Nombre del Fanfic: El mundo inadvertido
Capitulo: I
Autor: Luvi_trustno1
Dedicado a: En realidad lo dedico a quienes lo lean, hace tanto tiempo que no me siento a escribir que probablemente cometa muchos desatinos, así que anteladamente pido mil disculpas.
Clasificacion: Touchstone
Romance
Suspenso
Crossover con: Twilight
Fanfic:
“Tú eres simplemente una humana, que, desafortunadamente, estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado”
Stephenie Meyer – Twilight
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- ¿Nunca te has preguntado cuántas vidas diferentes viviríamos si hiciéramos elecciones diferentes? – susurró él, contemplando su rostro marmóreo, perfecto.
- ¿Y si sólo hubiera una opción y las otras fueran equivocadas y hubiera señales en el camino para poner atención? –ella esbozó una sonrisa condescendiente, casi cómplice.
- Entonces… -aunque las palabras eran apenas audibles, él sabía que la mujer escuchaba- todas las opciones nos conducirían al mismo momento…
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1. Ocaso
Oficinas del FBI
Quantico – Virginia
La agente Dana Scully entró a la oscura oficina con paso maquinal, depositó el portafolio sobre la mesa y dio media vuelta hacia el pasillo. Necesitaba un café. Muy cargado.
Las últimas semanas, desde su regreso a casa, las noches eran una tortura. Pobladas de pesadillas. Sabía lo que era: estrés post- traumático a raíz del secuestro –o abducción- como quería llamar Mulder a este funesto episodio.
- ¿Siguen las pesadillas? – interrogó Mulder preocupado al ver su aspecto cansado.
- Pasará – se limitó a decir ella mientras bebía un sorbo de café.
No quiso comentar que esta vez algo había cambiado.
La pesadilla no habían sido reminiscencias del secuestro ni de los experimentos, de los cuales no había querido hablar hasta ahora.
Algo. Alguien. Acechándola en la oscuridad. El dolor, no como en los recuerdos. Era diferente.
Y la sed. Insoportable. Acuciante.
Buscaba agua. Pero no, no era sed de agua, Era otro tipo de sed, Sed de…
- ¿Qué encontraste en el baúl de los recuerdos? – quiso dejar de lado sus pensamientos.
- Nada; a decir verdad esto es algo muy reciente – Mulder blandió el file en el aire – Scully, ¿crees en los licántropos? – él sonreía.
- Licántropos…- la agente arqueó una ceja – Muy actual.
- Hace dos semanas hubo un tiroteo en el metro de San Francisco – continuó Mulder entusiasmado ignorando el sarcasmo de su compañera – Según las declaraciones de los testigos, deberían haber al menos tres muertos.
- ¿Y no los hay?
- Probablemente si, pero la policía sólo logró recuperar un cuerpo – él entregó el file a Scully – Pidieron ayuda al FBI por lo… “inusual” de las evidencias.
- Hombre caucásico… NN… ¿edad no determinada?... ¿bala con fluido de plata? ¡Mulder, que…?!
Ella no pudo terminar la frase. Y es que cuando levantó la vista, su compañero se abanicaba con dos boletos de avión.
- Scully, alista tus shorts – sonreía – California, allá vamos…
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Laboratorios de Criminalística del FBI
San Francisco – California
El joven agente que los precedía llamó a la puerta sólo como una formalidad, puesto que la abrió sin esperar respuesta.
- ¿Agente Brown? – dijo mientras una mujer de unos treinta y dos años, de suave tez cobriza y ojos brillantes como el ébano, se volvió hacia ellos – Ellos son los agentes Mulder y…
- Scully, Dana Scully– la mujer se aproximó sonriendo abiertamente.
- ¡Emily! – la agente acogió de buen grado el abrazo - ¡Por Dios, es increíble! No sabía que trabajaras para el FBI.
- Sí, bueno, decidí dejar de dar ganancias a otros y servir a mi país – dijo la agente con solemnidad - ¿y tú? Abandonaste a medicina, según veo.
