nick autor: andrea
angs: checkbox
fanfic: Autor: Andrea
Titulo: “la verdad no esta ahí afuera”
Disclaimer: todos los personajes pertenecen a CC y a fox
Spoilers: ninguno
Clasificación: Angst
e-mail: trustno1647ARROBAhotmail.com
Como pudo ser así
después de todo. Aquella construcción que habían hecho
juntos
se desplomaba igual que un castillo de naipes, pero ninguno de los dos era
ingeniero como para advertir lo que se venía... se miraron como siempre,
fijamente, ella tratando de descifrar qué nueva idea cruzaba por su mente,
y él
simplemente leyendo sus pupilas demasiado azules esa mañana. ¿Cuánto
tiempo
debían esperar para recuperar lo irrecuperable, algo que jamás
habían tenido?.
Ella pensó que tenía el tipo de relación que siempre había
soñado; él la miraba
y lograba descubrirla, él la tocaba y se estremecía; excepto por
el detalle de
que él no decía nada... y ella tampoco. Había sido demasiado
tiempo, y el tiempo
tarde o temprano pasa la cuenta. Los amigos también se miran, también
se
tocan... había pasado demasiado tiempo y ya ni siquiera estaba segura
de lo que
sentía, ya no estaba segura si ese era el tipo de relación que
siempre deseó.
Pero el hombre es un animal de costumbres y ella no era la excepción.
Se
conformaba con el leve roce de su mano, con sus besos esporádicos en
la mejilla,
con sus abrazos demasiado breves.
Subió a tomar su café de todas las mañanas, como todos
los días desde hacía...
Sonrió al darse cuenta de que perdía la noción del tiempo.
Caminó hacia la
salida, asintiendo ante cada sonrisa mal intencionada de sus colegas. Veía
en
sus miradas la frase:“ Ahí va la reina del hielo”.
Si una reina del
hielo... hielo, sentía en las manos, sin poder evitar pensar en las de
Mulder.
Trató de recordar cuando había sido la última vez que había
sentido sus manos,
pero perdía la noción del tiempo, y al parecer también
los recuerdos. Se
preguntó cómo podía haberlo olvidado, cuando el tomarse
las manos era casi como
hacer el amor...
Abrió la puerta del café mirando al hombre un tanto regordete
que le sonreía
igual que todas las mañanas. Y ya no necesitaba ordenar, así como
tampoco tenía
nada que decir a su compañero. “Parece que la obsesión
de hoy es
Mulder”, y realmente lo era. Porque hoy más que nunca lo necesitaba,
no
sabía la razón, quizás el tiempo la estaba afectando o
talvez la edad... pero lo
necesitaba y no estaba, no estaba su alma ni su corazón, solo estaba
su cuerpo,
sin embargo, su cuerpo era lo menos que necesitaba.
Esa mañana creyó que sería diferente a todas las mañanas,
sin darse cuenta de
que sus saludos también se habían vuelto parte de la rutina diaria.
“¿Cómo
estas?”. “Bien gracias.. ” Muy bien, solo que
estoy muriendo
por dentro, pero jamás te lo diré.
Miró por el cristal para luego volver a su humeante taza de café.
La sintió tan
reconfortante. Hasta una taza de café era más cálida que
Mulder. Solo el ruido
de la silla y una sombra que se instalaba delante de ella pudo sacarla de su
abstracción. Por un momento imaginó a su compañero, sentado
ahí en frente de
ella, con deseos de hablar de cosas mas interesantes que los tres ojos del
perro de la vecina.
“¿Nos tomamos un café?”.
“Gracias, pero debo terminar este informe”.
Levantó la vista
solo para encontrarse con la mirada luminosa de un hombre que
evidentemente no era Mulder.
“¿Algo importante en la taza de café de hoy?”.
Pregunta bastante interesante,
“en la taza de café de hoy”, repitió
esa frase en su mente “en la taza de café de hoy”.
Su rutina se
había vuelto evidente hasta para los desconocidos.
Formuló en su mente
la respuesta apropiada como para acabar con cualquier tipo
de intención, fuera buena o mala, fuera de amistad o de algo mas...
“Lo siento mi mente hoy esta ocupada pensando en Mulder, por favor
vuelva
mañana”. Ese era su argumento interno más valido para
quitarse cualquier
acercamiento extraño, especialmente si era un hombre.
