Nombre del Fanfic: El Mundo Inadvertido
Capitulo: 5
Autor: Luvi_trustno1
Dedicado a: Los amantes de X Files de ayer, hoy y siempre
Clasificacion: Touchstone
Crossover
Crossover con: Twilight
Fanfic: “Tal vez mañana seas sólo un recuerdo,
Y tal vez mañana seas sólo mi ayer…”
Tal vez – Kudai
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7. Abajo
Abajo, abajo, abajo.
¿Qué sucede cuando un hombre orgulloso y obstinado va cayendo cuesta abajo dentro del pozo más profundo que jamás haya soñado?
Un hombre así se conservará más erguido y su caminar exhibirá una intencionada altanería y parecerá incluso más alto que antes mientras que al mismo tiempo perderá peso, su rostro se tornará más enjuto y sus ojos dejarán de brillar. Será más cuidadoso en su vestir y más escrupuloso en todas las cuestiones de su aspecto y de sus modales, pero se mostrará más irritable por detalles ridículos y se exaltará con su nueva compañera por no encontrar en los archivos una bolsa de evidencia que contiene una pequeña cruz de oro. Será más solícito con sus superiores porque de pronto asignará más importancia a las cuestiones de prestigio y recuperará la confianza de aquellos que durante algunos años han recelado su trabajo y conseguirá el privilegio de moverse libremente, y hasta siendo bienvenido, en casi todos los estratos de la agencia federal y algo más y pagará éstos con constantes privaciones en los compartimientos de su vida privada. Se mostrará más juicioso y tranquilo, y de vez en cuando hasta hará reír con sus antiguas historias sobre extraterrestres, licántropos y vampiros; y pasará la mitad de sus noches obsesionado en una búsqueda sórdida, gemirá en sueños y, un par de veces, el alba lo sorprenderá con la cabeza sobre el teclado del computador y húmedas las largas pestañas infantiles, como si hubiera llorado al dormir.
Tras los primeros días de shock, el agente Fox William Mulder decidió reincorporarse a sus labores del FBI.
Cuando se presentó en la oficina del Director Adjunto Walter Skinner, éste miró extrañado por encima de las gafas. Tenía un aspecto demasiado cuidado, casi sofisticado, hasta en sus estudiados ademanes, cuando se sentó frente a él.
Pero se hubiera ido hacia atrás de no tener un espacioso, cómodo y muy firme sillón, como correspondía a alguien de su envergadura, cuando oyó su primera petición.
- Retíreme de los Expedientes X.
- ¿Por qué? –preguntó receloso.
Desde luego que el agente Mulder había previsto no sólo esta reacción sino otras diez posibilidades al menos, incluyendo el hecho de que alguien más allá de los rincones secretos de estas oficinas, pudiera estar escuchándolo en ese momento.
- Pensé que te agradaría la idea.
- Y así es, pero… -bajó la voz- te conozco Mulder…
- ¿Puedo hablar extraoficialmente, señor?
- Desde luego que puedes hablar extraoficialmente, te lo pido, porque quiero entender este súbito cambio tuyo. Sé que la muerte de la agente Scully ha sido muy dura para ti, como para mí mismo, pero creí que eso haría que no sacaras las narices de los archivos X y ahora me dices que quieres que te saque.
- No puedo, Walter… -murmuró el agente apesadumbrado y sus mirada se perdieron detrás de él, en la luz que se entraba por la ventana- Sin ella no voy a poder.
- Ya lo has hecho antes…
- Era diferente, no estaba seguro de no volver a verla, tenía que agotar todas las posibilidades para encontrarla, y ahora…
- Entiendo. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres? –él asintió- Veré que puedo hacer, pero no te prometo nada… relevante, al menos no de momento.
- Está bien, cualquier cosa, estará bien.
Estuvo casi seis meses “dando tumbos”, como agente de campo, vigilancias sin importancia. En realidad no le importaba pasarse las noches en vela, nunca descuidó su puesto, nunca se quejó. El “fantasmal” era ahora “el silencioso” Mulder, puesto que abría la boca únicamente para decir lo necesario. Desde luego, lo necesario era siempre acertado; sus habilidades para desarrollar perfiles psicológicos criminales lo ayudó a ir pasando de vigilancias menores al área de narcóticos y de narcóticos a desapariciones y de allí a crímenes violentos y asesinatos en serie. Muy rápido. Tanto que a veces se preguntaba si el fumador estaría detrás de su particular progreso.
