Nombre del Fanfic: Mundos Distintos
Capitulo: XXVII
Autor: NikkyScully
Dedicado a: Disclairmer: Después de tantos años quién duda que Mulder, Scully y Krycek le pertenecen a CC.
Clasificación: MSR, angustia más smut. Están advertidos.
Dedicatoria: A Rovi, la increible beta de esta historia, sin ti tal vez este fic no hubiera llegado a los foros. A Ana y a Vania, su apoyo es muy importante para mi. También a: Sheccid, Lourdes6814, Erika, danny_xf, magalyalga, wendymsanchez, Solsito, gyllyx, DanaSiluriel, Any, conocimiento_acumulado, mike, Carolina y imemarin. Y no me puedo olvida de Isabel, la más impaciente de todos mis lectores. Gracias por el apoyo
Ya saben muchos feedback, son el alimento de mi alma.
Clasificacion: Touchstone
Romance
Accion
Universo Alterno
Angst / Drama
Fanfic: El Centro
Día siguiente
Era una escena típica, con los mismos rasgos y las mismas características, pero esa vez los personajes no eran los mismos. Un hombre de ojos azules y pelo rubio cobrizo se detenía frente a la puerta metálica, ingresó el código de acceso y entró a la oficina amplia, espartana y gris cuando la puerta se abrió.
Esa vez, la mujer frente al escritorio en tope de cristal no era una delgada y esbelta rubia de ojos grises, sino, una delgada y esbelta morena de ojos café. La morena sonrió, cosa que jamás había hecho la rubia y el hombre de pelo rubio cobrizo le devolvió el gesto, cosa que jamás había hecho su predecesor.
-Ya veo que te has instalado- comentó el Sr. Doggett.
-La transición no podía hacerse esperar- expresó, -hay muchas cosas que hacer en este lugar- agregó la Sra. Reyes. -¿Has hablado con Mulder?- le preguntó curiosa.
-No- contestó con la vista fija en algún punto que la Sra. Reyes no podía ver. -Extrañamente, no se ha dejado ver. Creo que está haciendo otras cosas más importantes que sostener una conversación conmigo y aclararme por qué nos engaño tan vilmente- expresó.
-Sigues molesto con él- señaló calmada.
-¿No debería de estarlo?- le preguntó al mirarla, para él la Sra. Reyes había tomado el asunto muy a la ligera después de todo.
-En realidad, no- contestó. -Y no nos engañó vilmente- corrigió.
-¿Entonces no crees que debió decírnoslos?- le preguntó indignado.
-Tal vez, aunque ha sido muy beneficiosa para nosotros su gran charada- explicó, -y debemos entender su posición dentro de todo esto. No podía revelar su estatus a menos que se hubiera visto comprometido…
-Lo estuvo- recordó, -su amorío con la agente Scully, que tú alcahueteaste como una tonta, y el atentando que sufrió, el cual casi le costó la vida. Ambas cosas pudieron significar en algún momento el descubrimiento de su verdadera identidad- recordó el Sr. Doggett.
-Así es, pero creo que ya nos ha quedado muy claro que él supo como preservar su verdadera identidad- se mostró frustrada. -Aunque estoy molesta porque no lo vi- expresó, -y eso confirma lo que siempre he dicho: Mulder es un hombre excepcional- dijo con un dejo de orgullo.
-Nuevamente estoy sintiendo celos, Mónica- expresó el Sr. Doggett molesto. -A veces pienso que lo prefieres a él.
Ella rió divertida al escuchar su tono celoso, a veces él podía ser muy territorial y más al saber que ella era capaz de estar con él y con otros más. La escuchó quejarse ligeramente al sentir el dolor punzante de su hombro herido. Se acercó despacio y se arrodilló delante de ella. Ella no dudo en agacharse tan solo unos centímetros y besó al Sr. Doggett con veneración, afecto y sobre todo amor. Luego se alejó de él y le miró con ternura.
-Yo siempre voy a preferir al hombre de la oficina grande del Centro- dijo con gracia y el Sr. Doggett le acarició el rostro. -Que de eso no te quepa duda- le mordió el labio inferior y volvió a sonreírle. -¿Te gusta el sofá que coloqué?- le preguntó con un dejo de picardía.
El miró hacia el fondo de la oficina, había un sofá gris amplio y con varios cojines. El sonrió ante lo simplista y lo previsora que podía llegar a ser Mónica Reyes cuando de la comodidad de ambos se trataba.
-Siempre quise hacerlo aquí, ahora que esta oficina es tuya, nada podrá detenerme- aseguró.
La Sra. Reyes lanzó una carcajada y volvió a besarlo, él profundizó el beso haciéndolo más pasional, pero tuvo el suficiente cuidado como para no lastimar el hombro herido de ella. Fascinados con la pasión que los embargaba ninguno de los dos escuchó los repetidos bips de llamadas que hacía el agente Labiorestaux. El intercomunicador estaba cerrado y por ello no podía hablarles directamente.
A los lejos ella podía escuchar el bip pero estaba demasiado concentrada en el beso como para querer alejarse del Sr. Doggett. Extendió su mano libre hacia el computador e intentó abrir el intercomunicador, pero el Sr. Doggett se le impidió y ella sólo pudo aferrarse más a él. El agente Labiorestaux se tomó el atrevimiento de abrir el intercomunicador desde su central en Sistemas y su voz se escuchó en toda la oficina.
-Sr. Doggett, la agente Kaoru Kawasaki solicita verlo- le comunicó.
El Sr. Doggett estaba demasiado ocupado en esos momentos como para corresponder al llamado del agente Labiorestaux, aún así, el serio agente insistió.
-Señor- le llamó.
-La veré en una hora en mi oficina- contestó excitado.
-Es con carácter de urgencia, señor- aclaró el agente Labiorestaux.
El Sr. Doggett ligeramente se alejó de la Sra. Reyes, que se divertía al ver el rostro de frustración en el caballero. Ella sólo atinó a limpiarle los restos de lápiz labial de sus labios e indicarle con la mirada que ambos debían volver al trabajo.
-Dile que estaré ahí en un par de minutos- le informó el Sr. Doggett, mientras se acomodaba la corbata que corrió, por breve momento, el peligro de rodar por el suelo de aquella oficina.
-De acuerdo, señor.
Ambos pudieron escuchar cuando el agente Labiorestaux volvía a cerrar el intercomunicador desde su base y se rieron cómplices al saber que el agente no estaba acostumbrado a que sus superiores tardaran tanto en contestar a sus llamados.
-Si me necesitas, sabes donde encontrarme- le comunicó el Sr. Doggett a la Sra. Reyes.
Ella asintió complacida y él con la mirada le dio un hasta luego. La Sra. Reyes quedó ensimismada en sus pensamientos, había comenzado una nueva etapa en su vida y la compartía plenamente con el hombre que silenciosamente había estado siempre a su lado. El agente Labiorestaux la llamó por el intercomunicador y la Sra. Reyes dejó sus cavilaciones para volver al trabajo.
San Diego, California
Finca de los Scully.
La gran casa poseía una piscina techada, la agente Scully aprovechaba nuevamente la mañana para ejercitarse y dejar de pensar, lo cual resultó en vano. Podía dar quinientas mil brazadas y aún así la imagen del Dr. Mulder no se alejaba de su mente. En cada vuelta escuchaba su voz, sus palabras, sus suplicas y cada una de sus explicaciones.
Se sentía lastimada y herida. Cómo podía volver con él, cuando él resultó ser mucho más de lo que ella pudo haberse imaginado. El pudo haber mentido, haber dicho que lo habían obligado a mentirle, pero no; él solo había estado haciendo su trabajo y no dudó en omitirle cada uno de los detalles de esa doble vida que llevó, una doble vida bastante parecida a la de ella.
Al dar su última vuelta en la piscina y verse ya en la orilla, salió a la superficie y frente a ella, sobre las baldosas azules de la alberca vio una par de zapatos que no pudo identificar; al levantar la vista no pudo verse más sorprendida, pero su sorpresa fue suplantada por una amplia sonrisa que hizo sentir maravillado a quien estaba mirándola dentro de la piscina.
Nadó hasta las escaleras y las subió a toda prisa, el sujeto que había llegado de improvisto tomó la amplia bata de baño que se encontraba sobre uno de los sillones reclinables y se acercó a la agente Scully, que se sacaba todo el exceso de agua de su corto pelo con las manos. Gustosa y feliz se dejó poner la bata por él y lo abrazó, cuando ambos rompieron el abrazó, él le dio un ligero beso que ella no esperó, instintivamente e incómoda le miró confusa.