- No del todo, aunque ahora la encamino a situaciones… particulares – alzó ambas cejas y rió – Emily, te presente a mi compañero, el agente especial Fox Mulder.
- Es un placer. ¿Y en qué puedo ayudarlos?
- El tiroteo en el metro de hace dos semanas…- dijo Scully.
- Ah, el caso del hombre lobo – rió la agente Brown – Aquí tengo los resultados. ¿Por qué se los han asignado? Esto no tiene ni pies ni cabeza.
- En realidad nosotros lo pedimos.
La agente Brown alzó las cejas y miró unos segundos a Scully que parpadeó lentamente. Sonrió y buscó el file con los resultados absteniéndose de hacer comentarios.
- Miren esto – les mostró la información – la bala que se recuperó está hecha de una aleación especial, diseñada con ranuras. Contiene una cápsula que estalla al contacto y disemina un fluido de nitrato de plata.
- ¿Pero cómo lograron extraerla?
- Esta bala impactó cuando el sujeto ya estaba muerto, por eso el fluido no logró diseminarse.
- ¿Quién podría diseñar una bala como ésta? – comentó Scully.
- El diseño tiene que haber sido hecho en laboratorios militares.
- ¿Y para qué querrían los militares balas de plata? ¿No resultan más costosas?
- No si es con lo único que consigues matar a un hombre lobo – señaló Mulder ignorando las miradas de las mujeres.
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Motel Paradise Falls.
San Francisco – California.
Scully se despertó a mitad de la noche, agobiada por la sed. Le ardía la garganta.
No, no era sed. Era esa pesadilla, una y otra y otra vez.
Encendió la lámpara de noche y cogió el expediente.
Anormal.
Los tejidos presentaban alteraciones al igual que la estructura ósea, aunque ésta presentaba signos de una antigüedad que distaba mucho de los aparentes treinta y cinco años del hombre, las articulaciones mostraban una flexibilidad propia de un bebé, o algo que.. que… estaba acostumbrado a cambiar de forma.
Y era evidente la capacidad regenerativa que había tenido. Una de las tantas heridas parecía una cicatriz de más de diez años en los bordes, pero al no haber cerrado por completo, delataba cuan reciente era.
Era de suponer que la muerte, causada por otro de los impactos de aquellas peculiares balas, había detenido dicho proceso.
“Licántropos. Licántropos”
“Es una locura. Tiene que haber una explicación”
Decidió dejar a un lado el expediente y encendió el televisor.
“¡Qué bien!”
Estaban transmitiendo una película de hombres lobo. A pesar de todo se quedó viéndola. Era eso o dar vueltas en la cama hasta llegar a la exasperación. O a lo peor, quedarse dormida y tener nuevamente esa pesadilla, esa sensación agobiante de sed, esa…
- ¿Scully?
Los golpes en la puerta la obligaron a abrir los ojos, sobresaltada. Con paso no muy firme, se colocó la delgada bata satinada y se dirigió a abrir la puerta.
La imagen de Mulder, vestido con una camiseta y pantalones de gimnasia, se le apareció caprichosamente desdibujada en la puerta
- Scully… - murmuró él, el entrecejo fruncido en una mueca de infinita preocupación.
- ¿Tan mal luzco?
- Esto no es un juego, Scully – Mulder cerró la puerta a su espalda y la guió hacia la cama- apenas puedes tenerte en pie, en cualquier momento vas a colapsar a causa del cansancio.
- Ya te lo dije, tengo problemas para dormir pero no quiero consumir medicamentos, no quiero arriesgarme a adquirir algún tipo de afición.
- Son las pesadillas.
- Pasarán.
- No si no hablas de ellas. Yo sé que son a raíz de tu secuestro y…
- No…
- Scully…
- No te lo había dicho, pero éstas comenzaron hace un par de semanas.-Ella agachó la cabeza y se llevó las manos a las sienes- Es una pesadilla diferente, es oscura, casi no veo nada…
- ¿No recuerdas nada de ella?
- Un dolor, desconocido. Y la sed, es insoportable… - dijo mirándolo.
