Nombre del Fanfic: Mundos Distintos

Capitulo: XVIII

Autor: NikkyScully

Dedicado a: Disclairmer: Son de mi propiedad. 
Clasificación: Es un alternativo suuuuuuper largo. 
Dedicatoria: A Rovi que ha sabido ponerle arreglo a todo este desorden. A Estrella mi incondicional interlocutora que es capaz de escuchar este relato por telefono mientras se lo leo, y a mi amada y queridisima Vania por seguirme la corriente con esta locura.  
Agent Macgirl, mi gran amiga y a Isabel por su inconcidional seguimiento hacía este fic y a quienes me dejaron comentario en las pasadas entregas: Mike, Gyllyx, Dana-K, Sandy, DanaKS, Mary, Conocimiento-acumulado, GinaS, wendymsanchez, Sany, Issyx, Elektra y Any. Gracias a todos y disfruten de esta siguiente entrega, que por cierto me encanta. 
Feedback: jro185ARROBAhotmail.com.

Clasificacion: Touchstone

Romance

Universo Alterno

Angst / Drama

Fanfic: Guardó las transparencias en una carpeta negra y la lupa sobre ésta, dejando todo a un lado del escritorio. Hannah Summers aparentaba calma y la sorpresa que su esposo deseaba que ella expresara no salió a flote, era notorio que el asunto no le causaba tanta preocupación como a su marido; ella tenía sus razones y él quería escucharlas aunque su silencio le estaba causando mucha molestia. 
 
-¿Dirás algo?- le inquirió. 
 
-No tengo que decirte nada- contestó ella, lo miró fugazmente y luego dirigió su mirada al centro de la pantalla de su computadora, -¿qué importa que esté saliendo con un civil?- le preguntó ella tecleando repetidas veces sobre el teclado. 
 
-¿Estamos tomando a la ligera este asunto, Hannah?- le interrogó él sorprendido. 
 
-Tú puedes tomarlo como tú quieras- le recomendó sin mirarlo, seguía concentrada en su computadora, así daba a demostrar que tenía el control. 
 
El sabía a lo que ella estaba jugando, pero no le iba a permitir tanta insolencia, mucho menos cuando se trataba de un asunto tan importante como el de un agente rompiendo una regla fundamental del Centro. Andrew Summers sonrió irónico al ponerse de pie, rodeando el escritorio de su esposa, detrás de ella se encontraba todas las conexiones de su computador y sin pensarlo dos veces desconecto el procesador, inmediatamente el aparato dejo de funcionar.  
 
-¿Sabías que cuando haces eso pierdes toda la información que usabas en ese preciso momento?- le preguntó con una expresión de enfado. 
 
-Si tengo que hacerlo para que me prestes atención entonces es mejor que empecemos a usar nuevamente máquinas de escribir- exhortó al ponerse frente a ella y colocando sus manos dentro de los bolsillos de sus pantalones. -¿Ahora me vas a explicar por qué no me dijiste lo de Scully? 
 
-Porque no tiene importancia- contestó ella, apoyó su espalda en el respaldo de su silla. -Es un amorío, nada más, no hay por qué preocuparse- explicó. 
 
-¿Me ves cara de tonto o qué?- le preguntó visiblemente molesto. -Ahora vuelvo y repito: ¿Por qué no me dijiste lo de Scully? 
 
-¿No te has preguntado por qué Dana Scully ha vuelto hacer la misma en tan poco tiempo?- su esposo la miró confundido. -No es por las terapias, es por su amorío; lo que esté viviendo con este sujeto le ha devuelto la vida, el deseo de trabajar, la fe en lo que hace por su patria; y si Dana Scully ha tenido que romper una de las reglas fundamentales del Centro para volver hacer lo que era, pues bien, que lo haga cuantas veces quiera. No me importa- disertó finalmente. 
 
Para ser la segunda al mando en el Centro, Hannah Summers había perdido completamente el juicio, estaba apoyando la insensatez de una agente y por ello se había convertido en una alcahueta. En otros tiempos ella hubiera sido la primera en enviar a freír espárragos a Dana Scully por su rebeldía ante la organización para la cual trabajaba. Andrew Summers no podía creer lo que escuchaba y, si su esposa apoyaba tal cosa, él sí que no; por lo menos a él le quedaba un poco de cordura. 
 
-Me importa un bledo que tal civil nos haya devuelto a nuestra más preciada agente- expresó molesto. -Es incorrecto e indebido, ¡una completa locura! Que Dana Scully esté saliendo con un civil es un gran peligro, sobre todo porque es una de las agentes principales del Centro. Ella y ese sujeto son un blanco perfecto contra nosotros y quiero evitar eso. 
 
-Ni te atrevas a mandarlo a matar- le advirtió, -con eso no solucionarás nada. 
 
-No me digas que es lo que tengo que hacer- le pidió enfadado, -todo esto es culpa tuya por permitirle a Scully hacer lo que se le plazca, ahora te atienes a las consecuencias. 
 
El se acercó a la puerta de la oficina, marcó el código para que la puerta se abriera y Hannah Summers a sabiendas de lo que ocurriría si él salía por esa puerta se paró de su silla y haló por un brazo a su esposo. 
 
-Espera- le pidió, -no te precipites. Déjame arreglar todo esto, es mi culpa- reconoció. -Yo hablaré con Scully para que rompa con él y así te evitas mandarlo a matar, sería un gasto innecesario de recursos; además él no sabe quien es Scully, es inocente. No es el mismo caso de Melbourne- recordó. 
 
-De acuerdo- expresó, -dejaré este asunto en tus manos. Pero si me entero de que Scully sigue con ese civil te juro que ordenaré que la maten a ella, a él; y si me da deseos, a ti también- le amenazó. 
 
El volvió a marcar el código de la puerta esta vez completándolo, la puerta se abrió y salió de allí completamente furioso. Hannah Summers caminó hasta el centro de su oficina sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta. 
 
A pesar de ser conocida como la “Dama de Hierro”, caracterizada por solo tener sentimientos hacia su esposo y nadie más, tenía un cariño muy especial por Dana Scully, aunque no lo demostrara. El simple hecho de que esta agente fuera hermana de quien alguna vez fue su mejor amiga significaba algo importante para ella.  
 
Aunque la agente Scully jamás le confirmó que estaba enamorada de aquel civil y que sólo estaba junto a él por sexo, la Sra. Summers sabía que había algo más entre ellos. No era tonta, era visible para ella que la agente Scully estaba sumida en un gran romance porque si no lo hubiera dejado al mes, como muchos otros agentes lo hacía; por eso entendía que muy pronto sería responsable de la ruptura del alma de Dana Scully. 
 
 
El Centro  
Oficina de Dana Scully 
 
La agente observaba el anillo, hechizada por el embrujo que le mostraba aquella vida que deseaba con todo su ser y corazón vivir completamente. Firme e imponente dentro de su caja, brillaba esplendorosamente y en cada pequeño destello de luz veía cada diminuto detalle que era parte de esa vida tan lejana. 
 