-Lo siento, sólo fue un impulso- se disculpó él. -Es que te he extrañado horrores.
-Yo también te he extrañado, Alex- le dijo ella. -Yo también- aseguró.
El le sonrió alegre y volvió a abrazarla. Ella se sintió feliz de tenerlo allí; para la agente Scully, él era de las pocas personas en las cuales podía confiar y que nunca en su vida se atrevió a mentirle. Se encontraba reconfortada sin saber que él estaba allí por motivos muy lejos de los amistosos y sociales.
San Diego, California
Carretera Internacional.
Se sentía mortificado y bastante mal, su viaje a aquella ciudad no había resultado como lo había planeado en un principio y el día de su llegada tampoco había sido de lo más productivo. Sintiéndose un fracasado y muy arrepentido de sus actos, decidió regresar a Washington como los perros: con la cola entre las patas.
Lejos de sentirse calmado por el bello paisaje que le brindaba la carretera que llevaba hasta el aeropuerto, estaba molesto, furioso y con deseos de pegarse un tiro. El chofer de su auto podía ver todos esos sentimientos en el rostro de él a través del espejo retrovisor.
Escuchó su móvil sonar. Dudó en sacarlo del bolsillo de su chaqueta, pero en vista de que formalmente había vuelto a sus labores como el jefe de Supervisión, no podía darse el lujo de no contestar cuando le daba la gana. Sacó el móvil y se mostró más incómodo aún al ver el nombre de su hermana en el identificador, sabía que ella llamaba para saber cómo habían estado las cosas de ese lado del país.
-No quiero que me fastidies- fue lo primero que dijo cuando contestó la llamada.
-¿Ahora es así como me saludas cada vez que te llamó?- le preguntó indignada. Ella caminaba apurada por el pasillo central del Centro.
-Sé que me estás llamando para preguntarme cómo me fue con Dana, pero tengo entendido que tú lo ves todo; así que, ahórrame el trabajo- le pidió.
-Eres peor que Tezka- dijo entre dientes.
-¿Qué?- preguntó confuso.
-Nada- respondió. -¿Dónde estás?- le preguntó.
-Camino al aeropuerto- contestó.
-¿No te ha llamado la agente Kawasaki?- le preguntó cuando pasó por el salón principal y miró hacia la oficina del Sr. Doggett, lo vio conversar con la agente Kawasaki.
-No- respondió.
-Entonces no lo sabes- agregó ella, cuando llegó a su oficina se preparó para darle una noticia que no le iba agradar. -Fox, Krycek escapó- le comunicó.
-¿Qué?- gritó alarmado, su chofer le miró a través del espejo retrovisor muy confuso. -¿Cómo demonios fue posible eso? Se supone que debía ser trasladado a los reclusorios de la CIA ayer en la noche, justo como ordené- comentó.
-Y así se intentó hacer- explicó ella. -Pero a mitad del trayecto logró escapar, mató a tres agentes y se dio a la fuga.
-Sam, eso es imposible. Los agentes de Supervisión son los mejores que existen en la CIA. Nadie podría contra un equipo- comentó.
-Todo lo que Krycek sabe se lo enseñó Dana, era de esperarse que pudiera matar a tres agentes muy experimentados y escapar sin dejar señales por ningún lado- aclaró. -Supo cubrir su rastro de ADN, ha dejado el sistema de rastreo satelital completamente ciego- comunicó.
-¿Y su rastreador secundario?- le preguntó.
-Ya te dije, ciego- respondió.
El Dr. Mulder se quedó pensando por unos segundos. Alexander Krycek pudo haber escapado sólo por un motivo y muy lógico: Dana Scully. Al caer en cuenta del grave peligro que corría la agente Scully, decidió resolver el problema él mismo.
-Te llamo después- le dijo.
-Fox, Fox- le llamó, pero fue en vano, su hermano ya había colgado. -Aparte de paranoico también es suicida- expresó asustada. Salió deprisa de la oficina, aunque estando ella en Washington, no le iba a ser de mucha ayuda al Dr. Mulder.
El Dr. Mulder miraba hacia el frente, una camioneta negra los escoltaba y otra por detrás. A sus guardaespaldas no les iba a gustar el cambió de planes, pero debía hacerlo, todo por el bien y la seguridad de la mujer que amaba.
-Regresa- le ordenó a su chofer.
-¿Al hotel, señor?- le preguntó.
-No, a la propiedad de los Scully - respondió.
-Pero señor, ya estamos llegando al aeropuerto.
-Te dije que regresaras- volvió a ordenarle con un gesto serio.
Su chofer no pudo volver a objetar, la determinación en la mirada de su jefe era demasiado fuerte para negarse en hacer lo que él le ordenó. Disminuyó la velocidad y asegurándose de que podía entrar al carril contrario, dobló en U dejando confusos a los conductores de las camionetas que escoltaban aquel auto y que se vieron en la obligación de seguir.
Finca de los Scully.
Se había arriesgado yendo hasta San Diego para ir a buscarla, arriesgándose sin saber que tal vez ella ya sabía todo con respecto a lo que él había hecho. Fue una suerte para él descubrir que el Dr. Mulder la había visitado y que no le había dicho que él ya no pertenecía a las filas del Centro.
Uno frente al otro sobre el taburete de la cocina, ambos tomaban café mientras él le confirmaba todo lo acontecido en los últimos días en El Centro; pero omitiendo la parte en la cual él se había visto involucrado. El sabía que ella se encontraba indignada por las mentiras del Dr. Mulder y aprovechó eso poniéndolo a su favor; se encargó de echarle más leña al fuego y así avivándolo más de lo que estaba.
-Llegó al Centro y acabó con todo lo que nos había costado construir- comentó el agente Krycek, aparentando estar afligido con todo lo que había ocurrido. -¿Cómo no pudiste darte cuenta de todo su engaño?- le preguntó confuso.
-El había sido muy convincente en su papel como civil- contestó sintiéndose culpable.
-Indudablemente te usó- comentó.
-El dice que no- refutó la agente.
-¿Y le crees?- le preguntó, pero ella agachó la vista sin ánimos de contestar. -Ese hombre supo como entrar a tu vida y usarte para hacer lo que hizo- expresó.
-Sé que nos engañó a todos, pero no es factible que se haya acercado a mí sólo para terminar su trabajo como jefe de Supervisión. De todos en El Centro, yo era la única agente que no tenía relación alguna con los Summers, ni siquiera laborales… me mantuve siempre en mi lugar e hice mi trabajo correctamente- le discutió. -El usó otros medios.
-Entonces le crees- corroboró él.
-Lo único que importa aquí es que me engañó y eso no se lo pienso perdonar jamás- señaló, -me escuchaste, jamás- repitió y miró con preocupación al agente Krycek. -El quiere que regrese a Washington- le contó.
-¿Por qué razón?- le preguntó, lo que le había dicho la agente representaba un inconveniente para él.
-Me dijo que aún me necesitan, que él me necesita- contestó. -El revocó mi cancelación.
-No tiene ninguno caso que regreses- expresó contrariado, eso a la agente Scully le pareció extraño. -El Centro ya no es un lugar para ti, Dana; para nadie. Con Bennedetty muerto y los Summers fuera, se ha vuelto un lugar sombrío- expresó.
-Que curioso- expresó confusa. -Pensé que el Sr. Doggett y la Sra. Reyes eran más flexibles- manifestó y tomó sorbo de su taza.
-No es igual, ellos tienen un modo distinto de trabajar- aclaró.
-¿Renunciaste?- le preguntó al ver que él no estaba nada a gusto con los nuevos cambios, él sonrió con cierta ironía. -Sería imposible, ¿cierto?
-Ya no me importa- expresó y le miró fijamente. -Ven conmigo- le pidió.
-¿Adónde?- preguntó confusa.
-Adonde sea- contestó, -sólo quiero que vengas conmigo. Mandemos todo al diablo y vámonos a hacer una vida- recomendó.
-Hablas como si fueras a desertar- expresó preocupada. -Tú no serías capaz de hacer eso- mostró.
-No, aún no lo he hecho, pero ¿qué más da si deserto o no?- le preguntó. -No me interesa ser agente del gobierno si dejas ser mi compañera- aclaró.
Ella sabía lo que él quería decir con todo eso y se sintió incomoda, él no se daba por vencido y ella hubiera querido corresponder esos sentimientos que albergaban en el corazón de su compañero de trabajo; aún así, no podía.
No expresó ningún comentario sobre sus palabras, tomó las dos tazas de café vacías y las llevó hasta el fregadero. El le daba la espalda y cuando ella giró a mirarlo vio algo extraño en su cuello, una especie de vendaje medico y esa imagen le dio que pensar.
