obviamos el irrelevante hecho de que el individuo perdió la totalidad de su pigmentación en el camino.
“Lo que no puedo llegar a entender es como lograste escapara de ese lugar y por qué”. Mulder respira entre cada frase, no quiere ser demasiado duro con la muchacha, pero necesitamos respuestas sinceras y ciertas y aunque me pese decirlo, lo que nos ha contado es difícil de creer. “He estado allí, he visto esa sala aislada en la que dices te tenían recluida y controlada y es francamente poco creíble pensar que una niña haya escapado sin un rasguño”
“Se que os parece increíble” Habla mientras observa nuestros rostros semidesencajados “Soy perfectamente consciente de lo que puedo pareceros, pero os aseguro que es cierto” Mira hacia el regazo de su falda mientras enreda entre los dedos la tela del vestido, en un movimiento infantil que grita a voces que nos es mas que una niña adolescente. Una niña asombrosa, fuerte, inteligente, única, pero terriblemente asustada. “Puedo parecer frágil y delicada, pero mi fuerza, al igual que mi inteligencia está muy por encima de la normalidad…, para mi desgracia a veces me es difícil controlar esa fuerza”. La mirada tímida que le dedica a Mulder parece pedirle perdón por el tremendo golpe que le ha dejado un colosal moratón sobre el pecho. “Además, para escapar tenía a Peter Atkinson”
“¿Conoces al señor Atkinson?” Hay algo en ella. Un magnetismo, una sensación de vulnerabilidad y temor bajo un manto de dureza e inteligencia superior; algo que no soy capaz de definir con palabras, un sentimiento que me obliga a estar hablando con ella como si se tratara de un precioso objeto tallado en vidrio, un delicado regalo que pudiera quebrarse bajo el mínimo ruido.
“El me ayudó a salir, en realidad el me ayudó a vivir, a crecer allí dentro; me habló de la agente Scully, dijo que acudiera a ella si sentía que estaba en peligro” El rostro se le ilumina al hablar del señor Atkinson “Los demás empleados de la limpieza me miraban con temor y asombro, como a un monstruo de feria. Al principio no entendía por qué no podía salir y entrar como todos ellos, por qué no podía ver el exterior igual que los niños que aparecían en las filmaciones que me mostraban, por qué no había otros con los que jugar; pero eso sólo duró cuatro años, luego consideraron que me necesitaban, que usarían el poder de la inteligencia y pensamiento lógico del que me había dotado para mi propio experimento; así que me mostraron todo lo que habían logrado, lo que habían hecho. También me hablaron del otro proyecto, me enseñaron gráficas, pruebas, los cientos de reacciones orgánicas y bioquímicas implicadas, las proyecciones y simulaciones. Lo vi todo y supe el dolor que iban a causar sobre las personas que se habían implicado personalmente en los ensayos de laboratorio”.
“Te refieres a los treinta investigadores desaparecidos?, fueron seleccionados para los experimentos de potenciación de la inteligencia, ¿verdad….?” Dudo unos segundos en pronunciar su nombre, ella se ha presentado como Mozart, pero presumo que debe tener algún nombre mas acorde con su apariencia.
“Lilith, mi nombre es Lilith” Habla respondiendo con rapidez a la pregunta que apenas he formulado con la entonación de mis palabras; es evidente que su cerebro funciona a una velocidad muy superior al nuestro.
“Un nombre muy apropiado, Lilith…” Repito observando la cara de asombro de Mulder “Según el Yalqut Reubeni, una colección de comentarios cabalísticos del siglo diecisiete, Yahvéh formó a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, aunque en lugar de polvo puro utilizó restos y sedimentos”.
“Al principio todos venían a verme con asiduidad, Annita era mi madre, crecí en su útero, ella me enseñó a andar a los siete meses, Jeremías me mostró mi primera palabra a los ocho, con Robert aprendí a leer y escribir cuando tenía un año, Mary me regaló la pasión por la música…. Todo ello lo recuerdo perfectamente, cada palabra, cada gesto cada uno de sus dedos sobre mis manos y la piel de mis brazos; el asombro de sus ojos con cada progreso con cada uno de los pasos de mi aprendizaje” No llora, sus extraños ojos únicamente se vuelven algo acuosos mientras increíblemente parece rememorar de forma nítida los momentos de sus primeros meses de vida. “Nunca entendían como podía anticiparme a ciertas enseñanzas, como podía conocer cosas que se suponía jamás había visto o experimentado, pero estaban ahí, en alguna parte de mi cabeza y yo sólo tenía que extraerlas”.
Deja la tela de su vestido elevando la cara para volver a enfrentar nuestras miradas.
“Comprendí muy tarde que estaban condenados a morir, fue fácil emitir un diagnóstico; dicen que mi cerebro funciona como un híbrido entre humano y máquina, una inteligencia artificial dotada de redes neuronales reales, de conexiones lógicas vivas que funcionan a una velocidad muchas veces superior a la humana… encontrar la razón fue fácil, lo más duro, lo difícil llegó cuando me convencí de que no había cura posible, de que mi diagnóstico era cierto e irreversible y que todas aquellas personas que me habían creado, cuidado y querido morirían irremediablemente en un corto periodo de tiempo” Sus manos se siguen empeñando en alisar la tela sobre sus rodillas, como si necesitara mover las manos para convencerse de que está viva, que no es tan solo el sueño delirante de un grupo de visionarios.
“¿Qué salió mal en el otro experimento Lilith?, ¿por qué se morían esas personas?” Arrodillada frente a sus piernas intento detener con mis manos el movimiento convulsivo de sus dedos.
“La enfermedad se llama Progeria, deriva del griego geras, vejez. En su intento de multiplicar su propia inteligencia los investigadores consiguieron el aumento de las conexiones neuronales, pero en esa aceleración una forma mutada del gen Lamin A provocó que las células se dividieran más frecuentemente, causándoles el envejecimiento acelerado y la muerte prematura”
“Creo entenderlo” Hablo intentando encontrar las bases científicas con las que explicarle a Mulder lo que acabamos de oír. “Una célula típica se divide un cierto número de veces para lograr que otras nuevas reemplacen a las que se encuentran desgastadas o defectuosas. Si por alguna causa se pierde esa habilidad celular regeneradora, las personas envejecen anticipadamente. Es una enfermedad muy rara, se estima que afecta a una de cada 4 millones de personas. No debe haber más de 40 casos conocidos. Desgraciadamente la expectativa de vida para quienes padecen esta enfermedad no es de más de 13 o 14 años”.
“¿Quién se arriesgaría a probar algo así en si mismo de forma consciente?” Con una taza de café caliente en una mano y una bola de papel marrón arrugado, con la que lleva dos horas jugueteando, en la otra, habla entre sorbo y sorbo.
“No de forma consciente, claro” Lilith apura su último buche de leche, alternando su mirada entre mis ojos y los de mi compañero; por algún motivo siempre dice su última palabra observando a Mulder, creo que comprende a quien es mas fácil manejar en este dúo que formamos.
“Lilith” Me tomo la libertad de llamarla por su nombre por primera vez, es un procedimiento primario en las técnicas psicológicas del FBI, quiero que confíe en mi, que nos cuente todo lo que sabe, lo que ha visto; que bucee en sus recuerdos para encontrar lo que conoce y lo que no sabe que conoce. “Tienes que intentar repasar cada detalle, cualquier cosa puede ser importante para deshacer esta madeja” Ella sonríe levemente, parece algo mas relajada.
“Ellos nunca fueron conscientes de lo que les estaba ocurriendo, sólo el doctor Feldmann y alguno de sus hombres de confianza estaban al corriente; por supuesto ellos mismos nunca se sometieron a las pruebas” Descansa unos segundos entre frase y frase, no para respirar, ni para pensar, ni siquiera para meditar; solo pretende asegurarse de que seguimos creyendo todo lo que cuenta, observando cada gesto, cada parpadeo, cada mínimo cambio en el ritmo de nuestra respiración. “Increíblemente el experimento resultó y los resultados sobrepasaron las expectativas, hasta que surgieron las mutaciones del gen. Cuando los primeros síntomas aparecieron ya era demasiado tarde para todos. Les fue muy fácil deshacerse de ellos simulando un abandono de la empresa y la muerte posterior en diversas circunstancias. Cuando sus cuerpos y mentes se volvieron irreconocibles les bastó recluirlos en varias Residencias de Ancianos bajo nombres falsos. Ahí les encontré varios años después de dejar de verlos”.
“¿Así que eras tu quienes les visitaba antes de morir?” Su sonrisa es bonita, hermosa y amarga como la bilis cuando asiente; esos ojos que sólo deberían haber visto juegos, deportes, amores de adolescente me cuentan mucho más de lo que quiero saber, auque ella gira la cabeza intentando evitarlo. “¿Por qué lo hacías Lilith?, dime por qué arriesgarte a que te encontraran de nuevo para ver a un grupo de ancianos en su lecho de muerte, unos viejos que ni siquiera eran capaces de reconocerte…”
Vuelvo a observarla, a pesar de su extraña apariencia parece una chica fuerte, de las que no se vienen abajo fácilmente. Aunque creo entrever una leve vulnerabilidad bajo ese aparente manto de enorme entereza; una especie de terror difícil de describir que emana de ella, electrizante. Un miedo oculto que le aparece al hablar, con un timbre susurrante, dulce, lleno de sutiles matices.
“Son mis padres, todos y cada uno se ellos; solo pretendía despedirme, decirles que estaba aquí, que les recordaba y les necesitaba más que nunca; que buscaría la forma de hacerles pagar lo que les hicieron, lo que me hicieron a mí”.
00: 30 de la mañana
Lilith nos ha hablado de una nueva conspiración, nuevos proyectos y experimentos crueles realizados en base a un patriotismo enfermizo y depravado. Obligada a trabajar para los mismos hombres que la habían creado, involucrándola, sutilmente, sin violencia, con bellas palabras, en un nuevo y delirante proyecto de estimulación de la mente humana, un experimento fatalmente fallido. De las decenas de experimentos fallidos posteriores a su nacimiento que no acabaron siendo más que meras caricaturas de humanos, olvidados y ocultos en la parte hospitalaria clausurada del CBI, hasta que les llegara una muerte lenta y dolorosa.
