fanfic_name = Lovers Through Time

chapter = 7

author = NikkyScully

dedicate = Disclairmer: Ya lo he dicho el siglo XIX me pertenece por completo.

Escrito por: NikkyScully.

Clasificación: MSR, UTS, un intento de HUMOR fallido y SMUT.

Dedicatoria: A la bitch Rovi: Mi beta, que me apoyado mucho con esa historia, gracias por tu ayuda.

Bitch Estrella: La que me mantiene cuerda y sorry, pero no voy a dejar de hacer lo que tú no quieres que yo haga.

Bitch Vania: My love, I love you. You know ¿que mas puedo decir?

A mis niñas: Valeska, Dinma y Chaite, mis niñas las extraño un montón.

Rosa y G_Woman: Gracias por estar ahí, conmigo.

Karina y Agent Macgirl: Gracias por tantas noches divertidas con conversaciones trilladas y sin sentido. Temas serios sobre conspiración y demas. Gracias por su apoyo chicas.

Y especialmente a las personas que me han dejando tantos comentarios para continuar con el fic: LizzyX, Claudia, Piper Scully, Maru, Cristy, Mysticshiva, hija_de_Mulder_y_Scully, Lily, Saranya, Memo, DanaKS, Magico y a todas las personas que han leído el relato.

Nota: No soy buena, lo se… lo que viene no es mi fuerte. Sorry.

Feedback: Ya saben a donde jro185ARROBAhotmail.com y como últimamente mi correo ha estado dando problemas pueden dejarme mensaje privado en las paginas donde este publicado el fic. Bexos a todos.

 

Rating = touchstone

Type = Alternative Universe

fanfic = Plantaciones de Pemberley

Más tarde.

 

El Sr. Samuelle y el Sr. Mulder trotaban a caballo entre las plantaciones y los esclavos; el Sr. Mulder observaba como su hermano supervisaba cada detalle de su patrimonio. Ambos hermanos eran inteligentes, pero el Sr. Samuelle ostentaba una inteligencia innata para los negocios, mientras que el Sr. Mulder era un erudito de los libros y las ciencias ocultas.

 

Ambos eran hijos de diferentes hombres, pero aunque los lazos sanguíneos entre ellos no eran tan puros, se comportaban y se trataban como verdaderos hermanos; y aunque su madre se pasaba todo el año criticando a sus retoños varones era para ella un orgullo ver que se trataban de una manera tan afectiva entre hermanos.

 

-¿Ha avanzado de algún modo la relación que tienes con la Srta. Scully?- le preguntó a su medio hermano.

-No comprendo tu pregunta, Michael.

-Quieres que sea directo ¿cierto?- le volvió a preguntar.

-Me encantaría.

-¿Te has acostado con ella?- le preguntó sin titubear, era muy obvio que el Sr. Samuelle no poseía ningún escrúpulo para ese tipo de preguntas.

-¿Por qué quieres saber eso?- le preguntó guardándose la ofensa para más tarde.

-Porque estoy cansando de ver como te comportas con ella, es tan cursi. Ya pareces eunuco.

-¿Y eso te molesta?- le preguntó deteniendo el caballo.

-Estás con ella por alguna razón.

-Porque la amo.

-No me hagas reír. Dime que estás bromeando- le dijo con cierta duda en sus ojos.

-No estoy bromeando. Es una verdad tan absoluta, que es difícil de negar.

-Y si la amas tanto ¿qué esperas para acostarte con ella?

-Porque no está lista. No puedo obligarla hacer algo que no desea.

-Tiene veinticuatro años, está lista. William, si no te das prisa el Coronel Skinner te la va a ganar.

-¡Ella no es un premio Michael!- le dijo indignado.

-Estás indignado, eso sólo significa una cosa. Te preocupa que ella se vaya a casar con otro hombre cuando regresemos a Boston- decía mientras su caballo se movía.

-¿Crees que me gusta la idea? Sólo de pensarlo mi sangre empieza a arder.

-Entonces date prisa, el Coronel...

-No vuelvas a mencionar ese nombre en mi presencia Michael- le pidió con cierto rencor en su tono.

-De acuerdo. Regresemos a la casa.

 

Ambos hicieron girar sus caballos en dirección a la casa, al cruzar las cercas que dividían las plantaciones de las praderas y el gran caserón se toparon con la Srta. Scully, que se acercaba a ellos también montada a caballo.

 

-Buenos tardes, Srta. Scully- le dijo el Sr. Samuelle.

-Buenas tardes caballeros.

-¿Va algún lado Srta. Scully?- le preguntó el Sr. Mulder, percatándose que ella llevaba una manta consigo.

-Iré al lago, es un día hermoso y no quiero desaprovecharlo estando fuera de la casa- le dijo sin dejar de mirarlo a los ojos ni un solo segundo. El Sr. Mulder notó que la señorita no evitaba mirarlo y que a ella tampoco le importaba la mirada investigadora del Sr. Samuelle.

-Le ofrezco mi compañía- le dijo.

-La tomo- posó su mirada sobre el Sr. Samuelle. -¿Cómo van las plantaciones, Sr. Samuelle?

-Empezarán a descocechar el algodón mañana temprano. ¿Y mi esposa?- le preguntó.

-Aun continúa durmiendo. Intenté despertarla esta mañana, pero fue imposible.

-Yo mismo me encargaré de sacarla de la cama. Tengo mis trucos para con Elizabeth.

-No quisiera saber cuales son.

-Los que usarás con la mujer que se case contigo.

-Ah... entonces a mí sí me interesaría saber de esos métodos- les dijo a los caballeros.

 

Los hermanos se miraron con sorpresa, dedujeron que la Srta. Scully se traía algo entre manos. Ella los miraba con cierta burla y picardía.

 

-¿Nos vamos, Sr. Mulder?

-Por supuesto.

-¿Saben llegar al lago?- les preguntó el Sr. Samuelle.

-Uno de los esclavos me dijo que el sendero sur nos llevaría hasta allá.

-No corran, ha estado lloviendo mucho en estos últimos días y el camino es desastroso.

-Hermano, sabemos montar a caballo. Gracias por cuidarnos tanto.

 

El Sr. Samuelle negó con la cabeza reconociendo que su hermano y la Srta. Scully eran un par de testarudos y sin decir nada los dejó partir.

 

Salieron de los terrenos de la propiedad, encaminándose por un sendero de tierra amarilla; por un par de minutos solo se veían escasos árboles y camino, pero luego el paisaje se fue espesando con frondosos árboles. De pronto se escuchó el correr del agua y llegaron a la conclusión de que el lago estaba cerca.

 

Al adentrarse un poco más al bosque y bajar una pendiente, se encontraron con un terreno llano forrado por una alfombra de hierba y frente a ellos el lago cristalino rodeado por la majestuosidad de los árboles que caracterizaban el condado de Rogue.

 

El Sr. Mulder bajó de su caballo para luego ayudar con la misma tarea a la Srta. Scully, quien luego de haberse maravillado por la belleza del lugar se dispuso a sacar una manta de las alforjas del caballo para abrirla y colocarla sobre el césped.