Una casa blanca en una de las mejores zonas residenciales de Washington, con una puerta principal pintada de rojo, un enorme jardín frontal, una cerca blanca. Frente a la cochera se estacionaba un auto familiar y de él bajaban el Dr. Mulder con traje de oficina y dos niños. La puerta de la casa se abría y de ella salía una sonriente Dana para recibir a sus tres hombres; besó al mayor de ellos mientras los dos pequeños corrían detrás de un enorme labrador dorado. Sonreía idiotizada ante tan patética y hermosa fantasía, estaba soñando con algo que jamás tendría; pero le parecía encantador. 
 
Se espantó ligeramente cuando abrieron la puerta de su oficina y rápidamente ocultó el anillo debajo del escritorio. Marcus Webster la miró, estaba asustada, él supo que la había descubierto haciendo algo pero no sabía en sí qué era. 
 
-¿Qué me ocultas?- preguntó él curioso. 
 
La agente Scully se mostró apenada y le mostró el anillo cuidadosamente y el agente Webster no pudo mostrarse más que sorprendido. Cerró la puerta rápidamente y marcó el código de seguridad que la imprudente agente Scully no había colocado, la puerta se cerró y los micrófonos de la oficina dejaron de funcionar. 
 
-¡Oh mi Dios! ¿Se ha vuelto loco?- preguntó él refiriéndose al Dr. Mulder. 
 
-Está enamorado, es su último recurso para tenerme a su lado- contestó. 
 
-¿Qué quieres decir?- preguntó confuso. 
 
-Me pidió tener un hijo con él, también me pidió que viviera con él- contestó, -lógico que me negué- aclaró y colocó el anillo sobre el escritorio. 
 
-¿Y te negaste a casarte con él?- preguntó concienzudamente. 
 
-No exigió respuesta alguna, me dijo que lo pensara. Que me tomara todo el tiempo que fuera necesario- contestó. 
 
-No hace falta ser un observador nivel siete para darme cuenta de que ya tienes esa respuesta, y que si pudieras darla yo me tendría que ver en la necesidad de buscar junto a Margaret el vestido de Emily para tu boda- comentó divertido pero con cierta amargura. 
 
-Sí, si pudiera darla te tendrías que ver en esa necesidad- secundó con reflexión. -Pero como observador sabes que no puedo dar esa respuesta- explicó. 
 
-¿Entonces que harás?- preguntó curioso. 
 
-No lo sé- contestó. 
 
-No quiero ser un aguafiestas, pero todo este asunto es complicado para ser pensado ahora- le recordó. -¿Terminaste tu informe sobre Venezuela?- preguntó. 
 
-¡Marcus!- exclamó molesta y cansada, -me estoy muriendo con todo esto ¿y a ti te preocupa mi informe sobre Venezuela? 
 
-Porque te estás distrayendo- contestó, -enfócate en esto, Dana- señaló hacia el suelo, dándole a entender que debía concentrarse en El Centro. -Tú vida esta aquí adentro y sólo te podrías poner ese anillo si Mulder fuera un agente del Centro, pero no lo es; acéptalo- le recomendó. -No tendrás una linda casa blanca, no habrá un perro labrador, ni niños, ni matrimonio- enumeró y ella le miró con sorpresa sin saber como él podía saber que eso era parte de su fantasía. -Hazme caso, aléjate de Mulder antes de que sea tarde y tal vez podrás ser feliz con alguien de aquí- expresó. 
 
Dana Scully aceptaba las palabras frías y precisas de Marcus Webster porque él tenía toda la razón; lo que soñaba no se podía hacer realidad y debía avocarse a su verdadera vida. Le dio una última mirada al anillo y luego cerró la pequeña caja que volvió a resguardarlo en su interior, a su lado había un pequeño CD dentro de una caja plástica y se lo lanzó al agente Webster. 
 
-20 KB, ni más ni menos- informó, -es todo lo que contiene el informe. 
 
-Se lo llevaré a Bennedetty por ti- se ofreció. 
 
-Gracias- expresó agradecida la agente Scully. 
 
El agente Webster le ofreció un ligero movimiento de cabeza en son de despedida, la agente Scully quitó la seguridad de la oficina y su compañero finalmente salió de allí. Ella volvió a tomar la diminuta caja del anillo en sus manos y la engavetó bajo llave como engavetó sus más profundos sueños y deseos. 
 
 
El Centro  
Sistemas 
 
Aunque Alexa Illianof ya no era una agente de campo, era lo de menos, aunque intentara aparentar lo contrario. Con su nuevo cargo y sus habilidades podía rondar todo el tiempo por el Centro y divertirse de vez en cuando, sobre todo cuando tenía premociones que tenían que ver con los agentes más allegados a ella. 
 
Hacía girar su enigmático llavero mientras permanecía sentada en medio del cubículo central de Sistemas. Ni el agente Labiorestaux ni el agente Rivera le prestaban la más mínima atención a pesar de que la agente estaba cantando, cosa que no hacía desde hacía un tiempo. Cuando vio entrar al agente Kunimitzu sonrió con cierta diversión y notó, como nadie más en el salón, que la llegada de la agente Kawasaki a Sistemas llamó la atención del agente Kunimitzu. 
 
Kawasaki hablaba con el agente Rivera, le entregaba su panel y el agente Kunimitzu se desentendió por completo de lo que le decía el agente Labiorestaux. Toda su atención estaba centrada en la agente Kawasaki, aunque pareciera inconcebible. Ambos cruzaron miradas, y la mirada fría y vacía que Kawasaki le dio al agente Kunimitzu sorprendió bastante a la agente Illianof. 
 
Dime que fui para ti esa noche llorando 
Si fue el final feliz que estabas esperando 
Dime que fui para ti semanas de espanto 
Ese juego de mesa para de vez en cuando 
 
Cuando ambos agentes la escucharon cantar la miraron fijo, confusos y extrañados. Alexa Illianof sonrió y continuó cantando. 
 
No quiero tener que sufrir por su piel 
No quiero morirme de pena por él 
No quiero dejarme caer en su red 
No quiero tener que esperar más por él 
 
Kawasaki había entendido el mensaje; como Illianof nadie conocía los problemas y conflictos entre agentes dentro de la agencia y como buena psíquica y empática tenía el don de colocarle la música adecuada a cada asunto. Volvió a mirar al agente Kunimitzu y cuando el agente Rivera le entregó su panel, ella salió de Sistemas. Kunimitzu miró con reproche a la agente Illianof y decidió seguir a la agente Kawasaki. 
 
-Kawasaki- le llamó él y ella giró para verlo, él se atrevió a romper la distancia entre ellos. -¿Cómo estás? 
 
Ella frunzó el ceño cuando escuchó su pregunta, era raro, bastante raro que él estuviera decidido a hablar con ella en medio del pasillo central como si nada. ¿Acaso él no detestaba que ambos hablaran en la instalación frente a todos los demás? Era curioso y extraño, tal vez el mundo se estaba acabando. 
 
-Estoy bien- respondió lacónica, aun sintiendo sorpresa. 
 
-¿Cómo estuvo Venezuela?- preguntó relajado, la agente Kawasaki podía sentir en su voz un tono dulce que parecía salir de su alma arrepentida. 
 
-Bien- contestó volviendo a ser distante. 
 
-Hace tiempo que no nos veíamos- expresó, -¿te gustaría tomar una taza de café más tarde, conmigo?- preguntó. 
 
