fanfic_name = Amar es una cuestión de confianza

chapter = 3

author = Spooky2

Rating = touchstone

Type = Romance

fanfic =

 

 

 

Apartamento 42. Alexandría, Virginia

 

Mulder llevaba dos días encerrado a cal y canto en su piso. Se sentía prisionero en su propia casa. Las órdenes de Skinner habían sido muy claras:

Reposo.

Nada de trabajar.

Totalmente prohibido salir de casa.

De Scully nos ocupamos nosotros.

 

Y Mulder se las hubiera saltado todas al instante si no fuera por tres personajillos que, por órdenes expresas del jefe, se habían instalado en su apartamento para controlarlo in situ e impedir que hiciera alguna estupidez. Como ir en busca de Scully. No sabía nada de ella desde que Diana la había expulsado de su habitación custodiada por los guardias. Y temía por su bienestar. Si le llegara a ocurrir algo… Sólo con barajar esa posibilidad el pulso se le aceleraba y unos sudores fríos bañaban todo su cuerpo. “Ella está bien, Mulder, tranquilízate. Si le hubiera pasado algo malo lo sabrías, lo sentirías”, se repetía insistentemente desde hacía dos días.

 

Tras la marcha de Scully, todo se había precipitado en el hospital. Las palabras de su compañera habían conseguido sembrar la duda en Diana y, quebrantando las órdenes de sus superiores, se aventuró a ayudar a Mulder. Anónimamente, llamó a Skinner citándole en el parking subterráneo del hospital. Allí encontraría a Mulder y la cura para su alteración neurológica: un frasco con una sustancia incolora que debía ser suministrada, periódicamente, dos veces al día durante las próximas 48 horas. Era un tratamiento sumamente agresivo que todavía estaba en fase de experimentación y, aunque los resultados no estaban garantizados y podía morir en el proceso, era mejor intentarlo que asistir impasible a la muerte cerebral de Mulder. Ésa fue la última vez que Mulder vio a Diana.

 

- Bueno, chicos. Prestadme atención un momento. Sí, todos. Tengo que deciros una cosa –y con la mano en el pecho como si estuviera haciendo un juramento soltó-: Yo, Fox William Mulder, en plena posesión de mis facultades físicas y mentales, os libero de la obligación de velar por mi salud. Ya estoy bien. ¿Acaso no lo veis? Fuerte como un roble –golpeándose con los nudillos el pecho en un acto cómicamente primitivo-.

- Mulder, Skinner nos llamó para vigilarte y SÓLO él puede exonerarnos de esa responsabilidad –gritó Frohike desde la cocina, donde se había encerrado para preparar uno de sus innombrables delicatessen culinarios-.

- Venga, chicos… Me estoy volviendo loco aquí encerrado sin saber nada de Scully. Por favor… -con cara de perrito desvalido-.

- Ese truco no te servirá con nosotros, Mulder. –replicó Byers sin apartar la vista del televisor-. De hecho creo que sólo surte efecto entre las mujeres. Y aquí no hay ninguna, que la melena de Langly no te confunda –riéndose-. Así que tranquilízate. Scully estará bien. Nada indica lo contrario.

- ¿Y por qué no está aquí, conmigo? ¿Eh? ¡Esto no es propio de Scully! ¿Acaso no lo veis? ¿Es que soy el único cuerdo de este piso?

- Ya oíste a Skinner, Mulder. No se atreverán a ponerle un dedo encima a Scully. Sería exponerse demasiado. Sobre todo ahora que tú has salido del coma y has recuperado, milagrosamente, el don del habla. Tú viste a ese par de matones llevarse a Scully. Por lo que si le ocurriera algo remotamente malo a Dana tu testimonio les dejaría totalmente al descubierto. Y el Sindicato no se lo puede permitir. De todas las oportunidades que han tenido para sacaros de en medio, ésta sería, sin lugar a dudas, la peor. Por muchas ganas que tengan de deshacerse de ella, Mulder, AHORA no es el momento. Y lo saben.