De sus intentos infructuosos por detener el daño producido sobre las personas que más amaba. De su odio, cuando comprendió lo que les esperaba a los que habían sido sus padres, física y sentimentalmente. Sus intentos de detener lo inevitable se hundieron en el abismo de la desesperación; nos habló de sus noches insomnes en busca de la solución; de cómo la aterrorizó la certeza de que toda su vida, todo lo que había conocido, desaparecería en un breve lapsus de tiempo, dejándola a solas con los verdugos de los que habían sido su familia, a merced de sus deseos y de los proyectos que tenían sobre su vida. La única conexión con la realidad había sido aquel hombre que limpiaba su habitación, el que siempre la había mirado de forma especial, un personaje ajeno a todo el teatro absurdo que era su monótona y solitaria vida. Tuvo que elegir entre la seguridad del único mundo que había conocido y el futuro que le ofrecía aquella mano amiga, un futuro desconocido, nuevo, desafiante, peligroso tal vez, pero infinitamente mas deseable. Tuvo que elegir y la niña que aún era venció a la mente racional, lógica, matemática que le gritaba desesperada que era un error.
Ahora, mas que nunca en toda su existencia, estoy convencida de que es consciente de que esa decisión, aún pudiendo costarle la vida, es lo mas inteligente que ha hecho en toda su vida.
Finalmente, las cosas vuelven a no ser simples, volvemos a comprender que no basta con buscar la verdad, no basta con encontrarla, es necesario sacarla del agujero donde se oculta y combatirla si queremos sobrevivir.
Lilith se levanta para dirigirse hacia el baño. Y cuando me vuelvo a quedar a solas con Mulder, dejo de tener casi nada que decir, haciendo que nuestro silencio pase a ser incómodo; luchando entre el deseo de abrazarle y el de hablarle de nuevo como a una compañero. El volver a sumergirnos en el caso nos ha hecho reflexionar inconscientemente y en silencio sobre el paso que acabamos de dar; y la inseguridad de esta nueva situación nos abruma, llenándome de dudas. Dudas que acaban por desaparecer cuando se empeña en mirarme fijamente, demostrándome una confianza, un índice de intimidad superior a lo normal y la voz mas suave que creo recordarle, una voz nacida para enredarse en los pliegues de mi cama.
“¿Crees en serio todo lo que nos ha dicho?” Toma la punta de mis dedos con el extremo de los suyos, haciendo que me corran peces en el estómago “Tu eres la científica, ¿crees que es posible potenciar la inteligencia de un ser humano?”
“He oído muchas teorías al respecto, Mulder” Mi mente profesional aparta la vista y el resto de mis sentidos del único lugar donde nuestros cuerpos permanecen en contacto, intentando concentrarme en el aspecto científico de su pregunta. “Según G. Doman cualquier niño nace con una inteligencia potencial mayor que la que Leonardo da Vinci utilizó en toda su vida”.
Insisto en reconocer a Lilith. Aparentemente es una chica normal de catorce años, extremadamente alta para su edad, tremendamente fuerte y fibrosa, pero normal. No entiendo de donde emerge su fuerza, pero es evidente que está ahí, apenas pude resistirme cuando intentó abrir la puerta del apartamento; y aún me cuesta creer que estos brazos delicados levantaron a un hombre del tamaño de Mulder desplazándolo mas de tres metros en el aire sin apenas despeinarse.
Sólo su tez, pálida y casi transparente me recuerda que no es una chica corriente, su piel y ese olor a almizcle que sigue perdurando en el ambiente y del que trato de abstraerme para no revelarle cuanto me desagrada.
“Lo notas, ¿verdad?, lo hueles…” Intento negar con la cabeza, pero me es difícil mentir, así que retiro mi mirada hacia otro lado.
“Creo que se debe a algún compuesto en tu dieta que no metabolizas, o lo haces de forma incorrecta. Posiblemente en el CBI conocían el problema y te suministraban una dieta adecuada. Creo que sólo necesitamos una batería de análisis específicos para determinar cuales son los alimentos que no deberías comer”.
No responde, se limita a respirar hondamente, llenando sus pulmones de su propio y repulsivo olor, puede que en un gesto de autocastigo inflingido.
“El color de tu piel no te afea ni mucho menos, tampoco es un problema grave. Miles de personas padecen el albinismo y salvo algún inconveniente de fotosensibilidad no debe preocuparte” Tomo su mano para ayudarla a bajar de la mesa de la cocina mientras observo por el rabillo del ojo a Mulder apoyado sobre la puerta “Afortunadamente a mi compañero lo descartaron por tonto” Bromeo observando la reacción de Mulder “Heredar esa enorme nariz sí hubiera sido un problema realmente grave…”
Mulder no quiere reír. Aunque la sonora y alegre carcajada de Lilith acaba por arrancarle una sonrisa. Baja la cara evitando mi mirada, no obstante puedo ver como sus dientes recrean una sonrisa leve y sexy que vuelve a agrietarme la serenidad por debajo de la cintura.
“Necesitamos llevar a Lilith a un sitio seguro Scully” Habla dejándome recuperar parte de mi frialdad “No creo que tu apartamento sea lo bastante seguro, posiblemente acabarán vigilándonos y no seremos capaces de protegerla durante las veinticuatro horas”
Bueno, parece que volvemos a hablar del caso. Debo serenarme y dejar de pensar en este hombre como el mismo con el que he pasado el mejor sábado de mi vida.
El mejor día de mi vida.
Serenidad, profesionalidad, eficiencia.
Soy la agente Scully y aunque me empeñe, esa mirada que ahora me dirige a los labios no está recordando lo mismo que yo estoy recordando en estos momentos.
Eso creo.
“Ya lo he pensado Mulder”
Claro que sí, llevo dos horas pensando cual será nuestro siguiente paso, mientras la chica nos contaba todo, mientras cenábamos, mientras volvíamos a repasar el material de los DVD…, no he pensado en otra cosa durante todo ese tiempo
“Creo que se quien se encargará de cuidarla por nosotros”
Improviso, afortunadamente un nombre aparece rápidamente en mi mente.
Centro comercial Glober
Domingo 17 de Junio
18:05 de la tarde
El local es un moderno edificio acristalado, una cúpula gigantesca sobre un esqueleto metálico que pretende mostrar una imagen futurista. Las caravanas de personas atraviesan las galerías semejantes a un único organismo serpenteante, una enorme lombriz en la que cabeza y cola son indistinguibles.
El hombre de un solo brazo observa expectante sin poder apartar los ojos de la joven. La pareja de agentes del FBI la vigila de cerca, aunque no parece que deseen agobiarla con su presencia.
La chica, apoyada sobre el barandar del centro comercial, ha dejado caer descuidadamente sobre los hombros el velo que cubre su espeso y blanco cabello protegiendo su delicada piel del potente sol de junio, dejando libre la vista del pelo y el largo cuello que mantiene erguida la cara con las facciones mas hermosas que haya visto jamás. El no es creyente, pero la imagen de aquella adolescente le devuelve a su infancia, al dormitorio de su madre y al icono de la virgen niña a la que ella rezaba cada noche. Nunca ha visto un ser así; frágil, lánguida, etérea como una orquídea blanca, de una belleza antinatural. Si todo lo que sabe de ella es cierto puede que esté ante el ser vivo mas impresionante que haya existido; el compendio de todo potencial físico y mental del ser humano, el hombre, o mejor la mujer definitiva, una Venus surgida de un tubo de ensayo.
Agita la cabeza sobre el arco de sus hombros, debe despejar sus ideas, desterrar cualquier prejuicio, dejar de pensar por si mismo; él es de nuevo un hombre con una misión. Y eso es lo único que debe ocupar su mente.
Krycek vigila, un corazón de acero perfectamente capaz de distinguir el bien del mal; aunque vive atrapado en la telaraña tejida por quienes le ordenan, piensa que en el fondo todo es como un juego y él espera, se prepara para su próxima jugada, presintiendo el siguiente movimiento de sus adversarios.
Es domingo y a estas horas, éste, como todos los centros comerciales de Washington, del país entero, están repletos de gente. Lilith comienza a sentir frío a pesar de encontrarse cubierta hasta los tobillos, el lugar le hiela el alma, como si se encontrara aislada de todo ese bullicio que la rodea, incapaz de centrar su atención en un solo objetivo. Mirar, procesar, almacenar cada nueva información le hace perder el control de sus señales vitales; no hay motivo para ello, pero su mente se empeña en recordar cada arruga, cada lunar, cada mínimo detalle de cada una de las cientos de personas que la rodean y el esfuerzo le está haciendo perder mucha energía.
Reclinada sobre la baranda del segundo piso, la chica de ojos naranjas aparta la vista del total del universo para centrar su mirada sobre el hombre del banco; retirando un blanco mechón de la cara con gesto cansado para observar con claridad esos ojos verdes.
El observador mantiene la mirada en la distancia, asombrado porque ella le ha detectado entre miles de personas, le ha visto y sabe por qué está ahí, sabe cual es su misión y las dudas que le asaltan, dudas que arañan sus entrañas. Durante unos instantes nota la presencia de sus vísceras agitadas por una extraña punzada a la altura del estómago. Encogido sobre si mismo, doblado sobre su vientre acaba por colocar las manos sobre el reconfortante y frío cañón de su arma.
Ensimismado en su propia vigilancia el cazador no percibe el par de ojos que observan toda la escena completa. Observado, evaluado y puede que sentenciado.
El cazador cazado.
18:20 de la tarde
La cafetería está llena. Familias, parejas jóvenes y algún que otro grupo de adolescentes. Todos ellos en animada charla. Casi es la hora de la cena, pero la mayoría de las tiendas continuarán abiertas hasta el anochecer y el asfixiante calor es más fácil de soportar bajo la cúpula acristalada y aclimatada del centro comercial.