Seguramente era así, lo estaba poniendo a prueba. De vez en cuando se encontraba con algo que parecía “inexplicable”, entonces si no se sentía capaz de razonar “científicamente” –como lo habría hecho Scully- lo derivaba a quien mejor pudiera tratarlo o, simplemente, lo archivaba.
Al comienzo, resultaba frustrante. Tenía tantas teorías. El problema es que no tenía ganas de ponerse a la búsqueda.
Sólo había algo que buscar.
Y lo encontraría.
Pasara lo que pasara.
Era su cruzada.
Y su secreto.
Porque no se lo había confiado a nadie. Ni a Skinner. Ni a Sandra.
Sandra Bern era la compañera que le habían asignado hacía casi un año.
Era química. Especialista en analizar evidencias, por lo que sólo lo acompañaba en los momentos inmediatamente posteriores a la ocurrencia de un crimen.
Era buena, debía reconocerlo. No muy apegada a los procedimientos de protocolo, pero en realidad no era tan importante mientras pudiera identificar y catalogar la evidencia. Nadie la iba a sancionar por eso.
Y era hermosa.
32 años, alta y esbelta, casi exuberante. Los grandes ojos oscuros estaban enmarcados por unas pobladas cejas, oscuras como su cabellera ondulada y sus labios perfectamente dibujados, el inferior algo más grueso que el superior.
Su apellido original era Bernabé, pero ella había decidido cambiarlo para no complicarse la existencia. De raíces sicilianas, espontánea y de una voluntad muy firme. Era sensual y poseía una mentalidad despejada, libre de prejuicios lo cual la ayudaba a no doblegarse doblegar por el peso de las consecuencias que pudieran acarrear sus propias reacciones impulsivas.
Y Mulder agradecía eso.
Y es que de haber sido otra clase de mujer, se habría visto envuelto en grandes problemas por haber sido incapaz de resistir a la tentación de hacerle el amor en la mullida alfombra del apartamento decorado con gusto mediterráneo, después de seis meses de estar trabajando juntos y haber apenas resuelto el caso del coleccionista de cueros cabelludos.
Desde luego, de haber sido otra clase de mujer –la clase de la que era Scully- la resolución de un caso no habría llevado a una celebración con una pizza familiar y media docena de botellas de vino tinto.
De haber sido otra clase de mujer –la clase de la que era Scully- sólo se habrían sentado en su propio sillón de cuero, habrían puesto los pies sobre la mesa de centro, quizás habrían bebido una taza de té caliente y habrían hablado mucho, hasta el amanecer, hasta que los párpados de ella se hubieran cerrado ocultando el azul de sus ojos profundos, pero dejándole esa sensación de paz en la que siempre lo había envuelto.
De haber sido otra clase de mujer –la clase de la que era Scully- la primera vez, si se hubiese dado, él no habría bebido ni una gota de licor, porque hubiera querido saborearla milímetro a milímetro, porque hubiera querido captar la tibieza de su piel a través de sus propios dedos y que esta hubiera recorrido cada terminación nerviosa hasta llegar a los rincones de su cerebro y que quedase grabada allí, tatuada a fuego y no hubiera habido nada, ni un dolor de cabeza, ni náuseas, ni arrepentimiento, que le hubiesen impedido disfrutar el esperar el alba, mirándola, acariciando sus cabellos rojizos, perdiéndose en el aroma de su piel…
Pero eso no pasaría.
Así que la relación con Sandra había seguido ese mismo curso después de darse cuenta de que el único al que le había sobrevenido el arrepentimiento junto con las náuseas y el dolor de cabeza, era a él.
Estaba ebrio en todo el sentido de la palabra, cuando ella se le acercó para besarlo con ansia. Él metió las manos en su blusa entreabierta y se las llenó de sus pechos voluminosos y ella gimió enseguida. Entonces él la volcó sobre la alfombra, se puso a horcajadas sobre ella y le arrancó la ropa.
No hizo nada en especial, ni una caricia, ni un beso especial. Fue sexo, el deseo bajo de satisfacer los instintos reprimidos durante tanto que ya no recordaba.
Quizás no se hubiese desinhibido tanto de no ser por el alcohol, pero eso no importaba. No hubo entrega, sino posesión. Y eso lo hizo sentirse culpable, muy culpable, sobretodo cuando salió huyendo a las tres de la mañana, con el estómago revuelto y la cabeza a punto de estallarle.
El remordimiento lo acompañó a tomar una ducha y fue su copiloto en el auto cuando se dirigió a la oficina. Y entonces la vio, hermosa y sensual como siempre, quejándose de un ligero dolor de cabeza, pero tan natural y espontánea como todos los días.
