Nombre del Fanfic: Mundos Distintos

Capitulo: 22

Autor: NikkyScully

Dedicado a: Disclairmer: Son de mi propiedad. 
Clasificación: ¿Qué es una clasificación? 
Dedicatoria: A Rovi, Vania y Ana, las inigualables. Agent Macgirl, mi gran y maravillosa amiga y Isabel mi fan numero uno, pero sobre todo a quienes me dejaron comentario en las pasadas entregas: Mike, Gyllyx, Dana-K, Sany, Sandy, DanaKS, Mary, Conocimiento-acumulado, GinaS, Gabrielax, spookygirl86, Magalyalga wendymsanchez, sheccid, Icezard, Issyx, Saenz, Piliam, Electra, Danny_xf, Scully_gab, Jossv, Erika, Nary y Any. Bexos.  
Carla Fox, gracias por todo nuevamente. 
Nota: Pueden pasar por la fanficteca, SFZ o la bitchteca a leer las partes anteriores.  
Feedback: jro185ARROBAhotmail.com. 

Clasificacion: Touchstone

Romance

Universo Alterno

Angst / Drama

Fanfic: El ahogaba sus penas con todo el alcohol de todos los bares de la ciudad, entraba a uno y salía cuando no lo querían más allí y entraba a otro a sabiendas de que lo dejarían tomar gracias a su tarjeta sin límites. La búsqueda de un nuevo bar empezaba nuevamente cuando se involucraba en algún pleito con otro ebrio. Para él, el alcohol era la manera de soportar el sufrimiento, no entendía aún las razones por las cuales ella había terminado con él, a pesar de que repetía una y otra vez aquellas palabras que escuchó horas antes en su departamento y eran la causa de su gran pesar y desesperación. 
 
Cuando el ambiente de aquellos bares oscuros no le era ya apetecible, compró una botella del más fuerte licor y se fue a deambular por todas las calles desoladas de la ciudad. Su alma desquebraja y su corazón herido lloraron como nunca habían llorado en su vida, ni siquiera cuando perdió a su hermana; aún era muy niño para asimilar tal perdida. Siendo adulto y viendo que había perdido de una manera inexplicable su más grande amor, el dolor era inexorable. 
 
Sus amigas lo llamaron y en medio de la madrugada fueron a buscarlo a su casa. Como sus guardianas y cuidadoras, tenían copia de la llave de la vivienda. Al entrar la escena no pudo ser más confusa. Muebles y libros rotos, papeles por doquier y dos botellas de alcohol vacías. 
 
-Ya hemos visto esto antes- exclamó Janet asustada al ver a Sarah salir de la recamara. Recordó las otras veces en que el Dr. Mulder pagaba su frustración con las cosas de su departamento. 
 
-La cama aún está hecha- le comentó. 
 
-¿Qué crees que haya sucedido?- le preguntó confusa. 
 
-Sabes la respuesta- le aclaró angustiada. 
 
-¿Rompieron? Es imposible, están comprometidos- le recordó con pasmo. 
 
-Te dije que Dana jamás se casaría con Mulder- le repitió. 
 
-¿Por qué razón?- preguntó. 
 
Sarah sabía el por qué, pero no contestó, ahora lo que le preocupaba era el bienestar del Dr. Mulder. Justin lloró en los brazos de su madre como si supiera que su padrino estaba sufriendo y Janet lo consoló. 
 
-¿Dónde crees que esté?- le preguntó frustrada. 
 
-No lo sé- contestó contrariada y le dio las llaves del auto, -vete a casa- le pidió. -Yo llamaré a los chicos para que vengan por mi, así lo buscaremos. No debe estar lejos. 
 
-¿Y si le pasó algo?- preguntó aterrada. -Apenas salió del hospital esta mañana- recordó. 
 
-Cálmate- le pidió. -Ya lo encontraremos. Ahora ve a casa. 
 
Le dio un beso en la mejilla y lo mismo hizo con Justin. Janet le pidió con su última mirada que encontrara al Dr. Mulder. Al salir su compañera, Sarah levantó una de las botellas del suelo y se mostró más que preocupada.  
 
Del otro lado del mundo, las balas llovían y Dana Scully esperaba que alguna la atravesara sobre un montículo de arena. Se sentía tan cobarde que ni siquiera podía empuñar su propia arma para suicidarse y en la República Democrática del Congo, país desolado por la guerra civil, esperaba que algún soldado rebelde le pegara un tiro para que así acabara con su miserable vida. 
 
No escuchaba los insistentes llamados de los agentes que lideraba, aunque su intercomunicador estaba encendido, no así su atención. El helicóptero que los sacaría de allí había llegado y casi todos habían subido a él. Kaoru Kawasaki no tenía la fuerza suficiente para dejarla allí porque así lo quería ella; atravesó deprisa el cerco militar impuesto por los aliados y se lanzó hacía la agente Scully. Ambas cayeron rodando por una pendiente y cuando llegaron al final la agente Scully finalmente había reaccionado; pero no como lo hubiera esperado la agente Kawasaki. 
 
La miró de mala manera, como si hubiera cometido un error, aún así a la agente Kawasaki no le importó y la levantó del suelo halándola por el chaleco de su uniforme de combate. Mientras dos agentes le cubrían el paso, ambas subieron al helicóptero y este se elevó en el aire. Dentro del transporte la agente Scully miraba con odio a la agente que le había salvado la vida. Sese Kabila, un líder rebelde que habían atrapado, luchaba para zafarse de las esposas y sacarse la venda que cubría su rostro. La agente Scully no estaba contenta y terminó pagando su enfado con Kabila, le pegó con el mango de su arma así provocándole el desmayo. Un agente pensó que lo había matado y se aseguró que no lo hubiera hecho, respiró tranquilo al ver que el líder rebelde seguía con vida. 
 
 
Plaza Potomac 
 
Allí, tirado en una banqueta como una paquete, triste, solo y abandonado, sin perro que le ladrara, Fox Mulder era digno de lástima. Quienes pasaban por allí le miraban con asco y miedo, parecía un vagabundo sin juicio alguno, pero a él no le importó; lo único que le importaba era lo que sentía en su interior, un dolor que le carcomía el alma y la consciencia. 
 
En su estado de embriaguez hizo una lista mental sobre lo sucedido, en su cabeza enumeró las cosas que pudo haber hecho para que la agente Scully decidiera dejarlo de la manera en que lo hizo; sin embargo no encontraba razón alguna para ello. Continuó más confundido que el día anterior y eso lo enfureció más de lo que estaba. 
 
Vio a Sarah O´Connell que se acercaba sigilosamente hacia él con un gesto de total preocupación, ella temía que él saliera huyendo como otras veces; pero a él no le quedaban fuerzas ni para eso. Cuando terminó de acercarse, se sentó en la banqueta junto a él y después vio llegar a sus demás amigos. 
 