“¿Lo conozco?”.
Su voz sonó tan seca
que tuvo que tomar un sorbo de café para quitarse el gusto
amargo que había quedado en su boca, sin recordar que el café
lo tomaba sin
azúcar y sabia aún más amargo. El hombre la miró
sonriente tomándose su tiempo
para contestar. Ella aprovechó para escudriñar en sus facciones:
nariz larga,
labios delgados, manos finas, y su mirada, una mirada demasiado luminosa.
“Creo que usted no me conoce, pero yo a usted sí...”.
Scully solo pudo responder
con una mirada aun más fría e indiferente que su
respuesta anterior. “Recuerda, hoy tienes que trabajar, debes hacer
miles
de informes, quizás mañana quede tiempo para ti”. era
una autentica reina
del hielo.
“Todas las mañanas
se sienta en la misma mesa, mira un momento por el
cristal y luego busca algo que aún no sé que es, en su taza de
café...”.
Dejó que una sonrisa
no planificada floreciera de sus labios, sin embargo no era
suficiente como para conquistarla. Necesitaba de miradas fijas, roces de manos,
besos esporádicos.
“... Luego se
levanta y cruza al edificio que está enfrente, yo me quedo
observándola, tratando de descifrar el porqué de esa mirada triste,
perdida en
una taza de café”.
Pensó que debía
de ser un poeta o un obsesivo y eso no era precisamente lo que
necesita el día de hoy, ni lo uno, ni lo otro. Parpadeo quizás
demasiadas veces,
tratando de contextualizarse en la situación descrita por su interlocutor,
pero
no tenía ánimos de tener una sesión siquiátrica,
y mucho menos en una cafetería.
“Y nunca lo sabrá,
porque eso es algo que a usted no le incumbe. Con
permiso”
Se levantó de la
silla rápidamente, desapareciendo fugazmente, saliendo del
paso elegantemente, como siempre lo hacía. El hombre solo volteó
para observarla
salir por la puerta. Scully sintió su mirada penetrante en su espalda
pero no se
atrevió a mirar. Creyó salir airosa del incidente pero justo antes
de dar el
primer paso para cruzar la calle, nuevamente se vió sorprendida por la
presión
de unos dedos finos y delicados, que detenían su paso apresurado.
“Quiero pintarla”.
Confesó el hombre
suplicante. Y la miró fijamente, quedándose en esa mirada
demasiado azul, demasiado triste, diciendo mil cosas que aún no comprendía.
Scully no pudo articular palabra, solo se vio perdida en una mirada desconocida
que hacía que su cuerpo se dividiera en mil pedacitos, demasiado pequeños
como
para recogerlos. El hombre puso su tarjeta en el bolsillo del abrigo de Scully,
y volvió a entrar al café, sin decir ninguna otra palabra.
Entró en la oficina aún envuelta en el aroma de aquel hombre,
flotando entre la
realidad y la fantasía, entre lo que puede pasar y lo que ella permite
que pase.
“¿Qué tal el café?”
Esa voz un tanto ronca logro
sacarla de su ensueño, de su minuto de gloria en el
que se permitía soñar despierta. Esa voz le anunciaba que estaba
en el mundo
real, que la tierra seguía bajo sus pies y que el aire se le volvía
a
restringir. Solo logró mirarlo de reojo, avergonzada quizás por
lo que acababa
de suceder, avergonzada por algo que él aún no sabia, pero que
deseaba
gritárselo en su cara
“¡¡¡Alguien
se ha fijado en mi y quiere pintarme. Tengo su tarjeta y
cuando se me dé la gana puedo ir hasta allá. Mírame y date
cuenta de que soy una
mujer!!!”
Se sacó el abrigo
procurando tener entre sus manos aquel trozo de cartulina
entregado por el supuesto pintor, el cual se había convertido demasiado
valioso.
“Igual que todos los días”.
Mulder se detuvo en aquella
frase, notando en ella cierto dejo de cansancio,
pero a la vez de hostigamiento y sarcasmo. La miró y no pudo encontrar
sus ojos,
ella se rehusaba a mirarlo, se sentía extraña, infiel por ocultarle
este pequeño
secreto, sin darse cuenta que Mulder lograba notar. Aunque él no sabía
exactamente que era, pero que por la manera de moverse de Scully, de tocar su
cabello, de no mirarlo directamente a los ojos, le confesaba a voces.