A la hora del almuerzo, mientras la veía engullir un enorme perro caliente, quiso tocar el tema pero no sabía cómo. Era su compañera, lo que había sucedido era una estupidez que sin dudas iba a traer cola, aún cuando en este momento ella estuviera en su fase de negación, o de ilusión.
- ¿Quieres soltarlo ya, hombre? – lo había sorprendido ella.
- ¿Disculpa?
- He tenido que soportar tu expresión de perro apaleado toda la mañana. Supongo que quieres hablar de anoche, y como eres tan formal, te voy a dar la oportunidad de hacerlo primero.
- Sandra, yo… Tú y yo somos compañeros y…
- Oh, por favor –se rió ella- No pensarás en disculparte, ¿cierto?
- No, quiero decir, no…-él había levantado las cejas y ella reía- Es sólo que no quisiera que esto cambie las cosas entre nosotros.
- ¿Y por qué tendría que ser así? – Sandra levantó las cejas en un gesto de la más absoluta inocencia.
- Porque… -de pronto se sentía un completo idiota- Tienes razón –admitió y tuvo que sonreír.
- Fue divertido, ¿no? –dijo ella con la más abierta de las sonrisas.
- Lo fue –reconoció él y acompañó su sonrisa.
Ese “lo fue” no era más que simple retórica. De tanto en tanto, cuando ella no tenía ningún otro compromiso, aparecía en su departamento, lo arrancaba de sus búsquedas y compartían unas horas de buen sexo y, un par de veces, una discreta conversación.
- ¿Por qué no me dejas ayudarte? – le había dicho hacía unos días, mientras él intentaba recuperar el aliento.
- ¿A qué te refieres? –algo en él lo hizo ponerse en tensión.
- Soy buena para seguir pistas, por qué no me dejas ayudarte a rastrear a quien sea que estés buscando.
- Porque no hay nada que encontrar –dijo él severo. Era una certeza a la que se negaba a dar crédito.
- Bueno, si me necesitas, avísame –sonrió ella- A propósito, ya tengo los resultados del arma que hallamos junto al cadáver…
Sí, así era Sandra. No se complicaba la vida. No podía decir que no le tuviera cierto afecto –era fácil aficionarse a esa mujer-, y estaba seguro de que era recíproco. Pero era todo. Eran compañeros y se cuidaban, respetaban los espacios.
Sí señor, esa era la relación que llevaban: la confianza necesaria sin llegar a la complicidad, podían tener sexo pero no compartían la intimidad.
Todo aquello estaba en el pasado.
Pero no podía decir que en la tumba de la que fue su compañera.
Porque aún cuando se había propuesto dejarla atrás, ella jamás sería sólo un ayer.
Y es que no había noche en que, al cerrar los ojos, no viera la imagen de ella entre la penumbra.
“Katherine", había oído que la llamaban.
Era su segundo nombre, por alguna razón podía estar usándolo ahora.
Ahora, que tenía entre manos un caso con sabor a “paranormal”
Esta vez no lo archivaría.
Tenía una corazonada, algo que le decía que esto lo llevaría a saber la verdad.
Sí, él estaba vivo.
Y la encontraría.
8. El séptimo día.
Bella se lo había dicho, que al inicio tendría un poder físico increíble, al menos durante el primer año. Pero también que sería esclava de sus instintos, de su ferocidad, casi imposible de controlar.
Desde luego que ella contaba con la ventaja de haber sido siempre muy razonable; algo de aquello le había quedado y Carlisle estaba satisfecho con ello, lo podía sentir.
Después de aquella noche buena, después de haber huido y vagado sin rumbo durante casi una semana, se encontró presa de una terrible sed. Había tomado la decisión de ir hacia el norte, alejándose de los centros poblados, hasta que por fin se halló nuevamente en la bahía en la que todo había comenzado.
Allí, al borde del acantilado, agobiada por esa quemazón que le atenazaba la garganta y aterrada ante la idea de quitarle la vida a otro ser humano para satisfacer sus instintos, pensó en terminar con todo.
En un primer momento, presa de la desesperación, se arrojó a las aguas oscuras y heladas, sólo para descubrir cuán fácil le resultaba moverse allí, cuán rápido podía hacerlo y que el respirar no era sino una costumbre, porque en realidad no lo necesitaba. Cuando estuvo nuevamente sentada frente al mar, mojada sí pero sin sentir ni siquiera frío, luchando contra la confusión que le creaba el deseo de quitarse la vida, o como se llamara a aquel estado, y sus viejos principios que le decían que el suicidio condenaría su alma, si es que aún había una remota posibilidad de conservarla, dio media vuelta y echó a andar hacia el poblado, aguantando la respiración para contener un poco su ansia de sangre humana y con la intención de llamar a Carliste.