 

-Planeaste todo esto ¿cierto?- dijo con cierta sorpresa el Sr. Mulder.

-¿Me vas a negar que el momento no te parece perfecto?- en sus ojos brillaba la decisión que había tomado para conveniencia de su relación con el Sr. Mulder. -Hay comida en la alforja ¿podrías traerla hasta aquí?- y procedió a sentarse.

-Por supuesto- se acercó al caballo de la Srta. Scully y de la alforja sacó una pequeña bolsa con algunos aperitivos, pero en su búsqueda se topó con un libro muy conocido para él. -Conozco este libro.

-Es un regalo de Elizabeth y lo he estado leyendo.

-Que curioso, fue uno de los libros que le regalé junto con la colección del Marqués de Sade antes de venir a los Estados Unidos con Michael- le contó, mientras se sentaba junto a ella sobre la manta. –Es poesía erótica.

-Se supone que no debiste verlo ahí – dijo con cierta pena.

-Que no te apene el que lo haya encontrado, sólo es un simple libro.

-Es un libro de erotismo, no es un simple libro.

-La conversación se ha vuelto absurda. Es un libro y nada más, demos el tema por zanjado.

-Eres peor que tu hermano- le dijo mientras retiraba una hoja que había caído sobre el hombro del Sr. Mulder. –No te gusta entrar en polémica.

-¿Por qué entrar en polémica si tú y yo podemos hablar de cosas más interesantes?- le preguntó.

-Tienes mucha razón.

 

La Srta. Scully besó dulcemente y con lentitud al Sr. Mulder, acto que lo tomó de improvisto, pero prefirió dejar pasar la sorpresa y dedicarse a besarla con pasión.

 

A unos cuantos kilómetros de ahí, en la propiedad Pemberley se desarrollaba otro tipo de actividad. Una persona llegaba para visitar a los propietarios, una señorita que provocaba el desdén entre esa familia pero era necesario ocultarlo por las circunstancias.

 

Julia, una de las criadas de la casa, entró deprisa a la habitación de los Samuelle y volteó el rostro con toda pena por encontrar a sus amos recreándose en actividades que una persona como Julia no realizaba con frecuencia. La Sra. Samuelle gritó y el Sr. Samuelle se hecho reír, no era la primera vez que los encontraban haciendo esas cosas.

 

-¡Julia! ¿Cuántas veces tengo que decirte que toques antes de entrar?- gritó indignada. –Debería pegarte un par de azotes por tu atrevimiento- dijo mientras se cubría con las sabanas.

-Lo siento señora, es que tienen visitas.

-¿Visitas? ¿Quién?- preguntó la Sra. Samuelle.

-Dice ser una gran amiga que tienen en Netherfield- les dijo.

-Debe ser la hermana de la Srta. Scully- dijo el Sr. Samuelle.

-Sí, es probable. Seguro vino a ver a Katherine ¿pero por qué desea vernos a nosotros?- preguntó con curiosidad la Sra. Samuelle.

-La Srta. Scully no esta aquí... ella y William fueron al lago.

-¿En serio?- preguntó con sorpresa y una sonrisa de felicidad en su rostro. -Vaya, parece que la conversación que tuvimos dio muchos resultados. Se ha convertido en toda una pícara.

-¿Qué conversación?- mostrando su cara de confusión.

-Julia, avisa que ya bajamos.

 

La criada salió sin decir nada y los Samuelle empezaron su tarea de cambiarse sin saber que la visita les caucionaría gran pesadez no sólo a ellos, sino también a los demás habitantes de la residencia.

 

Ya la Srta. Mulder había bajado junto con su institutriz para ver a la persona que llegó con una nube espesa y que pronosticaba una lluvia torrencial ese día. La Srta. Mulder observaba a la dama con cierta antipatía, mientras que la Sra. Rossi le brindaba las más gratas atenciones. Los Samuelle bajaron de sus aposentos y al entrar al gran recibidor se les heló la sangre que corría con calidez por sus venas.

 

-Buenas tardes Sr. y Sra. Samuelle- los saludó.

-¿Srta. Fowley?- preguntó con cara de estupefacción, más bien la Sra. Samuelle estaba

horrorizada por ver a tal señorita sentada en su mueble de madera inglesa.

-Buenas... buenas tardes, Srta. Fowley- le devolvió el saludo el Sr. Samuelle sin poder ocultar su sorpresa.- ¿Cómo está?

-Estoy muy bien Sr. Samuelle, encantados de volverlos a ver- expresó con su típico rostro de hipocresía.

-¿Qué demonios...?- y sintió la mirada de reproche de su marido y decidió cambiar sus palabras. -Es una sorpresa verla de nuevo, Sra. Fowley- se sentó en uno de los muebles cercanos, para no terminar desmayada por la sorpresa,- ¿qué la trae a Georgia?

-Estoy de vacaciones, paso el verano en Ambrose, con mi primo y su prometida.

 

Y los Samuelle se miraron mutuamente. Si estaba en Ambrose significaba que su primo era el Sr. Krycek y eso no era nada bueno, no era bueno para nadie. La Srta. Mulder miró a sus familiares e intuyo que algo ocurría, de todas formas para ella era fácil de deducir.

 

-Me enteré que estaban aquí en el condado de Rogue y me dispuse hacerles la visita y me complace tanto poder conocer al fin a la Srta. Mulder, he oído tanto de usted, señorita.

-¿En serio?- dijo tragándose el aborrecimiento.

-El Sr. Mulder le encanta hablar de usted cuando estamos reunidos.

 

Y la Sra. Samuelle sintió deseos de sacarla de la casa, pero necesitaba escuchar primero de los labios de la Srta. Fowley que la verdadera razón de su presencia en Pemberley era que tenía muchos deseos de ver al Sr. Mulder, pero eso sería prácticamente imposible si la Srta. Scully se encargaba de mantenerlo bien lejos de la propiedad por algunas cuantas horas.

 

-¿Usted y mi hermano se reúnen seguido?- le preguntó la Srta. Mulder con rostro incrédulo.

-Oh sí... somos muy buenos amigos- le respondió con una sonrisa ilusoria. -El y yo...

-Veo que la están atendiendo muy bien, Srta. Fowley- le interrumpió la Sra. Samuelle.- ¿Desea más galletas?

-No. Gracias Sra. Samuelle- colocó la taza de té sobre la mesilla de la estancia.- ¿Y el Sr. Mulder?

-No está- respondieron todos casi al unísono.

-Oh... que pena, tenía tantos deseos de verlo- dijo con cierta molestia en su tono, se le notaba el deseo de volverlo a ver.- ¿Saben si volverá pronto?

-No lo creo, está atendiendo un asunto muy importante que no puede dejar pasar- le dijo la Sra. Samuelle, sabiendo que su cuñado no volvería tan pronto como lo deseaba la Srta. Fowley.

