Nombre del Fanfic: El Mundo Inadvertido
Capitulo: 7
Autor: Luvi_trustno1
Dedicado a: Disclaimers: Mulder y Scully pertenecen a la Fox, a la 1013 y a C.C. Los vampiros le pertenecen a la genial Stephenie Meyer y a la Saga de Twilight.
Spoliers: Ninguno, es un crossover.
Calificación: Ninguna
Dedicatoria: A Cata, a Mariela y, en la distancia, a Altamira.
Nota: Este capítulo es súper chiquitito, sorry, así es la inspiración…
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Clasificacion: Touchstone
Suspenso
Angst / Drama
Crossover
Crossover con: Twilight
Fanfic:
“… si estuvieras tan lejana de mí como las playas el más lejano mar, te encontraría…”
William Shakespeare. Romeo y Julieta.
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12. El pájaro en la jaula.
Stefan regresó a Hope a finales de marzo. Entró en la casa, saludó a Esme, se inclinó ante Katherine, pronunciando una frase de agradecimiento en extremo galante y oportuna y, tomando la fría y pálida mano, la rozó con sus labios marmóreos.
El tema de la aparente calma que parecía reinar los últimos meses entre los licántropos y los vampiros de los clanes del sur, vino por fortuna en auxilio de Katherine, que sentía una opresión en la garganta y una molestia punzante ante aquel vampiro en quien adivinaba un espíritu zumbón, aunque no podía negar que que se hallaba intimidada por aquellos ojos penetrantes cuya mirada encontraba con frecuencia.
- Carlisle –dijo de pronto Stefan con su particular acento rumano, elegante y sarcástico- permíteme que hagamos un alto a esta conversación y concédeme, como cabeza de familia, el placer de invitar a la señorita Katherine a dar un paseo, me parece que en lo alto de las colinas asoma un rayo de sol y quisiera mostrarle el golpe de vista que se cubre desde allí. Desde luego –esta vez se dirigió a ella- si esto puede interesarle a usted, señorita…
Katherine miró primero a Carlisle y a Esme y luego asintió, poniéndose de pie y precediendo al antiguo vampiro hacia el bosque que se hallaba en la parte posterior.
Caminaban a un paso por mucho menos que humano, a través de los árboles que remontaban las colinas, sin que pudiera traslucirse en aquellos personajes el más mínimo indicio de fatiga. Ella se sentía extrañada de la timidez que la invadía, no encontraba ni una sola palabra que decir a aquel personaje que, ante ella, se mostraba tan elegantemente correcto, tan fríamente cortés. Fue él quien tomó la palabra.
- Así que ha sido usted bien enseñada para seguir los pasos de Carlisle y dedicar su tiempo a… trabajar por los humanos…
- ¿A qué se refiere?
- Está ejerciendo la medicina…
- Eso no es producto de la instrucción de Carlisle. En mi vida humana yo era doctora en medicina.
- ¿Así conoció a Carlisle?
- En realidad fue durante una investigación que involucraba balas de plata –ante la mirada atónita de Stefan añadió- yo era agente del FBI.
- Estuviste en el incidente del metro, entiendo.
- Así es –asintió Katherine y un oscuro nubarrón de recuerdos vagos, viejos, se abrió paso a través de sus pensamientos- Resulté herida, entré en un coma por muerte cerebral.
- Y Carlisle, el gran altruista, decidió quitarle su vida humana para evitarle el sufrimiento – la nota sardónica de su voz encendió una chispa de rabia en el interior de la mujer.
- No, la que decidió acabar con esa vida fui yo misma, Carlisle decidió darme una nueva.
- No me parece usted del tipo suicida – la mirada de él la estudiaba.
- Como dije antes, yo era doctora. Tiempo antes del “incidente”, fui secuestrada y cuando me hallaron estaba en coma. Entonces decidí libremente que si me encontraba en una situación similar, sin más opciones que la de vegetar en una cama de hospital, se me desconectara de cualquier aparato que prolongue la vida artificialmente.
- Ah, sí… -suspiró Stefan- la ciencia humana y sus juguetes, pretenden conocerlo todo y lo único que hacen es quitarle el misterio a la vida.
- La medicina busca conocer para salvar vidas –protestó ella.
- ¡Oh, poco me satisface semejante instrucción en una dama! – respondió con alguna vivacidad el hombre de faz gris marmórea – En estos tiempos atiborran a las jóvenes de conocimientos de todas clases; pero ¿qué les resta a menudo de ellos?
