Nombre del Fanfic: El mundo inadvertido
Capitulo: III
Autor: Luvi_trustno1
Dedicado a: Los siempre amantes de X Files
Clasificacion: Touchstone
Romance
Suspenso
Fanfic: “Now it is the time of night”
Sueño de una noche de Verano – William Shakespeare.
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3. Bajo Tortura.
Bathurst – Nueva Brunswick
Tres pares de ojos como el topacio se hallaban fijos en la figura que yacía tendida sobre la cama de la única habitación que había en la vieja cabaña a orillas del acantilado, frente al gélido mar del golfo de San Lorenzo.
El hallarse a 12º bajo cero no parecía afectar a las tres figuras que se hallaban en torno a aquel lecho, inmóviles, de extrema palidez.
Era el lugar ideal.
Y era el momento. O al menos se suponía que lo fuera.
El hombre rubio, el que parecía mayor que todos ellos, se llevó el puño derecho a la boca. Su expresión era de auténtico dolor.
- ¿Estás bien, Carlisle? – una voz dulce, cálida. Demasiado madura para provenir de un muchacho.
Porque eso era. Era un joven de cabellos cobrizos, de una belleza extrema, semejaba una estatua de mármol. No, no excedía los dieciocho años.
No los excedería nunca.
A su lado, la joven de grácil figura y cabellos oscuros peinados en puntas.
- Ya lo he visto –dijo la joven.
- Ya debería estar muerta, Alice –dijo el muchacho. Un dejo de rebeldía se traslucía en su voz.
- Él dijo que se mataría –murmuró el hombre rubio.
- Es natural que lo dijese, estaba despidiéndose de la mujer que ama. Pero es sólo un humano, imperará su instinto de supervivencia, después olvidará…
- No lo hará –intervino la joven- Sólo he visto esa determinación en una persona antes… Tú, Edward. Cuando creíste que Bella se había lanzado por el acantilado.
Los ojos del joven quedaron velados por un recuerdo fugaz, demasiado real como para no sentir una punzada de dolor traspasando su pétreo corazón. Si hubiera podido estremecerse, lo habría hecho. El problema de aquellos como él era que jamás olvidaban.
- Tengo que hacerlo –dijo Carlisle - ¿Alice, cuánto más tardará la tormenta? El cuerpo de esta mujer no podrá resistir ni siquiera media hora más.
Alice cerró los ojos unos segundos y los abrió lentamente.
- Ahora –murmuró.
Y en ese momento, como eco de sus palabras, el retumbar de un trueno se escuchó. No era lejos de allí, justo sobre el poblado.
Eso acallaría los gritos.
- Quizás deberían salir –murmuró Carlisle.
- Ya hemos pasado por esto –dijo Edward- Estaremos bien.
El hombre rubio se acercó al cuello de la mujer que yacía sobre el lecho, su cabellera rojiza la hacía ver aún más pálida, la palidez de la muerte.
Pero aún no lo estaba. El agudísimo sentido del oído del médico, posesión exclusiva de aquellos de su raza, podía escuchar el débil fibrilar del corazón de la mujer, aún en coma, condenada a una muerte absurda por encontrarse en el lugar equivocado, en el momento equivocado y, por qué no decirlo, en la compañía equivocada.
Esos ojos azules no brillarían nunca más. Y con ellos, se apagaría la verde llamarada de rabia y culpa que emanaban los ojos de un hombre que pasaba las horas planeando su propio final, más allá, hacia el sur.
Fue este el pensamiento al que se aferró el hombre rubio cuando abrió la boca y mordió, justo en la yugular.
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Había estado sentado en aquella barca que ya le resultaba familiar, sobre aquel lago brumoso, sin tener conciencia ni de su cuerpo, de de sus sentidos, ni del tiempo. Poco a poco, podía notar que la barca se alejaba más y más del muelle al que se encontraba aún ligada por una soga que, tarde o temprano, terminaría por romperse.
Conocía la sensación y, esta vez, no intentaría. Sabía lo que significaba, pero no se resistiría. Era demasiado apacible.
De pronto, sintió como se deslizaba, hacia delante, hacia el muelle. Y la tenue oleada de calor le inundaba el pecho, justo el lugar donde debía estar su corazón.
Y de pronto, esa tibieza se hizo cada vez más real y más cálida. No, más caliente, mucho más caliente.
