Título del Fanfic: Todas
las cosas que quedaron por decir.
Autoras: Rossana Perrone y María Eugenia Rodriguez
Nick: Ross y Enia
E-mail: rperroneARROBAiibce.edu.uy y merodiguezARROBAinfovia.com.ar
Disclaimer: No son nuestros y no tenemos dinero. Mucho menos, lo ganaremos con
esto. Así es que, juicios, abstenerse.
Spoliers: Cronológicamente, post Empédocles.
Tipo: Angst, MRS y no se me ocurre si hay algo más allí que se me esté escapando.
Calificación: AP.
Dedicatoria Ross: Para empezar, nada mejor que colaborar con una ya reconocida
escritora. Gracias, Enia, por animarme a escribir, a publicar, y por co-escribir
mi primer relato. Y por tus magníficos relatos.
A toda la gente de Grupo X, y a mis amigos X-philos. Es maravilloso compartir
todo esto con ustedes. A Mulder y Scully. Los quiero más de lo que puedo expresar,
aunque pertenezcan a otro plano de realidad. Al cerebro retorcido que nos regaló
este mundo, CC. Por supuesto a mi familia y amigos que me soportan diariamente
con mi locura. Y a todos los autores de fanfictions, porque con sus historias
satisfacen nuestra insaciable hambre de X-files.
Dedicatorias Enia: A mi coautora, por prestarme sus ideas para que las adorne
con palabras. Ella se lleva el crédito, hizo el trabajo pesado. Yo sólo me dediqué
a haraganear.
Feedback: "Mi doctor (sí, el siquiatra, ese doctor) dice que debo recibir una
dosis diaria de esto o mis defensas bajan y mis neuronas colapsan. Así es que,
por caridad para con nuestra salud, ¡¡ESCRIBAN!! Su opinión importa"
Todas las cosas que quedaron por decir
La situación era extraña. Muy extraña. Pero no era esa clase de rareza a la
que estaban acostumbrados. Era algo totalmente nuevo, algo que nunca antes imaginaron
que podrían llegar a sentir. Lo verdaderamente raro no eran los hechos, las
circunstancias o los acontecimientos. Los extraños eran ellos.
De a ratos, parecía que todo había vuelto a la normalidad. Por breves instantes,
la familiaridad y lo cotidiano parecía un manto que se cernía para cubrirlos
como antaño pero nunca llegaba a arroparlos. Tal vez era porque un abismo se
había instalado entre ellos y ninguno de los parecía atreverse a cruzarlo.
La breve estadía en el hospital los había acercado un poco más. Casi como en
los viejos tiempos, en las infinitas ocasiones en que uno de los dos se despertaba
recuperándose de alguna herida o enfermedad, y encontraba al otro a su lado.
Como antes, como siempre, como nunca. Y allí quizás estaba la respuesta a todas
estas sensaciones nuevas. El saber que como antes, uno velaba junto al a cama
del otro. Pero como nunca antes, no velaba sólo por la persona que dormía ante
sus ojos. Velaba también por ese pequeño misterio que crecía en el vientre de
esa mujer que lloró sobre el hombro de su mejor amigo porque jamás podría sentir
un hijo en sus entrañas. Esta vez no fuera nada relacionado con su trabajo lo
que la había llevado al hospital, sino algo muy personal y a la vez más misterioso
que cualquiera de los enigmas que investigaban.
Nuevamente tuvo problemas con el embarazo, otro más. Por suerte no había sido
algo muy serio, pero se había asustado mucho. No tanto como las veces anteriores,
en las que siempre estuvo sola cuando los dolores la hicieron llorar de miedo.
