fanfic_name = Lovers Through Time

chapter = 13

author = NikkyScully

dedicate = Disclaimer: Completamente de Chris Carter

Dedicatoria: A las b i t c h e s: Vania, amor mío, eres mi todo.

Estrella: Información para los fans de esta señorita, como en nuestro país ha comenzando la temporada de lluvia ella ya va a terminar cierto fic pendiente y sino lo hace la matamos entre todos. He dicho!

A Rovi: La beta que me da galletas para comer, eso si es cariño jajajaja.

A mis niñas: Valeska, Dinma y Chaite, mis niñas las extraño un montón.

A Rosa: Hakuna Matata, ósea no te angusties el libro te lo dare pronto.

G_Woman: Tu si sabes como perderte.

Karina y Agente Macgirl: Niñas, con ustedes mis desvelos valen la pena.

A Maru y Paulina: Conocerlas ha sido fenomenal.

A mi William querido, hoy me queme con el café pero no te preocupes, no fue nada. De todas maneras gracias por ser tan lindo conmigo.

Y especialmente a las personas que me han dejando tantos comentarios para continuar con el fic: Fanny, Piper_Scully, LizzyX, Mysticshiva, YIYI, hija_de_Mulder_y_Scully, Lily, Saranya y a todas las personas que han leído el relato.

Nota: Seguro ustedes se preguntan: ¿Cuando esta niña va a terminar este fic? ¿Saben que? Yo no tengo ni la menor idea.

Feedback: Ya saben a donde jro185ARROBAhotmail.com. Bexos a todos.

 

Rating = touchstone

Type = Angst

fanfic = Parte 13

Mansión Derby

Mismo día.

 

El cielo se ennegrecía como el hollín de una caldera ardiendo sobre la madera y el fuego. Las nubes oscuras se amontonaban en el espacio llamado cielo y empezaban a sollozar con diminutas gotas, eran el preludio de un día lleno de angustia.

 

El cielo comenzaba a llorar y, junto con él, Samantha Mulder lloraba internamente junto a la persona que se le había negado la vida, una vida que pudo haber estado llena de maravillas y mucho amor.

 

Frente al piano de cola se negaba a tocar esa tonadilla que le abriera las puertas del cielo a esa criatura que era parte de su mundo y que se le había negado la existencia como a tantos otros.

 

Su hermana política la cubría con un chal sin entender su comportamiento, sólo se dedicaba a mirarla con angustia y desespero. Samantha Mulder lo sabía todo mucho antes de que ocurriera y le daba rabia porque no podía intervenir ya que era tarde y aun así se negaba a tocar porque así tenía la esperanza de que no hubiera ocurrido lo que vio en su mente.

 

-Samantha ¿Cómo puedo llegar a ti?- se preguntaba en voz alta.

-Srta. Mulder, aquí está- la Sra. Rossi se veía fatigada, en los últimos días la Srta. Mulder le estaba dando muchos problemas. -Venga conmigo- dijo mientras le tomaba de un brazo, -el Sr. Scully vendrá a verla esta tarde y usted necesita alistarse.

-Él no vendrá- dijo fríamente mientras sus ojos se volvían cristalinos.- ¿Por qué sufrimos tanto?- preguntaba para si.

-¿Pero qué dice, señorita? Venga conmigo de una vez- le ordenó mientras la sacaba a rastras del salón de música.

 

La pregunta que había hecho la Srta. Mulder había empezado a angustiar más de lo debido a la Sra. Samuelle. El sonido de una ventana siendo abierta abruptamente por la furia del viento la sacó de sus pensamientos y mientras intentaba cerrar la ventana veía el coche de su esposo llegar a la propiedad. Ella sonreía calmada.

 

-Buenas tardes.

 

El saludo de su cuñado le hizo pegar un brinco del susto, no se lo estaba esperando y últimamente era costumbre en él entrar a los lugares sin hacer ningún sonido.

 

-Lo siento ¿Te asuste?- le preguntó mientras se sentaba.

-No- dijo con ironía, pero su ironía pasó a un segundo plano al ver el labio ensangrentado del Sr. Mulder. -¡Jesús del cielo! ¿Qué te ha pasado?- preguntó preocupada mientras tomaba un pañuelo e intentaba curar la herida de su cuñado.

-No es nada- aseguraba con un gesto de dolor. -Sólo es que el Teniente Scully y yo no solemos tener las mismas opiniones.

-¿Ya hablaste con él?- le preguntó mientras envolvía el pañuelo y continuaba con su papel de enfermera.

-Debiste verlo- decía mientras asentía.- En un momento parecía tan tranquilo y al otro era como un león matando a su presa. Casi me mata.

-Te acuestas con su hermana- expresó dejando el pañuelo a un lado. -¿Qué pensabas? ¿Qué les daría el visto bueno?- preguntaba con cierta burla.

-¿Por qué hablas así?- preguntó enfadado. -Esto no es un circo, Elizabeth- se quejó.

-Estoy harto- comentó el Sr. Samuelle con hastío al entrar al lugar, -estoy harto de ser el mensajero de tu amante, William, y no te ofendas, pero la Srta. Scully ya parece una simple alumna de un convento enamorada del que toca la campana- decía mientras trataba de quitar toda el agua que le había caído encima con una de sus manos, con la otra le pasaba una nota a su hermano. -Esto es tuyo, es de Merynton. Como siempre.

-Deberías cambiar tu actitud- le dijo el Sr. Mulder mientras tomaba la nota.

-No me hagas ningún tipo de recomendación.

 

Mansión Merynton

Mismo día.

 

Un grito de dolor cruzó todo el pasillo del segundo piso de la mansión. La Srta. Scully se encontraba en compañía de su hermana, la Sra. Austen, y de su hermano menor, el Sr. Scully.

 

En el pasillo se encontraba el Teniente Scully, discutiendo ante lo sucedido con su esposa, la cual le pedía que mantuviera la serenidad. La Sra. Scully, la madre, entraba a la habitación con rostro entristecido y lleno de dolor, mientras los insultos del Teniente Scully hacia su hermana llenaban el ambiente.

 

-¡Ha sido la desgracia de esta familia! ¡Ella más que él! ¡Ambos han manchado el nombre de nuestra familia!- gritaba con rabia.

-Scully, querido…- le llamaba su esposa con angustia.

-Scully nada Tara. Debe ser castigada- y entró a la habitación. -Katherine Scully, has deshonrado esta casa y a esta familia con tu actitud poco prudente.

-Tú no sabes lo que es prudencia. No quiero uno de tus sermones- decía con expresión de dolor dibujada en su rostro.

-¡Claro que lo tendrás! No sabes lo que has hecho ¿Qué demonios pasaba por tu mente al enredarte con tan infame hombre? ¡Eres una ramera! ¡Una meretriz!- le insultaba.

-No le digas así, Bill- le pedía iracundo su hermano menor.

-Yo le digo como desee. Nuestro padre ha de estar removiéndose en su tumba por lo que has hecho ¡Has destrozado el honor de nuestro apellido!- volvía a gritar enfurecido.

-¡Ya basta Bill! ¡Deja de gritarle!- le pedía la Sra. Austen con angustia.

-Eres igual a ella, Melissa, te has convertido en su igual. Charles y tú la han apoyado en esto todo este tiempo, como dos imbeciles…

-Y no me siento mal por ello- expresaba con orgullo.

 

El Teniente Scully la miraba horrorizado y bastante enfadado. Otro grito de dolor de la Srta. Scully obligó a los presentes a mirarla, se deshacía de dolor en su cama y con sus manos se tocaba el vientre donde encontraba lo que más significado tenía en su vida. La caída en la iglesia había provocado daños en su interior y aun no se sabía cuan graves podrían estar las vidas de ambos.