Volvió a sentarse en el taburete junto a él, le miró fijamente y él se mostró relajado, pero muy en el fondo de su mirada había cierta turbación, una turbación que la agente Scully pudo leer fácilmente. Era extraño que él llevara un vendaje en su cuello, eso sólo podía significar una cosa: su rastreador secundario ya no lo acompañaba. ¿Por qué sería?, se preguntó la agente Scully; él no le había dicho que había desertado y si hubiera sido así, ¿por qué no se lo había dicho?
-¿Quieres dar un paseo por el jardín?- le preguntó.
-Por supuesto- contestó a gusto el agente Krycek.
Ambos se pusieron de pie y atravesaron la casa a través del salón principal. Margaret Scully en ese momento bajaba las escaleras acompañada de sus nietos y su nuera. Tara Scully siguió con los niños hasta la cocina, pero Margaret Scully se quedó en medio del salón y Alexander Krycek aprovechó para saludarla.
A la Sra. Scully no le gustó verlo allí, jamás le había simpatizado el colega de su hija, pero jamás se lo había comentado. Cordialmente respondió a su saludo y mientras lo hacía pudo ver en los ojos de su hija un mensaje muy tangible para ella.
Cuando concluyeron los saludos y las buenas cordialidades, el agente Krycek y la agente Scully salieron de la casa mientras Margaret Scully volvía nuevamente a la planta alta de la residencia con una expresión de extrema sospecha.
-¿Por qué quieres que me vaya contigo?- le preguntó la agente Scully.
-Porque quiero estar a tu lado- respondió decidido.
-¿No estaríamos juntos estando en El Centro?- le preguntó, él miró hacia otro lado, evitando contestar esa pregunta. -Si desertas la CIA te encontrarían y te juzgarían por desacató, pero si sabes como cubrir tu rastreo de ADN y eliminar tu segundo rastreador es imposible que te encuentren- comentó la agente Scully.
Ella le miró con total obviedad, haciéndole comprender que ya lo había descubierto, que él había desertado de El Centro; pero necesitaba saber el por qué, ya que ella no era parte de aquella ecuación. Sabía que había algo más detrás de todo ello.
-¡Agente Krycek!- gritó el Dr. Mulder detrás de ellos.
Ambos giraron y la agente Scully miró con confusión al Dr. Mulder. El agente Krycek intentó mantener las apariencias y el Dr. Mulder lucía extremadamente preocupado, dio un par de pasos hacia ellos, pero como la agente Scully estaba demasiado cerca del agente Krycek él no quiso hacer ningún otro movimiento brusco; vio como el agente Krycek introducía su mano en el interior de su chaqueta y le advirtió con los ojos.
-Ni te atrevas- le ordenó.
-Mulder, ¿qué haces aquí?- le preguntó confusa la agente Scully.
-Esa misma pregunta deberías hacérsela al agente Krycek- expresó. -Se supone que debería estar en su linda celda en el reclusorio central de la CIA- manifestó.
-¿Por qué razón?- ella miró al agente Krycek. -Alex, podrías aclarar todo esto- le pidió.
-Tan sólo es un mal entendido- explicó.
-No se lo dijiste, ¿cierto?- expresó el Dr. Mulder. -No le dijiste la verdad, has venido aquí a contar tu versión de la historia.
-¿Qué versión de la historia?- preguntó incómoda la agente Scully, odiaba nadar en las aguas de la incomprensión.
-Que es un asesino, y no precisamente de terroristas- aclaró. -Cumplió a cabalidad todas las órdenes dadas por los Summers- señaló, -mató a Virget, a la novia de Melbourne, intentó matar al Sr. Doggett; colaboró en el asesinato del Sr. Bennedetty e intentó matarme a mí- narró.
La agente Scully mientras escuchaba al Dr. Mulder le miró fijamente a los ojos, irradiaba verdad e impotencia en el interior de ese mar verde. No mentía, esa vez no. Pero antes de que intentara recriminar al agente Krycek, esté, victima de la desesperación, sacó su arma y tomó a la agente Scully por detrás; el Dr. Mulder hizo lo mismo y ambos se apuntaron. Aunque, el Dr. Mulder tenía la desventaja.
El agente Krycek sabía que el Dr. Mulder no intentaría dispararle si entre ellos se encontraba la agente Scully; con una seguridad que rayaba en la locura, colocó el cañón de su arma muy cerca de la cabeza de la agente Scully y el Dr. Mulder sintió que ya había vivido esa escena, tal vez en alguna vida pasada.
-No serías capaz de matarla, Krycek- comentó el Dr. Mulder. -Es demasiado importante para ti- reconoció.
-Pruébame- le pidió.
-Esto es completamente absurdo - exclamó el Dr. Mulder sin bajar el arma. -No ganaremos nada con esta situación, déjala ir- le pidió.
-¡Baja el arma!- exclamó Krycek. La agente Scully aparentaba total serenidad al sentir el cañón del arma en su cien. -Si no la bajas, la mato- amenazó y el Dr. Mulder no cumplió su requerimiento. -¿Crees que no sería capaz de matarla?- le preguntó divertido. -Claro que sí, prefiero verla muerta antes que verla contigo- aclaró.
El ambiente estaba en completo caos, Alexander Krycek no daría su brazo a torcer si el Dr. Mulder no bajaba el arma. La agente Scully le miraba con extrema preocupación y él se sentía impotente, podía dispararle al agente Krycek pero eso significaba poner en riesgo la vida de la agente.
-Estás rodeado- le informó. -Puedes matarla, pero eso no te asegurará la escapatoria- comentó.
-Baja el arma- repitió el agente Krycek, en verdad no le importaba mucho su vida.
-Mulder- le llamó la agente Scully. -Dispara- le pidió, -tienes un tiro limpio- explicó, pero él negó con la mirada.
-¿Acaso confías en él después de descubrir que te engañó?- le preguntó sorprendido y luego miró al Dr. Mulder. -No pienso repetirlo, bájala o la mato.
-Dispara, Mulder- repitió la agente Scully.
Aunque podía, no quiso hacerlo. Prefería arriesgar su propia vida antes que arriesgar la vida de ella. Muy despacio bajó el arma y suavemente la depositó sobre la grama del jardín. El agente Krycek sonrió ante su victoria y la agente Scully se sintió desesperada al ver el grave error cometido por el Dr. Mulder.
-Buen chico- le dijo el agente Krycek. -Es cierto, estás loco por ella, tanto que prefieres perder tu vida- soltó a la agente Scully empujándola hacia un lado, así quedando retirada de ambos hombres y el agente Krycek inmediatamente encañonó al Dr. Mulder. -Tenías razón, no sería capaz de matarla. Pero sí soy capaz de matarte a ti.
El Dr. Mulder vio detrás del agente Krycek a Margaret Scully, llevaba un arma y realmente él no sabía que tramaba la señora en cuestión. Era demasiado arriesgado, sobre todo para ella, pero la mirada suplicante de él no inmutó a la madre de los Scully.
-Alex, no lo hagas- le suplicó la agente Scully. -Si lo matas, morirás tú también- le explicó, podía ver a su madre y sabía que ella no dudaría en usar el arma.
-En realidad eso no me importa, sobre todo si tengo la certeza de que jamás lograrás amarme.
Sin tiempo de que todos reaccionaran, Alexander Krycek disparó tres certeras balas hacia el Dr. Mulder. En cámara lenta, la agente Scully vio como éste caía al suelo y gritó desesperada. Margaret Scully le disparó en la pierna al agente Krycek y cuando éste giró para mirar quien le había disparado, Charles Scully ya le había descargado las balas de su arma; cayó mortalmente herido a los pocos segundos y, sobre un charco de sangre, la vida se le escapó de los ojos.
Dana Scully corrió hacia el Dr. Mulder, quien yacía inerte. Ella buscaba las heridas de bala, pero sólo podía ver los orificios; desesperada buscaba cualquier rastro de sangre y le abrió la camiseta. Su madre y su hermano corrieron hacia ellos y los agentes que acompañaban al Dr. Mulder salieron de sus escondites. La agente Scully lloró aliviada al ver el chaleco antibalas que traía el Dr. Mulder, el cual había quedado inconsciente por los impactos de bala.
Una hora después, ella se encontraba frente a la baranda de las escaleras en el segundo piso de la casa; agarraba el apoya brazos mientras escuchaba la discusión que sostenían sus dos hermanos en la cocina. Bill Scully, notoriamente furioso, exigía que su hermana y el nuevo huésped salieran de la casa. Charles Scully estaba renuente y Margaret Scully sólo atinaba a mirarlos y escuchar las palabras absurdas de su hijo mayor. Salió de la cocina y al ir al salón vio a su hija frente a la baranda de las escaleras. Le sonrió con gran afecto y su hija supo que todo estaría bien al fin de cuentas.
