fanfic_name = La última frontera

author = Ouroborox

dedicate = Este fic está dedicado a mi PACK, por aguantarme cada día,a mi perro, a mi family y a to el k lo lea

Rating = touchstone

Type = Romance

fanfic = “…por un momento, vi algo más en él. El anhelo de algo más que poder. Tal vez algo que nunca pudo tener…”

(Scully, En Ami)

Fuego.

Creo que es la única palabra capaz de describirla.

En realidad me he expresado mal, no la describe.

La intuye, explica lo que pasa alrededor cuando ella esta cerca, te hace sentir esa sensación por dentro, consumiéndote… pero no la describe.

No puede.

He llegado a un punto donde creo que ningún ser  viviente puede describir a Scully en su totalidad.

Lo sé, porque lo he intentado muchas veces, con ella presente ante mí o encerrada mentalmente.

Y creo, que si un hombre licenciado en psicología en Oxford, y con un coeficiente muy por encima de la media no puede, nadie lo hará.

Además, dudo mucho que alguien haya llegado a conocerla tan bien como yo, lo que significa que nadie podría describirla mejor que yo.

Mentira.

La conozco, pero no entera.

Y me hace sentir atado a ella como un preso sin nombre.

Lo que hace que me pase noches en vela, reconcomiéndome por dentro, ignorando todo mi ser para centrarme solo en su presencia, es que no la conozco completamente.

Todavía.

Aunque en el último año tengo una nueva forma de tortura. Desde el caso Padgett, mi subconsciente me juega malas pasadas pensando en quizá alguien haya podido conocerla mejor que yo, quizá haya alguien haya podido desenmarañar los secretos de mi Scully, de ver cosas que yo aun no he descubierto.

Me aterroriza pensar que no puedo saber todo sobre ti, que esas puertas estén cerradas para mí.

Supongo que es por eso por lo que aun sigo intentando comprenderte, buscándote donde jamás nadie había entrado.

En cada silencio descubro algo nuevo, en cada mirada una nueva incógnita, y en cada palabra…

Dios, en cada palabra descubro otro mundo. Descubro otra forma de sentir las cosas, algo que, por alguna extraña razón, no me había sido desvelado hasta aquel día cuando entro en mi despacho.

Cuando entró en mi vida.

Y, sorprendentemente, ella me dejó entrar en la suya, tomar una pequeña parte de su alma para poder presumir ante todo el mundo. Para sentirme un poco mejor conmigo mismo.

Y me salvaste Scully.

Como te dije una vez, aquel instante en mi pasillo donde las palabras no fueron suficientes y los silencios no pudieron cubrir todo lo que sentía, tú me salvaste.

No fue solo tu ciencia, y tu racionalismo, fue algo más.

Simplemente un día desperté y me di cuenta de que si seguías conmigo, yo no podía ser una persona tan horrible.

Y que si estabas tú en él, ¿por qué odiar a todo el mundo? No podía ser un lugar tan malo.

Tarde mucho en darme cuenta de eso, de que eras más que una pequeña pelirroja escéptica.

Pero el saber que te tendría cerca me cambio muchas cosas. Llenaste mi vida, Scully, ¿no lo comprendes? ¿Aún no te imaginas a los monstruos que ocupaban mi mente antes de que me diera cuenta de que existías? ¿Antes de sentirte?

Y de nuevo esa sensación, el agobiante pánico que tenía cuando esperaba a que despertaras al lado de tu cama en el hospital, el que me invadió cuando el cáncer te destruía, la que me hizo viajar hasta la Antártida para volver a sentir que todo saldría bien, porque tu estarías conmigo.

¿Pero y si no fuera así? ¿Y si te ibas y no volvías?

No podría Scully.

Porque las sombras de mi mente volverían de nuevo para matarme sin que tu estuvieras allí para defenderme, y los latidos de mi corazón carecerían de nuevo de sentido.

Y fue pánico lo que me tuve al saber que estabas con alguien que podía destruirte por simple diversión.

Y después… bueno, no fue enfado. No me enfade contigo. Ni me disgusté, no soy un padre al que tengas que dar ese tipo de explicaciones.