 

Las quejas de dolor por parte de su hermana estaban enfureciendo más al Teniente Scully, pero las damas estaban mortificadas y el Sr. Scully como médico y familiar se le veía preocupado.

 

-Katherine, necesito que te dejes ver por mí- le pidió con desesperación su hermano menor.

-¡No! No quiero que me toques. Quiero ver a Mulder- pedía entre lagrimas.- ¿Dónde esta?

-Ya envié por él, seguro que ya anda en camino- le comunicó la Sra. Austen que se arrodillaba frente a ella. -Pero por favor, Katherine, deja que Charles te vea- le pidió.

-No, no quiero. Sólo quiero ver a Mulder.

-¿No ven que sólo es un teatro? Nos engaña a todos, como la mentirosa que es.

-El orgullo y el egoísmo te hacen hablar, Bill, porque al saber que ya no me casaré con el Coronel Skinner tu carrera se desmoronara.

-¡Y te hago responsable!

-Acúsame de lo que quieras, porque yo sólo me arrepiento de no haber terminado con todo eso mucho antes- le confesaba sin titubear.

-¡¿Y tu alternativa fue revolcarte con el misceláneo del Sr. Mulder?! ¡Te convertiste en su amante!

-Y lo volvería hacer- le manifestó con rebeldía entre dolor y lagrimas.

 

Al decir eso último el Teniente Scully quiso golpearla, pero la Sra. Austen se lo impidió.

 

-No te atrevas a tocarla- le discutió.

-¡Alcahueta!

-¡Basta los dos!- gritó la Sra. Scully rompiendo su silencio, se acercó a la cama de su hija mientras ella la miraba temerosa. -Hija- le llamó evitando romper en llanto.

-Lo siento madre, perdóname- se abrazó a ella. -Lamento mucho si te defraudé, pero yo sólo quise seguir mi corazón, lo siento- expresaba entre lágrimas.

-No hija, tu único error fue no decirle a tu madre que no deseabas casarte y que amabas al Sr. Mulder. Yo no tengo que perdonarte nada, soy yo la que debe pedir disculpas por no haberme dado cuenta de lo que te pasaba- le decía cariñosamente mientras secaba las lágrimas de su hija menor las cuales salían sin cesar.

 

El Teniente Scully miraba impactado la escena, ya que esperaba una reprimenda por parte de su madre hacia su hermana. Los demás sólo observaban la escena conmovidos; pero no duró, la Srta. Scully se había desmallado entre los brazos de su madre y el Sr. Scully se horrorizó al ver como la colcha que se encontraba debajo de su hermana se manchaba de sangre.

 

-¡Por Dios!- gritó la Sra. Austen. -El bebé, Charles.

-Esto se va de mis manos, Melissa- decía aterrado mientras ayudaba a su madre y a su hermana a acomodar en la cama a la Srta. Scully. -Jamás he atendido un caso como este.

-¡Ni si quieras sabes que pasa con ella!- le gritaba su hermana mayor exasperada.

-Es muy obvio, tal vez esté abortando.

-¡Cállate!- le pidió molesta por lo que decía.

-¿Esta en cinta?- preguntó anonadada la Sra. Scully, la mirada de angustia de su hija mayor fue su confirmación. - Necesita un doctor.

-Un hijo de ese…

-No digas nada- sentenció su madre.

-¡Katherine!- llamaban a la Srta. Scully desde el primer nivel de la residencia.

-Es Mulder- dijo Melissa Austen. -Ha llegado.

-No quiero ese hombre en mi casa- sentenció el Teniente Scully antes de salir de la habitación. Al bajar las escaleras le brindo una mirada de odio al Sr. Mulder que se encontraba frente a él. -¿Qué hace en mi casa?

-Tengo entendido que no solamente es suya- comentó para molestarlo el Sr. Mulder.

-¡Váyase de aquí si no quiere que le rompa el otro lado de la boca!- le amenazó.

-Haga lo quiera, Teniente Scully, yo sólo vengo por su hermana- le comentó con tono desafiante.

-Mulder- le llamó la Sra. Austen que se encontraba detrás de su hermano mayor, ambos caballeros la observaron. -Katherine está muy mal y te necesita.

-Llévame con ella- le pidió. Al pasar justo al lado del Teniente Scully lo miró con frialdad y continuó subiendo las escaleras. Al entrar a la habitación, su alma se congeló al ver el estado en que se encontraba la Srta. Scully, más pálida que de costumbre y desmayada. Esto provocó en él angustia y desconcierto. -¿Qué pasó?- preguntó mientras se arrodillaba al pie de la cama y se quitaba los guantes para tomar una de las manos de ella.

-Estaba en la iglesia y el Coronel Skinner fue a verla. El padre MacCue me dijo que discutieron fuertemente y… y él…- el Sr. Scully dudaba y no sabía si era prudente continuar.

-¿Él qué, joven Charles?- preguntó desesperado.

-El la empujó por las escaleras- dijo finalmente.

 

El Sr. Mulder se mostró sorprendido y luego la indignación, la molestia y el enfado empezaron a colmar su mente. Sabía que lo que había ocurrido no se iba a quedar como estaba.

 

Acarició el rostro de la Srta. Scully que aun continuaba desmayada y la tomó en brazos ante la sorpresa de todos.

 

-¿Qué haces?- preguntó con susto la Sra. Austen.

-Me la llevo a casa- le comentó.

-Esta es su casa- agregó.

-Ya no lo es, Melissa, y lo sabes- le recordó.

-Aun así no podemos moverla, Sr. Mulder. Está perdiendo sangre y puede…

-¿Perder el bebe? Eso no va a ocurrir- dijo interrumpiendo sus últimas palabras.

-Pero Mulder…

-Dejen que se la lleve- dijo la Sra. Scully con angustia. -Él sabrá cuidarla, lo se. Lo veo en sus ojos- ella le sonrió con melancolía.

 

El Sr. Mulder salió de la habitación con la Srta. Scully en sus brazos y bajo las escaleras cuidadosamente. Al llegar a la planta baja de la casa el Teniente Scully empezó de nuevo con insultos y ataques dirigidos hacia su hermana y el Sr. Mulder.

 

-Sí, llévesela. No deseo verla más en esta casa. Representa la deshonra de esta familia- gritaba iracundo. –Maldigo la hora en que se conocieron.

 

El Sr. Mulder no decía nada, dejaba que la Sra. Austen cubriera con una manta a la Srta. Scully y cuando abrieron la puerta de la casa salió sin demora. Era lo mejor para todos, no debía avivar más las llamaradas de furia del Teniente Scully. El gesto del Sr. Mulder lo enfureció porque estaba frustrado con la situación, con lo sucedido.

 

Nunca se esperó que algo semejante sucediese, no en su familia, no algo causado por uno de sus miembros, ya que él creía manejar la vida de cada uno de ellos a su antojo y que ellos funcionaban como relojes que él mismo había diseñado para trabajar perfectamente.

 

Él no comprendía que no podía manejar a los demás como le pareciera porque creía que él era el pastor y ellos las ovejas descarriadas, pero su hermana le mostró que no todo podía ser como él quería y eso lo encolerizaba.

 

-¡Es una maldita! ¡Desobedeció mis órdenes! Como la caprichosa que es, jamás escucho uno de mis consejos, todo lo que hecho lo he hecho por su bien y ella ha destruido todos mis esfuerzos ¡Nunca debió pertenecer a esta familia!

 

Su madre se acerco a él y las palabras que él había dicho la obligaron a abofetearlo con furia. Él se cubría el lado de su rostro con una de sus manos mientras miraba a su madre con sorpresa.

