Nombre del Fanfic: El mundo inadvertido

Capitulo: 6

Autor: Luvi_trustno1

Dedicado a: Disclaimers: Mulder y Scully pertenecen a la Fox, a la 1013 y a C.C. Los vampiros le pertenecen a la genial Stephenie Meyer y a la Saga de Twilight. 
Spoliers: Ninguno, es un crossover, pero tiene algo de inspiración en la película Underworld 
Calificación: Ninguna 
Dedicatoria: A Cata, que me dio el aliento para continuar. 
Nota: Se supone que la historia se da a fines de la segunda temporada, más o menos. Como es un universo alternativo, algunos datos que conocemos seguramente no coinciden. 
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Clasificacion: Touchstone

Suspenso

Angst / Drama

Crossover

Crossover con: Twilight

Fanfic:  
“...non c'è una cosa che non ricordi noi 
in questa casa perduta ormai 
mentre la neve va giù 
è quasi Natale e tu non ci sei più” 
In assenza di te – Laura Pausini 
 
 
9. Hielo. 
 
Supuso que quizás podría pasar desapercibido. O al menos no tenía pensado recordarlo. 
Pero las cosas casi jamás se dan como imaginas. 
22 de diciembre. 
Un año. 
Un año de su nueva vida como… vampiro. 
El color escarlata de sus ojos había ido desapareciendo para dar paso a una tonalidad ámbar. Pronto tendría los mismos ojos topacio que tenían los Cullen. 
Su familia. 
La familia había decido mudarse, pero sólo un poco al norte de la frontera, en las afueras de Hope, en Vancouver. De momento se habían descartado las opciones de las universidades para los más “jóvenes”; nada cerca de las grandes ciudades hasta que Renesmee alcanzara su madurez, en unos tres años y medio o cuatro. Edward y Bella no querían perderse ninguno de estos momentos. Desde luego, durante este tiempo, Jacob debería continuar transformándose o comenzaría su proceso de “envejecimiento”. Estaría un tanto alejado de su manada, pero la presencia de los vampiros no minaría su capacidad. Por otra parte estaba Charlie, el padre de Bella, demasiado aficionado a su muy especial hija. Él y Sue, su nueva compañera, podrían ir a verlos cuando quisieran, aunque eso significara que debían soportar a más lobos en la casa, porque era innegable que aparecerían por allí Seth y Leah, los hijos licántropos de Sue. No era que fuera un problema para la familia, Seth era casi un hijo consentido y Leah… bueno, ella prefería permanecer en los alrededores en su forma lobuna. 
Katherine se había acostumbrado a las pequeñas contingencias de la vida en familia. 
Le habían enseñado a controlar su sed y también su fuerza, aunque valgan verdades, a estas alturas ella sentía que parte de esta se había perdido. No sin cierto beneplácito para Emmett, el hermano más fuerte de la familia. 
“Estás alcanzando tu estado normal” le había dicho Carlisle, el patriarca –sonaba extraño para un hombre que no aparentaba ni siquiera los 35 años de edad. 
Este le había otorgado libre acceso a su vasta biblioteca, en la esperanza de que pudiera encontrar algo que realmente le agradara hacer. Finalmente había decidido que su vocación seguía siendo la medicina. 
Con la ayuda de un humano en Seattle, un abogado –Katherine no entendía todavía que hacía un humano cualquiera ayudando durante años a ese tipo de criaturas a todas luces extrañas, ni aún las enormes sumas de dinero lo justificaban- obtuvieron la documentación que necesitaban.  
Después de las fiestas, Emmett y Rosalie saldrían en su enésimo viaje de luna de miel, Jasper y Alice habían decidido pasar una temporada en Alaska; por su parte Edward, en un afán investigativo, había conseguido un empleo como maestro de música en una pequeña escuela vecina, mientras que en sus ratos libres se dedicaba al estudio de la psicología infantil, contando con la ayuda de primera mano de su hija y los preciosos aportes de su esposa que era nada más y nada menos que la perfecta ama de casa e institutriz de Renesmee. 
