chapter = V
author = NikkyScully
dedicate = Disclairmer: Se dice que todo lo concerniente a X-Files es de Chris Carter, pero como el no ha sido el creador de los personajes que e incluido en este fic diré que hasta X-Files es mió, porque yo trabajo con el mientras Carter se dedica a hacer demandas lerdas. He dicho.
Clasificación: Lo que ustedes quieran y alternativo.
Dedicatoria: A las bitches sin ninguna duda, las amo chicas.
Agent Macgirl, mi compañera, mi amiga, mi co-escritora en otros proyectos y quien ahora me pego el sindrome de imnsonio. A Rosa, que no se donde anda, a Paulina por igual que anda súper perdida, a mis niñas que las extraño y a quienes me dejaron comentario en las pasadas entregas: Maca,Icezard, Lizzy_x, Katherine_M_S, Sakura Spooky, conocimiento_acumulado, Chilly, wendymsanchez y adeDanK. Gracias a todos
Nota: Si entienden de que va esto los felicito.
Rating = touchstone
Type = Angst
fanfic = En algún lugar sobre el atlántico, un avión cumplía con su plan de vuelo y dos de sus ocupantes intentaban matar el tiempo hasta que el vuelo llegara a su destino. Dana Scully estaba pensativa, preocupada por no poder comunicarse con el Dr. Mulder. A los agentes se les tenía prohibido comunicarse con personas dentro o fuera del ámbito laboral si se encontraban en plena misión.
Sentada al lado de una de las ventanillas de aquel avión militar, veía como sus posibilidades de hablar con el doctor se alejaban y complicaban, y lo único que le quedaba por hacer era inventar una explicación para el Dr. Mulder cuando él la confrontara con respecto a su desaparición; le iba ser imposible regresar a Washington esa misma noche.
Por otro lado, el agente Webster intentaba matar el tiempo con un libro, pero para esas horas “Confieso Que He Vivido” de Pablo Neruda le estaba empezando a parecer muy pesado y ni siquiera había llegado a “Los Críticos Deben Sufrir” cuando cerró el libro y lo lanzó sobre uno de los asientos de aquel avión.
El silencio de su compañera y colega le parecía ensordecedor y le estaba matando. Marcus Webster se caracterizaba por ser más sociable que cualquier otro agente del Centro y eso le constaba a Dana Scully.
-Al parecer llegaremos temprano, eso es bueno, mientras más pronto regresemos a Washington, mejor…
-No- dijo ella sin mirarlo, su vista seguía sobre la ventanilla del avión.
-¿No qué?- preguntó él con confusión.
-No intentes entablar una conversación aquí. No es necesario- le aclaró.
También era muy sabido por Marcus Webster que Dana Scully era de pocas palabras y más si se encontraba trabajando, tanto silencio estaba estresando al agente Webster, pero poco le importa a la agente Scully.
-Me estoy aburriendo, Dana- se quejó como niño pequeño.
-Duerme- le recomendó.
-No tengo sueño- le aclaró.
-Entonces lee un libro.
Ante tal recomendación él solo pudo mirarla con ojos de desaprobación, más lectura le provocaría sacarse los sesos por la nariz y justo en frente de la distinguida compañera que se gastaba. Ella le miró con compasión, no era necesario ser una experta para comprender que él necesitaba un poco de charla.
-¿Cómo está Vallery?- le preguntó para corresponder a sus deseos.
-No lo se, creo que bien-contestó.
-¿Cómo que no lo sabes? Es tu pareja- comentó con confusión.
-Terminamos- aclaró.
-¿Cómo que terminaron?- preguntó con contrariedad.
-Me estaba volviendo loco. Vallery es una celosa enfermiza y no pude más; la envié a freír espárragos- expresó con hastió.
-Yo no entiendo, se veían tan felices.
-Tu depresión eterna no te deja ver la realidad, Dana- le comentó con indiferencia.
-Ya no estoy depresiva- aclaró con enfado.
-¿Cómo lo resolviste?- preguntó confuso.
-Terapia- contestó.
-¡Ja!... eso no da muchos resultados créeme- confesó.
-¿Por qué lo dices?
-Estoy yendo a terapia desde la muerte de Melissa y aún no lo he superado- confesó mirándola fijamente sabiendo que le concernía a ella el tema.
Ella lo miró con sorpresa y confusión. Estaba enterada de la relación de Marcus Webster con su hermana, pero no sabía que la muerte de ésta le había afectado tanto a él como para que estuviera yendo a terapia desde hacía un año.
-Ustedes eran una pareja extraña- confesó intentando no reír. -Melissa y tú eran muy extraños.
-Se que no éramos muy convencionales, pero lo nuestro era especial- relató con orgullo.
-¿Por qué terminaron?- preguntó con curiosidad.
-Ella no aceptó casarse conmigo- contestó con la vista gacha.
-Sabes que Melissa no creía en esas cosas- comentó con tristeza.
-Lo se, pero yo entendía que no tenía nada que perder si se lo pedía. Algo me decía que aceptaría, pero su respuesta fue que no podía atarse a mí más de lo que estaba, si me perdía en el campo siendo sólo su pareja sería más fácil para ella llevar la pérdida- comentó.
-Algo cruel de parte de ella- aceptó con terror.
-Y también me dijo- continuó su relató, -que si me perdía en el campo siendo su esposo no iba a poder superarlo y no seguiría siendo la misma- carraspeó un poco, en su garganta se formaba un nudo ante los recuerdos dolorosos. -Cuando murió finalmente entendí sus palabras porque lo que pudo sentir ella lo sentí yo y, aún después de tanto tiempo, lo sigo sintiendo; te imaginas lo que hubiera pasado si ella hubiera muerto siendo mi esposa- expresó con dolor. -No lo soportaría.
Marcus Webster era muy emocional y sus sentimientos siempre salían a flote, pero cuando vio esa mirada compasiva de Dana Scully se reprimió y evitó llorar. Dana Scully le tomó la mano para darle a entender que lo comprendía mejor que nadie.
-Marcus, continúa tu camino y sé feliz- le pidió. -A Melissa le hubiera gustado eso.
-A Melissa también le hubiera gustado que su hermana fuera feliz- declaró.
Ella sonrió con pena, soltó la mano del agente y centró su mirada nuevamente en aquella ventanilla del avión. Pero el agente Webster no había dada por terminada la conversación.
-¿Qué hay de ti? ¿Qué más has hecho aparte de la terapia?- le preguntó con notable curiosidad.
-No entiendo tu pregunta- respondió confusa cuando volteó su rostro para verlo.
-Vamos Dana, con alguien has de compartir tu inminente soledad- comentó.
-La comparto con la agencia- expresó indiferente.
-La agencia no es una persona, además todo el mundo sabe que es bueno compartir el dolor con alguien…
-¿Compartiste el tuyo con Vallery?- preguntó curiosa.
-En parte.
-¿Por qué ese deseo de la humanidad de compartir todo lo que tiene? Hasta el sufrimiento. Yo prefiero no mortificar a los demás-agregó. -Es menos complicado.
-Yo pensé que estabas mortificando al agente Krycek desde hace un año- manifestó con desconcierto.
-¿Qué te hizo pensar eso?- preguntó preocupada. Odiaba cuando la ataban sentimentalmente con el agente Krycek.
-Anda más pegado a ti desde la muerte de Melissa, creía que salían juntos- contestó.
-No, el agente Krycek y yo no salimos, no somos pareja- aclaró. -Sólo somos buenos amigos. No se por qué se empeñan en decir tantas necedades.
-¿Quiénes?
-Ustedes-manifestó.
-¿Y a ti desde cuando te importa lo que decimos nosotros?- le preguntó al notar su angustia. -Ya entiendo, no quieres que digan que sales con Krycek porque sales con otro.
-No estoy saliendo con nadie- negó.