Entró a su habitación y sobre la cama estaba el Dr. Mulder; después del susto que hubieron de pasar ambos en ese momento, lo único que necesitaba era descansar. Su torso estaba desnudo y sobre él había una bolsa de hielo, los impactos de balas le habían dejado grandes moretones, pero la agente Scully sabía que él iba a estar bien. Se acercó despacio a la cama, evitando despertarlo, le miró dormir tan tranquilo que no parecía que estuviera haciéndolo; ni siquiera parecía el hombre que frecuentemente padecía de pesadillas.
Cuidadosamente retiró la bolsa de hielo del pecho del Dr. Mulder. Ésta ya había cumplido su función y las marcas de las balas ya no se veían tan hinchadas. Sutilmente, alargó su mano hasta él para tocarlo, pero antes de hacerlo, él la había tomado de la muñeca y súbitamente la llevó hasta la cama. Rápidamente, se colocó encima de ella y ambos no pudieron verse más excitados.
Sus ojos reflejaban un deseo que a ella le hizo temblar y una parte íntima de su anatomía comenzó a derretirse. El no vio rechazo en sus ojos azules y, con desespero, la besó como si sólo tuvieran ese momento para compartir, como si el mundo estaba pasando por sus momentos finales y ellos sólo tenían ese instante para estar juntos. Cuando dejó de besarla, ella le acarició el rostro asegurándose de que todo era real y le besó la frente con veneración. No le sorprendió sentir como sutilmente él sacaba los botones de su suéter negro uno por uno, haciendo lento el momento y llevándola al borde de la desesperación.
Hundió su rostro en su cuello de azúcar y leche, y ella lo abrazó completamente; su pecho aún estaba frío y el calor del cuerpo de ella empezó a evaporarse, pero minutos después volvió a sentirse caliente. Era un hecho, quería lo que él le estaba dando. No se dio cuenta cuando le sacó el sostén y empezó a recrearse con sus pechos, ella se mordió los labios ante su estado de excitación y por un instante olvidó que a tan sólo unos metros se encontraba toda su familia discutiendo por ellos dos. Dejó de importarle el drama de su hermano mayor y se dedicó a sentir las bellas caricias que le brindaba el hombre que representaba su verdad y su mentira.
Comenzó a reírse cuando él empezó a besar el centro de su vientre y él comprendió de un momento a otro que ella le había perdonado. Feliz, continuó con su ataque y con marcadas intenciones desabrochó el botón de sus jeans. Ella le miró con seriedad, él traía una expresión de completo deleite y sin dejar de mirarla le bajó el cierre, ella conocía sus planes, lo que estaba tramando; sin fuerzas para hablar, no pudo impedirle que le sacara los pantalones junto con las bragas.
Cruzó la frontera del éxtasis al verse en otro mundo, un mundo que en otras ocasiones ya había visitado y que muchas veces pensó en que jamás volvería a estar. La conocía a la perfección, sabía que le gustaba, hundió su lengua en su centro y le acarició el clítoris; ella gritó y suspiró reiteradas veces y le llamó miles. Ella recorrió las laderas del placer, nadó en el mar del frenesí y visitó los templos del deseo y el amor. No se detuvo un segundo hasta que no la hizo llegar al orgasmo, vibró en su propia boca y así bebió el néctar de su propio placer.
El recorrió el camino de regreso hacia sus labios, la besó como el sobreviviente de un holocausto que necesitaba a cualquier costo preservar la poca vida que le quedaba. Dana Scully representaba esa existencia que él quería preservar y si no la poseía como otras veces en el pasado, iba morir producto de su desesperación pasional. Ella no se hizo esperar, quería otorgarle, nuevamente, lo que durante meses le había negado. Le ayudó a sacarse los pantalones y los boxers y luego volvió a recostarse sobre la cama, mientras le miraba fijamente sintió la tan esperada penetración, tan firme, tan completa, tan él.
Otra vez estaban unidos, sus almas siempre lo estuvieron, pero esa vez sus cuerpos pudieron experimentar esa sensación que había quedado tan lejana y en el pasado. Volverlo a sentir en su interior era demasiado gratificante, sus embestidas febriles y deseosas eran la certeza de que su destino estaba hecho y que, para bien o para mal, él sería protagonista en la película de su complicada y extraña vida.
Una embestida dulce, un susurro pecaminoso, otra embestida más violenta y el mundo, si lo deseaba Dios, podía volver a ser destruido y reconstruido una y otra vez, sólo con tal de que ambos pudieran estar juntos, como en ese momento.
A pesar de todo, a pesar de estar disfrutando como nadie de todo ello, a pesar de que estaba a punto de explosionar, no pudo evitar mirarlo fijamente, con firmeza y una mirada tan cristalina que le obligó a él a desacelerar sus movimientos. Ella, tan cual experta, le siguió el ritmo hasta que se detuvo y lo apretó entre sus músculos vaginales tan cálidos y resbaladizos, una acción dolorosamente placentera para él.
-¿Por qué no disparaste cuando te lo pedí?- le preguntó, gimió cuando soltó sus músculos internos y volvió a apretarlos, él gimió con ella.
-Tenía que estar seguro de que te soltaría- contestó ahogado de placer.
-Arriesgaste tu vida- comentó. -Esta vez te salvó el chaleco, en otro momento no será así- habló, sin darse cuenta de que finalmente había comprendido que estaba nuevamente junto a él y que lo que estaban haciendo no significaba un mero encuentro como el anterior.
-Fui un muerto en vida hasta que te conocí, eres quien me mantiene vivo, por ello necesito arriesgar mi existencia para preservar la tuya. Yo vivo en ti, por ti, para ti- aclaró.
Al escucharlo, su corazón empezó a latir con un amor que volvía a renacer, volvió a besarlo, como en el pasado, como en presente y como sería en el futuro venidero. Le soltó y él gimió entre sus labios, sobre-excitado se movió en su interior rápidamente, embistiéndola con firmeza, olvidando los engaños y las mentiras, el rencor, el recelo y la desesperación.
Estalló en ella y su orgasmo recorrió cada partícula de su cuerpo volviendo a renacer en él como el ave fénix de sus cenizas. El dolor ya no estaba en su alma. Con su última embestida la hizo llegar también, sintiendo todo el poder del placer y el deseo en ese orgasmo que compartía con él. Agotados, respiraban al compás del otro y antes de que él saliera de ella, le besó todo el rostro, así ella sintiéndose amada y querida.
Medía hora después, ambos dormían, él estaba de espalda sobre la cama y ella sobre él. Débilmente ella empezó a despertar y acostumbrada a aquella habitación se sintió reconfortada, pero sobre todo por estar en ese momento con él. Ella podía escuchar como sus pulmones se llenaban de aire, para volver a sacar dicho aire de su cuerpo. Era el proceso natural de la vida.
Sin esperarlo, vio una pequeña cicatriz entre sus dos homoplatos, la tocó y sintió algo ligeramente duro debajo de la piel. Sonrió al ver que se trataba de su chip secundario, más debajo de lo requerido, más oculto y más indetectable ante el ojo humano, ella jamás lo había notado, hasta ese momento. El trabajo de los bio-técnicos de la CIA era formidable y él Dr. Mulder lo era mucho más por ocultar por tanto tiempo su identidad. Mordió la cicatriz y él apenas abrió los ojos al sentir el filo de sus dientes, el sonido de su móvil lo hizo despertar totalmente.
-Mulder- respondió y escuchó la voz de la agente Kawasaki del otro lado de la línea, esa vez no había porque ocultar las apariencias. La agente Scully se acomodó en la cama y él se sentó en la orilla aún totalmente desnudo. -Continuó en San Diego…El agente Krycek está muerto…no, no hay nada de que preocuparse, sólo se contacto con la agente Scully…aun no lo sé, no he estado al tanto … Agente Kawasaki, prepare una junta para las nueve de la mañana… No, no se puede más temprano… Hasta mañana- y luego de despedirse colgó enseguida. Cuando giró para ver a la agente Scully no dejó de notar su expresión interrogativa.
-¿Kawasaki?
-Es mi asistente provisional- respondió a su duda.
-¿Trabaja para Supervisión?- le preguntó.
-Desde que entró al Centro, la coloque allí para que vigilara a todo el personal. Me ahorró mucho trabajo, yo sólo me encargue de la alta esfera, ella se encargó de ustedes- explicó.
-¿Ella sabía de lo nuestro?- le preguntó curiosa.