No tuvo necesidad.
Y es que Carlisle ya la esperaba.
- Hola Katherine.
- Te… te iba a llamar.
- Lo sé, Alice me lo dijo.
- Alice… por supuesto…
- Katherine, ven conmigo, ven a casa –la voz de Carlisle tenía un matriz de súplica.
- Casa…
- Estás débil, necesitas alimentarte.
- ¡No! – ella lo miró espantada – ¡Carlisle, todo lo que mi cuerpo me pide es… es… sangre! ¡Oh por Dios! debo estar lejos de cualquiera, debo estar sola.
- Sé que es difícil, pero pasará. Después de un tiempo, la sed puede controlarse, pero tienes que aprender. Danos la oportunidad de enseñarte.
- ¿Y si no puedo? – Carlisle podía ver el miedo en las rojas pupilas de la mujer - ¿y si sólo estoy condenada a ser un monstruo sediento de sangre por toda la eternidad?
- Katherine –Carlisle intentó tranquilizarla con su voz aterciopelada- no hay más condena que nuestra propia inmortalidad. Puedes hacer de tu vida lo que tú quieras hacer, pero necesitas tomártelo con calma. Por favor, ven conmigo…
Carlisle le tendió una mano y por unos instantes ésta permaneció en el aire, mientras la mujer lo miraba indecisa. Por fin, ella respiró profundamente y aceptó entregar su propia mano.
- Eso es – en el rostro de Carlisle se dibujó una sonrisa transparente – Lo primero que tenemos que hacer es enseñarte a procurarte de alimento – ella lo miró aturdida – lobos marinos –dijo él- no son muy buenos, pero estarán bien para comenzar.
Y así fue como el séptimo día cazó por primera vez. No había sido muy difícil, una vez que se sacudió de sus pensamientos para dejarse llevar por su instinto, tal como le había dicho Carlisle.
Desde luego, se sintió avergonzada. Luego de alimentarse, se dio cuenta de que también Carlisle había cazado y había saciado su sed, pero lo hizo de un modo tan pulcro y sutil que se sintió una verdadera salvaje cuando vio sus ropas manchadas de sangre. Si hubiera podido, se habría sonrojado.
- No te preocupes, es cuestión de práctica –le dijo Carlisle al notar su turbación.
Y emprendieron el viaje. Katherine se había negado a acercarse siquiera a un aeropuerto, por lo que cruzaron el país a pie, siguiendo la línea de frontera. Hubiera sido una locura tratándose de cualquiera, un viaje que les habría llevado meses, pero no para ellos, capaces de correr hasta alcanzar velocidades inimaginables.
A medida que fueron pasando los días y que Katherine se mostraba menos reacia a alimentarse, adquiría mayor control de su nuevo cuerpo. Descubrió y disfrutó de la sensación de paz y libertad que le daba el poder correr. Al cabo de una semana, Carlisle percibió que tenía a su lado a una de las criaturas más extraordinarias que había visto, sus movimientos eran suaves, graciosos; su voz tenía un timbre más aterciopelado que acampanado, pero lo más asombroso era su mirada, a pesar del color escarlata de sus pupilas, ésta no infundía temor, por el contrario, exhalaba compasión, honestidad… y tristeza.
Para cuando llegaron al estado de Washington, al cabo de una semana, ya la mujer se sentía más segura de sí misma como para soportar la presencia humana alrededor, aunque no se arriesgaba a permanecer en esta compañía por lapsos prolongados, menos aún de día, sobretodo porque era consciente de que sus ojos llamaban mucho la atención.
Cuando llegaron a Forks, Esme, la esposa de Carlisle, los esperaba a bordo de un auto negro en el desvío a Olimpia.
- Es un gusto conocerte –le había dicho mientras la estrechaba en un fraternal abrazo- La familia espera ansiosa tu llegada.
Fue Esme quien condujo. Atravesó el pueblo despacio. Era domingo y la intensa lluvia contribuía al poco movimiento en el pueblo. Alcanzaron la carretera rodeada por abetos y continuaron hasta que Esme tomó un desvío que los condujo a un sendero estrecho, franqueado por helechos. Al final, una casa blanca, enorme, moderna.