-Claro que sí- cuestionó, -y no quieres dar motivos para una escena de celos por parte de tu nueva pareja. Dime quien es- expresó con curiosidad. -¿Es agente interno o externo?
-De ninguno de los dos- respondió rabiosa.
-Pero no te pongas así- le pidió al notar su enfado.
-Ya entiendo las razones por las cuales Melissa te enviaba al diablo cada vez que podía- declaró. -Eres un completo fastidio, Marcus- se puso de pie y fue directo al baño del avión dejando solo al agente Webster.
Marcus Webster era de los agentes más allegados a ella, le tenía suficiente estima y sólo el hecho de que él en el pasado fuera pareja de su fallecida hermana lo convertía en una persona de su total confianza. Pero en esos momentos su vida amorosa era más peligrosa para ella que su vida laboral y el agente Webster era el menos indicado para saber que ella estaba saliendo con un civil.
Marcus Webster era fiel a la doctrina de El Centro y si ella le decía que estaba saliendo con un civil, a él le iba a importar un comino la cercanía que ambos tenían. Para él estaba primero El Centro y nada más y para ella era mejor guardarse el secreto. Si él quería saber con quién ella estaba saliendo era mejor que lo averiguara por sus propios medios.
Por otro lado, en Washington, el Dr. Mulder hacía tres horas que había empezado su jornada de trabajo. Vio un par de pacientes en el instituto, hizo su visita semanal al hospital psiquiátrico para ver a uno que otro paciente internado. Almorzó extrañando la llamada de la agente Scully y estuvo tentando a llamarla, pero sabía que no debía interrumpirla, además ambos habían acordado cenar juntos. A media tarde trabajó en una charla sobre los trastornos mentales que expondría en un congreso de psicología el mes entrante.
Recibió un par de llamadas, hizo una que otra a diferentes personas y seguía entrañado por no haber recibido ya para ese entonces una llamada de la agente Scully. Ya al concluir el trabajo e ir camino a su morada, la sospecha de un repentino abandono por parte de la dama lo estaba carcomiendo, pretendía conocerla como para entender que tal vez eso era posible y la sospecha aumento cuando al llegar a su casa, llamarla más de seis veces a su casa y a su móvil y ver que no contestaba. Empezó a impacientarse sin saber que ella estaba demasiado lejos para atender un móvil que estaba en lo más profundo de un casillero.
El Centro
Vestidor de damas.
No era nada extraño que un móvil sonara, no era extraño incluso que sonara dentro del vestidor de damas, lo extraño era que sonara dentro del casillero de una agente que ni siquiera estaba en el país.
Rachel Webster, una de las tantas agentes del lugar y quien tenía lazos sanguíneos con Hannah Summers y Marcus Webster, miraba el cerrado casillero con una curiosidad que llegaba a lo ridículo, porque estaba notoriamente sorprendida porque el dichoso aparato estuviera sonando.
Kaoru Kawasaki entró al lugar en busca de su abrigo y al notar que la agente Webster no dejaba de mirar el casillero se acercó a ella para preguntarle que estaba haciendo.
-¿No lo escucha?
-Claro que lo escucho- contestó pero con bastante confusión ante su comportamiento.
-¿No le parece extraño?
-¿Qué suene?- preguntó.
-Exacto, no debería sonar. Creo que deberíamos abrirlo para saber quien es- comentó. -Pero no, eso es violar la privacidad de quien le pertenece. Pero es extraño porque no debería sonar.
-¿De quién es el casillero?
-De la agente Scully.
-¿Y por qué no debería sonar?
-Porque a ella sólo la llamamos nosotros, los agentes, El Centro y todos sabemos que ella esta en Londres- aclaró.
-Y si es algún familiar- comentó.
-No lo creo- expresó seriamente. -El único familiar que le quedaba a Dana Scully murió hace un año.
-Tenía entendido que su padre es un respetable agente de la CIA al igual que sus dos hermanos varones.
-Ellos no le hablan porque le culpan de la muerte de Melissa Scully- comentó.
-¿Por qué razón?
-Ella era la líder del equipo donde iba Melissa- aclaró. -Era su responsabilidad proteger a cada integrante del equipo y su perfil no fue tan bueno como para evitar la muerte de su propia hermana- puntualizó e incómoda volvió a mirar al casillero. -Está fastidioso ¿no cree?
-Ya dejará de llamar sea quien sea- y sin darle mucha importancia salió del lugar, pero Rachel Webster aún seguía interesada en saber quién llamaba.
-¿Qué martirizada alma llama a la infeliz de Scully?
El Centro
Enfermería
Margaret Bennedetty era la jefa y encargada del único lugar donde podían atenderse los agentes enfermos o heridos en acción. Ella se encontraba haciendo el inventario de medicamentos esa noche y su historia dentro de la agencia era de no creer, fue una niña prodigio graduándose con honores de la preparatoria a los trece años y de la escuela de medicina a los diecinueve. Con tal edad muchos decían que ella no tenía la madurez suficiente para combatir el estrés que producía de su trabajo y ella demostró todo lo contrario.
A los veinte ya había sido reclutada por la CIA y en menos de seis meses se encontraba en El Centro, que se caracterizaba siempre en tener lo mejor de lo mejor dentro de su personal. Para ese entonces sólo era una sabelotodo entre mandones, pero tenía una ventaja: su hermano se había casado con la hija del verdadero líder de la CIA y, aunque tuvo que demostrar su potencial ante los ojos de Phillip Webster, pudo convertirse en la jefa de aquella enfermería. A otros les hubiera costado llegar a tal posición diez años, a ella sólo le costó cinco y apenas tenía veintiséis años.
Era muy dedicada a su trabajo como tantos otros, pero ella llevaba doble peso porque la vida de muchos a veces dependía de ella y de su equipo. Por ello era muy cuidadosa con los detalles y siempre prefería hacer trabajo más pesado y complicado, antes que dejarlo en manos de uno de sus colegas.
Aunque podía dejarle el trabajo más agobiante y aburrido a uno de sus subalternos, no lo hacía y no era raro encontrarla haciendo el inventario de medicinas. Hannah Summers, que entró al lugar, tampoco se sorprendió por tal hecho.
-Pensé que habías terminado- comentó la Sra. Summers con desconcierto.
-No, esto se lleva más tiempo de lo que parece- le aclaró mientras anotaba el serial de una caja de pastillas para el dolor.
-Deberías poner a otro a que haga eso- le recomendó.
-Nadie lo haría mejor que yo- comentó.
La Sra. Summers puso los ojos en blanco ante la testarudez de la Dra. Bennedetty. Esta centró su atención en dos frascos de pastillas, pero la Dra. Bennedetty sabía que ella no estaba hay sólo para curiosear; la Sra. Summers se sentó en un banquillo con los codos sobre la mesa de mental donde estaba trabajando la doctora, se notaba en ella un aburrimiento enorme y la Dra. Bennedetty estaba esperando a que soltara la primera bomba interrogatorio.
-¿A qué vino Reyes?- le preguntó con dejo de misterio mientras jugaba con una jeringa.
Margaret Bennedetty sonrió ligeramente ante la pregunta, pero a la vez se mantuvo inmutable e impávida. Hannah Summers jamás se hacía esperar y eso la doctora lo sabía, pero a ella sí le gustaba hacerse esperar y no contestó a la pregunta de la Sra. Summers y así continuó en lo suyo.
Hannah Summers no tenía ánimos de jugar, se le notaba en los ojos; la visita de Monica Reyes no le gustó para nada, sobre todo porque no la había visitado precisamente a ella. Se había convertido en una situación que no pudo controlar y necesitaba información, necesitaba conocer los detalles de aquella visita a la enfermería.
-¿Me escuchaste, Margaret?- preguntó impaciente.
-Por supuesto- le contestó sin mirarla, su atención aun continuaba sobre la tabla del inventario.
-¿Y bien?- volvió a preguntar.