 

-Madre ¿Qué has hecho?

-Lo que debí haber hecho hace ya mucho tiempo- le comentó. -Puedes sentirte alegre porque eres demasiado mayor como para azotarte. Jamás debí detener a tu padre cuando quiso hacerlo, error de una madre primeriza ¿En qué me equivoque contigo?

-¿Estás juzgando tu forma de criarme en vez de juzgar tu forma de criar a Katherine? Puedo decir que la criaste de manera muy diferente a la mía. La libertad que le permitías llevó a nuestra familia a esta situación ¡Estamos destruidos! ¿Qué dirán de nosotros?- preguntaba desesperado.

-¿Eso es lo que te preocupa?

-¡Sí! Soy la cabeza de esta familia.

 

Ella volvió a abofetearlo del otro lado de su rostro.

 

-En realidad yo soy la cabeza esta familia, querido hijo. Tú solo eres una mera fachada, Bill- le aseguró con autoridad.

-¡Madre!- se quejó.

-¡Dios! Deja de quejarte. No es de caballeros- le pidió.- Melissa, algo me dice que el Sr. Mulder no llevó a Katherine a la mansión Derby ¿Sabes a dónde la llevó?- le preguntó a su hija que se encontraba al pie de las escaleras.

-A la villa Macleoud- le contestó anonada.

-Ordena que preparen el coche. Iré con Katherine y mi nieto, ambos me necesitan- comentó mientras miraba al Teniente Scully y luego se retiró.

 

Mansión Hertford.

Mismo día.

 

El Sr. Fowley, la Srta. Fowley, la Srta. Covarrubias y el Sr. Krycek almorzaban en silencio. La Srta. Fowley se veía algo enfadada, pero los demás poca atención le prestaban.

 

Últimamente todo a su alrededor le molestaba y su primo comentaba en plan de burla que ella se estaba convirtiendo en una solterona amargada, algo que la hacía enfurecer, porque con veinticinco años no había conseguido marido y para colmo de males el que le gustaba no le correspondía como ella deseaba.

 

-Esto es asqueroso, ya no lo quiero. Retirado de mi vista- dijo de mala manera la Srta. Fowley poniendo el plato que contenía su almuerzo en un extremo.

-Pero Srta. Fowley, es su plato preferido- le recordó el mayordomo un poco incómodo por la situación en la cual lo ponía la caprichosa señorita.

-Yo no te he preguntando si es o no mi plato preferido. Sólo te ordené que te lo llevaras- expresó molesta, haciendo temblar al mayordomo.

-Está bien, señorita- el mayordomo retiraba el plato mientras le ofrecía una mirada de odio a la Srta. Fowley, la cual ella no notó.

-Deberías cambiar tu histeria, Diana- le recomendó su primo.

-En ningún momento te he pedido tu opinión, querido primo- le dijo con verdadero enfado. Miró a su padre que se encontraba a su lado almorzando ajeno a los berrinches de su hija.- Padre ¿Me permites retirarme?

-No hasta que terminemos, haznos el favor de acompañarnos- le pidió brindándole una sonrisa paternal que ella rechazó con una mirada fría. El Sr. Fowley se mostró irritado ante la actitud de su hija.- Debemos esperar a tu madre.

-¿Esperar para qué? La esperamos por media hora y no llegó. Ya casi todos hemos almorzado…

-Tú no lo has hecho- la detuvo antes de que continuara una discusión que él consideraba bastante absurda.- Nadie se mueve de esta mesa hasta que llega la Sra. Fowley- expresó tajante.

-Es lo más prudente, tío Gerald- le secundó su sobrino político, el Sr. Krycek, provocando una mirada de antipatía por parte de su prima. Él le sonrió con mofa.

 

Se escuchó la campanilla de la mansión sonar. Los dueños de casa no se movieron ni pretendieron curiosear, a los pocos minutos entraba al comedor la madre de la Srta. Fowley y se veía sofocada y alterada.

 

-Querida, llegas tarde- sentenció su marido.

-Lo siento Fowley- se disculpó mientras el mayordomo la ayudaba a ocupar un asiento junto a su esposo. -Pero es que no he podido llegar antes- le aclaró.

-¿Qué paso, tía? Te ves alterada- agregó su sobrino con curiosidad.

-El pueblo está horrorizado con la desgracia que ha acaecido- decía con perturbación. -Es un infortunio.

-¿Ya me puedo retirar?- le preguntó la Srta. Fowley a su padre sin darle importancia a los comentarios de su alborotada madre.

-Déjanos escuchar lo que trata de decir tu madre- le pidió el Sr. Fowley.- Querida ¿Qué ha ocurrido?

-Como sabrán estuve en la misa de media mañana, cuando terminó me quedé conversando con la Sra. Truman y un grupo de damas del condado de Lisketn. Una hora después nos dispusimos a partir cuando empezamos a escuchar una terrible discusión proveniente de la parte alta de la iglesia… en los extremos de la sacristía- narraba casi sin aire. -Hasta que nos percatamos que quienes discutían eran el Coronel Skinner y su prometida la Srta. Scully.

 

La Srta. Fowley no estaba muy pendiente al relato de su madre, pero al escuchar el apellido producto de su desgracia no pudo evitar la curiosidad. Ella y su primo se miraron fijamente, conscientes de que algo bastante grave pudo haber pasado. No tenían ni la menor idea de que lo grande que podía ser.

 

-¿Y pudieron escuchar la conversación?- preguntó con su habitual imprudencia la Srta. Fowley, su padre la miró pasmado.

-No mucho, parece que el Coronel le reclamaba algo a la Srta. Scully, no paraban de gritar… pero lo que pasó después fue terrible, muy terrible- expresaba acongojada.

-¿Qué paso después, madre?- preguntaba desesperada.

-El Coronel Skinner lanzó por las escaleras a la Srta. Scully, sin importarle nada, sólo la lanzó- expresó aterrada.

 

La Srta. Fowley y la Srta. Covarrubias miraron con sorpresa al Sr. Krycek el cual permanecía inmóvil mirando a su tía.

 

-¡Que desgracia!- expresó impactado el Sr. Fowley.

-En el pueblo se dice que ella está muy grave y no se sabe nada del Coronel Skinner- relató la señora.

-Tío, tía- dijo ya de pie el Sr. Krycek.- Disculpen, pero debo retirarme. Necesito hablar en privado con Diana y Marita, es algo importante ¿lo permiten?

-Pueden- dijo el Sr. Fowley casi entre dientes.

 

El Sr. Krycek le hizo una reverencia cortés con la cabeza y salió del comedor, las damas lo siguieron más atrás. Llegaron a la biblioteca y el Sr. Krycek cerró las puertas.

 

-¿Escuchaste lo que dijo mi madre?- preguntó con sonrisa maliciosa la Srta. Fowley.

-No pude evitar escucharlo, Diana- le contestó su primo.

-¿Qué habrá pasado?- preguntó curiosa la Srta. Covarrubias.

-Más de lo que yo esperaba- comentó su prometido. -Nunca llegué a pensar en ello.

-¿Crees que quiso matarla?- preguntó su prima.

-No se que creer- dijo pensativo. -Esto se fue a mayores- expresó con un poco de susto.

-¡Es grandioso!- dijo alegre la Srta. Fowley.- Gracias a ti, querido primo, las horas de la Katherine están contadas.

-¡Por Dios Diana! ¡Calla! Si la Srta. Scully muere, Krycek será el responsable- expresó molesta la Srta. Covarrubias.

-No directamente, porque él solo le confesó la verdad al Coronel Skinner, no actuó mal. Quien lo hizo fue el Coronel y él es quien pagará por tal muerte. Aunque creo que por una pobre alma como la de Katherine no echarán al Coronel Skinner a un calabozo ¿O sí?- preguntó casi eufórica por la alegría.