Simplemente fue… Oh, dios, es tan difícil. Fue…

Decepción.

De que no apreciaras tu vida tanto como yo, de que no contaras con que quizá podría morir si no te pudiera volver a ver.

Simplemente me di cuenta de que no te yo no te importaba tanto como tu a mi, o que tu misma no te habías dado cuenta de tu trascendencia en todo.

Sé que no lo entiendes. A veces ni yo mismo puedo seguir la velocidad de mis emociones cuando te tengo cerca. Tan sólo quiero que lo sepas, que me llenas por dentro, que me importas.

Crees que lo sabes. Crees que me importas como yo a ti, crees que me importas porque tu confianza, tus creencias y tu valentía son ya parte de mi vida.

Pero no me importas de esa forma, esa es solo una parte.

Me importas inconscientemente, me importas porque no eres una parte de mi vida.

Eres toda mi vida.

Me gustaría gritarlo. Pero no puedo.

No soy como tú.

De los dos, tu eres la fuerte, por eso las raras veces que te desmoronas, apenas puedo mantenerme en pie.

¿Aún no ves todo lo que me haces falta? Eres tú la que me sostiene, la que me mantiene a salvo.

Y mientras estoy aquí, apoyado en el marco de la puerta, viendo como te retuerces las manos pensando mentalmente en todas las disculpas posibles para mí.

Y solo espero que algún día lo comprendas, y que me perdones por todo lo que jamás diré.

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Hielo.

Esa es la sensación que otorgaba a Dana Scully cuando la mandé asignar para desprestigiar a Fox Mulder. Un poco de hielo y escepticismo para intentar parar a un ser consumido por sus propias llamas.

Por supuesto, me equivoqué.

No tenía ni idea de las consecuencias que ella le traería, de las ganas que su presencia despertaría en él.

Pero aun menos en mí.

Fui atraído por la luz como una luciérnaga. Fui atraído porque soy un hombre sediento de poder, y esa es la sensación que Scully irradia por todas partes. La necesidad de saber qué se puede sentir al tocarla fue más grande que mi cordura o yo mismo.

No fue hasta después, cuando me di cuenta de que todo lo que me había esforzado tanto en crear se podría haber venido abajo.

El riesgo de perder todo cuanto había hecho no hizo que me echara atrás y se durmió, ajena al peligro que corría, agotada por los esfuerzos de levantar sus propios muros.

Nunca había tenido el privilegio de ver esa faceta de la eminente doctora. Supongo que muchos hombres sueñan con ello.

La imagen de una vulnerable Dana Scully despertó en mí un sentimiento de protección que nadie jamás había visto antes. Al menos, nadie que este vivo.

Siempre he luchado.

No para ganar, eso estaba de más

No me ha impulsado ningún patético ideal como la verdad.

Tampoco ha sido un sentimiento de competitividad. He luchado hasta matar, y jamás fue para ver la sangre del contrincante, ni por uno de esos sentimientos inservibles a los que llaman venganza, amor o traición.

En realidad, tampoco he tenido una verdadera necesidad de combatir, sé que pude sentarme en cualquier momento, pero no lo hice.

Si me he pasado toda mi vida así, ha sido porque  sabia que sacar algo. Ningún acto es puramente altruista

Nunca me he involucrado en una batalla en la que no estuviera seguro de mi victoria. Jamás me han importado las bajas, si al final conseguía mi objetivo.

Pero en el viaje con Scully, no me di cuenta de una cosa. No podía ganar, si una de las bajas era yo.

No evalué los riesgos.

Debí haberme dado cuenta de que el embrujo que esta mujer tenía sobre mi hijo, podía atraparme a mí también.

Conseguí la principal causa, me apoderé de la tecnología de Cobra.

El segundo objetivo, aunque no menos importante, debilitar la unión de  los agentes del FBI, también lo conseguí.

Gané. Pero entonces, ¿qué me queda?

Una tercera inquietud nació cuando la vi. Dormida. Un objetivo.

Otra batalla. Luchar

Inexplicablemente, no lo hice. Ni siquiera tuve valor como para alzarme. Soy un cobarde en la guerra si no puedo ganar.

