Nombre del Fanfic: El mundo inadvertido
Capitulo: IV
Autor: Luvi_trustno1
Dedicado a: A los siempre amantes de X Files
Clasificacion: Touchstone
Romance
Suspenso
Crossover con: Twilight
Fanfic: “…Cuando dormimos, el sufrimiento, que no olvida, cae gota a gota sobre el corazón..”
Esquilo.
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5. La visión.
Bathurst – Nueva Brunswick
Resultaba sorprendente para sí misma el hecho de no sentirse preocupada por su particular situación. Es decir, estaba muerta ¿no? Oficialmente muerta y sepultada en algún bonito camposanto en Washington D.C. Y sin embargo estaba sentada allí, sola. Podía sentir bajo ella el reventar de las olas, pero no las veía. Estaba sentada exactamente en el borde de un saliente rocoso, demasiado cercana al precipicio. Desde allí, en mitad de una noche gris plata, la vista parecía perderse en el infinito.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No lo sabía. En este rincón perdido en los confines de la Tierra, el tiempo no parecía tener la menos importancia.
Simplemente porque parecía no transcurrir.
No obstante para ella, que tenía todo el tiempo que el mundo le pudiera dar, las horas que avanzaban invisibles, eran la afilada hoja de la guillotina pendiendo sobre su nuca.
Recogió las rodillas y abrazó sus propias piernas.
No era que tuviese frío, a pesar de que el aire era helado.
“Mulder”
Desde su despertar a su “nueva vida” o como quiera pudiese llamarse a ese estado, los recuerdos de su vida humana aparecían ahora borrosos, incluso la imagen de su compañero aparecía como una sombra, una silueta vista a través de una densa niebla. Y sus palabras, aún cuando se repitieran en su mente una y otra y otra vez, no eran ni siquiera ecos, sino simplemente palabras sin sonido, como si estuviesen escritas sobre un papel.
Y sin embargo, sabía que en menos de veinticuatro horas debería enfrentarlo, debería mirarlo a los ojos por última vez.
¿Sería capaz él de reconocerla?
A pesar de la poca claridad de sus recuerdos, ella había notado cuánto había cambiado cuando horas antes Bella, luego de ayudarla a adecentarse –el aspecto de su indumentaria era deprimente- la condujo frente a un espejo.
Le sorprendieron dos cosas, primero: el que su imagen estuviese reflejada; nunca había creído en la existencia de criaturas como las que la rodeaban ahora, pero por lo que sabía, éstas huían a los espejos. Segunda, la mujer que la observaba desde la otra parte era en realidad muy hermosa. Su rostro, ahora de una espectacular palidez, aparecía recortado con líneas difusas gracias al cambio operado también en su cabellera que había perdido el artificial color rojizo para volver a exhibir una tonalidad rubio cenizo. Los únicos rasgos de color estaban constituidos por sus labios, ligeramente más sonrosados que antes, y sus ojos.
Frunció ligeramente el ceño al recordar el color carmesí de sus pupilas. Bella le había explicado que era natural en una “neofita” y que transcurrirían tres o cuatro meses para que adoptaran el matiz dorado que tenían los demás, siempre que tuviera cuidado de no ingerir… sangre humana.
Sacudió la cabeza, acongojada.
¿Cómo iba a controlarse al día siguiente?
Su compañero siempre había ejercido una extraña fascinación sobre ella. Era capaz de percibir sus pasos, su aroma, podía reconocer sus emociones sólo escuchando el compás de su respiro.
Y ahora, que sus sentidos se habían agudizado exponencialmente, ¿cómo iba a evitar sentirse dominada por la sed? Hasta ahora no parecía tan complicado, pero ¿sería igual una vez que percibiera el aroma de su sangre rodeándola, acariciándola, tentándola?
Hubiera querido no correr el riesgo, pero sabía que no tenía opción.
“Alice lo ha visto” – le había dicho Bella antes de regresar a casa con Edward.
No le era difícil cerrar los ojos y ver a ese hombre de cabellos castaños revueltos y crecida barba descuidada, sentado sobre el sofá de cuero negro, con los codos apoyados en las rodillas mientras la cabeza y ambas manos pendían entre sus piernas. Frente a él, sobre la desordenada mesa de centro, el arma cargada. Esperaría a que hubiera desaparecido todo rastro de claridad a fin de que la luz de la lámpara que se hallaba en el escritorio proyectase apropiadamente sobre la vereda opuesta la sombra de la X dibujada sobre la ventana con cinta adhesiva.
“Dios mío” –murmuró para sus adentros aunque a estas alturas no estaba muy segura de que Dios pudiera, o quisiera, escuchar a alguien como ella- “Dios mío”
Si fallaba y la visión de Alice se hacía realidad, iba a tener una tarea muy dura tratando de hallar el modo que quitarle la vida a un inmortal.