Mulder vio dos profundos pozos de angustia azul en esos ojos. No podía dejar de sentir un dolor punzante al contemplar ese rostro desmejorado, las manchas bajo los ojos se veían casi amoratadas en esa piel ahora más pálida que de costumbre.
Le rodeó los hombros con los brazos y ella apoyó la cabeza en su regazo, dejándose acunar. Luego, lentamente, la obligó a meterse bajo las sábanas.
- Tienes que dormir, Scully. Es domingo, ¿por qué no te quedas en la cama?
- ¿Qué harás tú?
- Voy a quedarme contigo hasta que te quedes dormida, y luego creo que voy a correr por el malecón hasta que te tenga hambre. Entonces vendré por ti e iremos a almorzar, ¿estás de acuerdo?
Ella sonrió apenas. Era increíble que ese hombre hubiera logrado ser tan parte de su vida en poco más de un año, la conocía como nadie. Débil como estaba, no pudo ni quiso luchar contra el pensamiento de que ya no era capaz de imaginar un mundo sin él.
- Bueno, cierra los ojos – dijo él.
Era innecesaria la orden. Ella, cogida de su mano, se había quedado dormida.
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Miró a su alrededor, la luz débil de un crepúsculo de mitad diciembre se filtraba por entre las cortinas “¿Qué hora es? ¿Qué día es?”
A tientas buscó el celular. “7.15 p.m…¡Demonios!”
Si Mulder había venido a buscarla, habría decidido dejarla dormir.
“Dormir”
Era cierto. Había dormido y a juzgar por la sensación de tranquilidad, no había tenido ninguna pesadilla.
“Sí, claro. Duerme de día y vaga de noche… Una vampiresa” – rió imaginándose a sí misma en un ceñido traje de cuero y entrando a las oficinas del FBI agitando el expediente del caso que llevaban. “Una vampiresa buscando un hombre lobo”
Se le borró la sonrisa del rostro. Sin saber porqué, este último pensamiento en lugar de causarle gracia le había producido un escalofrío.
“Estupideces”
Se preparó y buscó a Mulder en su habitación, pero no lo halló así que regresó y empezó a hojear una vez más el expediente.
Algo. Algo.
Decidió que debía salir, tomar un poco de aire.
Pocos minutos después se encontraba en la calle. Había empezado a caer una pequeña garúa, gotas sutiles, aisladas.
No fue hacia el mar, sino que se adentró en la ciudad. De pronto se encontró frente a las gradas que la llevaban a la estación del metro. La sensación de su pesadilla respecto a estar siendo observada ahora era evidente. Caminó, se confundió entre la gente. Trataba de ubicar en su mente el lugar del tiroteo, muy cerca de un callejón alterno, oscuro…
Se volvió. Efectivamente, alguien la observaba.
Era un hombre, no más de treinta años, rubio. Cuando éste reparó en que la agente lo observaba, quiso disimular, pero Scully se encaminó decidida hacia él. Entonces quiso alejarse, pero había demasiada gente, no le fue fácil escabullirse.
- Agente Federal. Deténgase – ordenó ella a su espalda – Estoy armada.
Él obedeció. Se giró lentamente.
- No tiene necesidad de sacar su arma – dijo el hombre y su voz se le antojo a Scully suave, extrañamente tranquilizadora – Podríamos asustar a algunas de estas personas.
- Me estaba siguiendo, señor.
- Así es. Lo lamento, no quise incomodarla.
Era sorprendente, el hombre reconocía el hecho. Scully intentó buscar dentro de sí algo que la hiciera molestarse, que la obligara a sacar su arma. Pero no podía. No detectaba el más mínimo sarcasmo en la voz de aquel hombre.
Ella lo observó. Tenía la piel muy blanca, mucho más que la de ella misma. Y los ojos, tenían una hermosa tonalidad topacio, bajo los cuales se dibujaban unas ojeras que destacaban casi violáceas, ella supuso que se debía a su impactante palidez.
- Permítame presentarme, soy el doctor Carlisle Cullen.
Él sonreía, le tendió la mano pero ella decidió ignorarla. Él no pareció moletarse.