- Byers, me alegro de que le des tanta credibilidad a las palabras de Skinner como para estar sentado, tranquilamente, en mi sofá mirando la tele. Ojalá yo tuviera tu sangre fría… Pero comprenderás que no puedo permanecer aquí por más tiempo sin hacer nada. Ya van dos días. ¡Dos malditos días sin saber nada de ella! ¡Cuánto tiempo más deberé esperar! ¿Y si Skinner se equivoca, eh?

- Mulder, tranquilízate. Así no vas a ayudar a Scully.

- ¡Ni tampoco aquí sentado, Frohike! Es que no me lo puedo creer, ¿tú también estás con ellos? –Mulder estaba al borde de un ataque de nervios-. Que el formal de Byers no quiera quebrantar las órdenes no me sorprende excesivamente… ¿Pero tú? ¿Qué se ha hecho del Melvin que gritaba a los cuatro vientos “Mulder, no confíes en nadie”? ¡Es que no me lo puedo creer! ¿Es que Skinner os ha hecho un lavado de cerebro?

- Venga, Mulder… Ya verás cómo Scully aparece en el momento que menos te lo esperes y sin un rasguño. Ten un poco de fe, amigo.

- ¿Fe? ¿Os habéis vuelto todos locos? –y una risa histérica se apoderó de Mulder, que no podía salir de su asombro-. ¿Dónde están mis desconfiados amigos?

 

Mulder empezaba a asumir que, de su apartamento, no se escaparía hasta que Skinner diera la orden oportuna al trío maravillas, así que decidió desistir, por el momento, en su empeño. A veces, para ganar la guerra, es necesario sacrificar algunas batallas. Y esta batalla, la tenía perdida de antemano. Ya lo intentaría más tarde, si el chantaje emocional no surtía efecto siempre le quedaba el vil soborno….

 

Ding, Dong.

 

- ¡Silencio! Mulder, no te muevas. Byers, ve a mirar quién es. Y tú, Langly, coge algún objeto contundente con el que poder noquear al adversario –Frohike, con el improvisado delantal de cocinar aún puesto, corría como uno loco de un lado a otro del apartamento. Parecía un pollo al que le habían cortado de un hachazo la cabeza-.

- Chicos, que sólo es el timbre, no la declaración de la Tercera Guerra Mundial –soltó entre risas Mulder-.

- Eres un hijo de puta con suerte, Mulder. Tus súplicas, una vez más, han sido escuchadas –apartando la vista de la mirilla, Byers terminó la frase abriendo la puerta y dejando al descubierto a una Scully con cara de circunstancias-.

- Vaya –visiblemente sorprendida-. Si llego a saber que os encontraría a todos aquí reunidos hubiera traído palomitas… Por cierto, ¿interrumpo algo? ¿No estaríais viendo una de esas películas que no son tuyas, verdad Mulder? –mirándole de soslayo-.

- Ya sabes que esas películas no suelo verlas en compañía, Scully –levantándose del sofá y acercándose a ella con su sonrisa más endiabladamente sexy-. ¿Dónde has estado? –su voz sonó apenas un susurro dada la proximidad entre ellos e impulsivamente y como si fuera un acto habitual, le acarició cariñosamente la mejilla- ¿Y cómo estás?

- Bien. Estoy bien, Mulder –mirando al suelo, visiblemente incómoda-. Y tú, ¿cómo estás tú? –depositando una mano en su pecho y mirándole directamente a los ojos. Necesitaba sentir su tacto, sentirle vivo bajo su piel-.

- ¿Tú qué dirías, Scully? –y lo dijo con explícitas segundas intenciones y dándose la vuelta para que Scully pudiera examinar detenidamente el “material”-.

