fanfic_name = Amar es una cuestión de confianza

chapter = 2

author = Spooky2

Rating = touchstone

Type = Romance

fanfic =

 

Spoilers: “La sexta extinción I y II”, y la serie en general hasta principios de la séptima temporada.

Nota IMPORTANTE: En el relato hablo de Willis (el matón) y hago referencia a Jack Willis (un ex novio de Scully). Por favor, NO confundir. Poca imaginación la mía, no? No sé, tuve un lapsus lingue y no me di cuenta que estaba bautizando al matón igual que el otro personaje REAL de la serie. Mil disculpas.

Agradecimientos: A Saranya. Si en la primera parte del relato me echó un cable a buscar otros recursos para dar paso a los diálogos de los personajes, en esta segunda (y última) parte se prestó voluntaria (inocente ella, ja, ja) a leerse el relato de antemano y brindarme unos inestimables consejos en calidad de asesora de primer orden. Así que muchas gracias, de nuevo, compañera. No sabes hasta qué punto te lo agradezco. Un beso y espero poder “abusar” de tu paciencia en otras muchas otras ocasiones.

 

 

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Y mientras Willis sacaba del maletero el maletín con todo lo necesario para ejecutar la misión, él observaba con curiosidad a esa pequeña y aparentemente inofensiva mujer que llevaba de cabeza a sus jefes. “¿Cómo algo tan frágil podía ser tan peligroso?”, se preguntaba incesantemente.

 

- Bueno, princesa. Ya es la hora -salió del coche como si el mismísimo Diablo le diera alas y, cargando con ella en brazos entró en su edificio dirigiéndose hacia el ascensor-. Unos minutos más y todo esto habrá terminado. Es una lástima. Podríamos habernos divertido mucho tú y yo –y se aproximó a ella con la intención de besarla cuando las puertas del ascensor se abrieron en el rellano de Scully y le dejaron expuesto a la mirada de desaprobación de su compañero, que le estaba esperando fuera de la cabina-.

 

- ¡¿Se puede saber qué coño haces?! –agarrándole con furia del cuello-.

- ¡Suéltame! Me estás ahogando…

- ¡Dámela! Y ni se te ocurra volver a ponerle una mano encima. ¿Me oyes? –rojo de furia, con los ojos inyectados en sangre y amenazándole con el puño en alto-. ¡Y ahora lárgate si no quieres que te parta la cara! Espérame abajo con el motor del coche encendido. Ya me ocupo yo de esto. ¡Largo!

- Pero…

- ¡Qué te largues!

- Esto no estaba en los planes. Debíamos entrar tú y yo en el piso y…

- Tampoco estaba en los planes ABUSAR de la víctima –mirándole directamente a los ojos-. Y ya sabes lo poco que les gusta a los jefes el abuso de autoridad… Especialmente si no son ellos los que ejercen esta medida de presión.

- Vale, vale… Pero no tardes. Estoy harto de esta mierda de misión –y antes de terminar la frase su compañero ya le había dado la espalda para entrar en el apartamento de Scully-.

 

“No tanto como yo”, pensó Willis mientras cerraba con rabia de una patada la puerta del piso.

 

La misión, que en un principio le había parecido sumamente fácil, se había ido complicando a medida que avanzaban las horas hasta convertirse en una auténtica pesadilla. En primer lugar, nadie se había molestado en informarle que el objetivo era una agente activa del FBI. Como asesino a sueldo en nómina del Gobierno había tenido que acatar órdenes más despiadadas que la de deshacerse de una molesta agente de campo. Lo sabía. De hecho se lo repetía a sí mismo de manera constante cada minuto desde que esa pelirroja del demonio le había perforado el alma con su mirada de agua en el hospital. Pero es que las fotos no le hacían justicia. Para nada. En ellas no se podía apreciar la fuerza y la entereza que transmitía su mirada de hielo. Ni tampoco en ellas se dilucidaba esa pasión y entrega casi enfermiza hacia su compañero, postrado en esa cama de hospital. ¿Sería él consciente del amor que esa mujer le profesaba? ¿O moriría sin conocer el alcance de su pasión? Scully era un auténtico misterio para Willis. Se presentaba ante él como una caja rusa: de apariencia simple y accesible pero con un entramado complejísimo que, si no sabías cómo activarlo, se blindaba herméticamente a cualquier intromisión externa. Esa mujer tenía algo especial, un aura intangible pero muy poderosa que le impedía, moralmente, lastimarla.

 

- ¿Y ahora qué hago contigo? –se preguntaba para sus adentros mientras la depositaba con sumo cuidado en la cama de su dormitorio.