-Vino a hacerse un examen medico- contestó con apatía.
-¿Qué tipo de examen médico?- preguntó llegando al límite de su curiosidad.
Ante tal pregunta la Dra. Bennedetty levantó la vista. La miraba con hastío y cansancio y se mojó los labios en señal de cansancio. Lo que menos quería en esos momentos era un interrogatorio exhaustivo hecho por la madre de los interrogatorios, Hannah Summers, una notable experta que cuando quería obtener información la conseguía sin importar cómo.
-No puedo romper la confiabilidad entre médico y paciente, eso tú lo sabes- le recordó.
-En este mundo la confiabilidad entre médico y paciente no se cumple, Maggie, porque yo no soy abogada y tú no eres una medico común- manifestó.
-No deberías estar aquí- le dijo con impaciencia y cerró la tabla de anotaciones con incomodidad. -Y no me llames Maggie, demasiado tengo con que mi marido me diga así en la cama- expresó finalmente molesta.
-Sólo quiero que me digas qué hacía Monica Reyes aquí.
-Nada- guardó la carpeta y empezó a recoger los frascos de medicamentos que había sobre la mesa donde estaba trabajando. -Si quieres saber será mejor que se lo preguntes a ella.
La Dra. Bennedetty se alejó de la mesa y tomo rumbó hacia una especie de almacén seguida por la Sra. Summers, quien no estaba por dar su brazo a torcer. La acorraló en el interior del diminuto lugar y cerró la puerta con ellas dos dentro.
-¿Te está empezando a faltar el aire, Maggie?- le preguntó con malicia al verla algo nerviosa.
-¿Qué exactamente quieres saber?- preguntó respirando con dificultad, dentro de su bata de trabajo buscaba un inhalador de aire, era completamente claustrofóbica y la Sra. Summers conocía tal debilidad.
-Todo, cada detalle- aclaró con los ojos bien abiertos.
-Sólo vino a realizarse un examen de fertilidad- le dijo finalmente llevándose el inhalador a la boca.
-¿Qué?- preguntó con notable sorpresa.
-Se está preparando para intentar tener un hijo.
-¿Qué?
-Sólo fue eso, no hablamos ni media hora- aclaró.
-¿Cómo rayos piensa ella en tener un hijo cuando es…?
-¡Eso a mí no me importa! ¡Déjame salir!
La Sra. Summers la miró con burla ante el estado en que la doctora se encontraba, abrió la puerta del almacén y la Dra. Bennedetty salió disparada de allí para buscar más aire y más espacio.
-Hay gato encerrado en todo esto, Margaret- comentó pensativa. -Algo me dice que no vino precisamente por un estudio de fertilidad.
-Que inteligente eres- expresó con burla. -Sólo de escuchar semejante cosa supe inmediatamente que se trataba de otro asunto- puntualizó al tratar de recuperar el aire.
-Esto no me gusta- comentó con algo de preocupación. -Algo vino a ver que tuvo que inventar tal excusa para poder venir.
-¿Y crees que yo lo se?- le preguntó con un poco más de compostura.
-¿De que hablaron precisamente ustedes dos?- preguntó con notoria curiosidad.
-Ya te dije, hablamos del examen. Tan sólo eso.
La Sra. Summers no pudo dejar de expresar frustración, era de esperarse que los motivos de la visita de Monica Reyes no eran precisamente por su estado de salud y mucho menos para saber cuáles eran sus posibilidades de tener hijos tan pronto como fuera posible. Una excusa barata, pues una mujer y jefa de una de las organizaciones ligadas a la CIA no podía dedicarse a pensar en pañales y mamilas; debajo de este teatro maternal se ocultaba algo más y ella intentaría averiguarlo. Luego de pensar unos minutos cual sería el plan para dicha investigación se acercó con cautela a la Dra. Bennedetty y le habló al oído muy despacio y bajo.
-No le digas nada de nuestra pequeña conversación a Frank- le pidió.
-Más bien de tu interrogatorio de presión- aclaró.
La Sra. Summers sonrió con burla, poco le importaba lo que estaba pensando Margaret Bennedetty, pero no estaba interesada en recibir una amonestación por parte del marido de esta última, que se caracterizaba siempre por mostrarse débil por cualquier cosa que le pasara a su esposa; así que le advirtió que no se atreviera abrir la boca.
La doctora no lo haría. Hannah Summers era una mujer de temer, había sido criada y entrenada para ello y como jamás se le negó ningún gusto, podía hacer y no hacer lo que quisiera y nadie se atrevía a llevarle la contraría, ni dentro ni fuera de El Centro.
El Centro
Día siguiente
La misión de Londres fue exitosa; la agente Scully y el agente Webster pudieron intervenir en la exposición de Gaslow y robar el dispositivo que tanto deseaban los de El Centro. Cansados por el largo viaje de ida y de vuelta, llegaban al Centro con poco ánimo ya que lo que deseaban en realidad era descansar; pero eso era imposible.
En la puerta fueron recibidos inmediatamente por Frank Bennedetty que intento saludar, pero la agente Scully no se hizo esperar y le entregó el dispositivo. La antipatía de la agente no le sorprendía, ya que lo había vivido con anterioridad, pero aún así no costaba intentar ser un poco cortés con ambos.
-¿Cómo estuvo Londres?
Como respuesta a la pregunta lo único que pudo recibir fue un sonoro estornudo del agente Webster, que al parecer había llegado con un grave resfriado. La agente Scully decidió contestar por él.
-Húmedo-contestó con hastío.
Pero al parecer la respuesta de la agente Scully al Sr. Bennedetty le pareció graciosa porque ambos agentes pudieron observar que él intentó reprimir una ligera sonrisa. Los superiores no escuchaban ni decían chistes, no reían, ni hacían reír; era la regla universal aunque patética. A las últimas indicaciones del Sr. Bennedetty, Dana Scully se dispuso a trabajar en el informe que éste había pedido y el cual le había ocupado toda la tarde. Lo que más deseaba era ir a casa a tomar una ducha y dormir por dos días.
Llegó hasta el vestidor de damas para recoger sus cosas. Abrió su casillero y al tomar su móvil no le sorprendió tener llamadas perdidas, era de esperarse por parte del Dr. Mulder y comprendió que sus desapariciones repentinas representaban un problema para los dos.
Miró su reloj y vio que tenía suficiente tiempo para poder pasar por el departamento del doctor y estar unas horas con él antes de que la volvieran a solicitar. En el camino hasta allí pensó en lo que le iba a decir al Dr. Mulder cuando éste le viera y comenzara con su interrogatorio; cada excusa tramada le parecía absurda y prefirió mejor guardar silencio, era eso o perder la paciencia y mandarlo al diablo. La primera opción le parecía más lógica.
Cuando llegó al edificio de departamentos donde él vivía decidió mostrarse cansada, aunque en realidad lo estaba. Tocó la puerta y él al abrir no pudo ocultar su asombro al verla allí.
-¿Dana?
-Hola- le saludó con una cansada sonrisa.
No esperó a que él le invitara a pasar, entró e inmediatamente se quitó su largo abrigo dejándolo sobre una silla, junto con su bolso y una especie de maletín; y luego tomó asiento en el largo sillón. Él la observaba con confusión, después de dos días se aparecía allí como si nada, sin decir nada y eso a él de cierta manera le indignó.
-¿Dónde estabas?- le preguntó de inmediato, con las manos sobre la cintura. Era una posición verdaderamente desafiante porque estaba molesto y ella lo sabía.
-Trabajando- respondió con indiferencia fingida porque no deseaba discutir. Se recogió el pelo y se deshizo de los zapatos.
-Más bien me parecías desaparecida- comentó mostrando una expresión de enfado. -Te estuve llamando.
-Lo se- le dijo recostándose en el sofá, el cuerpo le pesaba por el cansancio.
-¿Y por qué no contestaste mis llamadas?- le preguntó.