Llegaban a lo alto de la colina: la nieve crepitaba bajo sus pies. El vampiro se recostó de lado sobre el tronco de uno de los árboles, con los brazos cruzados sobre el pecho, y contempló largamente el valle, todo blanco, los pinares cubiertos de su inmaculado vestido.
Pero visto desde el otro lado del acantilado había otro cuadro hermoso y austero: junto a los árboles los pálidos rayos del sol caían sobre dos figuras, una tanto o más blanca que la otra, y hacía brotar de sus rostros miles de pequeñas manchas centelleantes, como fulgores arrancados a diamantes.
- Este país es magnífico, pero de aspecto muy severo – observó el hombre – La existencia debe ser aquí bastante triste para usted, acostumbrada a otro ritmo de vida.
- No he tenido tiempo de advertirlo. Por otro lado, de donde vengo, la nieve en invierno tiene para mí grandes atractivos.
- En ese caso Transilvania tendrá forzosamente que agradarle – Aunque sabía que era imposible, Katherine podía jurar que había sentido un escalofrío al oír aquel nombre de cuentos de horror- El castillo está admirablemente situado en la zona de los Cárpatos meridionales; los alrededores son preciosos, aunque claro no podrá usted cultivar muchas relaciones. ¿O acaso apetece de las distracciones mundanas?
- De ningún modo –ella respondió espontáneamente la pregunta pensando en la mordacidad que encerraba- Aspiro únicamente a una “vida” tranquila y útilmente ocupada.
El hombre envolvió en rápida mirada el rostro cuyas líneas se perdían ante los destellos de su piel bajo los tenues rayos del sol invernal. Observador inimitable, pudo leer una absoluta sinceridad en los grandes ojos que ya mostraban la tonalidad topacia propia de los Cullen y no pudo menos que aprobar sus palabras, pero de cualquier modo sonrió irónicamente al añadir.
- Los enfermos de las vecinas Tirgoviste y Pjoieieti estarán encantados de poner sus vidas en tan buenas manos. Y estoy seguro que no tendrá usted problemas en aprender la lengua.
- En absoluto –añadió ella dejando traslucir una nota rebelde en su voz.
Si el viejo vampiro se dio cuenta del efecto producido por sus palabras, no se dignó a atenuarlo. Cambiando de conversación, preguntó mirando las muñecas de la mujer.
- ¿No le gustan a usted las joyas?
- Sí… sí me gustan – ella parpadeó sorprendida.
- Es que veo que no lleva ninguna.
- En realidad entiendo poco de joyas… - Lo que en realidad Katherine hubiese querido decir era “¡Me importa tan poco ese tema en comparación con tantas otras cosas que me inquietan” – Nunca pensé en desearlas.
- Pues yo tendré el placer de ofrecérselas. Pero antes quisiera conocer sus gustos. Así, si en algún omento aceptase usted y tuviese a bien llevar mi nombre, podría escoger el anillo de esponsales.
- Hágame el obsequio de elegir por el suyo, y será lo mejor – Katherine luchó por evitar que la irritación que sentía se filtrara a través de sus palabras.
- Está bien –dijo el hombre con el tono de un hombre quien ha dirigido una petición por pura cortesía, pero que está convencido de que, en efecto, la solución era completamente razonable.
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La figura del hombre se deslizó por entre las sábanas fuera de la cama, dejando a su compañera profundamente dormida.
Se enfundó en un par de jeans, unas tenis y una sudadera y se escabulló hacia la pequeña sala, hacia su viejo sofá de cuero, frente al computador portátil que se hallaba sobre la mesa de centro y que se había convertido casi en parte de su anatomía.
Repasó nuevamente el video. Allí estaba ella, aquel nefasto día. Le había costado reunir las imágenes de las diversas cámaras de seguridad que se hallaban apostadas en la estación, pero por fin había conseguido armar una secuencia de eventos, había podido identificar los rostros de ciertos personajes, oscuros personajes, que escapaban, que se protegían en la oscuridad de las alcantarillas.
Eran reales. La guerra era real.
Y ahora estaba seguro, ahora que lo había visto con sus propios ojos.
Y es que una semana antes, había vuelto al lugar de los hechos. Había decidido internarse en el laberinto de túneles subterráneos buscando. Hasta que oyó ruidos, voces, un barullo que lo guió hacia un conducto debajo del cual un grupo de hombres presenciaba una pelea peculiar, una pelea entre dos figuras bípedas que más tenían de animal que de humano.