Por su parte, a Carlisle no le fue nada difícil encontrar un trabajo en el hospital de Hope, mientras que Esme, su esposa, colaboraba con las damas que dedicaban su tiempo a ayudar a los pacientes con cáncer; con tanto ahínco cuanto más contradictorio le resultaba sentir un alivio al permanecer con ellos a causa del desagradable olor que emanaba su sangre. 
Por supuesto ella era consciente de que no podría seguir los pasos de Carlisle y había entrado a trabajar a la Morgue de Hope. Aunque había conseguido controlar su sed y no resultaba ya peligrosa para los humanos que caminaban por los alrededores, no habría podido asegurar cuál sería su reacción de hallarse en una sala de emergencias o en un quirófano. El olor de la sangre era una tentación casi imposible de resistir, no se le podía comparar con nada. 
O casi nada. 
Hubiera querido estar en ese estado de control la Navidad pasada. Quizás hubiera podido hablar con él en lugar de intentar matarlo. 
Aunque probablemente no hubiera podido. 
En comparación con sus actuales recuerdos, aquellos humanos aparecían borrosos, como cubiertos por una telaraña o una finísima capa de hielo traslúcido. 
Y sin embargo ella sabia que el deseo que había experimentado por él la última vez que lo vio no se debía únicamente al olor que expedía su sangre. 
A través del hielo, ella podía reconocer ese deseo inconsciente que había ejercido sobre ella, casi desde siempre, el aroma de su piel, sus gestos, el calor que emanaba de su cuerpo.  
Recordaba vagamente la paz que sentía cuando podía perderse en la verde profundidad de sus ojos, era como sentirse en casa. 
Y lo añoraba. Y la aterraba. 
Le daba muchísimo miedo el que no era una añoranza desesperada, era más bien como uno de esos pequeños y livianos copos de nieve que ahora veía caer sobre y alrededor de ella, tan leves que se disolvían apenas tocaban la superficie. 
Era una vieja añoranza, casi imperceptible. 
Katherine Cullen se preguntó si alguna vez volverían a encontrarse y si entonces, ya convertida en una criatura fuerte, vería con claridad lo que ahora se presentaba borroso a su memoria; se preguntaba si sentiría nuevamente algo dentro de ese corazón pétreo, ese corazón que había dejado de latir. 
O quizás fuera mejor dejar atrás todo aquello, intentar sepultar bajo recuerdos nuevos y nítidos aquellos difusos y perderse para siempre, dejar que creyera que estaba muerta y que siguiera su vida. O que aprendiera a construirse una. Al fin y al cabo, los humanos tienen la ventaja de la limitada capacidad de retener vivencias, las entierran en tiempos relativamente cortos si lo consideras desde el punto de vista de un inmortal.  
Quizás la realidad de la transformación había calado en ella hasta donde jamás habría imaginado, hasta convertirla en una criatura fría y vacía que no se sentiría jamás en la obligación de llevar el peso de su mundo pasado sobre los hombros. 
Quizás, sin saberlo, había estado predestinada desde siempre a ser la dama de hielo. 
 
 
 
10. El peso del mundo. 
 
Margaret Scully le había telefoneado para invitarlo a pasar las navidades en su casa. Lo había considerado mucho, no le apetecía soportar a Bill Scully, el iracundo hermano de su ex compañera. Cierto, no quería desairar a Maggie ni a su hija Melissa, lo habían tratado como un miembro más de la familia y sabía que en verdad lo apreciaban. Pero también sabía que, aunque nunca le habían hecho el más mínimo reproche por la muerte de Dana, él sí que lo hacía, llevaba el peso de ese mundo de culpa sobre los hombros. 
Declinó la invitación y decidió que aprovecharía esos días libres para “llevarse” trabajo a casa. 
Con pequeños pasos, tan sutiles que pasaban desapercibidos, había logrado acumular ciertas informaciones que resultaban increíbles, incluso para él. 
Y escalofriantes. 
Porque se había topado con la existencia de una guerra, una guerra tan antigua como los tiempos, que se había desarrollado desde siempre en medio de los hombres aunque se tratase de una guerra entre criaturas míticas, diabólicas. 
Lo que resultaba sorprendente es que no era una guerra desconocida. 
 