Empezó a sentirse incómoda a causa del calor excesivo. Quiso tocar el agua fría que había a su alrededor, pero no pudo moverse, sus brazos eran unas cosas muertas que yacían a ambos lados. No había agua y si la hubiese habido, no hubiera servido de nada. El calor provenía de su interior.
La quemazón se intensificó, alcanzó su límite y volvió a incrementarse y fue conciente del latir de su corazón, un corazón nuevo que hubiera preferido no sentir, ahora que daría lo que fuera por abrazar la oscuridad.
El fuego irradió aún más calor y quiso poder moverse y abrirse el pecho y arrancarse esa tortura ¿Por qué no podía moverse si su mente estaba extraordinariamente lúcida? Y entonces se dio cuenta de que sus miembros habían sido inmovilizados. Pero podía gritar, podía pedir que la mataran.
Déjenme morir, déjenme morir, déjenme morir.
Y durante un espacio infinito de tiempo eso fue todo lo que ocurrió. La tortura ardiente y sus gritos suplicando que le llegara la muerte y el único cambio fue cuando también sus miembros inmóviles se prendieron en llamas.
Y de pronto, sin saber qué fue primero y qué fue después, el tiempo pareció ser nuevamente tiempo, sus miembros se vieron libres del peso y se sintió mucho más fuerte.
Poco a poco pudo sentir cada uno de sus dedos, pudo moverlos, cerrar los puños, mover las piernas. Y aún así no hizo nada.
Y no es que la quemazón interior hubiese disminuido. Ni una sola lengua de fuego menos. Sólo que ahora era capaz de sentirlas por separado, en sus músculos, en sus huesos, en sus venas. Y aún así podía pensar. Y algo le dijo que no debía gritar más, que había un motivo definitivamente muy poderoso para soportar esta tortura.
Y recordó. Recordó a su compañero, en una imagen difusa, a través de la niebla del lago, esperándola en el muelle. Y recordó que había escuchado algo pero no había entendido.
Ahora estaba claro. “Siete días”, había murmurado él.
Y ahora sabía lo que significaba.
Y lo que debía hacer.
Alguien estaba cerca de ella, no, eran varias personas. Podía escuchar sus respiraciones.
- ¿Estará bien? –una voz suave de mujer
- Sí, mírala –dijo un joven- ya se le está aclarando la piel.
- Pero no reacciona, Edward. Se supone que los efectos de los medicamentos que inducían la catatonia ya deberían haber pasado. ¿Sería posible que debido a su coma…?
- Tampoco tú reaccionabas, Bella. La ponzoña la curará igual que a ti, a mí y a todos nosotros.
- De acuerdo –la voz de la mujer sonaba más tranquila.
Escuchó los pasos de la mujer abandonando la estancia. Trató de concentrarse en respirar y poco a poco, parecía que esto estuviera ayudando, porque la quemazón empezó a desaparecer de los dedos.
Pero después llegó algo que la hizo sentir pánico. Porque la quemazón en su garganta había dejado paso a la sed. Demasiada sed, atroz Una sed conocida, una sed de pesadilla.
Y de pronto, el fuego en el corazón se incrementó aún más. ¿Cómo podía ser posible? Ya latía demasiado rápido antes, ahora estaba frenético. Sus miembros habían quedado libres del ardor, pero todo el fuego se había concentrado en el corazón.
- ¿Bella? –oyó susurrar al hombre.
Por alguna razón sabía que la mujer, aunque no se hallaba en la estancia, había escuchado. La llamada Bella entró en la habitación y sus pasos sonaron distintos.
- ¿Escuchas?
- Es demasiado fuerte…
- Ya casi ha terminado.
El alivio que debería haber sentido ante estas palabras fue superado por el ardor en el pecho. Todo el fuego se iba concentrando en un punto, en el centro mismo, y sintió cómo se le arqueaba el cuerpo, como si desde ese punto una cuerda invisible, sostenida por una mano igualmente invisible, la alzara.
Hasta que de pronto la dejó caer. La última llamarada fue sofocada por un golpe sordo y hueco. Y fue lo último.
Durante unos segundos, lo único que pudo percibir fue la ausencia de dolor.
Y entonces, lentamente, abrió los ojos.
4. Pesadilla
Podía percibirlo todo con una sorprendente claridad, todo preciso, definido. Todos los colores del arco iris de la luz que se filtraba a través de una abertura en las cortinas, los granos individuales de la madera oscura de las paredes de la estancia, las motas de polvo flotando en el aire.