-Eres una vil araña, Diana- dijo con sorpresa la Srta. Covarrubias.- Eres peor que Krycek, él recurre a la humillación, pero tú recurres a la muerte. Ya no se que pensar de ti.

-¿No te sientes orgullosa?

-¡No! La idea original, era humillarlos a los dos. No matar a uno de ellos- sentenció.

-En realidad queríamos, más Diana que yo- corrigió, -era que el Coronel Skinner matara a Mulder- le confesó su prometido.

-No- resoplo con sorpresa. -No lo puedo creer, ambos están manchados de sangre.

-Yo no estoy manchada ni salpicada- dijo con altanería la Srta. Fowley.

-Lo que me molesta en todo esto es que tengo que reconocer que salió mejor de lo planeado.

 

La Srta. Fowley y su primo rieron juntos, cómplices por los recientes actos cometidos por ambos; pero la Srta. Covarrubias estaba enfadada ya que no aprobaba nada de lo que ellos habían hecho, aunque fue partícipe sin esperarlo.

 

Llamaron a la puerta de la biblioteca y el Sr. Krycek abrió la puerta. El mayordomo le entregó la carta con su nombre y se retiro. Las damas lo miraron curiosas mientras él leía la nota.

 

-Me acaban de postular como testigo de un duelo.

 

Villa Macleoud.

En la tarde.

 

La majestuosa propiedad estaba más llena de personas que lo habitual. Dos familias se encontraban allí reunidas por una terrible desgracia. La vida del amor de un hombre corría peligro.

 

Una madre rezándole al Señor por la vida de su hija. Mujeres sollozando ahogadamente por una hermana y un hombre a la espera de la salvación de sus dos tesoros más preciados.

 

Dos doctores, un principiante y el otro todo un veterano, no sabían que hacer por la vida de la dama, el principiante no se daba por vencido, pero el veterano comenzaba a resignarse.

 

El caballero melancólico acompañaba en su lecho a la dama de fuego y marfil a pesar que los doctores no querían que él estuviera en la habitación. Los demás esperaban fuera. Los doctores dejaron solos por un momento a la pareja, hasta que el más joven volvió a entrar a la habitación.

 

-Sr. Mulder, el doctor Hocking desea hablar con usted y los demás fuera de la habitación- le dijo el Sr. Scully.

 

El Sr. Mulder no quería dejar sola a la Srta. Scully pero deseaba escuchar al doctor Hocking; antes de ponerse de pie le dio un beso cálido en la frente a la dama y se dispuso a salir de la habitación junto al Sr. Scully y observó a todas las personas que se encontraban allí.

 

-Sr. Mulder, la situación de la Srta. Scully es muy delicada- empezó a explicar el doctor Hocking. -La caída le ha provocado un fuerte hematoma en la parte posterior de la cabeza, el cual la ha dejado inconsciente y, a pesar de que ha dejado de sangrar es muy posible que vuelva hacerlo y pierda la criatura. Todo ello desencadenara una eminente hemorragia interna de proporciones catastróficas.

 

La poca sutileza del doctor Hocking al explicar el cuadro clínico de la Srta. Scully hicieron que la familia de ésta, los Samuelle, la Srta. Mulder y el Sr. Mulder lo miraran con sorpresa, terror, angustia, desconcierto y desolación extrema.

 

-Pocos pacientes logran salvarse- expuso el doctor.

 

La Sra. Scully al escuchar eso se derramó en llanto y su hija mayor la abrazó para consolarla, aunque también rompió a llorar.

 

-Doctor Hocking, creo que no podemos sacar conclusiones sin esperar un tiempo prudente. Mi hermana es joven y fuerte, se que podrá salir de esta situación satisfactoriamente. En Irlanda vi muchos casos parecidos al de ella, pacientes que lograron sobrevivir. El cuerpo tiene maneras de recuperación increíbles- expuso como el principiante de médico que era el Sr. Scully al ver y escuchar el llanto de su madre y hermana.

-Joven Charles, comprendo su explicación; pero el caso de su hermana es muy distinto de lo que usted ha visto- recalcó el veterano del doctor Hocking.

-Doctor Hocking, se está dando por vencido- le dijo el Sr. Scully en tono de enfado.

-Porque la Srta. Scully no pasará la noche- puntualizó. -Hemos hecho todo lo posible.

- Él ha hecho más por ella que usted, que es graduado- le comentó alterado el Sr. Mulder. -Deje la resignación y vuelva allá dentro, haga lo posible por salvarles la vida y si no puede hacer lo posible haga lo imposible y si no puede hacer lo imposible haga lo impensable; pero si no puede hacer ninguna de esas tres cosas, lárguese de mi casa y deje que un verdadero profesional como el joven Charles salve la vida de mi familia- le dijo fríamente el Sr. Mulder. El doctor Hocking se había dado cuenta que el Sr. Mulder era una hombre que no se rendía fácilmente y que pretendía que la Srta. Scully batallara hasta el final, hasta salir airosa.

-Entiendo su frustración Sr. Mulder…

-Si la entiende vuelva a su trabajo- agregó el mencionado caballero interrumpiendo al doctor.

 

El doctor Hocking con pesar tuvo que acatar los deseos del Sr. Mulder, aunque pensaba que no valía la pena tratar de salvarle la vida a la Srta. Scully porque sencillamente ella no se iba a recuperar.

 

Pero no podía dejar sólo al joven doctor, su ética profesional se lo impedía, porque a pesar de todo si se suponía que la Srta. Scully iba a morir, él debía asegurarse de que partiera dignamente a los brazos, del todo poderoso. Los demás pensaban lo contrario, la dama en cuestión lucharía, porque era una guerrera de la vida y no se iba a rendir sin dar batalla.

 

El Sr. Mulder vio como el Sr. Scully y el doctor volvían a entrar a la habitación donde se encontraba la Srta. Scully. Volteó para mirar a las demás personas que se encontraban con él y miró entristecido a la Sra. Scully. Se sentía culpable por lo que estaba ocurriendo y a la vez sentía que la Sra. Scully sentía rencor hacia él.

 

Pero había algo que podía hacer, que podía hacer como caballero para remediar lo ocurrido, para restaurar el honor de la mujer que amaba. Podía hacerlo, ella no se encontraba consciente para detenerlo, para pedirle que no lo hiciera. Tenía el derecho de hacer pagar a la persona que la había lastimado.

 

Mientras caminaba hacia las escaleras, su hermano mayor lo siguió en silencio y juntos bajaron las escaleras hasta llegar a la biblioteca de la residencia que aun no había sido terminada de remodelar como las demás áreas de la mansión.

 

El Sr. Mulder se sentó frente al escritorio mientras el Sr. Samuelle lo observaba.

 

-Tengo que hacerlo, Michael- trató de explicarle sin mirarlo y tomando una pluma para escribir.

-Lo se- le dio a entender.

-¿No piensas detenerme?- le preguntó mientras introducía la pluma en el tintero y comenzaba a escribir.

-No puedo impedir que trates de restablecer el honor de la mujer que amas- le explicó.

-Hace poco intentabas hacer lo contrario- le recordó.