- Los militares han estado implicados en ella en modo indirecto – le había dicho Langley. 
- ¿Los militares? ¿Pero cómo? 
- Desarrollando la tecnología más inverosímil que puedas imaginar – dijo Frohike. 
- Los militares conocen y han conocido de la existencia de estas criaturas y han estado intentando, por siglos, crear la tecnología que les permita enfrentarlos y controlarlos –agregó Byers- Imagínate lo que serían capaces de hacer si pudieras experimentar con esos seres, encontrar la manera de crear híbridos inmortales. 
- ¿Híbridos? 
- Este tipo de criaturas han venido sosteniendo un enfrentamiento que ha llevado a unos al dominio secreto y a otros casi al borde de la extinción.- dijo Frohike. 
- Desde luego que es más que un simple odio ancestral. La convivencia es imposible. Estas criaturas son ponzoñosas la una para la otra, Mulder –añadió Langley- Ahora, si pudieras hacerlas resistentes la una a la otra… 
- Tendrías un arma perfecta para someter a los inmortales que existen en el mundo. 
- Pero son criaturas de la oscuridad 
- No del todo, Mulder –intervino Byers- Hemos escuchado historias de vampiros que se mueven libremente durante el día. 
- Como el médico que vi – dijo Mulder entre dientes- Quizás sean vampiros antiguos, porque Scully tenía un aspecto realmente perturbador y sé que… 
- Mulder, Scully está muerta –lo interrumpió Frohike abruptamente- Es hora de que lo aceptes, de que todos los hagamos. 
 
Sí, Mulder entendía lo que Frohike quería decir. Estaba seguro de que ese pequeño hombre había querido realmente a Scully, estaba más seguro de ello que de sus propios sentimientos o de las razones que lo impulsaban a seguir buscando 
¿Pero qué? 
Era más racional creer en extraterrestres grises, eso podía tener hasta explicaciones científicas. 
¿Pero un mundo de vampiros y hombres lobo? 
¿Debajo de sus pies? ¿Alrededor de ellos? 
Lindaba en la locura. 
Pero él tenía indicios de esa realidad. ¿No sería peligroso continuar metiendo las narices en aquello? Y si después se topaba con la certeza de la existencia de esas criaturas ¿lo ayudaría a encontrar a Scully?  
¿Y eso de qué le serviría? ¿Qué cosa se encontraría? 
Recostado sobre el sillón de cuero frente al televisor que ahora emitía sólo un montón de puntos destellantes, con una foto de Scully en la mano que reposaba sobre su pecho, recibió la Navidad. 
Pero no se dio cuenta de ello. Abrumado por el peso de ese mundo de dudas, se había quedado dormido. 
 
 
11. Los hombres de papel de seda. 
 
La nieve cubría ya los jardines de la casa y ocultaba con su inmaculada decoración las figuras de piedra que los ornaban. Blancas eran también las hondas cañadas, el bosque entero y blancos los pinares que escalaban las pendientes. 
Katherine estaba deleitándose con el paisaje a su alrededor cuando los vio. Eran dos varones, bajos si los comparaba con los miembros de la familia Cullen, pero ambos esbeltos, uno tenía la cabellera de color rubio cenizo muy claro, casi gris pálido, mientras el otro tenía la cabellera castaña, demasiado sedosa en contraste con su piel. Y es que ambos personajes traspasaban con creces los límites de la palidez. Sus rostros parecían casi traslúcidos, aunque con cierto aspecto polvoriento, como el del papel de seda que utilizaban los niños para construir sus cometas; los ojos de ambos eran pequeños, agudos, de un color borgoña oscuro. 
Por un segundo, un antiguo instinto la invadió y quiso retroceder mientras buscaba algo en su espalda. ¿Un arma, quizás? Pero reaccionó casi de inmediato, y se acercó a la verja con la vista clavada en los desconocidos.  
 