 

Perfectamente apetecible. Endiabladamente sexy. Prohibitivamente adictivo. ¡Dios, Mulder! Estás… Tentador. Pero mírate: con ese pelo alborotado que grita a cama deshecha y a sueños húmedos. Esa mirada cargada de malicia y ¿deseo? Esos labios más rojos de lo habitual y más húmedos de lo sanamente deseable. Esa maldita camiseta que, más que ajustada a tu atlética anatomía, parece pintada sobre ella. Y esos tejanos que realzan lo que la Madre Naturaleza te ha brindado. Y lo que es peor aún, lo que YO ya he saboreado. Dios, Mulder. Eres la encarnación de la Lujuria. Por suerte no sueles ir a la iglesia, porque si no, tendrían que vetarte la entrada. Por pecaminoso. Pero a pesar de toda esta vorágine de adjetivos que asaltan mi calenturienta mente con sólo echarte un rápido vistazo, me limito a contestar a tu pregunta retórica con un frío y médico “aparentemente, bien”.

 

- ¿Sólo a-pa-ren-te-men-te bien? –Frohike, que había dejado de correr por el piso, estaba fuera de sus casillas-. Llevamos dos días mimando al señorito, aguantando sus constantes caprichos y lloriqueos: “que si Scully por ahí, que si Scully por allá” –y dijo esto deformando su voz hasta parecerse a un histriónico dibujo animado- y llegas tú y te limitas a decir que está “aparentemente” bien.

- Vamos, Frohike no seas tan duro conmigo. No le he sometido a un examen “a fondo” para comprobar su estado. Así que sólo puedo decir, en calidad de médico que, a primera vista, todo parecer estar en orden.

- Vaya, eso es un alivio, doctora. ¿Qué creías, que le habíamos amputado algún miembro? –soltó burlonamente Frohike-. Tranquila, todo permanece en el mismo sitio donde lo encontramos. TODO, Scully. No temas –e intercambió una mirada cómplice con Mulder. A pesar de no haberle contado nada sobre la evolución de su relación íntima con Scully, Frohike sabía que la línea de amistad entre ambos había sido rebasada. Y Mulder nunca sabría hasta qué punto le envidiaba por ello-.

- Chicos, chicos, calma –Mulder desvió la vista de Frohike, que aún exhibía una sonrisa cómplice estampada en su cara, para depositarla en Scully, cuyo rostro denotaba sorpresa y vergüenza a partes iguales-. Bueno, ahora que mi doctora ha reaparecido de donde sea que ha estado escondida, ¿qué os parece si vais desfilando de mi casa en dirección a vuestro búnker? Dos días de convivencia son demasiados. Incluso para un heterosexual redomado como yo. Unas horas más y podría empezar a ver a Frohike con otros ojos… -haciendo una sensual y teatral caída de párpados-.

- Eres un pervertido, Mulder. Scully, yo de ti me andaría con mucho cuidado con este ejemplar –exclamaba mientras se desprendía de ese ridículo delantal que le había acompañado durante estos días de “cuidados intensivos”-.

- Gracias por la advertencia, Melvin. Procuraré no olvidarlo.

- Venga, chicos, que la parejita quiere estar a solas –y antes de que Scully y Mulder pudieran darse cuenta, sus estrafalarios pero fieles amigos se habían esfumado del apartamento 42 cargando con sus equipos de espionaje clandestino-.

- Bueno, por fin solos… -por primera vez desde que Scully había llegado, Mulder se sentía inexplicablemente incómodo-.

- Sí –mirando la punta de sus pequeños zapatos, como si quisiera eliminar con la mirada una diminuta mancha imaginaria-.

 

Y el silencio se instaló entre ambos. Denso, eléctrico, incómodo, asfixiante. Y los dos quisieron romperlo en el mismo instante, pisándose las palabras mutuamente hasta que Scully decidió tomar las riendas de la situación. Debía hablarle de Diana. Después ya tendrían tiempo para ponerse al día de su milagrosa cura y de su paradero durante las últimas 48 horas. Pero lo primero era Diana.

 

- Mulder… Siéntate, por favor –y Scully tomó asiento junto a él-.

- ¿Qué ocurre?

- Es Diana.

- Dana, por favor… -cogiéndola de las manos con cara de fastidio-. Ahora no. Empiezo a estar cansado de esta cancioncita…

- Mulder, déjame hablar, por favor –con la voz entrecortada-.

- De acuerdo, ¿qué ocurre con Diana? –con resignación-.