Su botella estaba casi vacía e intentó tomarse lo que le quedaba, pero Frohike le arrebató la botella y la mitad de lo que quedaba quedó regado sobre la ropa del Dr. Mulder y el suelo. Frohike lo miró con reproche mientras los demás le miraban con pena.  
 
-¿Cómo me encontraron?- preguntó de repente, sin sacarle la vista de encima a Frohike. 
 
-Rastreamos tu tarjeta de crédito- contestó Langly, -la última vez que la usaste fue en el bar El Gato Tuerto, compraste esa botella de whisky con ella- señaló. 
 
-Bien, ya me quitaron la botella, ahora pueden irse- les solicitó. 
 
-No podemos hacer eso, estábamos desesperados; pensamos que te había ocurrido algo malo- le dijo Sarah consternada. 
 
-¿Desde cuándo te preocupas por mí?- le preguntó con un dejo de sorpresa, Sarah lo miró con reproche nuevamente. -Les agradezco su preocupación, pero necesito estar solo. 
 
-Te dejó ¿cierto?- expresó Frohike y el Dr. Mulder los miró con asombro.  
 
-¿Acaso ella los llamó para que recogieran los despojos de mi mente y de mi cuerpo después de haber terminado conmigo?- preguntó desconcertado. 
 
-No- contestó con duda Frohike. 
 
-Mientes, como miente ella… como miento yo- señaló resentido. 
 
-¿A qué te refieres?- le preguntó Sarah con confusión, sus palabras le resultaron tan extrañas. 
 
El no contestó, prefirió continuar regodeándose en su angustia y tortura interna. Batallaba con los demonios que la misma agente Scully había dejado en su alma destrozada.  
 
-Mulder, sé por lo que estás pasando- expresó Byers preocupado. -Somos tus amigos y estamos aquí para apoyarte, por favor déjanos llevarte a casa- le pidió. 
 
El se mostró negativo a irse con ellos, pero estaba tan cansado ante su batalla profunda que lo único que deseaba era cerrar los ojos y morir en su agonía. Por primera vez en mucho tiempo, Sarah se atrevió a tomarle la mano esperando a que él no se sobresaltara. El sólo la miró con cierta confusión. 
 
-Vamos Mulder- le incitó, -no me obligues a dispararte de nuevo. 
 
El sonrió melancólico al escucharla y asintió ante su petición, se paró de la banqueta como un soldado herido y acompañado por los chicos se encaminó hasta la camioneta que habían utilizado para llegar hasta allí. Sarah O´Connell los seguía desde una distancia prudente mientras pensaba en que la agente Scully había destruido por completo a su más grato amigo y se sentía furiosa por ello. Si se presentaba alguna oportunidad para verla no dudaría en decirle tres buenas verdades. 
 
 
Horas más tarde 
Departamento de Kaoru Kawasaki 
 
Mientras ella se daba una ducha después de haber llegado de la República Democrática del Congo, él hacía una revisión meticulosa en aquel departamento, desde hacía varios días sospechaba que ella estaba metida en algo incorrecto y prohibido por la organización.  
 
Sentía desconfianza y sintió mucho más cuando en uno de sus cajones encontró un diminuto cd codificador, lo tomó en sus manos y lo observó al preguntarse qué hacía una operativa nivel dos con un dispositivo de códigos que sólo era utilizado por operativos de mayor rango.  
 
Escuchó que la ducha ya no estaba trabajando y el sonido seco que hacía una mampara de cristal cuando era corrida. Cerró el cajón de la cómoda y se introdujo el cd en el bolsillo de sus pantalones, acto seguido se tumbó sobre la cama con la espalda apoyada en el espaldar. La agente Kawasaki salió del baño, cubierta con una bata de baño y el pelo completamente húmedo, se lo secaba despacio con una pequeña toalla. 
 
-¿Estuviste escuchando lo que te comenté?- le preguntó al ver con su habitual expresión serena. 
 
-A duras penas, tu regadera no es muy silenciosa- explicó. 
 
-O era que no me estabas prestando atención- sentenció incómoda y a él ni siquiera le importó el comentario. -En fin, algo pasa con la agente Scully casi la matan hoy y al parecer ni le importa. Tuve que atravesar un cerco, lanzarme sobre ella y rodar por una pendiente para que terminara de reaccionar y bastante disgustada. Ni siquiera me lo agradeció- expresó frustrada al sentarse en la cama junto a él. 
 
-La próxima vez, deja que una bala la atraviese- le pidió el agente Kunimitzu y ella lo miró indignada. 
 
-A veces tu maldita avaricia me deja pasmada- expresó molesta. -Resígnate de una vez y por todas, no serás el líder del equipo Alfa. 
 
-¿Por qué estás tan convencida?- le preguntó y ella resopló hastiada. 
 
-Te es muy difícil expresar tus sentimientos- contestó. 
 
-¿Y qué tiene que ver eso con ser líder del equipo Alfa? 
 
-Para ser el líder del equipo Alfa, se necesita más corazón que mente y aun te falta- señaló. 
 
-Entonces tendré que romper algunas reglas, mandar al diablo al Centro, enamorarme de una civil y pegarle al Sr. Summers- enumeró. 
 
A ella todo eso le pareció un chiste y empezó a reír, pero a él no le pareció así y le miró con una seriedad que la obligó a callar porque parecía que él la atravesaba con la mirada provocando en ella ciertas turbaciones.  
 
Decidió concentrarse en terminar de secarse el pelo, discutir con Tezka Kunimitzu era como discutir con un muro y eso requería un esfuerzo que podía servirle muy bien para otros asuntos más importantes.  
 
El, lejos de un enfado profundo, se quedó observándola mientras pensaba en lo que ella posiblemente ocultaba y luego se percató de que no la conocía lo suficiente como para estar seguro de su inocencia. Lo más extraño era que ella sí lo conocía lo suficiente y todo ello le pareció bastante confuso; una sensación que era de su completo desagrado. 
 
Ella notó su mirada profunda y le miró mientras continuaba secándose el pelo. El no concebía que frente a él estuviera una potencial traidora, no alguien como ella, con su carácter, lealtad, bondad y esa chispa que logró activar en él emociones nunca antes vividas. Ella sonrió como si hubiera escuchado lo que pensaba. 
 
-¿Tu sería capaz de mentirme?- le preguntó de repente. 
 
-No- respondió con seguridad al saber que el agente Kunimitzu era una persona desconfiada por naturaleza y por ello poner pruebas e interrogar a quienes le rodeaban le era normal. Le tocó la mejilla y volvió a sonreírle. -A ti… - señaló, -jamás. 
 