- ¿Estamos en la residencia de la familia Cullen, señorita? – preguntó el de cabello castaño. 
 
Ella respondió afirmativamente, a la vez que daba vuelta a la llave en la cerradura y abría una hoja de la verja. No supo cómo pero fue capaz de detectar el acento.  
Eran rumanos. Vestían trajes simples de color negro. Los ademanes de ambos eran distraídos, casi indiferentes.  
 
- ¿Sería posible que Carlisle nos recibiera? Venimos de muy lejos y necesitamos hablar con él. 
- Adelante. 
 
Los desconocidos siguieron a la mujer. Katherine podía percibir que la investigadora mirada escarlata del hombre de cabellera castaña. Era molesto. 
 
- ¿A quién debo anunciar a mi hermano, caballeros? 
 
Los visitantes intercambiaron una breve mirada. 
 
- Yo soy Vladimir –dijo el rubio- y él Stefan. 
 
Katherine se alejó pero volvió casi al momento en compañía de Carlisle. 
 
- ¿Qué los trae tan lejos de sus tierras? –preguntó Carlisle a modo de saludo. El tono de su voz era cortés, pero Katherine notó una pincelada de desacostumbrada tensión. 
- Asuntos… lobunos –dijo Vladimir. 
- Hemos oído decir que tuviste un pequeño encuentro con ellos- añadió Stefan- y no nos referimos a las mascotas indias. 
 
Katherine contuvo la respiración al oír que el incidente había llegado hasta el otro confín del mundo. 
 
- Las voces corren rápido. 
- Tanto que de un momento a otro podría llegar a los Vulturis – dijo Stefan- si no lo saben ya. 
- Lo cual, como imaginarás, podría representar una pequeña visita –secundó Vladimir- A territorio americano, quiero decir. 
- Y visto que tú y tu familia han decidido cambiar de residencia… 
- No hay razón para no actuar… 
- Y por cierto, tu familia cada vez es más numerosa –dijo Stefan volviéndose a Katherine. 
 
 
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El incendio en las afueras había tomado proporciones colosales; en el horizonte, el cielo de la noche se observaba rojo a través de las nubes formadas a partir de la humareda. Un espectáculo atractivamente macabro. No fue sino al cabo de dos días, cuando al fin fue sofocado, que los agentes del FBI entraron en los bosques a fin de reunir pistas. 
 
Cuando el agente Mulder entró, contempló el espectáculo que se ofrecía ante él. Todavía se observaban unas pocas llamas y la humareda flotaba por encima de la hierba, aún densa, lo suficiente para abrirse como una cortina con cada movimiento de los agentes.  
Lo que verdaderamente le sorprendía era el olor de ese humo. Una mezcla de carne quemada, hierba chamuscada e… ¿incienso? 
 
- Agente, venga a ver esto. 
 
Mulder se agachó sobre aquello que le señalaba un joven agente. Los restos carbonizados de un brazo que parecía haber sido arrancado de cuajo. 
 
- Hay restos regados por todas partes del claro. Algunos han sido consumidos por el fuego casi por completo. 
- ¡Dios mío! –escuchó la exclamación de su compañera y, en cierto modo, se sorprendió de verla flaquear. 
- Parece como si hubiesen sido desmembrados por animales hambrientos –murmuró. 
- Pues al parecer una manada de lobos ha quedado atrapada en el incendio también – señaló otro agente –hay restos de ellos calcinados. 
- Tomen muestras –dijo Mulder sin poder evitar sentir la confirmación de sus sospechas más extravagantes – y lleven a Quántico todo lo que se pueda examinar. 
 
 
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- Horrible –murmuró Alice con apenas un hilo de voz, mientras se refugiaba en los brazos de Jasper. 
- Ha sido una verdadera masacre – secundó Edward que, aún cuando tenía sujeta la mano de su joven esposa, estaba concentrado en las imágenes que Alice tenía en su mente. 
 