Inhaló con fuerza pero de pronto se detuvo. Algo andaba mal. El aire se había deslizado por sus pulmones con un silbido, pero no experimentaba ningún alivio al respirar. Como si no necesitara aire.
Escuchó el sonido de la respiración pausada de las dos figuras que se hallaban en la estancia, a una distancia prudente. Escuchó el golpe de las olas rompiendo contra el acantilado, algo más que se rompía y se deslizaba como…
Se sentó de golpe, extasiada. ¿Podía escuchar cómo se deslizaba un pequeño fragmento de hielo roto desde donde se encontraba?
Una mano suave se posó sobre su frente y ella quedó paralizada por la sorpresa. Un siseo escapó por entre sus dientes apretados con un sonido sordo y amenazador, como el de un felino al acecho. Y antes de que el sonido se desvaneciera, sus músculos se tensaron y saltó hacia atrás, adoptando una posición agazapada, defensiva. Y aún así, todo estaba claro dentro de su campo de visión.
Aquellos que la miraban con expectación y cautela eran apenas dos niños. Un radar se había activado en su interior buscando cualquier señal de peligro.
La joven, que la miraba con sus ojos de color del topacio por detrás del hombro del muchacho, le sonrió. Eso la tranquilizó y se dio cuenta, a juzgar por la posición protectora que había asumido el muchacho, que el peligro era ella misma.
Entonces, abandonó lentamente su postura agazapada y se irguió, aunque estaba preocupada por la forma en que su cuerpo se movía.
Demasiado rápido.
Continuó mirando con fijeza al joven que, con la mano extendida, rodeó la cama. Apenas le llevó medio segundo estar cerca de ella, pero su movimiento fue grácil, suave.
- ¿Katherine? –la voz del joven sonaba baja, calmante – Lo lamento, sabemos que estás desorientada, pero estás bien y poco a poco todo estará mejor.
¿Katherine? ¿Todo? Su mente giró como un remolino que la impelía hacia atrás, hacia los últimos recuerdos que aparecían tenues, demasiado borrosos.
Miró hacia el muchacho, aún con la mano extendida, pero ahora sonreía. Lentamente, decidió tomar su mano de una tibieza reconfortante, hasta que él hizo un ligero amago de dolor y trató de deshacer el lazo sin brusquedad alguna. La muchacha sonrió abiertamente.
- No entres en pánico –le dijo la joven y entonces se dio cuenta de que tenía la boca abierta en una mueca de horror- Simplemente eres un poco más fuerte que nosotros en este momento.
No lo entendía por más que hiciera esfuerzos por concentrarse.
- ¿Dónde estoy? –dijo y se sorprendió de sí misma, porque su voz sonaba como si estuviese cantando.
- Con amigos –dijo el joven- ¿Cómo te sientes?
- A…Abrumada. Hay demasiado…
- Sí –dijo la muchacha mientras se sentaba en el lecho que antes había ocupado ella- Al principio puede ser muy confuso –su voz sonaba como el repiqueteo de campanillas.
- ¿Dónde estoy?
- Carlisle te lo explicará todo –dijo el joven y ella pudo escuchar unos pasos que se acercaban, sigilosos, a la casa. Ya los conocía.
El hombre de cabellos rubios entró en la habitación. Cauto.
- Hola Katherine –ante la mirada de confusión de ella miró al joven- ¿Cómo está?
- Bastante controlada, a decir verdad.
- Deben ser los medicamentos –dijo Carlisle- ¿Puedes recordar algo?
-Es… es…-ella no quería pensar en la quemazón- todo borroso… Yo…
- Carlisle –interrumpió Bella- Esta conversación puede esperar. Seguro debes sentirte muy incómoda por la sed –la joven se dirigió a ella.
Hasta que no lo mencionó, no le pareció algo trascendental. Pero ahora la suposición de la muchacha acentuó la quemazón que aún había en su garganta, un dolor y una sequedad incontrolables. Apenas la distrajo el siseo del aire que prosiguió a la salida y al reingreso de Bella en la estancia. Llevaba entre sus manos un vaso plateado con una tapa, a través de la cual se abría paso una cánula bastante gruesa.
- Buena idea, amor –puntualizó Edward.
La mujer tomó el vaso con ambas manos. Aunque no podía ver su contenido, una parte de su cerebro percibía el hedor penetrante, viscoso, húmedo. Pero la necesidad de saciar esa sed, de apaciguar la quemazón en su garganta…
- Huele… huele bien –admitió casi avergonzada después de dejar medio vacío el vaso.
