fanfic_name = Desvío y paseo ante el mar: Desvío. (1:3)
author = Rain
dedicate = A Angelita que es un cielo. A tod@s los que me escribís comentarios y decíais esperar otro...Ten cuidado con lo que deseas...Y a cualquiera que se haya esforzado por ser un buen amigo/una buena amiga (vamos, a tod@s, supongo).
Rating = touchstone
Type = Angst
fanfic = • Derechos legales: ¿Soy millonaria? No. ¿Mi e-mail ha rebasado su capacidad de tantos correos preguntando por la segunda película? No. ¿Me he pasado noches en vela tratando de decidir a qué personaje me cargaré la próxima vez? No. ¿Entiendo la mitología? No. ¿Soy capaz de escribir un beso entre Mulder y Scully y no quedarme ahí? Sí...Pues una vez realizado el test parece que no soy Chris Carter así que tengo que informaros de que Mulder y Scully no me pertenecen sino que son propiedad de Chris Carter, 1013 y Fox y que no intento violar los derechos de autor ni obtener beneficios económicos por medio de este relato.
• Rating: R, supongo, cada vez lo tengo menos claro.
• Spoilers: Hasta el final de la cuarta. Básicamente Memento mori.
• Feed-back: Por si alguien lo duda un feed-back no es un beneficio económico, así que podéis escribir todos los que queráis a
summerrainARROBAlycos.es
DESVÍO
I have my freedom but I don't have much time
Faith has been broken, tears must be cried
Let's do some living after we die
Wild horses, Rolling Stones.
“No beberás con una chica a la que hayas imaginado desnuda: Pase lo que pase lamentarás haber bebido” era una de las múltiples leyes estúpidas que Fox Mulder tenía de joven. También estaba la tan traída y llevada de “No te tirarás a una amiga o a una compañera de trabajo”.
La madurez no había hecho que sus normas, leyes y promesas a sí mismo fuesen menos estúpidas pero sí había reducido su número considerablemente. Cuanto más vivía más consciente era de que pocas normas eran susceptibles o dignas de ser mantenidas por principio. Desde luego ninguna que pudiese enunciarse en una única frase lo era.
De cualquier modo, era un hecho probado que Mulder siempre había considerado las leyes hechas para ser rotas.
Quizá hiciese años que no pensaba en esas frases pero aquella noche las recordó y rió para sus adentros, quizá porque tenía un vaso de ron en la mano, un ligero calor entre sus piernas, un par de preservativos en el bolsillo y una amiga y compañera de trabajo a la que había imaginado un par de veces desnuda (en las últimas horas) sentada al otro lado de la mesa.
En realidad ya sabía que no iba a ocurrir. Ella había dejado claro que no era lo que necesitaba. Pero tenía miedo, un poquitito, a que alguno de los dos o incluso ambos, dejasen de hacer pie en aquel mar de cercanía, vidas privadas y miradas mantenidas en que llevaban nadando todo el día, porque una cosa es un ratito en mitad de un caso o una tarde de sábado de vez en cuando y otra un día completo con noche completa y promesa de las 48 horas siguientes.
Le preocupaba en especial que cada vez estaban más lejos de la orilla, del mundo real, de la comodidad y la costumbre de ser Mulder y Scully, agentes y compañeros. Cada vez eran más ellos, él y ella, dos seres humanos, dos amigos, dos personas que se sentían unidas por demasiadas cosas. Y a ambos les estaba gustando demasiado.
Y quedaba mucha noche por delante.
Quedaba mucho fin de semana.
Había demasiado en que pensar, o sólo una cosa, precisamente la causa de que estuviesen en esa situación.
Probablemente la causa por la que ella llevaba varios minutos con la vista perdida en el fondo de su vaso mientras lo agitaba revolviendo los hielos.
-¿Estás pensando en ello?- le preguntó. Volvía a sentirse culpable por todo lo que había por debajo de su cintura.
Aquella mujer era increíblemente resistente al alcohol. Aquella mujer parecía resistente a todo. Pero aquella mujer era tan sólo una mujer...Una mujer que se sentía sola y pequeña ante algo contra lo que no podía luchar, una mujer asustada, con razón para estarlo, una mujer que necesitaba alguien en quién apoyarse...quizá era tan fuerte que no lo necesitaba pero aún así lo merecía, aún así debía tenerlo.
Sólo era una mujer que iba a morir demasiado pronto.
La excitación cesó repentinamente pero ni siquiera se dio cuenta. Estaba perdido en sus ojos de nuevo. En realidad nunca le había parecido especialmente atractiva y, si podía decirse que tenía un ideal de mujer, distaba mucho de ser como ella pero, ¡joder, tenía esos ojos! Ese modo de mirarte, ese millón de modos de mirarte.
-Sí, supongo que siempre estoy pensando en ello, de un modo u otro. ¿Tú sueles hacerlo?