-No en un principio, se enteró el día que nos vio en Black Moon- le recordó. -No comentó nada en los días posteriores, pero sé que le sorprendió bastante el saberlo- expresó.
-Kunimitzu debe odiarla- comentó preocupada la agente Scully al ver que ella no era la única afectada por los engaños hechos por los agentes de Supervisión.
-¿Por qué?- preguntó confuso.
-Porque se acuesta con ella- respondió.
-¿No es acaso una palabra muy fea?- le preguntó divertido y ella sonrió.
-Para Kunimitzu el amor es un sentimiento indigno- aclaró.
-¿Y para ti?
-Es un sentimiento noble- respondió sincera.
El se volvió a acercar a ella, a sabiendas de que no lo iba a rechazar y así fue, recibió por parte de él un beso cálido nacido de palabras que reafirman los sentimientos que ambos resguardaban en sus almas.
-Debo irme- anunció, ella agachó la cabeza no a gusto con lo que él le acababa de informar. -Regresa conmigo- le pidió.
-No puedo- expresó y al levantar la vista vio en su rostro una expresión de total terror y confusión, ella acudió inmediatamente a aclararle el por qué de su negatividad. -No ahora, no puedo volver contigo. Todos en El Centro saben que tan relacionados estamos y nos señalaran, sé que muchos piensan que todo el tiempo tuve conocimiento de tu verdadero papel dentro de la CIA y que por eso me había relacionado contigo.
-Eso es absurdo- discutió.
-Pero lógico, Mulder- aclaró. -Estamos condicionados a que siempre debemos buscar ventajas dentro de nuestras áreas de trabajo. Tú representabas una ventaja para mí, aún lo representas; indirectamente me convertí en la amante del jefe de Supervisión. Además, ya no soy la líder del equipo Alfa. ¿Qué papel cumpliría si regresara en estos momentos?- le preguntó.
-Una observadora, del nivel 6- contestó.
-Ya hay tres…
-Marcus es el tercero al mando de El Centro- comentó, -su anterior cargo esta aún vacante. Puedo colocarte ahí.
-Y eso es lo que no quiero- expresó. -Si regreso, no puedo depender de ti de ningún modo- explicó.
-Ni siquiera trabajaremos juntos y, si lo deseas, mantendremos lo nuestro al margen de todo, del trabajo, de la agencia y de los agentes- enumeró.
-Te conozco, no lo soportarías- aclaró.
-Dame el beneficio de la duda- le pidió y le tomó de las manos. -¿Qué dices?- le preguntó.
-Lo pensaré- contestó.
-Entonces no regresarás ahora- ella lo afirmó. -Tu orgullo como agente es completamente ridículo.
-Es orgullo al fin, Sr. Mulder- manifestó sería, en su papel como agente. -Un agente de mi nivel debe darse a respetar y no puedo permitir ser la comidilla de agentes inferiores. Tengo una reputación que mantener.
El sonrió divertido, de cierto modo ella tenía razón. Su relación con él iba a provocar una situación muy incómoda en El Centro y lo mejor era que ella no regresara junto con él. A pesar de todo, debían tener mucho más cuidado que antes y, aunque todo fuera mero orgullo, no quería que la llamaran la niña mimada del jefe de Supervisión. Cuando se vio completamente vestido la miró con total atención, ella permanecía en la cama, cubierta con las sabanas que resguardaban su completa desnudez. Se agachó y volvió a besarla.
-Lo haremos posible- le aseguró.
Ella no dijo nada, su mirada azul lo decía todo; dentro de aquella vida tan extraña y peligrosa ambos debían aprender a proteger sus sentimientos y asegurarse de que permanecieran vivos como la primera vez. El le acarició el rostro y salió de la habitación; ella otra vez se sintió completamente viva.
El Centro
Dos semanas después
Oficina de Tezka Kunimitzu
El recordó que hacía ya dos semanas de la partida de la agente Kawasaki y no se permitió pedirle que se quedara, ni siquiera se permitió despedirse de ella. El orgullo le dominó y no se dejó doblegar por el sentimiento de amor que le recorría el cuerpo como un virus. Esa mañana tomó asiento frente a su escritorio como otras miles de veces; ya habían pasado diez minutos y no había podido ni siquiera escribir la primera palabra del informe que debía entregarle a Marcus Webster.
Alguien abrió la puerta de su oficina; escuchó el misterioso llavero de la agente Illianof chocar una y otra vez con la silla que había frente al escritorio. El agente Kunimitzu levantó la cabeza y le miró alterado. Ella permaneció tranquila y con un gesto de compresión.
-La amo- expresó sincerado, se sintió libre después de haberlo dicho; pero ese sentimiento pasó a ser un sentimiento de culpa por no haberlo expresado antes frente a quien debió habérselo dicho.
Ella esperaba que él dijera tal cosa, pero no porque fuera psíquica, sino porque lo conocía más que nadie en aquel lugar, incluso mucho más que la misma agente Kawasaki. Así que, se ahorró las palabras y el usual sermón que siempre terminaba dándole y depositó sobre el escritorio de su colega un pasaje de avión.
El tomó el boleto entre sus manos, con incomprensión indagó en él. Era un boleto con destino a Tokio y sólo de ida. Miró a su compañera totalmente confundido, Alexa Illianof no quiso explicarle nada y se dedicó a abrir la puerta.
-Te llevo- le informó.
Ella sólo lo miraba, su silencio era una respuesta a sus preguntas internas, las que se había hecho por tanto tiempo. Estaba ahí solo y la persona que más le importaba en la vida estaba del otro lado del mundo, cosa que él podía remediar tan sólo con tomar un avión, ir en su búsqueda y suplicarle de rodillas que le perdonara, aunque eso fuera a representar una humillación para él, cosa que lo valía si quería recuperarla.
Pensó brevemente en las consecuencias de su salida del país si no se lo informaba a sus superiores. Todavía no podía mostrarse rebelde delante del Sr. Doggett y la Sra. Reyes; ellos tal vez no tolerarían alguna falta de su parte. Sin embargo, se dijo a sí mismo que no podía perderla, no de nuevo.
Alexa Illianof le brindó media sonrisa cuando vio que él se ponía de pie y se acercó a ella. Temblaba ligeramente, eso a ella le sorprendió sobremanera y optó por tranquilizarlo dándole unas palmadas en la espalda y ambos terminaron de salir de la oficina. Cruzando por Sistemas, el agente Webster se le acercó al agente Kunimitzu y al ver que éste no traía el informe pendiente le miró confundido. Kunimitzu apenas se disculpó y continuó su camino.
El Sr. Doggett observó desde el ventanal de su oficina a ambos agentes caminando hacia el pasillo de salida de la instalación y no le quedó más remedio que echarse a reír. Andrew Summers se quejaba que El Centro no tenía la autonomía de Los Complejos, pero él nunca había notado que los agentes del Centro siempre terminaban haciendo lo que les venía en gana, eso el Sr. Doggett pudo percibirlo con gran facilidad.
Ya afuera, su compañera conducía sobre el límite de velocidad; cuando llegaron al aeropuerto internacional George Washington el agente Kunimitzu tomó fuerzas. Aunque no entendía como había llegado a esa situación, se suponía que no se iba a dejar controlar por el amor que tenía hacia aquella mentirosa agente. Buscar una explicación en esos momentos era imposible.
La agente Illianof le daba gracia internamente que Kaoru Kawasaki hubiera podido convertir a Tezka Kunimitzu en una masa de sentimientos que no podía controlar. Para él era más fácil salir y dejar engavetadas su alma y corazón para poder existir como quien era; no obstante, ya no era así en ese momento, él había mandado al diablo todo. Si él podía esperar por El Centro, ¿por qué El Centro no podía esperar por él?
Veinticuatro horas después de haber cruzado Estados Unidos completo y haber cruzado el Pacifico, se vio en su patria natal. Tokio era una ciudad bastante grande, con una población de treinta y cuatro millones setecientos cincuenta mil habitantes, cosmopolita, tecnológica y bastante contaminada. Pero al fin y al cabo era su hogar.
No quiso perder el tiempo. A las afueras de Tokio se encontraba su residencia familiar. Hacia años que no la visitaba y cuando llegó los empleados del gran caserón de la era Meiji, no pudieron ocultar su emoción. El joven Tezka volvía a casa después de viajar por todo el mundo; era su tapa, porque nadie sabía que trabajó por mucho tiempo como espía para la Agencia Inteligencia Japonesa y ahora, para la CIA.
Apenas llegó se internó en la improvisada oficina que había en la mansión de finales del siglo XVIII. Habían en ella muchas computadoras de alta tecnología e inmediatamente se conectó al sistema de la Agencia; no quería reencontrarse con sus antiguos colegas y muchos menos con sus antiguos jefes, lo único que quería era encontrar a como diera lugar a la agente Kawasaki.