-Las cosas son muy distintas de lo que eran antes. Debo confesar, aunque no te guste lo que te pienso decir; que yo no consideraba a Katherine parte de nuestra familia- su hermano reflejaba cierta sorpresa al escucharlo hablar, mirándolo fijamente continuó hablando. -Sabes que suelo ser muy selectivo al seleccionar a las personas que quiero tratar. Al principio ella no me parecía suficiente para ti, no es igual a nosotros, ni en principios ni costumbres, ni mucho menos en proceder. Llegué a pensar que por ello tú te olvidarías de ella. Aunque al pasar el tiempo me di cuenta que no sería así y que ella era y es lo mejor para ti. La estimo aunque pienses lo contrario, después de todo lo que te he dicho, me complace reconocer que ella ha sacado todo lo bueno que hay en ti, que gracias a ella has sabido expresar todo lo que sientes y piensas, y me lastima ver como sufres por verla agonizar- comentaba con voz suave.

-¿Entonces entiendes lo que quiero hacer?- le preguntó anonadado.

-Más de lo que tú crees, William. Ella está sufriendo y alguien debe pagar por ello. Se que no es lo más lógico, pero aun así te entiendo. Hablamos ya de la madre de tu hijo, mi sobrino y no de una simple amante o un simple vástago- expresaba con consternación ante la situación. -Aunque no se si valdrá la pena hacerlo, no quiero pensar…

-¡Cállate! Ni siquiera lo pienses- le advirtió molesto.

 

Ambos quedaron en silencio al notar la presencia de la Sra. Samuelle. Su rostro serio dejaba notar preocupación extrema, se acercó a los caballeros con pasos lentos y su esposo no pudo dejar de notar que ella llevaba un sobre en una de sus manos.

 

-¿Qué pasa Elizabeth?- le preguntó su esposo con curiosidad.

-Acaba de llegar esto del pueblo, está dirigido a ti Mulder- le comunicó la señora mientras le entregaba la carta a su cuñado.

 

El Sr. Mulder reflejaba un rostro lleno de confusión. Se dedicó a abrir el sobre con lentitud y a leer la nota que había en su interior empezó a mostrar sorpresa.

 

Cerró la nota, la colocó sobre el escritorio mientras cubría su boca con una de sus manos en señal de preocupación. Pensaba en cuales serían sus siguientes actos. El Sr. Mulder miró a su hermano y a la esposa de éste, sabía que ellos debían saberlo ya que era un hecho y los iba a necesitar a ambos.

 

-El Coronel Skinner me ha retado a duelo formalmente- declaró con seriedad.- Hoy al atardecer en los establos públicos de Netherfield.

-Dentro de dos horas- dijo el Sr. Samuelle consultando su reloj, ya que las nubes negras en el cielo y la insipiente lluvia de ese día no permitían ver el sol.- ¿Aceptarás?

-Eso no tienes que preguntarlo- le afirmó. -Necesitaré un segundo testigo- le comentó haciéndole entender que él ya era su primer testigo.

-Sería prudente recomendar a Steven Mackenzie- le recomendó su hermano mayor.

 

La Sra. Samuelle observaba a los caballeros en total silencio. Le sorprendía como hablaban, tan tranquilos y serenos y tal vez sin pensar en las consecuencias de dicha contienda. Siempre terminaban bañadas en sangre y destruyendo el honor de nobles familias.

 

La Sra. Samuelle sabía que la Srta. Scully no apoyaría la decisión del Sr. Mulder con respecto a dicho duelo, pero también sabía que su adorado cuñado no daría su brazo a torcer.

 

Conocía el hecho que intentar convencerlo de lo contrario sería una pérdida de tiempo; pero el intentarlo la mantendría tranquila sabiendo que pudo haber hecho lo necesario para impedírselo. Era egoísta el pensar en ella ante los acontecimientos, pero su pasado le recordaba sucesos parecidos y el presente necesitaba serenidad.

 

-Mulder, creo que no es conveniente que lo hagas- le dijo perturbada.

-No intentes convencerme de lo contrario, Elizabeth- le dijo ya de pie.- Sabes que debo hacerlo.

-Pero a Katherine no le gustaría que hicieras algo semejante. No lo aprobaría y además si te pasa algo ella no lo resistirá, piensa en eso- le aconsejó y el Sr. Mulder se acercó a ella.

-Cuídala, Elizabeth, como tú lo hiciste conmigo cuando ella no estaba- le sonreía con melancolía. -Volveré victorioso.

-No seas iluso- le dijo sabiendo que podía ser todo lo contrario.

-No temas- le besó la frente en un gesto fraternal y miró a su hermano mayor. -Iré a ordenar que preparen el coche, te espero en la estancia- y salió de la biblioteca.

-Samuelle, es una locura- le advirtió la Sra. Samuelle a su esposo.

-Lo se, pero yo no puedo hacer nada- dijo apenado.

-Por favor, regrésalo con vida, traerlo a casa con vida- le pedía mortificada.

 

El se acercó a ella y la besó con amor muy profundamente así sellando una promesa.

 

Netherfield.

Camino a las caballerizas.

 

La lluvia torrencial azotaba un pueblo sumido en la más profunda calma ya que se preparaba para ver correr la sangre entre dos miembros de tan aristocrática y noble comunidad de Netherfield.

 

Un coche de dos caballos transitaba por las desoladas calles, llevando hacia un destino en particular a sus ocupantes. Uno de los ocupantes veía el caer de la lluvia en el interior del coche, mientras preparaba su mente y cuerpo para lo que se le avecinaba. Los otros dos sostenían una férrea discusión.

 

-¡Si no te gusta déjalo!- grito el Sr. Samuelle.

-No puedo, sería fallarle a uno de mis grandes amigos. Y como su mejor amigo debo advertirle que no debe hacerlo.

 

Las quejas del Sr. Mackenzie y sus advertencias el Sr. Mulder las tomaba sin cuidado.

 

-Aunque no desees que lo haga, él lo de igual manera lo hará. Sabes mejor que nadie que es terco- le recordó el Sr. Samuelle.

-¿Desde cuándo un militar de este lado del mundo reta a un hombre a duelo? ¡Es ridículo!

-El Coronel Skinner es escocés, creo que entenderías por qué recurrió a esto- le aclaró el Sr. Samuelle.

-Sigue siendo absurdo. Michael, él es tu hermano, hazlo caer en razón.

-No puedo ¡Es un hombre enamorado!

 

Y esas últimas palabras mandaron a callar al Sr. Mackenzie, ya que eran muy ciertas. Estaba enamorado y permanecería firme ante la situación el Sr. Mulder.

 

El coche se detuvo al llegar a su destino. Los caballeros bajaron enseguida del interior de éste y el agua mojaba sus capas y sombreros como bendiciéndolos antes de la batalla.

 

El juez Reid salio a recibirlos. Era un hombre alto y desgarbado, de unos cuarenta años, de ojos negros profundos y vestía un traje marrón que se oscurecía mucho más con el azote de la lluvia.

 

-Sir William, bienvenido- el Sr. Mulder sólo lo saludó con un ligero movimiento de su cabeza. -El granero principal se ha dispuesto para el duelo, los acompañaré hasta allá.

 

El juez Reid dio media vuelta caminando en dirección al ya mencionado granero. El Sr. Mulder lo miró con cierto fastidio antes de seguirlo con su hermano y su amigo.

 

El juez los llevaba por un callejón estrecho entre las caballerizas, el heno, el aserrín mezclado y el estiércol llenaban el ambiente húmedo con un hedor nauseabundo que no permitía respirar a los caballeros. El Sr. Mackenzie sacó un pañuelo para cubrirse la nariz, los demás sólo mostraban asco y el lodo ensuciaba sus delicadas botas de cuero italiano. Al fondo del callejón se veía el granero gris y opaco, acompañado por un ambiente tétrico y desolado.

 

Entraron al granero, iluminado por decenas de lámparas de aceite y el suelo cubierto completamente por paja y aserrín complementaban su rustica decoración. Un grupo de caballeros se encontraban allí, incluyendo al Coronel Skinner. Él y el Sr. Mulder cruzaron miradas de desafío y rencor, no dijeron nada, las palabras no eran necesarias, con las miradas se decían todo.