Había algo hiriente en el tono. De nuevo supo que lo estaba haciendo mal. Le mantuvo la mirada. Aquella pregunta no esperaba respuesta. Esperó a que ella continuase:
-Mulder, cuando hiciste esa estupidez hoy por la mañana, ¿sabes?, se me ocurrió que sólo lo podías haber hecho por dos razones: Para hacerme pensar en ello o para hacer que no pensase en ello. Y deseé que fuese por lo segundo.
El sonrió con tristeza y sacudió la cabeza. Scully sintió cierta lástima: A fin de cuentas estaba allí por ella y se lo agradecía, pero no pensaba permitirle derribar los diques que había construido para retener el dolor sólo porque se le hubiese ocurrido que tenía que hablar. No necesitaba hablar de ello. Necesitaba que no existiese y eso era imposible. Así que sólo quedaba querer: Quería olvidarlo.
Le rellenó el vaso vacío con la mitad del contenido del suyo. Él aún asentía un poco con la misma sonrisa triste, aceptando que el plan era olvidar. Le miró fijamente en silencio, y elevó su vaso. Sabía lo que quería decir, quería decir “Por ti” pero no sabía cuales eran las palabras.
-Por los buenos amigos.
Sonó extraño a sus propios oídos, demasiado bajo, demasiado ronco, las palabras muy separadas. Verdadero, honesto pero extraño. E incompleto.
Él levantó su vaso y brindó:
-Por la mejor.
Unas horas antes Scully tenía la vista perdida al otro lado de la ventanilla. El caso estaba resuelto: No había sido una abducción ni siquiera había sido un secuestro, las luces y voces parecían haber existido sólo en la mente desquiciada de una madre que necesitaba algo en que creer para no creer, el chico simplemente había sido captado por una secta sin que sus familiares se diesen cuenta hasta que desapareció de casa. Ahora estaba muerto. Suicidio colectivo. 20 hospitalizados, 10 leves, 7 graves, 3 muy graves. 3 muertos. Era uno de esos tres muertos. Los tres más jóvenes: menor masa corporal, mayor efecto de la droga. Un detenido. No habían llegado a tiempo y, a su vez, habían evitado quizá 20 muertes, quizá alguna menos según la evolución que siguiesen.
Injusta, cruel, absurda, vil, perversa, retorcida, inútil,... En aquellos momentos se le ocurrían muchos adjetivos para definir la vida y ninguno era positivo. Se esforzó por huir de la aguda sensación de dolor que el caso le había dejado en el pecho. Ella no solía implicarse demasiado en los casos, estaba acostumbrada. A veces sentía asco de si misma al pensarlo pero lo cierto es que estaba acostumbrada. Pero habían pasado tan sólo unas horas, y estaba lo otro. La herida abierta no era el caso, la herida abierta era una herida cerrada, infectada, gangrenada.
Centró la vista en el paisaje tratando de alejar la idea de su mente aunque fuese tan sólo por un instante. Viajaban en coche por una carretera cercana al océano. “Pacífico”: Se repitió esa palabra una y otra vez mientras el horizonte azul sobre azul aparecía y desaparecía de la ventanilla. Deseó hundirse en él, fue una imagen, una sensación: algo salía de su cuerpo y saltaba hasta el océano, y se hundía en él, en la paz, en el azul, en el agua, en la sal. En la vida. En la muerte.
Desaparecer es una idea tentadora hasta que empieza a ser posible, entonces deja de ser siquiera deseable.
-Scully.
Lo había dicho tan bajo que incluso dudó de haberlo oído. Se volvió hacia él.
-¿Sí?-se esforzó en fingir una sonrisa, sin gran éxito a decir verdad.
-¿Estás aquí?-De nuevo en voz baja. Últimamente lo hacía a menudo: Preguntaba incoherencias en voz baja. Ella sabía porqué. Le molestaba, le gustaba, le conmovía.
-No, estaba allí-contestó apuntando al océano con una sonrisa ahora honesta y en consecuencia triste.-Es tan...inmenso que...todo cabe.
“Las palabras son extrañas”, pensó él,”extrañas, lejanas, ajenas.” “Nasofaríngeo, inoperable, cerebro, cáncer, 0%, tumor...morir, muerte, muerta.”
“Si las tinieblas me han engullido cuando leas esto no debes pensar que tal vez pudiste haber hecho algo más”. Las palabras. Las palabras en aquel cuaderno. Scully hablando. Scully diciendo. Pero sólo allí, sólo para ella, sólo para no ser escuchada. El cuaderno iba dirigido a él y sin embargo lamentaba que lo hubiese leído. Se había cerrado en si misma. Ni siquiera confiaba, ni de lejos confiaba, en que le dijese la verdad respecto a la evolución de la enfermedad. Se estaba aislando, estaba pasando por los peores momentos de su vida y no permitía que nadie se le acercase. Sólo se lo había permitido a él, en aquel hospital, aquel abrazo, el beso. El cuaderno estaba dirigido a él. Sólo le había llamado a él en aquel primer momento.