Accesó con sumo cuidado a los archivos de la Agencia, buscó entre ellos algún indicio sobre el panadero de la agente Kawasaki. Fue una suerte para él encontrar que ella estaba activa, eso quería decir que se encontraba nuevamente en el país así como lo esperaba. También descubrió que estaba en misión, pero fue una molestia para él no poder entrar al archivo de perfiles en proceso. Hacia cinco años que había dejado de trabajar para la Agencia; era lógico que los códigos ya no fueran los mismos. Muy a su pesar tuvo que contactar a uno de sus antiguos colegas.
Keizo Hashimoto era el típico geek japonés, encorvado y con grandes lentes; emocionado hasta el extremo y muy sorprendido por el interés de Tezka Kunimitzu de hablar con él. Pero su emoción fue corta, porque el agente Kunimitzu no se hizo esperar y le preguntó cual era la nueva asignación de la agente Kawasaki.
Hashimoto pudo haberse negado a darle tal información, pero en vista de que su antiguo colega pertenecía a uno de los linajes más antiguos de Japón, todo para él allí era fácil. En Japón las tradiciones, el prestigio de los antepasados y la conservación de tal prestigio en el presente era muy respetado, y eso Hashimoto le constaba, por ello a veces se preguntaba por qué su antiguo colega prefirió irse a otro país a trabajar como un agente más cuando en su tierra natal fácilmente podía llegar a ser lo que se le viniera en gana. La respuesta era simple: a Tezka Kunimitzu no le gustaba lo fácil.
El agente Hashimoto, muy parecido en habilidades a Patrick Labiorestaux, no tardó dos minutos en averiguar cual era la nueva asignación de la agente Kawasaki. Le informó al agente Kunimitzu que ella se encontraba en Tokio haciendo un trabajo encubierto en la casa Flor de Loto, una de las casas de Geishas más grandes de la ciudad. Se rumoraba que Ryutaro Junichi, jefe de la mafia japonesa, se encontraba realizando pactos con organizaciones terroristas europeas, cosa demasiado confusa, ya que la mafia japonesa no se dedicaba a realizar actos terroristas.
Por ello, Kaoru Kawasaki debía desmentir o confirmar dicha información. El perfil explicaba que Junichi era aficionado a la diversión, al baile, la bebida y a las geishas de la casa Flor de Loto. Así que, como agente encubierta debía mezclarse en el círculo social de Junichi y, si era necesario, seducirlo o torturarlo para hacerle hablar.
A Tezka Kunimitzu la misión le parecía humillante. Ella había trabajado durante casi un año mano a mano con el jefe de Supervisión de la CIA y aunque su nueva misión requería de sus habilidades, era absurda. Aunque lo que en realidad le molestó, fue que ella debía hacerse pasar por una clásica prostituta japonesa y debía permitir que Junichi hiciera con ella lo que quisiera.
Tomó una decisión, la contactaría y le importaba un comino si eso significaba arruinar su misión. Lo que había entre ellos era mucho más importante que una absurda misión y se prometió a sí mismo que no regresaría a Estados Unidos solo.
Estados Unidos, Washington DC
Oficina Central de la CIA, departamento de Supervisión
Horas de la madrugada.
El comité de del departamento de Supervisión se encontraba reunido con el Dr. Mulder. Los miembros del pequeño comité, presidido tan sólo por tres agentes de alto nivel, bostezaban cansados y uno que otro miraba con rencor al Dr. Mulder por atreverse a reunirlos a tan altas horas de la noche.
Hablaban sobre las nuevas asignaciones de agentes en las agencias y de la decisión del comité con respecto a los Summers. Era algo de suma importancia para el Dr. Mulder. Uno de los miembros del comité, el más prolijo de los tres, leía con sumo interés el informe sobre dónde habían sido enviados los Summers después de que decidieron condenarlos a cadena perpetua.
-¡Groenlandia!- exclamó evidente sorprendido Byers y miró al Dr. Mulder anonadado. -¿Por qué?
-No tiene caso que estén aquí- respondió despreocupado.
-Serán vacaciones muy gélidas- exclamó Frohike divertido.
-Yo no lo llamaría vacaciones- expresó Langly bostezando aún más. -¿Qué más nos tienes que decir?- le preguntó al Dr. Mulder.
-¿Tienes prisa?- le preguntó confuso.
-Tengo sueño- contestó.
-Bien, he estado pensando en unificar Los Complejos, hacerlo uno igual que El Centro, y mudar la organización a otro estado- comentó. -Creo que nos serviría mucho más si ya no dependiera totalmente de la CIA.
-Es una buena idea, pero darle su autonomía sería algo que no aprobaría el Sr. Webster- resaltó Langly.
-Lo convenceré- aseguró el Dr. Mulder. -Además ¿para qué tener dos organizaciones más en Washington cuando es suficiente con El Centro?- les preguntó.
-Siempre ha sido así, pero creo que será correcto unificar los dos Complejos y mudarlos a otra ciudad- expresó Frohike. -¿Qué estado tienes planeado?- le preguntó, pero aún así Byers tomó la palabra antes que el Dr. Mulder.
-Se me informó que la agente Scully regresará al Centro, ocupara el cargo que dejó vacante el agente Webster- comentó Byers.
-¿Esa bella pelirroja vuelve a Washington?- preguntó emocionado Frohike.
-Sí, así es- respondió el Dr. Mulder con ligereza, no quería que ellos se dieran cuenta que la agente Scully no volvía precisamente por el cargo.
-¿Cómo la convenciste?- preguntó Langly notoriamente sospechoso. -Lo correcto en este caso es que ella debió mandarte al diablo e irse a trabajar a Francia.
-Me mandó al diablo- aclaró, -pero ante todo es una agente, demasiado buena para mi gusto- expresó incómodo, -conoce su potencial y sabe muy bien que ya es el momento de continuar escalando posición dentro de la CIA. Si se iba a Francia, debía empezar desde cero para poder obtener lo que ya tenía aquí- explicó.
-¿Aceptó trabajar de nuevo para la CIA a sabiendas de que tú le mentiste, que sabías que ella era agente y que a parte de eso eres el jefe de Supervisión?- le preguntó Langly, el Dr. Mulder asintió y él se mostró incrédulo. -Pamplinas- exclamó.
-El Sr. Mulder continuará con su amorío y esta vez se convertirá en un amorío de oficina- exclamó divertido Frohike.
-Ella y yo ya no tenemos nada- aclaró con seriedad el Dr. Mulder. -La agente Scully y yo sólo tendremos una relación estrictamente laboral; además yo estaré aquí y ella en El Centro, no habrá un momento para que retomemos lo que alguna vez tuvimos, cosa que es imposible que se de porque me odia- recalcó.
Langly, Frohike y Byers se sintieron indignados al ver que el Dr. Mulder los trataba como idiotas. Ellos sabían lo que realmente pasaba y molestos decidieron no hablar más del asunto. Langly y Frohike salieron de la oficina y Byers se quedó parado al pie de la puerta.
-Los mandaste a Groenlandia para que no representaran algún peligro para la agente Scully- adivinó Byers. -Si es por eso, es mejor que los envíes a la estepa rusa- le aconsejó y salió de la oficina.
Al Dr. Mulder le dieron ganas de reír, sus amigos no eran ningunos tontos pero él debía guardar las apariencias para poder preservar en total anonimato su difícil relación con la agente Scully. Debía demostrarle que funcionaria y si debía seguir mintiendo lo haría y era muy seguro que ella le ayudaría en tal misión.
Tokio, Japón
La zona este de la ciudad de Tokio, llamada Gui-Yin, se caracterizaba por ser una zona totalmente cultural. Ambientada en la forma de vida del siglo XIII y el siglo XIX los turistas podían ver como los japoneses vivían doscientos años atrás.
Las personas que vivían en Gui-Yin utilizaban la ropa típica de la época. Hombres, mujeres y niños usaban los tradicionales kimonos, a pesar de que la ciudad ya empezaba a ser azotada por su característico clima frio y la ropa moderna y negra del agente Kunimitzu hacia contraste con todo ello.
Caminaba entre los demás como un autómata, nadie notaba su presencia, cada quien estaba en lo suyo y no les preocupaba aquel misterioso hombre de lentes sin montura y ropa negra. Caminaba tranquilo por Gui-Yin buscando la famosa casa de Geishas Flor de Loto, pero jamás se esperó que antes de encontrar la famosa casa encontraría entre los transeúntes a la agente Kawasaki.