-Porque no podía- contestó.
-Debe haber una respuesta más lógica que esa. Estuviste perdida por dos días- expresó inquieto.
-Es tierno de tu parte, pero sabes que no me gusta que se preocupen por mí- le recordó.
Él le dio una mirada fría y de disgusto que lo único que provocó en ella fue fascinación y no dudó en expresarlo.
-Te ves muy sexy cuando te enfadas- le dijo seductoramente.
-No me cambies el tema y tampoco trates de restarle importancia. No te veo desde hace dos días, finalmente apareces y crees que no debo decir nada- cuestionó. -Estás muy equivocada si lo crees así.,
-¿Crees que te dejé?- le preguntó con ligera maravilla.
-¡No!- contestó indignado.
-Bien, porque sería absurdo si llegaste a pensar en ese hecho.
Indudablemente él lo había pensando, y ella lo supo desde que le vio, y aunque se lo negó no le quedó la menor duda de ello. De cierta forma eso a ella le agradaba porque comprendió que él estaba interesado en ella.
-La cuestión aquí es otra- interpretó.
-Sabes que odio las preguntas- le recordó. -No soy buena respondiendo.
-Porque no eres buena mintiendo.
A ella no le gustó lo que él había dicho, pero trató de restarle importancia porque eso era bastante cierto. Dana Scully no era buena mintiendo, no era buena mintiéndole a las personas que amaba y ello lo amaba a él, aunque se lo negara y eso acreditaba que ella tampoco era buena mintiéndose hacia sí misma.
-De acuerdo- levantó los brazos en señal de rendición. -¿Qué quieres de mí?
-La verdad.
-No resistirías la verdad- le aclaró. -No estás preparado para ella.
-Pruébame- le pidió.
-Probarte no sería suficiente- le dijo casi con los ojos cerrados, el sueño le estaba venciendo.
-¿Cómo una persona puede llegar a ser tan misteriosa?¿Qué puede ganar con ello? Es lo que trato de entender. Tú me importas mucho y considero que debemos ser sinceros uno con el otro, porque…
A tal punto de la conversación, él pensaba que la iba a ver de pie y recogiendo sus cosas para irse; era lo más lógico, porque la mayoría de las mujeres lo hacía cuando el hombre comenzaba con su acoso, pero con Dana Scully era todo muy al contrario porque mientras él hablaba ella dormía y el sonrió ante un notorio descubrimiento. Ella era de las que se dormían donde sea y como fuera y le cautivaba esa cualidad tan tierna e infantil porque le daba a entender que ella se sentía segura allí y eso le daba orgullo.
Mañana siguiente.
En un fin de semana parecido a cualquier otro, Dana Scully despertaba en una cama que no era la de ella pero que conocía bastante. Aunque no recordaba el momento en el cual se había dormido, era obvio para ella que no se trasladó sola a aquella cama y que mucho menos se había cambiado su traje de oficina por una camisa blanca y demasiado grande. Sonrió con pena y vergüenza ante tal hecho.
Junto a la cama estaba su ropa y su bolso de viaje; le encantó que su bolso de viaje estuviera allí porque no tenía muchos deseos de salir a buscarlo al salón. Ese bolso generalmente vivía en el casillero de El Centro, pero a Dana Scully algo le decía que iba a utilizar lo que éste siempre llevaba dentro, lo cual era una bolsa de aseo que una agente siempre llevaba consigo en caso de emergencias. La tomó y fue directo al baño. Y, aunque en aquel maletín de viaje había una muda de ropa limpia, ella prefirió quedarse con aquella camisa que no se había puesto ella sola.
Después de terminar su acicalamiento femenino matutino, salió de aquella habitación en dirección al salón. El sol brillaba tenuemente ante la mañana y sus rayos chocaban con la pecera de aquel departamento dándole un toque místico. La computadora del doctor estaba encendida y ella se acercó sin esperar que iba a encontrar uno de sus trabajos llamado: Psique divida en dos. El título le pareció extraño, pero no le dio mucha importancia.
Podía escuchar sonidos provenientes de la cocina, algo que se cocinaba, gavetas que se cerraban y abrían y el choque de algo metálico contra algún sartén. Ella al entrar a la cocina y descubrir que él podía freír huevos sin quemarse le resultó impactante; pero fue más sorpresivo e interesante que sólo estuviera usando boxers grises con camiseta a juego, adoraba cuando él usaba ese color.
-Buenos días.
El volteó al escuchar aquella voz femenina que bendecía la mañana de una manera totalmente excitante. Sonrió como un tonto al verla allí tan voluptuosa y tan ella, siempre se decía que con cualquier mujer él se mostraba así, pero lo dudaba porque la única mujer que hacía que a él le temblaran las rodillas y algo más era la pelirroja parada en la puerta de la cocina vestida sólo con camisa blanca.
-Buenos días- le saludó. -¿Deseas desayunar?- le preguntó.
-Por supuesto- respondió mientras tomaba asiento frente a la pequeña mesa de aquella cocina.
Él, tan pronto había terminado con lo que estaba haciendo, sirvió en dos platos los huevos revueltos junto con algunas ruedas de tocineta. Los colocó en la mesa y ella le agradeció mientras miraba hambrienta el sencillo pero suculento plato.
-¿Café?- la agente Scully asintió ante la pregunta y él procedió a servirle. -Ten cuidado, está algo caliente- le recomendó al tomar asiento y se disponía a desayunar.
-No sabía que cocinaras- comentó ella mientras ponía una servilleta de tela en su regazo.
-Cualquier persona sabe hacer un omelet con tocineta- manifestó.
-A mí se me quema hasta el agua.
Ambas sonrisas iluminaron el lugar, dos almas bellas que se querían y se lo expresaban carnalmente, pero jamás con palabras. El silencio era acogedor, pero las preguntas rondaban en el ambiente. Ninguno allí estaba molesto con el otro, pero la curiosidad siempre mataba al gato y aunque ella no quería decir nada debía hacerlo para saciar esa sed de conocimiento tal habitual en el Dr. Mulder.
-Te dormiste el sofá- expresó con portento ante el hecho.
-Estaba muy cansada- explicó, -fueron dos días totalmente agotadores- expresó finalmente, se estaba abriendo aunque no quería que fuera de esa forma.
-No tienes que decírmelo si no quieres.
-Bien, no te lo diré- dijo juguetonamente mientras empezaba a comer.
Él puso la mirada en blanco dándole a entender que ella no tenía remedio y ella rió divertida.
-Estaba en México- comentó con completa seriedad. -Estoy trabajando en un caso, no puedo darte muchos detalles, pero estaba siguiendo la pista de un sujeto muy importante para el FBI- dijo finalmente. Por dentro se estaba golpeando a sí misma; pero era lo único que podía hacer sino quería perderlo.
-¿Por eso no me llamaste?- preguntó no muy convencido.
-Digamos que sólo se me permite utilizar el móvil estrictamente para cuestiones de trabajo cuando estoy fuera del país- aclaró.
-Lamento mucho si te incomodé con mis preguntas- comentó con descargo.
-Te comprendo, cualquiera lo haría, cualquiera lo hace. Hagamos un trato- le pidió.
-¿Qué trato?- preguntó confundido.
-Cuando desaparezca sin razón aparente o haga algo extraño no me preguntes, espera a que te dé una explicación; tarde o temprano siempre las doy- justificó.
-No me parece completamente razonable, pero si es lo que quieres, de acuerdo- expresó y ambos estrecharon la mano y nuevamente él se mostró aligerado e intentó morderle la mano, algo que ella evitó.
-Si tienes hambre, cómete tu desayuno- le recomendó entre risas.
Residencia de los Bennedetty.