Se sentó frente a su compañero y por fin se atrevió a leer
la tarjeta. Un nombre
impreso con letras de oro, letras que se entrelazaban entre sí, letras
que le
hicieron sentir aún más curiosidad por el extraño hombre.
“Joseph Collins.
Pintor” mantuvo frente a sus ojos la tarjeta durante mucho tiempo,
sin
notar que llamaba la atención de su compañero. De pronto se sintió
observada y
miró por detrás de la tarjeta. Era Mulder, como siempre, observándola,
hablándole con miradas. La dicotomía de la vida aparecía
en esa mirada,
dicotomía que a veces creía resolver, pero que en ocasiones la
hacía dudar,
incluso de sí misma.
“Voy al baño”.
Escapó nuevamente; y si hubiera podido correr lo
hubiera hecho, pero eso no era típico de su conducta.
Mulder solo la observó
alejarse, fijando luego sus pupilas en la tarjeta que
acaba de olvidar sobre el escritorio, tarjeta que parecía ser un nuevo
misterio
en su vida. Se preguntaba mil veces si realmente la conocía. La había
visto como
una mujer fuerte, con una entereza a prueba de fuego, pero también la
reconocía
como una mujer frágil, con sentimientos tan profundos que después
de siete años
no podía aún descubrir. Había aprendido a leer en su mirada
justo lo que
necesitaba, o al menos eso había creído hasta esa mañana,
al ver el cambio de
sus facciones cuando rechazo su invitación a tomar café. Hoy se
daba cuenta de
que lo que el había creído que conocía a Scully era solo
una aproximación, tan
solo una estela de lo que realmente se escondía debajo de los traje sastres
de
Armani. Y deseaba conocerla en su totalidad, pero a pesar de todo, a pesar de
todos sus años juntos, una pared invisible se interponía entre
ellos. Una doble
pared puesta por ambos. El siempre preocupado por encontrar su tan deseada
verdad, y ella al no dejar ver su corazón, al negarse a convertirse en
una mujer
protegida. Dudó en leer la tarjeta. Si Scully lo encontraba espiándola...
esa
oficina se convertiría en el peor de los infiernos, pero por esencia
era un
hombre demasiado curioso, demasiado indagativo, y esta era una buena oportunidad
de saber que pasaba con su compañera.
Se fijó en cada una
de las letras de oro sin preocuparse por leer el nombre en
su totalidad. Cuando lo hizo un pensamiento cruzó su mente y una molestia
se
instaló en su pecho. ¿Quién era ese hombre? ¿Porque
Scully tenia la tarjeta de
un pintor? Las interrogantes poco a poco empezaron a llenar su mente, y la
molestía en el pecho se hacía cada vez mas intensa. Algo extraño
había sucedido
esa mañana.
“¿Nos tomamos un café?”.
“No gracias debo terminar este informe. ¡Maldición!”
Maldijo la hora en que había
abierto la boca. Eran solo unos minutos, subir al
ascensor, cruzar la calle tomar un café, hablar de cualquier cosa, luego
volver
y continuar. Pero él no, debía terminar el informe, como si la
vida se le fuese
en ello. ¡Maldición, maldición, maldición! Cuanto
tiempo había pasado para
hacerse ese cuestionamiento. Estaba frente a ella, frente a la mujer perfecta
que nunca soñó, frente a la que duda hasta de lo que come y que
nunca creyó
merecer... hasta ahora, cuando al fin se daba cuenta de que era una mujer como
cualquier otra y no un ángel caído del cielo para salvarlo de
su peor enemigo:
el mismo. Sí, era una mujer que por supuesto sentía, amaba y que
pasaba gran
parte de su tiempo entre archivos desordenados, imposibles de ser, escondidos
en
una oficina que asfixiaba a cualquiera, incluso a él.