El local no es demasiado amplio pero su especial distribución me permite vigilar las dos puertas cómodamente. Scully mira hacia la derecha, yo hacia la izquierda. Es uno de los pocos sitios donde aún sirven café a estas horas, necesito un buen vaso para mantenerme despierto después de la larga noche y el intenso día que hemos pasado repasando todos los archivos del CBI.
Lilith juega con el sobre con los DVD, ha insistido en llevarse una copia con ella. Sabe que ahora necesita ampliar sus conocimientos, recopilar información, pero llegará un momento, no demasiado lejano, en el que esté preparada para dar respuesta a cada una de las incógnitas que ahora nos asaltan.
Scully le ha hecho prometer que contará con nosotros cuando llegue ese día.
Peter acaba de entrar en el local. Vestido pulcramente con un traje marrón, camina zozobrando entre las mesas repletas, su mirada, a pesar de reflejar una profunda preocupación, es inmensa y radiante cuando descubre el rostro de la chica.
Apenas existimos en su mundo cuando se acerca para sentarse. Saluda, solo como una muestra de cortesía.
“Lilith” Únicamente un nombre, asido a su mano como si fuera lo único que le ata a la vida.
“¿Cuánto hace que está con ustedes?” Cuando habla no nos mira, centrando su atención en la delicada mano que gira entre sus dedos. “No tendríamos que habernos separado”
“Señor Atkinson, creo que deberían irse, ¿hay algún lugar donde crea que estarán seguros?”
“Agente Scully, no se preocupe, lo tengo todo preparado” Vuelve a girarse hacia la muchacha “ya estaba preparado hace semana, pero insististe en ir a verlos”
“Siento haberte puesto en una situación peligrosa, pero tenía que hacerlo”. La mirada sincera y abierta “No me arrepiento Peter, he visto a siete, la vi a ella… y ¿sabes? Yo fui lo último que ella vio antes de irse… y creo que me reconoció”
“¿Hablas de Annita verdad?” Odio interceder en esta conversación, pero mi afán de conocimiento es superior “La señora Staff era Annita van Halen, tu madre”
Asiente. No creo que haya nada más cruel para un hijo que ver morir a sus padres. No puedo imaginar lo que debe ser verlos morir siete veces.
“Solo queda él, ¿sabes Peter?, solo él…”
“Lo se, lo se” Peter asiente. Ni siquiera ha tocado su café. Sus manos, hasta hace unos instantes serenas tienen un ligero temblor. “Ahora tu eres lo mas importante, tenemos que irnos, olvidarlo todo, volverás a empezar y te prometo que todo será diferente”
Tiene la total atención de Lilith. Sonrío, me encantaría, de verdad que me encantaría que todo fuera cierto. Algo me dice que les queda mucho para el final.
Se han levantado, ninguno ha terminado lo que ha pedido, Peter ni siquiera lo ha probado. Nos promete que tardarán solo unas horas en salir del estado. No da detalles de dónde ni como se irán. Sospecho que para Peter sigo sin ser alguien de fiar. No me ofendo, prefiero esa actitud a la defensiva, me asegura que tendrá cuidado con el enorme tesoro que tiene que custodiar.
Lilith solo ha dado cinco pasos hacia la salida cuando se vuelve a mirarnos. Esperamos unos segundos, hasta que una sola palabra sale de sus labios.
“Gracias”.
Y se gira, para marcharse atravesando la cafetería sin decir nada más, agarrando los hombros del hombre.
18:40 de la tarde
La chica y el hombre del pelo canoso han salido solos de la cafetería. Parece que los agentes se han quedado en el interior, es evidente que tienen mucho que decirse; de eso al observador no le cabe la menor duda. Estupendo, su distracción será un punto a su favor.
Cuando el hombre manco se acerca hasta ellos por detrás sabe que es el momento de actuar.
19:45 de la tarde
La multitud no disimula, ni perdona, ni compadece; tiene muchas cabezas, pero ningún cerebro. Cuando nos adentramos en una multitud ahogamos el clamor de nuestro propio silencio. No hay nada tan rápido como un grito, un bulo, un rumor que recorre una multitud.
En apenas segundos el total de la segunda planta del centro comercial conoce que ocurre algo junto a las escaleras mecánicas.
Algo.
No importa su origen, no importa la razón, solo hay que correr hacia el rumor para abalanzarse.
Nosotros también corremos. Porque nosotros tenemos algo que perder.
Ocultos tras el gentío puedo distinguir las dos cabezas de cabellos blancos; la chica y el hombre.
A sólo un metro de distancia Krycek y Sara Neville parecen enfrascados en una dura batalla.
Krycek se ha abalanzado antes de que hayamos podido llegar hacia ellos. Sin capacidad de reacción observo como ambos caen al suelo con un ruido seco, en un baile de golpes.
Me es imposible saber lo que ocurre, dos titanes luchando, pero soy incapaz de distinguir la razón de esta batalla ni a quien debo apoyar.
Mis pies, sacudidos por una súbita inyección de adrenalina en las venas avanzan en grandes zancadas hacia la pareja que sigue rodando por el suelo, en un nudo de brazos y piernas que se agitan sin descanso. La muchedumbre curiosa se ha obligado a construirles un tatami improvisado, mientras el anciano y la joven observan asombrados la titánica lucha, replegados sobre la pared.
Medio minuto y Sara Neville cae de bruces contra el suelo como un peso muerto; aparentemente no siente dolor, no hay gestos ni lamentos; de un solo movimiento de sus ágiles piernas saca el suficiente impulso para enderezarse de nuevo y agarrar la única mano de Krycek retorciéndole el brazo para inmovilizarle de rodillas sobre el suelo mientras apunta su nuca.
En el breve instante que tardo en apartar la maraña de curiosos que se ha formado y sacar la pistola del bolsillo de la chaqueta para levantar la mirada, Sara Neville ha desaparecido llevándose consigo a la chica y a Peter Atkinson. Dejándome asombrado con la imagen de Krycek apuntando el estómago de una Scully que me observa rogando perdón por la situación que ha sido incapaz de controlar.
“Quédate quieto Mulder”
Habla mientras le apunto. No se lo que ocurre, no entiendo, pero no voy a detenerme.
"No te voy a seguir oyendo, Krycek", Hablo intentando aparentar frialdad mientra observo como aprieta el cañón del arma contra el cuerpo de Scully. “¿Qué me impide meterte una bala entre los ojos?
"¿Qué te lo impide?, la respuesta es fácil…que la mataré delante tuya si no sueltas la maldita pistola!"
Sin sarcasmo, realidad pura y dura.
La muchedumbre empieza a abandonarnos, alguien debe haber hecho saltar una alarma silenciosa; algún dependiente al que la súbita pelea le ha dejado sin clientes a los que cobrar ha debido clamar pidiendo ayuda; comenzamos a ser dueños del campo de batalla; un campo que por momento se vuelve desierto, dejando que enfrentemos nuestras miradas y nuestros miedos en ausencia de testigos.
Oigo sirenas. Ahora soy yo quien sonríe.
“No te molestes en soñar Mulder, no es la policía” Agito la cabeza algo desorientado, las cosas se han desarrollado muy rápido "¿En serio crees que es la policía?” Repite las palabras “¿Estás seguro de que la caballería llega alguna vez a tiempo?”.
Miente, miente, miente y sigue haciéndolo aunque me empeño en negar con la cabeza.
"¿Te arriesgarás?, ¿y si son ellos?, te aseguro que son capaces de todo por encontrarla, y si los dejas lo harán” Gira la cara, enfrentando su boca sobre el oído de Scully, siento una punzada de celos cuando percibo como se agita bajo su abrazo “Soy su única posibilidad… Conozco a Sara hace años, se como piensa y como actúa” Noto como afloja el cañón de la pistola sobre el vientre de Scully “Créeme Dana, se de lo que es capaz esa mujer. Debo irme, se nos acaba el tiempo”
“Deja que nos vayamos Mulder…” La voz de Scully me hiela el pulso.
No, no lo hagas, no lo digas…., no me obligues a elegir.
“No le creo, pero tampoco me fío de la doctora Neville, quiero salvarla, esa chica confía en nosotros” Continúa, girando levemente el rostro posando su mano sobre la prótesis de Krycek que descansa en su propia cadera; agradezco al cielo porque ella no es capaz de ver la sonrisa triunfal que lleva puesta. “Bien, Alex, irás tras ella, Mulder bajará la pistola…” La mirada de Scully es decidida, obligándome a plantearme obedecer pese a mi propio instinto “… pero no lo harás sólo, yo iré contigo para asegurarme de que nada le ocurre a la chica”.
Krycek me sonríe, sigue apretándose contra Scully, estoy a menos de un metro de ellos. Sabe que no soporto ver como él, precisamente él, la abraza. Tropiezo con la mirada de Scully, que sostiene la mía, como si quisiera afianzar su parte de libertad, su autonomía, como si disfrutara en parte en esta improvisada danza con el adversario.
Aquí estoy, yo, Fox Mulder, frente a Alex Krycek, el mayor traidor, mentiroso, asesino, sicópata y cobarde, y he de enfundar mi pistola y dejar mi futuro en sus manos o arriesgar la vida de la única persona que me importa en este maldito universo.
“De acuerdo, pero me vas a permitir que siga abrazándote un rato mas…, sólo para convencer a Mulder de que esta es la mejor opción” Krycek ha empezado a caminar de espaldas hacia la salida, arrastrando a Scully en un férreo abrazo, mientra permanezco inmóvil, atado al suelo por la misma pistola que apunta el estómago de mi compañera.
19:40 de la tarde
Hay demasiados secretos, demasiadas preguntas sin contestar a nuestro alrededor; lo se y soy consciente de que la única persona que quizás posea todas las respuestas es el hombre que me apunta en el estómago con su arma, el mismo que en un derroche de confianza, de fe en él, acabo de permitir escapar.