Y él debía estar haciendo algo muy muy mal, porque decididamente no conseguía que ella entendiese que no tenía que estar sola, que no tenía porqué callar, porqué evitar llorar, que no debía intentar protegerles aislándose, que tenía unos brazos en los que refugiarse en cualquier momento: Los suyos por ejemplo. Sí, desde luego que debía pensar que podía hacer algo más. Como había dicho Melissa durante aquel terrible coma, quizá no salvar su vida, quizá no encontrar la verdad sobre su enfermedad, quizá simplemente sentir, hacerle sentir acompañada, querida.
Un 0% había hecho que su mundo cambiase casi un 100%. Las prioridades, los deseos, el futuro.
Las tinieblas iban a engullirla. Y ella deseaba hundirse en el océano.
La muerte. La vida.
Sólo le había llamado a él. Hacer algo.
Tomó el desvío, sin saber aún qué pretendía. Ella no se dio cuenta. Quizá se enfadase. Había dicho que pensaba descansar el fin de semana. Podía ver cómo: en casa, sola, ella y el tumor nasofaríngeo como única compañía.
Quizá no era la mejor compañía que podía tener, pero sabía que confiaba en él y era él quien debía ocuparse, no como investigador, no del modo en que lo había intentado en un principio, sino como persona, como alguien a quien ella sentía cerca. En algunos momentos es importante darse cuenta de que no es el momento de menospreciarse: Ella le había elegido a él.
Y le tendría.
Se detuvo ya en la arena y la miró. No había apartado la vista de la ventanilla, del océano, intentaba no llorar, hasta el momento con éxito. Sabía que la estaba mirando, esperando, ¿el qué?
-La pregunta es la de siempre, Mulder: ¿qué estamos haciendo aquí?
-No te lo vas a creer pero hay quien dice que en esta playa se han visto montañas hechas de un grano de arena.
Lo absurdo de la respuesta le hizo mirarle, no pudo evitarlo. Lo lamentó: Ahora había visto sus ojos llenos de lágrimas. Eso lo haría todo más difícil.
-Tienes razón en una cosa: No me lo voy a creer. –Bajó la mirada. Quería llorar, quería llorar ya, pero sola. Sin que él la mirase con esa maldita cara de “pobre Scully”.-Perderemos el avión, ¿te das cuenta?
-Si salimos ahora mismo llegaremos a tiempo. Tú decides.
Tres días, hasta el lunes, podía ser incluso más, Skinner no diría nada. No sabía qué pretendía, qué quería, qué iban a hacer. Sólo sabía que Scully adoraba el océano y que estaban lejos de casa, y que allí ya hacía calor, allí sí parecía primavera, de hecho parecía casi verano. Y unos minutos antes Scully se había acercado a sonreír, y ese océano parecía la causa.
Seguía mirándola mientras ella miraba sus zapatos. Eran cerrados, oscuros, tenían un alto tacón, eran nuevos y la estaban matando.
-No, ya no llegaríamos.
Se los quitó y abrió la puerta del coche. Sintió la arena, caliente al primer contacto, fresca, casi húmeda al hundir el pie. Caminó hacia la orilla, dejando escapar las lágrimas: Sabía que no la seguiría hasta pasados unos minutos. Se quedaría en el coche, mirándola, admirándola y compadeciéndola.
El hombre que lo creía todo no era capaz de creer que ella iba a morir. ”Jodido cretino” susurró, y su par de lágrimas se transformaron en un torrente.
“Tiene los pantalones mojados hasta las rodillas”, fue lo que pensó mientras se acercaba a ella por la espalda. Le resultó chocante esa dejadez, ese descuido. Había esperado un cuarto de hora, se retuvo durante un cuarto de hora. La marea estaba subiendo y las olas burbujeaban alrededor de sus pies. Parecía no ser consciente de ello. Sintió un intenso deseo de abrazarla, besar su hombro, susurrarle “Estoy aquí”, como si eso significase algo; de modo que se quedó de pie a unos dos metros y esperó a que ella hablase.
De pronto se volvió, con una mirada cargada de rabia.
-No lo vas a conseguir, Mulder.
Bien, al parecer alguien en aquella playa sabía lo que Mulder pretendía e incluso que no iba a conseguirlo. Era un avance, porque él sólo era capaz de intuir lo segundo.
-¿El qué?-, preguntó no sin cierta curiosidad.
-Lo que pretendes.-Parecía furiosa, pero lo gracioso es que parecía furiosa consigo misma por no poder fingir estarlo.- Sé muy bien lo que pretendes.
-Y, ¿qué se supone que es?
-Que me abra, que exprese mis sentimientos como en un maldito grupo de apoyo. ¿Qué quieres?, ¿qué diga “Hola soy Dana Scully y voy a morir”?
No, no era eso lo que él quería, eso ya lo había tenido. Aunque lo cierto es que había sonado como un “Hola, soy Dana Scully, doctora en medicina e informo de que la agente Scully tiene un tumor inoperable.” Sí, le preocupaba cómo se lo estaba tomando. Era más que preocupante.
-Que no hable de ello no significa que no lo acepte, Mulder. Lo acepto, lo asumo, estoy bien. No necesito...sesiones de terapia.