 

Mientras tanto en el lago los dos enamorados se encontraban recostados sobre la manta. El Sr. Mulder de lado, con la cabeza apoyada sobre su hombro para permitirse leer el libro que la Srta. Scully había traído consigo. Ella estaba acostada boca arriba mirando hacia el cielo; mientras disfrutaba de las breves caricias sobre su vientre que les hacia el Sr. Mulder con su mano libre.

 

-Recita uno- le pidió ella.

-¿Qué?- le preguntó fingiendo no haberla entendido.

-Que recites uno de los poemas allí escritos. Me complacería escucharte decir uno- le dijo mientras clavaba sus ojos sobre los de él.

-Creo que no sería adecuado, los poemas eróticos no son para ser recitados en público- le justificó.

-Aquí solo estamos tú y yo. Estamos solos.

-¿Y dónde dejas los caballos?- y rieron a coro, -podrían incomodarse al escucharme.

-Preocúpate por mi petición y no por el pensamiento de los caballos.

 

El no dijo nada, era muy obvio para él que ella no daría su brazo a torcer. Bajó la cabeza y empezó a buscar entre los poemas, alguno que no fuera tan lujurioso para la dama; al encontrarlo empezó a leer.

 

-Estoy sedado por la pureza de tu corazón. Adormilado por el calor de tu alma.

Resplandeciente por la ternura de tus caricias. Inquieto por la angustia de tu ausencia.

Impaciente por el magnetismo de tu presencia. Sediento por el néctar de tu cuerpo.

Hambriento por el aroma de tu piel. Falleciendo por ver el contorno de tu cuerpo tras

la tenue luz que regala una vela.

 

El concluyó, pero la Srta. Scully empezó a reír hasta el punto de quedarse sin aire. El Sr. Mulder se indignó por tal hecho y se desconcertó a la vez, cerrando el libro y mirándola con ojos molestos; ella dejó de reír, pero aun así no podía borrar la sonrisa de burla de su rostro.

 

-¿Qué es lo que le causa tanta gracia, Srta. Scully?- le preguntó con una educación que sobrepasaba el limite de lo ridículo. Ya se sentían en confianza, pero esto sólo era una técnica para hacerla temer.

-Eso no es un poema erótico- le contestó sin temor. No había ninguna duda, ella no le temía como él pretendía hacer. –Muy bonito era sin duda, pero dudo que tenga el calificativo de erotismo.

-¿Qué es un poema erótico para ti?- le dijo, mientras acercaba su cuerpo hacia el de ella.

-Debe tener pasión en su contenido...

-Más bien lujuria- le rectificó.

-Por eso es el termino de erotismo- sintió calor al verlo tan cerca, estaba prácticamente sobre ella y no le molestaba, más bien la excitaba.

-Bien, te daré lo que deseas- se humedeció los labios antes de continuar y con su mirada penetraba en el interior mas recóndito de la mujer que estaba tendida debajo suyo. - Aquel día nos citamos a escondidas. En el mundo éramos solamente, tú y yo... La primera mirada fue ingenuamente normal. El primer abrazo fue sorpresivamente sensual... El primer beso fue extremadamente dulce... Y caímos rendidos en los brazos del Amor. Besaba sin cesar tus labios candorosos y mi lengua juguetona jugaba con la tuya... Y nos dimos cuenta que al mezclarse tu saliva con la mía una alquimia misteriosa formaba un afrodisíaco...

 

Ella lo escuchaba atentamente, tenia la impresión de haber leído ese poema antes y sentía sorpresa al prever con anterioridad que él lo recitaba de memoria. Y tuvo la necesidad de recitarlo junto a él.

 

-Y deseé tocar los capullos de tus senos desnudos...- sintió sorpresa al escucharla recitar el poema, pero continuo hablando, mientras ella le seguía, -y mis manos recorrieron los lugares más ocultos de tu hermoso cuerpo. Y tu clítoris virginal, fue, por largo tiempo acariciado. Por el poeta atrevido. Y sentiste... Y vibraste... Y te hice sentir mujer...- sonrieron con picardía y continuaron. -Soy el poeta loco que se atreve a penetrar las profundidades más oscuras del deseo, del éxtasis, de la pasión, de la locura... Y ahora se calienta la sangre de mi doncella y ahora escucho tus gemidos cadenciosos que salen de tu hueco místico.

 

Mientras hablaban sus bocas se encontraban tan cercas que podían respirar el mismo aliento, ella sentía temblores en todo su ser y lo deseaba con toda su alma mientras continuaban recitando el ardiente poema.

 

-Y eso gemidos son, la inspiración, son la música, para mi poesía... Y el jugo de la vida fluye por las Trompas de Falopio. Se acerca el clímax místico... Y recordarás para siempre el inolvidable momento aquél en que tu cuerpo se estremeció y vibraste de placer... Y te llegó el orgasmo cósmico y jamás podrás olvidar el intenso momento aquél en el cual nos juntamos los dos: La Poesía y el Placer...

 

Y finalmente sus bocas se tocaron y como las suaves y cadentes letras del poema así ellos se unieron, en una batalla lujuriosa de dos músculos y saliva ardiente. Era el ambiente idóneo para la unión de dos almas a fin.

 

Rompieron el candente beso y se miraron con pasión. Ella tenía en sus ojos una mirada de deseo que a él lo hizo estremecer y con una de sus manos tocó los labios rojos de su amada y volvieron a besarse lentamente, besó su mejilla izquierda y tomó la oreja de ésta entre sus labios, mordiéndolos y acariciándolos mientras ella reía divertida por la sensación provocada entre cosquillas, placer y excitación. Bajó hasta su cuello y lo besó y ella trataba de no reír a carcajadas, era primera vez que la tocaban de esa manera y le gustaba.

 

Ella lo hizo girar para que se colocara de espaldas sobre la manta y a horcajadas se posicionó sobre él mientras en sus ojos brillaba la pasión que sentía por el hombre que se encontraba debajo de ella y volvió a besarlo profundamente. El tocó la cabellera de ella con sus dos manos mientras se besaban y logró sacarle el broche que sostenía todo su pelo sobre su cabeza y así este callo sobre toda su espalda. Era más rojo de lo impensable, rizado, extremadamente largo y furioso, era como una gran llamarada de fuego ante sus ojos y le parecía maravilloso.

 

El besó la manos de ésta y ella sonrió, bajó sus manos hasta el pecho de éste y lentamente le sacó la chalina como esperando a que él la detuviera, pero no lo hizo. El subió sus manos hasta los pechos de ella y los tocó ligeramente por encima de la tela del vestido, ella exhaló profundamente y cerró los ojos al sentir que él empezaba a desatar los nudos frontales del vestido. Ella continuó con la tarea de quitarle los botones al chaleco que el traía y al terminar continuó con la sayuela; y mientras lo hacía descubría cada centímetro de piel debajo de ella.

 

El levantó la espalda de la manta, para continuar con la tarea de sacarle los nudos y besar el interior de los senos que se ocultaban allí y ella echó la cabeza hacia atrás. Mientras se besaban, él empezó a pasar sus manos por la terca piel de las piernas y muslos de la mujer que continuaba volviéndolo loco con los besos fogosos y húmedos que le ofrecía.