El inmediatamente se escondió detrás de una columna con ribetes de dragones y diseño antiguo que sostenía el gran balcón de una de las tantas casas típicas de la zona. Observó a la agente comprando manzanas en un típico quiosco de la época. Vestía un hermoso kimono de seda, negro y gris, con el pelo recogido con los adornos típicos que debían acompañar al tradicional kimono; pero lo que más curioso para él fue ver su mirada tan fría y triste como si llevara un gran dolor en su alma, un dolor provocado por él mismo.
La vio alejarse y él la siguió procurando estar lo suficientemente alejado para que ella no notara su presencia, ya que caminaba despacio como cualquier otra geisha de la ciudad. A pesar de todo, seguía siendo hermosa y al verla así el agente Kunimitzu se dijo a sí mismo que ya no podía negar lo que sentía. Se lo había dicho a la agente Illianof, ahora debía escucharlo la agente Kawasaki.
La siguió a través de un callejón y cruzaron una de las calles de la pequeña zona cultural. Al fondo de la calle se encontraba la famosa casa de geishas Flor de Loto, pintada de azul grisáceo con tejas marrones. Era una esplendorosa casa japonesa de finales del siglo XIX. Kaoru Kawasaki entró a la gran casa, la dueña le informó que Junichi se encontraba allí y deseaba verla, por lo tanto debía alistarse.
Por otro lado, el agente Kunimitzu había entrado a la casa pero le había perdido el rastro a la agente Kawasaki. Antes de que le vieran en la planta baja de la casa, decidió subir al segundo piso compuesto por un largo pasillo de inmensas habitaciones con puertas corredizas típicas. Se podía oler en el ambiente el opio, se escuchaban las risas de los clientes, la música de los bailes típicos y la cordial conversación de las geishas bien entrenadas. Era muy fascinante, pero no era del gusto del agente.
Continuó hasta el tercer piso de la residencia, que era bastante parecido al segundo piso, pero allí era más solitario; eran las habitaciones donde dormían y atendían sus clientes las chicas que vivían en aquella casa. Por puro instinto, el agente Kunimitzu se acercó a una de las puertas corredizas y la abrió; cuando entró a la pequeña habitación de paredes blancas y piso de teca cerró la puerta sin mirar atrás, y antes de percatarse o porque así lo quiso, sintió el frio metal del cañón de una pistola en su cabeza.
-De la vuelta despacio- le ordenó la agente Kawasaki en japonés sin saber de quien se trataba.
El obedeció al saber como ella iba a reaccionar cuando le viera. Giró despacio con las manos en el aire y cuando ella por fin vio quien la estaba siguiendo desde la calle no pudo ocultar su asombro, sus ojos rasgados se abrieron más de lo posible. Cuando bajó el arma y la dejó caer al suelo, no supo si su mente le estaba jugando una mala pasada o si él realmente se encontraba allí.
La observó por completo, el peso del miedo dejó de cubrir su alma cuando se dio cuenta de que podía recuperarla y sin decir nada la tomó por la cintura rompiendo la distancia entre ellos y, sin decirle absolutamente nada, la besó con desesperación, frenesí y lujuria; entonces ella lo comprendió todo. El era nada sin su presencia.
Llevó sus manos hasta el cinturón de su kimono y lo desató; hundiéndose en la cavidad de su boca intentaba llegar hasta su piel a través de su ropa, cuestión que le resultó demasiado difícil; así que frustrado tuvo que conformarse con la poca piel que le brindaba su cuello y la abrazó. Ella pudo escuchar un resoplido que delataba su calma ante la posibilidad de haberla perdido.
-Deberías hablar más- le recomendó, -así te comprendería mejor.
El no la escuchó o no quiso hacerlo, estaba demasiado concentrando en la piel de su cuello, en la seda de su pelo y el calor de su cuerpo como para poder escuchar. Había cambiado tanto que él no se reconocía, aunque le gustaba ese nuevo hombre en el que se había convertido.
-Te amo- le dijo.
Su voz se escuchaba difusa, pero ella pudo entenderlo, él le decía algo que jamás pensó que escucharía en su vida. Le miró a los ojos, sus ojos emocionados expresaban todo lo que ya le había dicho con dos simples palabras que tanto significaban para ella. Lo besó así resguardándose en sus labios, haciendo más de ella. Se abrazó más a él y se sintió gratificada cuando él volvió a acorralarla contra la pared.
Ella ni siquiera podía creerlo, realmente había cambiado más de lo esperado. Sólo Dios sabía qué cosas él había hecho para poder encontrarla; sin embargo, tenía la certeza de que se encontraba en Japón sin la autorización de sus jefes en el Centro.
La dueña de la casa se encontraba tocando insistentemente la puerta de la habitación de la agente. Apenas se separaron unos centímetros, apoyaban sus frentes uno en el otro y buscaban aire mientras sus manos continuaban prodigándose insinuantes caricias.
-Sácame de aquí- le pidió suplicante.
-¿Y Junichi?- le preguntó él con cierta consternación, a pesar de todo aún le preocupaba la misión que ella se encontraba realizando.
-Está limpio- le aclaró, -y no me importa qué diga la Agencia; es una misión absurda- expresó.
-Lo mismo pienso yo- le secundó él.
Ella sonrió ligeramente al ver que él se encontraba de acuerdo con ella. Se besaron sutilmente y cuando la dueña de la casa logró abrir la puerta encontró a la agente Kawasaki arrodillada y al agente Kunimitzu frente a ella, pero prudentemente alejado. La agente Kawasaki empezó a lanzar una serie de disculpas en vista de que a las geishas se les tenía prohibido tener en sus habitaciones a personas que no fueran clientes de la casa. La dueña estaba furiosa y el agente Kunimitzu, al ver que las dos damas no paraban de discutir, se vio en la necesidad de intervenir. Sacó una chequera de su bolsillo, firmó un cheque y se lo entregó a la dueña de la casa.
-¿Qué significa esto?- preguntó alarmada la señora en cuestión.
-Creo que con esto ella queda libre- le dijo el agente Kunimitzu.
-Con esto usted pagaría por alguien mejor, Sr. Kunimitzu- leyó el nombre del cheque y su sorpresa fue notoria. -Disculpe, no sabía que….
-No tiene por qué disculparse, ahora podría ayudarla a recoger sus cosas- le pidió.
No se mostró para nada disgustada con la petición. La agente Kawasaki al final de cuentas no entendió lo que sucedía, ni siquiera entendía por qué la sorpresa y la felicidad de la dueña de la casa al recibir ese misterioso cheque. Apenas el agente Kunimitzu le dijo que le esperaría afuera y se retiró.
Cuando finalmente ella pudo salir de la casa, frente a ésta esperaba un auto y junto a él se encontraba el chofer que le invitó a subir. Dudó por un segundo, ya que no veía por ningún lado al agente Kunimitzu, pero luego de pensarlo subió a él. Cuando el chofer cerró la puerta vio frente a ella al agente Kunimitzu y ella le sonrió abiertamente. El auto arrancó y ellos continuaron en silencio; cuando se alejaron lo suficiente de la casa Flor de Loto, la agente Kawasaki se empezó a mostrar confundida.
-Pagaste mi deuda- expresó y él asintió. -No puedes hacer eso, a menos que… seas…
-Ya lo sabías- le recordó.
-Eso ya no se usa- comentó. -Perteneces a un largo linaje samurái, pero eso no te hace uno- explicó.
-Es más complicado que eso, Kaoru- expresó el agente. -Las costumbres de las geishas y los samuráis siguen vivas y las leyes se siguen aplicando- comentó. -Aún en el mundo moderno.
-Yo no soy una geisha- manifestó.
-Eso no lo sabe madamme- le recordó.
-Entonces…-sonrió con cierta perturbación ante lo que iba a decir, -literalmente soy tu…
-Sí, literalmente- agregó sin dejarla terminar.
Ella sonrió divertida, todos los días se aprendía algo nuevo, como el saber que Tezka Kunimitzu utilizaba las reglas y tradiciones de su pueblo a su favor, como el saber que a él le gustaba escudriñar despacio por todos los lugares que cubría su kimono y como el saber que cada vez que la besaba le demostraba que era mucho más que afecto y devoción, que era amor.
Washington DC
Cementerios de los Caídos
Horas de la mañana.
Cuando se enteró de que Alexander Krycek había muerto ni siquiera pudo creerlo, era tan doloroso para ella saber que él hombre que había amado en secreto por tanto tiempo ya no estaría más para por lo menos charlar como solían hacerlo.