Era escalofriante. Aquellos seres que en vez de manos tenían garras, aquellos seres de complexión descomunal, desnudos y cubiertos de pelos, con las fauces abiertas y agresivas, se atacaban entre sí, se herían, enardecidos por el tumulto de hombres alrededor de ellos.
No hizo mucho esfuerzo para contener el aliento cuando se dio cuenta de que uno de aquellos espectadores con forma humana comenzaba a olfatear el aire. Su poca imaginación lo había puesto en peligro, supo que su aroma lo delataría y estaría perdido. Se paralizó.
Alguien en el cielo debía apreciarlo en serio, porque aquel hombre se distrajo cuando el sonido de una potente arma al dispararse acalló el barullo.
Una voz imponente se hizo eco en las tuberías.
- ¡Parecen una manada de perros rabiosos!
El recién llegado era un hombre joven de castaña cabellera larga con una barba incipiente alrededor de su mandíbula; recorría con la mirada a cada uno de los contrincantes que, para mayor sorpresa del agente federal Fox Mulder, empezaron a sufrir una metamorfosis para tomar la forma de dos hombres, desnudos, con heridas que a cada segundo parecían ser más y más leves
– Estamos en una guerra, señores. Y no la ganaremos si seguimos comportándonos como animales. Ustedes dos ¡vístanse! Los quiero a todos en sus puestos, ahora.
El grupo se comenzó a dispersar y Mulder sintió que la sangre volvía a circular en su cuerpo. Entonces su cerebro comenzó a trabajar velozmente para hallar el modo de salir de allí sin ser descubierto.
De otro modo en ese momento no estaría allí, en la apacible penumbra de su apartamento, luego de una sesión convencional de sexo sin sentido, como otras tantas en su vida.
Se frotó los ojos y apoyó la cabeza entre las manos.
Se sentía atrapado, enjaulado. Tenía que liberarse.
Y aunque fuera una locura, sabía que la única forma de hacerlo, era metiéndose en la guarida del lobo.
O en la cueva de los vampiros.
Lo que encontrara primero…
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Luego de su última partida, aquel novio singular no dio más señales de vida (si podía aplicarse el término) que el envío de una canastilla de flores, una verdadera maravilla debía reconocerse.
Katherine, aunque sin decirlo, prefería que fuese así. Al menos en aquella última semana podía reflexionar en paz sobre el camino que estaba siguiendo.
Sabía que debía romper los lazos que aún la ataban a su vida humana, no podía volver los pasos hacia atrás. Ahora debía actuar como correspondía a alguien que agradecía lo que se le había obsequiado, debía proteger a su nueva familia, debía animarse para aceptar y conducir el angustioso proceso de ponerse bajo la autoridad de aquel extraño a quien temía pero a la vez deseaba conocer mejor.
- Siempre has sido una gaviota –oyó la voz de Edward a su espalda uno de esos monótonos días.
Y es que sus largas horas de soledad las transcurría interna en el bosque, entrenándose en el control de su particular habilidad, como si en ello pudiese encontrar la fuerza para afrontar lo que cualquiera hubiera llamado porvenir.
- ¿Qué haces aquí?
- El sonido de tus pensamientos es demasiado fuerte, atraviesa las montañas –sonrió el joven.
- Lo lamento…
- ¿Por qué crees que nos debes algo?
- No te entiendo…
- Katherine, nosotros somos tu familia –aquella voz aterciopelada emitía un consuelo casi físico- ¿En verdad crees que podremos estar tranquilos sabiendo que has decidido ser el pájaro en la jaula? Si todavía quieres conservar algo de lo humano que había en ti, que sea el impulso para hacer lo que tu corazón te dice.
- Sería un error…
- Nunca lo sabrás, si no lo intentas. Estás atrapada en el sentimiento de culpa y la culpa es una carga demasiado pesada cuando estás obligado a llevarla por toda la eternidad.
Katherine sintió un nudo en la garganta y se llevó las manos al pecho, como si tuviera un corazón que pudiese latir mucho, muy a prisa, ante la perspectiva de lo que acababa de decidir.
“¿Estaría de acuerdo Carlisle en que yo hiciera un corto viaje?”
Como si fuese el último empuje que necesitaba, la voz cálida de Edward volvió a confortarla.
- No podría negarse… Katherine, eres libre de actuar a tu albedrío -sonrió el joven -, sólo te pedimos que seas muy cuidadosa.
- Lo prometo –la luz de una sonrisa asomó a la mirada topacio de la mujer.
Pero duró apenas un suspiro. El eco de su partida se confundía con el rumor de las hojas de los árboles.
Continuará
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