 

Llegó al bordes de los ligueros y con sumo cuidado haló los broches haciéndolos ceder y así se soltaron; dejando suelta la ropa interior de ella y tocando con mucha suavidad su lugar privado la hizo gemir; estaba caliente y húmeda. A los pocos minutos ninguno de los dos llevaba prenda alguna y mientras ella seguía sobre él continuaban los besos húmedos y lujuriosos.

 

Volvieron a girar, esta vez él posicionándose sobre ella, besando y succionando su cuello, bajando hasta sus pechos para volverlos a besar, fabricando un camino de besos hasta su ombligo y haciéndola gritar cuando tocó con su lengua el interior de su vagina y tomó entre sus labios su clítoris virgen. Con movimientos largos de su lengua la hizo llegar a un orgasmo placentero y los gemidos que salían de su garganta hicieron sonreír con orgullo al caballero que volvió a subir hasta la boca de ella para mezclar el sabor de su orgasmo con el sabor de ambas bocas.

 

Ella sentía como el pene de este buscaba la entrada, la entrada de la cueva prohibida pero reservada sólo para él. Sus piernas casi voluntariamente se abrieron para facilitarle la entrada. Ella lo miro avisándole que estaba lista, pero él tenía dudas; buscaba dudas en ella.

 

No estaba muy seguro de hacerlo, no estaba seguro de si merecía su cuerpo tan virgen como el Amazonas, mucho para un lobo cazador, pero ideal para el amor. Quería que ella le confirmara que estaba lo suficientemente lista, él no sabía si robarse a la niña y entregarle a la mujer. Ella volvió a besarlo profundamente, para tranquilizarlo y decirle con ese gesto que no había de que preocuparse, ella lo quería y lo necesitaba en esos momentos.

 

Sin más esperas, se introdujó dentro de ella delicadamente, la sensación de sus paredes tan estrechas lo estaban quemando y le gustaba, era una sensación realmente mística. Él ya lo había hecho con anterioridad y sabía que la sensación para ella no significaba lo mismo que para él.

 

Vio en ella ese gesto de dolor y su respiración forzosa lo asustaba y quería detenerse, cuando intento salir de su interior se vio detenido por ella, mientras sus ojos le gritaban con seguridad que continuara. El volvió a besarla para tranquilizarla, darle entender que la incomodidad pronto desaparecería, que era cuestión de algunos momento.

 

Empezó a moverse despacio y ella sentía como la partía en dos, pero a los pocos minutos la situación cambio, el dolor se confundía con el placer y le encantaba lo que estaba sintiendo, tanto que empezó a relajarse mientras era embestida por él.

 

Él, a pesar de ser un experto en esas situaciones, se encontraba verdaderamente sorprendido, era algo tan diferente, tan especial. Entrelazaron las manos para intensificar la unión de sus dos cuerpos. Cada embestida era recibida como placer celestial y glorioso.

 

El rostro de ella reflejaba la felicidad plena, feliz por el placer ofrecido y por el cual también ella también ofrecía. Y quería más, deseaba más. Con sus piernas lo abrazó completamente haciendo que él se hundiera más en ella, llegando al limite y obligándolo por el placer a moverse mas rápido.

 

Ella gemía y él gruñía con desesperación, el bosque se llenaba de sus gemidos lujuriosos y apasionados, sus cuerpos estaban sudorosos. Dentro y fuera, dentro y fuera, así él la embestía y ella lo encontraba en cada embestida sincronizada y esperada.

 

Los músculos internos de ella comenzaron a contraerse dando aviso a un orgasmo inminente y él lo sentía, ella lo apretaba como una llave a un candado y lo hizo moverse mas rápido y al final, explotaron, el clímax mas intento sentido por ambos, mientras gemían y gritaban de placer las ninfas del bosque lo bendecían por su acto de amor.

 

El clímax místico había llegado para ambos, y temblaron como dos hojas que eran embestidas por la brisa otoñal y, mientras se fundían en un abrazo para calmarse mutuamente, el dios Morfeo los cubrió con su manto y los hizo dormir con la felicidad que les embargaba esa sensación de estar tan juntos y unidos.

 

Mientras eso sucedía en el lago, en Pemberley la Srta. Fowley aun continuaba tratando de averiguar donde se encontraba el Sr. Mulder, pero la cuñada de él estaba muy decidida a no abrir la boca ni siquiera para comentar donde se encontraba.

 

Todos en el salón estaban impacientes, la presencia de la señorita era incómoda para ellos a excepción de la Sra. Rossi que la atendía prácticamente como si fuera la señora de la casa y las atenciones que la Sra. Rossi le otorgaba a la Srta. Fowley estaban hartando a la Sra. Samuelle.

 

-Comenzará a llover pronto- miró a su dama de compañía. -Julia, ordena que cierren todas las ventanas de la casa- le ordenó mientras se cubría con su delicado chal azul.

-¿Aun quiere esperar a mi hermano, Srta. Fowley?- le preguntó la Srta. Mulder mientras miraba a la Srta. Fowley con ojos de aversión.

-Sí… pero creo que tendré que dimitir. El Sr. Mulder aun no llega y pronto comenzará a llover como dijo la Sra. Samuelle. ¿Seguro que no saben donde se encuentra?- preguntó con cierta impaciencia.

-A nosotros nos encantaría saber, pero mi hermano acostumbra a perderse por largas horas. Hasta por días sin que no sepamos nada de él. Ya estamos acostumbrados- le dijo el Sr. Samuelle en forma de comentario.

-Bueno… entonces los visitaré otro día- se puso de pie enseguida y el Sr. Samuelle como todo un caballero hizo lo propio. –Fue un placer para mí volverlos a ver, espero que le digan al Sr. Mulder que estuve esperándolo todo el día y que lamento no poder verlo.

-Por supuesto que se lo diremos, Srta. Fowley- le respondió la Sra. Samuelle.

-Bueno… que pasen feliz resto de la tarde- les deseó, pero su rostro se veía entristecido.

-Igualmente- dijo el Sr. Samuelle. –Julia, acompaña a la señorita hasta su coche- le ordenó a la empleada.

-Sí, señor- contestó esta.

 

La Srta. Fowley hizo una última reverencia antes de partir y todos los presentes respiraron aliviados al verla salir de la casa. Los Samuelle ya se mostraban preocupados y la Srta. Mulder se mostraba curiosa, quería saber más de la misteriosa señorita que tenía demasiada impaciencia por ver a su hermano.

 

-Es una bruja- comentó con desdén la Srta. Mulder.

-Srta. Mulder, no le corresponde decir esas cosas- la regañó su institutriz. -La Srta. Fowley es una niña de excelente educación y fue muy cordial en visitarla a usted y a su hermano, me parece que ella es muy importante para el Sr. Mulder.

-Mi hermano la odia- le respondió.

-¿Cómo osa decir semejante cosa?- le preguntó indignada por las palabras.