Carlisle había convocado a la familia en pleno, exceptuando a Jacob (tenía que ser considerado parte de la familia) que se había quedado con la niña. Las noticias que habían traído aquellos hombres con aspecto de papel de seda eran inquietantes. 
 
- Pensé que los enfrentamientos con los licántropos habían quedado como algo del pasado – murmuró Esme. 
- Y yo creí que eran solo viejas leyendas –dijo tímidamente Katherine.  
- Lo cierto es, mi hermosa señora, – intervino Stefan con un tono de voz que la neófita vampiresa sintió un escalofrío aún sabiéndose incapaz de sentirlo- que la historia de los vampiros y los licántropos, los verdaderos hombres lobo, está marcada por una guerra ancestral. 
- Esos seres primitivos fueron en un tiempo esclavos de nuestra raza – dijo Vladimir – y eso debieron seguir siendo. 
- Los vampiros hemos llevado a esas pobres criaturas casi al borde del exterminio –dijo Carlisle moviendo levemente la cabeza en un gesto desaprobatorio- y nadie está seguro ni siquiera de cómo comenzó esta guerra. 
- ¿Por qué nosotros no sabíamos de esa guerra? – interrogó Bella. 
- Lo importante es saber en cómo nos afecta – dijo Jasper con frialdad. 
- Esto no puede haber sido iniciativa de un puñado de licántropos, hay alguien detrás. 
- Las manadas han crecido en las sombras – murmuró Alice. 
- ¿Esos animales odiosos están buscando el dominio? –el tono de Vladimir era por demás mordaz - ¡Es una de las cosas más risibles que se puedan concebir! 
 
“¿Por qué criaturas habituadas a esconderse se atreverían a atacar a vampiros a plena vista de los humanos?”, pensó Katherine sin percatarse que estaba compartiendo sus pensamientos. “Algo… alguien está instigándolos, se sienten más libres de poder actuar abiertamente 
 
- El problema es que los licántropos están avanzando hacia el norte, están buscando a los aquelarres para enfrentarlos – dijo preocupado Carlisle – y eso puede llegar a mayores. Sobretodo si llega a oídos de los Vulturis. Todavía están buscando un motivo. 
- Es probable que lo sepan ya, tienen forma de hacerlo –apuntó Stefan- El caso es que si intervienen, los más perjudicados serían los Cullen… 
- Nosotros no estamos detrás de esto –se indignó un poco Bella- también somos víctimas. 
- Creo –dijo Katherine suavemente- que se debe a la cercanía que tiene la familia con los quileutes. 
- Sabía que en algún momento esos perros nos traerían problemas –Rosalie hizo una mueca de desagrado. 
- Ellos nos han ayudado en momentos difíciles –dijo Esme. 
- Y ahora están en riesgo por eso –el tono de la voz de Edward dejaba traslucir su preocupación – Carlisle, no podemos permitir que sigan avanzando. 
- ¿Y qué esperamos? – el entusiasmo que Emmett mostraba cada vez que veía cerca la oportunidad de una pelea era una cosa que nunca dejaría de sorprender a su propia familia -¡Vamos por los cachorros! 
 
 
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- Noche de luna nueva. 
 
Katherine Cullen había decidido salir a dar un paseo por los bosques sumergidos en la más absoluta oscuridad, agobiada como se sentía ante la idea de los eventos que se aproximaban. Esperaba poder distraerse practicando un poco el control de sus habilidades y por eso le sorprendió tanto la voz, grave pero suave, que sintió a su espalda. A pesar de sus agudísimos oídos, no lo había sentido aproximarse. 
 