Aparcaron y se dirigieron a la misma. El salón era enorme, luminoso, aunque en realidad toda la casa lo era, gracias a que básicamente se componía de ventanales.
- Por favor –dijo Esme- siéntete cómoda.
Cerca de ellos, alguien dejó de tocar el piano, pero los primeros en entrar fueron dos jóvenes tomados de la mano. El varón tenía el cabello oscuro y era alto, imponente, debido su magistral musculatura. Sonreía abiertamente, al contrario de su rubia compañera que mostraba en sus bellísimas facciones un toque de cautela. Ambos eran hermosos, pálidos y tenían las pupilas del mismo color topacio de Carlisle y Esme.
- Ellos son nuestros hijos, Emmett y Rosalie –introdujo Carlisle – Ella es Katherine.
- Hola –dijo Emmett – espero estés pensando en unirte a la familia.
- Este, yo…
El ingreso de otro miembro de la familia Cullen interrumpió la charla. Ya conocía a este joven de cabellos cobrizos, bello y marmóreo, de mirar apacible. Katherine no pudo evitar sentirse confusa al recordar cómo él tuvo que sujetarla con sus brazos como tenazas un par de semanas antes, cuando estuvo a punto de cobrar a su primera víctima.
- Hola Katherine –él se acercó con paso confiado y la besó en la mejilla – ¿O prefieres que te diga Dana?
- Hola Edward – su confusión se hizo más evidente, ese nombre le recordaba a otra vida, una que parecía muy lejana –Katherine está bien –dijo tratando de rehacerse.
- ¡Hola Katherine! –la aludida no supo qué llegó primero, si el sonido acampanado de la voz que pronunciara su nombre o el estrecho abrazo de quien lo pronunciara - ¡Bienvenida a casa!
- Alice, ¿qué haces? – un ligero tono de recriminación sonó en la voz de Edward.
- Por favor hermano, no seas aguafiestas –una abierta sonrisa iluminaba su perfecto rostro- es nuestra nueva tía. Katherine, él es Jasper.
- Encantado de conocerla señorita –dijo un joven rubio, alto, de modales refinados y actitud reservada.
. ¿Dónde está Bella? –preguntó Carlisle.
- Ha ido a dejar a Reneesme con el pe…
- Rosalie –la voz dura de Edward.
. …con Jacob .se corrigió aunque no sin mostrar su sarcasmo.
- Reneesme es la hija de Edward y Bella- apuntó Esme- podría decir que es nuestra nieta –sonrió y miró a su esposo tomándolo de la mano.
- ¿Hija? – Katheine los miró sorprendida- los vamp… quiero decir, ¿podemos tener hijos?
. En realidad dos de nosotros no –explicó Carlisle- Reneesme fue concebida cuando Bella aún era humana.
- El pequeño mostrito casi me mata –la imagen de la aludida se dibujó bajo el marco de la puerta que se hallaba detrás del piano- eso aceleró mi… transformación.- Al igual que su esposo, la joven se acercó y la besó en la mejilla- Katherine, ¿por qué has tardado tanto?
- Lo lamento.
- Lo importante es que ya está con nosotros –dijo Esme- Probablemente quieras reposar, asearte. Hemos acondicionado la antigua habitación de Edward para ti, está al final del pasillo.
- Yo la llevo –Alice desbordaba entusiasmo.
Katherine se dejó conducir escaleras arriba hasta la habitación. Una de las paredes tenía un enorme mueble lleno de libros, la otra sólo tenía repisas vacías prontas a recibir lo que ella quisiera colocar. La pared que se hallaba en el fondo, en frente de la puerta, era en realidad un enorme ventanal con vista al jardín y a los bosques. No había cama, sino un enorme sofá de cuero que le hizo recordar vagamente algún otro de su vida pasada.
- ¿Dónde se quedan Edward y Bella?
- Oh, ellos ocupan la casita que está cruzando el jardín. Así tienen más privacidad y la niña puede hacer una vida más o menos normal.
- Ella… quiero decir, la niña, ¿es humana?
- Medio humana solamente, pero igual es especial. Todos quisiéramos tenerla aquí pero Bella dice que sus tíos la malcriamos mucho –la risa de Alice repicaba en la habitación.
Katherine comprendió porque Bella había decidido no tener a su hija en el momento de su llegada. Era una precaución, probablemente necesaria.
- ¿Quién es Jacob? ¿Es otro miembro de la familia?
- Eso quisiera –dijo Alice haciendo una mueca de disgusto- Pero aún va a pasar algún tiempo para que se le haga realidad.