Tenía el maquillaje algo corrido por las lágrimas, los párpados ligeramente hinchados, ojeras, y un doloroso gesto de desesperación. Miró de nuevo la parte inferior de los pantalones, oscurecidos por el agua, con pequeños restos de algas y arena. Nunca la había visto tan perdida. Se sentó en la arena frente al océano. Soplaba una brisa suave cargada de sal.
-Sólo pensé que te gusta el mar.
Aquello la desarmó. Quizá porque parecía estúpidamente cierto. Y ella debía ser muy estúpida porque le resultaba lógico. Se acercó y se sentó junto a él. Seguía enfadada, tan enfadada como antes, sólo que cada vez le costaba más creérselo.
- A veces pareces medio tonto, Mulder-, dijo mordiéndose una sonrisa.
El rió y le golpeó suavemente con el hombro. Parecía que sí estaba haciendo algo.
-Pero no soy el único.
-No, no eres el único.
“A veces el sexo es terriblemente ridículo,” pensó.” A veces el sexo está rodeado de ridiculeces como alegrarte de llevar vaqueros, mirar una máquina con pintadas obscenas mientras te preguntas cómo es posible que te plantees utilizarla o dejar de bailar con una excusa tonta porque no deberías estar sintiendo lo que estás sintiendo, como si “deber” y “sentir” fuesen palabras que se pudiesen combinar en una frase con sentido.”
No entendía del todo cómo demonios había acabado con la espalda contra la pared del baño, ligeramente excitado, mirando una máquina de preservativos y esperando a calmarse, mientras se preguntaba si quería o no acostarse con Scully, si aquello tenía algún sentido, si le convertía en el mayor cerdo del mundo o sólo en el mayor imbécil, cómo demonios podía estar pensando en ello dadas las circunstancias, qué pensaría ella si lo supiese, si le viese allí. Lo único que tenía muy claro que resultaba ridículo.
Habían empezado a bailar, más por reírse un rato que otra cosa. Le había apostado que no soportaría bailar “Hunt dog” completa pero resulta que Scully sabía bailar rock y muy bien. De hecho podría decirse que, en caso de que la despidiesen del FBI, podría ganarse la vida en Las Vegas imitando a Elvis: tenía un movimiento de cadera más que interesante, y decididamente hilarante cuando lo exageraba.
Luego había sonado otra canción, y luego otra. No había pinchadiscos, sólo un tipo con aspecto de ser el dueño y de saber muy bien lo que era buena y mala música. No era capaz de hacer que las canciones combinasen pero tenía gusto para elegirlas. “The way you look tonight” había sido llevable, demasiado dulce y suave para constituir ningún peligro, lenta, era como un abrazo con excusa. La excusa había sido bienvenida. “Heaven”, excesiva para tener implicaciones, casi graciosa, otra buena excusa. Luego había perdido la cuenta; era lo que tenía haber bebido un poco, o quizá era lo que tenía Scully: se estaba demasiado a gusto abrazándola, perdón, bailando con ella como para que diese tiempo a pensar. Entonces llegaron “Angie” y “Wild horses”, cuando ya estaban demasiado cerca, meciéndose algo adormilados por el alcohol. En algún momento Scully había respirado profundamente, en una especie de suspiro, rozándole con el pecho al tiempo que deslizaba la mano por su espalda para acomodarse mejor. Entonces ocurrió. No mucho, de hecho incluso creía posible que ella no se hubiese dado cuenta.
Lamentaba que hubiese ocurrido pero no era esa la razón por la que seguía apoyado contra aquella pared cuando ya había pasado. En realidad no le daba demasiada importancia, tampoco creía que ella lo hiciese. Lo que le clavaba a aquella pared era hasta qué punto aquello podía no haber sido una simple reacción física. O, quizá, fingir que seguía preguntándoselo cuando lo sabía perfectamente.
Había dos cosas que Mulder no había hecho desde la mayoría de edad: Evitar el contacto físico con alguien que le cayese bien y negar un sentimiento sexual ante sí mismo. Pero con Scully solía fallar en lo segundo, en varias ocasiones se había parado a pensar en ello y había decidido que se lo estaba negando. Probablemente porque había demasiados sentimientos encontrados alrededor de ella, probablemente porque la atracción se perdía entre todos ellos, probablemente porque no soportaba la idea de perder la cercanía que tenían como consecuencia de tener que evitar el deseo.
Se lavó la cara para despejarse un poco y volvió a apoyarse contra la pared mientras se secaba, de nuevo ante la máquina. Dibujitos de frutas junto a los botones. “A Scully le gustan las fresas” pensó de pronto.
La recordó un par de semanas antes sentada en el coche ante una bolsa de fresas. Eran las primeras de la temporada y le había hecho dar cuatro vueltas a la manzana hasta encontrar aparcamiento para poder entrar a aquella pequeña frutería que las anunciaba en una pizarra. Agujereó la bolsa y las lavó en una fuente cercana. Rara vez Dana Scully se comportaba como una niña pequeña caprichosa. Quizá si lo hiciese más a menudo no resultaría tan...interesante.
-¿Quieres, Mulder?
En realidad le apetecían, pero sabía que no las iba a disfrutar tanto como ella: No quería quitarle ni una.