El quería creerle, por más que nada deseaba creerle, pero le era imposible; muy en el fondo sabía que ella no estaba siendo con él sincera. Algo ocultaba, lo presentía, y deseaba saber que era porque de alguna manera u otra él iba a terminar lastimado. Ella le besó ligeramente y luego él la abrazó, lanzando un soplido que delataba consternación y miedo, lo cual la agente no notó. 
 
 
El Centro 
Sistemas 
 
La agente Illianof entró a Sistemas y en cuanto el agente Rivera la vio le entregó un cd en su estuche, ella se lo agradeció y tomó asiento frente a una de las consolas. Sacó el cd de su estuche y lo introdujo en el cd-rom del computador. Estudiaba el informe de la última misión realizada por el equipo Alfa. Le pareció que todo estaba correcto a pesar de que la agente Scully casi muere en la misión. 
 
Salió del programa que leía el archivo y sacó el cd del cd-rom. Al ponerse de pie, se quedó ciega ante una luz brillante que cubría su rostro, cerró los ojos, pero aun seguía viendo la luz. Estaba teniendo otro de sus episodios telequinéticos y se agarró de la mesa al ver llegar la imagen. 
 
Veía una mujer pelirroja, vestida con una bata de satén y recostada sobre un sofá blanco; luego una sensación de dolor cubrió su estomago y la obligó a encorvarse. Viajó por un túnel de gusano y se vio nuevamente en El Centro, respiró agitada y se tocaba el estomago. El agente Rivera se encontraba a su lado. 
 
-¿Estás bien?- le preguntó confuso. 
 
-Sí- contestó exhausta y agarró al agente Rivera por el cuello del suéter que llevaba. -¿Dónde está Webster? 
 
-¿Cuál de los dos? 
 
-El mayor- respondió. 
 
-En las oficinas de la CIA- respondió. 
 
-Localízalo y transfiere la llamada a mi móvil- le ordenó. 
 
Tan pronto como sintió que las piernas le respondían, salió corriendo de Sistemas, no podía perder el tiempo, ella sabía que la hora de quién había visto no había llegado, y debía evitar a toda costa que la muerte recogiera a alguien que aún no se encontraba en su lista de asignación. 
 
Estaba enterada de que el agente Krycek se encontraba en El Centro, él era el único que podía ayudarla a pesar de que no era un santo de su devoción. Se acercó a los ascensores y cuando uno de ellos abrió impidió a otros agentes entrar en él. No podía detenerse en otros niveles. 
 
Al llegar al nivel donde se encontraba el comedor, fue una suerte para ella encontrar al agente Krycek allí sentado en una de las mesas. Se acercó a él, pero inmediatamente esté se puso a la defensiva al ponerse de pie y guardar distancia. A ella lo que le provocó fue pegarle de nuevo a ver si le sacaba un diente, pero se contuvo y se mostró serena. 
 
-Necesito hablar contigo- le explicó. 
 
-Tú y yo no tenemos nada de que hablar- señaló. 
 
-No me obligues, Krycek, puedo empezar a vociferar aquí todo lo que sé sobre ti- le amenazó. 
 
A él no le gustaron sus palabras y lo que hizo fue tomarla por un brazo y llevarla a una esquina del salón. Alexa Illianof representaba una amenaza para él y sin lugar a dudas debía ponerle freno a su lengua. 
 
-Ten mucho cuidado- expresó al arrinconarla contra la pared, -no sabes de lo que soy capaz- señaló. 
 
-Si sé de lo que eres capaz, pero ese no es el caso ahora- explicó apurada. -Se trata de Scully. 
 
-¿Qué sucede con ella?- preguntó desinteresado, lo que más le interesaba era que la agente Illianof no empezara a hacer otra de sus escenas en pleno comedor como la última vez. 
 
-La vi- señaló ocultando los nervios que sentía y mirando a todo el que pasaba por allí y se quedaba mirándolos, -tienes que evitar que se suicide. 
 
-¿Qué?- preguntó confuso. 
 
-No hay tiempo para explicaciones, debes ir inmediatamente a su casa- le explicó. -Alguien debe salvarla. 
 
-¿Quieres que crea todo lo que me estás diciendo así como así? Yo no soy Webster, ni Kunimitzu para estar creyendo en cada uno de tus delirios, necesito más que palabras- expresó incrédulo ante lo que le decía. 
 
-Yo no necesito darte pruebas, Krycek- sentenció, -tú bien sabes que lo que digo siempre resulta verdad y por ello tienes miedo. Si en estos momentos no quieres creerme, bien, eso significa que la mujer que puede corresponde a tus sentimientos después de lo sucedido va a morir- expresó serena. 
 
Alexander Krycek la miró fijamente, sus ojos reflejaban una verdad que representaba sus deseos más profundos; lo que él no sabía era que ella también podía tergiversar lo que decía a su conveniencia, y lo único que le convenía a Alexa Illianof era que él fuera a salvarle la vida a la agente Scully. 
 
El agente Krycek se cubrió los labios entre el asombro y el pasmo, la agente Illianof era tan directa y firme con sus palabras que causaba cierto espanto. El vio a la agente Hannigan entrar al comedor y enseguida se alejó de la agente Illianof para acercarse a ella, no le dio tiempo ni a decir hola cuando ya la tenía agarrada de la muñeca y la llevaba nuevamente a la salida. 
 
-Alex, ¿qué sucede?- preguntó confusa. 
 
-Vamos a salir- contestó. 
 
La obligó a tomar el ascensor con él sin decir palabra alguna y, sin soltarla, el ascensor los llevó hasta el nivel de salida, para entonces abordar otro ascensor que los llevó hasta el parqueo del edificio subterráneo. Sacó las llaves de su auto y desactivó la alarma; Alyson Hannigan sumida en su confusión no sabía ni qué decir o preguntar. Se quedó parada en medio del estacionamiento cuando el abrió las puertas del carro. 
 
-¿Adónde demonios vamos?- le preguntó. 
 
-No hay tiempo- le dijo, -te lo digo en el camino- puso su mano en su espalda y la llevó hasta el lado del pasajero frontal del auto, ella subió sin protestar y luego lo hizo él. -Colócate el cinturón- le pidió. 
 
Ella se lo colocó sin muchos deseos. Cuando él ya se había colocado su cinturón, introdujo la llave en el encendido y su BMW Z4 marrón con asientos de cuero rojo encendió enseguida. Quitó la emergencia y cuando colocó el primer cambio de arranque, la agente Hannigan tuvo que sostenerse fuerte por la velocidad con que se dirigía hacia a la rampa de salida. 
 
Iba tan deprisa en la carretera que su compañera empezó asustarse, estaba consciente de que él era un adicto a la velocidad, pero ya estaba exagerando; hacía cortes acelerados entre auto y auto, esquivaba, tocaba el claxon una y otra vez y se saltó todos los semáforos que encontró en rojo. Si los detenían se iban a meter en un gran problema porque no llevaban consigo sus identificaciones federales, ni siquiera las que los acreditaban como agentes de la CIA. 
 