- Se concentra usted en una sola cosa y pierde la percepción de lo que la rodea, señorita. –dijo el vampiro- puede ser muy peligroso. 
- ¿A qué se debe su presencia en este bosque y a esta hora? –interrogó Katherine intentando parecer indiferente -¿Está usted de cacería? 
- Oh, no –sonrió él- la sangre animal continúa repeliéndome y no quiero molestar a Carlisle recorriendo los poblados vecinos. 
- ¿Por qué vinieron a darnos esa información?  
- ¿Se refiere a por qué seguimos aquí a pesar de… nuestras diferencias? 
- Ustedes jamás podrían llevar nuestro modo de vida simplemente porque sienten desprecio por la vida humana. 
- Todos fuimos humanos alguna vez, Katherine. ¿Me permite llamarla así? 
- ¿Y no lo extraña? 
- Mi bella señorita, lo maravilloso de nuestra raza es que los recuerdos de nuestra existencia mortal pasan a ser sombras después de algunos años. Y nosotros llevamos demasiados siendo inmortales. Imagino que usted aún tiene recuerdos frescos… 
Katherine pensó que eso era relativo, lo único que realmente conservaba de su vida humana eran sensaciones, aromas, deseos, visiones… todos velados por ese sutil manto de neblina que ella atribuía a la muerte. 
- ¿Tendremos que esperar a localizar a estos licántropos en su forma humana? ¿Será más fácil enfrentarlos así? 
- ¡Qué encantadoramente inocente puede ser usted! – dijo Stefan con una sonrisa condescendiente – Tampoco los licántropos son lo que eran. Ahora ya no se transforman a causa de la luna llena, pueden hacerlo a voluntad. Eso es lo que los hace verdaderamente peligrosos. 
- Entonces no son criaturas nocturnas. 
- No, nunca lo fueron. En tiempos remotos, ellos eran los guardianes diurnos de los vampiros. 
- ¿Cómo comenzó la guerra? 
- Está prohibido buscar en el pasado, Katherine –dijo Stefan dando un paso hacia atrás y haciendo una reverencia –le sugiero que lo recuerde. 
 
A ojos humanos, la partida de Stefan hubiera parecido imposible.  
Sólo una leve brisa y el sonido del sutil crujido de las hojas de los árboles delataban aquel movimiento. 
 
 
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El invierno calaba profundo aquel año. 
En un mes y medio no llegaron más noticias acerca de enfrentamientos entre licántropos y los vampiros de los clanes del sur. Eso había dado ciertas esperanzas al líder de los Cullen que había tomado la previsión de reunirse con el aquelarre Denali, siempre hermanado. Ambas familias habían decidido que ante todo buscarían una entrevista con el líder del viejo clan sureño, latente como estaba la sospecha de que los Vulturis eran conocedores de la situación. Hubieran querido no intervenir, pero era necesario saber, la supervivencia de la forma de vida que habían elegido era lo que en realidad parecía estar en juego. 
Los rumanos, argumentando el deber de “supervisar sus dominios” habían partido a comienzos de febrero. La única novedad era la carta que ahora sostenía Carlisle entre sus manos.  
Era de Stefan. 
Para nadie en la familia había resultado imperceptible el interés que uno éste mostraba por la miembro más reciente de la familia. Y aunque, claro, dicho interés se manifestaba muy al estilo de un viejo vampiro, Carlisle no podía ignorar lo contradictorio de las sensaciones que el hecho le inspiraba. Por un lado, la preocupación por las reacciones que ese peculiar acercamiento pudiera suscitar por parte de su hermana, joven e inexperta. Pero de otro lado, estaba la secreta esperanza de que Katherine pudiese influenciar tanto en un vampiro tan ortodoxo hasta el punto de hacerle cambiar su propio estilo de vida, inculcar en él el cuidado y el respeto por la vida, sobretodo la humana. 
Ahora estaba esta misiva.  
Tendría que hablar al respecto con Katherine. 
Quizás… 
 
 
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Esme entró en la biblioteca, llevando a Katherine de la mano. La soltó y tomó asiento al lado de su esposo. La mujer pudo percibir la mirada tierna y preocupada de Carlisle fija en su palidísimo rostro. 
 