Y por cierto que no tanto como él, al verla doblarse en dos en el sillón por
el dolor punzante. No se había dado cuenta de cuánto lo había necesitado hasta
que él no se pasó la noche entrando a hurtadillas al cuarto cada vez que la
enfermera se descuidaba. Su rostro sonriente, su mano cálida, su ansiedad apenas
controlada. ¡Se sentía tan bien que él estuviera a su lado! Otro milagro. Después
de tres meses de pesadilla, cuando ya se había resignado a seguir viviendo sin
él, sentir su mirada escudriñando su rostro y poder ver su expresión al acariciar
a su hijo a través de su vientre la devolvían al mundo de los que disfrutan
la vida.
Los acontecimientos de los últimos días la habían agotado por completo. Había
sido demasiado. Mientras la vida de Mulder había estado nuevamente en sus manos,
la tensión la mantuvo en pie. Cuando él se recuperó, y volvió, tuvo que adaptarse
de nuevo a todo. Eso sin contar con los cambios laborales.
Sin ser por el susto, esos dos días en los que no había tenido que actuar ni
decidir nada, con Mulder y Doggettt cuidándola, le habían hecho mucho bien.
Pero ahora estaba de nuevo en casa. Mulder seguía allí, por supuesto. Con sus
bromas tontas, con las que evitaba hablar de cosas importantes y relajar la
tensión. Y con esa forma tan... posesiva de cuidarla.
Scully deseó que las cosas pudieran seguir así, bromeando, como si nada hubiera
pasado. Pero habían demasiadas preguntas sin respuesta, demasiado silencio,
demasiados espacios y tiempos vacíos, para dejarlo todo así.
Después del regalo y de la pizza, se quedaron los dos en silencio, sentados
en el sofá, muy juntos. Scully acariciaba su vientre distraída y Mulder miraba
esa mano subir y bajar por la abultada evidencia de que ese niño estaría llenando
el aire de ese departamento con sus llantos y gorjeos antes de que él se acostumbrara
siquiera a la idea de que realmente un pequeño scullyboy llegaría a este mundo.
Levantó su vista para clavarla en el rostro de Scully y advirtió las líneas
de cansancio junto a sus ojos.
- Será mejor que vayas a dormir- dijo - No te conviene esforzarte mucho.
-He estado durmiendo dos días, ¿puedo quedarme un ratito más? - le preguntó
Scully, con cara de niña que pide permiso a su papá.
- Bueno, pero sólo media hora más. No queremos introducir a este pequeño en
el mundo de los insomnes. Yo ya alcanzo para cubrir ese sector demográfico -
Y ambos rompieron a reír. Pero la risa se diluyó en el aire y se hizo un breve
silencio. De pronto ella se volvió a mirarlo, con el semblante serio y la mirada
ansiosa.
- Mulder, yo... hay algo que tengo que saber... Es... es muy importante para
mí.
Mulder la miró, a los ojos esta vez. Tenía idea de lo que iba a preguntarle
y estaba preparado a responder. Lo había pensado mucho mientras ella estaba
en el hospital. No le importaba si no era el padre biológico del bebé. Se haría
cargo de él de todos modos. Era el hijo que habían planeado tener, no? Había
sido lo más lindo que le habían pedido en su vida. Y ahora era real, y estaba
más que dispuesto a ser padre.
- Por supuesto, pregunta. - No abandonó el tono ligero. -Te diré la verdad.
- ¿Porqué me lo ocultaste?
Mulder se desconcertó. Esa no era exactamente la pregunta que tenía en mente
responder. Es más, ni siquiera llegaba a entender de lo que hablaba. Con expresión
de extrañeza, preguntó:
- ¿Qué?
- Tu enfermedad. ¿Porqué no me dijiste que estabas muriendo?
Mulder no respondió. El recuerdo de las largas noches en vela después de conocer
su diagnóstico, la batalla interna que libró consigo mismo al darse cuenta de
lo que podría implicar el contarle a ella su estado, esa terrible sensación
de encontrarse perdido y no encontrar la salida, lo golpeó con fuerza y por
un momento le quitó el aire. Sabía que aún había cosas a las que no se podía
enfrentar ni quería recordar. Pero había tanto dolor en la mirada de ella, que
comprendió lo importante que era esa respuesta.