-Una persona como la Srta. Fowley no puede ser importante para mi hermano. Ella está enamorada de mi hermano y está frustrada porque él no le corresponde- dijo muy segura de sus palabras, los Samuelle prácticamente opinaban lo mismo que ella.

-Pero eso es muy obvio, Srta. Mulder- dijo recogiendo cada una de las tazas de la mesa del café. –Su hermano está comprometido con la Srta. Scully y por caballerosidad no puede posar sus ojos sobre otra señorita.

 

La Sra. Samuelle se echo a reír ante los comentarios de la Sra. Rossi, su esposo mostraba una pequeña sonrisa ya que por dentro estaba muy preocupado por la visita de la Srta. Fowley a su propiedad.

 

La Sra. Rossi miraba a la Sra. Samuelle con cierta desaprobación por su comportamiento, ella pensaba y decía que la educación y el carácter que tenía la Srta. Mulder era producto del contacto que esta tuvo en su infancia con la Sra. Samuelle. Ella al sentir esa mirada tan penetrante y negativa, miró a la institutriz y la congeló con sus ojos fríos.

 

A unos cuantos kilómetros de allí, en el lago, los amantes se vestían sin prisa. Disfrutando el momento, disfrutando lo que había sucedido entre ambos hace unas cuantas horas atrás.

 

-¿Podemos quedarnos un rato más?- preguntaba en forma de súplica el Sr. Mulder mientras se encontraba detrás de la Srta. Scully y le besaba el cuello con delicadeza.

-Creeme que me encantaría, pero pronto comenzara a llover y no quiero que ambos tomemos un resfriado.

 

El Sr. Mulder la hizo girar rápidamente sin dejar de abrazarla y la besó con una pasión que ella supo responder muy bien y lo deseaba dentro de ella nuevamente. Pero el lugar ya no le era idóneo y logró deshacer el beso sutilmente como siempre supo hacerlo; volviéndolo loco al instante ya que cuando ella sonreía después de un beso él se excitaba.

 

-Me encanta como te preocupas por mí, nadie se preocupa por mí como te preocupas tú- le dijo con ternura.

-Me preocupo porque eres importante para mí, porque te amo- le respondió sin vacilar.

-Es primera vez que lo dices ¿te das cuenta de ello? Cuando me dijiste que me amabas fue porque prácticamente te lo saque a ruegos, cuando estuvimos en Derby- le comentó.

-Estaba nerviosa- y empezó a reír. –Eres demasiado insistente ¿Siempre obtienes lo que quieres?- le preguntó.

-Por supuesto que sí- le dijo, acercaba sus labios a los de ella, pero la Srta. Scully interpuso el abanico abierto entre ellos dos para evitar el beso. Él se frustró.

-Debemos irnos.

-De acuerdo –le dijo él.

 

Subieron a los caballos tan rápido como pudieron, pero la lluvia los alcanzó y llegaron completamente empapados a pesar de cabalgar a paso veloz hasta la propiedad de Pemberley. Al llegar a las caballerizas dejaron los caballos con dos de la servidumbre y corrieron hasta la casa cubriéndose con la manta que habían utilizando en la actividad anterior.

 

Entraron por la parte trasera de la gran casa y al pasar por la sala principal se encontraron con los demás habitantes del gran caserón, en sus rostros se mostraba una expresión de cierta inquietud y desasosiego.

 

La Srta. Scully y el Sr. Mulder se empezaron a sentir ambiguos al ver las expresiones de preocupación en los Samuelle. La Sra. Samuelle a pesar de tener tal expresión no podía dejar de mirar a la Srta. Scully y en la forma en la cual había llegado. Tenía las enaguas caídas de su vestido, los nudos frontales mal hechos y su pelo recogido en una enmarañada cola.

 

La lluvia que les cayó encima no era motivo para ver llegado en esas condiciones, supuso y se dio cuenta que al final la Srta. Scully había hecho lo que le comunicó que quería hacer en la mañana. Notó un brillo nuevo en sus ojos, no era la señorita que conocía, era una señorita nueva; luego miró a su hermano político, no se veía nada diferente pero era lógico, él ya había hecho lo que hizo varias veces con anterioridad.

 

-¿Sucede algo?- preguntó el Sr. Mulder al ver las caras inquietas de sus hermanos.

-La Srta. Fowley estuvo aquí- le dijo el Sr. Samuelle sin titubear.

-¿Qué?- preguntaron al unísono con sorpresa los amantes.

-Está pasando el verano en Ambrose, es prima del Sr. Krycek y vino hasta aquí para hacerte la visita. Hace poco que se fue- le comunicó.

 

La Srta. Scully sentía como toda la emoción del momento se esfumaba. La Srta. Fowley era sinónimo de peligro para ella. Se sentó al sentir que la piernas le fallaban y los presentes la miraron con preocupación.

 

-¿Estás bien?- le preguntó el Sr. Mulder con expresión inquieta.

-Fue bueno mientras duró- le dijo ella.

-¿Qué quieres decir?- le preguntó el Sr. Mulder confuso.

-Es mejor que regrese a Collins lo más pronto posible. Ambos sabemos que permanecer en Pemberley un minuto más es peligroso, Diana no puede saber que estoy aquí, es un riesgo para los dos. Lo sabes- le comunicó.

-No, no. No te irás de Pemberley- se arrodilló frente a ella tomándole la mano. –Sabes que no puedes irte, no ahora.

 

Los Samuelle se sorprendieron, el Sr. Mulder no guardaba la compostura en esos momentos. Era un hecho. Él estaba completamente enamorado de la Srta. Scully.

 

-Me encantaría quedarme, pero por nuestro bien debo irme- le dijo con voz triste.

-No Katherine, no hay peligro. Sabes que no. Nadie a excepción de nosotros y tu hermana sabe que estás aquí. Ella no se podrá enterar, jamás y lo sabes- le dijo con cierta súplica en su voz.

-Mulder… yo…

-¡Por favor! No me hagas esto- le suplicó nuevamente.

-William, si ella se quiere ir no puedes detenerla- le dijo el Sr. Samuelle.

-Michael, no me estás ayudando en nada, así que cállate- le discutió y miró a la Srta. Scully.- Tengo una idea, escríbele a tu hermana alertándola de la situación, si ella ve a la Srta. Fowley estará atenta y no le dirá nada sobre tu presencia en Rogue o en Georgia- le explicó.

-¿Crees que eso sirva de algo? Mulder, puede descubrirme- le aclaró.

-No lo hará y si lo hace, ¿qué importará? Sólo tienes que decirle la verdad que todos en Netherfield creen conocer, que tú estas pasando el verano en Collins.

-¿Y si me ve aquí?- le volvió a preguntar.

-Simple, nos estas haciendo la visita. La Srta. Fowley sabe perfectamente que eres una gran amiga de nuestra familia- contestó esa vez la Sra. Samuelle y el Sr. Mulder la miró complacido y alegre por su acertada opinión.

-De acuerdo- respiró resignada. –No puedo contradecirlos, pero les aseguro que a la primera señal de peligro me regreso a Collins y no se hablara más ¿de acuerdo?