Y también supo que era inútil tratar de separarse de ella porque
su vida ya era
su propia vida. Sin embargo seguía de brazos cruzados ante la inminente
y real
posibilidad de perderla, ante la inminente posibilidad de que otro hombre la
necesitara (amará) más que él. Se sintió egoísta
por tener esos pensamientos,
pero era la única verdad certera que tenía en su vida: la necesitaba
más que a
nada en el mundo, necesitaba sus palabras, sus sentimientos, sus errores, su
cuerpo... la necesitaba incluso, mas que la verdad que se le negaba y sobre
la
cual había girado cada segundo de su vida, pero se vio obligado a reconocer
de
una vez por todas que esto fue hasta conocerla a ella, porque ahora sería
capaz
de sacrificar esa verdad por obtener siquiera un pedacito de verdad de la vida
de Scully...
Pero esa posibilidad era un sueño, un sueño, inalcanzable para
él. Deseaba
tocarla, sentir su perfume, pero nunca podía encontrarla y al no encontrarla
había decidido que lo mejor sería la indiferencia; no la indiferencia
entendida
como el resto de las personas podría entenderla, sino esa indiferencia
que
siempre había estado interpuesta entre los dos, y que nunca había
sido capaz
de quitar excepto en situaciones demasiado extremas. Pero esa no era la vida,
en
la vida común no vivían esas situaciones extremas, y ahora lograba
entender que
la vida real, diaria era la que realmente importaba, porque esa era la vida
que
debían vivir. Sin embargo, la duda lo estaba matando, y no podía
preguntar
directamente”Scully explícame que significa esta tarjeta”.
por eso
la indiferencia, por eso el alejamiento...
Y transcurrieron los días,
ella decidió no ir mas al café, y ni siquiera se le
pasó por la mente llamar al extraño pintor. Se compró una
cafetera y solucionó
el problema de las invitaciones a tomar café. Ya no podría tener
negativas,
porque no lo volvería a invitar nunca más.
Y con los días también
había superado la crisis emocional por la que había
cruzado días atrás, visualizándola como algo lejano, que
había pasado
desapercibida ante los ojos de su compañero.
Esa tarde estaba cansada, y aún tenía muchos informes que revisar.
Observaba a
Mulder y admiraba su capacidad de concentración. En cambio ella no podía
leer ni
la mitad de una línea. Lo miró y pensó que le gustaría
hablar con él, decirle lo
que estaba pasando, romper las barreras de la formalidad para pasar a lo que
realmente importaba. Lo observó largo rato mientras él leía
y leía informes. A
veces le hacía algún comentario, pero eso era todo. Poco a poco
se volvían
extraños, y eso no le gustaba.
El ruido del teléfono
lo hizo sorprender la mirada de su compañera huyendo
nerviosa, pero no se atrevió a preguntarle “¿Estas bien?
o ¿Te pasa
algo?”
No, no lo hizo porque tenia muchos informes que leer, por supuesto. Se puso
el
teléfono en la oreja y se dedicó a observar a Scully, evidentemente
nerviosa,
revolviendo papeles, buscando cosas en los cajones del escritorio. Cuando colgó
le dio la noticia:
“Nos vamos a Florida”
Algún motel de Florida
Una habitación apenas
iluminada. Suaves sábanas de seda blanca, perfumadas con
su olor a madreselva. Todo suspendido en luz y vapor.
Dos personas: él
sobre la cama y ella... ella envuelta en vapor, o al menos así
la imaginaba él, porque después de tantos encuentros sin encontrarse
nunca en
realidad, se había visto impulsado por una necesidad imperiosa de su
alma y
cuerpo a ver incluso, por detrás de las paredes.
Sin darse cuenta comenzó
a tejer en su mente imágenes aún sin concretarse,
hipnotizado quizás, frente al ruido constante del agua, que se colaba
por la
única puerta que lo separaba de ella. Y volvió a soñarla,
como siempre, con el
cabello húmedo pegado a su espalda, las miles de gotas de agua llenando
cada
poro de su cuerpo, el rostro de porcelana limpio y envuelta en vapor, siempre
envuelta en ese vapor, que la inundaba de luz. El cesar del ruido
no logro interrumpir sus pensamientos, que sin saber como llenaban por completo
su mente, volviendo también la duda, el exceptismo sin razón hacia
la única
persona que había estado durante incontables incondicionales momentos
junto a
él. A pesar de esto no pudo evitar sentir, pensar, dudar nuevamente...
quería
preguntarle, quería saber si mantenía una relación con
un hombre o era solo su
imaginación; sin darse cuenta de que estaba siendo demasiado exigente,
y que
esperaba demasiado de tan solo una amistad
No obstante cruzó
la puerta decidido a encarar a Scully, decidido a estar frente
a frente con la verdad y aceptarla, fuese como fuese. Tocó la puerta
y entró.