Si hubiera sido posible, allí mismo se hubiera reído, pero no era propio y mucho menos adecuado. Poner en ridículo a Tezka Kunimitzu, operativo nivel cinco y líder del equipo Beta, era ilógico y eso ni siquiera lo perdonaba el Sr. Summers. Conservó la compostura, pero el agente Kunimitzu no era tonto y podía notar en ella su mirada irónica y divertida. 
 
-Así es tu mecanismo- expresó bajo. -Ya mi castigo terminó y me has perdonado, ahora quieres que todo siga como sino hubiera pasado nada- comentó, -pero creo que te equivocas al pensar que yo te he perdonado a ti. 
 
-¿Perdonarme? Yo no he hecho nada que exija tu perdón- reveló él. 
 
-Tu afronta hacia mí fue desacertado - explicó duramente, -mezclaste nuestra relación con nuestro trabajo y eso es imperdonable. Sé suponía que eras alguien que no hacía esas cosas, tu supuesto nivel de madurez era impresionante, pero creo que me equivoqué al pensar que te conocía - expresó incomoda. 
 
-De todas formas era lo mejor y, a la corta o a la larga debía hacerse; si no lo hacía yo, lo harían ellos. Hice lo correcto- aclaró. -Las emociones nos nublan el juicio y lo que tenemos en algún momento podría afectarnos. 
 
-Claro, a ti te molesta sentir- comentó y notó enfado en el agente Kunimitzu al escucharla. -¿Cuándo hacemos el amor tú sientes o sólo soy yo?- le preguntó. 
 
El preguntaba cómo era posible que una mujer que podía ser dulce como la agente Kawasaki pudiera a la vez ser venenosa y ofensiva, todo eso le causaba hasta miedo. La estaba perdiendo y, si no se movía rápido, ella se iba alejar más de él; pero a fin de cuentas no sabía que hacer para evitarlo. 
 
Sin verlo ante ellos apareció el agente Ferrer que de forma amistosa saludó a la agente Kawasaki, ella sonreía abiertamente para él y permitió que le besara las mejillas, un gesto que le pareció bastante patético al agente Kunimitzu que aún continuaba inmóvil ante la escena. 
 
-Agente Kunimitzu, que bueno es verlo. 
 
El agente Kunimitzu ni siquiera respondió al saludo, su mirada fría y vacía le decía mucho al agente Ferrer. No le caía para nada bien, el agente Ferrer se sintió incomodo pero se avocó a continuar una charla pendiente que tenía con la agente Kawasaki. 
 
-Kaoru, olvidé preguntarte el otro día si te gustaría salir conmigo- expresó el agente Ferrer bajo la mirada de indignación del agente Kunimitzu que ni siquiera notaba. 
 
-Por supuesto, cuando tú quieras- contestó la agente Kawasaki a sabiendas que lo que estaba haciendo no sería del agrado de quien estaba frente a ella. 
 
-¿Qué tal esta noche, en Argo´s?- preguntó feliz por la respuesta. 
 
-Perfecto, nos encontramos allá a las ocho- contestó ella. 
 
-De acuerdo- volvió a besarle la mejilla, -te veo esta noche; aun tengo cosas que concluir con respecto a Camboya- le informó y luego miró a la agente Kunimitzu, -hasta luego, agente- y se retiró dejándolos nuevamente solos. 
 
El quiso matarla, pero como no era propio en él dejarse llevar por los celos sólo pudo mirar a la agente Kawasaki con enfado antes de desaparecer por uno de los pasillos. Ella sonreía victoriosa; sí podía sentir celos él también, aunque no lo expresara; y lo había comprobado en ese instante. Ella sabía que él sentía, por eso estaba dispuesta a enseñarle a expresarlo un poco más; evidentemente lo tenía en sus manos. 
 
 
Alexandria 
Departamento de Fox Mulder 
 
Ella aún recordaba el calor nocturno de Caracas mientras se deslizaba aletargada por aquel departamento. El sol estaba saliendo y la luz se deslizaba por las rendijas de las ventanas iluminando su existencia oscura. Como fantasma se paseó por todo el lugar, pero él no se encontraba allí. 
 
La cama estaba desecha, la bañera no la habían usado esa mañana y ni siquiera habían puesto el café. Una sensación de incertidumbre de apoderó de ella y le llamó al móvil, su frustración fue superior cuando lo escuchó resonar en la habitación. Tampoco se lo había llevado. Era fin de semana ¿Adónde había ido a esas horas? Se preguntó. 
 
Era normal en él, pero ella no se acostumbraba a ello y, aunque la situación era parecida cuando ella desaparecía, las cosas eran distintas desde su punto de vista. El no era un agente del gobierno, él no viajaba dos veces por semana fuera del país, él no mataba personas y no recibía un sueldo mensual por ello. Era todo tan confuso para ella que en medio de su interrogatorio mental se puso a recoger todo el desordenado departamento en vista de que ello la ponía mas nerviosa.  
 
Le causaba asombro que un hombre tan brillante y con una formidable carrera fuera el ser más desordenado sobre la tierra. Le tenía pena a la pobre de Gladys que todos los lunes debía lidiar con semejante caos que a veces daba la imagen de un campo de batalla. Cuando acomodaba los cojines del sofá de cuero negro escuchó que él entraba al departamento, se miraron y no dijeron palabra alguna. Dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él. 
 
-¿Dónde estabas?- le preguntó y colocó sus manos sobre su cintura. 
 
-Salí a correr- contestó al ver su expresión de enfado. 
 
-Ah…- le miró desconcertada y luego volvió a lo que estaba haciendo. 
 
-¿Estabas preocupada?- preguntó asombrado, al adivinar lo que sucedía. 
 
-No- contestó deprisa y se puso a quitar el caos reinante sobre la mesa de café. -Es que apenas son las siete y pensé que estarías durmiendo cuando llegue- aclaró. 
 
-Oh… ya veo- expresó poco convencido. 
 
Era curioso, Dana Scully no se preocupaba cuando él desaparecía, pero al notarlo descubrió que ella podía preocuparse porque como él lo estaba ella también estaba enamorada. Lo que él no sabía era que ella se había preocupado por otras razones, El Centro era una de esas razones y ya había empezado a especular que Hannah Summers o el mismo Andrew Summers habían enviado a mejor vida al Dr. Mulder.  
 
La siguió hasta la habitación y la vio levantar todo el desorden de ropa que había sobre el suelo y llevarla hasta el área del lavado, cuando regresó lo vio quitarse la camiseta y antes de que la tirara al suelo se la quitó de las manos. 
 
-Eres un niño- comentó al dejar la camiseta sobre una silla. 
 
El le hizo una mueca y ella le miró de mala manera. Cuando intentó arreglar la cama él se lo impidió subiéndose y recostándose en ella. La agente Scully no tenía deseos de discutir con él, así que terminó de acomodar todo lo que estaba alrededor de la cama. 
 
-Mulder, ¿has visto mi bufanda violeta?- le preguntó preocupada. 
 
-No- dijo confuso, -¿no la encuentras? 
 
-No- contestó. 
 
-Hace mucho que no te la veo- recordó, -me gusta esa bufanda, pero me gusta más cuando cubres mis ojos con ella y hacemos eso locos juegos alrededor de la casa- expresó insinuante y con picardía. 
 