 

Lo que no se esperaba el Sr. Mulder era encontrar al Sr. Krycek haciéndole compañía al Coronel Skinner. No se lo esperaba y tampoco le gustaba, sabía que algo entre manos se traía el infame caballero y esperaba verlo actuar pronto, haciendo una de sus más miserables actuaciones como solía hacerlo.

 

El Sr. Mulder no dejaba de mirar a los dos hombres que eran desdichas en las vidas de él y su amada, los miraba y no sabía a cual odiaba más. De repente el juez comenzó hablar llamando a la atención de todos los hombres que se encontraban allí.

 

-Ya es hora de comenzar con el duelo- les informó seriamente.- Sólo existe una sola e importante regla: el caballero que sangre primero automáticamente pierde el combate. La muerte es válida- expresó fulminantemente. -Como el Coronel Skinner es el afectado, él elegirá con que tipo de armas se realizara el duelo- y señaló una mesa donde habían dos armas de fuego y dos espadas.

-Va a elegir la pistola- le susurró el Sr. Mackenzie al Sr. Samuelle. -Y sabes que no es nada bueno, Mulder tiene mala puntería- el Sr. Samuelle no dijo nada.

-Con las espadas- afirmó el Coronel Skinner bajo la sorpresa de muchos.

-Eso es inesperado, te equivocaste Steven- le susurro el Sr. Samuelle a su amigo.

-¿Tiene algún inconveniente con respecto a la elección, Sir William?- le preguntó el juez al Sr. Mulder.

-No, ninguno- le aclaró seriamente.

-De acuerdo, con espadas será. Bien, ambos caballeros deberán ponerse a tres pasos de distancia, indicados desde esta marca- trazó una línea en el suelo con su bastón, -se les entregarán sus armas para comenzar cuando estén listos- les informó.

 

El Sr. Mulder sin dejarse esperar, se quitó su sombrero, junto con su capa y chaqueta y se los entregó a su hermano en total silencio. Acudió hacia donde estaba la marca que había hecho el juez al igual que el Coronel Skinner.

 

Ambos se miraron con recelo y rabia. Y toda esa rabia y odio las pensaban descargar tan pronto les entregaran sus espadas. Se dieron la espalda y dieron tres pasos para alejarse y volvieron a girar para seguir mirándose como antes.

 

Un ayudante del juez les entregó las armas. El Sr. Mulder la sentía pesada, como su rencor, rabia e impotencia. Vio la mirada desvergonzada y de burla del Sr. Krycek y en su mente había una batalla de pensamientos y sentimientos malignos para el Coronel y el Sr. Krycek. Su único deseo era vengarse fuera como fuera, el único deseo del Coronel Skinner era el mismo. Era lo único que movía a ambos titanes de la vida.

 

-¿Quiere decir algo antes de comenzar, Coronel Skinner?- le preguntó el juez.

-Claro- miro al Sr. Mulder, -usted me quito a la mujer que amo y como le dije a ella: me encargaré de enviarlo al infierno- esas palabras llegaron como puñaladas de hielo al corazón del Sr. Mulder.

-¿Y usted, Sr. Mulder?- le preguntó el juez.

-Acabemos con esto- expresó duramente.

-Bien, colóquense en guardia- los caballeros hicieron lo que les pidió el juez,- y en… guardia.

 

El Coronel Skinner no se hizo esperar y fue el primero en atacar. El Sr. Mulder correspondía y esquivaba con destreza mientras el Coronel Skinner lanzaba golpes poco precisos y fuera de control. Tanto odio sentía él por el Sr. Mulder que su mente no le dejaba ver lo que estaba haciendo.

 

De repente empezó a tomar el control de la situación en un momento en que todos esperaban que fuera su fin. El Sr. Mulder podía sólo seguirle entre el manto de violencia tejido entre ellos. El choque de sus espadas venía combinado con cada estruendo que iluminaban el cielo oscuro y lleno de nubes oscuras.

 

El sonido del metal era fuego y resentimiento. Dos hombres se dejaban llevar por la ira, el amor controlaba uno de ellos, al otro lo controlaba el despecho.

 

El Coronel Skinner estaba deseoso de atravesar su espada contra el cuerpo del Sr. Mulder y se frustraba al no poder hacerlo. Golpeaba y un esquive por parte del Sr. Mulder que volvió a notar el descontrol del Coronel Skinner, pero aun así no pudo evitar el puñetazo que le pegó el Coronel Skinner que lo envió directo al suelo. Cuando pretendía clavarle la espada el Sr. Mulder reaccionó de tal manera que logró pegarle una patada al Coronel obligándolo a retroceder y el Sr. Mulder logró ponerse de pie.

 

Se movían tan rápido que los testigos y el juez no podían distinguir cuando uno golpeaba al otro o como uno esquivaba la espada del otro. El Sr. Mulder arremetía con toda su fuerza contra el Coronel Skinner obligándolo a retroceder con cada ataque y golpe contra la espada del militar. El Sr. Mulder aprovechó la desventaja del Coronel Skinner y en un movimiento rápido, le quitó su espada y como el excelente espadachín que era lo acorraló contra una pared y la punta de su arma.

 

El viento, el aire, las respiraciones se detuvieron en ese solo instante. Dos hombres agitados y uno de ellos acorralando al otro. El Sr. Mulder tenía la oportunidad idónea para desquitarse del Coronel, pero algo lo detenía y nadie se explicaba que era.

 

-¿Qué espera?- le preguntó el Coronel Skinner, al ver que el Sr. Mulder no lo atravesaba con la espada. -¿Acaso después de todo lo que ha hecho se ha acobardado?

-¡Aquí el cobarde es otro!- le gritó el Sr. Mulder iracundo. -Los cobardes son los que lanzan a mujeres inocentes por las escaleras y matan a niños nonatos. Así son los cobardes y no me acerco ni remotamente a ello.

 

El Coronel Skinner lo miraba sin entender la situación. El Sr. Mulder sólo podía seguir hablando mientras mantenía acorralado al Coronel.

 

-La mujer que usted supuestamente ama está agonizando…

-¡Se lo merece!- gritó. El Sr. Mulder no pudo resistí hacerle presión con la espada así sacándole las primeras gotas de sangre.- Hágalo- le pidió el Coronel Skinner quejándose ante la sensación de dolor.

-Debería hacerlo, por ella, por nuestro hijo- muchos en el granero se mostraron sorprendidos ante la revelación, sobre todo los caballeros que sentían especial rencor por el Sr. Mulder, -por mí... y me odio a mí mismo por no querer hacerlo; pero ella no me enseñó a quitar vidas- expresaba agitado, -no me enseñó a destruirla. Me enseñó a amarla, respetarla y valorarla y no me importa el rencor u odio que sienta hacia usted, merece la vida. El Dios de Katherine se encargará de hacerle pagar su error algún día. He sido demasiado benevolente con usted hoy- con su espada cortó desde el hombro hasta el pecho al Coronel Skinner, pero sin intenciones de herirlo de gravedad.

 

No necesitaba más, había ganado el duelo aunque ello no le salvaría la vida a la mujer por la cual su corazón lloraba. No se sentía triunfante y mucho menos victorioso. Se alejó del Coronel Skinner y con movimientos pesados le dio la espalda.

 

El Coronel Skinner tenía tanta sed de venganza que el dolor en su pecho y hombro poco le importaba. Su deseo de muerte era mucho más importante que cualquier otra cosa.

 

Aprovechando que el Sr. Mulder le daba la espalda al Coronel Skinner, el Sr. Krycek tomó la espada del suelo y se la entregó al Coronel que se encontraba arrodillado en el suelo. Había adivinado sus intenciones.