-De acuerdo, ya veras que todo estará bien- le dijo el Sr. Mulder antes de besarle la mano cariñosamente, pero al volver a la realidad se percató de que estaba siendo demasiado cariñoso con la Srta. Scully delante de sus hermanos y enseguida recobró la compostura.- Bueno ya aclarado todo, iré a refrescarme- dijo muy serio.

-Mulder, ya sé que ellos lo saben- dijo entre risas.

-¿Disculpa?- volteó a mirarla con cierta confusión.

-Sé que el Sr. Samuelle y Elizabeth saben lo nuestro.

-¿Le dijiste, Elizabeth?- le preguntó molesto.

-No, yo no le dije nada- le contestó. -Todo fue culpa de la empática de Samantha que desde que se da cuenta de que algo pasa a su alrededor empieza a hablar sin medir palabras. Gracias a ella, Katherine supo lo que no querías que supiera.

-Yo no sabía que ella lo sabía tampoco- le dijo el Sr. Samuelle.

-Querido, nunca te das cuenta de nada- le dijo con cierta burla su esposa.

-Katherine, no fue mi intención que ellos lo supieran. Elizabeth y sus dotes de detective no tienen remedio…

-Lo se, todo lo investiga por sus propios medio- le dijo la Srta. Scully.

-Yo no investigué nada, sólo supuse mis queridos amigos- les dijo con cierta gracia y picardía en su mirar.

 

10 de Julio.

Pemberley.

 

Los días subsiguientes pasaron más o menos con tranquilidad. Aunque no se vio más a la Srta. Fowley por Pemberley los amantes se mantenían atentos a cualquier eventualidad y tomaron la decisión de salir menos de la propiedad. De todas maneras no necesitaban campo abierto para demostrarse lo mucho que se amaban.

 

Se mimaban mutuamente, disfrutando de la compañía de cada uno. El Sr. Mulder le encantaba escuchar como la Srta. Scully tocaba el piano y ella siempre lo complacía cada vez que él le pedía que tocara; era buena horneando y no perdía la oportunidad de hacerlo disfrutar con deliciosos pasteles.

 

Él no se quedaba atrás, no perdía la oportunidad de regalarle cualquier cosa que encontraba en Rogue sabiendo que ella le terminaría encantando. Los días juntos eran llenos de encantos, las noches de suma pasión desbocada, haciéndose promesas y jurándose amor eterno.

 

Ese día la Srta. Scully había decidido salir de la propiedad de Pemberley con destino a Rogue. Necesita comprar unas cosas y, aunque junto con el Sr. Mulder tomó la decisión de no salir de la propiedad, el encierro la estaba matando y necesitaba ver un paisaje diferente.

 

Un coche la estaba esperando afuera y antes de subir escuchó la voz del Sr. Mulder provenir detrás de ella y ella giró para verlo.

 

-Katherine ¿A dónde vas?- le preguntó preocupado.

-Iré a Rogue, a comprar chocolates- le dijo mientras se colocaba sus guantes bordados.

-¿A Rogue?¿Por chocolates? Katherine, si quieres chocolates envía por ellos a uno de los lacayos. No tienes que ir tú a comprarlos personalmente- le dijo.

-Mulder, sabes que no soy Elizabeth, no me gusta depender de otros. Puedo ir yo sola a Rogue a comprar chocolates- le explicó.

-Entonces te acompaño- le dijo.

-¡No!- contesto perturbada,- sería muy peligroso si nos ven juntos. Es mejor que te quedes- le pidió.

-No hay peligro ¿Quién nos vería?- le preguntó.

-Diana, por ejemplo- le recordó.

-Vamos ¿Qué haría la Srta. Fowley en Rogue? Recuerda que es demasiado aristocrática para hacer sus propias compras- ambos rieron. –Vamos, quiero acompañarte, no quiero que vayas sola.

-Iré con el cochero y un lacayo, no estaré sola- le comunicó.

-Yo quiero ir contigo, no confió en ellos. No se si podrán cuidarte bien- expresó con sus ojos de perro abandonado, esos ojos de súplica que ella no sabia resistir.

-Tuvimos una conversación muy parecida a esta en Derby una vez. Me dejaste ir ¿recuerdas? Ahora has lo mismo.

-Te dejé ir porque Elizabeth estaba ahí. Ahora no la veo por ningún lado, así que te acompañaré aunque no quieras- le dijo mientras la abrazaba.

-Mulder, contigo no puedo discutir.

-Lo se- y le sonrió antes de besarla.

 

La Srta. Scully sabía que el cochero y el lacayo observaban ese gesto de amor con picardía y con rostros cómplices y sin más abrió su sombrilla y cubrió el espectáculo como haría cualquier señorita que supuestamente se respetara.

 

El beso era profundo y cálido y ella le dio fin mordiendo sensualmente el labio inferior del Sr. Mulder a lo que el respondió con un toque sutil en su parte trasera y espalda.

 

-Bien, acompáñame. Espero que el viaje sea sumamente largo- le dijo antes de cerrar su sombrilla y subir al coche.

-Cochero- lo llamó prácticamente atónito por las palabras de la Srta. Scully. –Llévenos a Rogue, a paso lento, muy lento si es posible- y sin pedir más nada subió al coche y cerró la puerta.

 

El cochero hizo partir el coche. El camino a Rogue a paso veloz se hacía en veinte minutos, pero a paso lento se hacía en más tiempo y como el Sr. Mulder pidió que se hiciera lo más lento posible el viaje, era muy seguro que llegarían a Rogue al doble del tiempo, casi unos cuarenta minutos de viaje. Tiempo suficiente para hacer todas las cosas que deseaban dentro de ese coche.

 

Al llegar a Rogue los del pueblo no pasaron desapercibidos el elegante coche con el sello familiar de los Samuelle y el símbolo de la propiedad de Pemberley. Todos supusieron que quienes llegaban eran los mismos Samuelle. Era extraño ver ese coche en Rogue, los Samuelle no acostumbraban a salir de la propiedad y pocos en el pueblo los conocían.

 

El coche se estacionó frente a una de las tiendas del pueblo y el primero en bajar de él fue el Sr. Mulder que se veía muy bien arreglado a pesar de las actividades que sostuvo con la Srta. Scully dentro del coche. Se colocó su sombrero de copa y en su mano izquierda llevaba su bastón de madera preciosa, con la mano derecha ayudo a bajar a la Srta. Scully, esta se veía igual que él, perfectamente arreglada, sin un solo cabello fuera de su lugar y su vestido sin una sola arruga. El Sr. Mulder le ofreció el brazo derecho y juntos entraron a la tienda de abarrotes más grande en el pueblo.