- No les simpatiza.
- A ningún vampiro le agrada un hombre lobo…
Katherine se estremeció. La mención del hombre lobo la transportó inmediatamente a un subterráneo, el tiroteo… el último recuerdo de su vida humana.
Alice lo notó inmediatamente.
- Tranquilízate –dijo la joven frotando con su mano uno de los hombros de la mujer – No es como aquellos que conociste en California.
- ¿Ah no? –la voz de Katherine era tensa y sus ojos llameaban con ira.
- En realidad estos chicos no son verdaderos licántropos, son humanos, indios quileutes, guardianes de estos territorios.
- ¿Indios? – Katherine parpadeó un par de veces, pero su postura no se relajó.
- Es una larga historia, como sea, son casi parte de la familia – volvió a hacer una mueca de desagrado- Pero no pienses en eso por ahora, trata de instalarte. El armario está lleno de vestidos para que escojas –Alice volvió a sonar entusiasmada- Te esperamos abajo.
De pronto se encontró sola, mirando a su alrededor. Buscó el armario y se dirigió a él. Definitivamente eso debía ser obra de alguien muy entusiasta (entiéndase Alice): Desde la ropa casual hasta los trajes “elegantes” habían sido escogidos con muy buen gusto, adecuados a su forma de ser. Pero cada uno debía valer una fortuna.
Se dio un baño, al estilo humano y se vistió con un par de pantalones de color azul oscuro y una blusa de suave tonalidad rosa. Se peinó cuidadosamente, dejando suelto el cabello rubio cenizo. Se dio cuenta de que casi no necesitaba maquillaje, hermosa como era, excepto un toque de color sobre los labios. Frunció el ceño cuando contempló nuevamente sus ojos ¿Cuándo desaparecería el odioso color rojizo?
Suspiró y se preparó para bajar a reunirse con su nueva familia.
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Hablaron con ella hasta que cayó la noche y luego continuaron hasta que una tenue luminosidad pareció abrirse paso por entre las oscuras nubes. Nadie estaba exhausto y nadie se retiró excepto Bella y Edward que lo hicieron cuando era ya de noche, tenían que acostar a la niña. Pero regresaron pronto, decían que su “nana licántropo” se encargaría de velar su sueño.
Katherine no entendía cómo podían confiar en un hombre lobo, sobretodo al recordar las reacciones de Alice y Carlisle en California.
Pero ellos le explicaron la diferencia. Le explicaron la historia de la guerra entre los licántropos verdaderos y los vampiros, le explicaron el comportamiento de los aquelarres del sur, de lo diferentes que eran, el porqué aquellos vivían solamente en la oscuridad.
También le hablaron sobre las habilidades particulares de algunos de ellos; entonces comprendió que Jasper debía estar haciendo algo en ese momento para que ella se sintiera tan tranquila, en una atmósfera muy familiar.
Le hablaron también de las prohibiciones: el tratado con los quileutes, pero también la más importante, no revelar su existencia a los humanos. Por eso debía permanecer en casa, hasta que estuviera segura de su propio autodominio. Dependiendo de cuán rápido pudiera ser su progreso, podrían hacer planes para una nueva vida, en Forks o en alguna otra parte, visto que de cualquier modo a la familia no le quedaba mucho tiempo en el lugar, tres o cuatro años como máximo.
Y los días transcurrían sin mayor novedad. Lo mismo podía disfrutar de largas horas a solas, en el estudio de Carlisle, informándose, como salir de caza con alguno de ellos, generalmente Bella o Alice –los chicos tenían preferencias extrañas- y al final del mes ya salía sola por los alrededores, aunque se sabía bajo la supervisión de Alice.
Lo único que todavía no le había sido permitido, y ella encontraba razonable la decisión, era conocer a la hija de Edward y Bella. Decidió colaborar evitando las cercanías de la casita que se hallaba cruzando el enorme jardín.
El séptimo día del séptimo mes de su existencia como vampiro comenzó de modo particular, ella jamás lo olvidaría.
Cuando bajó las gradas, escuchó la risa casi gutural de Emmet.
- Hoy es el gran día, hermano. ¿Estás listo para pagar?
- Perderás. Confío en la visión de Alice.
- Alice no puede ver a los licántropos.
- ¡Ya te oí! –la voz de Alice venía del garage.
Katherine decidió ignorar la conversación. Se escabulló suavemente –había descubierto lo fácil que era- y se dirigió al bosque. No era que tuviera sed, sólo necesitaba estar sola.