-¿No te saben ácidas, así sin nata ni nada?- le había preguntado sólo para evitar pensar en lo que le estaba provocando ver cómo se chupaba los dedos demasiado literalmente.
-Lo que me gusta de las fresas es el sabor a fresas.-respondió ella escogiéndose de hombros, demasiado feliz para pensar.
Volvió a excitarse, pero no tenía nada que ver con los preservativos de sabor a fresa, sino con la idea de besar a Scully, en aquel mismo coche alquilado, con su boca llena de fresas ácidas, fresas con sabor a fresas.
Un hombre entró en el baño, hizo un gesto de saludo con la cabeza al que Mulder respondió de igual modo, mientras se metía las manos en los bolsillos.
Le miró a través del espejo mientras se lavaba.
-¿Se encuentra bien, amigo?
-Sí, sólo estoy un poco mareado.
-Un vaso de agua por cada vaso de alcohol,- dijo aquel tipo sonriendo. Parecía tremendamente alegre. Probablemente él no dudaba de cómo iba a acabar su noche ni le preocupaba.
-Eso es para la resaca-, respondió Mulder pensando que todo aquello era ridículo, muy ridículo.
El tipo asintió con su sonrisa despreocupada
-Me esperan,-dijo saliendo del baño.
A él también le esperaban. Dio el par de pasos y metió las monedas. Simplemente lo hizo, no pensó. Apretó el primer botón: Sin sabor, sin estrías... “y sin mucha esperanza” murmuró.
Recorrió el espacio entre el baño y la mesa en que le esperaba Scully a grandes zancadas mientras la miraba. La culpa era de ella, se dijo evitando una sonrisa; por querer bailar, el hecho de que él lo hubiese propuesto no era excusa; por haber apoyado la cabeza en su pecho y haber acercado la cadera a la suya, el hecho de que él hubiese presionado su espalda no era excusa; y porque una médico debería saber a dónde van a parar todos los nervios que surgen de la columna vertebral de un hombre y, en consecuencia, que no debe ni rozarse.
Sintió un pinchazo en el estómago por cada uno de esos recuerdos, le flaquearon las rodillas.
Estaba deseando a Scully.
Había comprado preservativos pensando en Scully.
Se había excitado entre los brazos de Scully.
Ella lo sabía.
No tenía ni idea de si lo deseaba, de si lo deseaba realmente, incluyendo mañana siguiente, lunes siguiente y todos los siguientes siguientes.
No estaba tan seguro de que ella no lo desease.
Quizá hubiese razones para que todo aquello estuviese ocurriendo en esos momentos y, si eso era así, era él quien debía mantener la cabeza fría.
Estaba, decididamente, perdido.
En cuanto se sentó, ella lo supo. Durante 15 minutos de reloj se había preguntado si aquella ligera separación poco antes de que acabara la canción y la posterior huída al baño, bastante digna a pesar de las circunstancias, en cuanto acabó se debían a una cuestión puramente fisiológica debida al roce o a algo más. El tiempo y la cara de Mulder decían que algo más. Pensó que le pondría las cosas más fáciles si preguntaba:
-¿Te encuentras bien, Mulder? ¿Quieres que nos vayamos?
Intentó parecer neutra, intentó aparentar que no lo había notado, que consideraba los quince minutos de baño debidos a otra causa. Era obvio que lo había notado pero si él la veía tranquila (que no lo estuviese en realidad no venía a cuento) se tranquilizaría también.
-Sí, estoy bien, estuve hablando con uno. Y no, no si tú no quieres.
Vale, había funcionado. Sólo era una erección no el fin del mundo.
-La camarera te ha echado de menos,- dijo con una sonrisa maliciosa. –Creo que le ha ofendido sobremanera que pidiese por ti evitándole el placer de servirte. Reitero que tienes posibilidades.
Mulder sonrió. A veces Scully era un cielo. Ella siempre encontraba palabras. Era tan capaz de salvarle de una situación embarazosa frente a Skinner como frente a sí misma.
-¿Cuántos se te han echado encima durante mi ausencia para que quieras librarte de mí tan descaradamente?
Ella le miró, “Es Mulder,” pensó, “simplemente es Mulder. Mulder que quiere quedarse conmigo, estar a mi lado.” Pensó que quizá debía preocuparle el sexo, aquella noche no estaba siendo distinta, era igual que siempre pero las coordenadas espacio-tiempo les estaban afectando: Estaban muy lejos de casa, no había trabajo de por medio y de algún modo extraño el hecho es que iban a pasar el fin de semana juntos, porque sí, sin excusas, para divertirse o algo parecido. Los muros estaban cayendo o, simplemente, se estaba demostrando que nunca habían existido. No quería pensar en si deseaba o no acostarse con él. Aquella siempre había sido una pregunta demasiado difícil de contestar, sonaba a pregunta con truco y aún no había descubierto cuál era el truco. Pero no quería pensarlo, no esa noche, esa noche quería a Mulder hablando, riendo, escuchando, estando, siendo...siendo simplemente Mulder, el de siempre.