- Ella… Ella ha muerto, Mulder –mirándole directamente a los ojos-. La hallaron esta mañana muy mal herida en su apartamento y aunque fue trasladada al hospital de inmediato no pudieron hacer nada por ella. Sé que era tu amiga –llorando sin poder ni tampoco querer contener las lágrimas-. Lo siento mucho, Mulder. Nunca confié en ella, pero…

- Shhttt –acariciándole suavemente el rostro y acercándola a él hasta que sintió su cuerpecito recostado sobre su pecho-.

- Lo siento –sin desprenderse del abrazo protector de Mulder, que aún la cobijaba entre sus brazos como si se tratara de una niña indefensa-. Sé que ella era especial…

- Scully, hubo un tiempo en el que Diana fue mi vida. O así lo creía. Confié en ella y me traicionó. Profesional y personalmente. Y aunque me engañé a mí mismo diciéndome que ella me era fiel, tú tenías razón. Me advertiste y no quise oírte. Me negaba a aceptar que pudiera estar colaborando con nuestros enemigos. Pero al final, a pesar de todas las traiciones, pudimos reconciliarlos. A nuestra manera. Ella tenía sus razones para actuar como lo hacía, como yo tengo las mías que, por supuesto, no eran coincidentes. Sea como sea, supongo que Diana al final lo comprendió, comprendió mi lucha, mis creencias, mi código moral, mis sentimientos… Y sobre todo comprendió que lo nuestro, todo lo que en una ocasión tuvimos, formaba parte del pasado. Y a pesar de ello, decidió arriesgarse. Se arriesgó para sacarme de ese hospital quebrantando las órdenes y lo ha pagado con su vida. Pero a pesar de todo, incluido su sacrificio, y sin ánimo de parecer descortés, sólo puedo albergar un sentimiento de eterno agradecimiento hacia ella. Nada más –mirando a Scully directamente a los ojos-. Scully, YA-NO-LA-AMABA, ¿me oyes? Porque amar es, entre muchas otras cosas, una cuestión de confianza. Y yo sólo confío en ti.

- Mulder, yo…

- No por favor, déjame continuar… Sé que desde un tiempo para acá Diana ha sido un fantasma entre nosotros y no quiero que siga interfiriendo en nuestra relación. A mi manera, la amé. Como tú amaste a Jack Willis. Pero tú eso ya lo sabes. Ambos tenemos un pasado. Y debe quedar ahí si no queremos que destruya nuestro futuro –e hizo una pausa como si quisiera tomar aire para proseguir con su discurso-. Scully, ya estoy harto de tener que estar al borde de la muerte para sincerarme conmigo mismo. Uno a uno he ido perdiendo a mis seres más queridos y, ahora, sólo me quedas tú. Por ello, no quiero estar postrado en una cama de hospital para saber que la única razón por la que mi corazón continúa bombeando eres tú. No quiero mentirme cada vez que estás en peligro repitiéndome a mi mismo que la angustia que me oprime el pecho es la habitual entre compañeros de trabajo. Estoy harto de sentirme un ser despreciable cada vez que mis ojos recorren al detalle toda tu anatomía. “Es normal, Scully es una mujer”, repito como un mantra. Pero la normalidad deja de serlo cuando al mirarte siento como mis pantalones se encogen un par de tallas. ESO no es lo normal entre compañeros, Scully. Vaya, con Krycek no me pasaba…

- Mulder, por favor… -apartando su vista de él para depositarla erráticamente en el suelo-.

- Te estoy incomodando, ¿verdad? –mirándola maliciosamente a los ojos-. Pero, ¿por qué, Scully? ¿Por qué esta intimidad entre nosotros –cogiéndola suavemente de las manos- te parece tan extraña?

- No lo sé, Mulder. Todo esto es tan precipitado…

- ¿Precipitado? –riéndose burlonamente-. A siete años le llamas precipitación? ¡Precipitado es irse a la cama con un tipo al que acabas de conocer en un bar! –y al decir estas palabras, inconscientemente un nombre le vino a la cabeza: Ed Jerse. Maldito subconsciente-.