El aún no había explicado lo que sucedía a la agente Hannigan. Cuando entraron a la zona de Georgestown, el agente Krycek aceleró mucho más y cuando la agente Hannigan vio la imponente Torre Asgard muy cerca de ellos lo comprendió todo. El tremendo apuro de su compañero se debía a la misma agente Scully y lo que quiso fue bajarse del auto, pero ya era muy tarde. 
 
El vigilante del edificio los dejó pasar inmediatamente al estacionamiento, ya los conocía y sabía que eran amigos de la mujer pelirroja que vivía en el departamento 14B. El agente Krycek se estacionó en el parqueo de visitantes que le correspondía a la agente Scully junto a su porsche gris, y ambos se desmontaron del BMW. 
 
-¿Ya me vas a decir que sucede?- le preguntó la agente Hannigan evidentemente molesta, ella no quería estar allí. 
 
El agente Krycek omitió la pregunta y tocó el capo del auto de la agente Scully. Estaba frio al tacto, lo que le decía que no lo había usado recientemente y se mostró mucho más preocupado que antes. 
 
-Espero que hayamos llegado a tiempo- expresó para sí. 
 
Ambos se dirigieron al ascensor y lo abordaron, en pocos minutos se encontraron en el piso catorce tocando con insistencia la puerta de la agente Scully. 
 
-Dana, soy yo, Alex- continuó tocando la puerta. -Vamos, abre por favor- le pidió. 
 
-Es obvio que no está ahí- le aclaró la agente Hannigan cruzada de brazos. 
 
-Hace seis horas que llegó de África, ¿dónde más podría estar?- le preguntó y continuó tocando la puerta al no recibir respuesta de la agente Hannigan. Se cansó de tocar, sacó una llave universal y la introdujo en el llavín de la puerta. 
 
-No deberías tener eso- exclamó alterada. 
 
-¿Me vas a decir que no tienes una?- le preguntó y ella asintió hastiada.  
 
El pomo de la puerta cedió ante la llave y cuando el agente Krycek abrió la puerta lo que vio ante él prácticamente le partió el alma. El y la agente Hannigan entraron deprisa al ver a la agente Scully acostada en el sofá con uno de sus brazos extendidos hacia fuera. 
 
Ambos se acercaron al sofá, el agente Krycek se arrodilló ante él levantando a la agente Scully que no respondía a sus llamados. La agente Hannigan vio un frasco de pastillas para dormir a la mitad sobre la mesa del café y a su lado un vaso vacío, ella tomó el vaso y olió el interior, el licor y las pastillas para dormir no eran buena señal. 
 
-No tiene pulso- expresó el agente Krycek conmocionado. Bajó el cuerpo inerte de la agente Scully al suelo, le extendió los brazos y colocó sus manos sobre su pecho para empezar a hacerle compresiones a su corazón para que volviera a latir.  
 
Repetía el masaje consabido cinco veces sobre su pecho para luego colocar sus labios sobre los de la agente Scully y llenar sus pulmones de aire. Volvió a repetir el mismo proceso una y otra vez, tal como se lo habían enseñado; todo ello bajo la impresión de la agente Hannigan que observaba estática al agente Krycek desesperado por salvarle la vida a la agente Scully. 
 
-Por favor, no me hagas esto- decía agitado, presionando continuamente el pecho de la agente y llenando de aire sus pulmones. -¡Vamos maldita sea, reacciona!- gritó iracundo.  
 
La agente Hannigan lo miró a los ojos cuando se arrodilló ante él y el cuerpo de la agente Scully. Estaba completamente angustiado, tenía miedo y una expresión de total desconsuelo. A su compañera le constaba que Alexander Krycek daría su propia vida por la de la agente Scully. 
 
Salió de sus pensamientos cuando escuchó a la agente Scully volver a la vida, tocía por el exceso de aire de sus pulmones y se cubrió su pecho adolorido. Tocó el rostro del agente Krycek entre la conciencia y la inconsciencia. Su compañero la abrazó, se sintió aliviado al ver que la había devuelto a la vida. 
 
-Debemos hacerla vomitar- expresó el agente Krycek que no deshacía su abrazo sobre la agente Scully. 
 
-Iré a calentar agua- comunicó la agente Hannigan perturbada por lo que había sucedido.  
 
El agente Krycek tomó entre sus brazos a la agente Scully y la llevó hasta la habitación; la agente sentía un horrible dolor de estomago que la hacía retorcerse sobre la cama, todo ello producto del whiskey y las pastillas para dormir que se había tomado conjuntamente. La agente Hannigan regresó con ellos minutos después con una enorme jarra de agua, el agente Krycek tomó la jarra entre sus manos y se la dio a tomar a la agente Scully. 
 
Ella se negó al principio, pero luego sintió la necesidad de tomarse toda el agua que, aunque un poco caliente, era fácil de digerir. Unos segundos trascurrieron e inmediatamente corrió hasta el baño vomitando todas las pastillas en el interior del retrete.  
 
El agente Krycek le frotaba la espalda y la agente Hannigan observaba la escena desde el pie de la puerta con enfado; enfado porque veía lo diligente que era el agente Krycek y que la agente Scully no notara ello, que prefería suicidarse antes que ver a otro hombre que la amaba y con el cual sí podía ser feliz.  
 
Transcurrió una hora. La agente Scully descansaba en su cama después de haber intentado quitarse la vida y sus compañeros permanecían en la sala tomando te, haciendo la acostumbrada vigilia a una depresiva-suicida y reflexionando cada uno en su interior; pero pensando distintas cosas.  
 
El timbre de la puerta sonó y la agente Hannigan se puso de pie dejando su taza de té sobre la primera mesa que encontró. Se acercó a la puerta del elegante departamento y al abrir se encontró con el agente Webster que traían un rostro de conmoción. Se saludaron con una simple mirada y ella lo dejó pasar.  
 
El y el agente Krycek apenas se miraron, el segundo se dedicó a tomar de su taza de té sin importarle quien estaba allí. Estaba demasiado preocupado por la agente Scully para interesarse por el cuñado de ella. 
 
-Recibí una extraña llamada de Alexa- comentó por vez primera. 
 
-Dana intentó suicidarse- aclaró el agente Krycek que levantó la cabeza y le miró serio. 
 
-¿Otra vez?- preguntó el agente Webster sorprendido. 
 
-¿Cómo que otra vez?- preguntó confuso el agente Krycek. 
 
-¿No lo supiste?- le preguntó la agente Hannigan. -En el Congo suplicó para que un rebelde le volara la cabeza; si no hubiera sido por Kawasaki, ella estuviera ya tocando arpas en el cielo- expresó cansada e irónica. 
 