- ¿Te hace sentir mejor, cierto?– dijo el hombre rubio- Katherine… Necesito que me digas qué es lo que recuerdas…
- Es confuso… todo es borroso… El metro, usted estaba allí. Y su hija…
- Alice…
- Sí, Alice… Y luego el tiroteo y luego el sueño…
- ¿Qué sueño?
- El de la barca, que me alejaba…Pero no era algo desconocido para mí –la mujer lo miró penetrantemente- ¿Estaba en coma, cierto?
- Así es –dijo Carlisle con voz calma.
- ¿Y cómo es que estoy aquí y no en un hospital? ¿Qué lugar es este?
- Estamos en Bathurst –ella parpadeó. No había oído hablar de ese lugar- Aquí estás a salvo, nadie te puede dañar… Y tampoco tú dañarás a nadie…
- ¿Qué quiere decir?– ella frunció el ceño- ¿qué es esto?-siseó mientras hacía girar el vaso entre sus manos.
- Eres doctora, lo sabes.
Una sensación extraña le recorrió el cuerpo, pero no habría podido asegurar que fuese un escalofrío. De pronto, algo en sus recuerdos se le antojó más claro que todo lo demás. Un sueño, una pesadilla para ser más exactos.
- Sangre –murmuró y su voz sonó muy baja.
- No había ninguna posibilidad de que despiertes… Te desconectaron… Oficialmente falleciste…
- Entonces… ¿por qué…? –todo daba vueltas en su cabeza. La pesadilla se repetía una y otra y otra vez, confundiéndose con todo lo que ahora era capaz de percibir, los sonidos, la frustración, los colores, la rabia, las fragancias, el miedo…- ¿Ahora soy un… un…? –No se sentía capaz de pronunciarlo.
- Lo lamento –dijo Carlisle y parecía verdaderamente acongojado- Pero esperaba que… de este modo… pudiese salvar al menos una vida humana…
Entonces en su cerebro empezó a sonar el eco de una voz familiar, un eco empapado de culpa y desesperanza.
Al séptimo día… Al séptimo día…
- Mulder –jadeó mientras recorría con la vista a los que allí se encontraban- Tengo que buscarlo, evitar que cometa una estupidez –había desaparecido todo rastro de amenaza de su voz, ahora estaba impregnada de súplica.
- El tiempo se acaba, es cierto –continuó Carlisle- Pero tenemos que pensar en esto detenidamente.
- Si le sucede algo…
- Si no lo hacemos del modo correcto, podrías ser tú quien lo lastime –intervino Edward.
- Katherine –ahora fue Bella quien se acercó a ella al ver su confusión- Mulder es humano. Su corazón late y por sus venas corre sangre. No querrás ponerlo en peligro hasta que tengas tu sed bajo control, ¿cierto?
¿Es que ella estaba fuera de control? Confundida, es lo que estaba. Se desconcentraba con facilidad, pero ¿peligrosa?
No podía asegurar que la respuesta fuese “no”, así que debería ser paciente y aceptar la ayuda que le estaban ofreciendo. Aquellas personas no querían que Mulder resultara lastimado, esa había sido la razón por la cual habían hecho de ella… lo que era ahora.
- ¿Crees que en realidad lo haría? –preguntó Edward.
- El dijo “al séptimo día” –murmuró ella.
- De acuerdo. Aún tenemos dos días, Katherine.
- Haremos lo que sea necesario para evitar que ese hombre cometa una locura –dijo Carlisle- Pero tendrás que despedirte.
- ¿Dónde iré ahora?
- Vendrás con nosotros –dijo Bella- Tendrás una familia.
- ¿Me convertiré en una asesina? –la imagen de su pesadilla regresaba.
- ¡Claro que no! Carlisle te enseñará.
- Te enseñaremos todos –sonrió el aludido- Quizás puedas seguir siendo médico…
- ¿Cómo? –ella frunció nuevamente el entrecejo- ¿En túneles subterráneos y alcantarillas?
Los tres intercambiaron miradas y sonrieron.
- ¿Qué? –les inquirió agresiva.
- Tienes mucho que aprender –dijo Bella poniéndose de pie- La tormenta ya cesó y es un bonito día. ¿Quieres dar un paseo? –propuso- Te contaré algunas cosas sobre nosotros…
Continuará
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