- Mulder, ya sabes a lo que me refiero –levantando su mirada hasta dar con sus ojos pardos-. Hace apenas 48 horas estabas al borde de la muerte y ahora…

- Y ahora, ¿qué, Scully? Ahora me limito a verbalizar lo que ambos sentimos. Visto de palabras unos sentimientos que hace años que están aquí –señalando su corazón-, latentes bajo la piel, esperando a ser manifestados. ¿O acaso prefieres seguir con tus solitarias sesiones onanísticas susurrando a las paredes de tu dormitorio mi nombre, Scully?

- ¿¡Mulder, cómo has sabido…?! –sonrojándose y tapándose la cara con ambas manos en un gesto seductoramente infantil-.

- Scully, no te avergüences… -sujetándola de la barbilla para que le mirara a los ojos-. Tus sueños eróticos son un juego de niños en comparación con los míos. Yo continúo siendo el pervertido en esta relación, aunque tú no te quedas corta. Si te vieran las monjas del colegio… –guiñándole un ojo burlonamente-.

- Mulder, por favor… -golpeándole el hombro entre carcajadas histéricas-.

- Siempre creí que tu hielo era del que quemaba, Scully, pero no sabía hasta qué punto…

- Ándese con cuidado, agente, si no quiere morir calcinado –superado el shock inicial por las certeras palabras de Mulder, Scully parecía estar dispuesta a seguirle el juego-.

- Me cuesta imaginarme una muerte más bella… -y tras consumir la distancia que le separaba de Scully se lanzó a por sus labios besándolos con delicadeza. Pero, sin previo aviso y para su sorpresa, los succionó como si estuviera comiéndose un flan y no paró hasta tenerlos enteros en su boca. Sólo entonces, y tras jugar con ellos a su gusto, los fue soltando con lentitud hasta “devolvérselos” a Scully-.

- Mmmm –un gemido inconsciente se escapó de la garganta de Scully, que aún no podía dar crédito a lo que acababa de hacer su compañero- Mulder, ¿cómo has sabido que…

- ¿…que es el beso que siempre anhelaste recibir y nunca te atreviste a pedir? ¿Es eso lo que ibas a decir, Scully?

- Ajá –visiblemente sorprendida-.

- Descubrí muchas cosas postrado en esa cama de hospital –cogiéndola de la mano hasta levantarla del sofá-. Por cierto, ¿quién es Daniel Waterston? –mirándola con malicia-.

- Todo a su tiempo, Mulder. No quieras correr cuando apenas sabes gatear… Y volviendo al tema que nos atañe… ¿Cuántas cosas más has descubierto de mí sin mi consentimiento?

- Mejor te lo demuestro, Scully –y se tumbó en la cama junto a ella, que permanecía impasible ante los últimos movimientos de aproximación de Mulder-. Es más, prometo no decepcionarte –y la abrazó hasta que sus labios se rozaron de nuevo y sus piernas se entrelazaron-.

- De eso estoy segura. Nunca me has decepcionado, Mulder. Es más, si antaño no lo hiciste, y eso que no tenías información privilegiada de primea mano, me cuesta creer que ahora, precisamente ahora, vayas a hacerlo –y soltó esta bomba de relojería siendo plenamente consciente de que Mulder se agarraría a ese comentario como a un clavo ardiente-.

 

En realidad nunca hablaron de ello. De su primera y única vez. Pasó. De manera improvisada y en el momento menos esperado por ambos. No fue algo premeditado. Aunque eran conscientes que todo lo vivido hasta entonces les conducía inexorablemente hasta ese momento en el que las miradas y las palabras no formuladas se convirtieran en piel. Sólo faltaba marcar la fecha en el calendario. Simplemente, era una cuestión de tiempo. Y esa noche ocurrió. Sin preámbulos ni discursitos ñoños. Y “después de” no volvieron a hablar de ello. Lo aparcaron en su memoria y continuaron con sus vidas, sus casos y sus improvisadas veladas de cine clásico de los viernes por la noche. Nada parecía haber cambiado entre ellos. Y, sin embargo, nada volvería a ser igual. Nunca más.