La primavera estaba comenzando y todo alrededor traslucía vida, a pesar del constante gris que dominaba el firmamento de aquel lugar.
Caminó lentamente, quería encontrar un punto muy alto más allá de las nubes a fin de poder disfrutar un poco de la luz del sol, según le habían dicho los demás era inofensiva a menos que dejara que el reflejo la acariciara a vista y presencia de los humanos, en cuyo caso su pálida piel destellaría haces de luz que revelarían lo diferente que era y eso sería prácticamente su sentencia de muerte.
Concentrada en aquellos pensamientos, apenas prestó atención al sendero que seguía. Sólo continuaba porque le había parecido divisar un claro entre la maraña de árboles y moría por alcanzarlo, aunque no lo pareciera dado su caminar, muy humano.
No había percibido nada raro, excepto un leve olor, desagradable, que provenía de algún punto que no lograba determinar, impelido por la suave brisa que se levantaba en aquella parte. Estaba por recostarse en el campo de hierbas cuando lo notó.
O lo escuchó.
La respiración jadeante, animal, cerca de ella.
No pudo evitar la posición agazapada que adoptó su cuerpo ni tampoco el siseo que brotó de su garganta cuando descubrió a qué pertenecía el olor que había percibido minutos antes.
“LOBO”
Había retraído los labios y mostraba ya los dientes cuando apareció en su campo de visión la figura de un joven de piel oscura, casi roja, muy alto y musculoso, con la oscura cabellera larga sujeta en una coleta a su nuca. A Katherine le pareció atisbar que su rostro oscuro estaba iluminado por una sonrisa, pero fue algo fugaz. Casi al mismo tiempo que ella, el muchacho asumió una posición defensiva. De pronto, el cuerpo del joven empezó a temblar y casi inmediatamente tuvo delante de ella la aparición más horrorosa que había visto hasta ese momento: un enorme lobo, más grande que un caballo, de pelambrera rojiza, aterradoramente amenazador, gruñéndole y mostrando los filosos dientes.
La parte racional de su cerebro, bueno, la pequeña parte que no se dejaba controlar por el instinto, se sorprendió de que el animal no la atacase, sino que parecía retroceder. No le dio la impresión de que estuviera atemorizado, sino de que protegía algo, o a alguien. Quiso tratar de determinarlo, y dio un paso adelante, pero sin abandonar su posición agazapada.
Quizás el lobo pensó que quería atacarlo, o era su forma de defenderse. Quien sabe. El caso es que fue el lobo quien echó a correr hacia ella, ella que no podía desafiar las reglas, ella que sabía que estaba prohibido quebrantar el trato…
En un intento de cubrirse del ataque, levantó las manos sobre su cabeza y cerró con fuerza los ojos. Lo próximo que escuchó fue el sonido de un golpe y el aullido de dolor del lobo.
Inmediatamente abrió los ojos, y vio al animal que trataba de incorporarse. El lobo parecía aturdido, miró hacia algún punto a la derecha, algo más atrás de su posición. Ella siguió la dirección de su mirada y entonces la descubrió.
Era la niña, una pequeña que parecía tener unos cuatro o cinco años, muy blanca –casi pálida- de cabellos cobrizos.
En el acto supo que se trataba de la hija de Edward y Bella así que supuso que el lobo debía ser el chico quileute, Jacob.
Hizo acopio de toda su racionalidad y abandonó su posición agazapada para retroceder, pero el lobo emprendía la carga nuevamente. Con la respiración agitada, su mano hizo un movimiento espontáneo hacia la derecha, con fuerza, como si estuviera tratando de espantar a algún insecto.
Y el lobo salió despedido hacia la derecha, en la misma trayectoria que había trazado su mano.
Sorprendida, horrorizada de sí misma, se quedó paralizada.
Vio al lobo incorporarse y avanzar hacia ella y esta vez decidió permanecer quiera, ni siquiera quiso respirar, por temor de lastimar al muchacho o a la niña.
Esperaría el ataque sin hacer ningún movimiento por defenderse. Sólo cerró los ojos y…
- ¡JACOB, NO!
Abrió los ojos de inmediato ante el grito que se había producido y vio delante de sí misma a Bella, ligeramente agitada.
- ¡BASTA!
La voz de la joven no sonó precisamente imponente, pero funcionó porque el lobo frenó en seco en ataque y jadeó.
Katherine la vio moverse y casi instantáneamente estaba en la posición que la niña ocupaba, sosteniéndola en brazos.