Clavó su vista en sus manos entrelazadas y contestó:
- Lo siento, Scully. Yo.... Iba a hacerlo. Iba a contártelo.
La ira contenido se traslucía en la tensa voz de Scully al hablar.
- ¿Cuándo? ¿Cuándo te hubieran desahuciado, un minuto antes de que ya nada hubiera
por hacer? ¿O justo sería una de esas confesiones que sólo haces con tus ojos,
cuando ya no pudieras siquiera hablar? ¿Tienes una idea de lo que sentí cuando
Doggettt me dijo que estabas muriendo? ¡Demonios, Mulder! ¡Soy tu médico! ¿Por
qué no me dijiste?
Las lágrimas que brillaban en los ojos de Scully pugnaban por salir mientras
ella lo miraba acusadora y dolida. Mulder sintió que el dolor le llegaba como
algo palpable y volvió ronca su voz:
- Porque no quise que pasaras por el mismo infierno que yo atravesé cuando creí
que morirías.
- Eso no es motivo suficiente. Me alejaste. Cuando más me necesitabas, me alejaste.
Y no me digas que lo hiciste por mí. No creo que estuvieras pensando en mí porque
si lo hubieras hecho, sabrías que la culpa por no haberte ayudado me hubiera
castigado el resto de mi vida. ¿Acaso era ese tu plan, que conociera la culpa?
Las lágrimas rodaban por las mejillas de Scully No entendía por qué le estaba
haciendo reproches. Tal vez era por el dolor que sintió desde que supo que él
le había mentido. La persona en quién más confiaba le había ocultado algo tan
trascendente como que se estaba muriendo. No recordaba que algo le hubiera dolido
tanto en toda su vida. Y tampoco recordaba que algo la hubiera hecho sentirse
más traicionada. La traición omnipresente. La confianza mutua era lo único que
los sostenía. Si eso fallaba, todo lo demás también.
Mulder la miró otra vez a los ojos:
- Tienes razón. Ese no es motivo suficiente En realidad quería decírtelo, quería
que estuvieras ahí, como siempre. Iba a decírtelo, pero entonces tú... - Mulder
hizo una pausa, más larga esta vez. - te fuiste con el fumador.
Ya estaba dicho. Otro gran tema del que nunca hablaron lo suficiente. Los ojos
de Scully se abrieron más, y el asombro hizo que las lágrimas se detuvieran.
-Mulder, yo..
- No, déjame terminar. Nunca creí que me traicionaras, temí algo peor. Tengo
que contarte algo que nunca te he dicho. Cuando tu enfermaste, yo lo busqué.
Sabía que él tenía la respuesta para curarte y estaba dispuesto a negociar con
lo que fuera con tal de obtenerla. Hubiera hecho cualquier cosa que él me pidiera,
con tal que te salvara. Cualquier cosa.... - un silencio se hizo por un instante
en la sala mientras Mulder trataba de hilvanar sus ideas. Clavó sus ojos en
los de ella y, tomando sus manos, las oprimió - ... Le hubiera dado mi alma.
Y cuando te fuiste con él, pensé que lo sabías. Que te habías enterado de mi
enfermedad y que ibas a hacer lo mismo. Y eso me enloqueció. Si te hacía algo
por mi culpa, no lo resistiría. Fueron los peores días de mi vida. Cuando volviste,
y me contaste la causa de tu viaje, supe que aún no sabías nada. Y resolví no
decírtelo jamás. Si por los enfermos a quienes no conocías, te arriesgaste así,
preferí no saber lo que harías si lo supieras. Así que elegí vivir con eso yo
solo, antes de que hicieras algo estúpido para tratar de salvarme. Esa es la
razón.
Durante un instante, el silencio los envolvió, hasta que Mulder fijo en voz
queda:
- No podía arriesgarme a perderte. Eres todo lo que tengo. Tú, y ahora el bebé.