No me acabo de entender a mi misma, no puedo saber porqué sigo confiando en sus palabras, en sus actos; quizás esperando una redención, un milagro, la luz al final del túnel para un alma perdida. Por alguna razón, puede que bajo un manto de piedad cristiana mal entendida, una parte de mí sigue creyéndole cuando habla, anhelando algo mas que un golpe a traición, un engaño; esperando una muestra de humanidad del mismo hombre que, paradójicamente, no ha logrado más que convertir toda su vida en un cúmulo de desinformación, mentiras y manipulación.
Cinco minutos mas tarde aún corremos. Aunque hace rato dejó de apuntar, me he negado a abandonarle, él ni siquiera se ha molestado en pedirlo. Sabe que le voy a seguir hasta que encontremos a la chica, sea cual sea la intención que tenga en ese momento yo estaré allí. Apoyándole como los compañeros que hemos sido durante la última semana o atacándole como los enemigos que nunca hemos dejado de ser realmente.
No tardamos en aparecer en el exterior, la suave luz del atardecer nos deslumbra unos instantes impidiéndonos ver claramente el paisaje que nos rodea. El tiempo transcurre lento antes de que mis ojos se acostumbren dejándome reconocer el parking repleto de vehículos.
Al fondo distingo las figuras de las tres personas que perseguimos, recortadas claramente sobre el cielo violeta del anochecer. Tres figuras fácilmente reconocibles. El hombre del traje color castaño, pulcramente planchado y almidonado. La ágil estampa de la hermosa doctora Neville, aunque dudo mucho de que ese sea su verdadero nombre; aún no he decidido si posee o no algún doctorado. Y la alta figura envuelta en ropa oscura, a pesar de que cubre la mayor parte de su cuerpo, los retazos de piel blanquecina luchan por desplegarse bajo los restos de sol, destacando como luces de neón.
Una mano me agarra por el hombro. Es una mano tibia, dura y feroz; un brazo que atenaza mi piel sin piedad, obligándome bajo la presión de dedos de acero a ocultarme detrás de los automóviles. Sigo sintiendo como queman sus yemas segundos después de que haya cesado el contacto.
“¿Cual es el secreto Krycek?, ¿qué es lo que realmente escondes?”
“¡Vaya!, la imperturbable agente Scully vuelve a buscar la verdad…, la verdad es difícil de encontrar” Me habla en un susurro, muy próximo a mi oído, como quien confiesa el mayor de los secretos “deja de buscar…, o correrás el riesgo de descubrir eso que buscas… ¿crees poder soportarlo?”
“¿Por qué nosotros Krycek?, ¿por qué involucrarnos? Sabes que no pararemos hasta el final…”
“Lo siento querida…; eras sólo el complemento, venías de regalo en el pack”. Se aparta para dejar que le contemple; y sonríe, con esa expresión de sinvergüenza profesional que tan bien le sienta.
Si mis ojos fueran proyectores láser ahora mismo su cerebro estaría fundido a mis pies. No soporto que me menosprecie; lo sabe y juega con esa ventaja. Le odio porque vuelve a hacer que me sienta vulnerable, peligrosamente femenina.
“Necesitaba a Mulder para entrar y salir del CBI, desgraciadamente ese cerebro de mosquito era el único sitio en el que aún seguían los planos reales del edificio, aunque el nunca haya sido consciente, sólo necesitaba el estímulo suficiente para encontrarlos entre los recuerdos borrados de su mente hace quince años.” Vuelve a murmurar, expulsando el desecho de sus pulmones sobre la piel de mi oído.
¿Por qué siento ese cosquilleo en el estómago cada vez que me susurra?, ¡madre de Dios!, ¿qué es lo que me ocurre?, ¿qué parte de mi yo es tan irracional y primitivo?, ¿qué hay en este hombre que hace que tiemble?, ¿qué me produce esta explosión de sensualidad y me hace sentir la mujer mas deseable del mundo?, ¿por qué él? Es una sensación básica, animal, arcaica, un simple efecto, una esencial respuesta hormonal de todo mi cuerpo a su proximidad. El tiene la emoción de lo prohibido, su cercanía me transmite una corriente básica, una masculinidad primaria, un cinismo radiactivo que me quema sin llegar a tocar, provocándome una sensación de descontrol e inseguridad que me convierte en alguien muy inestable.
Vuelve a ser consciente de ello y vuelve a curvar los labios cínicamente.
Bajo la mirada, necesito centrarme en lo que está ocurriendo en estos precisos instantes.
Ya patearé esa sonrisa en otro momento.
Observamos en la distancia, no puedo oír lo que hablan, pero los gestos son claros. La mujer se parapeta tras el hombre, es su salvoconducto. Empiezo a comprender como le ha sido tan fácil huir llevándose a Lilith sin que ella la parta en dos de un golpe. Intuyo que bajo la chaqueta apunta la espalda de Peter. Cuando veo como giran junto a un Ford rojo adivino que debemos actuar con rapidez.
Como si hubiera leído mis pensamientos Krycek se pone en pie junto a mí, alto como Mulder, mucho menos humano, infinitamente más peligroso; observa las tres figuras y gira para mirar mis propios ojos, con el poder hipnótico de una serpiente; no habla, pero su examen me intimida; aún antes de permitir que me levante desde el suelo abandona nuestro escondite para reptar entre los coches hacia su objetivo.
En un mal paso Peter tropieza cayendo sobre la carrocería del automóvil. Sara impaciente golpea al hombre con su pistola para que camine y éste vuelve a caer de manera más brusca sobre el coche.
Los rasgos de Lilith cobran dureza por vez primera mientras observa la escena. Peter Atkinson se resiste y lucha por volver a erguirse, pero las manos de Sara le obligan a caer por tercera vez sobre la chapa con un sonoro golpe.
Cuando la chica levanta de nuevo el rostro, el odio ha desaparecido de su mirada para dar paso a algo más intenso y mucho menos agradable. Solo con esa mirada se que su paciencia se ha terminado, no es mas que una niña, pero una niña muy furiosa.
El movimiento violento de la chica toma por sorpresa a la doctora Neville, que ahora reconoce palmo a palmo la carrocería del coche sobre el que hace unos segundos descansaba Peter Atkinson; manipulada como un muñeco de fieltro.
Corro hacia la escena, la mirada de la joven albina no da lugar a dudas; el ser letal, y peligroso que late bajo su aspecto frágil no es fácil de controlar; corro, se que si no llego a tiempo, Sara dejará pronto de ser un problema.
La joven enfurecida, colérica y con el aspecto feroz de una bestia salvaje, forcejea apenas con su captora, golpeando rudamente el hermoso rostro con el revés de la mano derecha, un único golpe seco cargado con el peso de catorce años de sufrimiento. La mujer rubia, desplazada en el aire por unos instantes, acaba con sus huesos en el duro asfalto, sangrando de nuevo por la cicatriz abierta de su ceja y con el hombro derecho desencajado de su eje.
Cuando llegamos Mulder aparece a pocos metros tras nosotros.
Todo sucede muy rápido, en unos segundos pistolas desenfundadas, miradas y amenazas.
En esta conga improvisada que bailamos, Mulder apunta a Krycek, Krycek apunta a la doctora Neville, la doctora Neville apunta a Krycek, y yo no se bien dónde apuntar.
19:50
Cuando les alcanzo el desconcierto me invade de nuevo. He llegado tarde y la escena caótica ante mis ojos no aclara mucho. Vuelvo a no saber de que va la película y vuelvo a apuntar a la diana más fácil. Krycek.
Observo a Scully, no acaba de fijar su objetivo, increíblemente para mí duda entre la doctora y el cerdo de Alex. Finalmente elige la opción que me descoloca.
Mantiene la mirada firme, apretando la pistola entre ambas manos a sólo unos centímetros por encima de su pecho en dirección a la mujer; sus ojos se vuelven apartándose de la doctora Neville, sorprendentemente, no hacia mí.
No busca mis ojos como siempre, sino que bucea en los de Krycek, que permanece de pie junto a ella apuntando a su vez a Sara Neville, obligándola a mantenerse quieta mientras ella misma le amenaza con el cañón de su arma.
Scully y Krycek se miran a los ojos. Puede que haya algo en esa mirada que Scully no se permite dejar de contemplar, un mensaje en un lenguaje silencioso, en el lento parpadeo del hombre; tal vez el reconocimiento de un secreto, alguna certeza, alguna evidencia que no acabo de entender; apartándome del tablero sobre el que ellos han decidido enfrentar sus fichas.
Él parece estar sujetando su demonio interior, sincera y totalmente tranquilo. Tras unos segundos de observarse en silencio Scully es la primera en apartar la mirada, volviéndola hacia a la mujer rubia.
“Suelte el arma doctora Neville”
“Se equivoca agente, yo estoy de su parte…, debe apuntar a Kryc…”
El disparo que parte del arma de Scully atraviesa el silencio del atardecer desplazando el movimiento de la mano de la doctora Neville que apuntaba a Krycek, haciendo que la bala que acaba de salir de su propia arma desaparezca sobre la pared por encima de la cabeza del hombre. La fuerza del impacto hace que la doctora suelte la pistola y caiga hacia atrás manando sangre del que hasta hace unos instantes era su único brazo útil.
Con ambos miembros inutilizados, la mujer se retuerce de dolor sobre el suelo del aparcamiento cubierto de su propia sangre. Scully no duda en soltar el arma para pasar a ser la doctora Scully y atender rápidamente sus heridas.
Krycek sigue observándome, ni siquiera se ha movido cuando la bala de Sara Neville le ha pasado casi rozando. Sonríe guardando su propia pistola, enfrentando mi mirada de forma desafiante, mientras comprendo que mi mano continúa apuntándole al pecho.
No se que me impulsa a ello, pero yo también bajo el revolver.
“¿Así que finalmente no me vas a matar?” Afirma más que pregunta.
Encojo los hombros alternando mi miranda entre Scully y Krycek.
“¿Matarte? ¿Por qué? ¿Hay algo que yo no sepa?” Enfundo mientras hablo.
“No, creo que no…, aunque… ¿cuentan los pensamientos lujuriosos?”