-No es eso lo que quiero. Me da igual quién pudiese venir o no, no sé. A veces lo único que apetece es hablar...con alguien con quien se pueda hablar sin juegos estúpidos, ¿sabes? Alguien dispuesto a perderse el maldito partido de los Nicks para el cual en realidad ambos sabemos que no tenía entradas por más que lo jure. De todos modos tampoco es para tanto: Van a perder.
-Retira eso.
-Van a perder.
A la mierda los preservativos, lamer aquel tatuaje, beber ron de su boca, las fresas, hacerlo en el mar, el modo en que echaría la cabeza hacía atrás al tener un orgasmo, esos labios chupando sus dedos, sentirla gemir mientras la besaba,...A la mierda todo: Scully quería un amigo y Scully tenía un amigo. Sentía muchas cosas hacía ella sobre las que tenía dudas...pero había una sobre la que no dudaba en absoluto: Estaba seguro de que la quería, de que era su amiga, quizá la mejor que había tenido nunca.
Levantó el vaso despacio manteniendo su mirada en la que se leía una profunda confianza que él no sabía cómo había ganado.
-A la mierda los Nicks, Scully.
Cuando salieron del bar caía una lluvia suave y olía a mar. El motel estaba a unos veinte minutos de allí, al otro lado de la larga avenida que atravesaba el pueblo.
-Probablemente podamos llegar casi sin mojarnos yendo de soportal en soportal.
Cuando se volvió para mirarla ella ya estaba a unos cuantos pasos, bajo la lluvia, de espaldas a él, mirando al cielo. Sintió un escalofrío. Sintió deseo pero ya no le preocupó si era sexual: Sólo era insoportable.
Era insoportable la idea de que iba a morir, insoportable verla tan viva, insoportable no poder hacer nada, insoportable pensar en todo lo que nunca harían, insoportable que los minutos con ella estuviesen contados, insoportable no poder llegar a conocerla tanto como quería, insoportable no tener la fuerza, la confianza en que fuese lo correcto, las palabras, para poder decirle lo que sentía, o incluso sólo lo que pensaba.
Alargó la mano hacía él sin ni siquiera mirarle. Se la tomó a punto de echarse a llorar de impotencia y ella tiró acercándole. El se acercó aún más y rodeó su cintura.
-Gracias por...esto, Mulder
Caminaron lentamente hacía el motel. Se agradecía pasear al aire libre, la noche era cálida y la lluvia era demasiado leve para resultar molesta, olía a hierba cortada y a alguna flor nocturna.
No dijeron una palabra durante todo el trayecto. Todas las palabras parecían poco apropiadas para ser la primera después de aquel momento, aquel pequeño, ligero, simple abrazo había dicho algo difícil de superar.
Al llegar al motel, se detuvieron a la puerta de la habitación de Scully, la más cercana a la entrada y se miraron a los ojos, por primera vez desde que habían salido del bar.
Entonces ocurrió.
Ninguno de los dos sabría nunca quién había realizado el primer movimiento. Ninguno de los dos era consciente de haberse movido. Simplemente estaban abrazados, fuertemente abrazados. En algún momento Mulder fue capaz de tener un pensamiento coherente y fue que la fuerza era excesiva, que le estaría haciendo daño, de modo que aflojó ligeramente los brazos.
-No me sueltes-susurró ella.
-No voy a soltarte. No pensaba soltarte.
La apretó de nuevo con la misma intensidad. Aquellas palabras le habían atravesado en un escalofrío: No iba a soltarla, nunca. Quizá todo lo que no sabía o no podía o no debía decir quedase claro así. No podía imaginarse nada mejor que hacer.
Ella estaba temblando. No sabía desde cuando, no era consciente de que él también temblaba, ni de que tenía frío, sus ropas estaban mojadas y la ligera brisa se había convertido en viento.
-Vamos dentro, Scully.
Por un instante le miró como si no comprendiese, pero inmediatamente sacó la llave y abrió la puerta. Entraron, se abrazaron de nuevo y cerraron la puerta en un solo movimiento. De nuevo el resto del mundo desapareció, el paso del tiempo desapareció. Sólo existían ellos en la penumbra de aquella habitación sumidos en algo que les superaba y les arrastraba unidos, previendo una caída que parecía inminente y sin poder ver a dónde llevaba, cuál era el fondo sobre el que acabarían. Sólo sus cuerpos, sólo el otro entre los brazos, el aliento húmedo y caliente sobre un pecho que respiraba con ansiedad, el temblor de las manos ahora moviéndose por la espalda, (de nuevo ninguno era consciente de haber dado ese paso), aún bordeando límites: No por encima del cuello, no por delante del costado, no por debajo de la cintura, nunca por debajo de la ropa. Pero en algún momento Scully rompió esos dos últimos límites, casi a la vez. Lo hizo muy despacio, con suavidad, sólo un poco, incluso se detuvo en algún momento, pero lo hizo. Eso provocó que la presión que iba y venía desde nadie sabía cuándo se mantuviese, constante, ya sin huída, y eso le impulsó a hundir aún más sus manos.