La voz de Mulder era apenas un susurro cuando dejó de hablar. Sus ojos empañados
en lágrimas y decisión le hablaron a Scully de todas esas cosas que no estaba
diciendo con palabras. Le hablaron de su amor, de su fe, de su entrega. Y le
hablaron de su sinceridad y su dolor.
Soltando una de sus manos, acarició ese rostro de rasgos fuertes que tanto amaba
y delineó sus formas lentamente. Mulder se estremeció al sentir ese toque parecido
al aleteo de una mariposa y sintió que todo quedaba limpio. Como por arte de
magia el miedo, el dolor y el llanto desaparecían y el sol entró en la habitación
en penumbras.
Tomando esa mano, la apretó con dulzura y murmuro:
- Perdóname, Scully.
Scully le sonrió entre lágrimas.
- No hay nada que perdonar, Mulder. Sólo.. no vuelvas a hacerlo. No vuelvas
a ocultarme nada.
Acarició su cabello y dijo, sondeando en esos ojos verdes:
- No vuelvas a intentar protegerme de tu vida, Mulder. Porque yo no quiero ser
protegida de ti. Es una de las pocas cosas sobre la que tengo total certeza
en esta vida.
Se abrazaron y se quedaron en silencio, pero esta vez ya no había un abismo
entre los dos. Mulder la sujetó contra sí con fuerza, sintiendo cómo ella se
aferraba a su espalda y pensó que finalmente, después de tantas cosas, después
de tantos días, estaba en casa. Y Scully mojó su cuello cuando ambos hablaron
al unísono para decir lo único que realmente valía la pena escuchar:
- Te extrañé tanto...
Durante lo que a Scully le parecieron horas, Mulder la mantuvo encerrada entre
sus brazos, con el rostro hundido en su cuello, meciéndola suavemente y estrechándola
con fuerza, al punto que por momentos parecía que no podría respirar, pero no
se quejó. Se aferró a él, llorando en silencio.
Finalmente, Mulder se apartó con suavidad apenas lo suficiente como para verle
la cara y besó su frente apretadamente, haciendo que las lágrimas volvieran
a caer por el rostro de Scully. Al verlas, Mulder besó sus ojos con dulzura
y se miró en esos dos estanques azules, entre ansioso y feliz. Ella lloraba,
pero no había dolor en su mirada, sólo alegría, amor, confianza. Tantas cosas
que había extrañado. Todas las cosas que sólo en ella había encontrado.
Usó sus pulgares para secarle las mejillas y correspondió a la trémula sonrisa
que atisbó en los labios de Scully.
- Si no dejas de llorar, ese niño pensará que te hago sufrir.
- Mulder, debes saber que este niño piensa que lo único que hago es sufrir por
ti. Tienes una buena tarea por delante si quieres borrarle esa impresión.
Una chispa de diversión brilló en esos ojos verdes anegados en lágrimas.
- ¿Cómo? ¿Acaso no le has dicho quién soy? ¿No le has hablado de mí al bebé?
Scully acarició el rostro de Mulder y dijo, quedo:
- Todos los días, Mulder. Y todas las noches.
Mulder una vez más pudo leer en ese rostro que amaba sobre esas noches y esos
días y algo se le estrujó dentro del pecho. Sin pensar en lo que hacía, enmarcó
con sus manos todo el sufrimiento que tenía delante de sus ojos y cubrió de
besos las horas de dolor y lágrimas mientras decía:
- Lo siento, Scully. Lo siento.
Scully, incapaz de pensar, decir o hacer nada, dejó que la besara en cada rincón
de su rostro de porcelana y apoyó sus manos en los hombros del hombre, cerrando
los ojos y dejando que él borrara con sus labios todo vestigio de lo que había
sido la peor pesadilla de su vida.
Mulder besó sus ojos y el puente de su nariz. La frente y las pecas que adornaban
sus mejillas. Besó su alegría y su tristeza. Y cuando ya no le quedaba resquicio
alguno que besar, posó sus labios contra los de ella y los aplastó con amor
y desesperación.