-Sí, pero la he perdido y ya no podremos hacer esas cosas- le dijo burlonamente mientras seguía arreglando todo el desorden del cuarto. 
 
-¿Se puede saber qué haces?- le preguntó, ya lo que veía le estaba empezando a fastidiar. 
 
-Arreglo tu desorden- contestó cansada. 
 
-¡Por favor! Eso déjaselo a Gladys, para eso le pago- aclaró. 
 
-No, la pobre mujer me da pena; me sorprende que continúe trabajando para ti cuando eres un desastre. Quiero dejarlo todo acomodado para cuando venga, así solo tendrá que limpiar- explicó.  
 
-¿No estás cansada? Sé que estabas de viaje- comentó. 
 
-No, no lo estoy- contestó al levantar los zapatos del suelo y llevarlos al closet. 
 
-Serás una buena esposa- expresó.  
 
Ella se giró y lo miró, un comentario de doble sentido que supo entender muy bien. Estaba jugando sucio y eso no era bueno para ninguno de los dos. 
 
-Me dijiste que no me presionarías- le recordó al acercarse a la cama. 
 
-Lo sé, sólo fue un tonto comentario- explicó y empezó a jugar con los dedos de la mano de la agente. -¿Se lo dijiste a Alexander? 
 
-¿Estás loco? Le puede dar un infarto- expresó alarmada. 
 
-Eso sería bueno- dijo con gracia y la agente Scully le pegó con un calcetín. -Era broma. 
 
-Demasiado pesada- expresó disgustada. 
 
Al no le había parecido así y no le importó que a ella no le hubiera gustado. El sólo había visto dos veces en su vida a Alexander Krycek, pero lo sentía como una amenaza. Las dos veces que lo vio en sus ojos pudo ver un afecto demasiado especial hacia Dana Scully. Se decía que los ojos eran las ventanas del alma y Fox Mulder sabía como ver a través de esas ventanas; por ello el agente Krycek le daba más que mala espina. 
 
El teléfono sonó y el Dr. Mulder contestó inmediatamente, un voz muy conocida por él habló del otro lado y el prominente psicólogo se mostró serio. Dana Scully prefirió guardar distancia porque él era muy reservado cuando lo llamaban, tanto, que a la agente Scully le parecía extraño. 
 
-...Por supuesto… sabía que sería así… no tenía dudas, sólo me concentre, hice el trabajo y ahí tienes los resultados… Está claro… es un logro de todos… No, gracias a ti… Que pases bien el resto del fin de semana… hasta luego- luego de despedirse colgó y tomó su agenda electrónica. Notó la mirada curiosa de la agente Scully. -¿Sucede algo? 
 
-¿Quién era?- preguntó sin importarle ser impertinente. 
 
-Roy- contestó. 
 
-¿Tu editor te llama a las siete y media de la mañana?- preguntó confusa. 
 
-¿Desde cuando tengo que darte explicaciones sobre las llamadas que recibo?- preguntó sospechoso. -Tú no me las das a mí y eres quien recibe llamadas a las tres de la mañana. 
 
-No es lo mismo- explicó. 
 
-No compares carreras ¿quieres? Estamos en igualdad de condiciones- le recordó. 
 
-Es cierto, pero tú sabes quien me llama a esas horas y por qué. Pero tú jamás me has dicho quien te llama y por qué. 
 
-¡Ya te dije quien me llamó!- exclamó. 
 
-Hoy, exactamente hoy. ¿Pero quien fue ayer, o antes de ayer o en nuestras vacaciones en Florida?- preguntó inquieta. 
 
-Creo que te estás interesado demasiado en lo que no debieras- explicó 
 
-Olvídalo Mulder- le pidió indignada al escuchar sus últimas palabras, -si no me quieres decir la verdad está bien; no pregunto más- aclaró. -Iré a arreglar tu caótica cocina. 
 
Ella salió de la habitación ciertamente molesta. A él le parecía ridículo que ella estuviera cuestionándole sus extrañas llamadas cuando ella era peor en ese tema. Ambos tenían vidas muy complicadas y ninguno estaba consiente de ello. 
 
 
Washington DC 
Residencia de Mónica Reyes 
 
Un corcho salió ruidosamente de una botella de champaña, la espuma salía a borbotones cayendo sobre el hermoso piso de madera. La Sra. Reyes se reía infantilmente mientras sostenía una copa de fino cristal. El Sr. Doggett caballerosamente le llenó la copa de champaña y después llenó la de él. 
 
-John, aun no son las ocho de la mañana- recordó pasmada, -no creo que sea correcto que celebremos con champaña. 
 
-Tonterías, para personas como nosotros las siete de la mañana son las siete de la noche y la siete de la noche son las siete de la mañana. ¿Qué importancia tiene que ésta champaña sea nuestro desayuno?- levantó su copa. -El Complejo I encontró a Abu Hamza Al Mohayer, segundo líder de Al- Qeda, está muerto y Phillip está muy feliz, así que, debemos celebrar- propuso. 
 
-De acuerdo, pero sólo porque me veo muy glamorosa con ropa de dormir y esta copa de champaña- comentó divertida. 
 
A John Doggett le gustaba ver reír a Mónica Reyes, era una mujer alegre y mucho más vivazque cualquier otra que pudo haber conocido. Por eso le gustaba tenerla a su lado, como compañera de trabajo, amiga y, de vez en cuando, amante. Ambos chocaron sus copas y bebieron de ellas; cuando acabaron dejaron las copas sobre el escritorio de la Sra. Reyes. 
 
-Me alegra verte así, sabía que cuando encontráramos a Hamza la calma volvería a ti- expresó tranquila la Sra. Reyes y luego tomó asiento en uno de los sillones de aquella oficina.  
 
-Después de todo lo ocurrido en los últimos meses en Los Complejos, era necesario que esa calma llegara, para ambos- aclaró.  
 
-Aun así no debemos bajar la guardia- expresó la Sra. Reyes. -Hannah y Andrew pueden estar tramando algo y debemos estar preparados.  
 
-Están atados de pies y manos, Phillip los tiene muy vigilados y no creo que vayan a intentar hacer algo contra nosotros. Es una pena que Gates no hubiera resultado ser lo que creíamos- comentó, -al parecer Virget era la única espía. 
 
-Tengo mis dudas- expresó la Sra. Reyes, -para mí Gates sí era espía del Centro, pero algo debió decirle o hacerle Hannah para que él no confesara para quien realmente trabaja- explicó. 
 
-Lo interrogamos dos veces, con dos detectores de mentiras distintos y pasó ambas pruebas- le recordó. -Está limpio- volvió a servirse otra copa de champaña. 
 
-No, algo me dice que no. Todo lo que dijo en esos interrogatorios parecía tan falso para mí, como si se hubiera aprendido lo que tenía que decir- expresó con incertidumbre. 
 
-Si deseas podemos hacerle otra prueba- propuso el Sr. Doggett cuando tomó de su copa. 
 
-No, no tendría caso- expresó rendida. 
 
-Tengo que decirte algo- exclamó el Sr. Doggett. -Phillip quiere conocer a nuestro perfilista- le dijo. 
 