La mirada que dirige a Scully, agachada de espaldas sobre la doctora Neville hace que dude en sacar de nuevo mi pistola.
“Quita tu asquerosa cara de mi vista Krycek” La vibración del teléfono móvil desvía mi mano desde mi cartuchera al bolsillo de la chaqueta.
“Diga”
“¿Agente Mulder?. Soy la doctora Bowles, de la residencia de ancianos. Creo que usted y sus compañeros deberían venir, es por Elliot”
Residencia de ancianos BAYVIEW MANOR
Washington D.C
20:05 de la tarde
Cuesta trabajo pensar que el cuerpo tendido sobre esa cama y al que sólo le resta un soplo de vida, haya sido no hace mucho un hombre joven.
Delgado en extremo, con la piel reseca y gris pegada sobre lo que un día fueron los huesos que sujetaban a una persona de más de metro ochenta de altura; le es difícil imaginar que de esa mente privilegiada solo quede el leve aliento de vida que ahora contempla.
Las cortinas han sido corridas, la luz es tenue, amortiguada por el dosel que rodea la cama. Silencio, cortado por el sonido intermitente del equipo que monitoriza sus escasas señales vitales.
Cuando ha llegado no se ha atrevido a entrar, apostado en el pasillo, aventurándose tan sólo a observar desde la puerta.
Mulder camina arriba y abajo con nerviosismo, cree que ha sido un error traerlos aquí; a estas horas ya deberían estar a muchos kilómetros de distancia, perdidos en la inmensidad del país, ocultos para siempre de todo su pasado.
Pero ella ha insistido, mierda, ha insistido con tal vehemencia que casi le ha dado pánico negarse; consciente de que cualquier intento sería un trabajo del todo inútil. Por alguna razón sabe que Lilith acabaría regresando a esta institución. Al menos ahora ellos están aquí y podrán protegerla.
Después de diez minutos, en los que Scully se ha asegurado de que la planta es segura, Lilith y Peter descienden del ascensor.
El paso de ambos es lento, arrastrando los pies sobre la moqueta que cubre el largo pasillo.
Las despedidas siempre son tristes.
“Podéis pasar” Mulder les franquea la entrada mientras carga aún su arma desenfundada.
Con pasos indecisos los visitantes se aproximan a la cama. Sorprendentemente para Mulder es la mano de Peter la que toma entre los suyos los cadavéricos dedos.
“¿Conocía a Jeremias?” Scully es la primera en hacer la pregunta que ambos han planteado ante el gesto del hombre.
“Jeremias…, si claro, le conocía…” Su respuesta refleja cierto grado de sorpresa, no entiende por qué la agente le pregunta en estos momentos por ese hombre.
“Se equivoca doctora Scully” La voz de Lilith, suave, baja pero potente, atraviesa el silencio de la habitación y los sorprendidos oídos de los agentes del FBI.
“¿Me equivoco?”
“Sí, este no es Jeremías” La chica toma ahora la mano libre del enfermo, girándola entre sus blancos dedos. Mulder la observa, juraría que es capaz de distinguir la corriente invisible que atraviesa la mano del hombre bajo el tacto etéreo de las palmas de la joven. “La persona que tienen ante ustedes es Robert Atkinson, el hijo de Peter”
5:15 de la mañana
Estoy sentado en el pasillo, devorar pipas no hace que el tiempo transcurra más rápido. Me odio en parte porque estoy esperando, deseando que un hombre muera, pero es la vida de una mujer muy joven la que está en juego y cada segundo es vital para su supervivencia.
Robert Atkinson apura sus últimos momentos, acompañado por su padre y puede que por su única hija, una hija compartida con otras veintinueve personas.
Cuando Scully se sienta junto a mí casi no alcanzo a saludar, tan sólo acierto a extender mi mano ofreciéndole un puñado de pipas de girasol que ella amablemente rechaza.
“Entonces…, si el hombre que tenemos aquí, si Elliot no era Jeremías sino Robert, ¿qué ocurrió realmente con Jeremías y quién ha estado enviando el virus Salieri?” Pienso en voz alta, mientras Scully se acomoda en el duro asiento.
“Jeremías murió en su casa, asfixiado” La voz de Lilith en el marco de la puerta me hace reaccionar. “Aún no estoy segura de si fue un accidente o un suicidio, conocía perfectamente cual era su futuro, lo que le esperaba en un corto espacio de tiempo; tal vez los síntomas empezaron a ser demasiado evidentes e insoportables”
Nos hemos levantado casi al unísono para dirigirnos hacia la muchacha que se mantiene sujeta a la puerta.
“Si es así, ¿como pudo enviar el virus a las oficinas del FBI hace unos días?”
La sonrisa picarona que nos dedica me hace comprender la verdad.
“¿Lilith?” Coreamos su nombre al unísono, sin poder disimular la sorpresa en nuestra expresión.
“¿Fuiste tú quien envió el virus?” La muchacha sonríe levemente azorada ante la pregunta de Scully.
“Al fin y al cabo llevo sus genes…”
“Pero, ¿cómo pudiste hacer que fuera su portátil el punto de origen?, ¿y las huellas de Jeremías sobre el teclado del ordenador de esta residencia?”
“No se imaginan la de cosas que me han enseñado, lo que he aprendido y lo que soy capaz de hacer…” La mirada de satisfacción que nos dirige me hace pensar que puede no ser tan inocente como habíamos pensado, que es capaz de sentir y conocer ciertos pecados como la vanidad, el orgullo y quién sabe cuantos mas de la lista; permitiéndome dudar por unos instantes si hacemos bien al dejarla escapar. “Manipular la base de datos del FBI para introducir mis huellas en lugar de las de Jeremías tampoco fue difícil”.
“¿Eras tu quien entró en el apartamento de Jeremías?” Scully siempre intenta conocer la respuesta a todas las preguntas.
“Yo sólo vivía allí. Fue la doctora Neville a la que sorprendisteis en el apartamento, logró encontrarme y arrasó con todo buscando información. Es una mercenaria, igual que vuestro compañero. Su misión siempre ha sido acabar con cualquier resto del proyecto Mozart, eliminar pistas, y por supuesto hacerme desaparecer”.
“Pero todo lo que has hecho, ¿por qué?, ¿por qué no huir simplemente, desparecer?”
“Porque existo, porque respiro, porque soy diferente, porque soy única, y a pesar de ese hecho odio lo que represento, odio como me han creado y odio todo el sufrimiento que han provocado. No se…, tal vez tan solo porque la venganza es el manjar mas sabroso cocinado en el infierno”
Mientras habla el color aparece en sus pálidas mejillas, el color y la ira.
Un nuevo pecado para añadir a la lista.
Esta muchacha es mucho más humana de lo que cree, mucho más de lo que sus propios autores habrían soñado jamás.
“Tenía que acabar con todo, destruir cada bit de información, cada progreso que habían hecho. El objetivo principal eran las bases de datos del CBI, pero el acceso era casi imposible; yo sabía que existía una conexión con el FBI y que tarde o temprano el ordenador padre del CBI intentaría acceder al edificio federal, abriendo así la puerta de entrada al virus Salieri y permitiendo que este acabara con todo. Ayer por fin llegó el momento, alguien entró en la red del FBI, posiblemente buscando información sobre mi paradero y el gusano que había quedado escondido en los ordenadores del edificio Hoover entró en el complejo. Todo los sistemas de la planta eran controlados por el ordenador padre, incluidos la autodestrucción de los almacenes de memoria y de toda la instalación como medida para evitar ser acusados de múltiples delitos. Creo que Salieri cumplió bien con su misión y acabó con Mozart”.
“¡Lilith!”
El grito ahogado de Peter corta de raíz nuestra conversación. No necesito entrar para comprobar la razón de su llamada. El pitido plano y la línea recta sobre los monitores nos anuncian el final de nuestra espera.
Residencia de ancianos BAYVIEW MANOR
Aparcamiento
7:35 de la mañana
La chica mira al hombre que camina a su lado; no es viejo, no es joven, no tienen nada en común, salvo el color blanquecino de sus cabellos y puede que una mínima parte de su ADN, pero siente que hay lazos invisibles que la unen a él. Lo sabe, lo nota, por primera vez la quieren, con un amor que hace que todo lo demás, cualquier emoción anterior parezca un puñado de arena agitada bajo el viento.
Cuando él posa sus dedos rozando sus hombros siente que todo tiene un principio y un fin; que todos tenemos un lugar en el mundo, un momento, y siempre hay alguien esperando para compartir el suyo con nosotros. Siempre sospechó que algún día el afecto llegaría a ella, que podría rozarlo con los dedos y apresarlo para no dejarlo huir de nuevo. Sonríe.
El joven vestido de negro les observa. Los primeros rayos de sol surgen del amanecer anaranjado, avanzando como leves olas sobre la orilla del nuevo día; los ve nacer entre las sombras alargadas del viejo edificio, jugando al escondite entre las luces y claroscuros que les rodean. Cuatro figuras, cuatro pensamientos que avanzan en su dirección.
Apoyado sobre la chapa negra de su propio coche permanece expectante. La noche ha sido larga, insomne, solitaria, cargada de contradicciones, de preguntas sin respuestas. Su única mano se eleva hasta alcanzar el párpado derecho, situado frente al sol recuerda tener en cuenta ese detalle la próxima vez que realice una vigilancia nocturna. Haciendo visera con la palma escrutina la distancia que le queda hasta ser descubierto por la mirada alerta de Mulder.
Su movimiento es fácilmente percibido por el grupo que camina hacia él de forma inconsciente.
Bien, no es su intención aparecer por sorpresa.
Elegante, trajeado y pulcramente vestido de oscuro, peinado y con sólo leves restos de cansancio en el moreno rostro; el hombre se les acerca con pasos firmes, manteniendo las manos en los bolsillos de sus pantalones, haciendo recaer el peso de sus espaldas sobre sus caderas de forma alterativa, en un caminar seguro, desafiante, orgulloso.