Scully, apenas sintió el contacto de esos labios que tanto había extrañado contra
su boca, permaneció aún más quieta de lo que estaba, disfrutando de ese prefacio
de lo que sabía vendría a continuación. De lo que había añorado hasta que le
dolía.
Mulder dejó caer una lluvia de besos sobre esa boca que sabía a lágrimas y fresa,
para finalmente, instalarla a que le dejara entrar en ella, con paciencia y
amor. Scully no se hizo esperar, ni rogar. Separó sus labios mientras entrelazaba
sus manos detrás de la nuca de Mulder y se estremeció al sentir el contacto
de su lengua.
Mulder hizo mucho más que estremecerse. Fue como si le hubieran prendido fuego.
¡Cielos! Había olvidado lo que se sentía, había olvidado lo que el sólo besar
a esa mujer podía hacerle a su sistema. Y, al estrecharla más fuertemente contra
sí y percibir el abultado estómago que se interponía en su camino, se dio cuenta
de que también estaba olvidando que ella estaba embarazada de casi 9 meses y
lo único que seguramente no necesitaba en ese momento, era un arrebato de pasión
juvenil de su parte.
Haciendo acopio de todo su autocontrol, se concentró en separarse de esa boca
que gemía contra la suya y de repente se topó con la mirada decepcionada de
Scully, que no lograba entender por qué él la alejaba.
- Mulder, ¿qué...?
Mulder miró hacia el vientre que aún se apoyaba contra su costado y sonrió con
complicidad a una Scully que se ruborizó hasta las raíces de su cobrizo cabello,
antes de sonreírle a su vez. Respiró profundamente y, acomodándole el cabello
tras la oreja, dijo con dulzura:
- Scully, de veras creo que debes irte a la cama.
Scully sonrió y asintió, resignada.
- Está bien. Déjame que recoja esto y...
Mulder tomó su muñeca antes de que llegara al plato que tenía delante y denegó
con la cabeza:
- Yo recogeré todo. Tú ve a la cama. Tu media hora expiró hace bastante.
El dulce tono de amonestación unido al insólito ofrecimiento de limpiar, hizo
que Scully lo mirara como si hubiera desarrollado cornamenta de repente. Pero,
antes de que cambiara de opinión, tomó la muñeca de trapo entre sus manos y
le sonrió.
- Está bien. Tú limpia todo y yo iré a descansar.
- Muy bien.
Se inclinó y beso a Mulder en la comisura de los labios fugazmente, todavía
demasiado afectada por las sensaciones que la habían invadido momentos antes
como para atreverse a hacer algo más que eso, y se levantó con movimientos lentos
y pesados.
Mulder la vio caminar con pesadez hasta la puerta del cuarto, incapaz de moverse
aún, hechizado por el embrujo que esa mujer ejercía sobre él, preguntándose
cómo era posible que no hubiera estado ahí durante todo ese tiempo. Scully llegó
hasta la puerta y se detuvo, para voltearse a mirarlo con un dejo de ansiedad
en sus facciones marfileñas.
- Mulder, ¿no tienes que irte, verdad? Digo, después de que ordenes eso... tú
podrías... ¿quedarte? Bueno, si tienes un compromiso no hay problema, yo sólo...
Los nervios y la manera precipitada en que pidió y se disculpó enternecieron
a Mulder. Estaba seguro, tanto por lo que conocía de esa mujer por lo que Skinner
había dejado entrever cuando estuvieron charlando, que no había pedido ayuda
ni demostrado debilidad alguna en todos esos meses, así es que verla tan vulnerable
hizo que una sonrisa se dibujara lentamente en su rostro, tranquilizándola,
y asintió con energía.
- Scully, sólo hay un nombre en mi carnet de baile y tiene todas las piezas
adjudicadas.
La sonrisa de Scully lo hizo sentirse un duque.
- Traeré unas mantas y una almohada.
- ¿No confías en que pueda dormir a tu lado sin controlar mis hormonas?