-No tiene gracia- le discutió el agente Webster y se acercó a la entrada del pasillo que llevaba a la habitación de la agente Scully. -¿Qué intentó hacer esta vez?- le preguntó a la agente Hannigan al no querer hablar con el agente Krycek. 
 
-Se tomó medio frasco de pastillas para dormir y un vaso de whiskey- contestó. -Lo típico- comentó. -La hicimos vomitar, ahora está descansando. 
 
-¿Y la dejaron sola?- preguntó desconfiado. 
 
Los demás lo miraron como si hubiera hecho una pregunta tonta, pero no era tonta. A una persona que había intentado quitarse la vida no se le podía dejar sola por mucho tiempo, porque podía volver a intentarlo y eso era lo que temía el agente Webster.  
 
Se encaminó a la habitación de la agente Scully y cuando entró no se pudo alarmar más cuando la vio sentada en la orilla de la cama con su arma entre sus manos. Inmediatamente se acercó a ella y le quitó la pistola de las manos. El agente Krycek y la agente Hannigan entraron después. 
 
-¿Qué demonios pretendes?- le preguntó angustiado. 
 
-Devuélveme el arma, Marcus- le pidió extendiendo su mano hacía él. 
 
-No- le dijo y le entregó el arma al agente Krycek. 
 
-Alex- le llamó la agente Scully. 
 
-No puedo- le aclaró y le sacó el cartucho a la nueve milímetros, luego se lo introdujo en el bolsillo de sus pantalones. 
 
-No necesito una intervención- les comunicó. 
 
-Claro que la necesitas- expresó el agente Webster, -y necesitas ir a un hospital, aunque te hayan hecho vomitar es probable que tengas residuos de lo que te tomaste en tu estómago. 
 
Ella se sentía cansada, agotada, devastada; pensó que no necesitaba nada de lo que decía el agente Webster. Lo que necesitaba era la muerte para que le otorgara la liberación que tanto anhelaba y así alejar el sufrimiento de su alma. Antes no hubiera pensando así, como buena católica; pero ese día ella sentía que ni la religión la ayudaría, sólo la muerte. 
 
Salió de la recámara seguida por los demás, en la cocina tomó un cuchillo y esa vez el agente Krycek le quitó el utensilio que quería utilizar para cortarse las venas. Ella furiosa le abofeteó y en vez de que terminara matándolo a él, el agente Webster se interpuso entre los dos para que las cosas no se fueran a mayores. 
 
-¡Cálmate ya!- le pidió entre gritos e insultos. 
 
-¡Es que no lo entienden!- gritó la agente Scully. -No tiene sentido que siga viviendo, el mundo tan sólo es un basto de amargura sin su presencia; mi alma, mi cuerpo y mi mente claman por él- enumeró angustiada. -Aún tengo su olor en mis manos y si no está conmigo para qué continuar. 
 
La agente Hannigan después de asegurarse de que el agente Krycek no hubiera sufrido mayores daños en su rostro, levantó la vista al escuchar a la agente Scully. Estaba harta de tanta amargura y drama por parte de su homóloga y le iba hacer entrar en razón de alguna manera u otro. Alejó al agente Webster de su superiora y la abofeteó con tantas fuerzas y rabia que los demás se quedaron anonadados. 
 
-¡Basta!- le gritó después. -¿No te estás dando cuenta de que estás haciendo un completo drama? ¡Te has vuelto tan ridícula que das asco!- señaló y la agente Scully la miró totalmente sorprendida ante lo que le decía. -Madura- le pidió, -nadie vino a ser feliz aquí, la vida es un compendio de pequeños momentos felices y los demás son puramente amargos, venimos aquí a asimilarlo. No puedes exigir más de lo que tienes, confórmate con lo que te ha tocado- disertó. 
 
-Alyson, creo…- intervino el agente Krycek al ver lo irritada que estaba su compañera con la agente Scully. 
 
-Déjame terminar- le expresó y luego continuó. -Yo te admiraba por tener el completo control de tus actos y tus sentimientos, pero después de que murió tu hermana todo cambió, y te volviste tan emocional que aún me cuesta creerlo- expresó demostrando sorpresa. -Vuelve a ser lo que eras, antes de que ya no quede nada de ti. Aprovecha que aun tienes personas que en verdad te aman, a pesar de que no lo veas- concluyó, la miró por última vez y se retiró.  
 
Todos quedaron en silencio, la agente Scully aun continuaba con su expresión de pasmo ante lo que le había dicho la agente Hannigan. Nunca le habían dado un sermón como ese, pero la agente Hannigan estaba siendo franca y sincera; prácticamente le había rogado que continuara con su camino antes de que se perdiera completamente, era el momento de aceptar la realidad. La realidad en la cual ya no estaban ni su hermana ni el Dr. Mulder. 
 
 
Instituto de Psicología y Ciencias 
Dos días después 
 
Para él, lo más recomendable era continuar con su vida a pesar de que poco sentido tenía ya. Sumirse en su trabajo le ayudaba a alejarse de su conflicto sentimental; así fue en muchas ocasiones, pero esta vez descubrió que no sería tan fácil. 
 
Llegó a su oficina y después de recibir un sermón de una Janet que no estaba de acuerdo con su presencia allí, se dispuso a trabajar. Tenía muchos casos atrasados. Habían sido casi dos semanas de ausencia y ahora le tocaba recuperar el tiempo perdido. 
 
Aún así, no dejó de pensar en ella tan solo un segundo. La veía en cada rincón de su oficina como un fantasma que se aparecía para torturarlo una y otra vez, y hasta la confundió con una de sus pacientes. 
 
El Dr. Rogers ya estaba al tanto de lo sucedido gracias a la eficacia y prontitud de Janet. Carl Rogers estaba consciente como ningún otro que la relación entre su colega y la agente Scully iba a terminar como había terminado, muy mal.  
 
Al mediodía, aprovechando la poca afluencia de pacientes en el Instituto, fue a la oficina del Dr. Mulder para hacerle la visita. Cuando entró lo encontró trabajando afanosamente entre una montaña de papeles y expedientes. 
 
-Hola- le saludó cuando cerró la puerta tras de si. 
 
-Hola Carl- le saludó el Dr. Mulder cuando le vio, pero inmediatamente se centró en el trabajo. 
 
-¿Cómo estás?- le preguntó al desabotonarse la chaqueta de su traje y tomar asiento. 
 
El Dr. Mulder balanceó la cabeza de un lado a otro indicándole que no estaba ni bien ni mal. En definitiva él mismo no sabía cómo se encontraba en esos momentos.  
 
-Lamento lo que ocurrió entre tú y Dana- expresó solidario el Dr. Rogers. 
 