Era muy raro que Margaret Bennedetty tuviera un episodio de ataque de asma porque como profesional de la medicina ella siempre se estaba controlando, pero aquella mañana se le podía escuchar toser y respirar con dificultad. Aunque le restaba importancia, era imposible para ella no sentirse incómoda y su esposo, que cada vez que la veía con aquella respiración larga y forzosa reflejaba una mirada de preocupación extrema.
Ambos tenían el fin de semana libre y se encontraban en casa por el simple hecho de que no deseaban salir o sociabilizar. Su lugar preferido de aquella casa era la cocina, ambos tenían arraigadas costumbres italianas muy fuertes, él por ser italiano y ella por estar casado con uno, eran amantes de los platos mediterráneos como nadie más.
Y aunque ninguno de los dos estaba cocinando, jamás se les veía fuera del departamento de humo y grasa. Él con su preocupación leía el periódico y ella con su ataque de asma ordenaba la alacena de aquel lugar.
El Sr. Bennedetty no resistía la terquedad de su esposa que al no prestarle mucha atención a su crisis seguía prestándole mucho más atención a la vajilla china y en ese momento él decidió intervenir en el asunto.
-Tienes que nebulizarte- le recomendó.
Con los ojos en blanco en señal de fastidio e indiferencia negaba con la cabeza que haría tal cosa. Ella prefería la vajilla antes que el nebulizador.
-¿Estuviste fumando?
Ella le volvió a responder con la misma mirada de fastidio que había mostrado con anterioridad. El aliento volvía a faltarle y se vio en la obligación de recurrir al inhalador nuevamente. Su esposo cerró el periódico rápidamente, lo dobló en cuatro y lo lanzó sobre la mesa provocando un pequeño sobresalto en su señora esposa.
-Con que eso no vas a lograr nada- le aseguró.
-Vamos al Centro, allá está tu nebulizador- le recordó. -Traeré tu abrigo- le dijo al ponerse de pie.
-No iré al Centro- le dijo mientras metía unos platos en la alacena.
-Margaret- le llamó, pero ella seguía negándose. -Entonces vamos al hospital si no quieres ir al Centro.
-En el hospital no me pueden atender- le aclaró. -No tengo seguro social.
Él respiró desconcertado ante ese hecho porque como agente y médico exclusivo de El Centro no tenía acceso a los servicios públicos que daba el gobierno. Aunque ellos eran bien pagados a la vez eran marginados; no existían más allá de los archivos electrónicos de la organización.
A pesar de ello y la frustración, a Frank Bennedetty no le importaba lo que le estaba diciendo su esposa porque él imponía sus reglas. De una de las gavetas de la cocina sacó una nueve milímetros y le quitó el seguro.
-Este es nuestro seguro, si no quieren atenderte yo los obligaré a que lo hagan.
-¿Y arriesgarnos a que te arresten? No seas estúpido- le decía molesta. -No iré a ningún lado- repitió.
Él, igual o más molesto que ella, ya estaba; no soportaba que le llevara la contraria y muchos menos cuando él tenía la absoluta razón.
-¿Qué hacía Hannah en la enfermería ayer en la noche?- le preguntó con curiosidad así cambiando el tema.
-Buscaba insulina- respondió rápidamente para despistarlo, algo le decía que él sabía algo que no debía saber.
-¿Y por qué se encerraron en el almacén con la puerta cerrada sabiendo ella que eres claustrofobia?- le preguntó acercándose a ella sigilosamente.
-Quería que le dijera algo- respondió sin mirarlo porque ya la estaba poniendo nerviosa.
-¿Qué cosa?- le preguntó mientras la tomaba por la barbilla y hacía que le mirara.
-Quería saber que hacía Monica Reyes en la enfermería- contestó.
-¿Y por eso te encerró en el almacén, por qué no querías decírselo?
-Al principio no quería decírselo- aclaró con voz baja.
-Y por eso te obligó, ¿estoy en lo correcto?
-Ella no me obligó- respondió agitada y se auxiliaba con el inhalador.
-Y tú no saliste de aquel almacén nerviosa y casi sin aliento- expresó con sarcasmos.
-¿Cómo sabes todo eso?- le preguntó inquieta al tomar asiento frente a la mesa.
-Yo lo se todo, Margaret- le dijo cruzándose de brazos no le iba a dar más detalles.
-Odio que te dediques a colocar espías a mi alrededor, que te la pases averiguando qué me pasa, qué no me pasa, qué hago o no hago; quién me interroga o quién no lo hace- decía indignada. -Es completamente ridículo.
-Puede que sea ridículo, pero lo hago para protegerte- justificó.
-Ni que Hannah fuera a matarme- expresó con enfado.
-Si fueras un estorbo para ella no dudaría en mandarte a dormir con los peces- comentó con susto.
-¡Frank!- le llamó alarmada. -Estás hablando de la esposa de mi hermano, ¿crees que le gustaría oírte hablar así de ella?
-Me tiene sin cuidado lo que piense, para mí lo más importante es tenerte a salvo de ella. Porque Hannah puede parecerte una mujer educada, inteligente, comprensiva y buen carácter humano, pero te equivocas. Es manipuladora, agresiva, narcisista y muy calculadora; y oculta todo eso debajo de la fragancia Channel y ropa Gucci- comentó desconcertado. -Y, lamentablemente, Andrew ha adquirido todas sus mañas.
-No te comprendo- expresó confundida.
-Andrew no es el mismo- se sentó a su lado. -Tiene ideas en su mente que el hombre que tú y yo conocemos jamás tendría. Andrew quiere el control absoluto de todas las organizaciones de la CIA.
-Eso es imposible- negó. -Eso provocaría un desequilibrio en la cadena de mando, nadie puede regir tantas organizaciones, por eso están divididas- aclaró. -Andrew no puede estar queriendo tal cosa.
-¿Entonces por qué él y Hannah quieren sacar del medio a Monica y a John?- ella se mostró pensativa, pero luego le dio una mirada de extrema sorpresa. -Exacto, porque si pueden tener en sus manos el poder de los dos Complejos para ellos sería bastante fácil adueñarse de las demas.
-Eso sería un golpe de estado a nivel mundial- expresó con tremenda sorpresa. -Quieren controlar el mundo- tosió un poco y volvió a utilizar el inhalador, -eso se va al extremo, es muy fantasioso Frank, tal cosa no sería posible- volvía a negar.
-Nada es imposible si logras el apoyo absoluto de Phillip Webster- aseguró.
-Se vuelve plausible, pero…
-Pero nada Margaret- le tomó de la mano. -Por eso hago todo lo que hago, quiero protegerte de lo que puedan querer o hacer esos dos- expresó bastante preocupado.
Departamento del Dr. Mulder
Aquel departamento de Arlington se había convertido en el nuevo refugio de la agente Scully. Pasar el fin de semana allí le empezaba a ser una grata idea y sobre todo porque el inquilino de aquel departamento lúgubre y sin nada de estética decorativa se le hacía apetecible a su libido de mujer madura. Ya pasaba el medio día y ella aún llevaba puesta la camisa blanca y él aún seguía en pijamas.
Una mesa llena de bolsas de comida china, un celular en modo vibrador para no molestar a la mujer de blanco, que le daba de comer en son de juego sexual al hombre de gris, y en el TV Marvin El Marciano perseguía a Bugs Bunny, que trataba de impedir que el último destruyera la Tierra.
Se había terminado la comida, se había terminado el juego, el doctor quería un beso real, ella quería sentirle real; el conejo hizo estallar el planeta del marciano y así mismo estallaron los amantes en su encuentro sobre aquel sofá.
-Me gustan tus piernas- exclamó a la mujer sobre su regazo, mientras tocaba sus suaves muslos de terciopelo.
-Horas interminables de yoga y pilates- expresó orgullosa por su condición física. -A mí me gustan tus brazos- le comunicó a la vez que los tocó suavemente, -son grandes y fuertes, y en un abrazo pueden trasmitir mucha ternura- decía suavemente pero en su interior se preguntaba por qué se encontraba diciendo esas cosas si se suponía que ella no las decía.