Fue un anhelo de algo imposible de tocar.

Las puertas del cielo se cerraron para mí hace mucho tiempo y la posibilidad de apartar un mechón pelirrojo de la cara de un ángel fue demasiado tentador como para dejarlo pasar.

Sé que Scully se dio cuenta. Demasiado evidente, pues este deseo brillaba en mis ojos, y me fue imposible de ocultar.

Creo que ya ha desaparecido. Pero se que, si alguien escarbara en mi alma, aun se podrían ver las marcas que una derrota dejaron en mi.

Porque sé que esta batalla, jamás podría haberla ganado, y dudo mucho que alguien que no sea mi hijo la pueda ganar.

Apostaría mi vida a ello.

Lo hago, porque sé que ganaré mi apuesta.

A pesar de que me gustaría perderla.

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Frío y calor

Son las sensaciones que ahora mismo me invaden, sin la menor muestra de piedad.

La ligera tempestad que reflejan los ojos de mi compañero, a quien todavía no he podido mirar sin una extrema sensación de culpa, me produce escalofríos.

Un intenso hielo que se clava en mí.

Un cosquilleo en la base de la nuca nada agradable, que hace que sienta deseos de hundirme entre las mantas de mi cama y no salir en, al menos, cien años.

Noto que me he sonrojado, y no logro impedirlo.

La vergüenza  me impide mirar más allá del cuello de la camisa,  me impide estar con la cabeza bien alta.

El fuego consume todo lo que puedo decir, y ahora tan solo quiero que me digas algo que me algo sentir mejor. O quizás deba ser yo la que lo haga

Nunca se me dio bien pedir disculpas.

Mi orgullo siempre ha sido demasiado fuerte como para quebrantarse, y esto me ha conseguido más de una reprimenda.

Ahab solía advertirme por esto, pero yo nunca le hacia caso, y volvía a encerrarme en mi misma, y a cometer los mismos errores. Le respetaba, pero eso no impedía que en alguna que otra ocasión le desobedeciera solo para sentirme un poco menos niña.

Mamá siempre ha tenido más paciencia, lo que hizo que mi  rebeldía creciera más. Mis decisiones nunca la gustaron, pero ella jamás lo confesará.

La necesidad de saber qué podía hacer me llevo hasta el FBI, y jamás me arrepentí de ello.

Y allí encontré a muchas otras personas ante las que mostrar pequeñas muestras de rebeldía, en porciones inapreciables, que me llevaron directamente al despacho de los Expedientes X.

Alguien decidió mi futuro por mí, y ha sido de las pocas ocasiones en las que no reprocho. Mi cabeza seguía pudiéndose mantener bien alta.

Pero mi orgullo no tuvo nada que ver en el hecho de que aceptara ese viaje con Spender.

No fue rebeldía, ni ganas de probarme a mi misma. Desde que estoy contigo no tengo necesidad de ello.

Tampoco creo haya sido la curiosidad, no me suelo dejar llevar por eso.

Lo siento, Mulder. Ni siquiera puedo decir con exactitud el motivo por el que subí a ese coche. O por qué no mate al Fumador cuando tuve ocasión.

Tan solo puedo decirte lo que sentía. Un miedo intenso se apodero de mí. ¿Y si no volvía? ¿Y si estaba siendo utilizada para fines mas oscuros?

Ahora me doy cuenta, y puedo decirte con toda seguridad que temía por mi vida. No porque aquel hombre me matara, sino porque, ¿y si conseguía llegar hasta ti?

¿Y si en realidad me utilizaba para destruirte?

No seria la primera vez.

Y luego me ofreció la tecnología, Mulder. Debes comprender que era algo demasiado sagrado como para jugar con ello. Sé que en eso, no mintió.

Cobra, nuestro contacto, me dijo que provenía de la última frontera.

No evalué los riesgos que se presentaron. Eso, es cierto. Tome todo tipo de precauciones, pero al final no fueron las suficientes.

Esto debería enseñarme, pero creo que volvería a hacer lo mismo.