-¿A cuál de ellos?- preguntó confusa la Sra. Reyes. 
 
-Quien nos ayudo a descubrir a Virget y con Hamza- contestó. -Ese perfilista- repitió. 
 
-¿El? ¿Y por qué ese interés de Phillip en conocerlo?- preguntó curiosa. 
 
-Digamos que le ha agradó mucho su trabajo- contestó. 
 
-¿Cuándo quiere conocerlo?- preguntó la Sra. Reyes. 
 
-Phillip viaja a España esté martes ¿Te parece bien la próxima semana?- preguntó a modo de propuesta el Sr. Doggett. 
 
-Bien- sonrió complacida, -concertaré una cita. 
 
-De acuerdo- dejó su copa de champaña sobre el escritorio. -Es hora de irme, no he dormido nada y debo descansar un par de horas. 
 
-¿No se suponía que para nosotros las siete de la mañana son la siete de la noche?- preguntó evidentemente sorprendida. 
 
-Sí, pero ya no tengo veinte años- explicó con una débil sonrisa. 
 
La Sra. Reyes se puso de pie y se acercó al Sr. Doggett, su mirada era atrevida y pícara. Era una mujer completamente seductora, altamente respetada en aquel mundo y deseada por muchos, especialmente por su más cercano colega.  
 
La corbata del Sr. Doggett colgaba desanudada de su cuello y la Sra. Reyes se la sacó deslizándola lentamente. Luego rozó ligeramente el centro de su pecho y le miró, tan transparente que el Sr. Doggett podía adivinar lo que estaba pensando. 
 
-¿Quieres que me quede?- preguntó voz insinuante y suave. 
 
-Ambos podríamos descansar- contestó, -en la misma cama- agregó. 
 
El Sr. Doggett sonrió, le impresionaban las palabras de la Sra. Reyes, aunque para él era algo ya habitual cuando ambos se encontraban fuera de la oficina y en un ambiente tan íntimo como el hogar de Mónica Reyes. El Sr. Doggett tomó su móvil y marcó un número de memoria. 
 
-¿Sí, señor? 
 
-Peter, la Sra. Reyes y yo estaremos reunidos hasta las cuatro- le informó. -No nos pases llamadas- le ordenó. 
 
-De acuerdo, señor- expresó su asistente del otro lado de la línea. 
 
El Sr. Doggett cerró su móvil enseguida y la Sra. Reyes asaltó sus labios muy despacio. El acomodó sus manos en el rostro de ella y ella se abrazó mucho más a él. Detrás, sobre el escritorio, un pequeño temblor de sus cuerpos hizo caer una de las copas, ninguno reaccionó al sonido del cristal cuando cayó al suelo. Ya estaban muy lejos de allí para darse cuenta de ello, estaban celebrando su nueva victoria sobre El Centro.  
 
 
Departamento de Dana Scully. 
 
El tiempo se agotaba, lo sentía, ya la felicidad no sería parte de su existencia. Mientras trabajaba en su computador y veía las noticias en su televisor, observaba las horas pasar como pasaban las sensaciones bellas para dejar en su corazón la total desolación. Era el comienzo del fin y la vida se le hacía menuda. 
 
El suave sonido de su timbre la sacó de sus divagaciones, era él, no había dudas. Se había ido de su casa en la mañana aparentando enfado, pero era otra de sus sublimes actuaciones; lo que quería era estar sola. Se levantó de la mesa a la vez que se recogía el pelo y acudió a la puerta. 
 
Durante diez años como agente secreto estaba acostumbrada al color negro, ya ni siquiera le parecía un color seductor como en sus años de adolescencia, pero cuando vio al Dr. Mulder parado frente a ella vestido de jeans, camiseta y chaqueta de cuero negro se obligó a cambiar de opinión. El lucía apenado y con culpa, a ella el corazón se le conmovió y se odiaba así misma por ser la responsable de aquella tristeza. 
 
Se alejó de la puerta dejándolo pasar, el prominente y melancólico doctor cerró la puerta tras de sí. La agente se acercó nuevamente a su mesa y apagó la laptop. Entre sus manos tomó una taza de té y se la llevó a la boca, el Dr. Mulder siguió ese pequeño viaje con su mirada. Luego su atención se centró en el televisor que estaba encendido frente a ellos. Estaban pasando las noticias internacionales y ya todo el mundo sabía que el segundo al mando de Al-Qaeda había sido encontrado. 
 
-Esto significa una victoria para ustedes- comentó el Dr. Mulder señalando el televisor y la agente Scully negó con los hombros, poca importancia le daba el trabajo, el medio oriente y el terrorismo. 
 
-Es una guerra de nunca acabar- expresó la agente. 
 
Se quedaron en silencio y ella volvía a tomar de su taza de té; el doctor sentía cierta tensión en ambos y apurado apagó el televisor; para la agente era notoria en él su conmoción.  
 
-Vine a pedirte disculpas- expresó inmediatamente, con un dejo de nerviosismo en su voz. -Mis palabras fueron inadecuadas y poco correctas, no debí hablarte así. 
 
Tenía miedo, tanto como ella. Miedos distintos, pero miedo al fin y al cabo, y lo compartían, aunque no supieran que el otro lo tenía. Había una grieta entre ellos; el Dr. Mulder no sabía que existía, pero la agente Scully la veía crecer más y más frente a ellos, como una grieta que se abre paso en el suelo y los estaba dividiendo. 
 
-Yo también debo pedir disculpas- expresó ella apenada, -no sé qué me pasó; sólo que sentí que algo ocurre y no sé qué es. No me gusta- explicó. 
 
-Son sólo llamadas de trabajo- recordó y se acercó a ella. 
 
-Lo sé, lo sé- repitió y dejó su taza sobre la mesa. -Estas últimas semanas han sido tan complicadas para mí- se cubrió el rostro con una de sus manos aparentando cansancio. 
 
-Deberías relajarte- le aconsejó. -Sabes que pienso sobre tu ajetreada agenda. ¿No crees que deberías delegar y dejar todo en manos de otras personas?- preguntó. 
 
-Lo único que necesito es estar contigo- explicó y respiró hondo, -no necesito más y tal dependencia me está asustando- se rió ligeramente incrédula por lo que ya había dicho. 
 
-No es correcto- le acarició el rostro, -una mujer enamorada no se asusta por la dependencia que siente hacia el amor que le profesan- explicó. 
 
Sí, era todo un don Juan aparte de amigable, excelente consejero y un gran apoyo para ella. Lo era todo, ¿cómo iba ser capaz de dejarlo cuando él le había devuelto la vida? Iba a ser su misión más difícil y prefería involucrarse en la cacería de Bin Laden que a romperle el corazón. La primera opción hasta la veía fácil en lo más profundo de su mente. Le acarició el rostro como a un niño, y le besó la frente. Un largo abrazó los consumió a ambos después, hasta que él decidió hablar. 
 
-¿Quieres salir?- preguntó. 
 
-¿Adónde?- inquirió confusa. 
 
-Vamos al cine- propuso. 
 
-¿Qué quieres ver?- le preguntó la agente. 
 