 

El Coronel Skinner se puso de pie y lanzó un grito de batalla mientras corría hacia el Sr. Mulder, pero su grito de batalla no llegó más allá. Su vientre había sido atravesado por la espada del melancólico caballero, el cual había sido más rápido que el mismo Coronel.

 

Ambos se miraban fijamente, en los ojos del Coronel se reflejaba la incredulidad ante el momento y el Sr. Mulder dudaba por lo que ya estaba hecho. El militar comenzó a sangrar, dejó caer su espada y luego él cayó pesadamente en el suelo de rodillas, se tocaba el lugar donde la espada lo había atravesado y seguía incrustada. Miró por última vez a su verdugo y cayó de lado en el suelo lleno de aserrín. La muerte había llegado en su búsqueda finalmente.

 

El Sr. Mulder se miraba las manos llenas de sangre y llenas de culpa. Había sido justa la contienda decía el juez fríamente. El Sr. Mulder no lo sentía así. Jamás pensó que llegaría a sentirse tan culpable por lo que había hecho.

 

Corrió hacia la entrada del granero, saliendo de él desesperado. Sentía que ella lo llamaba, corría como un loco mientras su hermano y su amigo lo seguían y lo llamaban a gritos. Sin pensarlo mucho cuando se encontró a un hombre que montaba un caballo, lo bajó del animal bruscamente para así subir a él frente la mirada aterrada de sus compañeros.

 

La lluvia seguía cayendo sobre Netherfield y él se mojaba más y más, suplicando que su culpa fuera arrastrada con el agua que caía. Cabalgaba hasta Macleoud tan rápido que hasta peligroso parecía. Sus empleados abrieron el portillo de la propiedad al ver llegar a su amo. Al bajar del caballo que había robado, entró a la propiedad llamando a la Srta. Scully y todos allí se preguntaban por qué lo hacia.

 

Al llegar al salón principal escuchaba el piano sonar, embrujado por una música fúnebre y mortuoria. Corrió hacia el salón de música y el corazón le dio un vuelco al ver a su hermana tocar tan desagradable música. Sólo la tocaba cuando alguien cercano a ella moría y el Sr. Mulder pensó lo peor.

 

-No- negaba con dolor, -no me hagas esto por favor, Samantha ¡Deja de tocar!- gritaba mientras se cubría los oídos. -No hagas más grande mi dolor- suplicaba.

 

La Srta. Mulder no lo escuchaba y seguía tocando estruendosamente. El Sr. Mulder comenzaba a sollozar y su cuñada se le acercó.

 

-Mulder- le llamó al verlo allí parado, todo mojado y con la camisa llena de sangre.- ¿Estás herido?

-Dile que deje de tocar- le pidió tomándola por los hombros, -no quiero que la ayude a cruzar al otro lado ¡porque no quiero que se vaya!- volvió a gritar exaltado.

-¿De que estás hablando?- preguntó nerviosa.

-No toco por ella, William- habló finalmente la Srta. Mulder mientras continuaba en el papel de pianista fúnebre. -No toco por ella, toco por el Coronel Skinner- su hermano y su cuñada no mostraron ninguna sorpresa al escucharla. -Debe ser ayudado a cruzar, aunque no se a donde irá.

-Ella no ha muerto, William, despertó y el Sr. Scully dijo que se recuperará. Ahora está descansando, es probable que puedas hablar con ella mañana. Solo debe descansar- le explicó la Sra. Samuelle.

 

El Sr. Mulder no se hizo esperar y subió al segundo piso de la residencia. No tardó mucho en entrar a la habitación donde se encontraba la Srta. Scully. Cierta paz volvió a su alma al verla tan calmada, quieta y descansando. El color había vuelto a su rostro y sin duda alguna seguía más viva que nunca.

 

Y se arrodilló frente a la cama, tomando entre sus manos la mano de ella que reposaba a un lado. Lloró sin consuelo alguno, por lo sucedido y por lo que tal vez pudo perder. Nuevas heridas habían sido abiertas, pero ella se encargaría de sanarlas.

 

21 de octubre.

Villa Macleoud.

 

La lluvia torrencial había cesado, el sol brillaba entre nubes espesas muy blancas y un arco iris surcaba el cielo mostrando un día de nuevos milagros y esperanzas.

 

Todos desayunaban en Macleoud a excepción del Sr. Mulder que vigilaba el descanso de la Srta. Scully. Sólo se había alejado de ella para cambiarse de ropa, no quería que si ella despertaba lo viera con la ropa llena de sangre.

 

Leía un libro muy tranquilo a la espera de que ella despertara. Ella empezó a despertar sin que él lo notara, movía su cabeza despacio, aun le dolía el golpe que tenía detrás e intentaba adaptar sus ojos a la incipiente luz que llenaba la habitación.

 

Posó su mirada sobre el hombre que leía Goethe. Ese hombre era su vida, su ser, su alma, sus pensamientos y locuras, en fin, su todo. Empezó a llamarlo con voz débil.

 

-Mulder- le llamó.

 

El la observó y le sonreía mientras dejaba el libro a un lado y se sentaba junto a ella a un lado de la cama y le tomaba de las manos.

 

-Hola, bienvenida dormilona- se burlaba mientras le besaba las manos. -Estoy celoso, quieres más a esa cama que a mí.

-No digas tonterías- decía débilmente mientras volvía a cerrar los ojos y volvió a abrirlos de par en par desesperada. -Mulder, nuestro hijo- decía al punto del llanto.

-Shhh… calma- le tranquilizó. -Está todo bien- llevó su mano junto con la de ella hasta donde reposaba el fruto de sus ensoñaciones.- Esta ahí, sigue vivo y feliz, crece sano y fuerte como nuestro amor. Tu hermano dice que nacerá a finales de abril- decía muy feliz.

-Me tranquiliza escuchar eso- lo miraba fijamente, buscando en su mirar y vio esa melancolía y tristeza. -¿Lo hiciste, cierto?- le preguntó conociendo de antemano la respuesta.

-Lo siento, no quise hacerlo- no podía mirarla a los ojos, -sé que me dejé llevar por la ira y el odio, fui allí en busca de venganza y pensé que no valía la pena. Le perdoné la vida, pero el insistió y no pude evitarlo- la miró con ojos penosos. -Ahora me siento tan culpable.

-No, no puedes sentirte así- colocó una de sus manos sobre la mejilla de él, -evitaste hacerlo y no te quedó más remedio que hacerlo, él es el único culpable por su muerte.

 

El se sintió liberado ante sus palabras. Ella no lo perdonó porque no necesitaba ser perdonado. El le besó la frente en un gesto cariñoso.

 

-Se comportó vilmente, se que lo que le dijiste le dolió. Pero no debí actuar como lo hizo- expresaba la Srta. Scully.

-Katherine, yo no le dije nada- le explicó el Sr. Mulder.

-¿Qué?

-No pude, hablé con tu hermano… pero con él no pude hacerlo. Jamás lo vi, no lo encontré- le aclaró.

-Pero… las cosas que me dijo, hablaba como si supiera lo que ocurría entre nosotros. Como si se lo hubieras dicho- comentaba desconcertada.

-Tal vez tu hermano se lo dijo después de que yo estuve en tu casa- comentó.

-No, para Bill todo lo ocurrido fue demasiado humillante. No creo que haya hablado con Skinner- le aclaró.

-¿Entonces quién fue?- se preguntaba y mientras pensaba había recordado algo. -Krycek, él se lo dijo- le confesó el Sr. Mulder.

-¿Qué? El no sabía nada- comentó incrédula. -¿O sí?