 

Caminaron juntos por los estantes buscando los chocolates preferidos de la Srta. Scully y al encontrarlos el Sr. Mulder tomó la decisión de comprar otro tipo de golosinas para su hermana y la Sra. Samuelle. Enseguida la Srta. Scully recordó que el papel de dibujar en Pemberley se había terminado y que la Sra. Rossi estaba al borde la histeria porque tuvo que suspender las clases con la Srta. Mulder y todos en las propiedad estaban hartos de las indirectas que lanzaba la institutriz sobre lo ineficiente que eran los empleados cuando se trataba de comprar papel. El Sr. Mulder, más para complacer a la Srta. Scully que a la Sra. Rossi, compró varios rollos de lienzos y unos cuantos paquetes de hojas para dibujos a carbón, suficiente para que en Pemberley no faltara ese material hasta finales del siglo XIX.

 

Todos en la tienda los miraban, veían en ellos una pareja estupenda y hermosa. Los comentarios que se hicieron por años a los Samuelle en Rogue no le hacían juicio, la Sra. Samuelle era hermosa y educada como decían, pero no impertinente y el Sr. Samuelle era todo un caballero, pero no un ególatra como se pensaba. Los confundían y no podían discutirlo; los verdaderos Samuelle jamás estuvieron en Rogue y la Srta. Scully y el Sr. Mulder no sabían eso.

 

-Son quince dólares con ocho centavos, Sra. Samuelle- le comunicó la dependiente.

-Disculpe ¿Cómo me llamó?- preguntó con sorpresa la Srta. Scully que luego giro a mirar al Sr. Mulder que se encontraba a su lado.

-Sra. Samuelle. Supongo se pregunta como se su nombre, todos en Rogue la conocemos a pesar de no haberla visto nunca por aquí. Supimos que eran ustedes desde que vimos el coche, es el coche familiar- le comentó.

-No, disculpe. Yo… -se vio interrumpida por el Sr. Mulder que enseguida sacó veinte dólares en monedas y se la pasó a la dependiente.

-Aquí tiene señorita, quédese con el cambio.

-Gracias Sr. Samuelle.

-Gracias a usted- le respondió y luego miró a la Srta. Scully. -¿Nos vamos Elizabeth?

-Claro Samuelle- le respondió pero aun con la expresión de sorpresa y confusión en su rostro.

 

Tal vez era mejor así, era perfecto ocultar sus verdaderas identidades. Salieron de la tienda junto con uno de los dependientes que llevaba las cosas que compraron y con la ayuda del lacayo empezaron a montarlas en el coche.

 

-¿Qué paso allá adentro Mulder?- le preguntó con curiosidad.

-Querida ¿Desde cuando me llamas Mulder? ¡Por Dios! Me confundes con el loco y trastornado de mi hermano menor. Sube al coche, creo que el sol te está afectando- le dijo con cierta burla mientras ayudaba a subir al coche a la Srta. Scully. Ella le siguió el juego.

-Odio cuando me tildas de loca. Mejor dale propina al dependiente antes de partir. ¿Quieres querido?- le pidió y cerro la puerta.

-Por supuesto.

 

El Sr. Mulder se acercó al dependiente y le dio una sustanciosa propina que el agradeció. Cuando iba a subir al coche la voz de una dama que le desagradaba lo detuvo.

 

-¿Sr. Mulder?- preguntó de manera sorpresiva.

-Srta. Fowley- dijo con un tono de aborrecimiento que solo fue notado por la acompañante de la Srta. Fowley. El enseguida cerró la puerta del coche que estaba abierta para permitir que él subiera.

 

A la Srta. Scully se le heló el alma al escuchar aquel apellido tan infame y el cual significaba peligro para ella. Evitó tan siquiera moverse dentro del coche.

 

-¿Cómo está Sr. Mulder?- preguntó cortésmente.

-Bien- respondió sin mostrar expresión de agrado en su rostro.- ¿Y usted?

-Estoy muy bien, feliz de verlo. Estuve en Pemberley hace unos días atrás, pero lamentablemente no pudimos vernos.

-No tengo tiempo para sociavilizar con los demás Srta. Fowley- dijo con notoria seriedad.

-Debe molestarle eso- le dijo.

-No- le aclaro de forma cortante.

 

La dama que acompañaba a la Srta. Fowley le parecían demasiado cortantes las palabras del Sr. Mulder y la Srta. Scully escuchaba atenta y le sorprendía lo frío que podía llegar a ser el Sr. Mulder.

 

-Disculpe mi tonta educación, quiero presentarle…

-La conozco- le cortó. -¿Cómo esta Srta. Covarrubias?

-Muy bien Sr. Mulder. Un poco sorprendida de verle.

-Creame que también me sorprende ver semejante dama frente a mí- le dijo con estupor.

-¿Debo tomarlo como halago o como ofensa?

-Como ofensa, si lo prefiere. Aunque creo que todo para usted es un halago.

-Por supuesto- le contestó. -¿Cómo está su familia?

-Está perfectamente bien. Discúlpenme pero debo retirarme.

-¿Va camino a Pemberley?- le pregunto la Srta. Fowley.

-Así es- le contestó.

-Perdone mi atrevimiento, pero nuestro coche no ha regresado y debemos llegar a Ambrose ¿le molestaría llevarnos hasta allá? Está de camino a Pemberley.

 

El Sr. Mulder estaba sorprendido y la Srta. Scully estaba igual o peor por escuchar como la Srta. Fowley se atrevía a pedir tal cosa. El Sr. Mulder no podía darse el lujo de permitir tal atrevimiento de la dama.

 

-Lamento mucho no poder ayudarlas. El coche solo tiene un asiento para dos y somos tres- mintio.- Pero puedo hacer otra cosa por ustedes- sacó unas cuantas monedas y se las lanzo al lacayo. -Alquila un coche para las señoritas que las pueda llevar a Ambrose y que a ti después te lleve a Pemberley- le pidió.

-Sí señor- y bajó del asiento exterior y tomó rumbo a las caballerizas publicas de Rogue.

-Debo retirarme…

-Espere… ¿Podríamos tomar el te mañana en Ambrose? Le invito.

-No pisaría Ambrose jamás en mi vida y usted de seguro sabe el porque- miró a la Srta. Covarrubias de reojo.

-¿Y en Pemberley? Podría ir mañana.

-Lamentablemente no estaremos en casa mañana. Creo que tendrá que ser en otro momento- le causaba gracia la decepción y la rabia que traía la Srta. Fowley en los ojos.- ¿Algo más?- preguntó.

-¿Cómo?- pregunto confundida.

-¿Que si me va a pedir algo más?- le preguntó con impaciencia.

-No, claro que no- y se tornó triste.

-Entonces me retiro- les hizo una reverencia con el sombrero y subió al coche sentándose frente a la Srta. Scully que tenía una verdadera expresión de nervios. -Cochero, andando.

 

El coche empezó a andar tan despacio que puso impaciente a la Srta. Scully y ella abrió la ventanilla del cochero con cierta furia.

 

-A paso veloz- pidió frustrada y cerró la ventanilla.

-¿Estás bien?- le preguntó con preocupación.

-No tengo motivos para estar bien.