 

Las órdenes de sus superiores habían sido claras: deshacerse de la agente sin levantar sospechas. Su muerte debía ser rápida, fría y sin ensañamiento. Nada personal. La autopsia sólo revelaría unos índices de toxicidad en la sangre más elevados de lo normal, pero nada que pudiera esclarecer de manera concluyente la causa de su muerte. Obviando, por supuesto, el paro cardíaco. El informe que acompañaría la autopsia sería inapelable: causa de la muerte desconocida. Caso cerrado. Sin Mulder ni Scully, la resistencia a la colonización quedaría descabezada, por lo que pronto se convertiría en una anécdota, en un obstáculo simbólico sin poder de acción ni reacción. Éste era el plan que, a espaldas del Fumador, habían tejido un grupúsculo del Sindicato para quienes Mulder y Scully se habían convertido en un problema sobredimensionado. Y no estaban dispuestos a dejar que ese par de agentes interfirieran en sus ambiciosos planes de futuro. En cuanto al Fumador, estaban convencidos de que, con el tiempo, se había encariñado con exceso de sus enemigos. Un raro caso del Síndrome de Estocolmo. Aunque en sentido invertido.

 

- Dime, ¿qué hago contigo? –se repitió a sí mismo de manera inconsciente mientras, en un acto reflejo, le apartaba un mechón rebelde que le cubría la cara. Fue entonces, cuando Willis se enfrentó de nuevo con su rostro de alabastro, cuando tomó conciencia de que, por primera vez en sus 20 años de profesión, quebrantaría las órdenes-. Hoy es tu día de suerte, agente.

 

Deshizo sus pasos hasta el ascensor, donde había dejado olvidado su maletín tras el rifirrafe con su compañero, y se encaminó de nuevo al dormitorio de Scully, donde ella permanecía sedada.

 

- Bueno, vamos a ver qué encontramos por aquí… -hurgando sin prisas pero con movimientos certeros en el interior del maletín-. Necesitamos una droga muy potente que te deje fuera de combate al menos durante 48 horas. Tiempo más que suficiente para que mis jefes hagan lo que tengan que hacer con tu compañero sin que tú puedas entrometerte. Después, ya será demasiado tarde para él. Y entonces, poco importará que estés viva o muerta –y extrajo del fondo del maletín una botellita con un líquido cobrizo en su interior-. Esto te va a doler un poco, y cuando despiertes, desearás estar muerta. Pero se te pasará –y presionó el émbolo de la jeringa introduciendo lentamente el líquido en su cuerpo-. Bueno, bella durmiente, mi trabajo termina aquí. Lo siento por tu compañero… Él no ha sido tan afortunado como tú –se levantó de la cama y, tras echarle una última mirada, la descalzó y la cubrió con la colcha-. Hasta nunca –y abandonó el apartamento sin dejar rastro y sin ser consciente de que, gracias a su “inacción”, el éxito de la colonización estaba, ahora, un poco más lejos. Aún podía acontecer un milagro-.

 

 

 

Apartamento de Scully. Maryland, Georgetown

 

Estoy muerta y las ratas del Infierno se están comiendo mis entrañas. Es más, éstas están siendo cocinadas a fuego lento por el mismísimo Satanás. O mejor aún, las usa para jugar, con ellas, a la comba. Sí, sin duda ésta es la explicación más lógica al dolor extremo que siento ahora mismo, en cada partícula de mi ser, en cada milímetro de mi piel... Y yo que creía haberme ganado el cielo sólo por acompañar a Mulder en todas sus misiones suicidas… ¡Oh, Dios mi cabeza! Todo me da vueltas. Y este sabor amargo en la boca del estómago… Dios, creo que … brrr… voy a … brrr… devolver…

 

Con pasos dubitativos y arrastrándose como pudo, Scully llegó al baño a tiempo de meter su cabeza en la taza del váter.

 

“Joder. Definitivamente estoy viva…”. Dejándose caer como un muñeco de trapo en el frío suelo del baño. “Hecha una mierda, pero viva”. Dana, estás en las últimas si ya de buena mañana sueltas tacos… ¿Mañana? ¿Es de día? Y si es así, ¡¿qué día, de qué año y de qué milenio?! ¡¿Qué COÑO ha pasado aquí?! Es como si una apisonadora me hubiera pasado por encima un millón de veces. Y tras ella, una manada de elefantes en celo. Venga, Dana, haz un esfuerzo… Recuerda, venga… A ver, estabas en el hospital. Con Mulder. Diana. Los guardias. El pasillo… Ese olor… ¡Me drogaron! ¡¿Qué día es hoy? ¿Cuánto llevo dormida?! ¿Y quién coño me ha descalzado?