- ¿Por qué me seguía, señor? ¿Sabe quién soy?
- Eh, a decir verdad… - él titubeó- no, no sé su nombre, pero sí la buscaba.
- ¿Por qué me seguía, señor? – ella llevó sutilmente la mano hacia donde se encontraba su arma.
- Es difícil de explicar… Mi hija… Ella me trajo hacia usted.
- Tendrá que explicarse, o mejor aún, le pido gentilmente – la voz de la agente no emanaba propiamente gentileza – que me acompañe, está usted infringiendo la ley al seguir a una agente federal.
- Yo no sabía que usted fuese una agente federal.
- Señor, mi paciencia tiene un límite y…
- ¿Alice? – llamó el hombre suavemente.
Casi inmediatamente estuvo a su lado una joven, no debía tener más de 17 o 18 años, tan blanca como el hombre y con las mismas ojeras.
- Mi hija – dijo él.
Por un momento Scully no supo cómo reaccionar. La joven era de una belleza extraordinaria, enmarcado en una cabellera oscura peinada en puntas. “¿Desde cuándo hay gente tan pálida en California?”
- Lamentamos mucho el haberla incomodado – dijo ella y su voz emanaba la misma gracia de bailarina que parecía irradiar de todo su cuerpo.
- De cualquier modo señor, le repito que tiene que acompañarme porque… ¿qué ocurre?
Súbitamente la expresión de la joven había cambiado. Su mirada asustada estaba fija detrás de ella, aunque en ningún punto en particular.
- ¿Carlisle? ¿Puedes sentir ese olor?
Scully se giró. A unos cinco metros, en medio de la gente que entraba y salía de uno de los trenes que se había detenido, se hallaban dos hombres de aspecto extraño, uno joven, blanco, de mirada oscura; el otro era muy alto, moreno, la expresión rabiosa. Ambos portaban gabardinas.
- ¡Al suelo! – gritó Scully intuyendo más que viendo la reacción del hombre de color, el cual de sacó un arma y apuntó hacia ellos al tiempo que un atronador grito se escuchaba en el túnel.
- ¡VAMPIRO!”
Todo pasó muy rápido, en medio de la confusión y de los gritos de la gente en pánico. Escuchaba el tiroteo, seguramente los miembros de la seguridad estaban disparando y ella misma intentó contrarrestar a aquellos hombres que habían abierto fuego sin una razón aparente o lógica.
Alguien cayó muy cerca de ella, gritaba de dolor. Ella se acercó a auxiliarlo, apenas se fijó que no era grave porque la bala había pasado rozando el brazo de aquel hombre, intentó sacarlo de allí.
No pudo ver hacia dónde habían ido los llamados Cullen, no pudo ver de dónde provenían los proyectiles. Sólo sintió algo frío y penetrante taladrándole una de las piernas. No había terminado de caer de rodillas cuando sintió otro impacto en la nuca.
Ni siquiera tuvo tiempo de sentir dolor. La oscuridad se apropió de ella instantáneamente.
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Holy Cross Memorial Hospital
Washington – Virginia.
- ¿Por qué no vas a casa y tratas de descansar un poco?
La mano de Margaret Scully sobre su hombro no era una sensación reconfortante, no. Era como si todo, todo el peso del mundo, de todas las culpas del mundo, estuvieran en ese contacto.
- Estoy bien, no se preocupe – susurró, sin levantar la vista.
Fox Mulder no se atrevía a enfrentar la mirada de esa mujer que en menos de seis meses veía a su hija en coma otra vez.
Sólo que ahora no habían esperanzas.
Sintió los pasos de ella, pesados, dirigirse hacia la puerta y luego, cerrar tras ella. Sólo quedaban los sonidos de las máquinas que monitoreaban las funciones vitales de Scully, o lo que quedaba de ella.
Ahora ni siquiera respiraba por sí misma.
La bala había comprometido varias áreas importantes del cerebro.