-No sabes las maravillas que hacen el béisbol, el baloncesto y sobre todo la natación- habló pero estaba más interesado en ver y tocar lo que ocultaba la agente Scully debajo de aquella camisa blanca.
-Deportista- expresó con sorpresa. -Me encantan los deportistas- y de inmediato lo despojó de su camiseta gris y le brilló la mirada ante un pecho de escultura griega.
Con la camiseta gris fuera y la camisa blanca a punto de correr la misma suerte, la tensión y el deseo se elevaba entre ellos. Los besos eran lánguidos y tiernos, no había porque correr, la diversión estaba en la espera para que cuando llegara el clímax fuera tan explosivo como el C-4.
A lo lejos, en su mundo sexual, podían escuchar algo sonar, Dana Scully no le prestaba atención y seguía muy concentrada en volver loco a Fox Mulder, pero a él el sonido lo estaba impacientando porque sabía que era el móvil de la ninfa sexual que estaba sobre su regazo.
-No contestes por favor- le suplicó.
-No es el mío- le explicó mientras le besaba el cuello.
Descubrir que el móvil de la agente Scully no era el único aparato fastidioso e inmiscuido entre ellos fue una completa molestia para el Dr. Mulder. Su móvil estaba cerca del computador y gritaba, chillaba o sonaba más de lo que pudiera sonar el móvil de la mujer que al parecer el sonido no la estaba molestando.
Él se sentía impaciente porque su concentración en lo que estaba haciendo se había ido de vacaciones y la agente Scully se percató que él no le estaba prestando nada de atención.
-¿Qué?- le preguntó inquieta, con las mejillas rojas por el deseo y con los hombros desnudos.
-No me puedo concentrar escuchándolo sonar- le explicó frustrado.
-Puedo dispararle y así continuamos con lo que debíamos estar haciendo- le dijo con desespero.
-Es una buena idea, pero aún así estaré pensando en quién estaba llamando- le explicó.
Ella no estaba convencida con dicha explicación, pero él no iba a dejar que su tonto aparato siguiera sonando, no podía apagarlo, eso era un hecho y era mejor para él atender el llamado, aunque a la agente Scully le parecía patético que él dejara de lado lo que estaban a punto de hacer.
Él se levantó del sofá con gesto de hastío, pero ella estaba mucho más molesta que él. Él levanto el móvil de donde estaba y al ver que la llamada era restringida supo que no podía dejarla pasar por alto y contestó ante los ojos de sorpresa de Dana Scully.
Al sólo decir “buenas tardes” y que le devolvieran el saludo, todo fue seguido por una expresión bastante sería del doctor y pocas palabras, las cuales eran puros monosílabos de respuesta y negación. Dana Scully comprendió que él no deseaba que ella le escuchara, se mostraba reservado ante ella y la misteriosa llamada, ella retomó la compostura acomodándose la camisa y poniéndose de pie.
El Dr. Mulder se pasaba su mano libre por la cabeza, una señal inminente de nervios. ¿Qué era lo que estaba diciendo la otra persona del otro lado de la línea para que se mostrara tan nervioso? Eso le parecía curioso a la agente, que también se preguntaba si él también tenía secretos que ocultar.
El Dr. Mulder prefirió seguir la conversación en su habitación sobre todo porque no le gustaba la mirada de recelo y cuestionamiento que le estaba dando Dana Scully. Ella no podía estar indignada porque fueron interrumpidos por una llamada que él contesto, pero lo estaba y bastante. No entendía que él también tenía una vida separada de ella y que, por consiguiente, no tenía que darle una explicación por lo sucedido, ya que ella tampoco se las daba cuando su móvil empezaba a jugar al impertinente.
Su atención se vio dirigida hacia la pecera, en espera de que el Dr. Mulder concluyera con su extraña llamada empezó a darle de comer a los peces del responsable de su frustración. Los hambrientos peces devoraban la comida como si hacía tiempo que no probaban bocado y eso a ella le parecía de lo más curioso.
Recordó que cuando había entrado a ese departamento por primera vez había contado en aquella pecera cinco peces: un azul, un gris, un rojo y dos negros. Pero en ese momento se percató que el pez azul no se encontraba entre los que devoraban la comida. El Dr. Mulder había finalizado la conversación con la persona que le había llamado e inmediatamente regresó al salón. Cuando vio a la agente Scully frente a la pecera y dándole la espalda no dudo en acudir a ella y abrazarla.
-¿En dónde nos quedamos?- le preguntó al tocarla por debajo de la camisa y le besaba el cuello.
Ella se derretía antes esas caricias cálidas y casi olvidaba lo que debía decirle con respecto a sus peces, aunque podía decírselo después, ella pensaba en el bienestar de los pobres animalitos que no tenían la culpa de tener un dueño tan negligente.
-Creo que se te murió un pez- le dijo con voz de preocupación.
Él al escucharla dejó lo que estaba haciendo y posó su mirada sobre la pecera y en el fondo de ella yacía el pez azul que la agente Scully echaba de menos.
-Rayos- exclamó con desconsuelo el Dr. Mulder. -¿Lo viste morir?- le preguntó mientras le quitaba la tapa a la pecera.
-No- contestó cuando intentaba ayudarle a quitar los filtros y demas instrumentos de la pecera. -¿Lo viste vivo esta mañana?
-No recuerdo haber visto la pecera esta mañana- contestó.
-No le das de comer con frecuencia ¿cierto?- le preguntó ya intuyendo la respuesta.
-Generalmente lo olvido- contestó apenado, -a veces quien les da de comer es Gladys- agregó. -Era mi pez favorito- expresó desconsolado.
Ella le tocó el hombro en gesto solidario y después de eso ambos se dispusieron a sacar el difunto pez de la pecera antes de que empezara a contaminar el ambiente de los que aún continuaban con vida, pero que también correrían la misma suerte del pez que estaban a punto de lanzar por el escusado.
El Dr. Mulder miraba al pez con mucha pena, no era la primera vez que se le moría uno, pero ese era su pez predilecto y le iba a echar de menos. Agachado frente al retrete con el pez dentro de una caja de zapatos dudaba en si era lo correcto mandarlo a la bahía a través de las tuberías del inodoro. Dana Scully, apoyada en el marco de la puerta, tocaba la cruz de oro que colgaba de su cuello, aunque no le impactaba la muerte del pez, le daba pena al ver que el Dr. Mulder se lamentara.
-¿Deberíamos decir algo?- preguntó ante la confusión que generaba el momento.
Él hizo como si no la hubiera escuchado y echó al pez por el retrete, dándole a la cadena lo envió a donde se suponía que debía estar. Dejó de estar agachado y giró hacia la agente Scully que le miraba en silencio.
-¿Qué deberíamos decir?- le preguntó confuso.
-No lo se- contestó. -Una oración tal vez- comentó evitando sonar tonta.
-¿Una oración?- preguntó contrariado. -¿Crees en Dios?
-Soy católica con raíces irlandesas- respondió y él se fijó en la cruz que colgaba de su cuello. -No es sólo un adorno- respondió a la pregunta que había en sus ojos.
Él no comentó nada, pero en sus ojos ella podía ver que él no se sentía cómodo con lo que ella le había dicho. Él volvió al salón seguido por la agente y ella volvió a tomar asiento el sofá.
-Tú no crees en Dios- le afirmó.
-Deje de creer en El, el día que se llevaron a mi hermana- le explicó dándole la espalda, estaba ordenando unos libros que estaban junto a su computador. -Tú tampoco deberías creer en El- le cuestionó.
-¿Por qué?- le preguntó confusa.
-Porque viste morir a tu hermana y se supone que son cosas que El no debería permitir.