6. Noche Buena.
Aún cuando todas las cortinas estaban corridas, todavía se filtraba la leve claridad que precede a un ocaso invernal. Gracias a ella, se dibujaban fantasmagóricos los contornos de los objetos dentro del descuidado departamento: la arrugada chaqueta negra sobre la silla, las gafas oscuras sobre la mesa, la corbata negra al costado de un par de botellas vacías de licor que yacían sobre la manchada moqueta. En el escritorio, carpetas desordenadas de documentos cubiertos por el polvo y la lámpara, conveniente posicionada para que refleje en la acera de enfrente, como en los últimas cinco noches, la sombra de la X que había dibujado nuevamente sobre la ventana con la cinta adhesiva.
Esta vez no sería para pedir ayuda, no vendría el sucesor de “garganta profunda” a traerle pistas de cómo recuperar a su compañera.
El había visto su cuerpo dentro de esa caja pesada y lúgubre, sobre la cual había arrojado un puñado de tierra cuando la metieron en esa fosa fría y oscura, él se había quedado ahí hasta que todos se marcharon y la máquina había terminado de cubrir de tierra la abertura y la lluvia había empezado a caer empapándolo hasta los huesos, hasta que se había hecho ya muy tarde y Skinner apareció en el cementerio y lo llevó a ese ataúd que ahora era su propio departamento.
Había sido el mismo Skinner el que le había comprado la botella de licor. Quizás supuso que bebiendo un poco, dejándolo a solas con su dolor, en unos tres o cuatro días éste habría salido al exterior y la lucidez volvería a su cabeza.
Lo que no sabía Skinner es que, a pesar de haberse intoxicado con el alcohol y de haber dado rienda suelta a su frustración y a su rabia rompiendo lo primero que había hallado a su paso –en realidad el departamento se hallaba de cabeza-, nunca había perdido la lucidez. Nunca como entonces su cerebro había trabajado con tanto cálculo, el suficiente para deslizarse a mitad de la noche en las oficinas del sótano del FBI y sustraer todo lo que se refería a Scully, el suficiente como planear cuidadosamente la “celebración” de ésta que sería su última Navidad en este asqueroso mundo en el cual él, al contrario de ese Cristo invisible, desconocido y sordo, había sido colocado no para salvar las vidas –incluso las de sus enemigos- sino para destruir las de aquellos quienes habían tenido el infortunio de ser objeto de su afecto.
Ya no recordaba cómo había llegado a casa luego del funeral. Solo caminó y caminó y perdió la noción del tiempo. Las horas seguramente pasaron pero a él le parecieron segundos, porque la noche seguía oscura, demasiado.
No supo cuando el tiempo empezó a transcurrir más de prisa, pero esa noche se hizo eterna, hasta su departamento estaba oscuro como una boca de lobo, como un ataúd cerrado, como debía estar dentro de su sepultura.
El teléfono sonaba, sonaba sordo, lejano. Pero estaba aturdido y tardó mucho en llegar a la conclusión de que debía responder. Para cuando se dio cuenta, el teléfono dejó de sonar.
Fue la lluvia la que lo despertó, golpeaba contra los cristales. Fue entonces cuando oyó nuevamente la llamada. Esta vez era la puerta. Y luego percibió otro sonido, más cercano. Se preguntó si debía sentirse amenazado. Claro que no, sólo aturdido. Qué más daba.
Alguien comenzó a hablar, a ayudarlo a ponerse de pie. Algo dentro de sí reconoció la voz, era Skinner. Lo ayudó a sentarse en el sillón de cuero oscuro, le habló por un lapso indeterminado de tiempo. “Bebe algo de esto” –alcanzó a oír que le decía mientras sacaba de la bolsa de papel una botella de licor y la colocaba sobre la mesilla de centro. “Luego intenta dormir. Te veré en un par de días”
Ya habían pasado más de un par de días. Bueno, daba igual. Para lo que iba a hacer no necesitaba testigos.
Mientras observaba a la muerte en el cañón del arma que se hallaba frente a él, se le vino a la mente una frase que ahora parecía tener un sentido personal.
“Nada sucede sin una razón”
Seguramente la había oído de ella.
¿Cómo demonios había calado tanto dentro de él, hasta el extremo de que su partida había dejado un mundo destruido? Él era un satélite girando alrededor de una órbita vacía, la destrucción del planeta que le daba sentido a su existencia lo había afectado a tal punto que no quedó nada, excepto desechos que desafiaban las leyes de la gravedad y se negaban a esparcirse en ese espacio negro, negro y vacío.