 

Mientras esta avalancha de preguntas taladraba su mente, Scully hizo el inútil intento de levantarse apresuradamente del suelo, pero enseguida desistió: la cabeza le daba vueltas y unas punzadas agudas en la boca del estómago le recordaban que lo mejor era tener cerca la taza del inodoro. Por si acaso. Así que, tumbada sobre el frío suelo del baño, intentó relajarse y hacer acopio de fuerzas. Para cuando se sintiera físicamente preparada. Un nauseabundo sentimiento de impotencia se había apoderado de ella, aumentando si cabe la sensación de culpabilidad por estar tumbada en el baño de su apartamento mientras Mulder podía estar debatiéndose entre la vida y la muerte ahí fuera. Sin ella a su lado.

 

- Mulder… -y unas lágrimas incontroladas surcaron su rostro. No sabía nada de él desde hacía…- ¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo he estado drogada? Por el malestar con el que me he despertado no se trata tan sólo de unas horas. ¿Qué debe haber pasado contigo, Mulder? Sé que estás vivo, te siento vivo. Pero, ¿dónde? ¿Y cómo?

 

Fueron necesarias un par de horas, una ducha fría, un litro de agua, un par de yogures desnatados y un bote de hipercalórico helado de chocolate para que Scully pudiera sostenerse en pie sin parecer un pato mareado. Durante ese tiempo descubrió, asombrada, que había “perdido”, o más bien le habían robado, dos días de su vida. “Esto empieza a ser una mala costumbre”, pensó para sí misma. “Al menos ahora han sido dos días y no un par de meses”. Ese simple pensamiento hizo que todo su cuerpo se estremeciera como una hoja azotada por el viento invernal. Habían transcurrido cinco años desde el caso de Duane Barry y su supuesta abducción, pero la herida no había cicatrizado. Y Scully empezaba intuir que nunca lo haría del todo. El cáncer, la imposibilidad de ser madre, Emily… Todo dolía demasiado aún. Pero ahora no tenía tiempo para detenerse a evaluar su “desafortunado” pasado. Debía dar con Mulder. Eso era lo único que importaba ahora mismo.

 

- Ahora y siempre, Dana –dijo para sí misma mientras cogía su abrigo y se disponía a salir de su apartamento-.

 

Minutos antes había llamado a Skinner para averiguar si sabía algo de su compañero, pero no estaba en la oficina. “Ni ahora ni en todo el día. Asuntos oficiales de primer orden”. Ésa fue la críptica y autómata respuesta de la secretaria del director adjunto para justificar su ausencia del despacho. Una versión que no hizo otra cosa que acrecentar los temores de Scully para con Mulder. ¿Y si esos “asuntos oficiales de primer orden” estaban relacionados con su compañero? ¿O con su muerte? La entereza de Scully se estaba desmoronando a un ritmo de vértigo mientras marcaba nerviosamente el teléfono de los Pistoleros Solitarios. La única respuesta que obtuvo procedió de la voz metálica e impersonal del maldito contestador: “La Bala Mágica. Deja tu mensaje. Locos, absteneros, tenemos los cupos cubiertos”.

 

La única que parecía estar en el lugar donde la había dejado dos días atrás era su madre. La llamó para asegurarse de que estaba bien y, a la vez, disculparse por el silencio de los últimos días. “Ya sabes cómo de absorbente puede llegar a ser este trabajo, mamá”. La misma mala excusa de siempre. No le comentó nada de Mulder. No quería preocuparla antes de tiempo. Con el tiempo, Maggie había aprendido a amar a Mulder como si fuera un miembro más de la familia. “¿Qué es lo que tiene este hombre para seducir a todas las mujeres Scully?”, pensó para sus adentros esbozando una tímida sonrisa mientras salía apresuradamente de su apartamento.

 

 

Washington County Memorial Hospital

 

Scully entró en el hospital como un auténtico vendaval. Había conducido hasta ahí a una velocidad terminantemente prohibida por las normas de tráfico. Pero la tímida incertidumbre sobre el estado de salud de Mulder con la que se había despertado horas antes se había transformado ahora en un ataque agudo de pánico. Estaba terriblemente asustada.

 

- Disculpe –apelando a la enfermera que estaba en la recepción-. Estoy buscando a un paciente que fue ingresado hace unos cuatro o cinco días aquejado de un trastorno neurológico grave de origen desconocido. Su nombre es Mulder. Fox Mulder.

- Mulder, Fox Mulder… A ver, espere un momento –y mientras, intentaba hacer memoria, la enfermera rebuscaba entre los historiales recientes-.

- Si pudiera decirme si aún permanece en este… -pero antes de que Scully pudiera terminar la frase, Skinner se aproximó a ella por su espalda depositando una mano en su hombro-.

- ¿Agente Scully? –con una voz que denotaba sorpresa y alivio a partes iguales-.