El tono jocoso y travieso de Mulder hizo que se ruborizara intensamente, mientras
decía, casi en un susurro:
- No confío en que yo pueda hacer algo semejante.
Y con una sonrisa en los labios, desapareció en el cuarto vecino, dejando a
Mulder con la completa convicción de que, una vez que ese pequeño scullyboy
estuviera a la vista del mundo, esta mujer y él tendrían una larga charla. El
recuerdo de la reacción de Scully a su beso le hizo cambiar de opinión. Tal
vez la charla, después de todo, no llegaría a ser tan larga.
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Oscuridad. Dolor. Un dolor tan intenso que parecía que no podría ser mayor.
La sensación de no poder moverse, de no poder casi respirar. Un ruido espantoso
que parecía destrozarle los oídos. La fugaz visión de una rueda afilada, y un
fuego que cortaba su ya maltratado cuerpo. Gritó con sus últimas fuerzas, un
aullido desesperado...
Flotaba en un lugar oscuro, que no reconoció. Pero sí lo que vio en el centro.
Allí estaba él, en el gigantesco aparato parecido a un estereotáxico, inmovilizado,
inconsciente, tan malherido que apenas se lo podía reconocer. Una horrible sierra
circular lo estaba cortando en dos. Podía oír sus gritos, sentir su dolor. Gritó
también, sintiendo que se desgarraba por dentro...
Su propio grito lo despertó. Se incorporó, aturdido, sin reconocer donde estaba.
Le llevó varios segundos darse cuenta que podía moverse y que el dolor que momentos
antes se sentía tan real ahora sólo era un recuerdo latente en sus pesadillas.
Frotándose los ojos, respiró profundo y lento, tratando de que su corazón dejara
de latir apresurado y su respiración se normalizara. Una pesadilla. Paseó su
mirada por el departamento de Scully y se repitió una y otra vez que sólo fue
una pesadilla. Otra más. Una más. Pero el miedo aún estaba latiendo en su pecho.
Por más que su mente le decía que ya estaba en casa, a salvo, en las horas de
vigilia, cuando ese sueño que siempre había jugado con él a las escondidas se
presentaba puntualmente cada noche la angustia, el miedo y la desesperación
inundaban su mente con imágenes que, según todos los que habían pasado por lo
mismo que él, no debería recordar. Pero recordaba. Cada maldita noche, recordaba.
Suspirando agotado, se sentó y enterró sus dedos en su cabello húmedo, maldiciendo
las imágenes, maldiciéndose a sí mismo por su estupidez. De manera mecánica,
levantó las mantas que estaban esparcidas por el suelo a su alrededor y estaba
por ir hasta la cocina por agua cuando lo escuchó. Era un gemido ahogado, casi
imperceptible. Era la voz de Scully, que lo nombraba entre sollozos.
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Se incorporó en la cama, aterrada, como tantas veces desde que él se había ido.
Por un momento perdió la noción de realidad, y le pareció que nada había cambiado,
que aún estaba viviendo la peor pesadilla que le tocó atravesar. Las imágenes
estaban allí, como antes. El dolor, la rabia, la angustia. Y la impotencia.
Ellos lo estaban lastimando hasta niveles en los que nadie debería sufrir y
ella no podía hacer nada, solo presenciarlo en sueños, una y otra vez. Y como
todas las noches, la tensión y el miedo que latían dentro de ella al ritmo del
alocado bombeo de su corazón casi la ahogaron mientras las lágrimas caían por
su rostro con control, mientras murmuraba su nombre como un mantra salvador.
De repente, sintió que la puerta se abría con brusquedad y en un acto reflejo
de alerta, extendió su mano y tomó el arma que dormía sobre la mesa de noche,
junto a su cama, desde que supo que su bebé podía correr peligro.
Mulder contempló la imagen de Scully iluminada por la luz que entraba por la
ventana, sentada en la cama, respirando agitada, con el rostro bañado en lágrimas
y el terror pintado en sus ojos y se detuvo en la puerta.