“¿Qué sucede?”
Bastaron esas dos palabras
para hacerlo desistir de su tan ansiada verdad,
cambiando repentinamente de discurso.
“ Nada... olvídalo”.
Scully solo lo quedo mirando
sin hacer demasiado caso de su repentina falta
de memoria.
Se terminó de vestir
y se dirigió hasta la puerta que unía ambas habitaciones.
Se detuvo en el marco de la puerta, Mulder estaba recostado sobre la cama con
la mirada fija en el techo.
“Te pasa algo, ¿cierto?”.
Mulder se sorprendió y hasta titubeó para contestar.
“ No, no, no es nada... me duele un poco la cabeza”.
Scully se acercó
preocupada y se acomodó junto a él en la cama. Le tocó
la
frente y las mejillas.
“¿Te sientes mal?”.
Mientras mantenía
su mano fría sobre su frente lo miró a los ojos esperando una
respuesta, estando conciente que lo del dolor de cabeza era solo una excusa.
Y
como no obtuvo respuesta opto por averiguarlo por sí misma.
”¿Estas
preocupado por el caso?. Mulder deberías estar acostumbrado,
muchas veces nos ha sucedido, no todo resulta como esperamos”. Dijo
tratando de tranquilizarlo.
Pero Mulder se sentía
el hombre más cobarde de la tierra, no había sido capaz de
hacer una simple pregunta, una simple pregunta ¿Porque las cosas más
simples,
entre ellos se volvían las más difíciles? Cerró
los ojos y respiró profundo,
Scully seguía esperando una respuesta y ahora él no la tenía.
“No te preocupes,
ve a dormir, mañana partimos temprano a
Washington”
El tono seco e indiferente
lo acompañó con una media vuelta que lo dejó dando la
espalda a Scully, quien no sabía si había dicho o hecho algo malo
“Buenas noches Mulder. Trata de descansar”.
“Buenas noches” respondió él apenas con un hilillo de voz.
Miró la hora en su reloj. Eran las cuatro de la mañana y ella
aún no pegaba
pestaña y al parecer en la habitación de al lado, Mulder tampoco.
Varias veces
vió durante la noche la luz encendida y tuvo la tentación de ir
hasta allá y
preguntar si estaba bien. No alcanzó a terminar este pensamiento cuando
vió
abrirse la puerta que unía a ambas habitaciones. Solo vió una
luz que la
encandilo, y luego la sombra de Mulder. Se acercó a ella con pasos cautelosos.
Ella cerró los ojos fingiendo dormir, cuando de pronto lo sintió
muy cerca y tal
como había hecho ella horas atrás se sentó cuidadosamente
sobre la cama. Scully
sentía la respiración tranquila de su compañero al observarla
y quiso abrir los
ojos, pero una caricia suave sobre sus cabellos la detuvo, dejándose
acariciar
por esa mano que había sentido tan lejana y que ahora volvía a
ella para
reconfortarla y decirle que estaba allí y que no podía dejarla.
Los dedos de Mulder se entrelazaban
delicadamente por los reflejos rojizos que
provocaba la luz de la otra habitación. Estuvo acariciándola durante
algunos
minutos, contemplándola simplemente.
“¿Estas bien?” .
Mulder quitó su mano rápidamente de la cabeza de Scully.
“No pensé...
que estuvieras despierta...” dijo un tanto avergonzado
y titubeante.
“No lo estaba,
pero no has respondido a mi pregunta. ¿Que es lo que te
pasa?, has estado muy extraño”.
Mulder se sentó en
el suelo a la orilla de la cama quedando frente a frente con
el rostro de Scully. Y como siempre la volvió a mirar y a perderse en
sus
pupilas azules, sin saber que hacer ni decir. Pero al mirar sus pupilas azules
algo se reafirmaba en él, quizás su mutua amistad, su confianza,
las ganas por
tratar de ser mejor cada día o sus deseos por buscar al hombre olvidado
años
atrás.
“Tenía
miedo... miedo a lo que estaba pasando entre nosotros, pero más
miedo a lo que no estaba pasando...”.