Y él gimió, no pudo evitarlo, y decidió que ya estaba claro en qué lado del límite estaban, de modo que le tomó los brazos y se los llevó al cuello.
-Ven.
La levantó en brazos mientras ella le rodeaba la cintura con las piernas y comenzaba a besarle en el cuello y la llevó hasta la mesa. Le acarició los muslos, deslizó las manos bajo su camiseta muy despacio, sobre su vientre, bajo su pecho, hacia su espalda, más abajo y la atrajo hacia él, hasta que no pudo más, hasta que sintió el aliento de un gemido en su cuello, una ligera sonrisa sobre la piel. Los besos se transformaban en pequeños mordiscos y, por cada uno, empujaba contra ella, al principio de forma brusca, fuerte, rítmica, poco a poco cambió, como empezaban a cambiar los mordiscos, cada vez más húmedos, mantenidos, profundos, se alargaban hasta lo imposible, hasta resultar dolorosos. Él dejaba caer pequeños besos sobre su pelo, en las orejas, en el cuello, allí donde podía llegar. En varias ocasiones intentó separarla lo suficiente para poder besar sus labios pero ella no se lo permitía: Se mantenía hundida en su cuello sabiendo que mirarle a los ojos sería volver, besarle sería volver, ser consciente de lo que ocurría, caer al mundo real. Si le miraba tendría que pensar y sólo quería sentir: El calor febril, que surgía de todas partes y le provocaba escalofríos, el sabor a sal de su piel, las curvas de su mandíbula en la boca, esos gemidos justo en su oído, como susurros meditados y al mismo tiempo incontrolables, el olor a lluvia y sudor en su ropa, sus manos sujetándola por las caderas, el dolor de la excitación en cada roce demasiado intenso. Quería que ocurriese, iba a ocurrir, sobre aquella mesa, pronto.
Él también sentía que iba a ocurrir, lo deseaba. No soportaba la ropa por más tiempo: Tenía que arrancarle esos malditos pantalones, y quitarse los suyos. Necesitaba besarla, hundirse en su boca, lo necesitaba ya. Pero había algo que necesitaba aún más: mirar sus ojos sólo un instante, saber que todo iba bien. Le acarició el pelo y susurró en su oído:
-Scully.
En cuanto lo dijo supo que no ocurriría.
Dejó de resistir contra su cuello, se separó, lo suficiente para mirarle a los ojos y negó lentamente con la cabeza.
El musitó un “¿Por qué?” que ni siquiera llegó a escucharse.
-No aquí, no ahora, no así, no borrachos, no por esto.
Sonrió irónico, pero no dijo nada. No le importaba demasiado nada que no fuese sentirla cerca, y aún la sentía cerca.
Apoyó su frente sobre la de él. Sus caderas seguían unidas, demasiado unidas, de hecho seguía abrazándole con las piernas, no soportaba la idea de que se alejase. No todavía. El mantenía las manos sobre su cadera, sólo que ya no apretaba ni tiraba de ella, sólo dibujaba círculos con sus pulgares sobre el ápice de los huesos, lo cual le estaba excitando aún más. Pero no quería que parase, ni que se alejase, ni continuar. Quería ser otra persona, ser ella unos meses atrás, no tener que preocuparse de que no seguiría siendo lo que quiera que fuese para él durante mucho tiempo.
“No, no estamos tan borrachos como para no saber lo que hacemos y no importa cuando o donde, pero yo sí voy a morir”, pensó. Claro que no fue eso lo que dijo.
-No desesperados, no tristes.
Le miró de nuevo.
Él pensó que no era la mejor razón del mundo, pero era la razón que ella tenía y probablemente acertada. No era una huída, no se estaba alejando, con eso sobraba.
Se dejo llevar por aquel mar azul. Todo el dolor que veía en sus ojos, el dolor provocado por el miedo, por la renuncia forzada, por el lastre de la desesperanza, por el conocimiento de aquel futuro y el desconocimiento de los hechos exactos, por el acúmulo de dudas, por el deseo de tener fe chocando contra la precaución que sugería no tenerla,...quería que todo ese dolor tuviese una forma, que fuese una cicatriz, un estigma localizado, algo palpable. Algo que a lo que poder dar un infantil beso para que curase, algo que mirar mientras le decía “Todo irá bien”, aunque fuese mentira. Deseaba poder mirar ese mal y decir “Esto no va a poder contigo”.
Pero no había donde mirar, no había nada que besar, nada que cortar, nada que apuntar con el dedo diciendo “¿Eso?, tú eres más fuerte que eso”. Estaba allí, escondido en medio de su cabeza, bajo sus ojos, tras su nariz, sobre sus labios. Nunca había odiado tanto. Odiaba más que nunca algo inseparable de lo que amaba más que nunca. Porque en aquel preciso instante la quería con una fuerza incomparable a nada que hubiese sentido antes.
Y quiso decírselo de algún modo, pero no tenía palabras, no sabía qué decir. Sólo se quedó allí mirándola, mientras escuchaba su propia voz gritar en su interior “Nada me importa tanto como tú”, “Mataría por que vivieses”, “Moriría por que vivieses”, “No podré seguir sin ti,...lo he probado y sé que no podré”.