Ante aquella respuesta ella se sintió contrariada, que él estuviera cuestionándola sobre sus creencias era increíble y tal vez tenía sus razones, tal vez hablaba con lógica o tan sólo reflejaba el rencor adquirido con los años; pero era algo que él no debía discutirle.
Él volteó para mirarla y en sus ojos se reflejaba la incomodidad, ella por igual manifestaba el desconcierto y la preocupación ¿Cómo podía sentirse tan ligada a un hombre como él? Debía haber una excusa valida, aunque fue entrenada para no creer ni en fantasmas, la educación católica que le había inculcado su madre era mucho más fuerte que veinte adiestramientos psicológicos impartidos por el Sr. Bennedetty.
-Mi deber no es cuestionar los designios de Dios- le aclaró, -mi deber es aceptarlos y afrontarlos- explicó.
-Muy bien que lo hiciste- comentó.
-¿Qué me quieres decir con eso?- le preguntó incomoda.
-Olvídalo- le pidió.
-Todo esto por un pez muerto- agregó impresionada.
-No te impresiones por ello, puedo incomodarme por algo más sencillo que eso.
Él le parecía un chiquilín, pero que sabía como aligerar la tensión de las cosas, porque a ella le parecía absurda la situación y más que a él. Reía divertida ante la seriedad del tema que un momento aparento parecer disputa.
-¿Y te ríes?- preguntó indignado.
-Me gustas demasiado como para ponerme a discutir sobre nuestras creencias religiosas- contestó.
-Bien- él se sintió acalorado ante lo expresado por la agente. -Creo que es mejor que salgamos de aquí.
El Dr. Mulder se encaminaba hasta su habitación y cuando pasó junto a la agente Scully ésta lo detuvo.
-Dios no mató a Melissa y, por consiguiente, El no es responsable en lo que me convertí después de ello- puntualizó.
Él le dio una sonrisa amarga y le invitó a ponerse de pie, ya no valía la pena seguir con el tema.
Rusia
Yekaterimburgo
El frío de los infiernos, castigador e implacable, era el testigo mudo de un grupo de agentes al servicio de su nación. La prioridad: información sobre el armamento nuclear ruso. A quince kilómetros de Yekaterimburgo, ciudad cercana a los Montes Urales, se encontraba un laboratorio ruso que era del interés de El Centro.
La misión era sencilla según el perfil, el laboratorio tenía poca seguridad, sólo era cuestión de entrar y salir con la información requerida; pero el equipo Beta liderado por Tezka Kunimitzu se había topado con una situación de riesgo provocado por un perfil mal elaborado. Al intentar salir del laboratorio fueron emboscados y les era imposible salir de allí sin ayuda.
El agente Kunimitzu y su equipo batallaban contra el enemigo, pero las salidas estaban bloqueadas y solo les quedaba resistir.
-¡Equipo Beta a Control! ¡Equipo Beta a Control!- llamó por su intercomunicador.
-Control- respondían.
-¡Kunimitzu solicitando refuerzos!
-La ayuda llegará en quince minutos, señor.
-¡Nos están masacrando!- gritó al disparar.
-No podemos hacer nada señor, resistan- le pedía.
-¡Bien!- expresó, pero su furia era extrema.
-Control fuera- la comunicación inmediatamente se había cortado.
Luego se escuchó una explosión y los que continuaban vivos se echaron al suelo, por las puertas ya abiertas entraban más personas disparando, pero no le disparaban a ellos, sino a los rusos; la confusión reinaba, pero se había dejado de escuchar los disparos de las armas enemigas.
Las bombas habían provocado exceso de humo en el ambiente. La agente Kawasaki veía a uno de los sujetos que acababa de llegar atravesando el humo y acercarse a ella con pasos decididos, ella levantó su arma y le apuntó a la cabeza para que se detuviera; pero otra mujer le apuntó de inmediato por detrás. Rusos muertos y dos grupos a punto de correr la misma suerte.
-¡Baje el arma!- le ordenó la desconocida a la Agente Kawasaki.
-¡Identifíquese!- le gritó al sujeto omitiendo la orden de la desconocida.
-Calma agente, no somos el enemigo- le pedía el desconocido muy relajado.
-¡Identifíquese!- volvía a pedirle sin importarle que estaban a punto de volarle la cabeza.
El sujeto al cual la agente Kawasaki apuntaba en la cabeza sonreía irónico, pero quien le apuntaba por detrás a ella no tenía cara de estar bromeando. El agente Kunimitzu se acercó a los tres.
-Kawasaki baje el arma- le ordenó.
-¿Señor?- expresó con inseguridad y confusión.
-Baje el arma- le repitió.
Ella no estaba segura de si debía obedecer la orden, pero si él quería que le volaran la cabeza a todos para ella estaba más que bien. Bajó el arma y estaba lista para que le volaran los sesos, pero no fue así, la mujer también había bajado el arma, ó sea ella sólo pretendía proteger al extraño de la bala que pudo haber salido del arma de la agente Kawasaki. El agente Kunimitzu tan pronto como pudo se colocó frente al extraño como si tuvieran tiempo conociéndose y al parecer era así.
-Stevenson- le saludó.
-Hola Kunimitzu, es bueno verte- le devolvió el saludo de un modo más calido.
-¿Qué hacen aquí?- le preguntó sin hacerse esperar.
-Pediste ayuda y aquí estamos- contestó divertido, para él era divertido que el agente Kunimitzu pidiera ayuda.
-¿Qué hacen en Rusia?- preguntó inquieto.
-Estamos de paso- contestó la mujer que casi mata a la agente Kawasaki.- Venimos de Perm.
-Eso está del otro lado de los Montes Urales, exactamente en el continente europeo- explicó. -Esto es el continente asiático.
-Gracias por la clase de geografía Kawasaki, pero cuando se trata de Rusia todo es lo mismo- justificó el Agente Stevenson. -Además no es nada darle una mano a un hermano, ¿verdad Virget?- le preguntó a la mujer que se encontraba a su lado.
-Creo que debería agradecernos- comentó disfrutando el momento de humillación.
-Gracias- expresó indiferente el agente Kunimitzu, para él era una completa tortura que personas que no fueran El Centro le salvaran la vida a él y a su equipo. -Sígame Kawasaki.
La agente Kawasaki miró de mala gana a los invasores y siguió a su superior, pero las cosas no se quedarían ahí.
-¿Buscas esto?- le preguntó el agente Stevenson.
Él le mostraba un disco duro al agente Kunimitzu y la humillación era peor, porque dicho disco duro debía estar en manos El Centro y no de otra agencia.
-Algo me dice que eso no te pertenece- decía calmadamente.
-Bueno… te acabo de salvar el trasero, creo que la recompensa es nuestra- expresó orgulloso.- Además somos agencias hermanas, si El Centro quiere información, gustosamente se la daremos.
-Ese disco duro tiene muchos datos, el Sr. Doggett estará muy complacido- agregó con extremo orgullo la Agente Virget.
Tezka Kunimitzu no podía evitar mirarles con odio, pero se le conocía por conocer y reprimir sus impulsos y prefirió dejarlos allí vanagloriándose con el triunfo por la jugarreta hecha al Centro. La agente Kawasaki le seguía.
-Que lleven a los heridos a los transportes y que levanten a los muertos- le ordenó sin parar la marcha.
-Pero Señor, el disco duro, no podemos…
-¡Te di una orden!- le gritó.
Ella echó hacia atrás, dándole espacio y sintiéndose intimidada, pero él inmediatamente se dio cuenta de que había actuado mal, su frustración no debía pagarla con la agente Kawasaki y quiso pedir disculpas para cuando ella hablo.
-De acuerdo, Señor- y se alejó de allí, mientras él se golpeaba internamente por su proceder.
Se hizo todo lo ordenado por el jefe del equipo y tomaron camino hasta el aeropuerto de Yekaterimburgo donde abordarían un avión que los llevaría a España. Allí el agente Kunimitzu se entrevisto con la agente Webster, que estaba consternada por lo sucedido en Rusia y, tanto como él, sabía que en El Centro no iban a estar nada contentos.