- ¿Scully...?
A Scully no le llevó más que unos segundos recordar que Mulder estaba durmiendo
en la sala y entre aliviada y avergonzada, dejó el arma a su lado sobre las
colchas y extendió sus brazos a la muda figura del hombre que la miraba desde
la entrada del cuarto.
Mulder caminó hasta ella y, sentándose a su lado, la estrechó contra su pecho
con fuerza, meciéndola para calmarla. Por un largo rato, ninguno de los dos
dijo nada.
Finalmente, la voz de Scully salió desde algún sitio sobre su remera.
- Lo lamento, es sólo que... Tuve una pesadilla.... Soñé que todavía estabas
en esa nave y que...
Él no la dejó seguir.
- Shhhh. Sólo fue un mal sueño. Estoy aquí Scully - aún cuando pretendía convencerla
de su presencia a ella, también trataba de convencerse a sí mismo. Sólo fue
un mal sueño, se repetía con los ojos cerrados contra el pelo cobrizo de la
mujer - Ya estoy en casa.
Algo en su tono le dijo a Scully lo que él estaba sintiendo, porque separándose,
lo miró a los ojos y dijo:
- Lo soñaste tú también, ¿verdad?
Algo parecido a la desesperación cubrió las facciones del hombre, que bajando
la cabeza, intentó que sus ojos no se anegaran en lágrimas tanto como su voz.
-Lo recuerdo todo, todo. Sueño con eso cada noche. El dolor, la agonía, la luz...
mi voz, llamándote - elevó sus ojos y se miró en los de ella, que brillaban
como estrellas por las lágrimas. La abrazó de nuevo y besó su cabello repetidas
veces - No sé cómo salí de allí, pero si sé que pude salir porque tú me sostuviste.
Siempre. Porque tú estabas conmigo.
Scully le besó el cuello y las mejillas y enmarcó su rostro con sus manos.
- Pensé que lo que veía sólo era producto de mi imaginación. Que esas imágenes
eran el resultado de todos esos relatos sobre abducciones y experimentos que
te he escuchado contar por tantos años... Llegué a desear que lo que veía, lo
que escuchaba en mis pesadillas, fueran sólo eso. Pesadillas. Y lloré cada noche
porque algo en mi interior me decía que no lo eran. Y lloré deseando no tenerlas
más. Y lloré para que no cesaran porque, de alguna manera, al tenerlas sentía
que aún vivías.
Con dulzura secó las lágrimas que bañaban el rostro de Mulder y agregó:
- Mulder...
Él la miró, algo aturdido, mucho más calmo.
- Debes saber que, una vez más, tuve la fuerza de tus convicciones. Me aferré
a ellas por ti.
Mulder sonrió, recordando tantos años antes, cuando quien pasó por meses de
angustia y búsqueda infructuosa fue él, cuando lo único que podía hacer por
las noches era sostener la pequeña cadena dorada entre sus manos y esperar a
que eso equivaliera a una plegaria. Acarició el rostro de Scully y, tomando
una de sus manos, besó su palma con amor:
- Me alegro, porque yo me aferré a ti.
Scully sonrió.
- Estás en casa, Mulder. Ambos lo estamos. Superaremos esto. Y estaremos bien
- y al sentir la mano de Mulder sobre su vientre, agregó - Los tres.
Y, como por arte de magia, esas palabras que tantas veces se habían repetido
ambos por separado, tratando de convencerse a sí mismos de su veracidad, fueron
ciertas. Fueron verdades. Y la angustia se evaporó, el miedo desapareció y la
noche los cubrió con su manto de calma cuando él se acomodó a su lado, en la
cama, y la abrazó, como aquella vez, en el motel de Oregon. Sólo que ahora no
era una despedida, sino el regreso a casa. Poco después, ambos dormían, tranquilos,
sintiéndose el uno al otro aún en sueños. Como antes. Como siempre.
Fin