-¿Qué tal The Cronics of Narnia?- la agente Scully encorvó su ceja y él sonrió divertido, se acercó al closet de abrigos de la agente y tomó uno de ellos. -O tal vez Neverland- planteó, -con Johnny Deep y Kate Winslet, la amo- y ella le miró de manera desaprobatoria. -Figuradamente- explicó ante el dejo de celos que veía en su mirada 
 
-Mulder, esas son películas para niños- le recordó la agente, le parecía extraña su selección de películas para ver aquella noche. 
 
-¿Y qué importa? Nosotros somos niños- explicó y le ayudó a ponerse su abrigo, -niños perdidos de Washington. 
 
Y ella rió con ganas, sus ocurrencias eran increíbles y totalmente encantadoras, otra de las cosas que iba a extrañar de él.  
 
 
Washington DC 
Cercanías del Restaurant Argo´s  
 
Las luces titilantes de la ciudad capital le daban el toque especial a aquella noche. Kaoru Kawasaki caminaba por aquellas calles para encontrarse con su cita, una cita que había realizado para fastidiar sobremanera a Tezka Kunimitzu; lo que ella no sabía era que él odiaba los juegos y las bromas. 
 
Estaba a dos cuadras del elegante restaurante, ya podía ver la entrada y al gerente recibiendo a los comensales de esa noche. Se acomodó el pelo, sin notar que un Mercedes negro se estacionaba a su lado. El dueño del auto bajó el cristal del conductor y llamó a la agente; cuando ella volteó el rostro su sorpresa fue descomunal. 
 
-Tezka, ¿qué demonios haces aquí? 
 
-Sube al auto- le ordenó tajantemente. 
 
-¿Qué? No haré tal cosa- le dijo asombrada. 
 
-No lo vuelvo a repetir, sube al auto- le dijo. 
 
-Ya no me das ordenes- le recordó, -hago lo que se me place y no subiré a tu auto- explicó. 
 
Ella estaba haciendo otra de las cosas que él odiaba, que le llevaran la contraria; era una pugna seria y con rostro grave bajó del auto para enfrentarla. Cerró tan fuerte la puerta del automóvil que a la agente Kawasaki le pareció que ésta iba a quedar inservible. 
 
-Estás resuelta a encontrarte con él, ¿cierto?- le encaró. 
 
Ella sonrió, con cierto orgullo. Lo había logrado, había logrado poner celoso al ser sin alma llamado Tezka Kunimitzu, pero si continuaba con su desvergüenza él iba a olvidar toda su formalidad y la iba a terminar matando porque simplemente le estaba provocando hacerlo. 
 
La agente Kawasaki miró por encima del hombro del agente Kunimitzu, en la entrada de Argo´s un auto se estacionaba y de él bajaba el agente Ferrer. La llave se la entregó al vallet y éste se llevó el auto. El agente Ferrer no se dilató mucho y entró al restaurante, la agente Kawasaki con una diminuta sonrisa cínica miró al agente Kunimitzu. 
 
-Si me disculpas, mi cita acaba de llegar- comentó. 
 
Intentó continuar su camino, pero él la detuvo tomándola por el codo y arrastrándola hasta el interior de un oscuro callejón. Otra en sus circunstancias hubiera gritado, pero no podía gritar cuando su secuestrador tenía toda la razón en hacer lo que estaba haciendo. 
 
-¡¿Te has vuelto loco?! ¡Déjame en paz!- gritó, -¡me estás lastimando!- expresó. 
 
A mitad del callejón él la soltó, ella respiraba agitada e impresionada, todo su pelo le cubría el rostro, así que con cierta furia lo llevó hacía atrás. El agente Kunimitzu intentó permanecer impávido, pero le estaba resultando difícil hacerlo.  
 
-¡Eres un animal!- volvió a gritarle, -crees que tienes derecho sobre mí cuando los has perdido. Debiste pensarlo muy bien antes de haber hecho lo que hiciste. 
 
-Se suponía que habías venido a Estados Unidos por mí, que estabas luchando por acercarte a mí y lo lograste, luego empiezas a maquinar cosas absurdas que me obligan a ponerte en tu puesto y entonces, dentro de tu enfado ridículo, decides terminar con lo que tú empezaste e irte con otro así de fácil- disertó. -Eres tan falsa… 
 
-¿Falsa yo? Tú eres el falso al decir que estabas dispuesto a enfrentar lo que había entre nosotros; aunque evidentemente yo no advertí que antes de eso estaba Illianof. 
 
-¡Eres una tonta! Illianof es prácticamente mi hermana, la única que después de ti ha logrado derribar las barreras que impongo delante de todos. Sin embargo fue un idiota al permitir que tú hicieras tal cosa, por esto intento no expresar algo hacia alguien porque todo se vuelve un caos y me descontrolo. Tú me descontrolaste. 
 
-Pues me alegro, así de una buena vez aprendes que no todo gira a tu alrededor y que no todo lo puedes controlar. ¡Eres un maldito ser humano!- le gritó. 
 
Ante su último grito, él la llevó detrás de un contenedor de basura, la acorraló de tal modo que no tenía escapatoria. La besó sin ningún ápice de vergüenza, se había vuelto tan loco como aquel beso, de manera violenta asaltaba su lengua y ella intentaba alejarse de él. 
 
El no le permitía moverse, no había por donde correr, sí se había descontrolado, pero la controlaba a ella de tal modo que aunque le empujara él volvía a cerrar la distancia entre ellos. Luego no pudo más, tal beso era extremadamente desenfrenado y soltó su bolso y se abrazó tanto a él como sus fuerzas lo permitían. 
 
Sus mentes se licuaban y ninguno de los dos tenía conciencia alguna. El estaba furioso y molesto, no estaba dispuesto a dejarla ir, no para que tuviera una cita con Dylan Ferrer; nadie tenía citas con las pertenencias de Tezka Kunimitzu. Kaoru Kawasaki ya tenía su sello registrado sobre su piel. 
 
Sin dejar de besarla, la tocaba por debajo de su elegante vestido de cóctel, encontró su ropa interior y sin pensarlo la hizo jirones. Ella gritó en sus labios al sentir la seda desgarrándose e intentó nuevamente alejarse cuando la conciencia volvió a ella pero fue imposible. Estaba indefensa y por primera vez tenía miedo, pero aún así lo deseaba. 
 
Ella abrió los ojos y vio los carros pasar por la calle, el callejón oscuro y el contenedor era su resguardo aquella noche y ella lo olvidó todo. El la tomó por la cintura con una mano, su lengua recorría el cuello de la agente y ella ya se dejaba hacer totalmente a gusto, escuchó muy a lo lejos el sonido de un cierre y después de ello, sin preliminares, sin ni siquiera tocar su parte más intima como él usualmente lo hacía, entró en su interior... bajo la negrura de la noche, las luces de los carros y la suciedad de aquel callejón sin iluminación. 
 
La embistió fuerte y su grito fue acallado por el sonido de una bocina que provenía de la calle. Se colgó más a él, la escena era completamente loca y lujuriosa, no era propio del agente Kunimitzu, pero su enfado le había cegado el juicio, eso la agente Kawasaki lo agradecía. La embestía sin remordimientos, sin preocuparle el que tal vez la estuviera lastimando, era lo que quería, lastimarla, pero no lo lograba porque ella en vez de sentirse herida lo estaba disfrutando al igual que él. 
 