Esa mañana de finales de verano, recorrió los pilares de las tumbas de aquel triste e histórico cementerio. Al llegar a la tumba del agente Krycek lloró en silencio y se entristeció más al saber que la lápida no llevaba ningún epitafio que le recordara a los demás quien había sido él.
Sintió una presencia familiar detrás de ella, pero no se movió. Continuó frente a la lapida y se agachó para dejar una simple rosa roja sobre la tumba. La agente Scully cortó la distancia y se colocó a su lado, la agente Hannigan apenas le miró unos segundos y nuevamente volvió a concentrarse en la lapida.
-No le rindieron honores ¿lo sabías?- le preguntó con dolor.
-Sí, lo siento- expresó luchando por no mostrarse acongojada. Le dolía el hecho de que él estuviera muerto, pero más le dolía que el hecho de que él terminó siendo un traidor y por eso no quería llorar. -Hizo…
-… cosas incorrectas- terminó por su colega, -pero aún así debieron reconocer las cosas buenas que dio por este país, cuando ni siquiera era su patria- recordó.
-Sé que te duele, sé que lo amabas- reveló.
-Sí- sonrió irónica y dejó de estar agachada. Finalmente decidió mirar por más tiempo a la agente Scully. -Pero él te amaba a ti- le recordó.
-Debiste luchar- expresó.
-¿Cómo se puede luchar contra los sentimientos de un hombre?- le preguntó. -Todo lo que hizo lo hizo por ti- manifestó.
-No Alyson, yo no le pedí que rompiera las normas, yo no le pedí que matara por mí. Al contrario, lo único que le pedí fue que me permitiera ser feliz y no lo hizo- explicó.
-Y ahora está muerto- expresó echándole la culpa, aún así la agente Scully no quiso discutirle y Hannigan se secó una lágrima que surcaba su rostro. -¿Qué haces aquí? Deberías estar en Francia- comentó, pero la agente Scully permaneció en silencio y la agente Hannigan comenzó a indagar más. -Te quedaste- afirmó, -por supuesto- sonrió irónica. -Hiciste un buen trabajo.
-Alyson…
-No te culpo, Dana- manifestó. -Tal vez no sabías nada y ahora que todo se ha develado no tienes por qué salir corriendo e irte a otro lugar cuando tu futuro aquí esta asegurado.
-Es más complicado de lo que crees, Alyson- explicó.
-Aun así te ganaste la guinda del pastel- dijo con cierta diversión y la agente Scully sonrió con ella.
-Supe lo de tu ascenso- le comentó. -Felicidades- expresó.
-Gracias- dijo con cierta turbación. -Dicen que el Delta está maldito. Illianof está enferma y Alex está muerto. ¿Qué crees tú que pase conmigo?- le preguntó.
-Eres la hija del diablo, Alyson, dudo mucho que la supuesta maldición del Delta te afecte- dijo y la agente Hannigan rió ligeramente. -En fin, yo no creo en esas cosas- recordó.
-Yo tampoco- manifestó. -¿Te veré pronto?
-Tal vez mañana- contestó y la agente Hannigan asintió.
Se despidieron silenciosamente y la agente Hannigan tomó rumbo a su auto que estaba estacionado a unas cuantos metros de la tumba del agente Krycek. La agente Scully se quedó unos minutos más y luego partió. Tomó rumbo a su antiguo departamento y cuando entró aspiró agotada después de un largo viaje desde San Diego. Dejó el poco equipaje que había traído a un lado de la puerta y al encender la luz agradeció que aún no le hubieran cortado la electricidad; no tenía un mes fuera del lugar para tal cosa.
Recorrió todo el departamento quitando todas las sábanas que cubrían los muebles. Quién hubiera imaginado que ella iba a volver a estar allí; ella no lo imaginó ni en sus más extrañas divagaciones. Fue hasta la cocina y abrió el refrigerador; se llamó tonta al sentirse esperanzada por breves segundos, su refrigerador competía con una piscina vacía y ganó por mucho. Pidió una pizza, se dio un baño, terminó de acomodar el departamento y, cuando la pizza llegó, se sentó en el sofá a comerla. No tenía muchos deseos de ir a la cocina por un plato, cosa que era poco común en ella.
Cuando iba por su segundo trozo de pizza, escuchó a lo lejos un teléfono sonar. Agudizó su oído y recordó que había suspendido el servicio telefónico, por lo tanto no tenía teléfono en el departamento. El sonido era insistente y recordó deprisa que aún tenía móvil y que éste estaba en el bolso. Fue hasta el armario de los abrigos y sacó el bolso, volvió al salón, se sentó en el sofá y estuvo por más de dos minutos buscando el móvil en el fondo. Le extrañó que quien llamaba no dejara de insistir en su intento de comunicarse con ella. Finalmente encontró el móvil y se percató de que la llamada era privada, así que pensó que podía ser el agente Webster, pero se equivocó.
-Ya iba a colgar- le dijo el Dr. Mulder por el otro lado de la línea.
-¿Mulder?
-Llegaste hace dos horas del aeropuerto. ¿Dónde estabas que no podía localizarte?- le preguntó curioso.
-¿Cómo sabes que llegué hace dos horas?- el Dr. Mulder permaneció en silencio al verse cuestionado. -¿Me estás vigilando?- le preguntó.
-No, yo sólo… sé cosas- aclaró nervioso. -¿Dónde estás?- le preguntó.
-En mi departamento- contestó.
-¿No fuiste al Centro?- le preguntó.
-No. Me reportaré mañana a primera hora- contestó.
-Entonces iré a verte- comunicó.
-No- le advirtió, -no te quiero aquí y tampoco quiero aquí a tu séquito de gorilas a los cuales llamas guardaespaldas- expresó. -Llamas demasiado la atención y no quiero que vengas- manifestó.
-¿A qué le temes?- le preguntó consternado y ella entornó los ojos.
-Tú y yo llegamos a un acuerdo- le recordó. -Mantendremos un bajo perfil por algún tiempo- comentó. -Es lo mejor si queremos que lo nuestro permanezca lo más privado posible.
-Estoy de acuerdo- manifestó. -Pero llevo dos semanas sin verte y te extraño- le dijo, ella sonrió ante sus palabras pero no se lo dio a demostrar. -No puedes hacerme esto- expresó suplicante.
-Es lo mejor para los dos- explicó.
-¿Acaso esto es una especie de castigo?- le preguntó y ella pensó por unos segundos. -Dana- le llamó.
-Podría decirse que sí- contestó. -Ahora que lo pienso: si no me hubieras mentido desde un principio ninguno de los estuviera en esta situación.
-¿Y no me habías perdonado todo eso ya?- le preguntó contrariado.
-¿Quién te dijo que te perdoné?- le preguntó. Ella lo había perdonado, pero aún no se lo había demostrado con palabras.
-Bien de acuerdo- expresó. -Acepto con toda caballerosidad mi castigo.
-Eres un cursi- le dijo con gracia. -Hasta luego, Mulder- y sin más colgó. Rápidamente tomó el trozo de pizza que había dejado abandonado, pero su móvil volvió a sonar y ella contestó. -Scully.
-Te amo- le dijo el Dr. Mulder.
-¿No me vas a dejar terminar de cenar?- le preguntó al borde de la risa y volvió a colgar, el móvil no se hizo esperar. -¿Qué?
-No me dijiste que me amas- le reprochó el Dr. Mulder.
-Mulder, eres el jefe de uno de los departamentos de la CIA- le recordó. -Compórtate con la madurez que tu cargo amerita- le pidió.
-¿Qué es madurez?- le preguntó y ella colgó. Volvió a llamar y ella tardó en contestar hasta que finalmente lo hizo. -Si no me dices que me amas, te juro que no te dejaré dormir.
-Apagaré el móvil- le aclaró.
-Entonces llamaré a Marcus, le diré que llegaste y que necesito hablar contigo-expresó.
A ella le impresionaba el grado de testarudez que el Dr. Mulder tenía y lo conocía lo suficientemente bien como para saber que haría lo que le estaba diciendo. Y como ella no quería que Marcus Webster, por el momento, se enterara de que ella había vuelto con el Dr. Mulder, a regañadientes tuvo que hacer lo que él le pedía.
-Te amo, Mulder…- le dijo finalmente.
-Que lindo se escucha cuando estás furiosa.
-Más que a mi vida, eres el ser más dulce y bello de este planeta… - continuó.
-Ok, de acuerdo; ahora la cursi eres tú. Hasta luego.
La agente inmediatamente escuchó como él colgaba el teléfono y comenzó a reír. Aún tenía el poder de mantenerlo a raya porque él odiaba que se comportaran de modo cursi con él; pero él sí podía serlo. Lo cual era verdaderamente absurdo.
Continuará…
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