Scully frunció el
ceño sin entender mucho a que se refería Mulder, y no quiso
preguntar porque sabia que él descifraría inmediatamente su gesto.
“Estas ultimas
semanas hemos estado un tanto... distanciados?. Y la razón
no la se, creo que el problema soy yo, o...”.
“O ambos” lo interrumpió Scully.
“ Tienes razón, no había pensado en esa posibilidad”.
“¿Porque siempre buscas la culpa en cada una de tus acciones?”.
“Ya sabes tengo tendencia a ponerme melodramático”.
Scully sonrió, al
recordar que ese hombre temeroso que estaba frente a sus ojos,
sabía perfectamente sacar una sonrisa de sus labios.
Pero la duda en Mulder salía
por cada poro de su piel, dudaba aun más que su
propia compañera, y no pudo evitar decir lo que iba decir, necesitaba
saberlo
mas que nada en el mundo.
“Scully, si alguna
vez deseas abandonar los expedientes x, por cualquier
razón, si quieres rehacer tu vida, yo lo entenderé... solo espero
ser el primero
en saberlo”.
Scully lo miró y
no supo si sonreír o llorar por lo que acababa de escuchar, si
gritarle en la cara que estaba ahí y que jamás lo dejaría
o salir corriendo y no
volver mas a su lado. Respiró profundo y se tranquilizó. Solo
esperaba que
Mulder la entendiera nuevamente, no podía decir nada, porque para ella
todo
estaba dicho.
Sin embargo, para Mulder
esta vez no era suficiente su mirada, necesitaba
escucharla, y desterrar para siempre ese miedo que lo atormentaba día
a día, ese
miedo que desde hacía siete años lo hacía vivir, y que
en algunas ocasiones se
volvía tan intenso que, tal como había sucedido semanas atrás,
lo hacia
perderse en si mismo, pero a la vez lo hacia pensar en que estaba vivo y que
no
podía olvidar, por sobre todas las cosas, que así como su compañera
era una
mujer, él era un hombre. Un hombre que tal vez nunca tendría el
valor de mirarla
a los ojos y decirle cara a cara “te necesito y si tu no estas estoy
perdido”, porque sabia en el fondo de su corazón que una relación
entre
ambos sería aún más imposible que los expedientes que se
acumulaban año tras año
en las estanterías de su oficina. Pero la necesitaba y necesitaba escuchar
que
ella también lo necesitaba a él.
“Alguna vez pensaste que seguiríamos juntos después de siete años”.
La luz que traían
sus palabras, la voz que siempre tenía la palabra precisa, lo
trajo de nuevo al mundo, lo socorrió del momento exacto en el que había
decidido
renunciar, entonces supo que su lucha seguía en pie y que su sufrimiento
divino
podría ser eterno.
“Cuando te vi
entrar por primera vez a mi oficina... a nuestra oficina,
con tus teorías científicas y explicaciones racionales imaginé
que jamás
volverías a poner un pie sobre ella... pero no fue así, volviste,
investigaste
codo a codo conmigo, y en ese momento te agradecí por no juzgar mi fama
y por
tratar de conocerme a mi, a Fox Mulder y no al siniestro. Y supe darme cuenta
que podía confiar en ti, tú mirada segura me lo decía,
por eso te conté lo que
te conté en esa habitación de motel, paradojalmente tal cual estamos
hoy, pero
siete años después”.
“Entonces porque
me hiciste esa pregunta. Mulder estoy aquí, tal como
dijiste, siete años después. No somos los mismos de antes, eso
es cierto, pero
estamos aquí y eso es lo importante. ¿Porqué temes tanto
al futuro, a un futuro
que ni siquiera existe...?”
Scully acarició suavemente
la mejilla de Mulder, sin miedo, sin barreras. Con un
gesto lo invito a recostarse a su lado abrazándolo por la espalda. Mulder
retuvo su mano pequeña con su propia mano, otorgándole un beso
cálido, que luego
aprisiono sobre su pecho como el mayor de los tesoros.
El silencio se volvió su mejor aliado y la noche no termino jamás.
Miro por el
ventanal de la habitación la inmensidad del fondo estrellado que le demostraba
que la verdad no estaba ahí afuera; y no lo estaba, porque dormía
precisamente
a su lado, y solo de él dependía mantenerla o perderla para siempre,
sin
miedos...