A bordo de un avión con rumbo a los Estados Unidos, Rachel Webster tomó asiento junto a Kaoru Kawasaki que aún estaba impactada por lo ocurrido en aquella ciudad perdida de Rusia.
-Me enteré de lo sucedido en Yekaterimburgo- comentó.
-¿Quiénes eran ellos?- preguntó curiosa, porque nadie le había dado información sobre los desconocidos.
-El payaso era Karl Stevenson, agente del Complejo I y líder del equipo Alfa y la mujer que casi te voló la cabeza era Vallery Virget, líder del equipo Beta del Complejo II- contestó.
-¿Cómo sabes que casi me mata?- preguntó con sorpresa.
-Mmm… Kunimitzu no está a gusto y cuando no está a gusto habla demasiado- le aclaró.
-No conocía esa cualidad del agente Kunimitzu- expresó incrédula.
-Kawasaki- le llamó ignorando el comentario.- No le hables de lo sucedido a Kunimitzu si no quieres que él termine lo que no terminó Virget- le recomendó.
-De acuerdo- expresó al tragar en seco.
En las costas americanas la situación no eran tan complicada como en las costas europeas, una ciudadana dedicada a servir a su país se divertía de lo lindo con un ciudadano dedicado sólo a procurar la salud mental de otros ciudadanos. La cena, el cine y el paseo por uno de los miradores de la ciudad habían sido completamente deliciosos.
Se habían olvidado del mundo y de sus obligaciones. Ella no recordaba su estatus como agente y su deber para su organización. Él no recordaba ni siquiera que la mujer con la estaba era una completa extraña.
Al llegar al departamento del doctor, un manto de pasión y deseo los envolvió, no había cerrado éste bien la puerta cuando se vio besándola y acorralándola frente a la puerta que ya era testigo mudo de sus encuentros.
Ella no tardó mucho en sacarle la correa de sus pantalones al sentir que él buscaba el cierre de su vestido. Gemía al sentir sus manos por debajo de su vestido, le encantaba que él lo hiciera; siempre se decía a sí misma que él tenía unas manos maravillosas y que las iba a extrañar mucho.
Le sacó la camisa enviándola a una esquina del lúgubre departamento de soltero que sólo estaba siendo iluminado por una lámpara de esquina. Ella besaba su bien formado pecho mientras él se recreaba con su larga cabellera, le fascinaba olerla y tocarla, pero inmediatamente sus manos fueron hacia el cierre del vestido nuevamente y lo hicieron ceder. Ya en el suelo él podía apreciar que no llevaba sostén, pero sí panties.
Con los pantalones en el suelo, él se los sacó y los pateó hacia algún lado. Nuevamente juntaron sus labios y lo único que se podía escuchar en el lugar eran gemidos y quejidos de placer. Él la obligó a colgarse en él, abrazándolo por la cintura con las piernas: se pudo escuchar como sus zapatillas caían secamente sobre el suelo.
Con su preciado cargamento fue hasta el sofá y ambos cayeron sobre éste. Se besaban profundamente, profanamente, sacrílegamente; él besaba su cuello y ella sonreía excitada, acariciaba su espalda e instintivamente su mano llegó hasta el borde de sus boxers y no pudo evitar introducir su mano allí y tocar su muy firme trasero. Sin explicación aparente los boxers habían desaparecido.
Él continuó su camino bajando hasta sus pechos y ella se vio obligada a abandonar su trasero y conformarse con tocar su sedoso pelo, tan suave y sexy. Él jugaba con las aureolas de sus pechos, saboreándolas como cual dulce, ella se mordía los labios ante el placer y la excitación. Siguió hasta su vientre y se detuvo en una larga cicatriz, la tocaba suavemente con consternación, ella le miraba curiosa.
-Debió doler- comentó él antes de besarla allí.
-Le dolió más a quien me la hizo- comentó ella con los ojos cerrados y concentrada en la caricia.
-¿Por qué?- preguntó muy concentrado en mimar su vientre.
-Lo dejé postrado en una silla de ruedas durante seis meses- comentó sin agregar más nada.
Él esbozo una sonrisa ante la explicación, aquella mujer fuerte y poderosa se acababa de convertir en su obsesión. Cuando él continuó su camino ella adivinó lo que iba a suceder.
El contacto de su lengua con su clítoris provocó una reacción en cadena por todo su cuerpo, la sensación era deliciosamente blasfema; pero demasiado hermosa para pedirle que dejara de hacerlo. Él era el mejor de los expertos en cualquier cosa que hiciera y ello lo supo en el momento en el cual se conocieron. Dibujaba jeroglíficos sobre su clítoris con su virtuosa lengua, ella gemía y se mordía los labios, pero la sensación era tan poderosa que sostenerse del apoya brazos del sofá y dar un ligero grito fue lo único que pudo hacer ante la llegada del orgasmo.
Todo su cuerpo estalló y vibró ante la alegoría del placer y mientras estaba envuelta en esa llama de lujuria, él sólo podía observarla complacido. Recuperando el aliento y con sus ojos finalmente abiertos ella le agradecía mentalmente. Él volvió a besarla y ella sentía en sus labios su esencia interior y le parecía dulce.
Mientras se besaban lánguidamente ella volvió a tocar su trasero para avisarle que estaba lista para recibirle en su interior y cuando él pícaramente le mostró un condón ella arqueó una de sus cejas en señal de desaprobación. Él le miraba confundido y ella le quitó el condón de la mano y lo envió por detrás del sofá y cuando él estaba a punto de protestar ella lo envolvió con sus piernas obligándolo a caer secamente sobre el suelo.
Él mostró una señal de dolor en su rostro, se había golpeado la espalda, pero estaba lo suficientemente erecto y listo como para que ella, que estaba bastante húmeda, se introdujera en él con mucha facilidad y sin problemas.
Cuando él se sintió dentro de ella intentó incorporarse, pero ella lo envió nuevamente al suelo mientras sonreía traviesa. Estaba jugando sucio y le encantaba. A él le preocupaba que no estuvieran usando protección y recordó que en las últimas ocasiones en las cuales había estado con ella no la habían usado y le preocupaba que a ella no le preocupara ese hecho.
Quiso pedir una explicación pero cuando ella lo apretó entre sus músculos internos la mente se le nubló y sólo podía estar atento a una cosa: el placer. Ella sonreía con sorpresa al ver lo que débil que él era ante el sexo. Las embestidas empezaron inmediatamente, ella cabalgaba sobre él muy despacio dilatando el clímax y tratando de volverlo loco. Él se incorporo y la besó con frenesí, provocando en ella más placer.
Todo eso incitó a que ella se moviera más rápido y él le seguía el paso. Se miraban intensamente mientras compartían el placer y ella sentía que un orgasmo explosivo y fuerte le recorría todo el cuerpo y se abrazó a él para cuando él también explotaba dentro de ella y sentía que toda su esencia le recorría internamente.
Abrazados, temblaban y respiraban agitados y ella le abrazó más fuerte para siempre recordar ese momento en el cual él le brindaba un poco de felicidad. Una felicidad que ella necesitaba y había descubierto que aquel hombre era el único capaz de facilitársela, sin medidas y sin reservas.
En su interior miles de sensaciones nuevas estaban aflorando y mientras él se recreaba besando su hombro ella sólo podía pensar en lo que estaba sintiendo, algo que le estaba preocupando; pero en ese instante se convertía en realidad al ver lo que había en los ojos de él cuando hicieron el amor.
Todo lo nuevo que ella comenzó a sentir sólo podía ser expresado con una sola frase: Te amo. Una frase que jamás diría porque no podía, no debía; pero aún así en su mente la repetía miles de veces: “te amo”. Y, junto a esta, un: “no quiero perderte”
Continuará...
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