La mano de Mulder se desliza de forma instintiva hacia la cadera, sobre la culata de su arma; necesita pensar por unos segundos, puede no haber motivo para usarla. Un pensamiento lógico en una mente con brotes de irracionalidad cuando cruza la mirada con la sonrisa verde de Krycek.
El bastardo sigue jugando a retarle.
La blanca mano de Lilith cae sobre su codo. El roce es helado, a pesar de la presencia de chaqueta y camisa entre su piel y la de la chica; tan frío que le hace detener el gesto sobre el arma para girar sorprendido enfrentando su mirada.
“Deja que hable con él”
No es un ruego, no es una pregunta. Ella ya no pregunta, no ruega, no lo volverá a hacer, vaya donde vaya la niña que fue ha dejado de existir. La mirada naranja que atraviesa el iris de Mulder no implora, no solicita, no pide, sólo sentencia.
“Todo tuyo” Mulder abandona su cadera abriendo los brazos en señal de asentimiento; mientras, ora en silencio la más hereje de las plegarias, con el secreto deseo de que Krycek consiga sacarla de sus casillas la décima parte de lo que hace con él.
Todo tuyo Lilith, mándalo por mí de vuelta al infierno.
En sólo tres zancadas de sus cuatro largas piernas ambos están frente a frente. Mirar tan cerca el origen de sus pensamientos, la imagen que le corroe las entrañas desde hace horas, le hace estremecer, agitarse de frío a pesar del suave calor matinal.
Así, a esta distancia, su piel es aún mas clara, sus ojos más extraños y tan profundos y hermosos como los de un halcón. Labios de fresa sobre porcelana; y la sensación de estar ante una fuerza aterradoramente nueva, terriblemente frágil y poderosamente humana.
“Debería hacer horas” Puede que sus palabras suenen incoherentes, pero es consciente de que ella le entiende; sostener su mirada, reprimir el instinto de huir, soportar el nudo que le atenaza el estómago, es demasiado trabajo como para pedirle ser mas explícito.
“Tenía cosas que hacer, adioses que dar. Debo cerrar puertas, pero tengo que estar segura de que no queda nadie dentro para volver a abrirlas. ¿Tienes tú alguna llave que yo deba coger?”
“Sólo la de mi automóvil”
Sonríe. Este hombre le provoca sonrisas. No una risa alegre y sincera, no la alegría infantil que siente al hablar con el agente Mulder, al oír sus divagaciones y conjeturas, sus chistes mal contados.
No, claro que no. Nota la diferencia, la energía negativa, el poder de destrucción. Son polos opuestos, positivo y negativo de una misma instantánea; cielo e infierno. Cargados ambos con un poder que la hace sentir viva.
“Debéis iros” Alarga su mano ofreciendo el juego de llaves “El automóvil es nuevo, comprado al contado a nombre de alguien sin pasado. Tenéis que desaparecer, no podré sujetar la lengua de Sara por mucho más tiempo”
“¿A dónde irá un monstruo, una bruja como yo?, ¿crees que puedo encajar en algún lugar?, ¿pasar desapercibida?”
El hombre se acerca a su oído, tocando levemente el hombro de la chica que siente su cálido aliento.
“Óyeme… y oigas lo que oigas nunca lo olvides” Aprieta sus dedos sobre la blanca piel, terrones de azúcar moreno flotando en leche. “Tu nunca pasarás desapercibida, jamás serás ignorada, olvidada… pero no porque seas un monstruo niña, tu no eres una bruja, eres un hada…”
Reservada, cansada, quebrada por la vida, la voz vieja de este hombre joven casi la conmueve. Sus ojos la miran fijamente, bellos, verdes e intensos destacando en la oscura y perfecta arquitectura de su cara.
La chica le mantiene la mirada, puede que esa frase sea producto de algún tipo de arrepentimiento, como si quisiera aminorar parte de su responsabilidad en todo lo que la rodea, como si pensara que es lo mínimo que debe hacer. Su mirada es fría, calculadora, sus ojos distantes, duros, pero sus palabras le demuestran que bajo esa fachada existe al menos cierto retazo de humanidad.
Krycek se aparta de la chica y el hombre, caminando directo hacia Mulder, aproximándose hasta tropezar concientemente chocando sus hombros; dos icebergs colisionando en medio del Ártico; desprendiendo esquirlas afiladas de hielo.
“¿Y les dejarás ir?, ¿así?, ¿sin mas?”
Habla girándose antes de que se aparte demasiado a sus espaldas.
“¿Qué esperabas Mulder?...” Cara a cara. Sonrisa irónica, cortante, directa al orgullo, a la autoestima de Mulder “Veo que aún puedo llegar a sorprenderte… Sí, los dejo ir… soy sólo un asesino…, no un hijo de puta asesino”.
Mulder siente el impulso momentáneo de acabar con este diálogo dando las gracias por lo que sea que Krycek ha dejado de hacer.
“Que te follen Krycek”
Pero no sabe como hacerlo sin tener la sensación de agacharse desnudo delante de él.
“Ya sabes que mi único objetivo es endulzarte la vida Mulder”. Con la clase de sonrisa que te escuece durante horas cuando piensas en ella.
“¿Endulzarme?... verte me provoca arqueadas de bilis, Krycek”
El ahora aparentemente inofensivo Krycek, el hombre que sigue ofreciéndoles todo sin un motivo claro, se aparta de su lado para perderse entre las sombras sin nombre. En la mente de los dos agentes la pregunta continuará al acecho hasta la próxima ocasión en que se cruce en su camino; porque no dudan que habrá otros momentos y otras situaciones y entonces, con seguridad, la razón de esta generosidad momentánea aparezca clara como la luz de esta mañana de junio.
La chica también se aleja, apoyando sus brazos en los hombros cansados de Peter, el hombre que a partir de ahora será su única y suficiente familia. Sus pasos apenas audibles la alejan del pasado, nunca olvidará lo que ocurrió, nunca en realidad dejará de ser quien es realmente, pero su caminar alegre de pájaro liberado les recuerda que por fin abandonará la jaula de oro en la que nació.
“Bueno, al menos esta vez no había hombrecillos grises…” Scully oye a sus espaldas la voz de Mulder, de nuevo invadiendo ese espacio vital y personal que se supone debe pertenecerle, en un murmullo que la descoloca, atravesando la total longitud de su columna vertebral en un sacudida electrizante.
“Cierto, Mulder, sólo mujercitas blancas….” Sentencia, volviendo a restaurar la distancia perdida. Recreándose en la tibia sonrisa que no se permite regalar a su compañero.
Apartamento de Dana Scully
Lunes 18 de Junio
19:30 de la tarde
Tras una noche agotadora, tras tres días de trabajo, tras una semana de investigación he dormido más de ocho horas seguidas sin que ningún ruido del exterior haya mermado la paz en la que ha quedado mi espíritu. Una paz matizada por la muerte anunciada de un hombre, por el dolor de una hija y por la desesperación teñida de resignación de un padre.
Pocas veces la vista de tanto dolor me ha provocado esta sensación de victoria.
No tenemos pruebas, no han quedado restos de la investigación prohibida llevada acabo en las instalaciones del CBI. Los testigos han muerto o han desaparecido sin dejar rastro. Sara no hablará, alguien se ocupará de hacerla desaparecer, posiblemente con un nuevo nombre tan falso como el de Doctora Neville.
Pero me siento bien. Porque alguien se ha ganado a pulso la libertad que todos debemos tener.
En un instante la idea atraviesa mi mente como una ráfaga de luz. Camino derecha hacia la mesa de la cocina donde mi ordenador portátil permanece encendido desde hace un día, con la tapa bajada.
Levanto lentamente para contemplar la pantalla.
No tardo mucho tiempo en comprobar lo que ya suponía; Lilith nos ha vuelto a ganar la partida, ha vuelto a demostrar que es mucho mas lista de lo que su frágil imagen nos deja vislumbrar; sobre el negro fondo sólo aparecen las escuetas letras de una conocida despedida.
“DISK DESTROYER. A SOUVENIR OF SALIERI
I have just DESTROYED the FAT or NTFS on your Disk !!”
No necesito comprobar nada para saber que el DVD que ahora gira entre mis dedos está tan vacío como la tumba de la pobre Annita.
Ni rastro, salvo el recuerdo caótico y demente en la memoria de los agentes paranoicos, desequilibrados y obsesivos que habitan el sótano del edificio federal.
Durante unos minutos permanezco de pié observando la pantalla del ordenador mientras, sobre la mesa de la cocina, hago danzar el disco alrededor de su centro de gravedad.
20:10
Vuelvo a estar en casa, vuelvo a llevar el peso de mi edad sobre los hombros desnudos y vuelvo a oír el sonido de la puerta; pero esta vez no voy a dudar. Sea cual sea el motivo, algo se ha roto durante este viaje, durante este caótico caso. Nunca sabré si fue el atípico e intenso calor del mes junio ó la presencia de Krycek el catalizador que necesitábamos, pero el fuego generado por la reacción de nuestros cuerpos, por el roce de nuestra piel, tardará años en desaparecer de las paredes de mi apartamento.
No voy a dudar, así que salgo de la ducha cubriendo mi cuerpo con el albornoz. Camino hacia la entrada mientras libero mi pelo del gorro de baño.
Abro la puerta.
Está apoyado en el marco; no lleva la misma ropa de esta mañana, su traje oscuro de corte italiano le hacía parecer serio. Ahora se le ve mucho más joven, en tejanos y camisa clara. No se sus intenciones, que le trae a estas horas, que quiere; pero es la encarnación de lo prohibido, oliendo a ambrosía y chocolate, dulce de leche y algodón de azúcar, peinado y vestido para matar.
Estoy despeinada, descalza y siento de pronto que su proximidad me hace empequeñecer aún más; él es inmensamente alto, perfecto y estar junto a él, recibiendo el calor de su cuerpo, es lo único que necesito para sentir que realmente soy insignificante.