- ¿Qué sucede? – una repentina ansiedad la asaltó en ese momento pero se esforzó por no dejar traslucir algún tipo de emoción mientras buscaba una silla con la mirada.  
- No es nada… Bueno, en realidad ha sucedido algo inesperado… 
- ¿Un… cómo?... – preguntó maquinalmente Katherine. 
- Una demanda de cortejo para ti… ¿Adivinas de parte de quién? 
- ¿Una qué? –exclamó esta vez estupefacta. Sus esfuerzos y los dos meses de práctica para controlar la manifestación de sus emociones parecían no surtir efecto cuando se trataba de sorpresas. – No comprendo, quién, yo no conozco a nadie…  
- Stefan… dijo Carlisle. 
- ¿Una demanda de cortejo? Eso es… es… es medieval, es… ¡absurdo! ¿Qué pretende ese vampiro retrógrado? 
- No es algo tan inverosímil –murmuró Esme. 
- Katherine escucha –Carlisle usaba su acento más tranquilizador – Stefan proviene de una época muy pasada, estoy hablando de los orígenes de nuestra especie. El continúa viviendo en un mundo de tradiciones estrictas en el cual los matrimonios se hacían así. 
- ¡Oh, por Dios! ¿Estás hablando de que tiene intenciones de casarse conmigo? ¿Un matrimonio por conveniencia? 
- Katherine, ¿por ventura ignoras que eres bastante bella para producir la famosa impresión fulminante?  
- Eso no tiene sentido… 
- Desde luego que existe algo de conveniencia en las pretensiones de Stefan, si es que nuestras suposiciones van por el camino correcto. Tú eres parte de una forma de vida que jamás ha comulgado con la corriente tradicional. 
- Además de ser el miembro más reciente de los clanes que se hallan bajo el control de los Vulturis –intervino Esme. 
- Si a eso le añadimos la relegada posición a la que él y Vladimir se han visto sometidos durante siglos… 
- ¿Quiere hacer una alianza? 
- Probablemente lo que desee es fortalecer su clan, sí –dijo Esme. 
- Los Cullen hemos demostrado un cierto liderazgo, una capacidad de convocatoria que nos ha hecho incómodos ante los Vulturis, pero que también nos da cierta inmunidad… 
- Una inmunidad de la que ellos también gozan, como padres de la especie. 
- Es esto en lo que apoya su demanda – Carlisle tendió hacia ella una hoja de color gris pálido, que exhalaba sutilmente aquel perfume ligero, una esencia antigua que persistía en el ambiente cada vez que el viejo vampiro estaba cerca. 
 
Katherine recorrió rápidamente con la vista las líneas de la carta, en la cual, en términos elegantes aunque fríos, Stefan solicitaba al patriarca del aquelarre se le permitiera iniciar un cortejo oficial con serios propósitos de matrimonio, declarando que esperaba encontrar en la señorita Cullen la esposa seria que él buscaba. 
 
“Su hermana no habrá de tener un gran cambio en sus costumbres si por ventura llegara a convertirse en mi esposa –decía en un párrafo-. No tengo intención ninguna de obligarla a llevar la vida de mi sociedad, a veces deplorable. Al contrario, deseo ofrecerle una existencia tranquila, pues busco una persona juiciosa, y tal me ha parecido la señorita Cullen” 
 
Lo que en el tono de esa carta se precisó claramente para la novel vampiresa, bajo las correctísimas frases de un experimentado vampiro, era la frialdad absoluta, probablemente tan profunda como lo era su propia indiferencia. Admitiendo que él hubiese sentido la “impresión fulminante”, no había sabido demostrarlo de ningún modo, pese a su habilidad literaria. 
 
Tendió a su hermano la elegante misiva, cuyo perfume la impresionaba desagradablemente. 
 
- Katherine, quiero que sepas que yo te estoy dando a conocer aquello que sucede, porque te considero realmente una hermana. Pero jamás me tomaría la atribución de acceder o negarme a una solicitud respecto de tu vida, así que si quieres, en este momento escribo una respuesta aclaratoria … 
- Lo voy a considerar, Carlisle. 
. ¿Estás segura? 
- Sí.  
 
 
 
 
 
 
Continuará. 
 

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