Después de aquello, ella no volvería a provocarle celos y no maquinaría cosas referentes a sus colegas más cercanos y él no la odiaría, y no intentaría mantener distancia frente a ella. Todo lo que estaba sucediendo parecía una historia de ficción, Tezka Kunimitzu estaba haciendo cosas que alguien como él, calculador, frío y centrado, no haría. Las predicciones de su más entrañable amiga habían sido correctas, él se había convertido en otra persona. 
 
-¿Ves lo que has hecho? Me has destruido- comentó él con voz febril, sumergido en quejidos. 
 
-Porque lo has querido- se defendió ella, se agarró más él al sentir otra embestida violenta, era un dulce castigo. 
 
-Sí, porque lo he querido- reconoció. 
 
Volvió a besarla, casi sin aliento ninguno de los dos y no paraban de poseerse mutuamente en la profundidad de aquel inapropiado y censurado lugar. El mordió su cuello con lujuria antes de estallar en su interior y luego le siguió ella. El cielo nocturno se hizo más claro para ellos, la agitación de su encuentro era vista en su respiración forzosa ella estuvo a punto de caer al suelo si él no la hubiera sostenido entre sus brazos. 
 
Luego de un interminable momento de recuperación, él se alejó un poco de ella y la besó débilmente; ella aun permanecía sin fuerzas pero ya podía permanecer de pie. Se acomodaron las ropas y él le acarició el rostro, ella besó su mano y lo vio alejarse. Volvía a ser lo de meses atrás, se alejaba para darle su espacio. Se vio en medio del callejón mientras él subía a su auto y partía. 
 
 
Washington 
Restaurant Black Moon 
 
Los Summers y los Bennedetty se encontraban reunidos allí esa noche. Era una cena social, pero ya se había convertido en laboral porque minutos antes el Sr. Summers se había enterado del éxito de Los Complejos al atrapar a Abu Hamza Al Mohayer. El no estaba contento y los demás tampoco se sentían muy a gusto con el estado de enfado en el cual él se encontraba.  
 
Su plato de entrada se enfriaba y no le prestaba la más mínima atención; por otro lado la Sra. Summers sí la estaba disfrutando, pero al igual que los Bennedetty le preocupaba lo que sucedía en aquella mesa.  
 
-¿Podrías aparentar serenidad y complacencia en esta noche, Andrew?- le pidió su hermana incómoda. 
 
-¿Quieres que mienta?- le preguntó. 
 
-Nos estás arruinando la cena- ilustró, -por lo menos tu esposa no es capaz de tal cosa- le dio una mirada desconfiada a la Sra. Summers, -y todos aquí sabemos que tampoco está contenta. 
 
-Si no quieres presenciar mi enfado, entonces te suplico que te largues- le indicó. 
 
Margaret Bennedetty miró a su hermano mayor de mala manera, vio que había perdido el respeto por todo y por todos y que no le importaba hacer sentir mal a todos los que estaban a su alrededor. Tomó su bolso y se levantó de la silla bajo el asombro de su marido. 
 
-Margaret, espera- le llamó. 
 
-No- expresó y tomó rumbo a la salida del restaurante. 
 
-Deberías controlar tu humor- le recomendó el Sr. Bennedetty. 
 
-Y tú deberías controlar a tu mujer, para algo te casaste con ella- comentó. 
 
El Sr. Bennedetty, se ofendió y se retiró del restaurante justo como lo hizo su esposa, pero no sin antes darle una mirada de completo rencor al Sr. Summers. Este le restó importancia, todos sus pensamientos estaban concentrados en Los Complejos y en amonestar a su esposa. 
 
-Debes buscarle una solución a todo esto, no resistiré más otro desacierto e incompetencia con respecto a nuestros planes de destruir a John y a Mónica- comentó mirando al vacío. 
 
-Y tú debes relajarte- le recomendó y no le importó para nada lo que le decía. 
 
-¿Resolviste el asunto de Scully?- le preguntó ligeramente incomodo. 
 
Ella no contestó, era un asunto que no quería tratar en ese momento, aunque Andrew Summers pensó y demostró lo contrario al tomarla del brazo con fuerza para acercarla más a él, no le importó los comensales presentes y los empleados del restaurante. Tenía la mirada inyectada de una extraña rabia. Hannah Summers no se mostró asustada, pero intentaba librarse del agarre de su mano sobre su delicado brazo, aún así no lo logró. 
 
-Hannah, no intentes jugar conmigo; sé que Scully es muy importante para ti y si no quieres que resuelve el asunto yo, hazlo tú- le ordenó. -¿Entendiste? 
 
Ella le miraba fijamente, desafiante, segura de sí, aunque él podía percibir el miedo en lo más profundo de su ser. La soltó bruscamente y ella volvió a quedar sentada en su silla. Las miradas que se daban estaban llenas de desesperación, impaciencia y rencor. 
 
 
Washington DC 
Día siguiente 
 
Un porche gris se estacionaba en el estacionamiento subterráneo del Centro, de él se bajó la agente Scully y lo cerró rápidamente, su móvil sonó y contestó inmediatamente pensado que la llamada venía de la mismas entrañas de la organización para la cual trabajaba. 
 
-Voy en camino. 
 
-La encontré- dijo el Dr. Mulder del otro lado de la línea. 
 
-¿Qué encontraste?- le preguntó la agente Scully confusa, pero feliz de recibir su llamado. 
 
-Tu bufanda violeta- contestó, -estaba detrás de los cojines del sofá- contó. 
 
-¿Cómo fue a parar allí?- preguntó extrañada cuando llegó al ascensor y entró en él. 
 
-Tengo una teoría- expresó. -¿Quieres escucharla?- le preguntó. 
 
-De acuerdo, pero me arriesgo a quedar horrorizada como otras veces- expresó divertida. 
 
-No seas así- le pidió. -Bien, mi teoría expresa que el sofá está molesto porque cada vez que jugamos con esta bufanda, él termina llevándose la peor parte y por ello ha decidido secuestrar la bufanda para evitar que volvamos a hacerle daño. Ha sufrido mucho- explicó. 
 
-Mulder, le acabas de dar vida y personalidad a tu sofá. Has dicho que siente enfado, miedo, sufrimiento y ha decido vengarse- ilustró. -¡Estás loco!- expresó entre la impresión y la gracia. 
 
-Sólo era una teoría- explicó semi ofendido. 
 
-Espero que no hables de ella con tus estudiantes de la universidad- comentó. 
 
-¿Cómo quieres que le diga a mis estudiantes que mi sofá esta enfadado porque tengo relaciones sexuales sobre él?- la agente Scully se sonrojó hasta la medula al escuchar eso y él sintió algo de orgullo. -Te sonrojaste, ¿cierto? 
 
-Te encanta- expresó. 
 
-No tienes idea- le dijo divertido. -Otra cosa: ¿la cena con los chicos en tu casa sigue en pie?- le preguntó. 
 
-Por supuesto, esta noche a las siete y media. Ya ordené la cena, deberá llegar como a las seis; llega temprano- le pidió. 
 
-Primero debo pasar por la tintorería, buscar el traje que quiero ponerme e ir a casa a cambiarme, pero llegaré a tiempo- le informó. 
 