- ¡Señor! ¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo está Mulder? ¿Permanece en observación? –las palabras se agolpaban en su boca como caballos en estampida-.

- Sígame, por favor… -cogiéndola amistosamente por el hombro con un semblante muy serio hasta entrar en una habitación vacía donde nadie pudiera oírles-.

- ¿Qué sucede, señor? Me está asustando…

- ¿Se puede saber dónde se ha metido estos días? La hemos llamado a su casa, al móvil, incluso a casa de su madre…

- ¿Han llamado a mi madre?

- No se preocupe, no la alertamos de nada. Nosotros también sabemos ser discretos cuando es necesario. Y en este caso, créame, lo era.

- Señor, sólo puedo decirle que he estado en casa. Durmiendo –con mirada avergonzada-.

- ¡¿Me toma el pelo, agente?!

- ¡Me drogaron! Lo último que recuerdo es a Diana y a los guardias que custodiaban la habitación de Mulder. Y después… Nada. De eso hace dos días. Señor… ¿Y Mulder?

- El agente Mulder está… -y una sonrisa rompió su semblante hasta entonces impasible-. Está bien, agente Scully.

- ¡Oh! Gracias a Dios –abrazándose a Skinner sin poder controlar la emoción-.

- Tranquilícese, Dana. Todo está bien. Ahora, todo está bien. Ei! -y levantó con delicadeza el rostro de Scully-. Sé que ahora no es el momento de hablar de ello. Primero debe descansar y reponerse. Pero le recomiendo que se vaya preparando un buen discurso porque cuando regrese al trabajo la junta disciplinaria querrá hablar con usted y con Mulder para esclarecer este turbio asunto.

- Sí, señor, lo sé pero…

- Pero lo primero es lo primero, agente. Así que antes de enfrentarse a ellos, le ordeno como su superior que soy que se tome unos días libres para descansar y reponerse del desgaste anímico y físico al que ha estado sometida durante las últimas semanas. Y antes, como amigo, le aconsejo que se acerque al apartamento de Mulder para hacerle una visita, está muy preocupado por usted. Todos lo estábamos, Dana.

- Gracias, señor. Muchas gracias –sonriendo, con los ojos vidriosos como si pudiera romper a llorar en cualquier momento-. Pero… Si Mulder está en su casa fuera de peligro… ¿Qué hace usted aquí?

- Ehh… -el rostro de Skinner se tiñó de culpa-. He tenido que venir a identificar un cadáver. A uno de los “nuestros”.

- ¿Cómo? ¿Quién?

- La agente Diana Fowley. La hallaron esta mañana muy malherida en su casa. Había perdido mucha sangre… Fue imposible salvarle la vida.

- ¡Oh, Dios! –tapándose la boca con las manos-.

- Lo siento –y tras estas palabras, se dispuso a salir de la habitación-.

- Señor, ¿lo sabe Mulder?

- Oficialmente, no. Aunque ya sabe que Mulder tiene sus propios canales de información –y dicho esto salió de la habitación sin despedirse-.

 

 

- “Diana muerta. No me lo puedo creer”-. Había odiado tanto a esa mujer y, sin embargo, ahora al conocer su muerte se sentía incómoda, despreciable e incluso, en cierta medida, culpable. Nunca había deseado su muerte, claro que no. Aunque a veces había soñado con pagar cantidades obscenas de dinero para que la alejaran miles de kilómetros de Mulder. Los celos son muy malos. Y destructivos. -“Dios, Mulder… ¿Cómo se sentirá él? Ella era… Su amiga, fue su compañera. Y también su amante, no lo olvides Dana”-. Y ahora… Estaba muerta.

 

Scully pensaba en todo ello mientras salía del hospital cabizbaja en dirección al apartamento de Mulder. Podría haberle llamado para decirle que estaba bien, que no se preocupara más por ella. Pero no tuvo fuerzas. Tendría que hablarle de Diana y no se sentía preparada aún. Además, era una noticia que no podía darle por teléfono. Diana… La había odiado tanto y, sin embargo, ahora que sabía que estaba muerta, tenía una amalgama de sentimientos confrontados. Y entre ellos, se imponía el dolor. Pero, ¿por qué? Nunca fue su amiga, ni una compañera, nunca le gustó, ni siquiera le caía bien. No confiaba en ella y, lo peor de todo, la envidiaba sobremanera por lo que había compartido con Mulder. Y, a pesar de todo, ahora sentía lástima. Quizás todo se debía, una vez más, a Mulder. Por empatía, se identificaba con el dolor que sentiría él por esta nueva pérdida.

- Mulder. Siempre Mulder –se repetía a sí misma mientras conducía como una autómata hacia el apartamento de su compañero-.

 

CONTINUARÁ

 

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