-¿Acaso Janet no tiene trabajo aquí?- preguntó hastiado. -Está siempre ocupada dilucidando mis problemas con los demás. 
 
-Ella sólo intenta ayudarte- aclaró el Dr. Rogers. 
 
-No lo está haciendo- se quejó el Dr. Mulder. 
 
Era fácil de percibir que el Dr. Mulder no estaba a gusto y mucho menos contento. Pasaría mucho tiempo antes de lograr la resignación que evidentemente necesitaba. Se mostró cansando, lanzó el bolígrafo sobre el escritorio y lo golpeó con frustración. 
 
-¿Por qué lo hizo?- preguntó. -¿Por qué rompió conmigo?- se puso de pie y se acercó al ventanal. -¡Íbamos a casarnos!- señaló frustrado. 
 
-¿Qué quieres que te diga?- le pregunto el Dr. Rogers. 
 
-Eres su psicólogo- le recordó. 
 
-No puedo hablar contigo sobre el perfil psicológico de Dana, no es ético- le recordó. -Además estuviste suficiente tiempo con ella, sé que conoces su psique- expresó.  
 
-En estos momentos la desconozco completamente- le dijo al mirar por la ventana. -No la entiendo. 
 
-Sólo puedo decirte una cosa… Dana no es de las que se comprometen tan fácilmente- expresó. 
 
-Insultas mi intelecto como profesional al decirme eso- expresó ofendido. -Si Dana es como intentas describírmela, en primer lugar yo no le hubiera pedido matrimonio- explicó. 
 
-Mulder, como profesional sabes que Dana es insegura. Toma decisiones de las cuales luego se arrepiente- aclaró.  
 
-No sigas por favor- le pidió incrédulo. -Tú sabes por qué lo hizo- desmintió. 
 
-Y al parecer tú también- comentó. -No entiendo por qué entonces me preguntas sobre lo que hizo cuando conoces las razones. 
 
-¡Porque debió luchar!- enunció. 
 
-¿Sola?- el Dr. Mulder lo miró. -Imposible, ella tiene muchos fantasmas con los cuales debe batallar- expresó con perspicacia. -Entre ambos las cosas se dieron muy deprisa y no llegaron a conocerse lo suficiente. 
 
Internamente el Dr. Mulder le dio la razón al Dr. Rogers a pesar de que no se lo expresó. El y la agente Scully habían tenido una relación que había empezado muy rápido, sorprendente había sido que durara todo lo que duró, cuando ella guardaba tantos secretos desconocidos por él.  
 
-Debo hablarle- comentó de repente el Dr. Mulder al salir de su hermetismo. 
 
-Lo más recomendable es mantener distancia- le aconsejó su colega. 
 
-No creo poder hacer eso- explicó el Dr. Mulder. 
 
Y el Dr. Rogers comprendió que la historia entre su colega y su paciente aún no había terminado, y eso sí seria más que un problema, porque si el Dr. Mulder se acercaba nuevamente a la agente Scully, sólo para hablar, era probable que El Centro lo interpretaría de otra forma y el Dr. Mulder no saldría librado como la primera vez cuando casi perdió la vida. 
 
 
Torre Asgard 
Departamento de Dana Scully. 
 
Llamaron a la puerta y ella con desgano salió de la cama, le costó decidirse a ponerse las pantuflas y pararse de la cama. Salió de la habitación estrujándose el rostro, el sedante que le había administrado el agente Webster la había adormilado tanto que ni siquiera recordaba que día era. 
 
La luz del pasillo del edificio le dio directamente en los ojos y, entre su ceguera y las luces, pudo distinguir la silueta de una mujer bastante conocida por ella. La mujer entró al departamento sin siquiera saludar. La agente Scully al recobrar de nuevo la visibilidad la miró confusa. 
 
-¿Madre? 
 
-La misma- respondió observando todo su alrededor, dejó su bolso encima del sofá y se quitó el tapado negro que cubría su cuerpo. Debajo de éste dejó ver un sueter prolijo y blanco con un elegante broche. 
 
-¿Qué haces aquí?- le preguntó consternada. 
 
-Vine a rescatarte- contestó y se acercó a las cortinas, las abrió de par en par dejando pasar la luz. -Hace un día hermoso. 
 
-¿Cuándo llegaste?- le preguntó y despacio se acercó a ella. 
 
-Hace dos horas- contestó, -pero el aeropuerto es un caos- se acercó a su hija, rompió el espacio personal entre ellas dos y le olió el cuello. -¿Cuándo fue la última vez que tomaste un baño?- le preguntó. 
 
Su hija la miró desconcertada, su madre con tal pregunta le había dicho que apestaba y estaba totalmente en lo cierto porque el sedante que el agente Webster le había administrado hacía ya cuarenta y ocho horas, la había dejado prácticamente en coma y había dormido tanto que se había olvidado de que debía bañarse. 
 
Arrastró su cuerpo hasta su cuarto cuando vio a su madre entrar la cocina. No necesitaba de los cuidados de su madre, lo que necesitaba era quitarse esa sensación de dolor que cubría su alma; lo cual se había convertido en una tarea imposible de hacer. Ese mal de amores, tal vez, lo llevaría con ella por siempre. 
 
Cuando empezó a llenar la tina de agua y se quitó la mugrienta bata de dormir, escuchó el sonido de una aspiradora. No había dudas, su madre estaba allí para cuidarla, protegerla, alimentarla y, después de todo ello, sermonearla por lo que había intentado hacer. Estaba bastante segura de que el agente Webster le había llamado y le había contado lo sucedido, por eso su presencia allí. 
 
Se metió en la bañera y tomó ese baño que su madre con su mirada penetrante le había ordenado que tomara. Fue tan largo y relajante que no se dio cuenta que su madre había entrado para asegurarse de que todo estaba en perfecto orden con su hija y que no había hecho la típica locura de cortarse las venas en la tina como digna actriz de cine melodramático. 
 
Al salir de la tina se cubrió con una toalla y su pelo mojado chorreaba agua en el suelo. Se vistió con ropa de entre casa y no se secó el pelo. Fue hasta la cocina y vio la estufa encendida, su madre estaba cocinando para ella y cuando la vio no le dijo nada, sólo con la mirada le indicó que tomara asiento. Las mujeres Scully tenían un poder intenso en sus miradas, pero Margaret Scully lo había perfeccionado con los años y eso le daba el suficiente poder como para tener a su hija menor lo bastante dócil para tenerla en absoluto control. 
 
Se sentó a la mesa, su madre le ofreció un vaso de jugo y luego continuó con lo que estaba haciendo en la estufa. La agente Scully permanecía callada, tomando pequeños sorbos de aquel jugo que con amor su progenitora le había preparado. La Sra. Scully no soportó el silencio reinante entre ambas. 
 