-Claro que lo sabía o lo sospechaba. Te atacó aquella vez porque sabía que eras importante para mí. No dudo que hubiera sido él y mucho menos recordando que él fue uno de los testigos del Coronel Skinner en el duelo.

-¿Qué dices?- preguntaba con sorpresa.

-Sí, así es. Me sorprendió encontrarlo allí y ahora todo esta tan claro. Usó a Skinner para sus fines.

 

Ambos se quedaron pensativos, sabiendo que el Sr. Krycek había utilizado el Coronel Skinner para su propia venganza personal. No había porque sorprenderse, era típico en él.

 

-Bueno, hablaremos de eso en otro momento. Creo que lo mejor ahora es que comas algo- le dijo concienzudamente. -Ordenaré que preparen algo ligero y que te lo suban, es lo más recomendable.

-De acuerdo- le dijo mientras el Sr. Mulder la ayudaba a acomodarse mejor en la cama. -¿Y mi madre y Melissa?- preguntó.

-Abajo, desayunando.

-Quisiera verlas- le pidió.

-Iré por ellas- se puso de pie. -No te vayas a ir.

-No pienso irme a ningún lado y menos sin ti- él sonrió ante lo que ella le había dicho y la besó antes de salir de la habitación.

 

El Sr. Mulder fue en busca de la madre y la hermana de la Srta. Scully para comunicarles que esta había despertado y que deseaba verlas. Luego fue a la cocina y ordenó que prepararan un desayuno ligero para la Srta. Scully.

 

Decidió luego ir la a biblioteca de la residencia. Allí sentado en un mueble y mirando por un ventana pensaba en el futuro que tenían deparados ella y él. Tenían que comenzar una vida, pero habían ocurrido tantas cosas que de repente se sintió asustado.

 

No había notado la presencia de la Sra. Samuelle hasta minutos después de que ella había irrumpido en el lugar y en sus pensamientos.

 

-Un penique por tus pensamientos- le ofertó la Sra. Samuelle.

-El uno es un número muy solitario ¿lo sabías?- le preguntó mientras la veía acercarse a él.

-Entonces que sean dos peniques por tus pensamientos- le dijo mientras se sentaba frente a él.

-Sólo pensaba en tonterías- expuso.

-Tu vida y la de Katherine no son tonterías- expresó con inteligencia.

 

El Sr. Mulder la miraba extrañado y ella solo hacia sonreír.

 

-No sabes por donde empezar ahora. Temes por Katherine y por ti, Netherfield les ha perdido el respeto y eso no te agrada- le aclaró.

-¿Cómo sabes que eso es lo que me mortifica?- preguntó sorprendido.

-Porque fue lo que sintió Samuelle cuando todos se enteraron de lo nuestro. Durante un tiempo tuvimos que lidiar con la indiferencia y el aborrecimiento que Londres nos ofrecía. Hacíamos creer que no nos importaba, pero sí. La boda no aplacó las voces y los comentarios y por eso vinimos a vivir a estas tierras. Porque nos cansamos.

-Pero aquí siguen los comentarios mal intencionados dirigidos a ustedes- comentó el Sr. Mulder.

-Pero a mí no me llaman la meretriz Elizabeth y a Samuelle no le llaman el seductor de institutrices. Nos respetan y no conocen nuestro pasado, tal vez no les gusten nuestro proceder o actitud; pero aun así somos respetados.

-Nunca pensé que les importaría tales cosas a ti y a Michael- decía anonadado.

-Sólo somos meros actores en el teatro de la vida, Mulder- le explicó. -Por todo ello estoy convencida de que te sentirías culpable por lo que pueden decir de Katherine las personas de Netherfield. Muchas damas se encargarán de desprestigiarla y acusarla. Todos admiraban al Coronel Skinner, a ti te verán como un asesino y a ella como la culpable de su muerte.

-¿Qué me quieres decir todo esto, Elizabeth?- le preguntó confundido.

-Regálale una nueva vida a tu hijo y a Katherine. Llevadla a Londres, la tratarán como tu abnegada y educada esposa, una mujer sin pasado es digna de admiración.

-¿Llevarla a Londres? No puedo hacer eso, no puedo alejarla de su familia. Jamás me lo perdonaría- le discutió.

-Ella sí querrá ir, para darle un buen futuro a su hijo, tu hijo. Donde el pasado, la muerte y las mentiras no interfieran en su pronto nacimiento- le explicó. -No te estoy diciendo que te la lleves para siempre, tendrán que volver algún día como Samuelle y yo volveremos a Londres algún día. Deja que Netherfield sane como está sanando Londres- le pidió. -Sólo plantéate esa idea y habla con Katherine con calma, cuando esté mejor.

 

La Sra. Samuelle se puso de pie y salió de la biblioteca dejando con la idea rondándole en la cabeza al Sr. Mulder que continuaba dudoso. Pero la Srta. Scully nunca expresó duda cuando el Sr. Mulder habló con ella. Estaba completamente de acuerdo. Con todo lo sucedido ambos necesitaban alejarse, a pesar de que lo que pensaban en Netherfield era lo menos importante. No lo pensó dos veces al decirle que quería irse con él de la ciudad. Ir a Londres o a otro lugar era lo mejor. Aunque ella se alejaría de sus seres queridos, no podía dejar de pensar que era lo más adecuado dadas las circunstancias y que dejaría las cosas sin aclarar con su hermano mayor.

 

A pesar de la tristeza por el alejamiento, la familia de la Srta. Scully estuvo de acuerdo con la decisión al igual que la familia del Sr. Mulder. La Sra. Scully lloraba a pesar de que tal vez algún día volvería a ver a su hija. No la detuvo, sabía que su hija menor buscaba la felicidad como toda mujer enamorada.

 

Partieron dos días después de lo sucedido, esperando que la Srta. Scully se recuperara un poco más. No querían esperar mucho y mucho menos permanecer más en Netherfield o el mismo Boston. La despedida estuvo llena de lágrimas por parte de las damas Scully y la Sra. Samuelle. Les desearon lo mejor a los viajeros y les obligaron a prometer que volverían a verse todos.

 

La Sra. Rossi y la Srta. Mulder también partieron con ellos, tal señorita no dijo nada cuando iban rumbo a Boston para tomar el barco que los sacaría del país. No sólo estaba triste por dejar a sus hermanos atrás, sino porque había dejado a alguien al cual le había tomado mucho afecto.

 

Cuando llegaron a Boston y el coche los llevaba al puerto los ocupantes de este permanecían callados a la espera de un nuevo destino. En el coche, la Srta. Scully y el Sr. Mulder iban tomados de la mano, mirando por las ventanillas del coche, observando los barcos que se preparaban para zarpar y las personas que corrían de un lado para otro para abordar el barco correspondiente.

 

El Sr. Mulder sostenía la mano izquierda de la Srta. Scully, notó que ella llevaba el anillo que él le había regalado en el dedo del centro, donde él se lo había colocado meses atrás. Sin decir nada le empezó a sacar el anillo y ella al notar lo que él estaba haciendo lo miró de manera desconcertante y él le sonrió calmadamente mientras terminaba de sacarle el anillo.

 

Ella no entendía lo que él había hecho, pero cuando él volvió a colocarle el anillo, pero esa vez en el dedo anular, el dedo del corazón, respiró calmada y sonreía ante el gesto de amor que él había hecho. Estaba reafirmando lo que había entre ellos dos, era legalmente su prometida y aunque la palabra sonara cursi era extremadamente importante para él.

 

Estaban unidos y se amaban como nadie había amado en la vida. Se preparaban para una nueva vida que vivirían completamente al máximo, porque habían nacido para ello. Como almas gemelas.

 

Continuara...

 

 

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