- Katherine, no te separes de mí –la voz de Edward sonó fría a su espalda.
Ella empezó a retroceder, mientras veía que el lobo hacía lo propio y se reunía con Bella y la niña, se detuvo ante ella unos segundos y luego corrió hacia el bosque.
Se volvió hacia Edward mirándolo con angustia, con culpa.
- Edward yo…
- Lo sé –la voz del joven continuaba siendo fría- no tienes que decir nada.
Minutos después, el joven Jacob, vestido solamente con unos pantalones cortos, salió de entre los árboles y se acercó a Bella. Podía notar cómo le temblaban las manos. Lentamente empezó a calmarse y los tres se aproximaron a ella y a Edward.
- Tranquila –susurró él y ya no percibió la tensión en su voz.
- La niña…-musitó Katherine- debo haberla asustado.
- Está bien. Ella nos ayudará a aclarar un par de cosas…
Cuando Bella estuvo cerca, pudo ver mejor a la niña. Tenía unos hermosos ojos de color café, grandes, atentos, que destacaban en la blanquísima piel.
- Creo que ya conoces a nuestra hija –Bella sonrió levemente tratando de tranquilizarla- Katherine, él es Jacob. Perdona su actitud, es un lobo maleducado.
- Oye, ella…
- Lo siento, yo…
- Basta –Bella cortó las protestas de uno y las disculpas de la otra- Reneesme me lo ha contado todo.
- Ella…te lo ha… ¿contado? –Katherine no salía de su asombro.
La niña la miró unos segundos y pareció que fruncía el ceño.
- Tranquila, preciosa –dijo su padre estirándole los brazos- ella no lo sabía.
Entonces la niña pareció relajarse. Bella se la pasó a Edward y la pequeña volvió a fruncir el ceño mientras tocaba el rostro de su padre.
- Pero es que ella no lo sabía –le repitió él acariciándole los cabellos- Ella no conocía a Jake y por eso se asustó.
Katherine tenía los ojos muy abiertos, miraba en todas direcciones y se sabía presa de un agudo estudio por parte del joven hombre lobo cuyo olor, dicho sea de paso, comenzaba a incomodarla mucho, lo cual agradeció porque el efluvio del muchacho se superponía en cierto modo al delicioso aroma de la pequeña.
- Reneesme se asustó un poco –dijo Edward bastante más tranquilo- está muy identificada con Jacob –hizo un mohín de disgusto y Katherine notó que Jacob esbozaba una sonrisa sardónica que se vio cortada ante la fulminante mirada de Bella – Deja que ella te lo explique. Vamos bebé…
Katherine volvió a sentirse atornillada al piso cuando vio que la niña extendía una manita hacia ella. Pero tuvo que dar un paso hacia atrás cuando dentro de su cabeza se proyectaron las imágenes del reciente suceso tal y como debía haberlas percibido la pequeña desde su posición. Y también se proyectó el resentimiento por haber lastimado a su amigo.
- Es increíble –musitó.
- Lo es –sonrió Bella.
- Pero también es increíble tu… “habilidad” –dijo Edward mientras ella no miraba con los ojos muy abiertos- Aunque no logro ver bien cómo funciona, ha sido demasiado rápido para los ojos de esta pequeña. - Eres especial –sonrió Bella.
- ¡Casi me mata la chupa…!
- ¡Jacob, compórtate delante de mi hija! – lo frenó Bella y el muchacho bufó –No voy a permitir que aprenda esos modales.
- ¿Cómo supieron que yo estaba aquí?
- Alice.
- ¿Ella ya lo había visto?
- Sí, pero no dijo nada, excepto a Jasper.
- Y él a Emmett –Katherine frunció el ceño. Acababa de entender lo de la apuesta.
- Sí, pensaron que sería divertido –dijo el joven que le acababa de leer el pensamiento – Lástima que fue cuando yo no estaba en casa, de otro modo…
- ¿De qué di… de qué están hablando? –interrogó Jacob.
- Ponte decente y alcánzanos en la casa – dijo Bella entrecerrando los ojos – Alguien me va a escuchar allí.
- Ven Katherine, debemos hablar con Carlisle sobre lo que acabamos de descubrir…
Y así, el séptimo día del séptimo mes de su vida como vampiro, Katherine Cullen descubrió que también tenía habilidades particulares.
Tendría que aprender a controlarlas, a usarlas correctamente.
Y entonces quizás pudiera comenzar a hacer algo que diera sentido a su nueva existencia.
Continuará.
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Email del Autor: luzing9ARROBAhotmail.com