Se aproxima hasta colocarse justo delante de mí; dejándome apreciar su calor corporal, percibir su proximidad física; es un bálsamo, un calmante, un alivio. Levanto la cara, buscando la mirada familiar y amiga de sus ojos.
Agotada, cansada de perder el tiempo, de esperar, de dejar que todo se mueva a un ritmo agotadoramente lento, me yergo para alcanzar su boca con mis labios, sin molestarme en inventar excusas, en buscar el momento, en construir un preludio. Abro la carnosa sensualidad de su boca para atravesar lentamente la fría dureza de sus dientes, la tibia blandura de sus labios, el dulce de su lengua; para perderme allí, en la cavidad esponjosa de sus besos. Extendiendo la caricia de mis labios en el lento rodar de mis dedos sobre las extremidades de su cuerpo.
Deslizo mis manos bajo su camisa, levemente, rozando sólo el moratón que sé existe sobre su pecho lastimado; su superficie es suave.
Si existen, los ángeles deben tener el mismo tacto.
No quiero apretar, pero mi deseo puede más que mi control, está ahí delante, a mi alcance, todo mío y me ahogan las ganas de él, como el deseo de beber agua tras una larga carrera.
“Mulder” Baja sus ojos para chocar con los míos, me siento algo violenta, y las palabras que aún no he acabado de pronunciar quedan en mi boca, mientras su mirada me atraviesa hasta colarse bajo la piel, “Dios, te he hecho de menos, te he extrañado cada minuto durante siete años; 84 meses; más de 2500 noches soñando con esto”.
Pienso, pero los fonemas no atraviesan el límite de mis labios.
Hunde su cara en mi cuello, la respuesta a las palabras que no logro articular llega en forma de pequeño mordisco, clavando los dientes sobre mi garganta en un leve bocado, un contacto que llega rápidamente a todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo; desde el estómago hasta lo mas profundo de mi ser, absorbiéndome la esencia de la vida, alcanzando ese lugar donde nadie ha llegado jamás.
20:15
No hay sueño consciente o inconsciente que pueda parecerse a esta sensación.
He llegado temeroso, dubitativo, cauto.
Ahora Scully me aprisiona el cuello con fuerza, bajándome, haciéndome descender, guiándome hasta su boca, hacia su garganta. Ella es pura heroína de la que me confieso adicto, el narcótico mas duro en el envoltorio más hermoso; volveré a caer.
Me cuesta recordar cómo me llamo; sólo cuando la lengua de Scully desaparece de nuevo en mi boca vuelvo a sentir que continúo vivo, ella cierra los ojos y se abandona, dejándose comer con calma, devolviéndome las caricias lánguidamente. Sus besos entran en mí como veneno en las venas, droga directa al corazón a través de mi flujo sanguíneo, sin peajes ni paradas intermedias.
Si mi delirante mente ha tenido en algún momento dudas sobre esta realidad, sobre como debo actuar, hacer o decir, mi entrepierna las acaba de tirar escaleras abajo de un único y duro gancho alto de derechas.
Muy alto y muy duro; recordándome a gritos que es aquí donde quiero, donde debo estar, el único lugar donde aspiro a cobijarme, haga frío o calor, llueva o nieve. En ella, en sus brazos blancos, bajo sus manos, arropado por la manta roja de su cabello, en el interior aterciopelado de sus muslos, en la cueva de su corazón, en cada uno de los poros de su piel.
Empiezo a reaccionar, un soplo de aire comienza a recorrer mis paralizados pulmones. La estatua de sal comienza a deshacerse para dejar aparecer bajo ella los vestigios de un hombre vivo, un ser animado y con capacidad de reacción. Tiro levemente se sus brazos para atraerla hacia mi. Completamente. Hasta que toda su pequeña estatura queda encajada en mi cuerpo, sobre mi abdomen. Cada centímetro de su piel envuelto bajo mi abrazo.
Ruidos guturales en la base de su garganta luchan por salir al exterior cuando acabo hundiendo mis labios sobre su cuello. Quiero llegar a la cama pero no me queda suficiente paciencia, busco el nudo de su albornoz a sólo tres pasos de la puerta.
“Cama”.
No estoy seguro de si lo ha dicho realmente, pero cuando se gira en dirección al dormitorio, aprovecho para agarrarla desde atrás deslizando mi mano para atraparla por la cintura, atrayéndola hacia mí. Mis manos son firmes cuando desplazo su albornoz dejando libre el cuello y la curva de su hombro derecho. Su respuesta es inmediata, dejando caer la cabeza a un lado para ofrecerme su garganta, no espero, aprovecho para hundir la cara en su piel, controlándome para no apretar mientras muerdo suavemente, concentrándome en aspirar el increíble olor que emana de ella.
Sin pensar en nada más, deslizo la mano para tirar suavemente del cinturón de su batín. La tela se abre enseguida, desnudándola ante mí; mi mayor altura me permite contemplar el agitado subir y bajar de su pecho mientras continúo devorando su yugular.
Sólo quiero morder, besar, lamer este cuerpo expuesto ante mis ojos. Quiero apresarla y arrastrarla hasta la excitación, arrancarle cada gemido, cada grito de placer germinado en su garganta.
Mi mano repta suavemente hacia su cintura, abriendo del todo el albornoz, aventurándose hacia arriba; dibujando surcos por donde canalizar mi placer a lo largo de la piel de sus costillas; acariciando con un dedo el extremo de los pezones que comienzan a crecer antes de utilizar toda la palma de la mano y hacerla gemir.
Me falta sangre, oxígeno, mi deseo es tan grande que roza el dolor de forma exquisita. Aún sin apartarme de ella la arrastro hacia la pared. Hasta quedar encajados sobre ella, separo la tela totalmente, asegurándome de que no quede espacio entre nosotros. En una maniobra rápida retiro la ropa que la cubre para dejarla totalmente desnuda.
Antes de dejarme seguir actuando su mano desciende, baja, se cuela entre los dos y busca. Su pequeña y aterciopelada mano se cuela en mi ropa y encuentra. Es fácil encontrar algo que grita de esa forma en el estrecho habitáculo de mis pantalones. Acaricia deslizándola toda hasta enterrarla en mis boxers. Oigo un gemido. Me cuesta unos segundos comprender que sale de mi propia garganta.
“Cama”
Ahora creo estar casi seguro de que los sonidos han salido de mi boca, aunque no soy consciente más que de haberlo pensado.
En un inesperado paso de baile hace que nuestros cuerpos giren sobre un eje invisible, haciendo que sea mi espalda la que ocupe el lugar de la suya sobre la pared.
Se agacha.
Se ha agachado.
¡Dios!... ¡Dios santo!
¡Scully se ha agachado frente a mi y está bajando la cremallera del pantalón!.
¡Dios!... ¡Dios apiádate de mí!.... Por que si bajo la cara y veo lo que creo que estoy sintiendo no voy a soportarlo mucho tiempo…
¡Voy a perder los papeles!.
En su hermosa, blanca y sorprendida cara.
Hay que evadirse, salir de aquí rápida y velozmente, pensar en algo totalmente anti erótico, porque si no, voy a empezar a mover las caderas frenéticamente contra su rostro. Mirar hacia otro lado, al techo, al hombre que murmura en silencio en la pantalla del televisor, a las fotos de familia sobre la repisa de Scully al…
Soy débil, por eso bajo la vista y la veo, los firmes y bien dibujados labios, mas rojos e hinchados que nunca, hundidos entre mis piernas dispuestos a arrancarme el alma con besos prohibidos. Y mi cerebro se vuelve gaseoso mientras su lengua trabaja suave, lenta, dulcemente erótica, acompasada con el lento subir y bajar de la mano, más blanca, mas blanda que nunca, desde la base hasta el extremo, acariciándome en círculos.
El cielo es real, existe; el cielo existe y está dentro de esta boca.
Siento como la sangre escapa de la totalidad de mi cuerpo para acabar concentrada en un solo punto, haciendo que casi pierda la conexión con la realidad que me permite seguir erguido sobre la pared. Durante unos minutos creo desaparecer, concentrado en aguantar la verticalidad con la poca fuerza que conservan mis piernas. Me apoyo en la suave cabeza que se afana en provocarme miles de estremecimientos; puedo oír mi propia respiración, mientras mi mente trata de recuperar el control y suavizar el movimiento desbocado de mis caderas.
El tiempo pasa, el aire se llena de ruidos, del sonido del paso del tiempo lento, espacioso, pausado, rítmico.
El orgasmo llega inevitablemente, superando mi poder de concentración, mi inútil intento de resistencia, lleno de potencia y totalmente falto de control; aparece tan rápido que casi no alcanzo a salir de ella.
Dejo de sentirme mal cuando en un murmullo pronuncia mi nombre, aferrada a mis muslos temblorosos.
“¿Cama?”
Aún sigo con la camisa y los pantalones puestos mientras la observo desnuda, arrodillada frente a mí y casi puedo afirmar que es ella la que está hablando.
Es mi turno.
Con un movimiento torpe pretendo intercambiar nuestras posiciones. Afortunadamente la especial conexión entre nuestras miradas sigue funcionando en estos instantes y ella es capaz de adivinar mis intenciones antes de que ninguna sílaba acierte a salir de mis labios sellados.
Giro. Gira. Apoyada de nuevo sobre la pared.
Ahora son mis dedos nerviosos los que descienden hasta alcanzar el espacio húmedo entre sus piernas, justo en el instante en el que mis rodillas acaban deslizándose hasta el suelo para arrodillarme a sus pies. Ansioso. Temblando.
Sus suaves rizos cosquillean sobre mi cara mientras mi cerebro se licua al ritmo de esa colina erguida y de la esponjosa intercesión entre sus piernas. Este es mi sótano, mi auténtico lugar de trabajo, en el que me llevaría horas, rozando la suave piel de sus muslos contra mi nariz, sobre la base de mi garganta. Quiero recorrer cada centímetro de piel, cada pliegue y cada rincón, quiero conocerlos, retenerlos en mi memoria fotográfica mientras el suave blues de sus gemidos atraviesa mis oídos.