De cualquier modo, qué importaba. Había tomado una decisión y era el momento de tener un poco de orgullo de sí mismo, de saber que había sido capaz y que al fin había tenido el valor para dejar esta vida.
Un suicidio exige que la persona se concentre a pensar en sí misma y se olvide de los demás. No era difícil, si consideraba el hecho de que no tenía que preocuparse por unos padres, unos hermanos, una mujer, que lamentaran su muerte. Así que la decisión no había sido tan difícil de tomar.
Por lo demás, había considerado también las formas: ¿pastillas?, muy femenino; lanzarse al vacío o ahorcarse… por favor, no era una película. Lo mejor era hacerlo rápido, decididamente. Un tiro. Ok, un poco asqueroso eso de dejar todo manchado de sangre, sin contar que probablemente parte de sus sesos estuvieran desperdigados por ahí. Pero era lo que correspondía a un agente del FBI, como a un soldado, como a un marino…
Pero tenía que estar tranquilo. No podía darse el lujo de errar el tiro y quedar desfigurado, inválido o en estado vegetal.
En estado vegetal…
Sí, ella no hubiera querido vivir así. Margaret había tomado la decisión correcta.
Pero es que él…
¡Maldición! ¡Qué mierda estaba haciendo! No podía distraerse.
A lo lejos, en algún lugar, un grupo de personas, algunos niños a juzgar por lo que oía, empezaban a entonar villancicos.
¡Al diablo!
Tomó el arma cargada con mano firme y la llevó a su sien. Pudo sentir el frío del cañón atravesándole la piel, pero se concentró en mover el pulgar para quitar el seguro.
“Detente” –escuchó una voz aterciopelada a su espalda.
Había algo de familiar en esa voz que lo hizo paralizarse, Respiró profundamente y volvió a su posición inicial.
“¡Mulder, deja eso ahora mismo!”
Por un momento sintió que entraba en shock. Empezó a considerar las opciones: o estaba enloqueciendo y esa voz era una alucinación, o su instinto de supervivencia, surgido desde su subconsciente, le hacía oír lo que quería oír.
- ¡Déjalo ya, Mulder.!
No, eso había sonado demasiado cerca.
Se puso de pie de un salto, con los ojos desmesuradamente abiertos tratando de traspasar las sombras, apuntando con su arma a la nada.
Y entonces la vio.
Apareció desde atrás de la puerta de lo que debía ser el dormitorio, envuelta en un abrigo de color negro que llevaba entreabierto dejando al descubierto el vestido de terciopelo escarlata que envolvía su cuerpo. Su rostro era tan pálido, aún en la penumbra, que parecía una estatua de mármol consagrada a una extraña diosa pagana.
Extraña. Y demasiado conocida.
- Scully…
Su voz fue un susurro que se perdió entre los golpes de la lluvia contra la ventana.
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No estaba segura de lo que iba a decir o lo que debía hacer ante las posibles reacciones de él. Hubiera querido quedarse escondida entre las sombras, hubiera querido no pronunciar palabra alguna y dejarlo seguir con su vida, dejarlo recordarla como la conocía y esperar a que las heridas hubieran sanado y que el remordimiento y la culpa cedieran dando paso a la resignación y después al olvido.
Los humanos tienen el gran don de poder olvidar.
Pero Mulder era demasiado testarudo. Y la prueba estaba frente a ella; cuando lo vio llevarse el arma a la sien, no pudo sino dar un paso y dejar que las palabras salieran de su boca, suaves, pero firmes.
- Detente – le dijo.
Por un segundo él pareció desistir pero luego respiró profundamente y se hizo a la carga.
- Mulder, deja eso ahora mismo – ordenó mientras pensaba que era la cosa más estúpida que lo había visto hacer desde que lo conoció- ¡Déjalo ya, Mulder!
Él buscó desorientado hasta que la vio.
- Scully –jadeó él.
- Por favor deja el arma –susurró ella.
- Es… es imposible –él obedeció casi sin advertirlo – hizo el ademán de acercarse pero se detuvo cuando la vio dar un paso hacia atrás – Te sepultamos hace unos días.
- Siempre dijiste que deberíamos tener la mente abierta a un mundo infinito de posibilidades.
- Estás muerta.
- Eso…-su voz sonó sorda- es verdad.
Él suspiró. Por unos minutos reinó el silencio. Un silencio durante el cual él la estudiaba, detalle a detalle. Estaba hermosísima, tanto que dolía. Parecía que su cabello hubiera crecido un poco y ya no tenía el color rojizo de hace ¿unos días?... Era más bien de un rubio apagado, cenizo. Sus rasgos se difuminaban, excepto un tenue color gris bajo los ojos, remarcados debido a la extrema palidez de su piel.
Sus ojos.
Sabía que había algo diferente.