Intentar llegar hasta la última frontera.

¿Y si podía encontrar la prueba? ¿Y si pudiera ayudarnos a descubrir la verdad?

Es algo sumamente tentador, tú lo sabes mejor que nadie. Demasiado valioso como para no internarlo.

Me arrepiento de no habértelo dicho, me arrepiento de no haber pedido más explicaciones, de no haber estado lo suficientemente alerta, pero no me arrepiento de lo que hice.

Aunque pudiera cambiar las cosas, no lo haría.

Y mientras me retuerzo las manos, pensando en como decirte todo esto, tú estas en el marco de la puerta, seguramente haciéndote todo tipo de preguntas que esperas que conteste.

Se que te he  hecho. Pero necesito que comprendas que esto lo hice por la verdad. Por ti. Por nosotros. Porque me importas, ¿aun no te das cuenta?

Debes comprenderlo, porque de lo contrario, mi viaje habrá sido totalmente en vano.

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Despedir a los pistoleros no fue difícil después de que demostraran que el disco estaba vacío, ya que enseguida comprendieron lo mucho que aquellos dos agentes necesitaban hablar.

Un silencio vacío se interponía entre ellos, un precipicio demasiado grande como para saltarlo.

Mulder preparó algo de café, al tiempo que Scully sostenía en las manos el disco, con una expresión de incredulidad y arrepentimiento en el rostro. Sus manos le daban vueltas lentamente, mientras memorizaba cada una de las palabras que El Fumador la había dicho en aquel viaje. Se sentía sumamente utilizada, ¿como pudo creerle?

Una humeante taza de  café muy cargado pasó de las manos de Mulder a las de su compañera lentamente, y nadie dijo nada hasta después del segundo sorbo.

El silencio, aquel compañero invisible que les había acompañado en tantas ocasiones, se hizo algo difícil de soportar y fue Scully la primera en romperlo. Hizo la pregunta que le había rondado durante todo el tiempo que estuvo en aquel sillón negro.

-¿De qué me culpas, Mulder?

Su amigo bebió otro sorbo de café, y pensó mucho antes de responder. ¿Qué de qué la culpaba? ¿A ella? De nada. No podía, demasiado irreal.

-¿Por qué piensas eso?

- Quizá porque desde que he vuelto no me has mirado a los ojos ni una sola vez, como ahora.

Mulder ni siquiera se había dado cuenta de que mientras hablaba, mantenía la mirada fija en su taza de café, sujetándola con las dos manos, para que algo de calor pudiera introducirse y calmar su fría decepción.

Era cierto.

No la había mirado a los ojos desde que se habían reencontrado. Temía que los imposibles ojos de Scully se atrevieran a descubrir todas las sensaciones que ahora invadían su cuerpo.

Miedo, de perder lo que en siete años habían construido.

Culpabilidad, de no haber sabido reaccionar bien, de no confiar en que Scully pudiera cuidarse sola.

Desconcierto, quizá no la conociera tan bien como creía.

Decepción, pues sentía que él no le importaba lo suficiente.

Frío, todo se clavaba en él, con dolores punzantes, que le hacían sentirse aun más desnudo y miserable.

-No era mi intención- sin embargo, no apartó la mirada de su taza.

-¿Quieres que encienda la tele?

-No.

Se podían escuchar  las respiraciones, pausadas, casi relajadas, soportando lo que no decían, ni dirían.

-Puedo irme, si quieres…- un hilo de voz salió de la garganta de Scully

-No, no quiero. No te vayas, otra vez no.

La voz contundente de Mulder la hizo aguantar la respiración unos segundos. ¿Irse? ¿Otra vez? ¿Era de eso de lo que la culpaba?

-Mulder…

-Scully, nos sé como sihues viva, teniendo en cuenta que todo lo que ese hombre toca lo mata.

- Tuve en cuenta los riegos, no me relajé, ¿sabes? Me fui con Spender porque sabía que volvería.

Ya está. Esas, y no otras, eran las palabras que el atormentado espíritu de Mulder necesitaba oír. No se fue. En realidad, siempre estuvo ahí, velando por los dos.