La habían sometido a una operación en San Francisco a fin de detener la hemorragia y estabilizarla y luego la habían trasladado a Washington en un helicóptero especial del FBI para someterla a dos operaciones más, una para extraer definitivamente el proyectil y otra para tratar de mitigar los daños causados.
Los resultados no eran ni mínimamente esperanzadores.
Se vio a sí mismo caer de rodillas junto a la cama de su compañera y tomar su mano inerte, rozó con el pulgar el punto donde se adentraba una de las tantas vías.
A estas altura, ya no podía ni llorar, ya no podía ni reprocharse el no haber estado con ella, el no haberla llevado a almorzar, porque la vio descansando apaciblemente y decidió ir a las oficinas, el no haberle telefoneado después, el no… el no…
Ya no había nada excepto ese dolor, esa opresión en el pecho que estaba hora tras hora y que no lo dejaba respirar.
Era la gran probabilidad, no, la certeza, de que ella jamás despertaría.
Ahora ella era un vegetal y mañana, por segunda vez, en menos de seis meses, la señora Scully debía dar su autorización para desconectarla del respirador artificial que la mantenía con… ¿vida?
Alguien entró en la habitación y él levantó la vista lentamente.
Era un médico, rubio, muy pálido, de ojos color miel y expresión acongojada. O eso le pareció a él. No recordaba haberlo visto antes, pero no estaba seguro. No reconocería a la enfermera que había entrado hacía media hora.
En silencio, controló los datos de las máquinas. En un gesto casi imperceptible negó con la cabeza.
- No sobrevivirá a mañana – dijo Mulder y su voz sonó áspera a pesar de ser casi un susurro.
- Tal vez sea lo mejor – respondió el médico.
- ¿No se supone que usted está en contra de todo aquello que le quite la vida a un ser humano? – en el tono de Mulder había una rabia mal contenida, una frustración demasiado grande para mantenerla dentro.
El médico lo comprendió.
- Así es –dijo en tono tranquilizador -¿Pero cree que ella hubiera querido esto? No despertará jamás.
- Es culpa mía.
- Sabe que no es así.
- Ojalá nunca la hubiese conocido.
- No tendría los recuerdos que tiene de ella.
- ¡Y estaría viva!… Debería ser yo el que estuviese en esa cama y ella en lugar de usted… ¿Sabía que es médico también?
- No, no lo sabía.
- Yo…condenaría mi alma mil veces, si la tuviese, sólo por verla sonreír una vez más…
- Apuesto a que ella no querría eso.
- No –dijo con amargura- Pero ahora me doy cuenta de que no soy capaz de concebir el mundo sin ella.
- Debería descansar, le traeré algo – dijo el médico y se giró lentamente.
- ¿Doctor? – el galeno se volvió – Ya tomé mi decisión- la voz de Mulder era hueca.
- Tal vez no debiera decir…
- Al séptimo día
El hombre de blanco se giró nuevamente sin decir palabra, para evitar que el otro viera cómo se le crispaban las manos, como se le afinaban los labios al apretarlos.
El hombre de blanco se sabía culpable de la muerte de esa joven mujer a la que había buscado para salvar.
Y, sí que lo entendía, en siete días a partir de mañana, habría matado a otra persona.
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En esta ocasión, Margaret Scully no estaba en la habitación cuando entró el personal del hospital. Su hija mayor, Melissa, la tomó por los hombros y prácticamente la arrastró hacia afuera, tal y como habían indicado los médicos, conocedores de los antecedentes de la agente postrada, preocupados por la salud mental de esa pobre madre.
Así que ambas mujeres tuvieron que despedirse antes.
Pero esta vez él no se marchó. Esta vez, el agente especial Fox Mulder no se rehusó a verlo todo.
Y es que él lo sabía.
Cuando escuchó el último vip de la máquina que controlaba el ritmo cardíaco de Scully, cuando apagaron el respirador y el médico cubría con la sábana el rostro ahora pálido de Scully, mientras la enfermera anotaba la hora del deceso, en ese preciso momento tuvo la certeza de que su propia vida había terminado.
Continuará.
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Comentarios: Yes / Si
Email del Autor: luzing9ARROBAhotmail.com