-Entonces nos vemos a las siete y media- le dijo, -te amo. 
 
-Es la primera vez que lo dices de primero- expresó el Dr. Mulder con sorpresa y la agente Scully sonrió ligeramente. -Yo también te amo- pronunció. 
 
Colgaron ambos al unísono, las puertas del ascensor se abrieron y la agente Scully salió de allí con una sonrisa que iluminó todo el gris pasillo principal del Centro. Luego acudió hasta el gimnasio del edificio y se subió en la primera caminadora que encontró libre, apenas llevaba quince minutos sobre ella cuando Alyson Hannigan se colocó al lado de ella en una de las caminadoras que había dejado libre otro agente. 
 
-Hola- le saludó. 
 
-Hola Alyson- le devolvió la agente Scully el saludo. 
 
-A esa velocidad no vas a quemar las calorías que necesitas perder- comentó de repente. 
 
-¿Qué quieres decir?- preguntó con sorpresa. 
 
-No es por ofenderte, querida Dana, pero estás algo rellenita- dijo con cierto miedo. 
 
Y tuvo razón en tener miedo porque cuando la agente Scully la escuchó le pegó con la toalla que llevaba consigo. La agente Scully detuvo rápidamente la máquina y se bajo de ella. 
 
-Repite eso en mi cara- le ordenó. 
 
-No, ya no- dijo con gracia. 
 
-A ti te gusta retarme- le dijo mientras la señaló con el dedo. 
 
-Es mi deber como parte de tu equipo- le recordó al continuar sobre la caminadora y corriendo sobre ella. 
 
-Bien, entonces a la colcha agente Hannigan- le ordenó y detuvo la caminadora de la agente. -¡Ahora!- gritó. 
 
-¿Qué pretendes?- le preguntó desconfiada. 
 
-¡Ellington!- gritó la agente Scully y uno de los encargados del gimnasio se acercó a ella. 
 
-¿Señora? 
 
-Dos pares de guantes- le pidió, -y olvídate de los cascos. 
 
-Como diga- y el encargado se retiró. 
 
Alyson Hannigan sonrió divertida, hacía tiempo que no intercambiaba golpes con su superior y lejana amiga; sí, lejana, porque en los últimos meses ellas no compartían como en los viejos tiempos.  
 
El encargado de los equipos del gimnasio les trajo los guantes que había pedido la agente Scully y ella y la agente Hannigan se los colocaron, fueron hasta la colcha azul de entrenamiento y pelea. Ambas compañeras empezaron a intercambiar golpes, las dos habían recibido el mismo entrenamiento y por consiguiente eran lo suficiente buenas como para que una de las dos resultara ganadora en aquel combate. 
 
Después de casi una hora de sacarse puro sudor y una que otra gota de sangre de los labios las dos quedaron tiradas en el suelo, una al lado de la otra, respirando agitadas y con los brazos entendidos sobre la colcha. La agente Scully golpeó en son de broma en el vientre a la agente Hannigan. 
 
-Ok, me retracto. Sigues en forma y tus piernas están fuertes; no volveré a mover mis caderas en dos años- comentó. 
 
La agente Scully se rió con ganas al escucharla y al gimnasio entró la agente Webster que al ver a las otras dos tiradas en la colcha se acercó a ellas. La agente Webster la miraba a ambos con cierta repulsión. 
 
-Vas a necesitar un baño- le dijo a la agente Scully. 
 
-Lo sé- expresó. 
 
-Antes de ver a Hannah- le informó. 
 
-¿Hannah? 
 
-Desea verte- le explicó, -no tardes- le exigió y luego se retiró. 
 
-Espero que no sea otra misión- dijo con sospecha. 
 
Se puso de pie y luego ayudó a la agente Hannigan a ponerse de pie. Recogió sus cosas y se colocó una chaqueta deportiva que había traído consigo, no fue a tomar el baño que le recomendó la agente Webster sino que fue directamente con la Sra. Summers. 
 
Al pasar por Sistemas escuchó a la agente Illianof cantar una canción bastante melancólica y de repente sintió que era para ella. 
 
Cuando entró a la oficina sintió el ambiente pesado, la segunda al mando del Centro permanecía de pie y dándole la espalda. La agente Scully no advertía que su jefa se estaba preparando para darle una orden que no le iba a gustar, pero luego lo sintió, lo vio rondar en el lugar y en la mirada de Hannah Summers cuando volteó a verla. 
 
-Buenas tardes, Dana- le saludó fríamente. 
 
-Buenas tardes- dijo la agente. 
 
-¿Cómo está el Dr. Mulder?- le preguntó la Sra. Summers, ocultaba de nuevo su mirada y acudió a pararse frente a su escritorio. 
 
-Bien- respondió con duda. 
 
-Ya han pasado mucho tiempo juntos ¿no crees que ya es hora de que continúes?- le preguntó, levantó la vista y su expresión era totalmente sería. 
 
-No entiendo- expresó confusa. 
 
-Es hora de que acabe ya, Dana. Tú relación con el Dr. Mulder debe terminar- expresó. -El juego llegó a su fin- dijo. 
 
Ahí estaba lo que la agente Scully estuvo esperando por meses, el comienzo de su infierno en vida, era la antesala, y las palabras de Hannah Summers eran la bienvenida. La agente no mostró conmoción, ni en su mirada, ni en su cuerpo; pero su alma se estaba desmoronando.  
 
-¿No crees que el juego se acaba cuando yo lo decida?- le preguntó desafiante. 
 
-No cariño- sonrió irónica, -tú no tomas decisiones aquí; soy yo y yo te digo que se acabó. Sea lo que sea que tengan, se acabo- señaló. 
 
-No tienes ningún derecho a decidir sobre mi vida, Hannah- le aclaró secamente, su voz era hielo. -No lo voy a dejar porque tú quieras- explicó, -para mí no tiene fin. 
 
-Debo reconocer que luce muy bien el amor en ti- notó la mirada sorprendida de la agente, -vamos, no soy tonta; sabía de tu amor por ese hombre desde hace mucho tiempo. Aunque al principio todo fue por sexo para ti, al final terminaste entregándole tu corazón- explicó. -Bien, es hora de que te olvides de eso, tus prioridades son otras y él no está incluido. Tienes un deber con esta organización y tu patria, y el Dr. Mulder representa tan solo un estorbo en tu carrera- a la agente Scully todo eso le causó gracia. 
 
-Si supieras lo ridícula que te escuchas, ¿es qué no te das cuenta que nada de esto me importa ya?- le preguntó. -Es cierto, lo amo y por consiguiente no pienso dejarlo, seguiré a su lado hasta el final de mis días… 
 
-Andrew ya lo sabe- le informó, la agente Scully se mostró despreocupada. -Y no está contento, me ordenó hablar contigo y hacerte recapacitar. Esto no es un juego; has roto una de las reglas fundamentales de la organización y eso no se perdona tan fácil. Debes dejarlo por las buenas o por las malas. 
 
-Estás tratando con una operativo nivel cinco y líder del equipo primario del Centro. Vas a necesitar algo más que eso para convencerme- aclaró. -Y si le pones un dedo encima, te juro, Hannah, que serás la primera en pagarlo- le amenazó. 
 
Continuara… 

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