Ella está aquí, me pertenece, es toda mía y hacer esto, tocarla como la toco tan sólo con mi lengua, cada vez mas adentro y cada vez mas rápido es algo, una sensación, una alucinación para la que no encuentro palabras. No pretendo mostrar delicadeza cuando arrastró la lengua en su interior, es el deseo de elevarla al mayor estado de placer posible lo que me impulsa.
Cuando eleva su pierna izquierda pasándola sobre mi hombro, mis rodillas de gelatina tiemblan y he de anclarme a sus caderas, apretando mis manos sobre ella, para no perder el vestigio de verticalidad que me mantiene erguido.
Dejo de ser yo para ser nosotros, para ser sólo ella, principio y fin, origen de todo. Y al final, eso es lo que soy, solo labios y boca, movimientos acompasados, cada vez más rápido, más profundo, más cerca, más suaves. Sólo labios, boca y dedos concentrados, fijos, dedicados a ella.
Calor, aire, vapor.
Se inflama se hincha y estalla, noto sus temblores. Sacudida tras sacudida arqueando la espalda contra la pared, buscando el mínimo apoyo de sus manos sobre la lisa superficie. Desnuda y fuera de control. Por primera vez en años sin ningún control sobre sus palabras, sus gritos, sus emociones.
Descansa, volviendo a posar ambos pies sobre el suelo.
Me elevo para apoyarme sobre la pared, por encima de sus hombros, ahora soy yo quien sujeta su cuerpo tembloroso.
Respira.
Unos minutos para dejarla volver a la tierra.
Eleva ambas manos apoyando los dedos índices en el centro de mi garganta, iniciando una caricia suave hacia ambos lados pasando por el pecho, desprendiendo los botones de mi camisa y abriendo la tela hacia los hombros. Siento como los músculos de mi abdomen se contraen al mismo tiempo erizando todos y cada uno de los vellos que lo cubren.
Scully me quita la camisa sin esfuerzo, deslizándola al suelo mientras nos seguimos tocando, nos continuamos besando acabando con todos esos años que lo hemos deseado en silencio.
Introduce sus delicadas manos entre ambos, arrastrando suavemente los dedos sobre mi vientre; tantea músculo a músculo, arrastrando mi ropa en el camino, dibujando carreteras sobre el mapa de mi piel, caminos directos hacia el cielo, hacia el purgatorio y más abajo.
Vuelvo a estar listo. Erguido.
“Siento ser pesada, pero creo que hubiéramos estado mejor en la cama Mulder”. Por primera vez en la última media hora, mi cerebro parece ser capaz de asimilar sus palabras.
“A partir de ahora mandarás tú. ¿Dónde te apetece que continuemos?, ¿en el sofá?, ¿en la cama?, ¿en la bañera?, ¿en la mesa de la cocina tal vez…?”
“… uno de cada si no es mucho pedir…” Su sonrisa picarona me hace temblar ante la magnitud de la propuesta.
“¿Para hoy mismo?” Respondo fingiendo la mayor cara de angustia.
“Bueno, quizás pueda soportar una entrega por capítulos…”
Sonreímos y tropezamos de nuevo, tambaleándonos en dirección a la cama, sin dejar de tocarnos, aunque en esta ocasión no cargo con ella en brazos. Bailamos abrazados, en torpes pasos, como un vals, un tango mal ejecutado, hasta llegar a la cama dejando el rastro de mi ropa sobre el suelo.
Mi entereza no durará mucho más. Me siento desnudo sobre el colchón, abrazando su cintura con las palmas abiertas. Acercándola hacia mí centímetro a centímetro hasta que no quepa aire entre nuestros cuerpos. Hasta apoyar mi cara sobre su corazón.
Me continúa besando, desplazándose hacia el oído, parándose en el lóbulo, succionando con la punta de la lengua, sólo el extremo, deteniéndose en el interior. Cuando no aguanto mas tiro de ella, hacia mi regazo haciéndola caracolear sobre mi erección, sintiendo los restos de humedad sobre su propio sexo, sobre el mío. Cierro los ojos tratando de reprimir mis gemidos mordiéndome el labio inferior antes de empezar a empujar.
Entro despacio, poco a poco, todo lo que mi impaciencia me permite. Siento su calor, como gelatina templada, suave, en un roce delicioso. Me cuesta llegar al fondo, es demasiado pequeña y me detengo de nuevo a medio camino. Me mira y ver como se mueve su cabeza pelirroja al ritmo frenético de sus caderas hace que me vea reducido a algo casi animal. Quiero apretar hasta el fondo, quedarme aquí, me enloquece estar dentro de ella, empujar mientras la oigo gritar, hundirme en su esponjoso interior. Un nuevo empuje, un nuevo deslizamiento, mas intenso, adentrándome centímetro a centímetro hasta que no queda nada más.
Voy a morir, voy a fallecer de placer hundido en su interior, arropado por miles, millones de sensaciones, como dejar de respirar para detener el tiempo, dejar de pensar y sólo concentrarme en un movimiento rítmico, calmado.
Ella parece convertirse en energía pura, estirando el cuerpo contra el mío propio, piel sobre piel, profiriendo un gemido extenso y agudo que resuena en el silencio de la habitación como el maullido de un gato, rompiendo el aire denso de la habitación.
Despacio.
Se mueve, acunándose sobre mí, alrededor de mí, balanceándose una, dos, tres, mil veces; tan caliente, tan estrecha, tan pequeña, tan mía; mientras me obliga a moverme a no dejar de embestir, a clavar mi pelvis contra ella mientras galopamos de nuevo hacia el orgasmo.
Caliente.
Me lame la piel del cuello, la superficie del hombro, el nacimiento del pelo detrás de los oídos, con violencia, con toda la superficie de la lengua, cada rincón, haciendo que me sacuda desde los pies hasta el último cabello. Dejo de tener control cuando desciende las manos, aprisionando mis nalgas con ferocidad, un leve dolor teñido de deseo que hace que pierda la concentración en violentos espasmos de placer, sin dejar de empujar.
Un orgasmo salvaje.
Mojado
21:15
Tumbados sobre mi deshecha cama recordamos en silencio.
Permanezco boca abajo sobre la almohada, respirando lentamente para recrearme en ese olor que ha quedado enredado desde hoy entre mis sábanas. Un olor y un recuerdo que me hacen transpirar de nuevo, nerviosa porque aunque ahora no puedo verlo, se que él está aquí, a escasos centímetros, y me observa acostado sobre su espalda desnuda.
Aspiro la suave tela bajo mi rostro. Cierro los ojos y acaricio mis mejillas, pechos y muslos sobre las sábanas; suspiro permitiendo que un nuevo gemido acabe saliendo de mi garganta. Levanto la cara lo suficiente para encontrar sus ojos que mantienen la mirada fija en la piel de mi espalda, dejándome ver la dura sombra de su barba en contraste con la dulce sensualidad de sus labios.
"¿Scully?” Habla acabando con el silencio que nos envuelve, girando sin atreverse a mirar directamente a los ojos.
“¿Mulder?"
"Tengo hambre" Aún antes de que terminar ha recortado los escasos centímetros que nos separan para acabar reclinado sobre su codo.
"¿Tienes hambre?."
“¿Hay algo más para mí?” Voz tierna, suave, empujando los fonemas con dulces envites de su lengua a milímetros de mi oído.
Suspiro.
La yema de su dedo comienza a dibujar jeroglíficos en mi espalda, erizando el vello a su paso.
“Tal vez… hoy te has portado bien” Necesito serpentear sobre el colchón, volver a sentir el roce de la tela sobre mi piel; vuelvo a sentir deseo, a llenarme de avidez, pero no un apetito voraz como el que sentía hace una hora, es sólo la necesidad de calor, de caricias, de abrazos y arrullos.
“Scully…” Si dejara de hacer eso con el dedo sobre mi espalda, puede que mi cerebro no siguiera encharcándose bajo cada una de sus palabras.
“Mulder…”
“Scully, hay algo más…” Se despega unos centímetros para dejarme enfrentar su mirada “Yo, yo, yo creo que te…, creo que esto me gusta, me siento bien”
No se si entiendo lo que realmente me está diciendo, lo que quiere decirme o lo que deseo que me diga.
Un segundo, un minuto, un silencio eterno.
“… yo también… yo creo, creo que también a mi me gusta” Titubeo, cohibida por las palabras que acuden a mis labios y que no tienen la suficiente fuerza como para salir. Giro hacia la pared, parpadeando bruscamente, en un afán de evitar que la única y redonda lágrima que lucha por asomar acabe rodando por mis mejillas.
Necesito que aparte su dedo de mi espalda porque estoy empezando a sentir cosquillas en sitios que ni siquiera están siendo tocados.
Necesito que deje de hablar, porque estoy escuchando palabras que no están siendo pronunciadas.
“Bien, muy bien, eso está bien” Habla apartando su mano de mi espalda unos segundos.
“Si, claro, muy bien”
No hay mucho más que decir; no hemos hablado de nada o puede que lo hayamos dicho todo.
Pero ambos sabemos lo que hemos querido decir.
Quizás algún día seamos lo bastante valientes, por el momento esto me sirve.
“Scully, otra cosa… ¿Harías algo por mí?...” Asiento atrapada por sus palabras, susurrantes y dulces, intrigada por lo que puede desear pedirme en este momento. Me yergo levemente para apoyarme sobre mi propio codo, necesito enfrentar su mirada cara a cara “¿Recuerdas esos zapatos negros de tacón que llevabas el otro día…?”
“¡Pervertido…!” El amago de sonrisa acaba por asomar en mis labios cuando observo su cara de golfo; lo aparto levemente apoyando con suavidad mi mano libre sobre su abdomen.
Recupera el espacio para tomar mi cara entre sus manos, acercándose para volver a besarme. Por unos segundos su beso tiene el sabor del chocolate amargo; un beso que se reinventa a si mismo y existe durante el breve instante en el que, como un bombón relleno, estalla en la boca, caliente, fuerte, punzante, finalmente dulce en un único bocado de placer.
FIN
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