-Cuéntamelo todo- le pidió dándole la espalda. 
 
-Marcus te lo contó todo ya- le dijo mirando hacía el vacio. 
 
-Quiero escucharlo de tus propios labios- expresó tajantemente.  
 
Y habló finalmente, le contó todo lo ocurrido en las últimas semanas, le contó sobre la tristeza de haber dejado para siempre al único hombre que había amado con toda su alma y ser, así como el sentimiento de culpa que le había quedado después, que le había dejado un sabor amargo. Le contó todo eso a pesar de que su madre no la entendía; pero sí la entendía, mejor que nadie. 
 
Continuó escuchándola atentamente al servirle un plato de arroz con fideos y carne. Se sentó a su lado y siguió escuchándolo mientras comía sin ánimos. Margaret Scully comprendía todo lo que escuchaba, como agente veterana y retirada había sentido todo ese dolor y esa pesadez en su alma en el pasado.  
 
Ella también, una vez, le entregó su corazón a un amor imposible, pero consecuentemente supo afrontar rápidamente la realidad y jamás se vio caer en el estado de depresión absoluto en el cual había caído su hija. 
 
Ante sus conocimientos después de escucharla, supo otorgarle las palabras correctas para su sanación interna. Margaret Scully estaba allí para darle el consuelo que sólo una madre podía darle a una mujer como la agente Scully. Y así lo hizo, porque ningún psicólogo podría alentar a Dana Scully como lo haría su madre. La conocía tan bien que sabía cuales eran las palabras exactas para reconfortarla y devolver la vivacidad que habían perdido sus ojos. 
 
-Es hora de que prosigas, Dana- le comentó su madre al tomarle de la mano. -Dale vuelta a la página y lee la siguiente, es lo que único que queda cuando se ha sufrido tanto como tú. Busca dentro de ti y en el exterior lo que te hará fuerte y te permita volver a ser lo que alguna vez fuiste. Pero sobre todo, dale tiempo a tu corazón para sanar. 
 
-Jamás volveré a enamorarme-sentenció. -Es lo mejor. 
 
-¡No digas semejante barbaridad!- exclamó horrorizada. -Una vida sin amor no es vida, que ya no tengas el amor de Fox no quiere decir que ya no te enamorarás más. Tampoco te estoy diciendo que salgas a buscar uno nuevo inmediatamente, sana y luego acorta tu rango de búsqueda- le explicó haciéndole ver que esa vez debía buscar a alguien mucho más igual a ella que distinto. 
 
-Gracias por estar aquí, madre- expresó la agente Scully emocionada. 
 
Su madre la abrazó, le acarició la espalda y le besó la frente como cuando era niña. Dana Scully aún seguía siendo para ella la niña fuerte que luchaba formidablemente por esconder su fragilidad, lo que siempre había logrado con total éxito hasta que algo profundamente doloroso lograba en ella hacer resurgir esa fragilidad conocida por unos pocos en su vida, como su madre. 
 
Cuando se aseguró de que había recobrado su entereza y fortaleza interna, la dejó en su departamento para que continuara reflexionando sobre lo que haría en su vida. Se despidieron con todo el amor familiar que había entre ellas y así la Sra. Scully regresó a San Diego. 
 
Siguiendo los consejos de su madre, se dedicó primero a deshacerse de todo lo que le recordaba al Dr. Mulder. Ni siquiera podía creer lo que estaba haciendo, pero era lo apropiado, aunque resultara doloroso. Llevó una caja hasta su habitación, de su closet sacó la poca ropa que pertenecía a quien alguna vez fuera parte de su vida, sonrió idiotizada al ver esos suéteres y corbatas que había dejado allí después de noches intensas de pasión. 
 
Miró todas las fotografías que se habían tomado juntos. Una de ellas era del día de Acción de Gracias, en ella se reflejaba el amor intenso que uno sentía por el otro; las fotografías de las vacaciones en Florida y el rollo sin revelar de las fotografías que habían tirado el día de su cumpleaños, todo ello lo deposito en la caja.  
 
Se quitó el brazalete de soles y lunas de oro y plata que le había regalado y lo dejó en la caja de terciopelo azul; le dio una última mirada al hermoso brazalete, cerró el estuche y lo dejó en el interior de la caja con las demás cosas. El libro, que aunque no lo había leído, no quiso quedarse con él. La fotografía y la dedicatoria eran demasiado para ella y hacían aflorar sus sentimientos dirigidos a él. 
 
Mientras seguía buscando en las gavetas de sus cómodas, se encontró con el estuche de terciopelo blanco de su anillo de compromiso; ni siquiera lo abrió, porque sabía que el anillo no estaba ahí. Se lo había devuelto al Dr. Mulder cuando terminó con él y no tenía caso que se quedara con el estuche de terciopelo blanco, así que, también se lo devolvería con todo lo demás.  
 
Después de todo lo que hizo, se sentó en su cama para pensar que haría con todas esas cosas. No podía botarlas, la mayoría pertenecían al Dr. Mulder y aunque era inadecuado llevarlas personalmente, debía hacerlo, ya que era muy estúpido enviarlas por correo cuando ella vivía tan solo a veinte minutos de su residencia.  
 
Se recostó en su cama, necesitaba fuerzas para poder verlo y de seguro enfrentar sus recriminaciones. Se acostó de lado, y cuando su nariz quedó sobre la sabana tuvo que pararse inmediatamente. No lo había notado hasta entonces, pero su cama aún tenía el olor del perfume del Dr. Mulder y eso será inaceptable. Tan pronto como pudo las quitó y entendió que debía borrar su recuerdo lo más pronto posible de su mente. 
 
Tomó la caja y la llevó hasta el salón, se colocó su abrigo y tomó las llaves de su auto. Levantó la caja y salió con ella del departamento. Con decisión tomó rumbó al departamento del Dr. Mulder. 
 
 
Alexandria 
Departamento de Fox Mulder 
 
Aquella bufanda azul representaba lo que alguna vez fue para él Dana Scully, su belleza, su olor, su delicadeza y sus grandes secretos. Era un símbolo en tela de la mujer que amaba a pesar de que ella sentía todo lo contrario hacía él. 
 
Frustrado dejó la bufanda sobre el sofá y se acercó a la pecera, sus amiguitos silenciosos nadaban hambrientos como todos los días y entre ellos flotaba inerte Spooky, el pez extraño que ella le había regalado en su cumpleaños junto con la pecera. La vida era risible y brutalmente irónica, Spooky había muerto como había muerto el amor entre ellos dos.  
 
Con dolor sacó de la pecera al que alguna vez fue su mascota preferida y lo lanzó por el retrete como acostumbraba, para que fuera a reunirse con los tres mil peces que se le habían muerto antes. Al regresar al salón, escuchó que llamaban a la puerta; cuando fue abrir su sorpresa no pudo ser más enorme.  
 