Pero ella no podía escucharle, aunque sí intuía los gritos, sí veía en aquellos ojos, aún más tristes que de costumbre, que él estaba gritando, quizá que él también tenía miedo, quizá que estaba cerca, quizá que quería estar a su lado, quizá un simple “Me duele tu dolor”. Y quiso decirle “No quiero que te duela”, quiso decirle “No quiero morirme ahora” pero le besó. Fue lo único que se le ocurrió para hacer que dejase de pensar, que dejase de ver en ella a una enferma. No era el beso que había evitado pocos minutos antes: Estaba cargado de pasión, pero no sexual. Fue profundo, lento, casi doloroso e increíblemente liberador.
-No sé lo que estabas viendo mientras me mirabas,-dijo aún con la respiración entrecortada-pero no quiero que olvides que sigo siendo yo, soy la misma persona, nada ha cambiado.
Mulder sonrió y la abrazó.
-¿Cómo olvidarlo?
“Venimos al mundo de cabeza, si lo piensas eso es ya una señal de lo que te va a tocar luego. Y esto es algo así como todo lo que hay: Un par de estúpidos perdidos en la oscuridad de una habitación de motel, sosteniéndose en un abrazo. Cansados, heridos, bebidos, perdidos y juntos. Balanceándonos en una especie de baile marcado por latidos. Y sería dulce de algún modo pensar que estamos fuera del mundo...pero es que igual el mundo es esto. Este vacío, este frío, esta soledad, este camino a la muerte, aunque también este calor, compañía, desvío hacia otro. Casi una trampa para mantenernos aquí. Para hacer que queramos quedarnos.”
-¿Quieres que me vaya, Scully?
Se preguntó que extraño mecanismo movía a Mulder a hablar en voz baja constantemente.
Casi le había sobresaltado a pesar de que lo había dicho en un susurro. Tenía apoyada la cabeza sobre su hombro, aún mantenían el abrazo, tan sólo había dejado caer las piernas, y le estaba rozando con los talones tras las rodillas, a lo que él había respondido con un par de murmullos de aprobación. Pero ya no parecía excitado, ella tampoco lo estaba sólo se sentía...bien. Mulder había empezado a moverse cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro, en una especie de baile, en un balanceo que sabía a nana.
Aquello era el cielo...aquello no era real y había que volver a la realidad.
-Supongo que es lo mejor...estarás cansado.
Lo había dicho por pura cortesía, porque no era su habitación y quizá ella quería estar sola pero no se atrevía a decirlo después de aquello. Lo cierto es que la idea de tenerla a más de veinte centímetros de distancia se le hacía inconcebible en esos momentos. Se sorprendió al pensarlo y fue consciente de que carecía de todo sentido pero desde que llegaron al motel no se había planteado que existiese la posibilidad de dejar de abrazarla, ya fuese con sexo de por medio, sin sexo de por medio o en algún extraño termino medio.
-No he preguntado qué consideras mejor, sino qué quieres,- rió.
Le miró aún dudando entre si rendirse ante la evidencia, ante sí misma y, al parecer, ante él o mantener un poco de serenidad, prudencia, templanza, orgullo, sentido común, calma.
Pero entonces vio sus ojos, su sonrisa llena de calor y consideró que haber evitado hacérselo con Mulder sobre el escritorio de una habitación de motel, en un estado de semiéxtasis aún por analizar, sin haberse parado a pensar en lo que se sentía y no se sentía y sabiendo que tenía los días contados, a pesar de estar más que excitada, alterada, casi fuera de sí, y teniendo que decidirlo mientras esas manos la mantenían contra su erección y con el lóbulo de su oreja entre los labios, era suficiente muestra de autocontrol para aquel día: Quería que se quedase, y punto.
Sólo había una cosa a tener en cuenta:
-Si quieres quedarte...
-No me quedaría si no quisiese, -susurró acercándose a su oído- no olvides tú eso.
Scully esbozó una sonrisa y comenzó a colocarle las mangas mojadas de la camiseta que ella misma había descolocado mientras le acariciaba.
-Tienes frío: Deberías cambiarte.
-Voy a por ropa y vuelvo.
Le besó suavemente la frente. No sabía como irse. No era una cuestión de educación ni nada parecido, es que realmente le costaba separarse de ella. ¡Cinco minutos! ¡Para ir a la habitación de al lado!
Dio un par de golpecitos sobre sus muslos y finalmente se dirigió hacia la puerta. Fue entonces cuando sintió frío.
Se volvió y la observó, sentada sobre la mesa, abrazada a su rodilla, con el pelo revuelto, la camiseta medio sacada, esa cara de acabar de salir de la cama o de ir a meterse muy pronto y aquella mirada entre la extrañeza y la ternura por lo ocurrido.
¿Dónde se había metido esa Scully durante tanto tiempo? ¿Dónde estaba mirando él para no verla?
-Tú ve pensando en algo que hacer, Scully: Necesitamos un plan B. Aunque algo me dice que no será tan bueno como el inicial.
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