 

El se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos para aplacar sus nervios. En veinte minutos llegaron a Pemberley, más rápido de lo previsto. Bajaron del coche sin decir una palabra. La Srta. Scully seguía molesta y nerviosa, llego al salón principal de la casa y sin perder tiempo se quitó el sombrero que tenía y en medio de su impaciencia y miedo empezó a quitarle las plumas y las cintas de adorno que llevaba.

 

El Sr. Mulder la observaba preocupado y le ordenó a la dama de compañía de la señorita que le trajera un vaso con agua. Luego se acercó a ella y le quitó el sombrero de las manos, notó que las tenía muy frías y las expresiones cambiaron a la simple expresión de rabia y odio.

 

La dama de compañía había traído el vaso con agua y el Sr. Mulder le hizo entrega de este a la Srta. Scully.

 

-Esto te calmara- le dijo.

-No lo creo- le devolvió el vaso a su dama de compañía y le pidió que se retirara.

-¿Quieres otra cosa?- le preguntó.

-Sí. Quiero volver a Collins- le pidió.

-Puedo darte cualquier cosa, menos eso.

-Me amas, pero eso no quiere decir que sea de tu propiedad- le discutió.

-No quiero que te alejes de mí.

-Y no quiero hacerlo, pero si permanezco un minuto más en Pemberley lo nuestro puede correr peligro- le explicó.

-No corremos peligro aquí- le dijo con voz calmada.

-¡Dios! Estuvo a punto de verme- dijo molesta al ver la actitud que tomaba el Sr. Mulder.

-Pero no te vio y no lo hará- no reflejaba ningún temor.

-Quieres tenerlo todo controlado, pero a veces no todo lo puedes controlar. Por eso creo que es mejor que regrese a la casa de mi hermana y pasar el resto del verano allá- le comunicó.

 

El Sr. Mulder negaba con la cabeza, mostrando su desacuerdo con la Srta. Scully. La sola idea de tenerla lejos le parecía terrible. Quería tenerla cerca el más tiempo posible hasta que tuvieran que regresar a Boston, Netherfield.

 

Sus deseos en esos momento no consistían en enfrentar la realidad sino en vivir un sueño junto a ella.

 

-Al fin llegaron- dijo la Sra. Samuelle y los presentes la observaron.- ¿Cómo les fue?- no contestaron, estaban demasiados mortificados como para saciar la curiosidad de la Sra. Samuelle. -¿Qué pasó?- preguntó con la llama de la curiosidad encendida y caliente y tampoco dijeron nada.- De acuerdo- se resignó al no recibir respuesta.- Katherine, Samantha y yo vamos a cabalgar. ¿Vienes?

-No- contestó cortante y con los brazos cruzados.

-Correcto- miró a su cuñado. -Lo que le hayas hecho arregladlo o sino haré correr tu sangre.

 

El Sr. Mulder no se inmutó ante la amenaza de su cuñada, mas bien le indicó el camino para que se fuera. Ella lo miró con reproche y salió de salón con dirección a una de las salidas de la casa.

 

Ambos respiraron tratando de calmar el acaloramiento del momento.

 

-Entiendo todo lo que me dices, Katherine. Pero huir de Pemberley no te llevara a ningún lado- le explicó.

-Me va a llevar al punto de alargar esto hasta el final del verano- le explicó.

-Lo dices como si fuera a terminar cuando partamos a Boston- se mostró asustado.

-No, no pretendo que esto se acabe. Pero debemos prepararnos para lo que se viene y no quiero que la Srta. Fowley se entere antes, porque las cosas se pueden complicar si pasa. Mulder, no sabemos si me vio cuando subí al coche.

-Ella estaba más pendiente en lograr que la invitara a Pemberley que en averiguar si iba acompañado o no.

-¿Cómo puede amarte si le demuestras tu aborrecimiento hasta en publico?- le preguntó curiosa.

-No me ama. Quiere mi dinero, estoy seguro que la Srta. Covarrubias le llenó la cabeza de tonterías.

-¿Quién es ella?- preguntó.

-La prometida del Sr. Krycek. Una medusa que mata con sus tentáculos. Son tal para cual- dijo con aborrecimiento.

-Ya tomé una decisión Mulder. Me iré de Pemberley por el bien de los dos.

-No, no, por favor- le tomó de las manos.- Piénsalo mejor. Por favor- le tocó las mejillas y ella cerró los ojos.

-William- lo llamó la Srta. Mulder que se encontraba detrás de ellos.

-¿Ocurre algo, Samantha?- preguntó su hermano.

-Quiero que vengas conmigo a cabalgar- le tomó la mano que había utilizado para acariciar la mejilla de la Srta. Scully y que luego había dejado en un extremo.- Hace tiempo que no cabalgamos juntos.

-Samantha, lo siento. Ahora no puedo. La Srta. Scully y yo estamos hablando de algo sumamente importante.

-Pueden dejarlo para otro momento. Vamos, ordené que ensillaran un caballo para ti- le dijo con cierta súplica.

-Samantha- hizo que soltara su mano.- Podemos hacerlo mañana. Hoy no puedo ¿de acuerdo?

-Está bien- dijo con cierta tristeza en sus ojos.

-Elizabeth te espera. Ve con ella- volteó a mirar a la Srta. Scully.- Tengo una idea, la misma de antes pero mejorada. No saldremos más de Pemberley, al menos no juntos. Así que si te encuentras con la Srta. Fowley puedes decirle que estas en Collins. Todos en Boston creen eso.

-Me parece algo factible- dijo con cierta turbación,- pero…

-Shhh…. No digas nada- le pidió.

 

Se escuchó detrás de ellos el sonido estrepitoso de un jarrón al romperse. Al mirar vieron a la Srta. Mulder al lado de una mesilla moviendo los rastros del jarrón roto con el fuete que traía entre sus manos.

 

-¿Samantha?- la llamó la Srta. Scully.

-Lo rompí- dijo con voz apagada.

-¿Por qué lo hiciste?- le preguntó su hermano.

-Porque lo odiaba- le contestó.

-Era un jarrón del siglo XVII- le aclaóo.

-Pues menos importancias debes darle. Era viejo- dijo antes de retirarse.

-¿Qué pasó?- pregunto la Srta. Scully sumida en la más notable confusión.

-Está molesta conmigo, es su manera de llamar a la atención- le contestó.- No te irás ¿cierto?

-Tu hermana está más que molesta contigo y a ti te preocupa que me quiero ir a pesar de tus ruegos- dijo risueña.

-Dentro de unas horas entrará por esa puerta muy contenta y ofreciéndome uno de sus más calidos abrazos, mientras que tú estás arriba preparando tu equipaje y alejándote de mí- dijo con voz triste.

 

Ella se sintió impotente ante sus palabras y sin decir nada le dio un beso cálido en la frente y lo abrazó.

 

-No puedo discutir contigo. Simplemente no puedo- dijo resignada nuevamente reconociendo que él tenía un poder de convencimiento demasiado fuerte sobre ella.

-¿Entonces eso quiere decir que ya no te vas?- le preguntó como un niño que no rompe ni un plato y ella rió ahogadamente ante la pregunta.

 

continuara...

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