-Hola- le saludó la agente Scully. 
 
-Hola- le saludó él con desconcierto. 
 
Un halo de esperanza cubrió su corazón al verla allí, pero al ver la caja que estaba cubierta con uno de sus suéteres, su esperanza fue remplazada por el sentimiento fatal del desaliento. Cuando una pareja rompía lo que seguía era la devolución de las pertenencias, eso era el funeral de lo que alguna vez tuvieron. 
 
El la invitó a pasar, reconociendo que no tenía sentido reclamarle por lo que hacía. Ella estaba haciendo lo adecuado y él debía aceptarlo con pesadumbres. Cerró la puerta y al regresar al salón la vio dejando la caja sobre la mesa del café. 
 
-¿Quieres algo de tomar?- le preguntó. 
 
-No- respondió. -No pienso quedarme mucho tiempo. 
 
La observó fría, distante y sin expresión alguna de sentimientos a pesar de que lucía hermosa sin maquillaje y con su cabellera completamente rizada después de haberse secado al natural. Era una Dana Scully desconocida para él y para nada era de su agrado. La que él amaba se encontraba detrás de esa mirada gélida. 
 
-¿Cómo estás?- le preguntó ella con cortesía, no quería ser grosera frente a él. 
 
-Bien, dentro de lo que cabe- respondió frustrado. -Y tú ¿cómo estás? 
 
-Muy bien- contestó siendo más mentirosa de lo que su profesión ameritaba.  
 
-Veo que has traído mis cosas- señaló inquieto, -¿no piensas quedarte con nada?- le preguntó al inspeccionar todo lo que había en la caja- ella negó con un gesto de su cabeza y él sacó el estuche de terciopelo azul y lo abrió. -Debes quedarte con esto- le dijo al ver el brazalete. 
 
-No lo quiero- aclaró. 
 
-Sé que no quieres nada que tenga que ver conmigo, pero este brazalete no lo compré para que tuvieras vivo en él mi recuerdo- comentó, -lo compré porque representa tu cultura antigua. Sé que te gusta mucho- extendió el estuche, -por favor quédatelo- le pidió. 
 
Ella lo pensó por un segundo, él también sabía mentir perfectamente y ella era de las que se dejaba engañar por él y su locuacidad. Mostró renuencia al principio, pero a pesar de todo tomó el estuche y lo introdujo en el interior del bolsillo de su abrigo. 
 
-Yo no he recogido nada de tus cosas- le comunicó y tomó la bufanda que reposaba sobre su sofá. -Pero puedes llevarte esto. 
 
-Quédatela- le solicitó, -ya no me gusta- expresó siendo igual de falaz que él. -Y despreocúpate por lo demás, recógelas y yo vendré a buscarlas en cuanto me avises. 
 
-Puedo llevártelas a tu casa- recomendó. 
 
-No- negó, -yo vendré por ellas- repitió y le extendió una llave. -Creo que ya no necesito esto. 
 
El tomó la llave de su departamento en sus manos y la miró por un rato. Era el fin, el fin de todo; ya no había marcha atrás, ella estaba tomando un camino por el cual él ya no tenía paso alguno. Lo había sacado completamente de su vida y no había ilusión alguna que le indicara que eso no estaba sucediendo.  
 
-¿Me devuelves la mía cuando venga por mis cosas?- el asintió con una expresión de desconcierto que hizo que el corazón de ella sintiera dolor. -Bien, nos vemos- se despidió y salió del departamento. 
 
El quedo en medio del salón compartiendo su angustia con su soledad y fue hasta la cocina. Nuevamente intentaría ahogar sus penas con alcohol y, esa vez, con algo mucho más depresivo: la cerveza. Estaba tan despechado que de repente comenzó a aborrecerla porque en definitiva era cierto, ella no sentía absolutamente nada por él y eso era lo que más lo enfurecía. 
 
 
El Centro  
Oficina de Hannah Summers 
 
Pocas veces Hannah Summers recibía a otro agente de nivel inferior a solas, sobre todo cuando era el líder de algún equipo. Pero esa vez las condiciones eran otras y quien iba a verla se había convertido en su gran servidor personal. 
 
Alexander Krycek entró a la oficina, la Sra. Summers permanecía de pie frente a su escritorio mientras trabajaba con su panel. Al verlo le sonrió cortésmente e inmediatamente le entregó un cd codificado. 
 
-Necesitara tu ADN para abrirlo- comunicó. 
 
-¿Qué contiene?- le preguntó. 
 
-Su próxima misión extra oficial- le informó, -quiero un trabajo limpio y sin dilataciones. 
 
-Como ordene, señora- expresó el agente Krycek. 
 
-Bien- caminó alrededor de su escritorio y tomó asiento. -¿Cómo está Dana?- le preguntó. 
 
-Supongo que bien- contestó lacónico. 
 
-Leí el informe de la misión de la República del Congo, estuvo a punto de morir- comentó. -Pronto se le asignará Argelia y temó que vuelva a cometer una segunda locura… 
 
-Más bien una tercera- aclaró, -ya intentó suicidarse- comunicó. 
 
-¿Por qué no me enteré sobre eso?- preguntó molesta. 
 
-Creo que el agente Webster no ha querido informárselo, señora- expresó. 
 
-Bien- se mostró pensativa, -manténgala vigilada, si es necesario relaciónese sentimentalmente con ella- le ordenó. 
 
-¿Qué?- preguntó alarmado. 
 
-Seamos simples, agente Krycek- le pidió, -usted está enamorado de la agente Scully y ella está despechada por la pérdida de un amor. Yo necesito que continúe con vida y usted es la persona indicada para mantenerla alejada de sus fervientes deseos de morir; sea su consuelo, el hombro para llorar, su nuevo amante de turno- expresó con una frialdad que sorprendía al mismo agente Krycek. 
 
-Tan solo soy su amigo- le recordó. 
 
-Aprovéchese de eso entonces, ella necesita olvidar y usted puede ayudarla. Siga mi consejo, luego me lo agradecerá- expresó. -Puede retirarse- le ordenó. 
 
El agente Krycek guardó su expresión de total asombro, le hizo una diminuta reverencia con la cabeza a la Sra. Summers en forma de despedida y salió de la oficina mientras pensaba, muy convenientemente, que su superiora había sido bastante acertada con sus recomendaciones. 
 
A pesar de que la idea le parecía descabellada y, por lo demás, cruel, por la forma en que había sido planteada, ya que Hannah Summers creía que los sentimientos eran manipulables, le dio la razón. El debía aprovechar esa oportunidad de desconsuelo que existía en el corazón de la agente Scully, acercarse y revelarse ante ella como el adecuado para curar su mal de amores.  
 
Continuará…  

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