Eran extraños. No de ese azul marino que lo inundaba de paz.
Tenían un color casi escarlata, atemorizante.
Desde luego que podía ser que reflejaran algún tipo de iridiscencia emanada de ese vestido de terciopelo que envolvía su cuerpo y dejaba al descubierto la piel blanquísima del cuello y el comienzo de sus pechos…
¿Es que podía ser ella en verdad?
- No te acerques –susurró ella cuando repitió el ademán de rodear el mueble, pero él pareció no oírla – Por favor –imploró, pero en realidad algo en ella lo deseaba.
Deseaba con todas sus fuerzas tenerlo cerca. Se estaba esforzando por no respirar, como le habían aconsejado, pero la tentación de volver a sentir su aroma, con la misma nitidez con la que ahora era capaz de percibir cada inflexión de su voz, era demasiado grande.
Y es que era como oírlo por primera vez.
Sentir su aroma por primera vez.
Y lo hizo, cedió a la tentación y cerró los ojos, aspiró el aire a su alrededor.
Un olor a húmedo, mezclado con el desvanecido aroma de algún licor y a encierro.
Pero todo se disipaba a medida que él se acercaba.
Y su deseo se hacía más y más grande.
- No te acerques –repitió pero tan bajo, que su voz parecía un siseo y no tenía el convencimiento de antes.
Podía escuchar los pasos de él, el ritmo agitado de su respiro, el pulso de la sangre que corría entre sus venas; podía percibir el aroma que irradiaba su piel frágil, el calor que emanaba de su cuerpo, el olor de su sangre, su sangre…
No pudo evitarlo, no pudo vencerlo.
Un siseo ronco brotó de su garganta y en fracción de segundos algo en su interior la impelió hacia delante, la garganta seca, los ojos muy abiertos, la boca ansiosa…
No estaba segura de si lo había llegado a tocar o si el hecho de que él hubiera rodado por el suelo era el resultado de la fuerza del golpe de otro como ella, el mismo que se había atravesado en su camino, arrojándola hacia atrás donde dos brazos fuertes la envolvían, mientras su cuerpo automáticamente tomaba una posición agresiva, intentando escapar de aquello que la aprisionaba, intentando agazaparse para poder impulsarse hacia delante e ir por su… presa…
- ¡Cálmate Katherine! – ordenó Carlisle.
- No respires –escuchó que Edward le murmuraba al oído- Por favor no respires.
- Si lo intentas, cargarás con la culpa toda la eternidad –la voz de Carlisle sonaba acongojada.
Intentó dejar de forcejear, luchó contra su instinto hasta que al fin pudo erguirse.
Contuvo el aliento, pero no voluntariamente.
Al observar al hombre desvanecido sobre la moqueta, se le descompuso el gesto y su rostro se convirtió en una máscara de dolor.
-¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! –gimió.
- Sácala de aquí, Edward.
- ¡No! ¡No, por favor! – miró con desesperación a Carlisle -¿Estará bien?
- No le pegué tan fuerte. Físicamente, estará bien.
- Déjame acercarme…-rogó.
- Katherine, no creo…
- Edward puede sujetarme… por favor…
Carlisle y Edward intercambiaron miradas unos segundos, hasta que el primero asintió.
Caminaron, o mejor dicho, casi se deslizaron, muy despacio.
Ella intentó inclinarse hacia Mulder, pero se sintió atajada. Miró por sobre el hombro a Edward y éste pudo reconocerse a sí mismo en esa mirada, tiempo atrás.
Así que, cautelosamente, se lo permitió.
- Mira lo que te he hecho –susurró ella, tan bajo, que sólo el oído agudísimo de un vampiro hubiera podido oírlo- Te juro que no te pondré en peligro, nunca más…
Aún sin respirar, depositó un beso sobre la revuelta cabellera castaña. “Te amo”, pareció decir mientras se erguía.
Luego se giró, ya libre de las manos que la sujetaban, se encaminó hacia la estancia que debía ser la habitación.
Buscó la ventana y a través de ella salió al alfeizar.
Sabía que nadie la seguía.
Se quedó de pie bajo la lluvia durante unos minutos e inhaló el aire helado y húmedo y miró hacia abajo.
Si fuese humana, habría sido fácil.
Desde luego, si fuese humana, ni siquiera lo habría intentado.
Quizás, si las cosas fueran diferentes, estaría bebiendo una taza de chocolate caliente, junto a Mulder, frente al televisor que transmitiría una vieja película de Noche Buena.
Estarían sentados, muy cerca uno del otro, sin decir nada y diciéndolo todo.
Si fuese humana.
Cerró los ojos y se abrazó a la escena.
Sonreía cuando se dejó caer al vacío.
Continuará.
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