Y no se iría.

Mulder quería reír hasta llorar, o llorar de alegría hasta reír. Cualquiera de las opciones era valida, porque Scully estaba con él.

Y por primera vez desde que volvió,  la miró a los ojos, y todo el miedo se evaporó, confundiéndose con el humo de las tazas.

Scully pudo comprobar como Mulder se recomponía de golpe. Y se miraron a los ojos, durante unos segundos que parecían latidos, y todo parecía tener un cariz distinto.

Ahora el café ya no les sabía tan amargo, ni quemaba tanto. El disco que reposaba sobre la mesita no tenía tanto valor, ni las pesadillas eran tan horribles.

Pero había algo aun pendiente, algo que aún distraía a Mulder.

-Entonces, ¿por qué te fuiste? Por dios, Scully… ¡podrías estar muerta! Ni siquiera sé por qué no lo estas ahora.

Scully, dirigió su mirada al disco vacío, y lo sostuvo entre les manos, pensativa.

Fue porque… Demasiadas razones. Simplemente, era tentador, una oportunidad única para sacar algo verdaderamente bueno de los Expedientes X.

Aunque la salvación la trajera el mismo diablo.

-Mulder, si hubiera podido, aunque sólo sea por una vez, sacar algo verdaderamente bueno de nuestro trabajo, algo que sirva para… ayudar, sin nada a cambio, ¿no crees que merecería la pena?

-Pero…

Mulder, me ofreció llegar hasta la última frontera. No pude negarme

Mulder asintió con la cabeza, sin dejar de mirarla fijamente. Ya lo comprendía. El también había sentido eso. Por mucho que le costase admitirlo, posiblemente él habría hecho lo mismo.

-Llegaremos algún día, Scully. Estamos cerca, lo sé.

Scully cogió la mano de su compañero. Mientras, murmuraba.

-Siento que no haber conseguido nada.

Sus fuerzas se sumaron, y todo parecía más fácil y menos importante. Pero un leve contacto no les pareció suficiente y no tardaron en abrazarse, más intensamente de lo habitual.

El murmullo del tráfico atravesaba las paredes y se posaba ante ellos. Los cafés se enfriaban sobre la mesa y el reloj de la repisa marcaba las diez y media de la noche.

Abrazados, eran uno. Sus latidos iban al unísono, y todas las distancias desaparecían.

Sabían que podían pasarse así horas, hasta ver amanecer. Pero si algo les había enseñado ese extraño viaje, era a no confiar en las tentaciones. Demasiado fugaces.

Se separaron, sabiendo que todo volvería ser como antes.

Scully se preguntó si había dado una impresión errónea. Mulder era parte de su vida, pero no se lo había demostrado lo suficiente. Así que reunió todas sus fuerzas que le impedían acercarse más  Mulder y dejó que se hundieran  en las fantasmagóricas sombras del apartamento.

Se acercó lentamente, pero a Mulder no le dio tiempo a reaccionar ya que apenas comprendía nada.

Juntaron sus labios durante dos breves segundos, en los que se dijeron todas las verdades que podían expresar. Las palabras no servían.

Me importas. Me completas. Gracias. Confío en ti. Lo siento. No debí. Te comprendo. Te lo debo. Siempre aquí.

El ambiente volvería ser como antes. A la luz de una pequeña lámpara forjaron una nueva alianza más fuerte de lo que nadie hizo nunca, más intensa y poderosa que todas las mentiras que habían sufrido.

Tras esto, nada les pareció extraño.Los habitules silencios, roces y miradas volvieron a ellos.

Scully se levantó del sofá, recogió lo que pudo de la mesa y se despidió de Mulder con sus habituales y reconfortantes palabras. Éste insistió en acompañarla hasta el portal, a veces lo hacía. Sólo para poder sentirla un poco más de tiempo.

Para un extraño, todo esto podría parecer un espectáculo algo frío y carente de significado.

Para ellos, era algo así como un amanecer mejor.

Y para aquel hombre, que les observaba desde la calle con un cigarrillo encendido, era una nueva amenaza.

Quizá, después de todo, ellos habían ganado.

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