 

Y ahora Scully sacaba el tema. Lo exponía impúdicamente retando a Mulder a tomar el relevo y deshilar, con su ayuda, la enmarañada madeja que representaba su relación. Ella había lanzado la primera piedra. Él no debía salir corriendo. Y Mulder no era de los que sale huyendo. Si Scully quería hablar de ello, es más, si Scully se sentía preparada para hablar de ello… Hablarían de ello.

 

- Vaya, vaya… Así que no estuve tan mal… Es de agradecer saberlo, un poquito tarde, pero se agradece esta sinceridad por tu parte. Aunque, sin ánimo de parecer pedante, tus palabras no hacen otra cosa que corroborar la información que, in situ, me facilitó tu cuerpo. O mejor dicho, las contracciones involuntarias de una PARTE concreta de tu magnífica anatomía… Tres veces. Si mi memoria no me falla…

- Mulder… -reprendiéndole como a un niño pequeño-.

- Venga, por favor… Mi yo narcisista necesita oírlo de tu boca.

- ¿Tu yo narcisista? No me hagas reír, Mulder. ¿Qué parte de ti no es narcisista? –Scully estaba empezando a disfrutar con esta nueva intimidad entre ambos-. Porque si hay una me gustaría conocerla. Seguro que congeniaríamos a las mil maravillas.

- No lo creo, Scully. No es tan… imprevisible como la narcisista -y mientras le susurraba estas palabras al oído, su lengua húmeda y áspera se dedicaba a recorrer con voracidad el cuello de Scully, arrancándole un gemido de lo más animal-. Además, mi yo más humilde desconoce cómo activar tus resortes secretos… -y dicho esto se aventuró a rozar, por encima de la ropa, los pechos de Scully-.

- Mmmmmuuldddddrrr –su cerebro procesaba las palabras, pero éstas, cuando llegaban a su boca, se agolpaban de manera ininteligible. Un lametazo furtivo de Mulder y Scully perdía, ipsofacto, el don del habla. Todo se volvía confuso, borroso, el tiempo parecía alargarse como un chicle bajo el inclemente sol del desierto y los sonidos se tornaban graves, indescifrables… Adquirían la onírica sonoridad de los sueños. Con la diferencia que esto no era un sueño-.

- ¿Qué, Scully? ¿Aún quieres conocer mi faceta más humilde?

- Más tarde, Mulder. Más tarde. Y ahora, si no te importa, ¿podrías dejar la lengua donde la tenías?

- Tus súplicas son órdenes para mí…

 

Y antes de que Scully tuviera tiempo a borrar su endiablada sonrisa de su rostro, Mulder ya estaba besando esos labios que habían acompañado sin tregua sus noches insomnes. Esos labios que intuía a través de los aterciopelados susurros del teléfono a altas horas de la madrugada, esos labios que imaginaba cada vez que cerraba los ojos en su sofá de cuero, los mismos labios que había intuido en un desafortunado encuentro de pasillo… Esos labios que, no hace mucho, había tenido la oportunidad de saborear hasta derramarse en ellos.

 

Y permanecieron así durante horas, besándose con delicadeza, alternando labios con lengua. Lengua con dientes. Desvistiéndose a cámara lenta, prenda a prenda, como si de un sagrado ritual de iniciación se tratara. Acariciándose delicadamente y sin prisas reencontrándose con sus sensibilizadas pieles y su cálida intimidad. Y así, a los dedos les siguieron las manos y a las manos, los labios y sólo cuando la excitación fue tan dolorosamente placentera que parecía que iba a consumirlos en vida, sus sexos se encontraron de nuevo. Se fundieron, penetraron, amoldaron, contrajeron, dilataron, convulsionaron, palpitaron, desgarraron, explotaron, inundaron, derramaron y crearon. Crearon un nuevo círculo de intimidad. Y quizás, sólo quizás, en un futuro no muy lejano fueran capaces de crear un nuevo y anhelado milagro.

 

FIN

 

 

 

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